Jesús Lara
Yanakuna


Jesús Lara

Primera Edición: Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1975.

Glosario en apendice.

Primeras dos páginas de la novela


Primeras dos páginas de la novela
 

UN TRANSITO HUMILDE

Cuando llegó la notícia de aquel accidente, se la juzgó un tanto exagerada y no se le dio importancia. Los vecinos creyeron que se trataba de un contratiempo como cualquiera de los que a menudo ocurrían por aquellos parajes. Los caminos eran estrechos y las cuestas muy empinadasen partes; de modo que allí una eventualidad no resultabademasiado sorprendente. Era cierto que antes habían suícedido algunas desgracias. Las apachetas que se erguían enalgunos puntos daban cuenta de los que murieron desbaírrancados o asesinados. Algunos, con fracturas serias, tuvieron que ser traídos en parihuelas. Pero ahora el caso era distinto. La noticia no insinuaba siquiera que el suceso hubiese sido grave, y aun así se la consideró abultada. Los parientes y los amigos no se preocuparon de ello mayormente. La propia Sabasta, que apenas había sentido alguna inquietud, estaba del todo tranquila el día que su compañero debía volver. Los chicos menores se pasaron la tarde encaramados al techo de la choza, sin quitar los ojos de las zetas caprichosas que a lo lejos rayaban la cuesta rojiza. Por finlo descubrieron, mejor dicho, lo adivinaron en el trozo másalto del camino y se lo fueron a decir a su madre con alegres aspavientos. Poco antes de la puesta del sol, muchosvecinos lo vieron pasar junto a sus chozas, con sus tres burros cargados, un poco agobiado por el cansancio, pero sinninguna señal de malestar. Viéndolo así, tan sano, nadie pensó en dirigirle ninguna pregunta acerca del accidente. Algunos habían olvidado inclusive la noticia.

Sabasta lo recibió como de costumbre, ayudándole descargar los burros y sirviéndole la comida bajo el cobertizo, junto al fogón. Oyó de sus labios el relato del contratiempo y no encontró nada que pudiera ser motivo de preocupaciones. Sólo, sí, noto que no comía con el apetito de otras veces. También notó que tenía el semblante ligeramente alterado. Pero estos pormenores quedaron envueltos entre los quehaceres. Habla que dar agua y forraje a los burros, meter en el redil las ovejas que acababan de llegar e Wayra y ordeñar la vaca; luego, el múk'uy y el hilado de la noche. Cuán lejos estaba Sabasta de sospechar que aquel leve accidente había de ser el primero de una lenta sucesión de reveses en apariencia pasajeros, pero destinados preparar el lazo de lo irreparable.

Todos recordaban las maneras y aún las palabras con que el hombre había contado su caída en el barranco. Otros accidentados solían pintar su peripecia con tintes que terminaban por convertirlos en especie de seres extraordinarios, capaces de inspirar respeto a la muerte. Pero éste había relatado la suya sin emplear ademanes y sin preocuparse de si era o no interesante para los que le oían.

Como muchos hombres de la región y a fin de tener algo mas que comer, había llevado víveres de trueque a la estancias. Resultaba un negocio ventajoso. Contando con dos días de descanso sábado y domingo nada importaba faltar el lunes a las labores de la hacienda para tener que responder después con dos días de trabajo conforme imponía el mayordomo. En cambio se traía papa y chuño cuya venta en el pueblo dejaba un margen apetecible de utilidad aparte de los saldos de peso que quedaban para provecho de los hijos.