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aereo

AZAFATA Y RELAMPAGOS

Mis deseos eran confirmados, el avión no era el acostumbrado enorme Boeing, sino ciertamente un pequeño turbo hélice con una capacidad máxima para veinte personas: nosotros eramos doce, podía entonces sentarme solo inmediatamente detrás de la cabina de pilotaje abierta y directamente comunicada con la zona de pasajeros.

El rumor de los motores era infernal, veía claramente a los pilotos hablar entre si pero no alcanzaba a escucharlos, tampoco me era claro como ellos podían escucharse, habito, tal vez.

La azafata er por partes iguales India y Japonesa con una parte europea por parte del abuelo materno: el Brasil dispensa abundantemente semejantes espléndidas combinaciones.

Estaba sentada justamente frente a mi y la pollera le sobresalía un poco sobre la rodilla: alternaba la mirada entre ella y los ríos de agua que se dividían en dos arriba de las alas, cada tanto éramos rodeados por un relámpago rojizo y a muchos se le rizaban los cabellos sometidos como estabamos al campo eléctrico de los rayos.

Los otros pasajeros Occidentales expresaban sin pudor y la muchacha hacia lo suyo los tranquilizaba, en cambio los lugareños continuaban por hacer sus negocios indiferentes.

En un momento la muchacha, veinticinco años como máximo, no pudo moverse de su lugar, también ella debía atarse la cintura y muchos comenzaron a rellenar las providenciales bolsitas en auxilio.

Los sacudones del avión -saltimbanqui la sorprendían no obstante su bravura de consumada equilibrista porta-vasos-que-ríe y el cinturón de seguridad le tironeaba la falda de tal manera de descubrirle las bombachitas blancas como la nieve que se encuentra a veces vueltas al final de uno de nuestros valles, esta vez delimitadas por prósperos muslos que los descriptos del Edén propiamente esto anticipaban.

No obstante no tenia mas ojos para la azafata, sabia que por veinte dias mi vista seria premiada por otras tantas estimulantes visiones, mientras semejantes rayos que se abatían a centímetros míos, no los habría vuelto a ver nunca, era repito, resurgía el insano gusto del peligro, renegrida después de meses de forzada represión e inactividad, después del enésimo incidente con la motocicleta.

Es cierto que la fortuna ayuda a los audaces y estaba por regalarme una exquisita síntesis de sexo y adrenalina.

La muchacha me pide con un gesto mi pizarra de viaje y escribe allí que no podíamos descender en Passo Fundo, la pista estaba congelada.

Era el 10 de agosto del 93 y nos encontrábamos apenas debajo del Trópico de Capricornio!

Ahora el destino era Porto Alegre; una hora se agregaba al tiempo del viaje: podía permitirme contemplar las dos manifestaciones de la naturaleza que tanto me fascinaban, entonces iniciaría un dialogo estrecho con la azafata sirviéndome de la pizarra.

Tanto para no dar en el ojo los garabatos de asistirme en la telefoneada a la firma que me esperaba, también si no me importaba mucho retardar un día para iniciar el trabajo.

Le pregunto a que altura volábamos, velocidad, etc.., y en fin, tomando coraje y sin avergonzarme de enrojecer, con el corazón que me latía fuerte le apreté las manos entre las mías.

Ella me miro sin demasiada sorpresa y me sonrío animada; se habia puesto atravesada y ninguno podía vernos completamente.

Era aun mas bella ahora que concentraba su atención perdiendo aquel aire destacado y profesional retornando aquello que era: un poco mas que una niña fascinada por el juego mas bello y antiguo del mundo: el galanteo, al diablo los rayos, la diablo la pizarra.

La desgracia agregada era que debía hablar en una lengua bastante hostil y sobre un argumento no contemplado por mi formal instructor en Italia.

La muchacha no entendió cuando le dije, los rumores continuaban ensordecedores, los rayos estallaban fragorosos y ella.... magia... acerco su cara a la mía y girándola dulcemente acercó un buen modelado lóbulo auricular, privado de los embarazosos adornos metálicos, a desflorar mi boca, mientras sus manos aumentaban la presión y me transmitían el rítmico ( estamos en la tierra del Samba) pulsar de sus sanos pulmones que empujaban fuertemente los senos contra una remera maravillosamente estrecha y a riesgo de estallarse por los puntiagudos pezones.

Mi presión interna subía hasta el punto de arriesgar la explosión de la cremallera del pantalón y del avion súbito después, la oferta no necesitaba traducción, también el mas vil de los mortales habría arriesgado la vida sin hesitar, también el mas inexperto de los cobardes habría corrido el riesgo de un seis en conducta y habría cedido, hablado declarado implorado...en aquel momento si, en aquel momento y solamente en aquel momento mi pasional pregunta explota:

Pienso que si se lo pides tu, los pilotos me harán guiar?

 

Bruno Giuliano

Traducido por Zulema Sylwan, Rosario (Argentina)


original en italiano:

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