CRONICAS OLVIDADAS

Colecciono casos y cosas extrañas. A veces, encuentro coincidencias que me han llevado a algunos descubrimientos interesantes. Una prueba de ello son las tres crónicas que narro a continuación:

Las dos primeras llegaron a mí a través de la lectura de viejos documentos del archivo de la Biblioteca Pública General San Martín. La tercera la conocí de boca de Marú Aquinchay,. Alguna vez estuve enamorado de ella. ˇCómo no estarlo! Descendiente de una de las tribus indígenas de esta zona, Marú conserva algunos rasgos aindiados. Es delgada, alta, pelo negro, piel cetrina. Largas piernas y caderas [anche] altas. También tiene una particularidad muy singular heredada de la familia de su padre, que quizá fue lo que incentivó mi amor: todos los Aquinchay tienen en los dedos de los pies la misma movilidad y destreza que en los dedos de las manos.

Pero vamos a las historias.

En 1517, Juan Gómez del Solar, vecino rico de la población de Mendoza, sufrió un extraño accidente, cuando estaba comiendo con un grupo de soldadotes que guardaban la frontera y estando también sentadas a la mesa algunas mujeres del pueblo, en su mayoría indias. En un momento dado, cuando Don Juan Gómez del Solar atacaba una pata de cordero asada, que tenía asida con sus dos manos, saltó inopinadamente hacia atrás, con tal fuerza que, cayendo sobre unos tiestos [vaso] con plantas que se hallaban [trovavano] a sus espaldas, se golpeó la cabeza , lo que le produjo una severa conmoción, de la que nunca se pudo recuperar, quedando casi inválido y ciego por el resto de su vida.

Impresionados, los presentes no pudieron explicar qué cosa podría haber provocado el accidente. El barbero, que hacía las veces de médico, revisó concienzudamente a la víctima, especialmente revisó su boca y su laringe, por si se hubiera dado el caso de que se hubiera atragantado con un hueso. Nada halló. Le llamó la atención, sin embargo, cierto desorden de las ropas de Don Juan. El caso, por la posición social y económica de la víctima fue muy importante. En consecuencia, se convocó también al notario, (ya se sabe cuán amantes de los documentos eran los conquistadores, que de todo - o de casi todo - informaban al Virrey y luego al Rey). El notario redactó un acta , haciendo una larga narración de los hechos, y respecto del desorden de la ropa, consignó:

"Dice Maese Amelio, barbero de la zona, que la calza o calzón estaba abierto por adelante, mostrando "sus partes" y que esa es la única cosa que no estaba en orden en el cuerpo de Don Juan"...

***

La segunda historia ocurrió casi 300 años después, en 1810, y en el mismo lugar que la anterior.

Es por todos conocido que las primeras noticias de la Revolución de Mayo llegaron a estas tierras de Cuyo muchos días después del histórico día, lo que se tardaba en atravesar a caballo, los 1100 km que nos separan de Buenos Aires. La recepción de la noticia fue bastante dispar. Hubo gente que se alegró, gente que se asustó, y la mayoría, como siempre sucede, o bien no entendió la trascendencia del movimiento o pensó que eran exageraciones del chasqui [messaggero].

Entre los que se ofuscaron con la noticia estuvo un tal Miguel Sánchez de la Corna, español de pura cepa, que explotaba la finca comprada a bajo precio a los descendientes de Don Juan Gómez del Solar, y donde trabajaban unos 100 indios ... "voluntariamente", a cambio de casa, comida y evangelización ... Parece que los indios no entendían mucho de las ventajas de trabajar para Don Miguel, porque constantemente trataban de escaparse, utilizando todos los medios a su alcance. Los castigos que aplicaba a los disconformes muestran el grado de crueldad de este hombre ruin [vile].

Las indias, por su parte, lo pasaban un poco mejor, sobre todo las jóvenes. Tres de ellas, particularmente, de muy buena estampa, según rezan las crónicas del tiempo, morenas, delgadas y fuertes, le traían vaya a saber qué remembranzas de su tierra, por lo que, para ellas, Don Miguel había reservado una habitación en su casa. Allí las tres mujeres servían durante el día en tareas domésticas ...y durante la noche en tareas de alcoba.

El caso es que Don Miguel, para demostrar el desprecio que sentía por los rumores de "libertad" que circulaban de boca en boca por el pueblo, y en los que los más osados aseguraban que iban a pasar a degüello a todos los godos [spagnoli], organizó una noche una cena en su casa, a la que invitó a las más altas autoridades civiles y eclesiásticas de la Mendoza-aldea.

A la mesa se encontraban pues, los más altos dignatarios, y como le convenía adularlos, sentó también a sus tres mancebas [concubine], una junto al señor cura, otra junto al Comandante y la tercera junto a sí, para poder, de vez en cuando, cerciorase [accertarsi] tactilmente de su presencia.

Estaba mandándose una copa de buen vino casero, cuando, no se sabe por qué, el anfitrión dio un grito, puso los ojos en blanco y cayó como fulminado sobre la mesa. El vino que no había alcanzado a tragar salió de su boca formando un hilo que parecía de sangre.

Hubo confusión, gritos, corridas. Nada pudo hacerse: Don Miguel había quedado mudo y semiparalítico. Su vida, por supuesto, cambió totalmente: comenzó a depender de todos para cualquier movimiento, particularmente de las tres mujeres indias, que eran hermanas entre sí. La finca se perdió de a poco, por no tener descendientes.

La tercera historia es tan reciente y conocida, que la narraré muy resumidamente. Recordarán seguramente a Torcuato Palomares, un hombre que apareció de la nada, con una fortuna inmensa. Cuando hablaba de cómo la había logrado, le gustaba decir "que se había hecho desde abajo".

En realidad, se trataba de un hombre sin escrúpulos, que no tenía límites en su codicia. Cuando algo o alguien se oponía a sus proyectos, lo compraba o lo destruía. Así había logrado deshacerse de casi todos sus competidores.

Su último negocio le había producido una ganancia fabulosa.

Había comprado unas 100 hectáreas de terreno, incluyendo un antiguo y pequeño pueblo, cuyos habitantes eran descendientes de los aborígenes locales, para transformarlo en una zona de lujosas residencias privadas, rodeadas de parques y aisladas del resto del mundo por un muro circundante que le daría el aspecto de una fortaleza. La creciente inseguridad que se vivía y la extrema violencia social que se extendía por toda la provincia, habían otorgado a su proyecto un éxito que superó sus mejores cálculos. Antes de comenzar a construir, ya estaba prácticamente todo vendido.

Naturalmente, no le resultó fácil a Palomares obtener ese lugar, considerado sagrado por mucha gente, y de valor cultural e histórico por los locos de siempre, que se opusieron tenazmente a su proyecto.

Utilizó todos los medios para lograrlo: desde persuadir a los políticos (mediante jugosas comisiones por debajo de la mesa) para que aprobaran una ley que legitimaba el despojo, hasta el ahogo económico de los pobres pobladores, que se verían desalojados del lugar en el que habían vivido por generaciones, incluso, desde antes de la conquista y que hasta ese momento había sido respetado por todos los gobiernos. Todas las víctimas eran descendientes de una noble tribu indígena, que veneraba aquella tierra donde descansaban los huesos de sus ancestros. No tenían adónde ir. Sólo les quedaba refugiarse en el desierto de piedra, lejos de las fuentes de agua, condenados así a desaparecer en poco tiempo.

De nada valieron los reclamos, las marchas, las huelgas de hambre, ni las denuncias de las futuras víctimas. Nada trascendió al gran público porque no olvidemos que Palomares también era propietario en forma directa o indirecta de todos los medios masivos de difusión de la provincia.

Un año después de haber hecho la primera gestión, podía festejar como si el proyecto ya estuviera terminado.

Palomares tenía solamente una debilidad: egolatría, resabio quizá de una infancia de pobreza y marginación. Por eso preparó cuidadosamente su propia apoteosis para la noche del 23 de agosto, en una cena de gala, a la que invitó a todas las personalidades del momento: gobernadores, dignatarios de la iglesia, diputados y senadores, jueces, embajadores, y a los miembros de las familias más aristocráticas que habían adquirido ya sus terrenos en la futura ciudad-fortaleza.

Los momentos más importantes de la cena se transmitirían por el único canal de televisión, a toda la provincia, por lo que también se había previsto una puesta en escena apropiada y dos cámaras que enfocaban a Palomares en todo momento, captando sus mínimos gestos de triunfador.

Todo estaba dispuesto según él lo había ordenado, salvo un único detalle que advirtió al llegar: las mesas eran muy pequeñas, sólo para seis personas. Pero ya no había tiempo para corregir el imperdonable error. Más tarde, el responsable sabría de su furia.

Comenzó la cena. Palomares estaba sentado entre el Arzobispo y la esposa de un embajador, no sé si de Inglaterra o de Francia.

Las tres personas restantes eran el propio embajador, el gobernador de una provincia vecina, muy ligado a los negocios de Palomares y una mujer que no conocía y que supuso, sería la nueva "amiga" del gobernador, célebre por su agitada vida sentimental. De ella no podría decirse que era bella, sino exótica: los ojos levemente oblicuos, le daban a la mirada un toque misterioso; la piel cetrina y los cabellos renegridos, peinados en un rodete alto que hacía pensar en la corona de una reina. La mujer llevaba, como única joya, una medalla bastante extraña, no muy valiosa, de plata, pero que parecía muy antigua, pendiendo de un cordel negro. Estaba vestida de blanco, lo que hacía resaltar más su piel oscura. Había quedado sentada frente a él y parecía muy interesada en la conversación que mantenía con el gobernador y con el embajador . Sin embargo, en un momento, le dedicó una rápida pero cálida y prometedora mirada, que Palomares registró mecánicamente.

La cena comenzó a las 22 en punto, como lo había indicado con toda precisión. Una música suave, proveniente de un cuarteto de cuerdas instalado convenientemente, envolvía el salón. Palomares sentía que estaba en la cumbre de la gloria. Sabía que en cada mesa el tema de conversación era él. Y que todos estarían de acuerdo en que era el hombre de mayor éxito e inteligencia, que había sido capaz de fundar un imperio con el único auxilio de su voluntad. Le parecía estar ya leyendo las crónicas del día siguiente. Incluso, no sería nada raro que alguien quisiera hacer una película con su historia.

De pronto, sintió un suave contacto de algo con su pie izquierdo. No le dio importancia. El contacto se hizo cada vez más intenso, y comenzó a subir por su pierna. La sensación era enormemente placentera. El Arzobispo, en ese mismo momento, le sugería muy diplomáticamente, ciertas mejoras en las condiciones de trabajo en una de las fábricas de Palomares, particularmente en cuanto a la duración de la jornada laboral y la situación de inseguridad de los operarios. Trató de prestarle atención, pero la voz del prelado se diluía en su cabeza. Palomares sonreía, asintiendo. El obispo subió la apuesta, introduciendo otros tópicos como segunda línea de exigencias, al ver que Palomares asentía complacido.

Lo-que-fuera ahora estaba llegando a la entrepierna [inforcatura dei pantaloni, coglioni]. Palomares sacudió la cabeza, para reaccionar. Lo logró. Por unos instantes no volvió a sentir nada. Permanecía atento a las frases del dignatario eclesiástico pero, en otro nivel de conciencia, se preguntaba qué pasaba. La esposa del embajador tocó suavemente su brazo, reclamando atención. Se volvió a ella, sonriéndole. La mujer comenzó a explicarle que uno de los agregados de su embajada tenía algunas dudas que deseaba que Palomares le aclarara. También añadió que su gobierno vería con buenos ojos que .. en ese instante, el contacto comenzó de nuevo. Palomares se movió un poco en la silla, tratando de alejarse de Lo-que-fuera. No lo logró. Una sensación plácida lo invadía. Escuchaba como entre nubes a la esposa del embajador.

Lo-que-fuera tanteó sus pantalones con infinita delicadeza y lentitud y se estacionó cerca de la hebilla [fibbia] del cinturón. Palomares sintió horrorizado que el cinturón era desabrochado .. y también el pantalón. Era inevitable: Lo-que-fuera bajó un poco el cierre. Palomares comenzó a transpirar. Los pelos de su nuca se erizaron. La esposa del embajador continuaba con su pequeño discurso. Él trataba de entender lo que decía, mientras pensaba, al mismo tiempo, que si se levantaba de la silla, quedaría en vergüenza, que era impropio separar la silla y mirar qué sucedía...y que era maravilloso lo que estaba sintiendo. Paseó la mirada por la mesa.

La mujer extraña que estaba frente a él seguía hablando animadamente con el gobernador y el embajador, pero captó la mirada de Palomares y volviéndose, le dedicó una preciosa sonrisa, que él vio entre brumas de placer.

Lo-que-fuera había logrado su objetivo: se había instalado dentro de su pantalón, entre la piel y la ropa interior, y lo acariciaba delicadamente. Lo-que-fuera era suave tibio, sedoso y a pesar de que se movía con enorme lentitud, trasmitía vitalidad. Palomares no podía adivinar qué cosa era. Nunca en su vida había sentido tanto placer, sostenido por tanto tiempo. Lo-que-fuera se empequeñecía y se aplicaba a un solo punto de su anatomía, precisamente el más sensible, o se estiraba increíblemente, hasta abarcar todo el entorno, como una boca gigantesca que lo tragara en un instante.

Palomares transpiraba abundantemente. Comenzó a sentir un zumbido [ronzio] dentro suyo, premonitorio del final. Pero no podía abandonarse. Debía superar el instante, pensar en otra cosa. No era posible que esto le estuviera pasando a él y justamente en esta noche de gloria .. Por un momento volvió a la realidad, y sonrió a una cámara que le hacía un primer plano. Desde el pequeño estrado preparado especialmente, alguien comenzaba a decir un discurso. Todos callaron.

"Y estamos aquí para sumarnos – decía – a esta verdadera epopeya empresaria, y debemos agradecer" ....

Lo-que-fuera arremetió [affrontare] con mayor empeño en su tarea. Palomares no podía sustraerse a su contacto delicioso. Sentía que se deslizaba por una pendiente .. pero ahora - pensaba vagamente - están ocupados con el discurso y yo puedo ..

"no son sólo aplausos lo que hemos venido a dar esta noche – seguía la voz por el micrófono - sino ..

Lo-que-fuera, en una larga caricia, le dio a Palomares la más bella sensación de su vida, como nunca había sentido, y él se dejó ir, delirante de placer, justo en el momento en que era requerido para dirigir la palabra al público, y todos, aplaudiendo, se volvían hacia él, mientras las dos cámaras le hacían un primerísimo plano. Trató de reaccionar, haciendo un enorme esfuerzo. En ese preciso instante, una arteria de su cerebro literalmente explotó. El hombre cayó sobre la mesa, casi inconsciente, con medio cuerpo paralizado, perdida para siempre la razón.

Se produjo entonces una enorme confusión: todos hablaban a la vez, y querían auxiliarlo. Cuando pudieron retirarlo de la mesa, nadie pudo explicar el desorden de su ropa.

Nadie, excepto mi amiga, Marú Aquinchay, que vestida sencillamente de blanco, y llevando como única joya la insignia de su familia, colgando de su cuello, se levantó y abandonó el salón rápidamente. Al salir, se volvió para ver la escena. Imaginó que desde el fondo mismo de la historia, las mujeres de su familia, que habían conservado y trasmitido aquél arte singular, la saludaban satisfechas. Sonrió. Sus antepasados podrían seguir descansando en paz en la tierra que los vio nacer. Y la tierra vería nacer aún a todos los descendientes de la tribu.

Se había hecho justicia.

Stella Maris



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