LA VIRGEN DE LA CARIDAD Y EL FUTURO DE CUBA

Por Eugenia García Guzmán

El 8 de septiembre los católicos cubanos celebramos la Fiesta de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. La alegría filial ante esta fecha memorable se verá empañada, una vez más, por el hecho de encontrarse laVirgen de la Caridad --en las personas de sus hijos de la isla que le son fieles-- aislada, perseguida, vilipendiada por la tiranía castrista. Los retoques propagandísticos de la tiranía no han atenuado la conculcación marxista de los celestiales derechos de la Virgen. Desde hace cuatro décadas, Ella continúa desterrada en la propia nación que escogió para reinar espiritualmente, desde el lejano año de 1612.
Este es un tiempo de prueba para Cuba; hora del "poder de las tinieblas"
(S.Lucas 22,53) ejercido por el comunismo, la mayor revolución contra Dios
que la Historia haya presenciado hasta hoy, con su implacable exterminio
espiritual, sociocultural y material.
Ante la prolongación de esta odisea, no nos es lícito un momento siquiera
de desfallecimiento. Se torna más necesario que nunca un acto de confianza
ardiente de que nuestra Reina destronada, la Virgen de la Caridad del Cobre,
volverá a reinar espiritualmente, en pompa y majestad, con sus derechos
plenamente reconocidos por los hombres, en la querida Cuba. Algunos podrán
preguntarse si este anhelo no constituirá un deseo utópico, una quimera
inalcanzable, una ingenua beatería... A ellos respondo: tal confianza se
basa en el amor muy especial que la Santísima Virgen ha manifestado en
relación a nuestra Patria.
La predilección de la Santísima Virgen hacia los cubanos, y la filial
devoción mariana de éstos --que se remonta a los albores del
Descubrimiento-- constituyen nuestro más inestimable tesoro. Recordemos
juntos algunos trazos de la historia de ese magnífico tesoro.
Transcurren los primeros años del 1500. Poco más de una década ha pasado
desde que Cristóbal Colón descubriera la isla, durante su primer viaje a
América. El intrépido navegante Alonso de Ojeda naufraga frente a las costas
de Cuba, y encuentra refugio en medio de ciénagas y bosques, donde es
hallado por los indios de Cueiba. A estos aborígenes, el hidalgo caballero
español obsequia una Imagen de la Virgen y, pacientemente, les va enseñando
a recitar las palabras del Ave María. Delante de la Imagen, custodiada
celosamente por el cacique de Cueiba, los indios pasan a repetir "¡Ave
María, Ave María!", angélicas palabras que también aprenderán connaturales
de otras tribus. Es así que ya a comienzos del Siglo XVI, Cuba será conocida
por los navegantes como la "Isla del Ave María".
Un siglo más tarde, en el año 1612, una encantadora escena mariana se
desarrolla en la Bahía de Nipe, al norte de la actual provincia de Oriente,
dando inicio al reinado de María --bajo la bella invocación de la Virgen de
la Caridad-- en la isla de Cuba. Al amanecer, los hermanos Rodrigo y Juan de
Hoyos, indios naturales, y Juan Moreno, un negrito criollo de 10 años de
edad, navegan en frágil canoa rumbo a una salina cercana.
Juan Moreno narra que, a cierta distancia, ven "una cosa blanca sobre la
espuma del agua". Acercándose más, exclaman: "¡Parece una niña!"; y, ya en
el lugar, "reconocieron y vieron la Imagen de Nuestra Señora la Virgen
Santísima, con un Niño Jesús en los brazos, sobre una tablita pequeña". En
dicha tablita, Rodrigo de Hoyos consigue leer unas palabras inscriptas: "Yo
Soy la Virgen de la Caridad". Moreno observa: "Siendo sus vestiduras de
ropaje, se admiraron que no estaban mojadas" (cf. "Audiencia de Santo
Domingo, Legajo 363", documento encontrado en el Archivo de Indias, en
Sevilla, por el historiador cubano Dr. Levi Marrero).
Hubo gran asombro en las autoridades y el pueblo, ante el celestial
hallazgo. La imagen será, desde entonces, ocasión de continuo aumento de la
devoción a la Virgen, con enormes beneficios espirituales para la isla. Los
milagros portentosos se suceden. Por ejemplo, es la propia Virgen de la
Caridad que escoge las lomas de El Cobre como morada. Una niña llamada
Apolonia ve a la Santísima Virgen sobre esas lomas. Los vecinos interpretan
la aparición como un deseo de la celestial Señora de que allí fuese
levantada una ermita. Pero, para mayor certeza, mandan celebrar una Misa
rogando al Espíritu Santo que los ilumine sobre cómo proceder a ese
respecto.
Por la noche, después de la Santa Misa, tres columnas de fuego señalan el
mismo lugar donde la Virgen se había aparecido a la niña Apolonia. El
prodigio se repite en las dos noches siguientes, confirmando así
milagrosamente el lugar donde será erguido el Santuario (cf. Mario Vizcaíno,
Sch.P y Manuel Rodríguez Adet, "La Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba",
SEPI, Miami, 1981). Desde esta época, la fiesta de la Virgen de la Caridad
comenzará a celebrarse el 8 de septiembre.
Dos siglos y medio más tarde, en 1851 --hace exactamente 140 años-- se abre
una nueva era de gracias que aumentarán considerablemente nuestro mayor
patrimonio y tesoro, el de las glorias de la Santísima Virgen de la Caridad.
Una corbeta con sus velas desplegadas ingresa a la bahía de Santiago de
Cuba, volviendo ágilmente su proa hacia la montaña de El Cobre. En la
cubierta, un venerable Prelado, rodeado por su séquito de religiosos y por
toda la tripulación, entona un cántico en honra de la Virgen de la Caridad,
mientras resuenan cinco cañonazos de salva en homenaje a la Reina celestial.
Es San Antonio María Claret, Apóstol de Cuba, quien llega para asumir la
Archidiócesis de Santiago, cuya jurisdicción abarca en ese entonces toda la
isla. Su primer gesto, su primera plegaria, se ha dirigido a Aquella que,
según las propias palabras del Santo, "es tenida en mucha devoción por todos
los habitantes de la Isla".
El día de la toma de posesión de la Archidiócesis, San Antonio María desea
colocar su actividad apostólica y pastoral bajo la protección de la Virgen
de la Caridad. Volviéndose el Santo hacia la Imagen esculpida en el báculo,
exclama: "La Prelada será la Virgen Santísima. Mi forma de gobierno será la
que Ella me inspire" (cf. "San Antonio María Claret: Escritos
Autobiográficos", BAC, Madrid, 2a. ed., 1981). Así, la Virgen de la Caridad,
en su gobierno espiritual de Cuba, tendrá como fervoroso apóstol a ese Santo
Arzobispo, que impulsará una verdadera resurrección moral de la
Archidiócesis.
Hoy, en un nuevo 8 de septiembre, creo oportuno evocar esas emocionantes
escenas históricas de nuestro tesoro marial. De esta forma, se reavivará
nuestra confianza de que la Santísima Virgen de la Caridad concederá a Cuba
un futuro de gloria, una época de ventura espiritual, moral y material,
triunfando sobre el presente dominio castrista. Volvámosnos a la Virgen,
sobre la cual, como afirman las filiales palabras del "Acordaos", jamás se
ha oído decir que ninguno de los que han acudido a su protección, y
reclamado su socorro, hayan sido por Ella abandonados.
La propia sangre derramada por tantos mártires cubanos de nuestros
días --esos hijos dilectos de la Santísima Virgen fusilados en el paredón
castrista, cuyas postreras y sublimes palabras fueron "¡Viva Cristo Rey!
¡Abajo el comunismo!"-- subió hasta el trono de Dios para ser semilla no
sólo de nuevos católicos, sino de una esplendorosa civilización cristiana,
completamente limpia del fango y la degradación de la hora presente.
Con la caída del dictador Castro, una larga y dolorosa batalla habrá
terminado. No se descarta que puedan comenzar otras, tal vez muy arduas.
Pues no faltarán quienes quieran empañar los nuevos horizontes de gloria,
intentando hacer pasar de contrabando algunas cizañas del antiguo régimen so
pretexto de erróneas y nefastas "síntesis vitales" e "inculturaciones"
claudicantes.
Pero por encima de las batallas presentes, y talvez de las futuras, nuestra
confianza en la Virgen deberá crecer cada vez más. Cuba, aún atravesando el
más largo y terrible Via Crucis de su Historia, puede considerarse como "la
barca de la Virgen de la Caridad" a la cual las peores tormentas no
consiguen hacer zozobrar.
Mientras la llama de la Fe católica no se extinga en la isla, mientras la
Santísima Virgen no permita que la mayor revolución atea e igualitaria de la
Historia apague en los corazones cubanos la devoción a Ella, serán posibles
las grandes resurrecciones de alma de que los pueblos son también
susceptibles. Derrotado el comunismo y producida la liberación, la barca
cubana estará en condiciones surcar nuevamente los benditos mares de la
civilización cristiana, bajo la protección de su Patrona, rumbo al nuevo
milenio.

Eugenia García Guzmán es una desterrada cubana, residente en Miami (FL)