Una mirada de amable realismo  GIORGIO SEVESO

H O M E
P A G  E

Guzzardella ha cosechado ya en el curso de su carrera una nutrida serie de comentarios crìticos muy prestigiosos. Escultor joven (a los cuarenta anos, o poco màs, en el arte se està lejos verdaderamente de la madurez) cuenta ya con una galerìa de publicaciones y de consensos muy significativos. Y es posible que a muchos de entre los personajes que en estos anos han escrito sobre él, los haya impresionado, precisamente como me sucedio a mì , mas que nada su redonda, clarìsima, evidentìsima elecciòn figurativa, es decir su explìcita determinaciòn en no separar de ninguna manera sus formas de una  fundamental referencia a las apariencias concretas de la realidad, a los trazos precisos de las cosas y sobre todo de los rostros, sin enriquecimientos o estetizaciones, sin simbologìas ni superestructuras ni aventuras. Una referencia que roza frecuentemente èso que yo defino para mis adentros, sumisamente, "realismo". Pero que, se entiende, no defino ciertamente de esta manera porque exista  una comparable  identidad filològica o morfològica con esa estaciòn de la expresiòn artìstica, mas, por el contrario,  a causa de esa especie de  absorta, delicada concentraciòn que hay en èl y que trasluce en su trabajo, en la metòdica de su escultura y de su retratìstica; concentraciòn absorta, extasiada, pensativa, tan comprometida y tan tenaz que se asemeja casi a una ideologìa, a una religiosa filosofia de la representaciòn.
Porque, si en su pintura se concede un gran espacio al arbitrio del imaginario y a la invenciòn lìrica, Guzzardella escultor, en cambio, como por una especie de amable obstinaciòn, reproduce cuerpos, gestos, figuras y sobre todo rostros esforzàndose por atraparlos en su realìstica verdad, por fijarlos en su màs ìntima y cruda sustancia, incluso en perjuicio del resultado gracioso, refinado, agradable, o tambièn sacrificando elucubraciones fantàsticas, afabulaciones, fantasìas.
Entièndaseme, con èsto no quiero decir que el propòsito de su visiòn plàstica sea de tipo llanamente ver'dico, todo embadurnado y allanado sobre el modelo. Se notarà de hecho, como lo han notado en diferentes maneras y con frecuencia sus comentadores, que sobre todo en los retratos (gènero que èl ha cultivado mucho) hay en la boesqueda de las semejanzas algo que se podrìa llamar una sutilìsima, impalpable vibraciòn expresionìstica, una especie de fiebre controlada, una inquietud del gesto y del modelado que encresta las superficies, que precisamente interpreta, e interpretando fuerza, o  conduce, la realidad de los rostros hacia la expresiòn de algo personal. En suma, su trabajo de escultor no està hecho sòlamente con la mera contemplaciòn de la cosa verdadera.
Y de hecho en sus piezas mejores, si bien con su siempre castigado y diligentemente vigilado equilibrio,  hay como la traza de un escalofrìo, algo que tiene el sentido de una fiebre muy contenida, de una impalpable precariedad, que es luego el secreto de una sumisa poes'a de las mismas.
Basta ver el modelado de las obras para darse cuenta de èsto. Hay aquì una ìntima certidumbre del gesto, que se basa de manera siempre plàstica e incisiva en la trama entre la impresiòn òptica y la sòlida distribuciòn de los volœmenes, entre el toque nervioso pero siempre suave de los dedos y una precisa definiciòn del esquema. Pero como que hay tambièn una ligerìsima sombra inquieta, el esbozo de una exfoliaciòn, de un desnieblamiento... Algo que le da una especie de vibratilidad, de levitaciòn de la materia, por lo que los dedos intervienen en la mèdula de la forma  para hacerla crepitar y vivir, para empastarla con la emociòn misma que dictò la obra.
Y tal cualidad ve precisamente puestos de acuerdo en feliz intuiciòn el sentimiento y la tècnica aun cuando prevalgan en la escultura esos motivos de "gèneros" retratìstas que se decìa, porque de cualquier forma su lenguaje parece ser siempre  un lenguaje colmo de humores, se podr'a decir psicològicamente fermentado, en donde la imagen y la tècnica coinciden expresivamente, y en donde la mètrica y el timbre del figurar son aquellos de la excavaciòn interior, de la observaciòn curiosa pero ponderada, de la lenta sedimentaciòn de la conciencia.
La escultura de Guzzardella es por lo tanto una escultura de verdad, que no se viste con algo diferente de sí, que no ha enfatizado ni conceptualizado su capacidad de aprehender y de transmitir al expectador sin prisas emociones vivas y reales. Una escultura, si queremos llamarla así, apartada, pero siempre, tal vez precisamente por ésto, cordial pero seria, decidida a no conceder nada al gusto o a las modas culturales del momento, preocupada sólo de las propias más auténticas razones poéticas y expresivas.