El Señor Despistes
El Señor Despistes empieza la jornada de trabajo
en la luna de Valencia.
Resulta que ayer por la noche no pegó ojo debido al dichoso
insomnio de siempre.
Y encima, no hace más que darle vueltas a la lista de facturas
por pagar. ¡La hipoteca es toda una pesadilla!.
Para variar, el metro est que no cabe ni un alfiler y cuesta
hasta respirar.
Llega a la parada de costumbre jadeando y sudando como un
condenado.
No sólo llega tarde sino que, por si fuera poco, llueve.
Vaya manera de empezar el día de trabajo, pero bueno,
¡paciencia!
Así que acelera el paso y se dirige hacia el edificio en el que
trabaja.
Abre la puerta de la entrada con
decisión y sube corriendo las escaleras
que conducen a su despacho.
Su colega ya ha llegado hace varios minutos y anda sumido en su
trabajo. Despistes le dice hola de pasada, se quita el abrigo y
deja el paraguas chorreando. "Me vendría de perlas un
cafelito caliente", piensa para sus adentros y va y saca del
armario un hornillo eléctrico, la cafetera y lo necesario para
prepararse un buen café.
Ya se siente algo mejor tras su primera taza de café en el
despacho, así que se acomoda en el sillón y
se arrima a la mesa dispuesto a trabajar. Pero, antes de empezar
el trabajo, màs vale ordenar la documentación que necesita y
sacar el bolígrafo del cajón del mueble que tiene al lado, para
lo que arrastra el sillón (con ruedas) para ir más rápido.
Una vez arreglados los objetos que son menester sobre la mesa de
trabajo, va y enciende el ordenador,
cuya pantalla refleja un tenue rayo de sol que a duras penas se
ha abierto camino entre las nubes, y pone la consola detrás de
los documentos de trabajo que afrontará hoy.
Tras dos horas de trabajo ininterrumpido ante el terminal de
vídeo, nuestro amigo siente la necesidad de desentumecer las
piernas y de fumarse un cigarro.
Tal vez el colega del piso de arriba tendrá alguna anécdota
graciosa que contarle, a ver si esos diez minutos dedicados a
recuperarse física y psicológicamente transcurren de forma
agradable.
Una vez llegado al piso de arriba, busca la habitación de su
colega, pero halla alguna que otra dificultad pues los pasillos están atiborrados, a ambos
lados, repletos de muebles y decoración de todo tipo, tanto que
resulta difícil leer las etiquetas que indican los nombres de
las personas que se hallan en cada oficina.
Por si fuera poco, se va la luz, dejando el piso entero a
oscuras.
Al cabo de algunos minutos, la situación vuelve a la normalidad
y Despistes llega hasta el despacho de su colega, pero éste en
vez de contarle la anécdota graciosa le pide que le eche una mano
con las cajas que están encima del mueble de su despacho.
Puesto que los dos tenían prisa, Despistes arrima a la buena de
Dios una silla al armario, le dice al colega que se suba y
empieza a pasarle las cajas.
Acabada la pausa de forma distinta a lo que se había imaginado,
nuestro amigo vuelve al trabajo a su despacho. Llaman al
teléfono: es el jefe del departamento que le pide una copia de
unos documentos importantes.
Despistes toma los documentos inmediatamente y se dispone a
fotocopiarlos en la habitación en la que se encuentra la
fotocopiadora: un desván estrecho sin ventanas ni ventilación.
Pero cuando va a poner en funcionamiento el aparato se da cuenta
de que le falta el toner.
Quita el cartucho viejo, lo tira a la papelera, lo sustituye con
uno nuevo, saca una fotocopia de los documentos y se los va a
entregar al jefe directamente.
Antes de volver a su despacho, va al archivo para buscar un
documento que se había olvidado, indispensable para acabar el
trabajo.
Pero, tal y como a veces pasa en los archivos,
buscar no es tan fàcil, ya sea porque falta una buena iluminación, o porque el desorden reina
sin rivales.
Si a ello le añadimos que Despistes, desde hace algùn tiempo,
demuestra una cierta alergia al polvo, comprendemos fàcilmente
que se encuentra fatal.
La mañana de trabajo se ha acabado. Vuelve a sacar del cajón el
cupón para ir a comer al restaurante que le da su departamento y
se dispone a tomar una comida ligera, para no sentirse con el
estómago pesado por la tarde.
Pero antes de salir, va un momento al lavabo...
La tarde de trabajo arranca con muy buen pie: el viento ha
barrido las nubes y el sol brilla en el horizonte.
La vuelta al despacho no resulta tan agradable, pues dentro del
edificio la temperatura ha bajado a un
nivel insoportable. Se habrá roto el cronómetro o el regulador
térmico.
Por lo que Despistes se ve obligado a sacar del armario la vieja estufa eléctrica de barras y la pone
junto a su mesa de trabajo. Así por lo menos no tendrá frío.
Al cabo de pocos minutos, cuando se hallaba sumido en el trabajo
de la tarde, le piden que se presente en el despacho del jefe de
departamento para discutir de algunos asuntos.
Mientras est fuera de su despacho pasa algo inesperado, con
motivo de un cortocircuito, la estufa eléctrica va y empieza a
arder.
El fuego, en poco tiempo, de la estufa se propaga a la papelera y
de ahí a los papeles que están sobre la mesa, y en un abrir y
cerrar de ojos, se desencadena un auténtico incendio.
El humo invade inmediatamente los pasillo.
Los empleados, que se han dado cuenta de la gravedad de lo que
est pasando, presos del pánico huyen sin orden ni concierto.
En la confusión es difícil orientarse; la situación se ve
agravada por la presencia de colegas que, procedentes de otros
despachos, no saben dónde están las salidas. Inútilmente,
buscan indicaciones para poder huir, o alguien encargado de la
evacuación.
Unos tropiezan, otros empujados o pisoteados, otros se caen por
la rampa de las escaleras, en su intento por alcanzar la salida.
Pasado el momento de emergencia, se cuentan los heridos y se discute acaloradamente sobre
las responsabilidades, la seguridad en el trabajo y el compromiso
de todos para que lo que ha pasado no vuelva a ocurrir nunca
más.