LA HECHICHERA DE LOS ANDES

El grueso leño que empuñaba lo arrojó diciendo uno a uno. Los jóvenes waynas respondieron somos cinco. Y ella ya lo sé. Estaba desnuda chorreándole todavía pétalos de agua por el busto, por los muslos, por las piernas. Uno a uno y se tendió en las arenas blancas para prohijarlos como a huérfanos. Pegajosos a la sensualidad, los conocía a todos ellos, que ahora la sometían en corporación, como en un rito sagrado. Cerró los ojos y apretó los labios para no zozobrar y perderse en la ruina. Sin dolor, sin norvios, escuchando el rumor del río que se deslizaba. Warara korawa, ronda de estrellas. Cuando se irguió de un salto, con la sensación de haberse tratado de un solo acto dividido en cinco pausas, vio con los labios entreabiertos, cual cóndor a la expectativa, que felices y alborozados los waynas, aún sin doblegar sus ímpetus, intentaban reiterar el ultraje. Per ella, con agresiva dulzura, les dijo es bastante muchachos, váyanse. Y sola, frente a la laguna caudalosa, se echó a reír. Las aguas cristalinas se relamían del gusto de sentirse cerca de Coca. La primera gloria lisonjera cobijada por un cielo diáfano de pájaros azules. Su carne femenina había tomando forma de mujer. Y como si de la mansión celeste hubiese goteado, apareció una lágrima de sangre a sus pies. La contempló sin revelar ninguna emoción y se sumergió en la laguna de las aguas profundas, nubes de lez. Tamanpaya wayllara...