1.    Introducción

Ciertamente ni los queridos lectores ni yo enfrentamos la peste negra del siglo xiv (la plaga más devastadora en la historia de la humanidad, responsable de la muerte de más de la mitad de la población europea), ni la gripe española (así denominada porque los países participantes en la Primera Guerra Mundial ocultaban sus datos, mientras que España como país neutral sí los facilitaba), ni tampoco las sucesivas epidemias del cólera en los pasados siglos xix y xx (desde la primera en Asia hasta la última en Indonesia, pasando por América, Europa y África); pero nos ha tocado ser testigos partícipes de la actual y terrible pandemia de la COVID-19 en este siglo xxi y que, a fecha de hoy, ya ha provocado dos millones de fallecidos.

     Es una situación dramática que resulta desconocida y provocadora de importantes cambios en la vida cotidiana. Ha generado una crisis económica cuyas consecuencias se comprobarán en los próximos meses y −para nuestra desgracia− años. Pero no sólo es la economía, en el aspecto más antropológico nos hemos visto obligados a cambiar costumbres milenarias, abandonando formas de saludo tan universales y arraigadas como estrechar la mano o dar besos. Nuestra vida social se ha visto limitada −cuando no anulada− al confinarnos en los hogares e impedirnos el contacto cercano tan propio de los pueblos mediterráneos. Ha separado familias y, lo que resulta aún mucho más triste, ha impedido acompañar y despedir a seres queridos en el transcendente momento del fallecimiento.

Como psiquiatra psicoterapeuta debía actuar en dos frentes que parecen contraponerse: evitar el contagio de la epidemia y mantener el trabajo psicoterapéutico. Sí, la pandemia del coronavirus ha cambiado de nuestras vidas y el ejercicio de la Psicoterapia no ha sido la excepción.  

A continuación, reseñaré a vuelapluma cómo se ha visto afectada mi práctica psicoterapéutica por las actuales circunstancias sanitarias. En un primer apartado se resumen los inconvenientes acontecidos para, en segundo lugar, centrarnos en las ventajas sobrevenidas.

2.     Inconvenientes y desventajas

Cualquier situación desconocida provoca al inicio cierta inseguridad y precisa una adaptación, pues implica la pérdida de rutinas anteriores previamente asimiladas. Es decir, se disminuye el uso de circuitos cerebrales ya establecidos y de eficacia contrastada, obligando a discernir de nuevo para cada caso qué es lo que más interesa. Esto exige un intenso empleo del lóbulo frontal buscando una nueva actuación más acorde con las circunstancias concurrentes y genera, de manera inevitable, un mayor esfuerzo y desgaste.   

Esta ruptura de la normalidad vino acompañada, además, por un cambio en la considerada hasta entonces condición sine qua non para mi trabajo cotidiano: la pérdida de la relación personal directa con el paciente. Incluso en los casos en que podían acudir al consultorio se mantuvo la imposibilidad del contacto personal en el saludo y la despedida. Se produjeron igualmente cambios en la proxémica: aumento de la distancia interpersonal, uso de mascarillas o pantallas que al esconder los gestos faciales dificultan la comunicación no verbal, rituales de limpieza que distraen la normalidad de la entrevista…

La teleconsulta suponía un cambio considerable de las reglas imperantes hasta entonces en el juego relacional de la psicoterapia. Algunos pacientes rehusaron esta posibilidad, aunque en mi experiencia el porcentaje apenas rondaría el 1-2%. La inmensa mayoría lo aceptó, si bien a regañadientes. La situación sanitaria provocaba con frecuencia un aumento de la ansiedad verbalizada, ciertas expresiones de angustia somatizada, sentimiento de desesperanza, reconocimiento de miedos anticipatorios…

En definitiva, nos enfrentábamos a todo lo que conlleva una situación desconocida de amenaza y estrés, un “miedo social” que enmascaraba aquellos problemas que habían traído al paciente a la psicoterapia.

3.    OPORTUNIDADES Y VENTAJAS 

La veteranía como psicoterapeuta y la práctica consolidada por años de consulta se demostraba insuficiente ante lo imprevisto de la situación; era necesario innovar hábitos y emplear rutinariamente Tecnología de la Información y la Comunicación (T.I.C.) tan propia del siglo xxi. Toda una transformación del trabajo cotidiano. Pero sabemos que de todos los seres vivos somos los humanos quienes mejor se adaptan a los cambios, lo que explica por qué somos los únicos que medramos en cualquier lugar de nuestro planeta, desde el desierto más ardiente al más gélido de los polos terrestres. Había que poner en juego nuestra capacidad de adaptación.

El desconocido “hábitat” exigía el uso de la T.I.C., ya utilizada en mi practica terapéutica para sólo para pacientes que −por trabajo u otras circunstancias personales− se habían trasladado a otras ciudades de España o al extranjero. Y una cosa es realizar excepcionalmente alguna sesión por entrevista telemática y otra muy distinta es hacerlo de forma habitual, o incluso plantear el inicio de una psicoterapia a distancia sin conocer personalmente al paciente.

Transcurrido ya casi un año desde el inicio de la pandemia puedo comentar cosas positivas que, para mi sorpresa, me he encontrado en el curso de esta experiencia.

Sí me ha sido posible iniciar una psicoterapia sin conocer en persona al paciente. Es cierto que en algunos momentos se perdía la intimidad que hubiéramos tenido en el consultorio, pues se producían interferencias esperables como interrupciones en la sesión por intromisión de otras personas, cortes en la conexión de la llamada, peor percepción de la expresión corporal al centrar la videollamada solo la imagen de la cara, etc. Pero todo ello no impidió alcanzar la ansiada alianza terapéutica y la confianza necesaria para el desarrollo de la terapia.

Y si hacemos referencia a pacientes que se encontraban previamente en tratamiento también se han producido algunos eventos que, cuando menos, han llamado mi atención. A continuación, señalo los cinco que me parecen más representativos.

1)    He observado que al contrario de lo que yo temía al perder el contacto directo, el paciente al encontrarse relajado en su ambiente, no solo se mantiene el sentimiento de confianza, sino que aumenta, propiciando la expresión de aquello que anteriormente guardaba sólo para sí mismo.

Empleando un símil deportivo, es como cuando un equipo de fútbol “juega en casa”: como no necesita reservar tiempo para desplazarse físicamente, precisa menos “preparación”, pueden ocuparse en otras tareas hasta el minuto previo a la cita y la comienzan de forma inmediata, sin que tenga el espacio de la sala de espera para recomponerse. Pero como se siente descansado, cómodo y seguro, actúa de forma mucho más improvisada y espontánea.

2)    Abundando en este tema, ha habido casos en los que un paciente tratado durante años en la consulta ha comentado algo que hasta entonces “no había recordado”. Mi interpretación del hecho es que la situación referida de “estar en casa”, sin tener que “guardar la imagen”, sintiéndose cómodo (a veces hablan desde la cama y en oscuridad total) se olvida del aspecto social de la terapia y la situación remeda el diálogo interno que tiene consigo mismo, por lo que se favorece la apertura y sinceridad en la expresión de sus conflictos.

3)    A este respecto también he constatado diferencias según el tipo de tecnología empleada. En mi experiencia particular las entrevistas a distancia por videollamada han sido mayoría, pero con excepciones. A veces por mala cobertura, dificultades técnicas o, simplemente, por preferencia del paciente, la cita se llevó a cabo mediante llamada telefónica convencional. Y recuerdo como un paciente, con cierta dosis de humor, expresaba las ventajas de esta última: “Me resulta más fácil hablar de cosas íntimas en pijama y en mi sofá”.

Parece sorprendente, pero nos ha ocurrido como a Charlton Heston en aquella película de “El planeta de los simios”, ansiaba regresar a la Tierra sin darse cuenta de que ya estaba en ella porque allí era donde había aterrizado. Después de que el Psicoanálisis haya perseguido desde su inicio la búsqueda de una posición neutral del terapeuta, parece que ésta nos ha sobrevenido impuesta por circunstancias inesperadas.

4)    Pero al mismo tiempo, ese estado de “pseudoensimismamiento” (encontrarse solo, sin distracciones y percibiendo al terapeuta como “una voz”) favorece la idealización de la figura del psicoterapeuta, pues cuanto menos se le percibe externamente más fácil resulta investirlo de aquellas cualidades que el paciente desea encontrar en él.

Como los avisados lectores se habrán dado cuenta, la anteriormente descrita es la situación ideal para favorecer el “enamoramiento”, pues no hay nada externo que contradiga la idea que el paciente quiere hacerse del terapeuta, por lo que deberemos estar atentos para evitar posibles rupturas de encuadre y transferencias excesivas y no deseadas.

5)     Y ya, para finalizar este apartado, justo es reconocer que las teleconsultas también resultan cómodas para el terapeuta y suponen un ahorro de tiempo, pudiendo realizar la entrevista hasta en el propio domicilio, aunque sin estar en pijama.

4.    CONCLUSIÓN

Como es conocido, las situaciones de crisis son oportunidades de crecimiento. Ante una situación terrible que parecía impedir nuestra labor terapéutica, hemos descubierto unas ventajas gratamente sorprendentes: nos hemos hecho expertos en el uso de la tecnología del siglo XXI, tratamos pacientes que en otros tiempos se hubieran visto privados de la ayuda psicoterapéutica, hemos descubierto que se puede favorecer la apertura del paciente con la T.I.C., que ésta puede colocarnos en una posición más neutral…

Pero, aunque la teleconsulta ha venido para quedarse, la realidad resulta ser mucho más compleja. No podemos olvidar que la cercanía, la calidez y la intimidad son básicas para una correcta y eficaz relación médico-paciente. El propio Steve Jobs, creador de Apple, no era partidario del teletrabajo pues consideraba que, al disminuir el contacto humano, empeora la calidad de las relaciones, la persona pierde creatividad y, consecuentemente, se empobrece.

  Por resumir finalmente nuestra opinión sobre el tema:

−     Entre ausencia de terapia y teleconsulta, mejor teleconsulta.

−     Entre teleconsulta y consulta presencial, mejor consulta presencial.

Es decir, a la nueva teleconsulta le sucederá lo mismo que ha ocurrido a lo largo de la historia de la Psicoterapia con cualquier otro recurso tecnológico llámese pluma, bolígrafo, máquina de escribir o nuestro actual y querido ordenador. Tras la pandemia la teleconsulta se utilizará con más frecuencia que antes, pues se le ha perdido el recelo, se ha visto su utilidad para aquellos casos en los que alguna circunstancia la haga conveniente y, ciertamente, algunos terapeutas estamos mucho más duchos en su empleo, pero nunca sustituirá por completo al contacto directo y presencial con el paciente.

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