AUTOPISTA

Nunca me he visto a mi misma como una chica blandengue, como una de esas niñatas que no saben atarse los zapatos sin que venga un hombre a hacerle el nudo de los cordones.
Es por esto que cuando me di cuenta que circulaba con una rueda pinchada, me maldije cien veces por no haber pensado antes en que me pudiera pasar a mí.
Puse el intermitente, aminoré la velocidad y paré el coche en el arcén de la autopista.
Comprobé que tenia el móvil descargado y me prometí no volver a abusar de mis conversaciones telefónicas. A primera vista no se veía ningún poste de teléfono de emergencia.
Con resignación empecé a hacerme a la idea de tener que cambiar la rueda por mis propios medios. ¡Y yo que llevaba puesta una falda cortita, imposible para cualquier tipo de trabajo!
Busqué el manual de instrucciones en la guantera, entre los mapas, los restos de chocolate, los pintalabios y las multas impagadas, con escaso éxito. ¡Ni siquiera sabía donde estaba la rueda de recambio!
Bajé del coche, vi el destrozo causante de mi parada y, con cara de fastidio, me dirigí al portaequipajes.
Hacía calor, a pesar de las nubes espesas que habían empezado a formarse; era un día del mes de agosto de esos en que las tormentas llegan sin avisar. Decidí que debía darme prisa si no quería mojarme.
Vaciar el portaequipajes, abrir el doble fondo, encontrar la rueda, destornillarla y llevarla hasta el lado del coche, me había dejado sudorosa y, lo que es peor, había ensuciado la blusa blanca que llevaba. Además, dos manchas delatoras de humedad asomaban por debajo de mis brazos. ¡Pensé que nada podía ir peor!
Hasta que empezó a llover.
No se si sería por mi expresión de tristeza o por lo agobiante de la situación, pero lo cierto es que aquel deportivo rojo frenó a pocos metros de donde yo estaba. En aquel momento me olvidé de mis ideas de mujer autosuficiente y di gracias al cielo por enviarme la caballería.
El chico era alto y rubio, del tipo que esperas ver bajar de un coche rojo; sus ojos claros me miraron con interés cuando se ofreció a cambiarme la rueda. Sonreí como pude por debajo de mi melena mojada.
Con pocos titubeos, sacó el gato y empezó a colocarlo debajo del chásis. Traté de ayudarle, mojada como estaba, comprobando que el chico empezaba a sudar, con ese olor que es una mezcla penetrante y embriagadora, sin resultar repulsiva. Creo que me leyó el pensamiento, porque en ese momento giró su cabeza y me miró a los ojos a un palmo escaso.
Noté como mis pezones resaltaban espontáneamente a través de mi empapada blusa blanca y al rubio se le resbalaron los ojos hacia ellos. Me ruboricé, con una mezcla de pudor y deseo, nuestras bocas entreabiertas vacilaron un instante, antes de fundirse en un beso, con el agua de lluvia corriendo por nuestras caras.
Aquel abrazo llegó como una liberación para mí. Después de tantos infortunios me vi con la oportunidad de desquitarme del destino, y la aproveché. Tomé la iniciativa.
Succioné su lengua con pasión mientras sus manos recorrian mis pechos, olvidando los restos de mi blusa por el camino. Debajo del polo claro, que voló en un suspiro, el chico presentaba un torso esbelto, delicado.
Mordisqueando su cuello, empecé a desabrocharle los pantalones de pinzas cuando él arrancó mi falda, llevándose de paso mis braguitas y dejando al descubierto mis muslos, firmes y suaves.
Empezó a caer una auténtica tromba de agua, mientras nos comíamos literalmente el uno al otro. Me senté en el suelo agarrando su miembro por entre el slip, meneándoselo y metiéndomelo en la boca. Su sabor intenso se vió apagado ante la cantidad de agua que lo acompañó.
Sentí como su mano se aferraba a mi nuca, pero yo separé la boca del pene erecto y me recosté contra el suelo. El firme de la autopista era muy desagradable, con la gravilla y la tierra, y busqué la rueda de recambio para estirar mi espalda.
La encontré justo a tiempo, cuando el rubio se me abalanzaba encima. Perdió los papeles y empezó a revolcarse encima mío, magreándome los pechos y frotando su polla contra mi coño, violéntamente.
La catarata de agua que caía dificultaba que nos vieran desde los coches que pasaban, pero algunos de ellos tocaban los cláxons. Mientras, mi apuesto benefactor mordisqueaba mis pezones tumefactos; presa del dolor, tuve que apartarle la cara.
Intentaba meterme el miembro, pero tenía serios problemas con el agua. Al fin encontró el camino y mi coño lo acogió con ganas.
¡Aquella penetración me dolió! El agua había limpiado todo rastro de lubricante y a cada empujón de mi compañero, sentía como las paredes de mi vagina enrojecían. Por la expresión de su cara, él tampoco lo estaba pasando muy bien, y pensar que la piel de su polla estaría también siendo objeto del castigo me sedujo y me excitó más aún.
Empezó a correrse muy pronto, y a mí aún me faltaba tiempo para llegar. Cuando terminó, se desplomó encima mío y tuve que agarrarlo por el culo y frotarme contra él para poder llegar al orgasmo.
Al fin. Dejé de sentir la rueda debajo mío, el rubio medio balbuceante, mi roja vagina y la ducha espesa que me ahogaba encima, y me sumergí en una corrida violenta. Mis piernas empezaron a temblar mientras mi cara se desfiguraba en una mueca de placer y dolor a partes iguales. Sentí como mi cuerpo se tensaba deseando que este momento no terminara jamás... Y como llegó, se fue.
Me quedé inmóvil, recostada sobre la rueda, dejando que la lluvia resbalara por mi desnudo cuerpo y calmara mi maltrecho coño.
Vi con desinterés como mi amante tropezaba de un lado para otro, intentando recoger los restos de su ropa. Finalmente se paró, me dirigió la mirada farfollando algunas palabras que no entendí, y se dirigió hacia su coche.
Aún pasó un buen rato antes de que me diera cuenta que estaba dejando de llover y mi amante ocasional me había dejado con la rueda por cambiar. Pero esto no debía preocuparme, ya que una grúa estaba aparcando delante de mi coche.
Me miré tranquilamente mis pezones, aún doloridos, pensando en que historia inventaría para que el mecánico viera como algo natural el encontrarme desnuda, chorreando y con la rueda de recambio sirviéndome de cojín.

por Rosa Rojo

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