CARNET Y PERMISO

No llamé a Gracia, no anulé la cita, soy un cocodrilo llorón y además nadie me prestó un carro, así que fui a que le dieran un enérgico lavado a la furgoneta and go!

Vamos a ver y a oír al pianista, una copia perfecta de El Puma.

No me aburro, aunque odie escuchar más de un par de canciones del mismo cantautor, incluído Roque Narvaja, y todo porque ella se deja llevar por la música y por la voz y, unido a la posición de las sillas y de la mesita, me permite explorar sin dificultad su piel casi albina, perfecta bajo una cabellera oro pálido.

Estoy decidido a escribir una historia, todavía no sé cuál, pero sé que me es esencial esta rubita andrógina que llamaré "La Rubritógina":

¡Rubritógina!: me dan ganas de reír y ella se da cuenta, aprovecha para apretarme la muñeca.

No es como yo pensaba, ella tiene un novio que se hace cincuenta kilómetros para venir a verla, eso me lo reveló justo antes de entrar, eso me tranquiliza, será una agradable aventura de una sola noche -todo incluido- que reavivará un ya de por sí feliz matrimonio (el mio).

Él se acerca por aquí los jueves y los sábados, así que a ella le quedan cuatro noches para estar en casa y una, los martes, para vagabundear.

No quiero sacar conclusiones, dejo que la situación siga su curso etcétera etcétera.

No me bebo más de dos cervecitas, los precios son de locura y sé que quiere invitar ella.

Estoy perfectamente lúcido cuando, no muy lejos de su casa, empiezo a desabotonarle la blusa.

Al principio ella se deja hacer, se queda inmóvil y me mira divertida.

Parece como complacida de premiarme por las cosas lindas que le digo, acompañando la acción; sigo que te sigo con su blusa esperando que antes del último botón suceda algo.

Y he aquí que ella, siempre silenciosa me señala el pecho, acompañando el gesto de sus índices con su irresistible mímica; si pero ¿cómo puede ella imitarme si mi camisa está escondida bajo mi pullover?

Mis seis pies me fuerzan a salir de la incomodísima trampa para quitarme el pullover; aprovecho para abrir la cremallera de los pantalones; hace un frío de muerte.

Cuando vuelvo dentro ella ya se ha librado de la blusa y de la ropa interior.

Dos tetas pequeñitas y empinadas se asoman por la abertura de la chaqueta de falsa piel que ella ahora lleva puesta del revés, con el pelo hacia adentro que la acaricia, un anticipo de los escalofríos que imagino que ella espera que le regale esta insólita alcoba.

Quitarme la camisa es complicado estando ante el volante, tenemos que cambiarnos el sitio y eso es complicado por la palanca del cambio.

Lo conseguimos, mejor o peor, con la camiseta decididamente peor, que se desgarra hasta el fondo, la usaremos como trapo.

Ella pega la espalda lo más posible contra su puerta y yo empiezo a tirar hasta que mis brazos llegan a contactar con mi puerta y falta todavía medio metro.

Trato de agarrar la tela a la altura de las rodillas pero las manos demasiado frías no consiguen el agarre.

El cristal refleja y amplifica la situación: la chica está delante de mí con las piernas abiertas, con los pies sobre mis hombros, uno a cada lado.

Este retorcimiento bloquea del todo el proceso de desvestido y entonces tengo que pasar su pie izquierdo sobre mi cabeza y para hacer eso tengo que abrir el portaobjetos de la furgoneta y meter dentro la cabeza: la mirada se me detiene en el adesivo "Papá no corras".

Ahora ella se atraviesa y mantiene su situación de por sí inestable agarrándose fuerte al volante.

Por fin consigo quitarle ese maldito tejido azul y, haciéndolo, me la enrosco de manera que ahora puedo admirar un culito espléndido envuelto en unas braguitas violeta más fácilmente quitable.

Eso se lo dejaré hacer a ella: ¿no se llama gracia?

Lo hace como una diva americana de hoy; ahora una rizada peluca rubia sonrie ante mis esfuerzos.

Me asaltan las prisas y ni siquiera ahora quiero sufrir más de la cuenta, abro la puerta y me quito fácilmente los jeans; esto transforma al interior en un habitáculo de temperatura polar.

Vuelvo a encender el motor; nos damos cuenta que al mínimo no calienta nada de nada y que no podemos acelerar sin que caigan sobre nosotros las maldiciones de las casas cercanas y sin provocar los ladridos de los perros.

Me vuelvo a poner los zapatos y me voy, estoy decidido a hacer una subida desde allí de unos pocos kilómetros que le hará escupir el alma al motor hasta que nos envuelva con su cálido sudor.

Ella vuelve a intentarse poner los jeans pero las curvas que cojo, como si estuviera conduciendo un prototipo de fórmula, no se lo permiten.

Nos quedamos así: yo sólo con los slip y ella solo con la chaqueta de piel.

Entonces intenta ponerse por lo menos las braguitas violetas y lo logra justo antes de acabar con el codo en el jodido portaobjetos haciendo caer a mi hijo.

Llegados a la cima de la cuesta ya hemos entrado en calor, ella se quita la chaqueta con la intención de ponerse la blusa, no la encuentra, en el caos bajo los asientos.

Estamos los dos en paños menores, bajo como un loco, freno principalmente con el motor, no quiero que el auto se enfrie otra vez.

Imposible para ella volverse a vestir y, por otra parte, inútil: hemos llegado a una esplanada que conozco bien.

Ahora estoy en descenso y salgo de la última curva con los neumáticos silbando como en verano y me veo frenando bruscamente para no comerme el puesto de control.

"Buenas noches, carnet de conducir y permiso de circulación, por favor... Hey Gutiérrez, ven un momento a ver a estos dos, ¿pero no tenéis frío?"

Y del portaobjetos se cae también mi mujer: "te esperamos todas las noches".

 

Bruno Giuliano 1999

Traducido por Victor Maña (Malaga España)

original en italiano:

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