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                             Espejismo sahariano
EL PROMETIDO y tantos años esperado referéndum sobre el Sáhara -en que se
dilucidaría si el antiguo territorio español debe de ser independiente o unirse a
Marruecos- va camino de desvanecerse como un espejismo. No se hará tampoco
este año. Quizá ni siquiera dentro de dos o tres, según sugiere el último informe de
Kofi Annan al Consejo de Seguridad. Desde 1991, cuando, tras el alto el fuego,
Naciones Unidas prometió a los saharauis una consulta sobre su futuro, el
referéndum ha ido fallando plazo tras plazo. El último escollo son las decenas de
miles de recursos al censo de la ONU sobre quién es saharaui.
Rabat apela cada uno de los nombres que la misión de la ONU considera
fraudulentos. Pero ésta es la excusa técnica. La realidad es que Rabat, la parte
fuerte del contencioso, viene imponiendo sus tesis y boicoteando una consulta que,
de acuerdo con el mandato internacional, debe hacerse con acuerdo de las partes.
Una generación de saharauis ha aprendido entretanto -25 años de exilio para más de
cien mil personas- a vivir en campamentos del sur de Argelia, teniendo por todo
horizonte las arenas del desierto. Marruecos, mediante un plan de reasentamiento
casi israelí, ha ido instalando en la ex colonia española a decenas de miles de los
suyos, convirtiendo en minoría a los saharauis.
La muerte de Hassan II no ha cambiado los designios de Rabat. El joven rey
Mohamed se abre a discutir una suerte de autonomía regional para el territorio y ha
suavizado la aproximación policiaca de su padre a través del ministro Basri. Pero
Marruecos mantiene intactos sus intereses estratégicos y no quiere que los saharauis
decidan su futuro, a menos que sea para convertirse en súbditos de la monarquía
alauita. Una situación bloqueada tiende, además, a producir adaptación; y el apoyo
de los militares argelinos al Frente Polisario es cada vez más testimonial.
La realpolitik tiene reglas que perjudican siempre al más débil. Ni EE UU ni
Francia, dos miembros permanentes del Consejo de Seguridad, van a dinamitar sus
lazos especiales con Marruecos por una causa que resulta manejable. África tiene
conflictos más acuciantes, y el Consejo no va a agitar su espada por el del Sáhara.
Incluso la propia misión de la ONU en el territorio sugiere ya la búsqueda de una
solución alternativa; así que James Baker volverá a mediar entre Rabat y el Polisario.
Lo ocurrido en Timor -rechazo sangriento de los resultados por los perdedores-
pesa como plomo sobre los poderes planetarios