Acusan a Cuba por asalto guerrillero en Argentina.


PABLO ALFONSO
El Nuevo Herald

Según la denuncia, un coronel cubano constituyó un grupo especial que ejecutó acciones terroristas en varios países incluyendo el asalto a La Tablada.

El régimen de Fidel Castro fue acusado el lunes ante los tribunales argentinos por el asalto que un grupo guerrillero realizó al regimiento La Tablada en 1989 y que costó la vida a 39 personas entre militares y civiles.
La acusación vincula a un coronel del Ministerio del Interior (MININT) de Cuba nombrado Renán Montero Corrales, como el jefe de la operación a cuyas órdenes actuaron los guerrilleros argentinos.

 

El coronel Montero, cuyo verdadero nombre es Andrés Barahona López, según la denuncia, vive actualmente en La Habana, disfrutando de las rentas que le proporcionan varios negocios que posee en Nicaragua, adquiridos en la época en que sirvió a los sandinistas por órdenes de Castro.

``Yo presenté esta acusación como argentino, porque he reunido la información y los testigos vinculados a esa acción'', dijo el empresario Omar Adra en una entrevista telefónica desde Buenos Aires.

El expediente de denuncia, que consta de 30 folios, con testimonios, fotos y otras evidencias, fue entregado en el Juzgado Federal Competente en la ciudad de Morón, provincia de Buenos Aires, solicitando la reapertura de la causa conocida como el asalto al Regimiento de Infantería Mecanizada No.3 de La Tablada, ocurrido el 23 de enero de 1989.

Según la denuncia, el coronel Montero fue jefe de la Quinta División del Servicio de Inteligencia Sandinista, y desde esa posición constituyó un grupo especial que ejecutó acciones terroristas en varios países.

El dirigente izquierdista argentino Enrique Gorriarán Merlo, uno de los asaltantes de La Tablada, formaba parte de ese grupo especial bajo las órdenes de Montero. Gorriarán estuvo refugiado en Cuba hasta 1995. En ese año viajó a México, donde fue capturado y deportado de inmediato a Buenos Aires.

Entre las acciones terroristas que la acusación atribuye al grupo dirigido por el coronel Montero, está el atentado dinamitero al comandante guerrillero nicaragüense Edén Pastora, ocurrido en la finca La Penca el 30 de mayo de 1984. Pastora salió ileso, pero la explosión les costó la vida a la periodista norteamericana Linda Frazier, al camarógrafo del Canal 6 de la televisión costarricense, Oscar Quirozy y a una guerrillera conocida sólo por su nombre de guerra: Rosita.

La denuncia señala que la Policía Federal Argentina estableció que en ese atentado participó Roberto Vital Gaguine, alias Martín, argentino, miembro del Movimiento Todos por la Patria, muerto en el asalto al Cuartel de La Tablada.

Los testigos que participan en la acusación son: Jorge Ricardo Masseti, miembro del grupo guerrillero argentino ERP y del servicio de inteligencia cubano; el ex capitán Lázaro Betancourt, de las tropas especiales del Ministerio del Interior Cubano, y Reynaldo Aguado,
ex jefe de la segunda región militar del Ejército Sandinista.

Luis Zúñiga, presidente de la Fundación para los Derechos Humanos, dijo desde Buenos Aires que esa organización ha estado cooperando activamente con Adra en la investigación.

``Sabemos, por ejemplo, que el coronel Montero, cuyo nombre verdadero es Andrés Barahona, es el propietario del matadero Corrales Verdes, de Managua, y que tiene negocios de ganadería en Nicaragua'', dijo Zúñiga, quien es también dirigente de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA). La acusación contra el régimen castrista se produce en momentos en que La Habana está responsabilizando a la FNCA de financiar y organizar supuestas acciones terroristas y atentados personales contra Castro.

Adra, quien preside la Fundación Argentino Americana por los Derechos Humanos y la Democracia en Cuba, dijo que durante el último año reunió la información viajando a Miami y a Centroamérica.

  Carlos Alberto Montaner "Viaje al corazón de Cuba".


Periodista: ¿Qué es «Viaje al corazón de Cuba»?

El escritor cubano Carlos Alberto Montaner en su nuevo libro actualiza la forma de comprender desde el liberalismo los 40 años de castrismo en su país.
Carlos Alberto Montaner: Una historia de la Revolución Cubana crítica y analítica. No sólo están los hechos sino por qué ocurrieron y cómo se desarrollaron. Toda revolución exige un balance entre los objetivos que se plantearon, los métodos que se utilizaron y los fines que se obtuvieron. Y así como hay un capítulo de «Los objetivos, los medios y los resultados», en otro hay una predicción de lo que puede suceder en
el futuro. Es un balance corto, en menos de 300 páginas, para quienes quieren saber qué sucedió en Cuba en los últimos 40 años. El acontecimiento político de mayor interés en el siglo en América latina quizá fue una anécdota de la Guerra Fría, pero se enquistó en la historia 10 años después de desaparecido el comunismo, y ahí sigue dando coletazos.

P.: ¿Un cubano puede ir al corazón de Cuba estando afuera?

 

C.A.M.: Es una tradición cubana. Los escritores cubanos, por los desórdenes de nuestro país, la mayoría de las veces vivieron en el exterior. Es la historia de Martí, de Cabrera Infante, de Lidia Cabrera, de Zoe Váldez, de tantos que tuvieron que hacer su análisis y su revisión desde fuera. Entre otras cosas porque en Cuba no es posible tener una visión objetiva ni critica porque se está aplastado por el sistema. Escribo no sé si desde esa tradición o esa maldición de la cultura cubana. Y el exilio distancia y puede beneficiar: el vivir en otras culturas, en otras sociedades, enriquece los modos de análisis.

P.: ¿Hay cambios en Cuba? ¿Cuáles son sus predicciones?

C.A.M.: Se pensó en Occidente que el fin del comunismo llevaría a un cambio en Cuba. Efectivamente, comenzaron a ocurrir cosas dentro de Cuba. Pero el objetivo del gobierno era hacer la menor cantidad de cambios que le permitieran la subsistencia del régimen sin ninguna modificación substancial; lo ha logrado. Al principio parecía que los empresarios iban a poder crear bolsones de propiedad privada. Lo que los empresarios extranjeros querían era formar asociaciones con el Estado cubano para complementar la falta de capital y poder explotar la masa trabajadora del país. Es decir, pasar a ser otra forma de expresión de la explotación estatal. Eran joint ventures concebidos así. En la práctica y en los discursos, Castro no ha ocultado que no hay la menor voluntad de cambio político en Cuba. Y hay la superstición de que el régimen se va a mantener así para siempre, que el comunismo es un sistema definitivo para Cuba y que jamás va a escapar a ese destino, a ese modelo económico-político. ¿La predicción? Todos la hemos hecho, Castro es el gran obstáculo para que la historia de Cuba fluya razonablemente. En el momento en que ese obstáculo desaparezca (es un hombre de 73 años que ha tenido algunas enfermedades) suponemos que empezará un proceso de transformación y cambio. Ese proceso será muy rápido, muy enérgico y en una dirección: la democracia y la economía de mercado. El mundo no acepta otra evolución que no sea en esa dirección. En Cuba esa evolución puede ser pacífica y exitosa a medio plazo. Se van a abocar ciertos poderes para tratar de que no haya un desastre. Estados Unidos buscará impedir que un desastre en Cuba genere un éxodo incontrolable hacia su país. Por tanto, creo que habrá grandes inversiones para consolidar una transición exitosa.

P.: ¿El bloqueo es la causa de los problemas actuales de Cuba?

C.A.M.: Es una verdad a medias. Cuba, con lo que vende en el exterior, tiene recursos para comprar y a precios más baratos incluso. Uno de los países que sabe que ese cerco no es cierto es la Argentina. Los cubanos le deben 1.300 millones de dólares. No se los pagaron nunca. Lo que prueba que Argentina le dio crédito y que no pasó nada. Nadie impidió que la Argentina le vendiera autos. Hablar de bloqueo es una coartada. El bloqueo no tiene apoyo prácticamente de ningún país del mundo. Acaba de haber una votación en Naciones Unidas y es abrumador el número de países que condena a Estados Unidos por la política del embargo. Eso es verdad, pero también es verdad que los problemas en Cuba se derivan de un modelo inviable administrado por una colección de tipos que llevan 40 años demostrando que son minuciosamente incapaces. Pueden insistir porque nadie ha pagado por sus errores económicos espantosos, y no mencionemos por los políticos.

P.: ¿Qué pasó con las propuestas de apoyo de países europeos?

C.A.M.: Se fatigaron. Ya saben que Castro es ineducable, que morirá como el último stalinista de Occidente. La Unión Europea sostiene que si no hay cambios hacia la democracia no habrá trato favorable. Eso no impide que si un empresario quiere acudir a Cuba, tiene su derecho a hacerlo. Hasta ahora 360 se animaron y no les fue muy bien a la mayor parte. Se encontraron con un socio tramposo que no entiende que la economía de mercado está basada en el respeto de los contratos y la buena fe. Pero hay otros a los que les ha ido bien y han ganado dinero.

P.: A diez años de la caída del Muro, ¿cómo ve la transición de los países que fueron comunistas?

C.A.M.: Esperábamos que fuera más fácil. Alguien advirtió que era muy fácil agarrar una pecera y hacer sopa de pescado, lo muy difícil era lo contrario, agarrar sopa de pescado y hacer una pecera. La transformación de los países comunistas resulta mucho más difícil de lo previsto. Tenían una mala experiencia que tendía a la confusión. En la Segunda Guerra Mundial hubo países donde se destruyeron los edificios, las plantas, pero no el tejido empresarial ni el capital humano ni la tradición jurídica. Se destruyó sólo lo físico y era más fácil volver a construir. En el mundo comunista lo físico estaba intacto, pero se destruyó el mundo imaginario que sustenta a la civilización occidental, y eso es de muy difícil reconstrucción. En el caso cubano, como en el de Corea del Norte, si un régimen controla la información, las comunicaciones, los tribunales, el aparato represivo, si la sociedad no se puede organizar frente a eso, si no puede surgir algo alterno, realmente el reemplazo es imposible. La sociedad no tiene cómo enfrentar al aparato totalitario. Ningún régimen de ese tipo cayó a consecuencia de rebeliones populares. Castro sabía esto, tenía la intuición de poder, lo mantuvo con rigidez, endureció sus posiciones y prevaleció su dictadura. En algunos países que han hecho la transición hacia la democracia sus pueblos ya comienzan a ser razonablemente felices. Pienso en la República Checa, en Eslovenia (donde el cambio ha sido más exitoso), en Polonia. La prueba es que en ningún caso hubo voluntad de regresar al modelo anterior. La gente quizá añora la seguridad que encontraba en la época del Este pero aquel modelo represivo, sórdido, no es lo que los pueblos europeos quieren.

P.: En coincidencia con lo que usted señala, algunos analistas temen que en Rusia aparezca ahora alguna forma de neonazismo.

C.A.M.: Yo lo temo. Hay señales gravísimas, un peligro grande de que Rusia regrese al militarismo. Conocí a Chirinovsky que tiene un partido insolentemente llamado liberal. En la Internacional Liberal supieron que este ruso tenía un partido llamado liberal y lo invitaron. En la reunión de Finlandia nos sentaron en la misma mesa y le pregunté cuáles eran las dificultades a las que se enfrentaban. Me dijo: «El problema principal son los judíos». El tipo es un nazi absolutamente repugnante, no tenía nada que ver con el pensamiento liberal. Un déspota de esa naturaleza es posible que aparezca en Rusia porque el reingreso en la mentalidad y el modo de desarrollo occidental empieza a parecer allí una tarea casi imposible. Mis amigos rusos que son demócratas y creen en el cambio viven en estado de desesperación.

Entrevista de Máximo Soto

 Retrato de un narcisita
Fragmento del primer capítulo del libro "Viaje al corazón de Cuba"
de Carlos Alberto Montaner.

 
No hay ninguna figura política viva que despierte la curiosidad antropológica que provoca Fidel Castro. Sus barbas y su chaquetón verde oliva pasarán a la iconografía del siglo XX junto al bigotillo de Hitler, el puro de Churchill y el bombín de Charles Chaplin. Desde hace medio siglo se ha instalado en las primeras páginas de los diarios y no habido manera de desalojarlo. Su capacidad de adherencia al bastón de mando ya ha pasado al Guiness: no hay ningún dictador iberoamericano --Franco incluido-- que haya durado tanto. Lleva más de cuarenta años al frente del estado cubano. Con una sonrisa socarrona, firmemente apoltronado, ha visto desfilar a diez presidentes norteamericanos. A veces ha tenido la paciencia de sentarse a la puerta de su tienda a ver pasar los cadáveres de sus enemigos. Otras, se ha apresurado a ordenar sus ejecuciones. Cualquier medida es aceptable si de lo que se trata es de mantenerse en el poder.

 

Su infinita facundia es legendaria. Especialmente cuando hay más de tres personas reunidas y siente el incontenible deseo de demostrar su inmensa sabiduría. Esa urgencia enfermiza se multiplica exponencialmente con relación al volumen del auditorio. A más gente, discursos más largos y laberínticos. Si la tribuna es alta y la plaza grande, se le exacerba la locuacidad. Se desata. Llega a la fase crítica de la incontinencia oral. Entonces habla incesantemente. Pronuncia ``charlas'' de ocho horas, sin la menor concesión a su vejiga o a las de sus desesperados oyentes. Este no es un dato ocioso: refleja lo poco que le importa el resto de la humanidad y la inmensa valoración que hace de sí mismo. Habla, además, de todo. De la caña de azúcar, de la cría de ganado, del neoliberalismo, del inminente colapso del mundo capitalista, de los ciclones y de cuanto tema científico, económico, ético o deportivo se le ocurre. Es un presidente repleto de esdrújulas: enciclopédico, oceánico, pedagógico, y su tono suele ser, además, apocalíptico. Quien no lo ha escuchado no se imagina el poder devastador que puede alcanzar la palabra. Un poder, a veces, de vida o muerte.

Esos largos discursos tienen, además, una trascendental función litúrgica: ahí, en ese torrente de palabras desordenadas se define lo que es verdad o mentira; ahí, en medio de expresiones coloquiales, de burlas y de cóleras, de explicaciones complejas y de simplificaciones tontas, se dibujan los contornos de la realidad, se seleccionan los enemigos del pueblo, los amigos, lo que se debe creer y lo que se debe rechazar. La palabra de Castro es el libro sagrado del pueblo, la biblia revolucionaria que sirve de marco teórico para poder establecer juicios de valor o para amparar o condenar determinadas conductas. Es la referencia dogmática que permite precisar si un pensamiento o una opinión tienen contenido revolucionario o lo contrario. Si Fidel lo afirmó, es correcto; si lo desaprobó, hay que rechazarlo. Es el conocido mecanismo de la filosofía escolástica: en el terreno religioso las cosas son ciertas o falsas de acuerdo con la opinión de las autoridades. Ese es el carácter infalible que poseen las verdades reveladas. En Cuba Fidel es la única autoridad moral e intelectual. La lealtad al Jefe, además, se demuestra en la fidelidad con que se asumen las palabras y los juicios de Castro. Ser revolucionario es ser fidelista; y ser fidelista es repetir fiel y ciegamente el discurso de Castro, apoderarse de sus palabras y devolvérselas con la fidelidad de los gramófonos. Y en la repetición mecánica, en la mímica exacta, radica precisamente el talento de sus acólitos y una de las mayores gratificaciones emocionales que obtienen los caudillos: la creación de sociedades corales.

Pero no siempre es así. Fidel no es el oráculo sagrado permanentemente. Sentado es otra persona. Cuando el auditorio se reduce a un solo interlocutor, inmediatamente cambia la estrategia de comunicación. Lo peligroso es que su reloj circadiano, el mecanismo que regula su sueño y su vigilia, está invertido. Como los tulipanes, Castro florece por las noches. Se revitaliza e irrumpe en el escenario como un vampiro oral que sale de su ataúd a platicar durante varias horas. Es cuando surge el Fidel cautivador, aparentemente muy interesado en el otro. Puede parecer refinado y atento. Ya no conversa: pregunta. Entonces se convierte en un puntilloso inquisidor desesperado por saber exactamente cuántos alcaldes hay en la provincia de Málaga, el número preciso de automóviles que transitan los jueves por la carretera Panamericana, o la descripción detallada de cómo funciona una central hidroeléctrica. Castro tiene una idea clasificatoria del mundo en el que vive. Una actitud minuciosa, pitagórica, en la medida en que esos griegos esotéricos creían que la realidad podía reducirse a números. Castro tiene la cabeza llena de números. Es un anuario parlante que acumula datos e informaciones insustanciales, con las que luego ratifica sus conclusiones previas.

Porque esa es otra: jamás está dispuesto a cambiar de opinión o a revocar decisiones.

La siquiatría tiene perfectamente descrita sicologías como la de Fidel Castro. Les llama personalidades narcisistas y están clasificadas entre los desórdenes mentales más frecuentes. Los narcisistas se autoperciben como seres grandiosos, poseedores de una importancia única

Que se equivoquen ellos, los demás. El es un hidalgo tercamente convencido del lema caballeresco ``sostenella antes que enmendalla''. No enmienda sus errores, los sostiene, pues su mayor satisfacción sicológica se deriva de hacer su voluntad y de tener razón. Admitir que otra persona ha sido más sagaz, o que él cometió un disparate, le parece una forma espantosa de humillante degradación. Tras el hundimiento del comunismo y la desaparición de la Unión Soviética, han pasado por su despacho cien políticos amigos y docenas de acreditados economistas a explicarle que el estado marxista-leninista antes era un disparate, pero ahora resultaba imposible. Y todo ha sido inútil. Es indiferente a la realidad. Está aquejado de una especie de autismo político. Si el mundo entero le d1ce que está equivocado, él opina que el mundo entero vive en un error probablemente inducido por la CIA. No tiene remedio.

Esa incapacidad para aceptar debilidades o fracasos no sólo hay que entenderla como una deformación patológica de su carácter. Tiene que ver con el modo con el que Castro se relaciona con sus subordinados. Estamos en presencia de un caudillo. Alguien que exige una total obediencia y sumisión de los demás como consecuencia de su evidente superioridad moral e intelectual. El caudillo es único porque no se equivoca. Es infalible. De ahí que quienes lo obedecen depositen en él la facultad de analizar, diagnosticar y proponer soluciones. De ahí, también, la testarudez roqueña de los caudillos. En el momento en que exhiben sus miserias y su falta de juicio se debilita la lealtad de los seguidores. Ellos ni quieren ni pueden ver a un jefe lloroso que baja la cabeza y pide perdón. Si le han entregado la facultad de pensar, y con ella el derecho a decir lo que verdaderamente creen, es por la excepcionalidad del líder. Si no son dueños de sus palabras, porque las han sustituido por las del guía amado, y ni siquiera de sus gestos, pues son víctimas de una tendencia instintiva a la imitación del maestro idolatrado, no pueden aceptar que esa persona, que les ha usurpado el modo de vivir, sea un sujeto corriente y moliente capaz de equivocarse como cualquier hijo de vecino. El pacto es muy sencillo: el alma sólo se entrega a los caudillos infalibles. Como Castro.

La siquiatría tiene perfectamente descrita sicologías como la de Fidel Castro. Les llama personalidades narcisistas y están clasificadas entre los desórdenes mentales más frecuentes. Los narcisistas se autoperciben como seres grandiosos, poseedores de una importancia única. Encarnan la idea platónica de la vanidad humana. Por ello esperan que se les trate de una forma especial y distinta a los demás mortales. Ante la crítica o la censura, si provienen de un subalterno, reaccionan airadamente, con violencia verbal y física, pero si se originan en una fuente distante, aparentan la mayor indiferencia. Son ambiciosos y egoístas en grado extremo. Las normas son para los demás. Se suponen acreedores de todo tipo de trato favorable, pero no toman en cuenta las necesidades del prójimo. La reciprocidad es una palabra que no existe en sus vocabularios. Por eso sus relaciones interpersonales son muy frágiles y conflictivas. Les temen, pero no los quieren. Es casi imposible querer a un narcisista. Es difícil apreciar realmente a quienes no pueden demostrar empatía o compasión ante la desgracia de sus allegados. Es contranatura querer a quien define la lealtad del otro como una total subordinación a sus criterios, gustos y principios. Eso sería querer a quien te aplasta y devora.

Los rasgos de la personalidad narcisista casi nunca se presentan en estado puro. Con frecuencia los acompaña el histrionismo. Esto es, una forma de exhibicionismo que se expresa en las ropas extravagantes, la conducta excéntrica y un evidente desprecio por lo que se considera socialmente aceptable. Fidel, como ocurría con Hitler y Mussolini, otros dos narcisistas de libro de texto, tiene mucho de histrión. Su disfraz permanente de militar en campaña, su gesticulación espasmódica, la transfigurada expresión de su rostro desde la tribuna, lo definen como un histrión. Además de ser, está disfrazado de Fidel Castro. Pero el histrionismo es también una técnica de manipulación. Fidel comparece ante los cubanos como un hombre iracundo y agresivo. Ese es su mensaje corporal. Siempre está a punto de estallar, de declarar una guerra, de hacer algo tremendo. No sólo quiere impresionar. Quiere intimidar. Y lo logra. Quienes lo rodean, le temen. Aún los más próximos. Sobre todo los más próximos. Temen sus ex abruptos, sus recriminaciones, sus gritos, pues Castro, que puede ser extremadamente delicado, encantador con un visitante extranjero, no vacila en recurrir a las peores grosería para censurar a un subalterno. Ese es uno de los más tristes signos de la sociedad cubana. Es un mundo en el que todo el mundo tiene miedo. Menos una persona. Menos el caudillo que desde las alturas de su poder, trepado a su ego inmarcesible, los maneja como le da la gana.