Néstor Taboada Terán
Manchay Puytu
El amor que quiso ocultar Dios


1995 Néstor Taboada Terán
         
Registro de Propiedad Intelectual D.L. N° 2-1-274-95

Primera Edición: Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1977.
Secunda Edición: Editorial Los Amigos del Libro, Cochabamba - La Paz, 1981.
Tercera Edición: Editorial Los Amigos del Libro, Cochabamba - La Paz, 1988.
Cuarta Edición: Editorial Milán, Cochabamba, 1995.
Quinta Edición: Ediciones El Pájaro de Fuego, Cochabamba - La Paz, 1998.

236 páginas

Primeras dos páginas de la novela
Resumén
Ensayos


Primeras dos páginas de la novela
 

PREAMBULO

A los extraños sucesos y desgracias de una leyenda de amor que, pese a los siglos de difusión prohibida, la mano del tiempo no ha enterrado en la sepultura del olvido.

Ñaparruna se abrió paso entre las trescientas sesenta indígenas aglomeradas como un conjunto de llamas. Niñas impúberes, adolescentes candorosas y mujeres maduras, embarazadas algunas y otras con niños de pecho - peludos de piel aceitunada - que sorbían voraces los pezones erectos. Silenciosas todas, implacablemente mustias. Rostros sin sonrisas. Indias qöyas sin apego a la vida ni a la muerte. Entornó los ojos y traspuso los umbrales sin obstáculo alguno. Hombre antiguo, testigo de los tiempos, nacido en el año primero de la Creación por obra y gracia de Qhon Tijsi Wiraqocha, se había disfrazado de noble y próspero encomendero catalán, con vestidos elegantes, sombrero de rico cintillo y polvos de arroz en el rostro para presenciar el acto de lectura de la sentencia del Tribunal Ordinario del Santo Oficio de la Inquisición a un caballero español de muy particulares regocijos. Taskijiwíqay, depredador de doncellas. Ocupó una de las sillas cercanas a la salida. Repleto de público ávido, el sagrado recinto se hallaba ocupado por andaluces, extremeños, castellanos, vascos, gallegos y portogueses, quienes gozaban el privilegio de ver sin ser vistos. Presentes se encontrban los Ilustres Oidores de la Real Audiencia y miembros del Cabildo y Corregimiento. Ocupaban el Altar Mayor, al lado del estandarte de terciopelo negro, flecos de oro y Cruz Verde, cinco sacerdotes de la lata jerarquía, vestidos con la indumentaria oficial de San Pedro Mártir con veneras en forma de cinta negra colgada al cuello, de la cual pendía una medalla de plata dorada. Solemnes, fastuosos, mayestáticos. Enemigos jurados de alquimistas, bígamos, excomulgados, protestantes, moriscos, luteranos, judíos, hechiceros, adivinadores, invocadores del demonio, blasfemos heréticos y astrólogos, cuidaban el comportamiento de los habitantes - incluso mestizos - en la ortodoxia católica. Cuando hizo su aparicón el empedernido hidalgo de tantos donaires y malicia, auxiliado por religiosos, se elevó un murmullo de expectación. La temible seducción del conquistador español. Todos trataban de retratar por siempre en sus retinas aquella pintoresca y estrafalaria figura del hombre que se había entregado a la lujuria llameante de la sexualidad masculina. Alto, demacrado, seco, por su desgastador oficio, sin edad precisa. ¿Qué es lo que atrae a las indias hacia él? Al ocupar la silla asignada miró de soslayo al público ansioso, quién sabe si buscando algún rostro amigo. Leyó la inscipción del estandarte Exurge Domine et judica tuam, Álzate oh Dios y vuelve por tu causa, y temblaron sus rodillas. En el gentío ne encontró a nadie y sus pupilas se apagaron lentamente en un gesto de dsdén. Pródigo distribuidor de cariños y venturas, ahora se sentía abandonado hasta por sus sueños más íntimos. Iniciada la sesión, el Alguacil Mayor - que llevaba la vara del Santo Oficio - encareció al Comisario Eclesiástico dar lectura al dictamen. El reo fue obligado escuchar de pie la palabra del alto funcionario. Nos, los Inquisidores, contra la herética pravedad y apostasía en los reinos del Perú, comenzó con voz sonora posesionado del púlpito. SIn perder una sílaba el auditorio seguía la saga magistral del documento. Violador convicto y confeso de mujeres aborígenes, solteras, casadas, viudas, habían ascendido a trescientas sesenta sus víctimas. Por tanto os hacemos saber que, para mayor acercamiento de la Fe, conviene separar la mala semilla de la buena y evitar todo deservicio a Nuestro Señor...
 


Resumén

Por su fuerza tremendamente evocadora, por su trágica belleza de la historia narrada, este relato del escritor boliviano Néstor Taboada Terán es una obra decisiva en la Literatura Hispanoamericana actual. A manera de una crónica, con un lenguaje que reúne el esplendor de un testimonio arcaico y la vehemencia de quien transmite algo inmediatamente vivido, este libro resucita la desmesura de una leyenda amorosa: "Los extraños sucesos y desgracias de una leyenda sentimental que, pese a los siglos de difusión prohibida, la mano del tiempo no ha enterrado en la sepultura del olvido". Es la historia de una india que no pudo soportar la ausencia de su amante, y del fraile Antonio de la Asunción, que exhuma el cadáver de su amada, trata de volverla a la vida, busca emisarios que la hagan regresar del otro mundo, construye con un hueso de esos restos que idolatra una flauta para expresar las angustias de su esperanza: el Manchay Puytu, una melodía [yaraví] imperecedera en la que resuena el desconsuelo secular de una raza consubstanciada con el culto de la muerte.

"Esta suerte de echos era para mí un desafío," dice Taboada Terán: "encarar el tema que a través de los siglos estaba devorando los sueños". Ha dicho André Malraux: "Hablar de la muerte es una de las maneras más razonables de hablar del sentido de la vida".

Historia, mito, fantasía, se unen en esta novela de excelente factura que ubica a Néstor Taboada Terán entre los buenos escritores del Cono Sur de nuestro Continente.

Nota de la primera edición. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, septiembre de 1977.


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