Last updated: 9, August, 2007 

     THALASSA. Portolano of Psychoanalysis

 

 

TEXTS ON LINE:

"De quoi témoignent les mains des survivants? De l'anéantissement des vivants, de l'affirmation de la vie" de Janine Altounian

"Adriatico" di Predrag Matvejevic

"Mon Adriatique" de Predrag Matvejevic

"Les cachés de la folie" de J.-P. Verot  

  "La difficoltà di dire io. L'esperienza del diario nel conflitto inter-jugoslavo di fine Novecento" di Nicole Janigro (source: "Frenis Zero" web site)

 

"Civilization, Man-Made Disaster and Collective Memory" by W. Bohleber (A.S.S.E.Psi. web site)

  "I Balcani" di Predrag Matvejevic (sito "Frenis Zero")

  "La Shoah e la distruttività umana" di A. A. Semi (sito web A.S.S.E.Psi. )

"Breve storia della psicoanalisi in Italia" di Cotardo Calligaris (source: A.S.S.E.Psi. web site)

"The Meaning of Medication in Psychoanalysis" by Salomon Resnik (source: A.S.S.E.Psi. web site)

"Note sulla storia italiana dell'analisi laica" di Giancarlo Gramaglia (source: "Frenis Zero" web site)

 

Austria/Hungary
Balkans

* Serbia (History of Psychoanalysis in)
Eastern Europe
EU
France
Germany
Greece/Malta
Italy
Spain/Portugal
Switzerland
Turkey, Armenia and Caucasian Rep.
Vatican

Tatiana Rosenthal and Russian Psychoanalysis

 History of Russian Psychoanalysis by Larissa Sazanovitch

- Israel/Palestine

- Syria

 - Jordan

- Lebanon

- Egypt 

-Morocco

 -Tunisia

- Algeria

- Libya

 

Questo testo è tratto dal discorso pronunciato da J.-P. Vernant (morto il 9.01.2007) nel 1999, in occasione del 50° anniversario del Consiglio d'Europa, e che è inscritto sul ponte che collega Strasburgo a Kehl:

<<Passare un ponte, traversare un fiume, varcare una frontiera, è lasciare lo spazio intimo e familiare ove si è a casa propria per penetrare in un orizzonte differente, uno spazio estraneo, incognito, ove si rischia - confrontati a ciò che è altro - di scoprirsi senza "luogo proprio", senza identità. Polarità dunque dello spazio umano, fatto di un dentro e di un fuori. Questo "dentro" rassicurante, turrito, stabile, e questo "fuori" inquietante, aperto, mobile, i Greci antichi hanno espresso sotto la forma di una coppia di divinità unite e opposte: Hestia e Hermes. Hestia è la dea del focolare, nel cuore della casa. Tanto Hestia è sedentaria, vigilante sugli esseri umani e le ricchezze che protegge, altrettanto Hermes è nomade, vagabondo: passa incessantemente da un luogo all'altro, incurante delle frontiere, delle chiusure, delle barriere. Maestro degli scambi, dei contatti, è il dio delle strade ove guida il viaggiatore, quanto Hestia mette al riparo tesori nei segreti penetrali delle case.  Divinità che si oppongono, certo, e che pure sono indissociabili. E' infatti all'altare della dea, nel cuore delle dimore private e degli edifici pubblici che sono, secondo il rito, accolti, nutriti, ospitati gli stranieri venuti di lontano. Perché ci sia veramente un "dentro", bisogna che possa aprirsi su un "fuori", per accoglierlo in sé. Così ogni individuo umano deve assumere la parte di Hestia e la parte di Hermes. Tra le rive del Medesimo e dell'Altro, l'uomo è un ponte>>.

 


 

 


Diccionario de Psicoanàlisis

B-C

                                                                          


Babinski Joseph
(1857-1932). Médico y neurólogo francés
Babinski Joseph (1857-1932). Médico y neurólogo francés
Babinski Joseph
(1857-1932) Médico y neurólogo francés
fuente(1) 
Nacido en París en una familia de inmigrantes polacos católicos, Joseph Babinski fue el discípulo
preferido de Jean Martin Charcot. En el célebre cuadro de André Brouillet (1857-1920) titulado
Una lección clínica en la Salpêtrière, se lo ve a la izquierda del maestro, en una sesión de
hipnotismo, sosteniendo a una mujer histérica (Blanche Wittmann) sumergida en el sueño. En
1901, ocho años después de la muerte de Charcot, revisó la definición que este último había
dado de la histeria, y la denominó pitiatismo, M griego peithos (persuasión) y iatos (curable). Este
desmembramiento, que sobre todo anulaba la etiología sexual construida por Sigmund Freud Y
reavivaba el debate sobre la simulación, era en realidad consecuencia de la decisión de Babinski
de emprender el camino de la fundación de la neurología moderna.
En efecto, para delimitar con precisión el dominio de una semiología lesional, había que dinamitar
la enseñanza de Charcot, amputándola de sus investigaciones sobre la histeria, y dejando de tal
modo en manos de los psiquiatras, y no ya de los neurólogos, la atención de una neurosis
considerada entonces como una enfermedad mental.
A partir de 1908, la noción de pitiatismo fue muy debatida en Francia por los grandes nombres de
la psiquiatría dinámica. Hacia 1925 la palabra cayó en desuso: ese año, los surrealistas
celebraron el cincuentenario de la histeria y la implantación de las tesis freudianas. 


Balint
(grupo)
fuente(2) 
(ingl. Balint group). Grupo de discusión que reúne a una decena de médicos, la mayor parte de
las veces practicantes de medicina general, bajo la conducción de un psicoanalista, a fin de que
cada participante tome conciencia, gracias al trabajo del grupo, de los procesos psíquicos que
intervienen en su relación con sus propios pacientes. 


Balint Michael
Psiquiatra y psicoanalista británico de origen húngaro
fuente(3) 
(Budapest 1896 - Londres 1970).
Practica el psicoanálisis desde 1926 hasta 1939 en el Instituto de Psicoanálisis de Budapest, que 
dirige a partir de 1935. Llegado a Gran Bretaña, ejerce la psiquiatría, especialmente en la
Tavistock Clinic de Londres, de la que es el fundador. Sus observaciones clínicas y la influencia
de S. Ferenczi (que fue su analista) lo llevan a proponer la noción del amor primario, que postula
la existencia de una fase posnatal anterior al narcisismo primario en la que ya existe una relación
de objeto primaria cuya base biológica es la interdependencia de la madre y del niño en el plano
instintivo. Por otra parte, Mint intentó aislar la noción de «falta básica» como factor importante de
la patogénesis mental. También inició un movimiento que busca reconsiderar profundamente el
problema de las relaciones médico-enfermo -enfermedad. [Véase Balint (grupo).] Las principales
obras de Balint son Primary Love and Psycho-Analytie Technique (1952), The Doctor, his Patient,
and the Illness (1957), Thrílls and Regressions (1959), y, en colaboración con E. Balint, Técnicas
psicoterapéuticas en medicina (196 l). 


Balint Michael,
nacido Mihaly Bergsmann (1896-1970). Médico y psicoanalista inglés
Balint Michael, nacido Mihaly Bergsmann (1896-1970). Médico y psicoanalista inglés
Balint Michael
Nacido Mihaly Bergsmann
(1896-1970) Médico y psicoanalista inglés
fuente(4) 
Nacido en Budapest en una familia de la pequeña burguesía judía, Michael Bergsmann era hijo de
un médico clínico que confesaba su decepción por no haber llegado a especializarse. Amado
por la madre, una mujer simple e inteligente, el joven Michael comenzó a oponerse a la autoridad
paterna, pero no obstante decidió estudiar medicina. Como muchos judíos húngaros cuyos
antepasados habían adoptado nombres alemanes, al final de la guerra quiso "magiarizarse" para
afirmar de tal modo su pertenencia a la nación húngara. Tomó entonces el apellido Balint. En la
universidad conoció a Alice Székely-Kovacs, estudiante de etnología, quien despertó su interés
por el psicoanálisis.
La madre de ella, Wilma Prosnitz, se había casado muy joven con un hombre al que no amaba
(Székely), y en segundas nupcias con Frederic Kovacs, un arquitecto a quien conoció en el
sanatorio donde ella atendía su tuberculosis. Este arquitecto estaba en tratamiento con Georg
Groddeck, por trastornos somáticos diversos. Después del matrimonio, él adoptó a los tres hijos
de Wilma, y ésta se convirtió en psicoanalista con el nombre de Wilma Kovacs (1882-1940),
después de haber realizado un análisis con Sandor Ferenczi, quien la curó de una grave
agorafobia.
En 1921, Michael se casó con Alice, y la pareja se instaló en Berlín. Analizado por Harms Sachs
y controlado por Max Eitingon, en el marco del prestigioso Berliner Psychoanalytisches Institut
(BPI), Balint se orientó hacia la medicina psicosomática, atendiendo pacientes en el Hospital de la
Caridad. Después volvió a Budapest, donde hizo un reanálisis con Ferenczi. Cinco años
después de la muerte de este último tomó el camino de] exilio, y llegó en 1939 a Manchester con
la mujer y el hijo. Como todos los inmigrantes, debió volver a cursar la carrera de médico y,
además del exilio, enfrentó el dolor de perder de pronto a casi todos los miembros de su familia.
Alice Balint (18981939), su mujer, y Wilma Kovacs, la suegra, a la cual él estaba muy apegado,
murieron en el lapso de un año. Después de la guerra supo que sus padres se habían suicidado
para escapar a la deportación. 
Al cabo de algunos años de celibato, Balint volvió a casarse con una ex paciente, Edna
Oakeshott, convertida en psicoanalista. Sin duda la situación no era muy cómoda, y la pareja no
tardó en experimentar dificultades.
A partir de 1946, Balint cambió de vida. Instalado en Londres, comenzó a trabajar en la Tavistock
Clinic, donde conoció a las grandes "estrellas" de la escuela psicoanalítica inglesa: John Rickman
y Wilfred Ruprecht Bion. Fue también allí donde conoció a Enid Albu-Eichholtz, su tercera mujer.
Analizada por Donald Woods Winnicott, Enid Balint (1904-1994) inició a Michael en una nueva
técnica, el case work. Se trataba de comentar e intercambiar relatos de casos en el seno de
grupos compuestos por médicos y psicoanalistas. Esta experiencia dio origen a los que hoy se
denominan grupos Balint. A pesar de la separación de la pareja en 1953, Michael y Enid
continuaron trabajando juntos.
Con la doble genealogía de Ferenczi y la escuela inglesa, Balint definió una noción nueva, la
"falta básica---, con la cual designaba una "zona" preedípica caracterizada por la ausencia, en
ciertos sujetos, de un tercero estructurante, y por lo tanto de toda realidad objetal externa. El
sujeto está entonces solo, y su principal preocupación consiste en crear algo a partir de sí
mismo. La existencia de esta falta no permite establecer una contratransferencia. El analista se
ve obligado a proceder a un reordenamiento del encuadre técnico, que permita aceptar la
regresión del paciente.
Los grupos Balint, por otra parte, permitieron extender la técnica psicoanalítica a una mejor
comprensión de las relaciones entre médico y paciente, sobre todo en el terreno hospitalario, en
los servicios de pediatría y de medicina general. También contribuyeron a la humanización de las
dos disciplinas. Por ello tuvieron tanto éxito, no sólo en Gran Bretaña sino también en otros
países, y particularmente en Francia, donde el psicoanálisis estaba menos subordinado a la
psiquiatría.
En 1954 fue el primer invitado extranjero de la Société française de psychanalyse (SFP). En esa
oportunidad conoció a Ginette Raimbault. Alumna de Jenny Aubry y miembro de la École
freudienne de Paris (EFP), Raimbault introdujo la práctica de los grupos Balint en el Hospital de
los Niños Enfermos en 1965, en el marco del servicio del profesor Pierre Royer. Enid y Michael
Balint asistieron a varias reuniones. Y fue Judith Dupont, miembro de la Association
psychanalytique de France (APF), nieta de Wilma Kovacs, hija de Olga Dormandi (nacida
Székely) y sobrina de Alice Balint, quien tradujo su obra al francés, además de convertirse en
ejecutora testamentaria de la de Ferenczi. Todo esto contribuyó a la afirmación de la escuela
húngara en Francia y a la expansión de una corriente particular de la historiografía freudiana,
cuya huella se encuentra en la revista Le Coq Héron, creada en 1971. En Suiza, André Haynal,
después de haber recibido de Enid Balint los manuscritos y correspondencias, abrió en Ginebra
los Archivos Balint.
Gran técnico de la cura, Balint supo aliar el espíritu innovador de su maestro, Ferenczi, con la 
tradición clínica de la escuela inglesa. En este sentido, fue por cierto el "húngaro salvaje" de la
British Psychoanalytical Society (BPS), cuyos rituales y esclerosis criticó con mucho humor,
rindiendo homenaje, en cuanto podía, a las costumbres más liberales de la antigua sociedad de
Budapest: "Su gentileza, su humanidad, su comprensión -escribe André Haynal-, la repugnancia
que les suscitaban las reacciones autoritarias o de dependencia, sólo podían equipararse con
su independencia de espíritu. Su convicción de que el psicoanálisis tenía que evolucionar
gracias al aporte de pensadores independientes, animados por un deseo exclusivo de verdad [
... ] lo persuadió de que ésta es una de las disciplinas más importantes que existen, al servicio
del hombre y la humanidad. En consecuencia, lo afectó mucho la pequeñez de algunas personas
que participaban en sus investigaciones." 


Banda de Möebius
fuente(5) 
Superficie no orientable estudiada por Listing en 1861, que se define en la topología
combinatoria a partir de un rectángulo, mediante la identificación de uno de los lados con su
opuesto, orientado en el sentido contrario:
ver figura(6) 

a a
La superficie obtenida es unilátera, y tiene algunas propiedades topológicas muy interesantes.
Su borde es homeomorfo a una circunferencia. 


Baranger Willy
(1922-1994) Psicoanalista argentino
fuente(7) 
Nacido en la ciudad argelina de Bona, Willy Baranger realizó estudios de filosofía en Toulouse y
emigró a la Argentina en 1946. En Buenos Aires se integró a la Asociación Psicoanalítica
Argentina (APA), y posteriormente se instaló en Uruguay, donde creó la Asociación
Psicoanalítica del Uruguay (APU). Después de volver a Buenos Aires en 1966, publicó varias
obras de inspiración kleiniana, y se interesó muy particularmente por la obra de Jacques Lacan. 


Basaglia Franco
(1924-1980) Psiquiatra italiano
fuente(8) 
En la historia de la antipsiquiatría, Franco Basaglia ocupa una posición muy diferente de las de
Ronald Laing y David Cooper, en razón de la situación muy particular M psicoanálisis en Italia. En
efecto, mientras que Laing y Cooper trataron de destruir la institución asilar a partir de una
reflexión existencial sobre el estatuto de la esquizofrenia, Basaglia fue al principio un militante
político con una trayectoria inscrita en la historia del marxismo y el comunismo. En este sentido, a
diferencia de Cooper, y sobre todo de Laing, profundamente marcados por la escuela inglesa de
psicoanálisis, Basaglia había tenido alguna relación con el freudismo, al que consideraba
vehículo privilegiado de una concepción capitalista de la adaptación del individuo a la sociedad.
Proveniente de una familia veneciana y formado como psiquiatra en Padua, fue nombrado en
1961 director del Hospital Psiquiátrico de Gorizia, pequeña ciudad próxima a la frontera
yugoslava. Inspirándose en los trabajos del psiquiatra anglo-norteamericano Maxwell Jones
(1907-1990) sobre las comunidades terapéuticas, aplicó una práctica nueva de la locura, 
considerándola a la vez una enfermedad mental y resultado de la marginación económica. Su
crítica radical a toda forma de institución asilar lo llevó años más tarde a crear la asociación
Psichiatria Democratica. Sus tesis fueron vigorosamente defendidas y compartidas por gran
parte de la izquierda italiana.
En el hospital de Trieste continuó sus experiencias, reemplazó el encierro por ubicaciones
terapéuticas en ambiente abierto (departamentos y lugares de habitación colectiva) y demostró
la inutilidad, tanto del asilo clásico como del encarnizamiento farmacológico en el tratamiento de la
locura.
En 1979 su experiencia se vio coronada por el éxito: después de una prolongada consulta
realizada por los partidos políticos a los psiquiatras, el parlamento votó una ley que suprimía el
hospital psiquiátrico y restituía los enfermos mentales al hospital general, o bien a comunidades
terapéuticas.
Como todas las experiencias del movimiento antipsiquiátrico, la de Basaglia fue posteriormente
cuestionada con el retorno de las tesis organicistas y la utilización masiva de la farmacología. 


Bateson Gregory
(1904-1980) Antropólogo norteamericano
fuente(9) 
Nacido en Cambridge e hijo de un gran genetista, Gregory Bateson estudió zoología antes de
orientarse hacia la antropología. Realizó trabajo de campo en Nueva Guinea, y después en las
poblaciones del río Sépick, donde en 1932 conoció a Margaret Mead, quien iba a ser su esposa.
Siendo el primero en especializarse en el análisis de los rituales y las relaciones entre hombres y
mujeres, Bateson se volvió luego hacia el estudio de la locura, y después se instaló en California,
en el Veteran's Hospital de Palo Alto, donde se consagró al tratamiento y la observación de las
familias de esquizofrénicos, convirtiéndose en un pionero de la antipsiquiatría y la terapia
familiar. Con el enfoque de la escuela llamada de Palo Alto, explicó que la esquizofrenia resulta
de una disfunción basaba en lo que llamó el double bind (doble vínculo). La expresión hizo
carrera, y fue retomada más tarde por todos los clínicos de la esquizofrenia. 


Baudouin Charles
(1893-1963) Psicoanalista suizo
fuente(10) 
Nacido en Nancy, Charles Baudouin estudió letras, y después, en 1915, se dirigió a Ginebra,
atraído por el desarrollo del Institut Jean-Jacques Rousseau. Allí descubrió el psicoanálisis.
Formado por Carl Picht, un junguiano, y más tarde por Charles Odier, en 1920 se le entabló un
proceso por ejercicio ¡legal de la medicina, después de haber dado cursos de iniciación en la
sugestión. Henri Flournoy se opuso a su candidatura a la Société psychanalytique de Paris
(SPP).
Autor de unos treinta libros y artículos de inspiración psicobiográfica, fundó Éditions du
Mont-Blanc, casa editorial en la que se publicaron las obras de algunos psicoanalistas de la
primera generación francesa. Creador en 1924 de un instituto internacional de "psicagogía", trató
de conciliar la práctica del psicoanálisis con la de la sugestión y el método de Émile Coué
(1857-1926); este último preconizaba una psicoterapia basada en el autodominio mediante la
autosugestión. Baudouin siempre quiso estar al mismo tiempo cerca de las teorías freudianas y
de las de Pierre Janet o Carl Gustav Jung. 


Bauer Ida, señora
de Adler (1882-1945). Caso "Dora" 
Bauer Ida, señora de Adler (1882-1945). Caso "Dora" 
Bauer Ida
Señora de Adler (1882-1945). Caso "Dora" 
fuente(11) 
Primera gran cura psicoanalítica realizada por Sigmund Freud, anterior a las del Hombre de las
Ratas (Ernst Lanzer) y del Hombre de los Lobos (Serguei Constantinovich Pankejeff), la historia
de "Dora", redactada en diciembre de 1900 y enero de 1901, y publicada cuatro años más tarde, 
se desplegó entre la escritura de La interpretación de los sueños y la de los Tres ensayos de
teoría sexual. Inicialmente, Freud quiso darle a este "Fragmento de análisis de un caso de
histeria" el título de,"Sueño e histeria". A través de este caso trató de demostrar la validez de
sus tesis sobre la neurosis histérica (etiología sexual, conflicto psíquico, herencia sifilítica) y
exponer la naturaleza del tratamiento psicoanalítico, muy distinto de la catarsis y la hipnosis, y en
adelante basado en la interpretación de los sueños y la asociación libre.
Con el transcurso de los años, el texto adquirió un estatuto especial: en efecto, se trata de]
documento clínico más comentado desde su aparición. Sobre Dora se han escrito decenas de
artículos, varios libros, una novela y una pieza de teatro; el caso de esta joven se convirtió en
objeto privilegiado de los estudios feministas. A menudo se lo ha comparado con el de Bertha
Pappenheim. La mayor parte de los comentadores observaron que esta cura fue menos
"exitosa" que las otras dos. Por cierto, Freud tuvo muchas dificultades con su paciente, y no las
ocultó. Como lo señala Patrick Mahony a propósito de Ernst Lanzer. Cuando se comparan las
contratransferencias de Freud con sus principales pacientes, se tiene la sensación de que
sentía más simpatía por el Hombre de las Ratas que por Dora o el Hombre de los Lobos. Si con
Dora fue un fiscal, con Lanzer fue un educador amistoso.-
Para la publicación de] historial de esta primera cura exclusivamente psicoanalítica, realizada con
una joven virgen de 18 años, Freud tomó precauciones excepcionales. En efecto, en esa época
la cruzada dirigida contra el freudismo consistía en hacer pasar el psicoanálisis por una doctrina
pansexualista cuyo objetivo era hacer confesar a los pacientes (sobre todo a las mujeres), por
medio de la sugestión, "cochinadas" sexuales inventadas por los propios psicoanalistas. En
Gran Bretaña y Canadá, por ejemplo, Ernest Jones sufrió las consecuencias de tales
acusaciones.
En su introducción, Freud decidió por lo tanto responder de antemano a este tipo de objeciones,
demostrando que su teoría no era un maleficio destinado a pervertir a las mujeres y las jóvenes:
"Con las jóvenes y las mujeres se puede hablar de todas las cuestiones sexuales sin causarles
perjuicios ni hacerse sospechoso, pero con la condición de adoptar de entrada una cierta
manera de hacerlo, y después despertar en ellas la convicción de que es inevitable [ ... ]. La
mejor manera de hablar de estas cosas es el estilo conciso y directo; esa manera es al mismo
tiempo la más alejada de la lubricidad con la cual se tratan estos temas en la «sociedad»,
lubricidad a la cual las mujeres y las jóvenes están muy acostumbradas. Yo les doy a los
órganos y a los fenómenos sus nombres técnicos, y comunico esos nombres si no son
conocidos." Y añade en francés: "J'appelle un chat un chat" ("Al gato lo llamo gato").
La historia de Ida Bauer es un drama burgués tal como se lo encuentra en las comedias de
bulevar de fines de siglo XIX. Un marido débil e hipócrita engaña a la esposa, ama de casa
estúpida, con la mujer de uno de sus amigos, durante unas vacaciones en Merano. Primero
celoso y luego indiferente, el esposo engañado trata de seducir a la institutriz de sus hijos.
Después se enamora de la hija de su rival, y la corteja cuando se encuentran en su casa de 
campo, en las orillas del lago de Garda. Horrorizada, la joven lo rechaza, le da una bofetada y le
cuenta la escena a la madre, para que ella se lo diga al padre. Este último interroga entonces al
marido de la amante, el cual niega categóricamente los hechos que se le reprochan. Preocupado
por proteger su propia relación, el padre culpable hace pasar a la hija por fabuladora, y la manda
a atenderse con un médico (Freud) que le había prescrito, algunos años antes, un excelente
tratamiento contra la sífilis.
La entrada en escena de Freud transforma esta historia de familia en una verdadera tragedia de
sexo, amor y enfermedad. En tal sentido, su relato del caso "Dora" se asemeja a una novela
moderna: uno no sabe si pensar en Arthur Schnitzler, Marcel Proust (1871-1922) o Henrik lbsen
(1828-1906). Todo el drama gira en torno a la introspección a través de la cual la heroína (Ida) se
sumerge progresivamente en las profundidades de una subjetividad oculta a su conciencia. Y la
fuerza de la narración se debe al hecho de que Freud hace surgir una patología formidable
detrás de las apariencias de una gran normalidad. Así puede restituirle a Dora una verdad que
su familia le sustrae, al tratarla de simuladora.
Nacida en Viena en una familia de la burguesía judía acomodada, Ida era el segundo vástago de
Philipp Bauer (1853-1913) y Katharina Gerber-Bauer (1862-1912). Afectado de sífilis antes de
su matrimonio, Philipp era también tuerto de nacimiento. Freud lo describe como un hombre activo
y lleno de talento: "La personalidad dominante era el padre, tanto por su inteligencia y sus
cualidades de carácter como por las circunstancias de su vida, que habían condicionado la
trama de la historia patológica e infantil de mi cliente". Gran industrial, disfrutaba de una
envidiable situación financiera, y era admirado por la hija. En 1888 contrajo tuberculosis, lo que lo
obligó a instalarse lejos de la ciudad con toda su familia. Optó por vivir en Merano, en el Tirol,
donde conoció a Hans Zellenka (el señor K.), un hombre de negocios menos afortunado que él,
casado con una bella italiana, Giuseppina o Peppina (la señora K.), quien sufría trastornos
histéricos y frecuentaba los sanatorios. Ella se convirtió en la amante de Philipp y lo cuidó en
1892 cuando este último sufrió un desprendimiento de retina.
En esa época, de retorno en Viena, se instaló en la misma calle que Freud, y lo consultó como
médico por un acceso de parálisis y confusión mental de origen sifilítico. Satisfecho con el
tratamiento, le envió a su hermana, Malvine Friedman (1855-1899). Afectada de una neurosis
grave y hundida en la desdicha de una vida conyugal atormentada, esta última murió pronto, por
una caquexia de evolución rápida.
Katharina, la madre de Ida, provenía, como el esposo, de una familia judía originaria de Bohemia.
Poco instruida y bastante estúpida, padecía dolores abdominales permanentes, que la hija
heredó. Nunca se interesó por los hijos y, desde la enfermedad de su marido y la desunión que
la había seguido, presentaba todos los signos de una "psicosis de ama de casa-: "Sin
comprender las aspiraciones de sus hijos, trataba de estar ocupada todo el día --escribe Freud-,
limpiando y manteniendo ordenado el departamento, los muebles y los utensilios domésticos, a tal
punto que usarlos y disfrutarlos se había vuelto casi imposible [...]. Las relaciones entre la madre 
y la hija eran poco afectuosas desde años antes. La hija no prestaba ninguna atención a la
madre, la criticaba duramente y se había sustraído por completo a su influencia." Quien sostenía
a Ida era una institutriz. Mujer moderna y "liberada", leía libros sobre la vida sexual e informaba a
su alumna en secreto. Ella le había abierto los ojos sobre la relación del padre con Peppina. No
obstante, después de haberla amado y de haberle prestado oídos, Dora se había malquistado
con su institutriz.
En cuanto al hermano, Otto Bauer (1881-1938), pensaba sobre todo en huir de las querellas
familiares. Puesto que tenía que tomar partido, se alineó con la madre: "Es así cómo, por la
atracción sexual habitual, el padre se había acercado a la hija, y la madre al hijo". A los nueve
años, Otto era ya un niño prodigio, al punto de haber escrito un drama en cinco actos sobre el fin
de Napoleón. Más tarde se reveló contra las opiniones políticas del padre, cuyo adulterio, por
otra parte, aprobaba. Lo mismo que el padre, tuvo una doble vida, marcada por el secreto y la
ambivalencia. Se casó con una mujer diez años mayor que él, madre de tres niños, aunque ya
tenía una larga relación con Hilda Schiller-Marmorek, diez años menor que él, que siguió siendo
su amante hasta su muerte. Secretario del Partido Socialdemócrata entre 1907 y 1914, y adjunto
de Viktor Adler en el Ministerio de Asuntos Exteriores en 1918, fue una de las grandes figuras
de la intelligentsia austríaca de entreguerras. No obstante, a pesar de su talento excepcional,
nunca se repuso de la caída del Imperio Austro-Húngaro, y dedicó más energía a atacar a Lenin
que a luchar contra Hitler: "Esta ingenuidad -escribe William Johnstonera aún una herencia del
Imperio de preguerra, en el que la tradición protegía a los disidentes. Incluso en 1934 Bauer
persistió en dirigir cruzadas de preguerra contra la Iglesia y la aristocracia, en el momento en
que precisamente habría tenido que asociarse con sus enemigos de poco antes para rechazar
al fascismo. Pocas cegueras han estado tan cargadas de consecuencias.-
De modo que en octubre de 1900 Ida Bauer visitó a Freud para iniciar esa cura que duró
exactamente once semanas. Afectada de diversos trastornos nerviosos (migrañas, tos
convulsiva, afonía, depresión, tendencias suicidas), acababa de sufrir una afrenta terrible.
Consciente desde mucho tiempo antes de la "falta" paterna y de la mentira sobre la que
reposaba la vida familiar, rechazó las propuestas amorosas que le hizo Hans Zellenka (el señor
K.) en las orillas del lago de Garda, y lo abofeteó. Entonces estalló el drama: fue acusada por
Hans y el padre de haber inventado la escena de seducción. Lo que era peor aún, sufrió el
repudio de Peppina Zellenka (la señora K.), quien dijo sospechar que la joven leía libros
pornográficos, en particular la Fisiología del amor de Paolo Mantegazza (1831-1901), publicado
en 1872 y traducido al alemán cinco años más tarde. El autor era un sexólogo darwiniano
abundantemente citado por Richard von Krafft Ebing, y especializado en la descripción
"etnológica" de las grandes prácticas sexuales humanas: lesbianismo, onanismo, masturbación,
inversión, felación, etcétera. Al enviar su hija a ver a Freud, Philipp Bauer esperaba que le diera
la razón a él y se ocupara de poner fin a los fantasmas sexuales de la joven.
Lejos de adherir a la voluntad del padre, Freud tomó una dirección totalmente distinta. En once 
semanas, y a partir de dos sueños (uno con un incendio de la casa familiar y el otro con la
muerte del padre), reconstituyó la verdad inconsciente de este drama. El primer sueño revelaba
que Dora se había entregado a la masturbación, y que en realidad estaba enamorada de Hans
Zellenka. Por ello le pedía al padre que la protegiera de la tentación de ese amor. Pero esa
tentación despertaba también un deseo incestuoso reprimido respecto del padre. En cuanto al
segundo sueño, permitió ir aún más lejos en la investigación de la "geografía sexual" de Dora, y
sobre todo sacar a luz su perfecto conocimiento de la vida sexual de los adultos.
Freud advirtió claramente que la paciente no soportó la revelación de que deseaba al hombre
que había abofeteado. En consecuencia, la dejó irse cuando ella decidió interrumpir el
tratamiento. ¿Qué otra cosa podía hacer? El padre, al principio favorable a la cura, se dio cuenta
en seguida de que Freud no aceptaba la tesis de la fabulación. Por lo tanto, se desinteresó del
tratamiento. La hija, por su lado, no encontró en Freud la seducción que esperaba: él no había
sido sensible ni había sabido poner en juego con ella una relación transferencial positiva. En
efecto, en ese entonces Freud no sabía aún manejar la transferencia en la cura. Por otro lado,
como él mismo lo subrayó en una nota de 1923, fue incapaz de comprender la naturaleza del
vínculo homosexual que unía a Ida (Dora) con Peppina. Sin embargo, había sido la señora K.
quien le había dado a leer el libro prohibido a la joven, para después acusarla. También había
sido ella quien le hablaba de cosas sexuales.
Este tema de la homosexualidad inherente a la histeria femenina fue extensamente comentado
por Jacques Lacan en 1951, mientras que otros autores se dedicaron a demostrar que Freud no
comprendía en nada la sexualidad femenina, o que Dora era inanalizable.
Ida Bauer nunca se curó de su horror a los hombres. Pero sus síntomas se apaciguaron.
Después de su breve análisis, pudo vengarse de la humillación sufrida, haciéndole confesar a la
señora K. su relación con el padre, y al señor K. la escena del lago. Luego le contó la verdad al
padre e interrumpió toda relación con la pareja. En 1903 se casó con Ernst Adler, un compositor
empleado en la fábrica paterna. Dos años más tarde tuvo un hijo que iba a hacer carrera de
músico en los Estados Unidos.
En 1923, víctima de nuevos trastornos (vértigo, zumbido de oídos, insomnio, migrañas), llamó por
azar a Felix Deutsch a la cabecera de su cama. Le narró entonces toda su historia, habló del
egoísmo de los hombres, de sus frustraciones, su frigidez. Escuchando sus quejas, Deutsch
reconoció el famoso caso "Dora": "Desde ese momento, ella olvidó su enfermedad y puso de
manifiesto un inmenso orgullo por haber sido objeto de un escrito tan célebre en la literatura
psiquiátrica". La mujer discutió las interpretaciones realizadas por Freud de sus dos sueños.
Cuando Deutsch volvió a verla, los ataques habían desaparecido.
En 1955, emigrado a los Estados Unidos, Deutsch se enteró de la muerte de Dora, que se había
producido diez años antes. Por Ernest Jones supo que Ida había fallecido en Nueva York y, por
un colega, tuvo noticias de cómo se habían desarrollado los últimos años de su vida. Dora había 
dirigido contra su propio cuerpo la obsesión de la madre: "Su constipación, vivida como una
imposibilidad de «limpiar los intestinos», le creó problemas hasta el fin de su vida. No obstante,
habituada a esos trastornos, los trataba como un síntoma familiar, hasta el momento en que
demostraron ser más graves que una simple conversión. Su muerte -de un cáncer de colon
diagnosticado demasiado tarde para que pudiera operarse con éxito- fue como una bendición
para sus allegados. Según mi informante, había sido una de las «histéricas más repulsivas» que
hubiera conocido. 


Bélgica
fuente(12) 
La introducción del psicoanálisis en Bélgica siguió el mismo movimiento que en todos los otros
países de Europa. Pero, dividido en dos idiomas, y entre médicos y profanos (los no-médicos),
atravesado por la historia del nazismo, y después por la de la renovación lacaniana, el
movimiento psicoanalítico belga tiene la característica de no poder encontrar su autonomía. Su
destino sigue ligado al psicoanálisis en Francia y, en parte, en Holanda.
Desde la década de 1900 hubo polémicas entre neurólogos y psiquiatras a propósito del
freudismo. El psicoanálisis era entonces considerado un método de investigación útil en los
procesos judiciales y en el diagnóstico de las simulaciones. Se lo confundía con el test de
asociación verbal de Carl Gustav Jung. Sobre todo, no se distinguía la práctica freudiana de las
otras formas de terapia. En cuanto al primado de la sexualidad, fue calificado de pansexualismo
por el conjunto del cuerpo médico, lo mismo que en todos los otros países.
Después de la Primera Guerra Mundial, Juliaan Varendonck fue el verdadero pionero del
psicoanálisis de Bélgica. Formado en Viena, reconocido por Sigmund Freud y miembro de la
Nederlandse Vereniging voor Psychoanalyse (NVP), se instaló en Gante y ejerció durante un
breve período, antes de morir sin dejar posteridad.
Hubo que esperar el período de entreguerras para que algunos marginales y autodidactas
fundaran verdaderamente el movimiento belga: Fernand Lechat, Camille Lechat, su esposa, y
Maurice Dugautiez. Con el título de "psiquistas" crearon en 1920 un Círculo de Estudios
Psíquicos, en el que se practicaban tanto las ciencias ocultas, el espiritismo, la hipnosis, como el
psicoanálisis. Muy pronto Lechat y Dugautiez crearon la revista Le Psychagogue, tomaron
contacto con la Société psychanalytique de Paris (SPP), creada en 1926, e iniciaron el análisis
didáctico en el diván de Ernst Paul Hoffmann, llegado de Viena y refugiado en Bélgica entre 1938
y 1940.
En esa época surgió el conflicto en torno al análisis profano (entre médicos y no-médicos), que
marcó la posguerra en Bélgica, pero que ya atravesaba al movimiento internacional. Lechat y
Dugautiez se vieron cuestionados como marginales, incluso "charlatanes", por Jacques De
Busscher, un médico miembro de la NVP muy favorable a las tesis freudianas. Él mismo no
practicaba el psicoanálisis, pero luchaba por reservarlo a los médicos.
Paralelamente, también los medios intelectuales se interesaron por el pensamiento de Freud.
Hendrik (Henri) De Man (1885-1953), futuro presidente de] Partido Obrero Belga, le escribió en
1925. Por otra parte, sociólogos, pedagogos y universitarios, lo mismo que los jesuitas próximos 
a la Universidad Católica de Lovaina, comenzaron a comentar las obras psicoanalíticas y a
inspirarse en ellas.
En 1924 apareció un número especial de la revista Le Disque vert, enteramente dedicado al
psicoanálisis. El director, Franz Hellens, había logrado reunir acerca de este tema a nombres
prestigiosos de la literatura y el saber médico. Fue un verdadero acontecimiento.
Abría el volumen una carta de Freud, seguida por artículos de psicoanalistas y escritores
franceses. En su conjunto, el número expresaba bastante bien lo que estaba en juego en la
batalla de la década de 1920 en torno al freudismo. Algunos condenaban una moda efímera,
otros insistían en la seriedad de lo que les parecía una verdadera doctrina.
Durante el período de la ocupación nazi, Lechat y Dugautiez continuaron practicando el
psicoanálisis. En 1947, con el patrocinio de la SPP, fundaron la Association des psychanalystes
de Belgique (APB), que iba a ser reconocida por la International Psychoanalytical Association
(IPA) en el Congreso de Zurich de 1949, con el firme apoyo de Marie Bonaparte. Esta fundación
le permitió al psicoanálisis desarrollarse en el sector de la lengua francesa de] país.
La adhesión a la IPA tuvo por efecto obligar a la APB a normalizarse, es decir, en el contexto
belga, a adoptar el punto de vista de la medicalización. Fueron mujeres médicas las que
asumieron la dirección de la asociación y apartaron a los fundadores autodidactos. La APB
cambió entonces sus estatutos y, en 1960, tomó el nombre de Société belge de psychanalyse
(SBP). Compuesta por una fuerte mayoría de médicos, se abandonó la preocupación por la
investigación intelectual. A fines de la década de 1990 tiene sesenta miembros, para una
población global de diez millones de habitantes, o sea seis psicoanalistas (IPA) por millón de
habitantes.
En este contexto, los jóvenes terapeutas más brillantes prefirieron volverse hacia las tesis de
Jacques Lacan, cuya doctrina era proscrita de la SBP en el momento mismo en que comenzaba
a florecer en Francia, en el seno de la Société française de psychanalyse (SFR 1953-1963).
Marcados por la fenomenología, los representantes de la joven generación psicoanalítica (la
tercera para Bélgica) emprendieron curas didácticas fuera de su país. En Francia, con Lacan; en
Suiza, con Gustav Bally (1893-1966) o Maeder Boss.
Negándose a plegarse a las exigencias ortodoxas de la SBP, terminaron por fundar su propia
institución, la École belge de psychanalyse (EBP), en 1969, copiada de la École freudienne de
Paris, y con un idéntico programa de enseñanza: retorno a Freud, enseñanza de la filosofía, la
antropología, la lingüística. Favorable al análisis profano, esta escuela integró a los no-médicos,
que fueron mayoritarios desde el principio.
No obstante, ante la SBP, preocupada por la respetabilidad, la EBP siguió buscando una
verdadera identidad. Próximos a la Universidad de Lovaina, sus fundadores favorecieron la 
implantación del lacanismo en Bélgica, a través de una vía católica y universitaria. El filósofo
Alphonse de Wahlens (1911-1981), lector de Husserl, traductor de Heidegger y amigo de
Maurice Merleau-Ponty (1908-1961), desempeñó un papel importante en tal sentido. Miembro de
la École freudienne de Paris (EFP) entre 1964 y 1971, comenzó por seguir el seminario de Lacan,
y asistió a sus presentaciones de enfermos, antes de tomar distancia y militar con más firmeza
que nunca en favor de un psicoanálisis de inspiración fenomenológica.
En 1980, la disolución de la EFP provocó el estallido de la EBP y la creación de una multitud de
grupúsculos dependientes de las diversas escuelas neolacanianas parisienses: la École de la
Cause freudienne (ECF), la Association freudienne (AF), etcétera. En virtud de esta
diseminación, la EBP siguió por su parte ligada a la Universidad de Lovaina, en torno a Jacques
Schotte y Antoine Vergote, con un enfoque pluralista, abierto y democrático; la referencia a
Lacan y su doctrina no es exclusiva. 


Benedikt Moriz
(1835-1920) Médico austríaco
fuente(13) 
El escritor Hermann Bahr (1863-1934) subrayó que "el vienés es un hombre que detesta y
desprecia a los otros vieneses, pero no puede vivir fuera de Viena". Si bien esta frase se aplica
a Sigmund Freud, sin duda conviene mucho más a Moriz (o Moritz) Benedikt, cuyo destino trágico
conocemos gracias a la autobiografía publicada en 1906 y a los trabajos del historiador Henri F.
Ellenberger.
Este médico proveniente de una familia judía del Burgenland pasó su vida haciendo
descubrimientos sobre las enfermedades nerviosas y su tratamiento, sin llegar jamás a ser
reconocido como innovador. Fue de alguna manera un pionero en las sombras, que vivió de
decepción en decepción, y de conversión en repudio, como muchos judíos vieneses de la
época, siempre en busca de identidad y atravesados por el "auto-odio judío".
Benedikt se identificó con todos los científicos malditos olvidados por la ciencia oficial. No sólo
siguió siendo un médico oscuro a pesar de su talento, sino que además padeció la desdicha de
tener el mismo apellido que un periodista de la Neue Freie Press.
Especialista en histeria, practicante de la hipnosis y amigo de Jean Martin Charcot, en 1864
sostuvo que la histeria era una enfermedad sin causas uterinas. Cuatro años más tarde se
interesó por la electroterapia, pero en 1891 dio una media vuelta y comenzó a luchar contra el
hipnotismo. Finalmente, fue uno de los primeros en hablar de histeria masculina. Erna Lesky,
historiadora de la medicina vienesa, explicó en 1965 las razones de] fracaso reiterado de este
terapeuta brillante, que no logró afirmarse como un verdadero innovador: aunque había recibido
una formación sólida, no se resolvía a aceptar los hechos y siempre se dejaba arrastrar por su
loca imaginación. Además prefería la polémica al trabajo lento de la razón, y no cesó de atacar a
quienes consideraba adversarios o falsos científicos: Richard von Krafft-Ebing o Wilhelm Fliess.
Hay que añadir que Benedikt siguió enfeudado a una concepción de] psiquismo fundada en la
conciencia.
En la "Comunicación preliminar" de 1893, después incorporada a los Estudios sobre la histeria,
Freud y Josef Breuer lo citan como autor de observaciones sobre el tema publicadas 
"ocasionalmente". En La interpretación de los sueños Freud se refiere también a su obra
Hipnotismo y sugestión, aparecida en 1894.
La contribución más interesante de Benedikt a la historia de la psiquiatría dinámica fue un artículo
de 1914 cuyo tema era lo que él llamaba, en inglés, the second life, es decir, la vida interior
secreta de cada sujeto. Esta segunda vida (que por otra parte era la expresión misma de su
propio itinerario de médico vienés atormentado por la inautenticidad de esa sociedad de fin de
siglo) se construía, según él, como un sistema de representaciones y rumiaciones que el
individuo conserva en su fuero interno, sin querer tenerlas en cuenta. Más frecuente en la mujer,
es dominante en los jugadores, los excéntricos, los criminales, los neurasténicos. La primera
preocupación del terapeuta debe consistir en explorarla, pues ella oculta secretos patógenos.
Benedikt fue también uno de los primeros científicos en descubrir las causas sexuales de la
histeria. Antes de morir, solitario y olvidado, se había vuelto hacia las ciencias ocultas, a pesar
de haberlas despreciado al principio de su carrera. 


Beneficio
fuente(14) 
s. m. (fr. bénéfíce; ingl. gainfroni illness, al. Krankheitsgewinn). Idea general según la cual la
formación de síntomas le permite al sujeto una reducción de las tensiones engendradas por una
situación conflictiva, conforme al principio de placer.
En una nota de 1923, dedicada al caso Dora, que había publicado en 1905, S. Freud escribe que
«el motivo de la enfermedad no es otro que el propósito de obtener cierto beneficio». Define allí el
beneficio primario como «la solución más cómoda en el caso de un conflicto psíquico», en la
medida en que «ahorra en primer lugar un esfuerzo». Precisa además que factores exteriores
como la modificación para ventaja del paciente de las relaciones con su entorno entran dentro
del beneficio primario de la enfermedad. El beneficio secundario de la enfermedad es descrito en
1926, en Inhibición, síntoma y angustia, como el esfuerzo del yo por pactar con una
enfermedad ya instalada. Esfuerzo que moviliza las capacidades integradoras del yo: «El yo
intenta suprimir el carácter extraño y aislado del síntoma, y extrae partido de todas las
posibilidades que puedan ofrecerse de ligársele de cualquier manera, y de incorporarlo por
medio de tales lazos a su organización». De allí que el yo se adapta al síntoma como lo hace de
ordinario con el mundo exterior. Este esfuerzo choca, sin embargo, con uno de los aspectos
irreductibles del síntoma, que es el de ser un sustituto de la moción pulsional reprimida, que
renueva continuamente su exigencia de satisfacción y arrastra al yo a una nueva lucha
defensiva. El beneficio secundario aparece por lo tanto como una frágil ganancia. 


Beneficio primario y secundario de la enfermedad
Al.: primärer und sekundärer Krankheitsgewinn. - 
Fr.: bénéfice primaire et secondaire de la maladie. - 
Ing.: primary and secondary gain from illness. - 
It.: utile primario e secondario della malattia. - 
Por.: lucro primário e secundário da doença.
fuente(15) 
Beneficio de la enfermedad designa, de un modo general, toda satisfacción directa o Indirecta
que un sujeto obtiene de su enfermedad. 
El beneficio primario es el que entra en consideración en la motivación misma de una neurosis:
satisfacción hallada en el síntoma, huida en la enfermedad, modificación favorable de las
relaciones con el ambiente.
El beneficio secundario podría distinguirse del anterior por:
- su aparición con posterioridad, como ganancia suplementaria o utilización por el sujeto de una
enfermedad ya constituida;
- su carácter extrínseco en relación con el determinismo inicial de la enfermedad y con el sentido
de los síntomas;
- el hecho de que se trata de satisfacciones narcisistas o ligadas a la autoconservación más
que de satisfacciones directamente libidinales.
Desde sus comienzos, la teoría freudiana de la neurosis es inseparable de la idea de que la
enfermedad se desencadena y se mantiene en virtud de la satisfacción que aporta al individuo.
El proceso neurótico responde al principio del placer y tiende a obtener un beneficio económico,
una disminución de la tensión. Este beneficio se evidencia por la resistencia del sujeto a la cura,
resistencia que se opone al deseo consciente de curarse.
Pero sólo más tarde, y siempre en forma bastante aproximada, establece Freud la distinción
entre beneficio primario y beneficio secundario. Así, en el estudio del Caso Dora, Freud parecía
sostener inicialmente la idea de que los motivos de la enfermedad son siempre secundarios con
relación a la formación de los síntomas. Éstos no tendrían al principio una función económica y
podrían ser efímeros si no resultasen fijados en un segundo tiempo: «Cierta corriente psíquica
puede encontrar cómodo servirse del síntoma, y éste adquiere así una función secundaria,
quedando como anclado en el psiquismo».
El tema vuelve a ser examinado por Freud en las Lecciones de introducción al psicoanálisis
(Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1916-1917) y en una nota de rectificación
añadida en 1923 al estudio del Caso Dora:
El «beneficio primario» va ligado al propio determinismo de los síntomas. En él distingue Freud
dos partes: la «parte interna del beneficio primario» consiste en la reducción de tensión que
procura el síntoma; éste, por doloroso que sea, tiene por finalidad evitar al sujeto conflictos a
veces más penosos: es el mecanismo llamado de la «huida en la enfermedad». La «parte
externa del beneficio primario» estaría ligada a las modificaciones que el síntoma aporta en las
relaciones interpersonales del sujeto. Así, una mujer «oprimida por su marido» puede conseguir,
gracias a la neurosis, mayor ternura y atención, al mismo tiempo que se venga de los malos 
tratos recibidos.
Pero si bien Freud designa este último aspecto del beneficio con los términos de «externo o
accidental», la frontera que lo separa del beneficio secundario resulta difícil de trazar.
Para describir este último, Freud alude al caso de la neurosis traumática o de una enfermedad
física a consecuencia de un accidente. El beneficio secundario se materializa en este caso por
la indemnización percibida por el enfermo, motivo poderoso que se opone a una readaptación:
«Al librarlo de su enfermedad, le privaríais ante todo de sus medios de subsistencia, puesto que
entonces tendría que preguntarse si todavía es capaz de reemprender su antiguo trabajo».
Sobre la base de este claro ejemplo, es fácil descubrir las tres características que definen el
beneficio secundario. Pero además se debe precisar que, incluso en un caso de este tipo, haría
falta preguntarse por las motivaciones inconscientes del accidente, como han subrayado las
investigaciones modernas. Tratándose de neurosis y a fortiori de neurosis no traumática, ¿no
son las distinciones todavía menos netas? En efecto, un beneficio sobrevenido secundariamente
en el tiempo, y aparentemente extrínseco, ha podido ser previsto y considerado en el
desencadenamiento del síntoma. En cuanto al aspecto objetivo del beneficio secundario, oculta
con frecuencia su carácter profundamente libidinal: el subsidio pagado al enfermo (para seguir
con el mismo ejemplo) puede, por ejemplo, simbolizar una dependencia del tipo niño-madre.
El punto de vista tópico es probablemente el que permite comprender mejor lo que se quiere
indicar con el término «beneficio secundario», en la medida en que se toma en consideración la
instancia del yo en su tendencia, o incluso «compulsión», a la síntesis (véase: Yo). Freud aborda
este problema en el capítulo III de Inhibición, síntoma y angustia (Heminung, Symptom und
Angst, 1926), en el cual el concepto de beneficio secundario se aclara al compararlo con el
«combate defensivo secundario» emprendido por el yo, no directamente contra el deseo, sino
contra un síntoma ya constituido. Defensa secundaria y beneficio secundario aparecen como
dos modalidades de respuesta del yo a este «cuerpo extraño» que es ante todo el síntoma: «[...]
el yo se comporta como guiado por la idea de que el síntoma persistirá en lo sucesivo y no podrá
ser eliminado: no queda otro remedio que transigir con esta situación y obtener de ella la mayor
ventaja posible». En este beneficio secundario de la enfermedad, que constituye una verdadera
incorporación del síntoma al yo, distingue Freud, por una parte, las ventajas obtenidas del
síntoma en el terreno de la autoconservación, y por otra parte las satisfacciones propiamente
narcisistas.
En conclusión, se observará que la denominación «beneficio secundario» no debe ser obstáculo
para la investigación de motivaciones ligadas más directamente a la dinámica de la neurosis. La
misma observación podría aplicarse a aquellos tratamientos Psicoanalíticos en los cuales se
recurre al concepto de beneficio secundario para explicar el hecho de que el paciente parece
hallar más satisfacción en el mantenimiento de una situación transferencial que en la curación. 


Beneficio secundario
fuente(16) 
La noción de un beneficio secundario de la enfermedad fue introducida por Freud en su análisis 
de Dora («Fragmento de análisis de un caso de histeria»), como comentario a la intención
atribuida a su paciente de alejar a su padre de la Señora K., suscitando su compasión por medio
de sus desvanecimientos. Freud comienza por distinguir los «motivos» (Motiv) de la enfermedad,
de los modos que ésta puede revestir, es decir, del material con el que son formados los
síntomas. Una nota añadida al texto de este análisis, no obstante, nos permite asistir a una
evolución del pensamiento de Freud entre 1905 y 1923. «Los motivos de la enfermedad -escribe
en 1905- no participan de la formación de los síntomas, ni tampoco están presentes desde el
principio de la enfermedad; sólo se suman secundariamente, y la enfermedad no queda
plenamente constituida sin su aparición. Es preciso contar con la presencia de los motivos de la
enfermedad en todo caso que implique un verdadero sufrimiento y que sea de una duración
bastante larga. Si al principio el síntoma no puede encontrar ninguna utilización en la economía
psíquica, a menudo sucede que termina secundariamente por adquirir una. Una cierta corriente
psíquica puede encontrar cómodo servirse del síntoma, y de tal manera éste adquiere una
función secundaria [subrayado de Freud] y queda como anclado en el psiquismo. Quien quiere
curar al enfermo tropieza, para su sorpresa, con una gran resistencia, que le enseña que el
enfermo no tiene la intención de renunciar a su enfermedad, por más formal y serio que parezca
su propósito». Además, «los motivos de la enfermedad comienzan a despuntar desde la
infancia».
Sin embargo, Freud se corrige en su nota de 1923: «Ya no se está autorizado a pretender que
los motivos de la enfermedad no están presentes desde su inicio», como lo sugerían las últimas
líneas citadas. Freud continúa: «Yo he tenido mejor en cuenta el estado de las cosas
introduciendo una distinción entre la utilidad (profit) primaria y el beneficio (benefice) secundario
de la enfermedad. El motivo para enfermar no es otra cosa que el propósito de obtener una
cierta ganancia. Lo que se dice en las páginas siguientes es justo en lo que concierne al
beneficio secundario de la enfermedad. Pero la existencia de una utilidad primaria debe ser
reconocida en toda neurosis. El hecho de enfermar ahorra ante todo una operación psíquica;
desde el punto de vista económico, es la solución más cómoda en el caso de un conflicto
psíquico (refugio en la enfermedad), aunque el carácter impropio de esa salida se revele
ulteriormente de modo inequívoco, en la mayoría de los casos. Esa parte de la ganancia primaria
de la enfermedad puede denominarse utilidad interna, psicológica: es, por así decirlo, constante.
Además, hay factores exteriores, como por ejemplo la situación aquí mencionada de una mujer
oprimida por su marido, que pueden proveer motivos para enfermar, y representar de tal modo la
parte externa de su ganancia primaria.»
Para comprender mejor esta evolución, se pueden mencionar otros puntos de referencia
intermedios.
En 1915, en las Conferencias de introducción al psicoanálisis, con el título de «El estado
neurótico común», Freud evoca, bajo la influencia de Adler y de su «carácter nervioso», la
participación del yo en la emergencia de la neurosis, y con tal fin retorna la noción de ganancia
de la enfermedad (Krankheitsgewinn) a título de «función secundaria». En efecto, en esa fecha 
emprendió el trabajo de análisis del yo consecutivo al aporte de «Introducción del narcisismo».
Ese movimiento del pensamiento está destinado a desembocar, en «Análisis terminable e
interminable», de 1937, en una visión general de los «procesos secundarios» considerados
desde el punto de vista metapsicológico en la relación del yo con la pulsión. 


Benussi Vittorio
(1878-1927) Psicoanalista italiano
fuente(17) 
Nacido en Trieste, Vittorio Benussi vivió dividido entre sus dos patrias, Austria e Italia. Después
de estudiar psicología en Roma, en el departamento dirigido por Sante De Sanctis (1862-1935),
se especializó en psicología experimental en Austria, y realizó un análisis con Otto Gross en
Graz. Producida la caída del Imperio Austro-Húngaro, rechazó un trabajo en Praga por razones
políticas, y volvió a Italia, donde obtuvo la cátedra de psicología en la Universidad de Padua.
Riguroso en extremo, como lo atestiguan sus trabajos experimentales, Benussi fue también un
poeta y una especie de gurú; realizó estudios sobre la sugestión hipnótica y la psicología del
testimonio.
En 1926, en el clima antipsicoanalítico alimentado por la publicación del libro del célebre psiquiatra
Enrico Morselli (1852-1929), dio una serie de cursos sobre los fundamentos del psicoanálisis y
formó a una cierta cantidad de alumnos, entre ellos Cesare Musatti (quien iba a ser su asistente
y lo sucedería después de su muerte) y Novello Papafava, militante antifascista, amigo de esa
gran figura de la lucha contra el régimen mussoliniano que fue Piero Gobetti (1901-1926), y autor
de un ensayo de inspiración freudiana sobre los fundamentos del fascismo italiano. Ese mismo
año de 1926, Benussi conoció en Groninga a Ludwig Binswanger y a Karl Jaspers (1883-1969).
Por razones desconocidas, se suicidó en 1927, poco antes del congreso de la psicología italiana
que iba a reunirse en Padua en honor suyo.
Sus trabajos de psicología experimental fueron escritos y publicados en lengua alemana, pero
redactó en italiano sus contribuciones clínicas, reunidas y publicadas en 1932 con el título de
Suggestione e Psicoanalisi, por iniciativa de Silvia Musatti de Marchi, que fue su alumna. 


Berliner Psychoanalytisches Institut (BPI)
Instituto Psicoanalítico de Berlín
fuente(18) 
Creado por Max Eitingon, Karl Abraham y Ernst Simmel en el marco del policlínico del mismo
nombre, el Instituto Psicoanalítico de Berlín fue inaugurado el 14 de febrero de 1920 en locales de
la Potsdamer Strasse acondicionados por Ernst Freud. Verdadero laboratorio de formación de
terapeutas, durante diez años desempeñó un papel considerable en la elaboración de los
principios del análisis clínico, y sirvió de modelo a todos los otros institutos creados más tarde en
el marco de la International Psychoanalytical Association (IPA). Hasta su partida a Palestina,
Eitingon presidió la comisión de enseñanza, y en 1923, por primera vez en el mundo, el cursus
analítico fue sometido a las tres prescripciones sistemáticas: análisis didáctico, enseñanza
teórica, análisis de control.
Harms Sachs, el primer psicoanalista exclusivamente didacta M BPI, llegado de Viena, formó a
veinticinco profesionales, entre los cuales se contaron los más brillantes representantes del
freudismo internacional. A lo largo de los años, debido a la afluencia de inmigrantes húngaros 
que huían del régimen del almirante Horthy, y después por la llegada de los vieneses obligados a
exiliarse por razones económicas, el Instituto pasó a ser el más grande de los centros de
formación psicoanalítica del mundo, mientras que en el Policlínico se realizaban tratamientos de
todo tipo: gratuitos para los carecientes, pagos en diversa medida para los otros pacientes. En
1930, en el momento en que Eitingon publicó su "Informe inicial sobre los diez años del BPI",
Berlín, según las palabras de Ernest Jones, se había convertido en "el corazón de todo el
movimiento psicoanalítico internacional".
Después de la implantación del nazismo en Alemania, el BPI fue integrado al Instituto que dirigía
Matthias Heinrich Göring, poniéndose así al servicio de la siniestra comedia de la "arianización-
del psicoanálisis, es decir, de su destrucción sistemática en tanto que "ciencia judía". 


Bernaert Louis
(1906-1985) Sacerdote y psicoanalista francés
fuente(19) 
Nacido en Ascq, Louis Beirnaert ingresó en la Compañía de Jesús en 1923, y se convirtió en
profesor de teología dogmática. Durante la Segunda Guerra Mundial participó en la Resistencia
anti-nazi, en una red gaullista. Después se orientó hacia la psiquiatría, y fue analizado por Daniel
Lagache, antes de pasar a ser uno de los compañeros cercanos a Jacques Lacan y
desempeñar un papel importante en la historia de las relaciones entre el psicoanálisis y la Iglesia
Católica, sobre todo acerca de la cuestión del discernimiento de las vocaciones. Cronista en la
publicación periódica Études, redactó varios textos importantes sobre mística, en especial
acerca de Ignacio de Loyola (1491-1556). 


Bernays Anna,
nacida Freud (1859-1955). Hermana de Sigmund Freud
Bernays Anna, nacida Freud (1859-1955). Hermana de Sigmund Freud
Bernays Anna
Nacida Freud (1859-1955). Hermana de Sigmund Freud
fuente(20) 
Nacida en Freiberg, tercer vástago de Jacob y Amalia Freud, Anna era también la primera de las
cinco hermanas de Sigmund Freud, y la única de ellas que escapó al exterminio de los judíos por
los nazis. En sus recuerdos pone de manifiesto los mismos celos que el hermano había
experimentado respecto de ella cuando era niño. Cuenta hasta qué punto Amalia privilegiaba a
su hijo mayor: Sigmund tenía derecho a una habitación para él solo, mientras que sus hermanas
se amontonaban en el resto del departamento. Cuando Amalia quiso que Anna tomara lecciones
de piano, Sigmund se opuso y amenazó con irse de la casa. Cuando ella tenía 16 años, él le
prohibió leer las obras de Honorato de Balzac (1799-1850) y Alejandro Dumas (1802-1870). Esta
actitud tiránica se relacionaba con el hecho de que Freud había estado celoso de su hermano
Julius Freud, nacido después de él, y a continuación se sintió culpable de su muerte. Entonces
derivó su rivalidad hacia la hermanita, vivida como una "usurpadora" porque se llevaba una parte
del amor de la madre. Pero esta hostilidad demuestra también hasta qué punto Freud obedecía en
ciertos temas a la concepción victoriana de la educación de las mujeres, propia de la sociedad
vienesa de fin de siglo. Sus relaciones difíciles con esta hermana estimularon sin duda alguna
sus reflexiones sobre las rivalidades edípicas y los vínculos familiares en general. Más tarde,
Freud se mostró mucho más afectuoso con sus otras cuatro hermanas, cuyo destino fue
trágico.
En octubre de 1883, Anna Freud se casó con El¡ Bernays, hermano de Martha Bernays, futura 
esposa de Freud, con el cual este último no tardó en disputar por una historia trivial de dinero. De
nuevo se revelaron sus celos, y quiso que Martha, su novia, se pusiera de parte de él, lo que
ella no hizo. Pero él no asistió al casamiento de su hermana. Más tarde puso fin a la
desavenencia y ayudó a los Bernays a emigrar a los Estados Unidos, donde Eli se convirtió en
un hombre de negocios muy rico. Anna tuvo cinco hijos y murió en Nueva York casi centenaria. 


Bernays Minna
(1865-1941) Cuñada de Sigmund Freud 

fuente(21) 
En la historia de la vida privada de Sigmund Freud, Minna Bernays, hermana menor de Martha
Freud (nacida Bernays), ocupa un lugar decisivo, no sólo por los vínculos íntimos que mantuvo
con el cuñado (y que duraron toda la vida), sino porque esa amistad se convirtió en una de las
grandes cuestiones de la historiografía freudiana, sobre todo para la corriente revisionista.
En 1882, cuando Freud se enamoró de Martha, también se sentía muy atraído por Minna, cuya
inteligencia y espíritu cáustico le encantaban. Le escribió cartas muy íntimas, en las cuales le
hacía numerosas confidencias, llamándola "mi tesoro, mi hermana". En esa época, la joven
estaba de novia con un amigo de Freud, Ignaz Schönberg (1856-1886), quien contrajo
tuberculosis y murió a principios del año 1886! Minna decidió entonces permanecer soltera, y se
ocupó de la madre en Hamburgo, mientras trabaja intermitentemente como dama de compañía.
En 1896 se instaló en Viena, en la casa de la hermana y el cuñado, el departamento de la
Berggasse 19, donde ocupó una habitación sin entrada independiente: para llegar a ella, tenía
que pasar continuamente por el dormitorio de la pareja Freud. Con el paso de los años se
convirtió en "tía Minna" para los cinco hijos de la familia, a los cuales consagraba mucho tiempo y
toda su energía. Mientras que Freud mantenía a su mujer y sus hijos alejados de su vida
profesional, confiaba sus dudas, sus interrogantes y sus certidumbres a la cuñada tiernamente
amada. Incluso viajó varias veces en su compañía, sobre todo a Italia. En sus cartas la mantenía
informada de todos los asuntos de familia, hablándole tanto de Martha como de sus
descubrimientos intelectuales. Ella respondía con la seguridad de una mujer que ocupaba una
posición sólida en el corazón de la casa. En 1938, ya enferma y casi ciega, llegó a exiliarse en
Londres, donde murió dos años después que el cuñado.
Carl Gustav Jung, quien rechazaba la teoría freudiana de la sexualidad, tenía sin embargo un
gusto acentuado por las anécdotas picarescas de la vida privada. Como él mismo había tenido
varias aventuras extraconyugales (entre otras, una con Sabina Spielrein), no vacilaba en
divulgar rumores, verdaderos y falsos, sobre relaciones carnales de sus amigos y de sus
contemporáneos. Él fue el primero del entorno de Freud que le atribuyó una relación amorosa
con la cuñada. En 1957, en una entrevista con John Billinsky, contó que, en marzo de 1907,
Minna Bernays, muy "desamparada", le había confesado que Freud estaba enamorado de ella, y
que su "relación era verdaderamente muy íntima". Dijo recordar el "suplicio" que fue para él
escuchar esa "revelación".
Con mucho menos que eso se podía conmover a la comunidad freudiana y reactivar las
acusaciones al psicoanálisis: esa doctrina, que veía sexo en todas partes, ¿había sido
finalmente sorprendida en flagrante delito de incesto, en la persona misma de su hipócrita
fundador? Ernest Jones, el biógrafo oficial del maestro, afirmó repetidamente que el gran hombre 
había sido "monógamo en una medida inhabitual", pero no pudo impedir que el rumor hiciera
estragos. Tanto más cuanto que la correspondencia entre Minna Bernays y su cuñado seguía
siendo inaccesible a todos los investigadores, celosamente custodiada por el ortodoxo Kurt
Eissler, responsable de los Archivos Freud depositados en la Library of Congress de
Washington.
A fines de 1970, el historiador revisionista Peter Swales retomó el asunto, dándole un contenido
teórico. Con la inquietud por encontrar la huella original de todas las felonías cometidas por el
padre fundador, comenzó a investigar la cuestión, y en noviembre de 1981 pronunció en Nueva
York una conferencia que tuvo una gran repercusión. Tomando como punto de partida la
confidencia de Jung, explicó que Freud había tenido una relación sexual con Minna, que incluso
la había embarazado, y después obligado a abortar. Pero el método de investigación no aportaba
la menor prueba sobre la realidad de esa presunta relación. Se trataba de una especie de
parodia de interpretación psicoanalítica, que pretendía encontrar en la obra de Freud
"revelaciones" autobiográficas capaces de perfilar con toda exactitud los actos de su vida
privada.
A este delirio de interpretación, el historiador Peter Gay, nuevo biógrafo de Freud, respondió
describiendo la turbación que él mismo había experimentado al consultar, en la Library of
Congress, la correspondencia entre Freud y Minna Bernays: más exactamente, al verificar la
existencia de un blanco entre 1893 y 1910 en la numeración de las cartas. Ahora bien, era
precisamente en ese período cuando podría haber tenido lugar la relación sexual. Gay no creía
en la existencia de esa escena incestuosa original, y señaló que los herederos legales, al
censurar la vida privada de los pensadores, suprimían datos inútilmente, con lo cual favorecían
la difusión de las interpretaciones más fantasiosas.
Según Albrecht Hirschmüller, especialista alemán en la publicación de la correspondencia de
Freud con los miembros de su familia, Gay cometió un error, y la numeración de las famosas
cartas no presenta ningún salto. Hirschmüller dice que la correspondencia de Freud con la
cuñada no contiene ningún elemento que demuestre la existencia de semejante relación: "La
correspondencia es muy abierta e íntima. Demuestra que las relaciones de Freud con la cuñada
formaban parte de una red de relaciones familiares [ ... ]. Una relación carnal habría creado
demasiados problemas y destruido el vínculo con Martha, que era fundamental para Freud, pero
diferente del que mantenía con Minna. Ésta es la opinión que me he formado después de haber
examinado detenidamente todo lo que encontré en los archivos de Freud sobre la familia
Bernays."
De modo que la relación carnal fue inventada por Jung a partir de un testimonio de Minna mal
interpretado, antes de convertirse en un fantasma principal de la historiografía revisionista y
antifreudiana. 


Bernfeld Siegfried
(1892-1953) Psicoanalista norteamericano
fuente(22) 
Militante sionista y marxista austríaco, amante de las mujeres, fumador inveterado de cigarrillos
norteamericanos, gran conocedor de los orígenes del freudismo, pionero del análisis profano y
de la psicología de la adolescencia, Siegfried Bernfeld fue una de las principales figuras del
primer círculo psicoanalítico vienés, antes de convertirse, en 1941, en fundador de la San 
Francisco Psychoanalytical Society (SFPS).
Nacido en Lemberg (Galitzia) en una familia judía de comerciantes textiles, instalada en las
afueras de Viena, realizó estudios de botánica y zoología, con los que obtuvo un sólido
conocimiento de las ciencias de la naturaleza. Después se orientó hacia la psicología y la
pedagogía. En su juventud se interesó por el hipnotismo, que practicó con su joven hermano, y
luego por el método de la asociación libre. Militante sionista y socialista, comenzó a interesarse
por el psicoanálisis a través de la pedagogía, llevado por las experiencias de Maria Montessori.
En 1915 se casó con Anne Salomon, una estudiante de medicina y militante marxista, con la que
tuvo dos hijas: Rosemarie y Ruth.
En 1918, Bernfeld organizó en Viena una gigantesca reunión de la juventud sionista, en la cual
Martin Buber (1878-1965) pronunció un discurso célebre. Un año más tarde creó una institución,
el Kinderheim Baumgarten, especializada en recoger a niños judíos huérfanos de guerra, a los
cuales debía dar una formación que les permitiera emigrar a Palestina. En su apertura, el instituto
se hizo cargo de ciento cuarenta pensionistas, entre ellos niños de menos de cinco años,
hambrientos, discapacitados o traumatizados. Convertido en miembro de la Wiener
Psychoanalytische Vereinigung (WPV) ese mismo año, Bernfeld conoció a Sigmund Freud, quien
lo recomendó a Max Eitingon y al Policlínico de Berlín. Finalmente, en 1922, se instaló como
psicoanalista en Viena, se convirtió en íntimo de Anna Freud, y luego formó un grupo con
quienes se interesaban por la niñez y la adolescencia desamparada: Wilhelm (Willi) Hoffer
(1897-1967), Anna Freud, August Aichhorn. Todos tenían el objetivo de extender la doctrina
freudiana a las cuestiones sociales.
En 1925 publicó dos obras importantes, una consagrada a la psicología de la adolescencia, y la
otra centrada en el mito de Sísifo; en esta última denunciaba los métodos educativos alemanes,
con los cuales, según él, se corría el riesgo de favorecer la instauración de una dictadura.
Ese año, separado de su primera mujer, viajó a Berlín y su destino se cruzó con el de todos los
que se habían agrupado en torno a Karl Abraham y Eitingon. Realizó un análisis de dos años con
Hanns Sachs, y volvió a Viena en 1932, después de haberse casado con la actriz Élisabeth
Neumann, discípula de Erwin Piscator (1893-1966) y futura figura de Hollywood, de la que se
separó en 1934 para casarse con la que sería su tercera esposa y su valiosa colaboradora:
Suzanne Cassirer-Paret. Francesa de origen y madre de dos niños, Peter y Renate, ella se había
formado en el diván de Freud.
En términos generales, Bernfeld insistía en que el hombre está siempre en una "posición social",
y que esta dependencia respecto de lo social es decisiva en la construcción del yo. De allí la
idea esencial de que la neurosis y la delincuencia resultan por igual de la manera en que los
individuos han sido educados en su infancia.
En 1934, después de que los nazis tomaran el poder, Bernfeld se exilió con su hija Ruth, la 
madre de Suzanne, Peter y Renate. Instalados en Menton, en el mediodía de Francia, los Bernfeld
pasaron por París en 1935, oportunidad en que él se encontró con René Spitz y conoció a René
Laforgue. Después de un largo periplo que los condujo desde Amsterdam hasta Londres,
abandonaron definitivamente Europa por los Estados Unidos. En septiembre de 1937 se
instalaron en San Francisco. Manfred Bernfeld, hermano de Siegfried, fue deportado y murió en
el campo de concentración de Therensienstadt, y una parte de la familia de este último fue
exterminada en Auschwitz.
A diferencia de muchos otros inmigrantes vieneses que adoptaron fácilmente los ideales
pragmáticos del freudismo norteamericano, Bernfeld conservó durante toda su vida un "espíritu
vienés" contestatario y profundamente marcado por la teoría de las pulsiones. Por ello, desde su
llegada a California, por un lado lo deslumbró la belleza salvaje de los lugares de la Costa Oeste,
mientras que por otro lo defraudaba la reducción del psicoanálisis a una psicología del yo, a su
"masificación": "Los «psicoanalistas» que he encontrado aquí -le escribió a Anna Freud en 1937-
son gente pequeña [ ... ]. La palabra psicoanálisis es tan conocida aquí como en el Oriente
profundo. El nombre de Freud es menos corriente, y preferentemente lo pronuncian «Frud» [ ... ].
Según la geografía del corazón de los californianos, Viena se encuentra en la frontera entre
Norteamérica y Europa. Después de una buena cantidad de discos de música vienesa que nos
hacen oír para honrarnos, uno no siempre encuentra placer en sentirse vienés, y después de
algunas preguntas directas sobre la situación en Austria, tampoco se siente mucho honor por
serio.-
El apego a su pasado vienés llevó a Bernfeld a interesarse por la vida de Freud y la historia de
los orígenes del freudismo. Sus artículos sobre el tema fueron ampliamente utilizados por Ernest
Jones cuando Anna Freud, con gran pesar de todos los judíos vieneses exiliados, lo aceptó
como historiador oficial del padre fundador. En virtud de esta decisión. la tarea de ocuparse de la
herencia freudiana fue confiada a la escuela inglesa, y no a los norteamericanos como Bernfeld:
a James Strachey como traductor de las obras completas del maestro, y a Jones como biógrafo.
Unos meses antes de morir por un cáncer de pulmón, Bernfeld pronunció en el Instituto de San
Francisco una conferencia sobre la historia del análisis didáctico. En ella criticó con ferocidad las
normas de la formación psicoanalítica en el interior de la International Psychoanalytical
Association (IPA). Su discurso provocó un escándalo y no fue publicado hasta 1962,
acompañado por una presentación "oficial- de Rudolf Eckstein, que intentaba restringir su
alcance, subrayando que quizá Bernfeld no tenía razón al preferir el proceso de enseñanza al
de la organización institucional. 


Bernheim Hippolyte
(1840-1919) Médico francés
fuente(23) 
Iniciador de la noción moderna de psicoterapia, Hippolyte Bernheim renunció a su posición
hospitalaria en Estrasburgo cuando Alsacia fue anexada a Alemania en 1871. Incorporado
entonces a la Universidad de Nancy, fue designado profesor titular de medicina interna en 1879.
Tres años más tarde adoptó el método hipnótico de Auguste Liébeault, al cual dio un contenido
racional. Contrariamente a ese viejo médico, él sólo atendía a pacientes capaces de entrar en
estado de hipnosis (soldados, obreros, campesinos), con los cuales, como lo ha subrayado
Henri F. Ellenberger, obtenía mejores resultados que con enfermos de las clases superiores. De 
tal modo pudo demostrar que la hipnosis era un estado de sugestionabilidad provocado por
sugestión.
Así como el marqués Armand de Puységur (1751-1825), en vísperas de la Revolución de 1789,
había abierto el camino a la idea de que un amo (noble, médico, científico) podía ser limitado en el
ejercicio de su poder por un sujeto capaz de hablar, y por lo tanto de resistir a él, Bernheim
demostró al contrario que, a fines del siglo XIX, la hipnosis ya no era más que una cuestión de
sugestión verbal: una clínica de la palabra reemplazaba entonces a la clínica de la mirada. En
resumen, él contribuyó a disolver los últimos restos del magnetismo, invirtiendo la relación
descrita por Puységur y anulando la hipnosis en la sugestión.
De allí la disputa con Jean Martin Charcot, quien asimilaba la hipnosis a un estado patológico, y
se servía de ella, no como medio terapéutico, sino para provocar crisis convulsivas y dar un
estatuto de neurosis a la histeria. Bernheim acusó al maestro de la Salpêtrière de fabricar
artificialmente síntomas histéricos, y de manipular a las enfermas. Agrupó en torno de él, además
de Liébeault, a otros dos científicos: Henri Beaunis (1830-1921) y Jules Liégeois (1833-1908).
Así se constituyó la Escuela de Nancy, que durante diez años batalló con la Escuela de la
Salpêtrière. Mientras que Beaunis se aplicó a separar la filosofía de la psicología, creando con
Alfred Binet, en 1894, la revista L'Année psychologique, Liégeois, jurista de formación, se
interesó en los crímenes y delitos cometidos en estado de hipnosis, asumiendo la defensa de
criminales víctimas de hipnotizadores en numerosos casos judiciales.
La lógica de esta disolución de la hipnosis en la sugestión llevó entonces a Bernheim a sostener
que los efectos obtenidos por el hipnotismo también se podían alcanzar mediante una sugestión
en estado de vigilia -lo que luego se denominó psicoterapias-.
De la misma manera, puede decirse que Sigmund Freud creó el psicoanálisis al abandonar la
hipnosis por la catarsis, incluso sin haber adoptado la sugestión. Él socavó simultáneamente las
tesis de Bernheim y Charcot, aunque inspirándose en ambas experiencias. De Charcot tomó una
nueva conceptualización de la histeria, y de Bernheim el principio de una terapia mediante la
palabra.
En su autobiografía de 1925, Freud narra la visita que realizó a Bernheim y Liébeault, en el
verano de 1889, en compañía de Anna von Lieben (Frau Cäcilie), inmediatamente antes de
dirigirse a París para asistir a dos congresos internacionales, uno sobre psicología y otro sobre
hipnotismo. En Nancy presenció las experiencias sorprendentes del médico alsaciano, mantuvo
con él discusiones estimulantes, y emprendió la traducción de su libro. Pero comprobó que la
sugestión sólo daba resultado en un ambiente hospitalario, y no con la clientela privada:
"Abandoné entonces la hipnosis -subraya Freud-, y sólo retuve de ella la posición del paciente,
tendido en un diván detrás del cual me sentaba yo, de manera que lo veía sin ser visto por él". 


Betlheim Stjepan
(1898-1970) Psiquiatra y psicoanalista yugoslavo
fuente(24) 
Stjepan Betlheim nació en Zagreb, en una familia judía, realizó su análisis en Berlín con Sandor
Rado, y después controles con Helen Deutsch y Karen Horney, antes de adherir a la Wiener
Psychoanalytische Vereinigung (WPV) en 1928, fecha en la cual comenzó a practicar el 
psicoanálisis en Zagreb. En el período de entreguerras, junto con Nikola Sugar, trató de crear
una asociación psicoanalítica en Yugoslavia. Después de haber combatido en Bosnia del lado de
los guerrilleros, en 1952 fue incorporado a la International Psychoanalytical Association (IPA) a
título personal, y en 1968 creó la Asociación de los Psicoterapeutas Yugoslavos. 


Bettelheim Bruno
Psicoanalista norteamericano de origen austríaco 

fuente(25) 
(Viena 1903 - Silver Spring, Maryland, 1990).
Tras sus estudios de psicología, adquiere una formación psicoanalítica. Es deportado en razón
de sus orígenes judíos a Dachau y Bucheriwald, de donde es liberado gracias a la intervención
de la comunidad internacional. Extrae de esta experiencia un informe titulado Individual and
Mass Behavior in Extreme Situation (1943), que el general Eisenhower dio a leer a todos los
oficiales del ejército norteamericano. También extrajo de esta experiencia El corazón conciente
(1960) y Sobrevivir (1979), donde analiza las actitudes humanas en las situaciones extremas y
jerarquiza los comportamientos que parecen más eficaces para salvaguardar la integridad
funcional del yo. Después de su liberación se dirige a los Estados Unidos, donde se hace
profesor de educación (1944), luego de psiquiatría (1963) en la Universidad de Chicago. También
toma la dirección, en 1944, de un instituto destinado a los niños con dificultades, que reforma en
1947, con el nombre de Instituto Ortogenético de Chicago. Organiza este Instituto, que describe
en Un lugar para renacer (1974), como un medio aislado de las presiones exteriores,
especialmente de los padres, y en el que toma a su cargo a los niños autistas. Por su práctica y
sus observaciones pone en cuestión las concepciones del autismo, y sostiene que la causa
primera de esta enfermedad es un incidente sobrevenido en la más temprana infancia, en
particular, en una relación mal establecida entre el niño y su madre. Intenta demostrar esta tesis
a partir de varios casos en La fortaleza vacía (1967). En su Instituto Ortogenético no deja ningún
detalle librado al azar: un medio en todo momento favorable al niño, el reparto de los pensionistas
en seis grupos de ocho, el respeto absoluto de lo que quiere el niño, sin intervención de ninguna
jerarquía, pues, según sus decires, «el poder corrompe». Sus métodos invocan a S. Freud, A.
Aichhorn y sobre todo a E. Erikson, promotor del «principio de la confianza básica». Bettelheim
se vincula así con la corriente de la psicología del yo. Luego de haber escrito Diálogo con las
madres (1962) y de haberse interesado en los mitos y los cuentos de hadas (Psicoanálisis de
los cuentos de hadas, 1976), publica Las heridas simbólicas (1976). La importancia de
Bettelheim, aunque a veces cuestionada, se destaca especialmente en su voluntad de dejarle al
niño toda la facultad de autonomía posible, incluso en sus tendencias a la retracción, para que
acceda a partir de sí mismo al otro, al mundo, de manera personal y auténtica. 


Bettelheim Bruno
(1903-1990) Psicoanalista norteamericano
fuente(26) 
Es imposible invocar la vida y la obra de Bruno Bettelheim sin tener en cuenta el escándalo que
estalló en los Estados Unidos una semana después de su muerte. Como consecuencia de la
publicación, en algunos importantes periódicos, de las cartas de ex alumnos de la Escuela
Ortogénica de Chicago, que Bettelheim había dirigido durante cerca de treinta años y que recibía 
a niños clasificados como autistas, la imagen del buen "Dr. B.", como se lo llamaba, quedó
eclipsada por la de un tirano brutal, que había impuesto el terror en su escuela. Se recordó
entonces que no aceptaba ningún visitante, salvo, y en condiciones muy restringidas, las
familias de los niños albergados. Muy pronto los ataques se extendieron a su vida y su obra, y
los calificativos de impostor, falsificador y plagiario se sumaron al de charlatán. Este tumulto tuvo
poco eco en Francia, donde Bettelheim disfrutaba de un inmenso prestigio desde el éxito de su
libro La fortaleza vacía, y de la emisión dedicada a la Escuela Ortogénica, realizada por Daniel
Karlin y Tony Lainé para la televisión francesa, y difundida en octubre de 1974. Ese prestigio
sólo había sido mellado por la declinación general de las ideas filosóficas y psicoanalíticas en la
década de 1970.
Sin dar crédito a la totalidad de las acusaciones lanzadas contra él, y refutando sobre todo la de
plagiario, su biógrafa, Nina Sutton, ha demostrado la autenticidad de algunas de ellas, dejando
ver que la cuestión central residió en la interpretación a que habían dado lugar sus arrebatos
verbales, la brutalidad de algunos de sus actos, sus "pequeñas mentiras, sus "fraudes" y, más
allá de esto, sus continuos acomodamientos de la historia. Fiel a las ideas freudianas, Bruno
Bettelheim lo fue a su manera, una manera que, en lo esencial, tenía necesariamente que chocar
con los sostenedores y herederos de la Ego Psychology, custodios de una ortodoxia encarnada
por la International Psychoanalytical Association (IPA). Rechazando tanto la comodidad del
dogmatismo teórico como el pragmatismo, postulando que los niños a su cargo debían ser
tratados con un respeto y una exigencia que no admitía ninguna distensión, Bruno Bettelheim
concibió un universo "terapéutico total" que hizo de su trabajo un combate permanente, cuyo
objetivo, la salida del encierro en el que esos niños habían encontrado refugio, justificaba los
medios.
Nacido en Viena el 28 de agosto de 1903, en una familia de la pequeña burguesía judía asimilada,
aquejado de una fealdad que la madre, que siempre le escatimó su afecto, reconocía sin
miramientos, muy pronto Bruno Bettelheim puso de manifiesto tendencias depresivas. Dos
acontecimientos trágicos impactaron sobre su joven existencia. La afección sifilítica del padre,
enfermedad "vergonzosa" mantenida en secreto, que durante mucho tiempo él mismo creyó
padecer por trasmisión hereditaria, y el estallido de la Primera Guerra Mundial, con su cortejo de
recesión y miseria, que en 1918 desembocó en la caída del imperio de los Habsburgo y el fin de
lo que Stefan Zweig denominó "el mundo de ayer". Estas primeras fracturas materiales y
morales orientaron su reflexión sobre las posibilidades de adaptación del hombre ante
condiciones que amenazan destruirlo. Consagrado a estudios literarios y artísticos, Bruno
Bettelheim frecuentó una organización juvenil denominada Jung Wandervogel ("Jóvenes Pájaros
Migratorios"), marco de su primer encuentro con las ideas de Sigmnund Freud, a través de un
oficial desmovilizado, Otto Fenichel.
La muerte del padre lo obligó a interrumpir sus estudios para dirigir la empresa familiar de venta
de madera. Después de algunos años de una vida conyugal difícil, volvió a la universidad,
emprendió un análisis con Richard Sterba e inició una relación con una joven institutriz que iba a 
ser más tarde su segunda esposa y que, como la primera, era una émula de Maria Montessori.
En 1938 se recibió de doctor en estética (más tarde se dirá doctor en filosofía), una semana
antes de la entrada de los nazis en Viena. Por razones confusas que él no aclaró nunca,
permaneció en Viena, mientras que su mujer y la pequeña autista norteamericana que estaba a
cargo de esta última partían a los Estados Unidos (años después, Bettelheim trató de hacer creer
que era él el responsable de la niña).
Arrestado por la Gestapo, llegó a Dachau el 3 de junio de 1938, después de haber sido
violentamente golpeado. Transferido a Buchenwald el 23 de septiembre de 1938, se encontró allí
con Ernst Federn, el hijo de Paul Federn, compañero de Freud. En ese universo de terror,
angustia y humillación permanentes, inició un trabajo sobre sí mismo para resistir a la empresa
mortífera de la SS. La experiencia del campo de concentración está en el origen del concepto de
"situación extrema", expresión con la cual Bettelheim designaba las condiciones de vida ante las
cuales el hombre puede abdicar, identificándose con la fuerza destructora constituida tanto por
el verdugo o el entorno como por la coyuntura, o bien resistir, practicando una estrategia de
supervivencia (Sobrevivir será el título de uno de sus libros) que consiste en construirse, a
semejanza de lo que él iba a suponer que está en el origen del autismo, un mundo interior con
fortificaciones contra las agresiones externas. Liberado el 14 de abril de 1939 gracias a
intervenciones que le dieron una nueva oportunidad de fabular, emigró a los Estados Unidos
despojado de todos sus bienes.
Experimentó nuevos choques a su llegada, cuando la mujer le anunció su intención de
divorciarse, y él descubrió el poco interés que prestaban los norteamericanos al horror de los
campos de concentración. Fiel al compromiso asumido con Ernst Federn, en virtud del cual el
primer liberado de los dos debía testimoniar las atrocidades nazis, consignó por escrito la
observación minuciosa que había hecho del comportamiento de los prisioneros y los verdugos, y
de las relaciones que mantenían entre ellos. Este documento, que en un primer momento
encontró indiferencia o resistencia, apareció en 1943; atrajo entonces el interés del general
Eisenhower, quien decidió hacerlo leer a sus oficiales. Simultáneamente, Bruno Bettelheim se
convirtió en el especialista en campos de concentración, estatuto que iba a revelarse cargado
de malentendidos, en este caso con el conjunto de la comunidad judía. En efecto, los testimonios
de los pocos sobrevivientes de los campos de la muerte revelaron la insondable distancia que
separaba el universo concentracionario de la empresa de exterminio sistemático de la que
Auschwitz seguirá siendo símbolo para siempre. Bruno Bettelheim iba a tardar años en admitir
esta diferencia, negándose a ver en ella un límite trágico a su virulenta crítica de lo que él
presentaba como la pasividad de los judíos ante sus verdugos.
En 1944 fue nombrado director de la Escuela Ortogénica, dependiente de la Universidad de
Chicago, cuyo funcionamiento ya no era satisfactorio. Durante treinta años esa institución se
convirtió en "su" escuela, teatro de la puesta en obra draconiana de las concepciones y los
métodos forjados en el curso de los episodios dolorosos vividos por él. Se trataría de construir,
en cada instante de la vida cotidiana de ese internado, un universo que diera seguridad, capaz 
de constituir un antídoto a las "situaciones extremas" que se suponía habían precipitado a los
niños en el autismo y la psicosis. De inspiración psicoanalítica, la empresa era no obstante
paradójica, e iba en sentido contrario a esos mismos principios psicoanalíticos de apertura hacia
el exterior y autonomización de los sujetos. La cuestión no consiste sólo en recusar las
doctrinas organicistas sobre el autismo y la psicosis, sino también en examinar las modalidades
de aplicación de la teoría psicoanalítica en el tratamiento de esas afecciones. Y en tal sentido
conserva toda su actualidad.
Bruno Bettelheim dedicaba sus días y una parte de las noches a la escuela y a la redacción de
los informes que iban a constituir la materia prima de sus principales obras. Fue convirtiéndose
en un personaje mediático en los Estados Unidos y el resto del inundo, objeto de adhesiones
apasionadas y también de violentas polémicas. Después de jubilarse en términos conflictivos,
continuó escribiendo; se dedicó tanto al esclarecimiento analítico de los cuentos de hadas como
a efectuar una lectura crítica de la traducción inglesa de las obras de Freud. Afectado por la
muerte de la esposa y por preocupaciones de salud que limitaban su autonomía, depresivo y
colérico, obsesionado por el miedo a la invalidez, Bruno Bettelheim puso fin a sus días la noche
del 12 al 13 de marzo de 1990, cincuenta y dos años después de la entrada de los nazis en
Viena, ahogándose con una bolsa de plástico revestida de caucho. 


Bibring Edward
(1894-1959) Médico y psicoanalista norteamericano
fuente(27) 
Nacido en Stanislau (Galitzia), Edward Bibring, proveniente de una familia judía, tuvo una vida
signada por sucesivas emigraciones. Después de la Revolución de Octubre viajó a Viena, donde
volvió a realizar sus estudios de medicina mientras se analizaba con Paul Federn. En 1938
emigró a Londres, al mismo tiempo que la familia de Freud. Tres años más tarde, en febrero de
1941, partió hacia los Estados Unidos, y se integró a la Boston Psychoanalytic Society (BoPS),
que presidió durante dos años. Bibring fue ante todo un clínico ortodoxo de la International
Psychoanalytical Association (IPA), cercano a las tesis de Anna Freud. En 1943, en el marco del
desarrollo de la teoría posfreudiana del yo, elaboró la noción de mecanismos de desprendimiento
(working-off mechanisms) para designar un proceso de resolución de los conflictos del yo,
distinto de las defensas y de la abreacción. Murió por mal de Parkinson. Su mujer, Grete
Bibring-Lehner (1899-1977), analizada por Hermann Nunberg, fue también médica y
psicoanalista. 


Bigras Julien
(1932-1989) Psiquiatra y psicoanalista canadiense
fuente(28) 
Contrariamente a François Peraldi, que se exilió en Quebec conservando la nacionalidad
francesa, Julien Bigras, lo mismo que su compatriota René Major, trató de instalarse en Francia.
No logró hacerlo, y volvió a Montreal, donde desempeñó un papel de acicate en la Société
psychanalytique canadienne (SPC), encerrada en sí misma, y víctima de luchas institucionales
permanentes entre los miembros de lengua inglesa y los de lengua francesa, y entre los
partidarios de las diferentes corrientes de la International Psychoanalytical Association (IPA): el
kleinismo, la Ego Psychology, la Self Psychology.
Nacido en Saint-Martin, Bigras provenía de una familia de granjeros pobres de la Provincia de
Quebec. Entre los once hermanos, él fue el único que pudo estudiar. Se orientó hacia la
medicina, y después a la psiquiatría; entre 1963 y 1983 trabajó en cuatro hospitales
psiquiátricos: Hospital Sainte-Justine, Institut Albert-Prévost, Douglas Hospital y Royal Victoria.
Después de una primera psicoterapia con Victorien Voyer, viajó a París en 1960 con su primera
esposa, Mireile Lafortune. Permaneció tres años en la capital de Francia, y durante ellos realizó 
su formación didáctica con André Luquet, en el marco de la Société psychanalytique de Paris
(SPP), después de iniciar una sólida amistad con Conrad Stein (quien iba a ser su control).
Convertido en miembro de la SPP, volvió a Montreal, donde trató de desarrollar la Société
psychanalytique canadienne, estableciendo relaciones e intercambios con los disidentes
parisienses de la SPP, que también impugnaban la esclerosis de su institución y se habían
vinculado con los analistas de la nueva École freudienne de Paris (EFP) fundada por Jacques
Lacan. Después de un segundo control con Jean-Baptiste Boulanger, Bigras se integró, no sin
dificultad, a la SPC, en la cual fue siempre considerado un bad boy, marginal y excéntrico. Se lo
solía llamar "el indio---, en razón de su interés por el etnopsicoanálisis y por los indios
americanos establecidos en las reservas de Canadá.
En este contexto creó en 1967 la revista Interprétation, que durante catorce años desempeñó un
papel importante en Montreal y París, publicando textos provenientes de todos los horizontes del
saber: psicoanálisis, literatura, ciencias humanas, antropología. Entre los numerosos
colaboradores de esa revista francocanadiense se destacan los nombres de Piera Aulagnier,
Conrad Stein, René Major, François Peraldi, el poeta Jacques Brault, y también norteamericanos
como Heinz Kohut, Kurt Eissler, Frieda Fromm-Reichman, y otros.
Este autor prolífico e inconformista, novelista por momentos, apasionado del estudio del incesto y
la locura, murió prematuramente por una enfermedad cardiovascular, después de haber puesto
fin a la experiencia del grupo y la revista Interprétation, y de haber visto nacer otra, Frayages,
creada por François Peraldi, su rival lacaniano. 


Binswanger Ludwig
Psiquiatra suizo
fuente(29) 
(Kreuzlingen 1881 - id. 1966).
Intentó una síntesis entre psicoanálisis y fenomenología, donde la segunda predomina
claramente sobre el primero. Proveniente de una familia de psiquiatras propietaria de la clínica de
Kreuz1ingen, cerca del lago Constanza, sigue a la vez estudios médicos y filosóficos en
Lausana y Heidelberg. En Zurich, adonde luego se traslada, es alumno y luego asistente de E.
Bleuler en el hospital psiquiátrico del Burghölz1i. Allí conoce a C. Jung, al que acompaña a Viena
en 1907 para encontrarse ahí con S. Freud y comenzar una formación psicoanalítica. Esta
formación lo llevará a la comisión directiva de la Sociedad Suiza de Psicoanálisis en 1919.
Mientras dirige la clínica familiar, se interesa cada vez más en la fenomenología de E. Husserl y
luego de M. Heidegger, para aplicarla a la observación clínica y al estudio psicopatológico de sus
enfermos, de los que publica algunos casos que se han vuelto célebres, en particular los de
Suzan Urban y de Ellen West. Esta última observación es largamente presentada en Extstence
(trad. ingl. Clarion Books, 1967) como un modelo del análisis existencial que preconiza
Binswanger. Para él, el psiquiatra debe reconstituir y comprender fenomenológicamente el
mundo de la experiencia interna de su enfermo si quiere intentar curarlo. El «ser-en-el-mundo»,
el «Dasein» (Heidegger), debe permanecer en el centro de este análisis que Binswanger 
desarrolló largamente en sus seis artículos de los Archivos suizos de neurología y psiquiatría, a
propósito de la conciencia, o, más precisamente, del «mundo maníaco», de la fuga de ideas
(Über Ideenflucht, serie de artículos de 1930 a 1932, publicados bajo este título en 1933).
Al mismo tiempo que se aleja cada vez más de la ortodoxia psicoanalítica, Binswanger
permanece fiel hasta el fin a Freud, a quien dedica su último libro de recuerdos (Erírmerungen an
Sigmund Freud). Artículos importantes fueron reagrupados, publicados (1947) y traducidos al
francés bajo el título Introduction a l'analyse existentielle (1971; reed. 1989). Los trabajos más
notables son Einführung in die Probleme der allgemeinen Psychologie (1922), Grundformen und
Erkenntnis menschlichen Daseins (1942), Schizophrenie (1957). En este últímotrabajo se
encuentraLeCas Suzan Urban (trad. fr. en 1957, prologado por Binswanger). 


Binswanger Ludwig
(1881-1966) Psiquiatra suizo
fuente(30) 
Nacido en Kreuzlingen, en la orilla suiza del lago de Constanza, Ludwig Binswanger descendía
de una dinastía de psiquiatras. Su abuelo, Ludwig Senior (1820-1880), provenía de una familia
judía de Osterberg, Baviera. Abandonó Alemania en 1850 para dirigir el Hospital Psiquiátrico
Estatal de Munsterlingen, en Suiza. Poco después de asumir esa función compró el terreno de
una ex imprenta en Kreuzlingen para fundar la clínica psiquiátrica de Bellevue, en concordancia
con concepciones que su hijo, Robert, y su nieto, Ludwig, reconocieron como revolucionarias en
su momento.
Desde el principio, la clínica se caracterizó por la proscripción de todos los medios de coerción,
tan frecuentes en la época. Además su fundador introdujo técnicas nuevas, poniendo sobre
todo al servicio de los enfermos el ambiente familiar del médico, práctica que autoriza a hablar,
según los términos de Ludwig Binswanger al evocar a su abuelo, de "terapia familiar en el
sentido estricto de la palabra". Mucho antes de encontrarse con Ludwig Binswanger, Sigmund
Freud conocía la reputación de la clínica de Bellevue, a la cual ya había derivado pacientes;
Joseph Roth (1894-1939) la evocó como sigue en La marcha de Radetzky: la casa de salud del
lago de Constanza, donde se atendía con cuidados presurosos, pero dispendiosos, a los
alienados de los ambientes de buen pasar, acostumbrados a los mimos, y que los enfermeros
trataban con una delicadeza de comadrona". Mucho más tarde, en 1933, el escritor francés
Raymond Roussel (1877-1933) habría residido en la clínica de Bellevue, según la decisión que
había tomado, si no se hubiera detenido definitivamente en Palermo, por donde quiso pasar antes
de dirigirse a Suiza.
El tío de Ludwig Binswanger, Otto Binswanger (1852-1929), que atendió a Friedrich Nietzsche
(1844-1900) y conoció a Freud en 1894, en un congreso en Viena, publicó trabajos sobre la
histeria y la parálisis general. Designado profesor en Jena, acogió a su sobrino entre 1907 y
1908 en su servicio de la clínica psiquiátrica de esa ciudad, donde el joven Ludwig, por otra
parte, iba a conocer a su futura esposa, Hertha Buchenberger.
Ludwig Binswanger fue educado en el marco de las normas de su tiempo y su ambiente social. 
es decir, antes que nada en el respeto a la ley dictada por el padre, Robert Binswanger
(1850-1910), que había sucedido a su propio padre, Ludwig Senior, en la dirección de la clínica.
Muy pronto el joven Ludwig eligió llegar a ser psiquiatra para suceder a su vez al padre.
Entre 1900 y 1906 realizó estudios de medicina, pero también de filosofía, en Lausana, Zurich,
Heidelberg, y de nuevo en Zurich. En esa época conoció a Eugen Bleuler, por quien sentía una
admiración inmensa, lo mismo que muchos jóvenes psiquiatras de su generación. No tardó en
trabajar como asistente voluntario en el Burghölzli, la clínica zuriquesa donde conoció a Karl
Abraham, Max Eitingon y Carl Gustav Jung. Bajo la dirección de este último elaboró una tesis
sobre las asociaciones verbales. En esa época todo el equipo del Burghölzli estaba apasionado
con el descubrimiento freudiano, y Zurich estaba convirtiéndose en el segundo centro mundial
del psicoanálisis después de Viena.
En enero de 1907 Jung realizó su primera visita a Freud, acompañado por su mujer Emma y el
joven Ludwig Binswanger. Éste no ocultó su deseo de ser iniciado en el psicoanálisis. El relato
por Binswanger de ese primer encuentro traduce la simpatía espontánea y recíproca que se
estableció entre los dos hombres. Por un lado, el maestro, figura paterna afable y tolerante, muy
diferente del padre de Ludwig, autoritario, y por otro lado el joven médico, veinte años menor que
él, y tan dotado ya. A continuación de esta visita, impulsado por el entusiasmo que le suscitaban
Freud y sus ideas, Ludwig Binswanger, que sólo tenía un conocimiento libresco del
psicoanálisis, tomó a su primera paciente psicoanalítica mientras estaba en el servicio de su tío
en Jena.
En diciembre de 1910, después de la muerte del padre, Ludwig Binswanger asumió la dirección
de la clínica. Durante algunos años consideró el psicoanálisis como el recurso absoluto para
todas las categorías de pacientes. Sólo más tarde se mostró más mesurado: "...diez años de
labor y decepciones han sido el precio que debí pagar para llegar a reconocer que sólo una
parte determinada de nuestros pacientes institucionales pueden ser abordados con un análisis".
La atracción creciente que sobre él ejercía la filosofía, su curiosidad y la asidua relación con
intelectuales y artistas de su tiempo (entre ellos Martin Buber [ 1878-1965], Ernst Cassirer
[1874-1945], Martin Heidegger [1889-1976], Edmund Husserl [1859-1938], Karl Jaspers
[1883-1969], Edwin Fischer, Wilhelm Furtwängler, Kurt Goldstein [1878-1965] y Eugéne
Minkowski) lo llevaron a desarrollar una concepción distinta del camino freudiano. Pero este
distanciamiento no lo hizo renunciar a la teoría. Su respeto, su admiración a Freud y su amistad
con él siguieron intactos a lo largo de los años, de lo cual da testimonio su intervención del 7 de
mayo de 1936, en ocasión del octogésimo cumpleaños de Freud, pero también su texto de 1956,
destinado a la conmemoración del centenario del nacimiento del creador del psicoanálisis, un
trabajo titulado "Mi camino hacia Freud". Pero, ante todo, es la correspondencia entre los dos
hombres la que da prueba del carácter excepcional de su relación. Aunque Freud, arrastrado
por las primeras turbulencias del deterioro de su relación con Jung, formuló un juicio reservado
sobre Binswanger, sobre todo en una carta del 30 de mayo de 1912, en la que relató a Sandor 
Ferenczi la famosa visita a Kreuzlingen, considerada por Jung como una ofensa deliberada, la
nota dominante estuvo siempre impregnada de amistad, confianza y respeto por el psiquiatra
suizo. El 11 de enero de 1929 Freud le escribió: "A diferencia de tantos otros, usted no ha
permitido que su evolución intelectual, que cada vez lo sustrae más a mi influencia, destruya
nuestras relaciones personales, y no puede saber hasta qué punto una delicadeza tal le hace
bien a un hombre -a pesar de la indiferencia que entraña la edad, que usted tanto celebra".
En 1911, Binswanger concibió el proyecto de escribir una obra acerca de la influencia de Freud
sobre la psiquiatría clínica. No obstante, se dio cuenta de que semejante empresa exigía
conocimientos de los que él carecía. En consecuencia, decidió proceder en dos etapas. El primer
volumen estaría dedicado al examen de los fundamentos de la psicología en general, y el
segundo abordaría el núcleo de la cuestión. Pero este último no apareció nunca, aunque los
capítulos se acumulaban y eran el tema de la correspondencia con Freud. Mientras tanto,
Binswanger se volvió hacia la filosofía, primero la de Henri Bergson (1859-1941), pero sobre
todo la fenomenología de Edmund Husserl, que exploró sistemáticamente antes de encontrarse
con el filósofo en agosto de 1923. Ese encuentro hizo que doblaran las campanas para el gran
proyecto epistemológico, y marcó el nacimiento de una nueva perspectiva, en la forma de una
hermenéutica en la cual Binswanger se esforzó por inscribir la interpretación freudiana. Cerca
de cuarenta años más tarde, Henri F. Ellenberger, en el marco de un artículo dedicado a la obra
de Paul Ricoeur sobre la hermenéutica freudiana, confrontó las dos trayectorias, la de
Binswanger y la de Ricoeur, reconociéndole a Binswanger el mérito de haber sido el primero, y
el único en su tiempo, en reconocer la existencia de una hermenéutica freudiana basada en la
experiencia, distinta de las hermenéutica filológica, teológica o histórica.
En un primer momento, fue bajo el efecto de esta influencia husserliana como Binswanger
desarrolló su método terapéutico, el análisis existencial (Daseinanalyse), que él ilustró
particularmente con la publicación del caso "Susan Urban". A partir de 1927, fecha de la
aparición del libro Sein und Zeit de Martin Heidegger, dio un nuevo giro a sus pensamientos,
abandonando la perspectiva estrechamente fenomenológica para abrirse a la ontología. En ese
marco, en 1930, publicó Sueño y existencia, donde mezcla la concepción freudiana de la
existencia humana con las de Husserl y Heidegger. Para esta obra, Michel Foucault (1926-1984),
que la tradujo en colaboración con Jacqueline Verdeaux, redactó un largo prefacio. En 1983, en
la versión inglesa (inédita en francés) de la presentación de su libro El uso de los placeres,
Foucault evocó su deuda con Binswanger y las razones que lo llevaron a alejarse de él.
Como lo ha subrayado Gerhard Fichtner en su introducción a la correspondencia entre los dos
hombres, Freud no suscribía por cierto las críticas y los interrogantes que salpicaban los
homenajes que le rendía Binswanger. Pero sin duda alguna habría apreciado las líneas que su
amigo suizo anotó en su diario, después de visitarlo en su casa de Londres, en 1946: "Freud
sigue siendo mi experiencia humana más importante, es decir, la experiencia de mi encuentro
con el más grande de los hombres". 


Bion Wilfred Ruprecht.
Psiquiatra y psicoanalista británico
fuente(31) 
(Muttra, hoy Mathura, India, 1897 - Oxford 1979).
Alumno de M. Klein, fue presidente de la Sociedad Británica de Psicoanálisis (1962-1965).
Orientó una parte de su trabajo hacia los pequeños grupos y sobre todo hacia el análisis de los
psicóticos. Su contribución se extiende al estudio del «aparato protomental», que define como un
sistema que constituye una vía de acercamiento a los fenómenos psicosomáticos, al estudio del
movimiento de «desintegración-integración» que opera en todo aprendizaje por la experiencia, y
al del psiquismo visto como sistema gastro-intestinal- intelectual -emocional. También se interesó
en el desarrollo del pensamiento del niño -y sus trastornos-, en estrecha relación con la
capacidad materna de «contener», de recibir sus proyecciones y alimentarlo psíquicamente. Sus
principales obras son Acerca cle los pequeños grupos (1961), Aprendiendo de la experiencia
(1962), Elementos del psicoanálisis (1963), Trasformaciones (1965), La atención y la
interpretación (1970), Memorias del futuro (19751979). 


Bion Wilfred Ruprecht
(1897-1979) Médico y psicoanalista inglés
fuente(32) 
Clínico erudito y brillante, reformador de la psiquiatría militar, gran clínico de las psicosis y los
estados límite, Wilfred Ruprecht Bion fue el discípulo más turbulento de Melanie Klein, cuyo
dogmatismo rechazó, para construir una teoría refinada del self y la personalidad, sobre la base
de un modelo matemático y atravesada por nociones originales (pequeño grupo, función alfa,
continente/contenido, objetos bizarros, presupuestos básicos, grilla, etcétera), las cuales, en
cierto sentido, se asemejan a las de Jacques Lacan, su contemporáneo. Como este último, trató
de dar un contenido formal a la transmisión del saber psicoanalítico, basándose en fórmulas y en
el álgebra; a semejanza de Lacan, se apasionó por el lenguaje, la filosofía y la lógica, pero desde
una perspectiva netamente cognitivista.
Este gran viajero no sólo hizo escuela en Gran Bretaña, sino también en Brasil, sobre todo en
San Pablo, donde marcó en profundidad a sus discípulos. En su juventud tuvo el privilegio de ser
el terapeuta del escritor Samuel Beckett (1906-1989), con el cual se identificó fuertemente. En
Francia ganó algunos partidarios, entre ellos Didier Anzieu y André Green.
Nacido en Muttra, en el Pendjab, de madre india y padre inglés, ingeniero en irrigación, fue criado
por una nodriza y pasó su infancia en la India, a fines de la era victoriana y en el apogeo del
período colonial. No sin humor, admitirá de buena gana que los miembros de su familia estaban
"completamente chiflados". En su autobiografía presenta a la madre como una mujer fría y
terrorífica que le recordaba las gélidas corrientes de aire de las capillas inglesas.
Igual que todo los niños de los administradores coloniales de nivel superior, desde los ocho años
fue enviado a Inglaterra como pensionista en un colegio. Abandonado por los suyos y aislado en
un clima hostil, realizó sus estudios soñando con los suntuosos paisajes del Pendjab, y
desarrollando un fuerte disgusto por las cosas de la sexualidad. Sólo le gustaban las actividades
deportivas, y llegó virgen al matrimonio, a los cuarenta años. En enero de 1916 fue incorporado a
un batallón de blindados, y pronto se encontró en el campo de batalla de Cambrai, en medio de 
los obuses y el fuego de la guerra. En 1918 salió de ella con el grado de capitán y una sólida
experiencia de la fraternidad humana y de las trapacerías de la jerarquía militar, de la cual se
servirá años más tarde. En la prestigiosa Universidad de Oxford se formó en filosofía y literatura,
sin descuidar el rugby, pero estudió humanidades en Poitiers, a fin de dominar la lengua
francesa. Más tarde fue profesor en el Bishop's Stortford, su antiguo colegio, donde vivió una
extraña aventura. Después de haber simpatizado con la madre de un alumno, ésta lo acusó de
haber querido abusar del adolescente, y tuvo que abandonar la enseñanza. Inició entonces
estudios de medicina, que terminó satisfactoriamente.
A continuación de un fracaso amoroso, decidió someterse a una psicoterapia, lo que lo llevó a la
psiquiatría y después al psicoanálisis. En 1932, contratado como médico asistente en la
Tavistock Clinic de Londres, trató a adolescentes delincuentes o afectados por trastornos de la
personalidad, y durante dos años, aproximadamente, se ocupó del tratamiento de Samuel
Beckett.
Esta relación terapéutica tuvo un efecto considerable sobre el destino de los dos hombres que,
en esa época, eran aún principiantes. Tenían en común una relación difícil con la madre. Amigo y
admirador de James Joyce (1882-1941) desde 1928, Beckett se había malquistado con él dos
años más tarde, después de haber rechazado el flirteo de la hija de éste, Lucia Joyce, afectada
de esquizofrenia y atendida por Carl Gustav Jung. Hostigado por una madre conformista y
abusiva, que desconocía el talento y desaprobaba la conducta de él, en 1932 padeció graves
trastornos respiratorios, dolor de cabeza y diversas afecciones crónicas vinculadas con el
alcoholismo y una cierta vagabundización. En consecuencia, se decidió a emprender una
psicoterapia, por consejo de su amigo el doctor Geoffrey Thomson. La cura con Bion fue
conflictiva y difícil. Cada vez que Beckett volvía a la casa de su madre en Dublín, sufría terrores
nocturnos, embotamiento y forúnculos en el cuello y el ano. Bion terminó por pedirle que dejara
de visitarla. Beckett no llegó a hacerlo e interrumpió el análisis, después de haber asistido, por
consejo de Bion, a una conferencia de Jung en la Tavistock Clinic, en la cual éste afirmó que los
personajes de ficción son siempre imagen del estado mental del escritor que los ha creado. De
allí nació Murphy, primera novela de Beckett.
En 1937 Bion se integró de veras a la historia del freudismo inglés al conocer a John Rickman.
Miembro de la British Psychoanalytical Society (BPS), y analizado por Melanie Klein, Rickman se
convirtió en su analista, lo inició en las tesis kleinianas y, sin duda, a través de esa segunda
cura, le permitió comprender mejor sus problemas sexuales. A principios de la guerra Bion se
casó con la actriz Betty Jardine, quien iba a morir algún tiempo después de una embolia
pulmonar, en el parto de su hija. Más tarde Bion volvió a casarse.
Movilizado al entrar Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial, participó con Rickman y otros
médicos en la reforma de la psiquiatría inglesa, elogiada por Lacan en 1946, que daría origen a la
famosa teoría del pequeño grupo, inspirada en la experiencia de Maxwell Jones (1907-1990) con
las comunidades terapéuticas. 
Fue en el hospital militar de Northfield, cerca de Birmingham, en el que se recibía a pacientes
afectados de neurosis de guerra, donde Bion y Rickman experimentaron el principio del "grupo
sin líder", que consistía en organizar en pequeñas células a hombres considerados inadaptados
o inútiles. Cada grupo definía el objeto de su trabajo bajo el patrocinio de un terapeuta, el cual
apoyaba a todos los hombres del grupo sin ocupar el lugar de un jefe ni el de un padre
autoritario. La experiencia dio resultado, pero fue brutalmente interrumpida, porque cuestionaba
el principio mismo de la jerarquía militar.
En 1945, cerca de los cincuenta años, Bion realizó un tercer análisis con quien iba a marcar
definitivamente su orientación: Melanie Klein. La cura duró ocho años y, desde el principio, Bion
le anunció a su analista que rechazaba toda idolatría y deseaba trabajar con total independencia.
Fue entonces un discípulo fiel, pero nunca sumiso. A partir de 1960 comenzó a publicar una
serie de obras que sorprendieron a la comunidad psicoanalítica por su complejidad, y cuyo
objetivo era, ni más ni menos, revisar filosóficamente la obra freudiana (y su lectura kleiniana),
concibiendo un inconsciente fundado en el lenguaje. Basándose en la filosofía de Kant, dividió el
aparato psíquico en dos funciones mentales: la función alfa, correspondiente al fenómeno, y la
función beta, correspondiente al nóumeno (la cosa en sí, la idea). Para Bion, la función alfa
preserva al sujeto del estado psicótico, mientras que la función beta lo pone al desnudo.
La experiencia de los pequeños grupos le permitió a Bion abordar el dominio de la psicosis, con
la ayuda de diferentes conceptos kleinianos, a los cuales él añadió sobre todo los de "objeto
bizarro" (partícula desprendida del yo, que lleva una vida autónoma) e "ideograma" (inscripción
preverbal de un pensamiento primitivo). Por otra parte, tomando de Paul Schilder la noción de
imagen del cuerpo, desarrolló la idea de que los grupos y los individuos están compuestos de un
continente y un contenido. Si bien, para un sujeto dado, el grupo funciona como un continente,
cada sujeto tiene también en sí un contenido, o presupuesto básico, que determina sus
emociones. En cuanto a la personalidad psicótica, es una componente normal del yo. En algunos
casos lo destruye, impidiendo toda forma de acceso a la simbolización, y en otros, por el
contrario, coexiste con otros aspectos del yo sin convertirse en un agente destructivo. Bion
construyó también un modelo de la cura al que dio el nombre de grilla. Compuesto por un eje
vertical de ocho letras (de la A a la H) que indica el grado de complejidad del enunciado, y un eje
horizontal de seis cifras (del 1 al 6), que representa la relación transferencial, la finalidad de este
modelo es ayudar al profesional en su escucha, y dar un fundamento considerado "científico" a
la práctica del psicoanálisis.
Después de la muerte de Melanie, negándose a transgredir su doctrina del "grupo sin líder" y a
convertirse en el maestro de pensamiento de la escuela kleiniana, Bion prefirió instalarse en
California. A partir de 1968 vivió en Los Angeles, y desde allí realizó numerosos viajes a Brasil y
la Argentina, donde el impacto de su enseñanza, su doctrina y su técnica psicoanalíticas tuvo
una gran importancia para la difusión de lo que no tardó en considerarse un neokleinismo (o
poskleinismo). La obra de Bion fue entonces traducida a numerosos idiomas. 
Al final de su vida, ya célebre, volvió a Inglaterra, donde murió, afectado de leucemia. 


Bisexualidad
Al.: Bisexualität. 
Fr.: bisexualité. 
Ing.: bisexuality.- 
It.: bisessualitá. 
Por.: bissexualidade
fuente(33) 
Concepto introducido por Freud en psicoanálisis bajo la influencia de Wilhelm Fliess: todo ser
humano tendría constitucionalmente disposiciones sexuales tanto masculinas como femeninas,
que se manifestarían en los conflictos que experimenta el sujeto para asumir su propio sexo.
En la historia del movimiento psicoanalítico, la aparición del concepto de bisexualidad se debe sin
duda alguna a la influencia de Wilhelm Fliess. Tal concepto existía en la literatura filosófica y
psiquiátrica de los años 1890, pero fue Fliess quien lo defendió ante Freud, como lo atestigua su
correspondencia.
La teoría de la bisexualidad se basa ante todo en los datos de la anatomía y de la
embriología(34): «Cierto grado de hermafroditismo anatómico es normal. En todo individuo, sea
varón o hembra, se encuentran vestigios del aparato genital del sexo opuesto [...]. De estos
hechos anatómicos, conocidos desde hace ya mucho tiempo, se desprende el concepto de un
organismo originariamente bisexual, el cual, en el curso de su evolución, se orienta hacia la
monosexualidad, aunque conservando algunos restos del sexo atrofiado».
W. Fliess atribuyó considerable importancia a los hechos indicadores de una bisexualidad
biológica: la bisexualidad es un fenómeno humano universal y que no se limita, por ejemplo, al
caso patológico de la homosexualidad; por el contrario, comporta consecuencias psicológicas
fundamentales. Así, Fliess interpreta la teoría freudiana de la represión invocando el conflicto
que existe, en todo individuo, entre las tendencias masculinas y femeninas; Freud resume la
interpretación de Fliess con estas palabras: «El sexo [...]dominante en la persona habría
reprimido en el inconsciente la representación psíquica del sexo vencido».
Freud no definió claramente su postura respecto al problema de la bisexualidad, y en 1930
reconoce que «[...]la teoría de la bisexualidad comporta todavía numerosos puntos oscuros, y
debemos sentirnos incómodos en psicoanálisis por no haber podido enlazarla con la teoría de las
pulsiones». Freud sostuvo siempre la importancia psicológica de la bisexualidad, pero su opinión
implica reservas y dudas que pueden agruparse del siguiente modo:
1.° El concepto de bisexualidad supondría una aprehensión clara del par masculinidad-feminidad;
pero, como hizo notar Freud, se trata de conceptos que poseen distinta significación según que
se consideren a nivel biológico, psicológico o sociológico; a menudo estas significaciones se
hallan mezcladas y no permiten establecer equivalencias, término a término, entre cada uno de 
estos niveles.
2.° Freud reprocha a la concepción de Fliess el sexualizar el mecanismo psicológico de la
represión, entendiendo por «sexualizar»: «[...] fundar el origen del mismo sobre bases
biológicas». En efecto, tal concepción conduce a determinar a priori la modalidad del conflicto
defensivo, procediendo la fuerza represora del sexo biológico manifiesto, y siendo lo reprimido el
sexo opuesto. A lo que Freud objeta «[...] que existen en los individuos de ambos sexos
mociones pulsionales tanto masculinas como femeninas, pudiendo unas y otras volverse
inconscientes por la represión».
Si bien Freud, en Análisis ternzinable e interrninable (Die endliche und die unendliche Analyse,
1937), parece acercarse, a pesar de todo, a la concepción de Fliess, admitiendo que «[...] lo que
experimenta la represión es lo que va en contra del sexo del individuo» (envidia del pene en la
mujer, actitud femenina en el hombre), en el mismo texto se insiste en la importancia del complejo
de castración, que no puede explicarse mediante sólo los datos biológicos.
3.° Se comprende que Freud encuentre una gran dificultad en armonizar la idea de bisexualidad
biológica con la idea, que se va afirmando cada vez con mayor claridad en su obra, de la
prevalencia del falo para uno y otro sexo. 
Bisexualidad
Bisexualidad
Alemán: Bisexualität. 
Francés: Bisexualité. 
Inglés: Bisexuality.
fuente(35) 
Término proveniente del darwinismo y la embriología, y adoptado por la sexología a fines del siglo
XIX (al mismo tiempo que los de homosexualidad y heterosexualidad) para designar la existencia,
en la sexualidad humana y animal, de una disposición biológica dotada de dos componentes: uno
masculino y otro femenino. Por extensión, se habla de bisexualidad para designar una forma de
amor carnal, con personas que pertenecen a veces al mismo sexo, y otras al sexo opuesto.
Retomado por Sigmund Freud y todos sus sucesores como concepto central de la doctrina
psicoanalítica de la sexualidad, junto con los de libido y pulsión, fue progresivamente utilizado
para designar una disposición psíquica inconsciente propia de toda subjetividad humana, en la
medida en que ésta se funda en la existencia de la diferencia de los sexos, es decir, para el
sujeto, en la necesidad de efectuar una elección sexual, sea a través de la represión de uno de
los dos componentes de la sexualidad, sea a través de la aceptación de ambos componentes,
sea a través de un trabajo de renegación de la realidad de la diferencia de los sexos.
Así como todos los trabajos modernos sobre transexualismo han tomado como mitos fundadores
la leyenda del Hermafrodita y los amores de la diosa Cibeles, la fuente de las reflexiones acerca
de la bisexualidad ha sido siempre el célebre relato de las desdichas del Andrógino realizado por
Aristófanes en El banquete de Platón: "Antaño, la naturaleza humana no era la misma que hoy,
sino muy distinta. Al principio la humanidad se dividía en tres especies de seres humanos, y no
en dos, como ahora. Junto con los sexos masculino y femenino, había un tercero, que tenía los
dos. Esta especie se llamaba entonces Andrógino. El cuerpo de cada uno de estos Andróginos
tenía una forma redonda. El pecho y la espalda eran como una esfera, y las costillas circulares;
tenían cuatro manos, igual número de piernas, dos rostros perfectamente semejantes, dos
órganos generadores, etc. [ ... ] Zeus cortó a los Andróginos en dos [ ... ]. Una vez realizada 
esta división, cada mitad deseaba unirse a su otra mitad. Cuando se encontraban, se enlazaban
con los brazos y se estrechaban tan fuertemente que, en el deseo de refundirse, se dejaban
morir de hambre e inercia, pues no querían emprender nada la una sin la otra."
Los sexólogos de fines del siglo XIX, desde Richard von Krafft-Ebing hasta Magnus Hirschfeld,
retomaron este tema, mezclando estrechamente la bisexualidad, la homosexualidad, el
hermafroditismo real y los fenómenos de transvestismo, todavía confundidos con lo que iba a
convertirse en el transexualismo en la década de 1950. Así se construyó el famoso mito del
"tercer sexo" para designar a la vez al andrógino (el bisexual), el invertido (el homosexual) y el
hermafrodita psicosexual (el transexual). Freud recusó este término; en 1905, en sus Tres
ensayos de teoría sexual, definió la homosexualidad como una elección sexual que derivaba de
la existencia en todo sujeto de una bisexualidad original. A sus ojos, era inútil inventar un "tercer
sexo", o un "sexo intermedio", para designar lo que provenía de un rasgo universal de la
sexualidad humana.
El pasaje desde el mito platónico de la androginia a la nueva definición de la bisexualidad según
la perspectiva de la ciencia biológica comenzó en 1871, con la publicación de El origen del
hombre, de Charles Darwin (1809-1882). Se trataba entonces de dotar al estudio de la
sexualidad humana con una terminología adecuada: "raza", constitución, especie, organicidad,
etcétera. El aporte de la embriología fue decisivo, en la medida en que ella pudo demostrar,
gracias a la utilización del microscopio, que el embrión humano tenía dos potencialidades, una
masculina y otra femenina. De allí la idea de que la bisexualidad no era sólo un mito, sino una
realidad de la naturaleza. A través de la enseñaza de Carl Claus, y después a través del
contacto con su amigo Wilhelm Fliess, Freud adoptó hacia 1890 la tesis de la bisexualidad.
Al darwinismo y la embriología, Fliess añadía toda la tradición romántica de la medicina alemana,
la cual, por otra parte, se encontraba también en los escritores de fin de siglo marcados por los
trabajos de Johann Jakob Bachofen (1815-1887) sobre el matriarcado y el patriarcado. Desde
August Strindberg (1849-1912) hasta Otto Weininger, pasando por Karl Kraus y Daniel Paul
Schreber, el doble tema de la nostalgia de lo femenino y de la obsesión de la feminización de la
sociedad alimentaba los interrogantes del fin de siglo, en plena reflexión sobre las condiciones
de una reestructuración de la familia burguesa y de una redistribución de las relaciones de
identidad entre los sexos.
En su obra de 1896 sobre las relaciones entre la nariz y los genitales, Fliess presentó su doble
concepción de la bisexualidad y la periodicidad, estableciendo un vínculo entre los dolores
menstruales y los del parto, referidos por igual a Iocalizaciones genitales" situadas en la nariz.
De allí se desprendía la tesis de la periodicidad, según la cual las neurosis nasales, los accesos
de migrañas y otros síntomas del ciclo femenino, obedecían a un ritmo de veintiocho días, igual
que la menstruación.
A ese primer ciclo Fliess sumaba un segundo, de veintitrés días, calificado de masculino, y 
llegaba a la conclusión de que los dos ciclos se manifestaban en ambos sexos. Según él, era
posible prever mediante cálculos, cuál sería el sexo del futuro niño, durante el embarazo de la
madre. La madre le transmitía al feto los dos períodos (de veintiocho y veintitrés días) y la
pertenencia sexual del futuro recién nacido se podía determinar si se sabía cuál había sido el
período transmitido en primer término. En diciembre de 1897, en el curso de un encuentro en
Breslau, Fliess desarrolló una nueva idea, afirmando que la bisexualidad biológica se prolongaba
en el hombre en una bisexualidad psíquica que iba de la mano con la bilateralidad particular del
organismo humano; la izquierda y la derecha traducían de algún modo la organización corporal y
espacial de la diferencia de los sexos.
Como muchos científicos de su época, Fliess anhelaba transformar la biología en una matemática
universal. En un primer momento, Freud lo siguió en ese terreno, y no sólo se entregó a cálculos
insensatos, sino que también hizo atender por su amigo a la famosa Emma Eckstein, y después
se hizo operar él mismo los senos frontales, con la esperanza de curar su neurosis. Sin
embargo, en el momento mismo en que abandonaba su teoría de la seducción, no tomó de Fliess
la tesis de la bisexualidad natural acompañada de la bilateralidad, sino la idea de la bisexualidad
psíquica. Más tarde, después de malquistarse con Fliess, borró las huellas de esa apropiación,
sobre todo a causa del episodio delirante de plagio en el que quedó implicado a través de
Hermann Swoboda. En 1910, en una nota añadida a los Tres ensayos de teoría sexual, dirá
simplemente que Fliess había reivindicado la paternidad del concepto, y después, en otra nota de
1924, afirmó: "En ciertos círculos no especializados se considera que la noción de bisexualidad
humana es obra del filósofo O. Weininger, prematuramente desaparecido, quien hizo de ella el
fundamento de un libro un tanto irreflexivo (1903). Las indicaciones que preceden demuestran
hasta qué punto esta pretensión es poco justificada." La actitud de Freud llevó a los
representantes de la historiografía oficial a afirmar que Freud fue el creador de la noción de
bisexualidad psíquica, y que en tal sentido no les debía nada a las tesis de Fliess; por otra parte,
los partidarios de la historiografía revisionista han sostenido que era un plagiario y que no
inventó nada. En realidad, la conceptualización freudiana de la noción de bisexualidad pasa por
otros caminos, más complejos que los descritos por los hagiógrafos de un lado y los
antifreudianos del otro.
En Weininger, la tesis de la bisexualidad adquirió una amplitud considerable, tanto más en cuanto
servía de complemento a la cuestión de la judeidad, pensada como auto-odio judío, y de la
feminidad, concebida como un peligro sexual. En su libro Sexo y carácter, publicado en Viena en
1903, y que fue un verdadero best-seller durante cuarenta años, Weininger seguía el hilo de la
bisexualidad para estudiar la evolución de la sociedad occidental. Retornando la idea fliessiana
de la división de las especies, consideraba al polo masculino como la expresión suprema del
genio creador y de la intelectualidad humana, y al polo femenino como manifestación de la
sensualidad, la molicie, la pulsión. De allí la apología de la desigualdad y el antifeminismo que se
jactaba de los méritos de la virilidad "nórdica", única capaz, decía Weininger, de sublimación y
grandeza ante el peligro social representado por la feminidad. Como consecuencia directa de
esta concepción inferiorizante de la diferencia de los sexos, Weininger asimilaba el judío a la 
mujer, subrayando por otra parte que esta última era peor, puesto que el primero, en tanto
encarnación de una dialéctica negativa, podía acceder a la emancipacion. De este modo, la
noción de bisexualidad servía para prolongar, con una nueva forma, los antiguos prejuicios de la
época clásica.
En 1897 Freud adoptó una posición distinta de la de Fliess. Renunciando a ver en la bisexualidad
el sustrato biológico de lo psíquico, la pensó como una pura organización psíquica, aunque
afirmando que los progresos ulteriores de la biología confirmarían su hipótesis. Esta
diferenciación entre lo psíquico y lo biológico le permitió comprender la asimetría que existe entre
los dos dominios: en efecto, no hay continuidad entre ellos, ni siquiera una relación de término a
término. Lo mismo que Fliess, Freud consideró entonces que la bisexualidad es un motor de la
represión, pero -allí surgía la divergencia- en lugar de entenderla como un conflicto entre dos
tendencias (una libido viril, una represión femenina), examinó la manera en que cada ser
sexuado reprime o no reprime los caracteres del otro sexo.
Primero pensó que Ia represión emana de la feminidad para dirigirse contra la virilidad" (carta a
Fliess del 15 de octubre de 1897). Un mes más tarde renunció a esa idea y, en el verano de
1899, afirmó que cada acto sexual es "un acontecimiento que involucra a cuatro personas". En
los Tres ensayos... hizo de la bisexualidad el fundamento de la inversión (homosexualidad) y
recusó todas las tesis sexológicas sobre el tercer sexo, así como las de Weininger sobre la
desigualdad de los dos polos. En 1905 reemplazó esa desigualdad por la idea de una libido única
de esencia masculina, a fin de incluir la diferencia de los sexos en el marco universalista del
monismo sexual (o falocentrismo) de tipo igualitarista. En 1919, en "Pegan a un niño", rechazó sin
mencionarlas las tesis de Fliess y de Alfred Adler sobre la protesta viril, para demostrar que la
represión de los caracteres del otro sexo está tan presente en las niñas como en los varones.
Extrajo entonces la conclusión de que los motivos de la represión no debían ser sexualizados.
Después de haber constituido a la bisexualidad como núcleo central de su doctrina de la
homosexualidad y de la sexualidad femenina, Freud pensó que esta noción seguiría siendo
totalmente oscura mientras no se la pudiera articular con la de pulsión. Pero en 1937 dio un giro
y, en "Análisis terminable e interminable", mencionó a Fliess y volvió a la idea de 1919, según la
cual cada sexo reprime lo que concierne al sexo opuesto: envidia del pene en la mujer, rebelión
en el hombre contra su propia feminidad y su homosexualidad latente: "Ya he mencionado en
otra parte que este punto de vista me fue expuesto en su momento por Wilhelm Fliess, quien se
inclinaba a ver en la oposición de los sexos la causa verdadera y el motivo originario de la
represión. No hago más que reiterar mi desacuerdo de antaño, negándome a sexualizar de este
modo la represión, y por lo tanto a darle un fundamento biológico, y no sólo psicológico."
Esta afirmación era consecutiva al gran debate que se había desarrollado en el seno del
movimiento psicoanalítico a propósito del monismo sexual (la sexualidad femenina), el cual había
opuesto a los partidarios de la escuela inglesa (Melanie Klein, Ernest Jones) con los de la
escuela vienesa (Helene Deutsch, Jeanne Lampl-De Groot, Ruth Mack-Brunswick). En la disputa, 
en efecto, había surgido hasta qué punto era difícil conciliar la idea de la diferencia de los sexos
y de la bisexualidad (en el sentido psíquico) con la de una libido única (de esencia masculina).
Fueron los sucesores de Freud, en especial la tercera generación psicoanalítica mundial, desde
Donald Woods Winnicott hasta Robert Stoller, pasando por Jacques Lacan, quienes aportaron
una solución nueva al enigma de la bisexualidad, sea profundizando, a partir del falocentrismo, el
estudio de la sexualidad femenina en todas sus formas (Lacan), sea estudiando los trastornos
de la identidad sexual a partir de una separación mucho más radical que la realizada por Freud
entre la sexualidad en el sentido biológico y anatómico, por una parte, y por la otra el género, en
tanto que representación social y psíquica de la diferencia de los sexos. 


Bleger José
(1922-1972) Psiquiatra y psicoanalista argentino
fuente(36) 
Marxista y militante comunista, especialista en psicosis, clínico de los estados límite, José Bleger
fue una de las figuras importantes de la segunda generación psicoanalítica de la Argentina.
Suscitó tanta hostilidad como idolatría, por su ambivalencia, sus cóleras y su doble compromiso
con el comunismo y el psicoanálisis.
Nacido en Ceres, Provincia de Santa Fe, provenía de una familia judía inmigrante, instalada en
una colonia agrícola. Realizó sus estudios de medicina en Rosario y practicó la psiquiatría en
Santiago del Estero. Después se instaló en Buenos Aires, y se integró a la Asociación
Psicoanalítica Argentina (APA), a continuación de un análisis con Enrique Pichon-Rivière. Más
tarde hizo una segunda cura con Marie Langer. Preocupado por las cuestiones sociales y
políticas, adhirió al Partido Comunista Argentino, y se basó en las tesis del filósofo francés
Georges Politzer (1903-1942) para crear las condiciones de una nueva psicología de la
subjetividad. Más tarde evolucionó hacia el marxismo, y en 1958 publicó una obra dedicada a la
relación entre el psicoanálisis y el materialismo dialéctico. A diferencia de Politzer, que había
pasado desde un freudismo crítico a una militancia estalinista y antifreudiana, Bleger trató más
bien de realizar la síntesis de ambas doctrinas, a fin de definir una psicología de la personalidad.
Durante un viaje a la Unión Soviética criticó al régimen comunista, especialmente en lo referente
a la cuestión del antisemitismo y, en 1961, después de una violenta requisitoria contra su
freudismo, considerado un "irracionalismo", fue excluido del Partido Comunista Argentino.
En el interior de la APA desempeñó un papel importante desde el punto de vista de la formación
didáctica. En el plano clínico, se orientó hacia las tesis de Melanie Klein y Ronald Fairbairn,
interesándose particularmente por lo que él llamaba "la indiferenciación primitiva". Teorizó la
cuestión de las personalidades llamadas "ambiguas", es decir, afectadas de trastornos de la
personalidad.
En el momento de la crisis que sufrió la APA y que desembocó en la creación de los dos
movimientos de impugnación de la ortodoxia freudiana (Plataforma y Documento), José Bleger,
ya enfermo, a pesar de su compromiso con la izquierda, se declaró favorable a la continuidad
institucional, provocando con ello la cólera de sus propios alumnos, decepcionados por su 
actitud. Murió de una crisis cardíaca a los 49 años. 


Bleuler Eugen
(1857-1939) Psiquiatra suizo
fuente(37) 
Creador de los términos esquizofrenia y autismo, director, después de August Forel, de la
prestigiosa Clínica del Burghölzli, por la que pasaron todos los pioneros del freudismo, Eugen
Bleuler fue el gran iniciador de la nueva psiquiatría del siglo XX, y un reformador del tratamiento
de la locura, comparable a lo que, un siglo antes, representó Philippe Pinel (1745-1826).
Contemporáneo de Sigmund Freud, de quien fue amigo y defensor, más allá de los conflictos y
los desacuerdos, fundó una verdadera escuela de pensamiento, el bleulerismo, que marcó al
conjunto del saber psiquiátrico hasta 1970, fecha a partir de la cual se generalizó en todos los
países del mundo un nuevo organicismo surgido de la farmacología.
Nacido en Zollikon, cerca de Zurich, en un ambiente protestante de origen campesino, Bleuler era
el hijo de un administrador de la escuela local: "Su padre, su abuelo y todos los miembros de la
familia -escribe Henri F. Ellenberger- conservaban aún un recuerdo muy vivo de la época en que
la población campesina del cantón estaba bajo el dominio de las autoridades de la ciudad de
Zurich, las cuales limitaban estrictamente el acceso de los campesinos a ciertas Profesiones o
empleos [ ... ]. La familia Bleuler tomó parte en las luchas políticas que concluyeron en 1831 con
el reconocimiento de la igualdad de derechos para los campesinos y la creación de la
Universidad de Zurich, en 1833, destinada a promover el desarrollo intelectual de la joven
generación campesina."
Decidido a atender alienados provenientes del campo, escuchando su idioma y dejando de
considerarlos objetos de laboratorio, Bleuler emprendió estudios de psiquiatría, primero en Berna
y después en París, donde siguió la enseñanza de Jean Martin Charcot y Valentin Magnan
(1835-1916), y después en Londres y Múnich. A continuación de ese periplo ingresó como
interno de Forel en la Clínica del Burghölzli, y lo sucedió en 1898. Permaneció en ese puesto
durante treinta años, y su hijo, Manfred Bleuler, lo sucedió a su vez en 1927.
Cuando Bleuler llegó al Burghölzli, la psiquiatría de lengua alemana estaba dominada por la
nosografía de Emil Kraepelin. También contemporáneo de Freud y Bleuler, este último había
aportado una organización rigurosa a la clínica de las enfermedades mentales. Creador de un
sistema de codificación, Kraepelin seguía no obstante apegado a una concepción normativa y
reflexiva de la locura, que trataba de clasificar los síntomas sin mejorar la suerte de los
alienados, cuyo destino se confundía con el del universo carcelario.
Ahora bien, hacia el año 1900 este sistema estaba ya agrietándose por todas partes.
Reconociendo como antecedente directo una cierta tradición francesa, la de Charcot por un
lado, y la de Hippolyte Bernheim por otro, los principales especialistas en enfermedades
mentales y nerviosas trataban de elaborar una nueva clínica de la locura, no basada en la
abstracción clasificatoria, sino en la escucha del paciente: querían escuchar el sufrimiento de
los enfermos, descifrar su lenguaje, comprender la significación de su delirio y establecer con
ellos una relación dinámica y transferencial.
En 1911, Bleuler publicó su gran obra, Dementia praecox: el grupo de las esquizofirenias, en la 
que presentaba ese nuevo enfoque de la locura. Los síntomas, los delirios, los trastornos
diversos y las alucinaciones encontraban su significación -decía Bleuler- si uno se volvía hacia
los mecanismos descritos por Freud en su teoría del psiquismo. En primer lugar, proponía en el
fondo integrar el pensamiento freudiano al saber psiquiátrico. De allí la siguiente analogía: así
como Freud había transformado la histeria en un paradigma moderno de la enfermedad nerviosa,
Bleuler creó la esquizofrenia para hacer de ella el modelo estructural de la locura en el siglo XX.
Sin renunciar a la etiología orgánica y hereditaria, él situaba la enfermedad en el campo de las
afecciones psicológicas: la nueva esquizofrenia no era por lo tanto una demencia, ni tampoco
era precoz. Tenía un origen tóxico y se caracterizaba por trastornos primarios, como la
disociación de la personalidad o Spaltung (schize), y trastornos secundarios, el repliegue en sí
mismo, o autismo.
Con este desplazamiento, Bleuler renovaba el gesto del alienismo de la Ilustración, según el cual
la locura era curable, puesto que todo sujeto afectado de sinrazón conservaba en sí un resto de
razón accesible a un tratamiento apropiado: el tratamiento moral.
Ahora bien, a fines del siglo XIX las diversas teorías de la herencia-degeneración habían abolido
esta idea de la curabilidad, en favor de un constitucionalismo de la enfermedad mental que tenía
por corolario un encierro a perpetuidad.
Bajo el impulso de las tesis freudianas, que reactivaron el debate sobre un posible origen
psíquico de la locura, de nuevo resultaban valederas todas las esperanzas de curabilidad. Ésa
fue entonces la verdadera ruptura de Bleuler con la psiquiatría de su tiempo: él restableció una
concepción progresista del asilo, que incluía su abolición. Y, para realizar esa transformación,
preconizaba el empleo del psicoanálisis, y pasaba horas examinando a pacientes escogidos a
fin de demostrar la justeza de las ideas freudianas.
Con los tratamientos elaborados en la Clínica del Burghölzli, entre 1900 y 1913 tuvo lugar la
implantación de las tesis freudianas en el corazón del saber psiquiátrico. En ese proceso
participaron tres hombres animados por una formidable pasión, a través de un prolongado
diálogo conflictivo: Freud, Bleuler y el joven Carl Gustav Jung, convertido en discípulo del
primero, y alumno del segundo.
Hostil a la tesis de la primacía de la sexualidad, Bleuler, para curar a sus enfermos, trataba
primero de entrar en contacto con ellos, de comprenderlos íntimamente. Introdujo el concepto de
autismo, a partir de la noción de autoerotismo creada por Havelock Ellis y adoptada por Freud.
Este neologismo, contracción de dos palabras, le permitía eludir el pansexualismo freudiano, que
él consideraba peligroso. Más tarde, el término se impuso en la clínica de las psicosis infantiles.
Si Bleuler quería adaptar el psicoanálisis al asilo, Freud, desde Viena, soñaba con conquistar, vía
Zurich, la tierra prometida de la psiquiatría de lengua alemana, la cual, en esa época, dominaba el 
mundo. Y contaba con la fidelidad de Jung, asistente de Bleuler en el Burghölzli, como
colaborador en esa empresa. Contra la propuesta de Bleuler, conservó la noción de
autoerotismo, y prefirió pensar el dominio de la psicosis en general bajo la categoría de la
paranoia, y no de la esquizofrenia. Opuso por lo tanto el sistema de Kraepelin a la innovación
bleuleriana, pero transformándolo totalmente para establecer una distinción estructural entre
neurosis, psicosis y perversión.
En cuanto a Jung, se separó primero de Bleuler, su maestro en psiquiatría, y después de Freud,
que lo consideraba su delfín. Jung optó por la expresión "demencia precoz", y no esquizofrenia,
y en 1910 creó la palabra introversión, que prefirió a autismo para designar el retraimiento de la
libido en el mundo interior del sujeto.
La ruptura con los dos hombres llevó a Bleuler a una inversión casi semejante a la de Pinel un
siglo antes. Desprendiéndose del psicoanálisis, se mostró cada vez mas pesimista respecto de
la curabilidad, y después volvió a la idea de una etiología puramente orgánica. No obstante, el
encuentro de principios de siglo fue una victoria para las tesis freudianas, puesto que, primero
en Francia, y después en los Estados Unidos y el resto del mundo, se desarrolló un vasto
movimiento que desembocó en la implantación del psicoanálisis por la vía médica, a partir de un
enfoque psicógeno de la locura.
Después de haber sido impugnada por la antipsiquiatría, esta clínica freudo-bleuleriana fue
marginada, a partir de 1970, por la puesta a punto del Diagnostic and Statistical Manual of
Mental Disorders (DSM III, IE etcétera) de inspiración conductista y farmacológica. 


Boehm (o Böhm) Felix
(1881-1958) Psiquiatra y psicoanalista alemán
fuente(38) 
Con Werner Kemper, Harald Schultz-Hencke y Carl Müller-Braunschweig, Felix Boehm fue uno
de los psicoanalistas que aceptaron trabajar en el Deutsches Institut für Psychologische
Forschung (o Göring-Institut, o Instituto Alemán de Investigación Psicológica y Psicoterapia)
fundado por Matthias Heinrich Göring en 1936, en el marco de la nazificación del psicoanálisis en
Alemania y de la política de "salvarnento" del psicoanálisis preconizada por Ernest Jones.
Analizado primero por Eugénie SokoInicka y después por Karl Abraham, Boehm trabajó en el
Berliner Psychoanalytisches Institut (BPI), integrado al famoso Policlínico de Berlín fundado por
Max Eitingon, y se interesó principalmente por la cuestión de la homosexualidad. Presidente de la
Deutsche Psychoanalytische Gesellschaft (DPG) a partir de 1933, dos años más tarde obligó a
renunciar a los judíos, en una sesión presidida por Ernest Jones.
En el marco del Göring Institut, continuó sus "investigaciones", llegando a ser "perito" en
homosexualidad en la Wehrmacht, y sobre todo en la Luftwaffe. En un primer momento se
contentó con denunciar el peligro homosexual que pesaba sobre Alemania, solicitándole al Reich
que tomara medidas de vigilancia y diagnóstico precoz. De tal modo pretendía oponerse a las
tesis nacionalsocialistas sobre la homosexualidad, que conducían directamente a la
esterilización, el encarcelamiento, el asesinato y el exterminio. Pero a partir de 1944 aceptó el
programa nazi, de modo que enviaba a una muerte programada a los homosexuales de los que él
se ocupaba o examinaba como "perito", pretendiendo entonces salvar a los que padecían
psicosis o alcoholismo. 
Contrariamente a Müller-Braunschweig, que padeció una crisis depresiva y se sentía culpable de
sus actos de colaboración, Boehm era un hombre grosero, arrogante y misógino. En 1946,
cuando John Rickman viajó a Berlín para interrogar a los freudianos que habían quedado en
Alemania bajo el nazismo, a fin de evaluar su capacidad para formar a candidatos didactas,
juzgó que Boehm era inepto para ejercer esa función, no por el hecho de su colaboración con
Göring, sino por razones de deterioro psíquico. De tal modo, el representante de la International
Psychoanalytical Association (IPA), notable reformador de la psiquiatría inglesa durante la
guerra, participó en una política de reconstrucción del freudismo en Alemania que no consistía
en juzgar a los psicoanalistas en función de su compromiso con el nazismo, sino en evaluar su
supuesta normalidad psíquica. Con esta perspectiva, Rickman se dejó engañar por Kemper, el
cual, por su parte, no presentaba ningún trastorno de la personalidad.
En el momento de la creación de la Deutsche Psychoanalytische Vereinigung (DPV) por
Müller-Braunschweig, Boehm siguió en la DPG, y por lo tanto no fue reintegrado a la IPA. 


Bola n-dimensional
fuente(39) 
En el espacio n-dimensional Rn, se define la bola (abierta) de radio r centrada en x al conjunto
formado por aquellos puntos cuya distancia a x es menor que r, es decir: Br(x) = { y Î Rn / d(x,y)
r}. Si bien esta definición es métrica (pues emplea alguna clase de distancia, si bien no
necesariamente euclidiana), sirve para describir la topología usual de Rn. Asimismo se tiene la
bola cerrada, que consiste en la clausura del conjunto anterior, es decir: = { y Î Rn / d(x,y) £
r}. La bola 1- dimensional es un intervalo (abierto o cerrado). 


Bonaparte Marie
(1882-1962). Princesa de Grecia, psicoanalista francesa
Bonaparte Marie (1882-1962). Princesa de Grecia, psicoanalista francesa
Bonaparte Marie
(1882-1962) Princesa de Grecia, psicoanalista francesa
fuente(40) 
Hija de Roland Bonaparte (1858-1924), a su vez nieto de Lucien, hermano del emperador, Marie
Bonaparte (nacida en Saint-Cloud) era por lo tanto sobrina bisnieta de Napoleón Bonaparte
(1769-1821). La madre había muerto al nacer ella, que tuvo una infancia y una adolescencia
trágicas. Criada por el padre, que no se interesaba más que por sus actividades de geógrafo y
antropólogo, y por la abuela paterna, verdadera tirana doméstica, ávida de éxito y notoriedad,
Marie tiene todos los rasgos de un personaje novelesco.
Su matrimonio concertado con el príncipe Georges, de Grecia (1869-1957), un homosexual al 
mismo tiempo libertino, alcohólico y conformista, hizo de ella una alteza real colmada de honores
y celebridad, pero siempre obsesionada por la búsqueda de una causa noble, y en particular por
el problema de su frigidez. Cuando visitó a Freud en Viena, en 1925, por consejo de René
Laforgue, estaba al borde del suicidio, y acababa de publicar, bajo el seudónimo de Narjani, un
artículo en el cual ponderaba los méritos de una intervención quirúrgica, de moda en esa época,
que consistía en acercar el clítoris a la vagina, a fin de transferir el orgasmo clitoridiano a la zona
vaginal. Ella creía que de tal modo se podía remediar la frigidez, y no vaciló en experimentar la
operación en su propio cuerpo, sin obtener el menor resultado.
Gracias al minucioso trabajo de Celia Bertin, la única entre los autores que tuvo acceso a los
archivos de la familia, conocemos ahora la vida de esta princesa, querida por Sigmund Freud,
que reinó como ama en la Société psychoanalytique de Paris (SPP), de la que fue, en 1926,
miembro fundador, junto con René Laforgue, Adrien Borel, Rudolph Loewenstein, Édouard
Pichon, Raymond de Saussure, René Allendy, etcétera. Traductora infatigable de la obra
freudiana, organizadora del movimiento francés, que financió en parte con su dinero, Marie
Bonaparte consagró su vida al psicoanálisis con un entusiasmo y un coraje que le envidiaron
todos sus contemporáneos. Luchó en favor del análisis profano y, frente al nazismo adoptó una
actitud ejemplar, rechazando todo compromiso. Pagó un rescate considerable para arrancar a
Freud de las garras de la Gestapo; salvó sus manuscritos y se instaló en Londres con la familia
de él. Su actividad sin desfallecimiento al servicio de la causa le valió un lugar central en Francia,
y llegar a ser una de las personalidades más respetadas del movimiento freudiano.
Después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en una especie de monstruo sagrado,
incapaz de captar las ambiciones, los sueños y los talentos de dos nuevas generaciones
francesas (la segunda y la tercera).
En el curso de la primera escisión (1953) y en vísperas de la segunda (1963), ella se opuso
fanáticamente a Jacques Lacan, a quien detestaba, y quien la trataba habitualmente de "cadáver
ionesquiano". En efecto, él la desposeyó de su papel de jefa de escuela, arrastrando tras de sí a
la juventud psicoanalítica francesa.
A pesar de su abundancia, la obra escrita de Marie Bonaparte es bastante mediocre, excepción
hecha de algunos textos muy hermosos, entre ellos una obra monumental sobre Edgar Allan Poe
(1809-1849), ilustración de los principios freudianos de la psicobiografía, un artículo de 1927
sobre Marie-Félicité Lefebvre (un caso de locura criminal), y los famosos "cuadernos": los Cinco
cuadernos de una niña, en los cuales ella comenta su análisis y sus recuerdos de infancia, y los
Cuadernos negros, diario íntimo donde recoge todos los detalles de su vida, y las confidencias
que le hizo Freud sobre diversos temas.
A diferencia de las curas de otros discípulos, la de la princesa fue interminable. Se desarrolló en
alemán e inglés, en etapas sucesivas, entre 1925 y 1938: de cinco a seis meses los primeros
años, de uno a dos meses los años siguientes. Desde el inicio, Marie tuvo derecho a una fuerte 
interpretación. A continuación de un sueño en el que se veía en la cuna presenciando escenas
de coito, Freud le afirmó en tono perentorio que ella no sólo había oído esos actos, como la
mayoría de los niños que duermen en la habitación de los padres, sino que los había visto a
pleno día. Aturdida y siempre preocupada por las pruebas materiales, la princesa rechazó esta
afirmación, y adujo que no había tenido madre. Freud se mantuvo firme, y objetó que sí había
tenido nodriza. Finalmente, ella decidió interrogar al medio hermano de su padre, que se ocupaba
de los caballos en la casa de su infancia. A fuerza de hablarle del alto alcance científico del
psicoanálisis, le hizo confesar su antigua relación con la niñera. Un poco avergonzado, el
anciano le contó entonces que había hecho el amor a pleno día delante de la cuna de Marie. De
modo que ella había visto escenas de coito, felación y cunnilingus.
Con esa mujer que lo colmaba de regalos, Freud dio prueba de su extraordinario genio clínico. La
quería tanto que, para recompensar su fidelidad, le ofreció, lo mismo que a Lou Andreas-Salomé,
uno de los famosos anillos reservados a los miembros del Comité Secreto. Lou era la Mujer, la
amiga, la igual, la encarnación de la libertad, la belleza, la inteligencia y la creatividad; Marie fue la
alumna, la discípula sumisa, la admiradora, la analizante, la embajadora devota.
En el curso del análisis, él le evitó una relación incestuosa con su hijo, e impuso ciertos límites a
sus experiencias quirúrgicas, pero sin llegar a impedirle el pasaje al acto. Hay que decir que su
situación contratransferencial era difícil: durante todo este análisis, él mismo padeció temibles
operaciones en el maxilar, destinadas a combatir el progreso de su cáncer. En tales condiciones,
¿cómo podía interpretar el goce experimentado por Marie con el manipuleo del bisturí?
Desde la publicación en 1931 del artículo de Freud sobre la sexualidad femenina, la princesa
tomó parte del debate de una manera muy personal, transformando la doctrina psicoanalítica en
una tipología de los instintos biológicos. Extrajo de ella una psicología de la mujer, en la que
aparecía evacuado el inconsciente. Distanciándose a la vez de la escuela vienesa y la escuela
inglesa, distinguía tres categorías de mujeres: las reivindicadoras (que intentan apropiarse del
pene del hombre), las aceptadoras (que se adaptan a la realidad de sus funciones biológicas o
de su rol social), y las renunciadoras (que se desprenden de la sexualidad). Estas tesis no
tuvieron mucho eco en Francia, donde el debate sobre el tema fue conducido primero por Simone
de Beauvoir (1908-1986), y después por los alumnos de Lacan (François Perrier y WIadimir
Granoff) y por Françoise Dolto. En la SPP, fue Janine Chasseguet-Smirgel quien las cuestionó,
introduciendo las tesis de Melanie Klein.
Afectada de una leucemia fulminante, Marie Bonaparte murió con toda lucidez, después de haber
dado prueba de un coraje ejemplar, demasiado pronto para asistir a la derrota de Lacan. Durante
diez años, ella había luchado con todas sus fuerzas para impedir la integración de la Société
françoise de psychanalyse (SFP, 1953-1963) a la International Psychoanalytical Association
(IPA). 


Borel Adrien
(1886-1966) Psiquiatra y psicoanalista francés
fuente(41) 
Formado en el marco de la tradición psiquiátrica francesa, y analizado por René Laforgue,
Adrien Borel fue uno de los dos fundadores de la Société psychanalytique de Paris (SPP). Lo
mismo que René Allendy, pero de distinta manera, se especializó en el análisis de escritores; 
entre otros, tuvo en su diván a George Bataille (1897-1962) y Michel Leiris (1901-1990). En 1950
se puso una sotana para interpretar el papel del cura de Torcy en la película de Robert Bresson
titulada Diario de un cura de campaña. 


Borromeos (nudos)
fuente(42) 
Las versiones sucesivas del testimonio que nos ha dejado Lacan del despertar de su interés por
los «nudos borromeos» («cadena de tres, tal que al desatar uno de los anillos de esta cadena
los otros dos se deshacen», según la definición clásica mencionada en el seminario ... Ou pire,
del 2 de marzo de 1972) aclaran el partido que ha sacado progresivamente de ellos en el campo
del psicoanálisis, en la época del seminario ...Ou pire (1971-72), en Les nondupes errent
(1973-1974), en el seminario R.S.I (1974-1975).
«Cosa extraña --comienza diciendo el 9 de febrero de 1972-, mientras que con mi geometría de
la tétrada me interrogaba ayer sobre la manera en que les presentaría esto hoy, me sucedió,
cenando con una persona encantadora que asiste a los cursos del señor Guilbaud, que como
anillo al dedo me fue dado algo que les voy a mostrar y que no es nada menos -según parece:
yo me enteré ayer por la noche- que el blasón de los Borromeos.»
Por iniciativa del titular del Departamento de Filosofía de la Universidad de París X-Nanterre, la
enseñanza sobre epistemología de las ciencias humanas incluía dos cursos: uno destinado a la
exposición sistemática del pensamiento de Lacan, y otro de iniciación elemental a la topología,
desarrollado por Guilbaud. Es pues la clase de este último dictada el 8 de febrero de 1972 la que
habría sido citada al día siguiente por Lacan.
Se observará que su interés se limitaba a la representación de su «tétrada», ilustrada por la
fórmula entonces prevaleciente en su pensamiento: «yo te demando» - «que rechaces» -«lo que
te ofrezco» - «porque no es eso». Y si los nudos borromeos le interesan en relación con dicho
tema, es a causa de su función esencial, «es decir, del tipo paradójico de enlace que instituyen»:
«¿Qué es una topología? Una topología -declarará Lacan el 3 de marzo de 1972 en su "charla"
"Savoir du psychanalyste"- es algo que tiene una definición matemática. La topología es lo que
se aborda en primer lugar mediante relaciones no métricas, relaciones deformables. Propiamente
hablando, es el caso de esas especies de círculos blandos que constituyen mi: Yo te demando...
que rechaces... lo que te ofrezco. Cada uno es una cosa cerrada blanda que sólo se sostiene
por estar encadenada a las otras. Nada se sostiene solo. Esta topología, por su inserción
matemática, está ligada a relaciones de pura significancia, es decir, que es en tanto que esos
tres términos son tres que vemos que por la presencia del tercero se establece una relación
entre los otros dos. Es esto lo que quiere decir el nudo borromeo». A continuación Lacan se
refiere a René Thom, «mencionado después de que lo hiciera Jakobson, pero, como "suele
suceder" -subraya- yo lo había conocido inmediatamente antes».
La interpretación será explicitada al año siguiente en Aun (el 22 de octubre de 1972). Se ve
entonces que la teorización borromea integra elementos cada vez más diversificados de la
construcción de Lacan. «¿Por qué hice intervenir otrora el nudo borromeo?», se pregunta en el
seminario Aun el 15 de mayo de 1973. «Lo hice para traducir la fórmula yo te pido -¿qué?- que
rechaces -¿qué?- lo que te ofrezco -¿por qué?- porque no es eso -eso, ustedes saben lo que
es, es el objeto a. El objeto a no es ningún ser. El objeto a es lo que supone de vacío una 
demanda, la cual sólo situada mediante la metonimia, es decir, por la pura continuidad asegurada
desde el comienzo al fin de la frase, permite imaginar lo que en ella puede haber de un deseo
que ningún ser sostiene. Un deseo sin otra sustancia que la que se asegura con los propios
nudos.
Al enunciar la frase «te pido que rechaces lo que te ofrezco» sólo he podido motivarla por ese
«no es eso» que he retomado la vez anterior.
«"No es eso" quiere decir que, en el deseo de toda demanda, no hay más que la solicitud del
objeto a, del objeto capaz de satisfacer el goce, el cual sería entonces la Lustbefriedigung
supuesta en lo que en el discurso analítico, se llama impropiamente la pulsión genital, aquella en
la cual se supone que se inscribe una relación que sería la relación plena, inscribible, de uno con
lo que sigue siendo irreductiblemente Otro. He insistido en esto, en que la pareja de ese sujeto
del verbo yo Uel que es el sujeto, sujeto de toda frase de demanda, es, no el Otro, sino lo que
viene a sustituirlo bajo la forma de la causa del deseo, que he diversificado en cuatro, en tanto
que ella está constituida diversamente, según el descubrimiento freudiano, con el objeto de la
succión, el objeto de la excreción, la mirada y la voz. Estos objetos son reclamados en tanto que
sustitutos del Otro, y convertidos en causa del deseo.»
Así llegamos a la función esencial del «anillo» de cuerda representado como nudo borromeo,
función que es la de representar un «agujero». Veamos cómo sigue el seminario Aun
correspondiente al 15 de mayo de 1973. «El Otro sólo se presenta para el sujeto en forma
asexuada. Todo lo que ha sido soporte, soporte sustituto, el sustituto del Otro en forma del
objeto de deseo, es a-sexuado.
«Por esto el Otro como tal sigue siendo -no sin que podamos avanzar un poco más- sigue siendo
un problema en la teoría freudiana, el que se expresa en la pregunta que repetía Freud -¿qué
quiere la mujer?-, siendo en este caso la mujer el equivalente de la verdad. Por esto se justifica
esta equivalencia que he producido.
«¿Esto les aclara el interés que existe en partir del redondel de cuerda? Este anillo es sin duda la
representación más eminente del Uno, en el sentido de que no encierra más que un agujero. Ésta
es por otra parte la razón de que un verdadero anillo de cuerda, redondo, sea muy difícil de
fabricar. El anillo de cuerda que yo utilizo es incluso mítico, puesto que no se fabrican anillos de
cuerda cerrados.
«Pero ¿qué hacer con ese nudo borromeo? Yo les respondo que puede servir para
representarnos la metáfora tan difundida que expresa lo que distingue el uso del lenguaje:
precisamente, la cadena.
«Observernos que, contrariamente a los redondeles de cuerda, los elementos de cadena se
forjan. No es muy difícil imaginar de qué modo: se dobla el metal hasta que se llega a soldarlo. Sin 
duda, no se trata de un soporte simple, pues, para que pueda representar adecuadamente el
uso del lenguaje, en esta cadena habría que hacer eslabones que fueran a engancharse a otro
eslabón un poco más lejos, con dos o tres eslabones flotantes intermedios. También habría que
comprender por qué una frase tiene una duración limitada. Esto no puede dárnoslo la metáfora.
«¿Quieren un ejemplo que les muestre para qué puede servir esta hilera de nudos plegados que
se vuelven independientes en cuanto se corta alguno? No es muy difícil encontrarlo, y no por
nada, en la psicosis. Recuerden lo que puebla alucinatoriamente la soledad de Schreber: Nun
well ich mich_.. (ahora me voy a...), O bien Sie sollen nümlich... (ustedes deberían...). Estas
frases interrumpidas, que yo he denominado mensajes de código, dejan en suspenso no sé qué
sustancia. Se percibe allí la exigencia de una frase, sea cual fuere, que sea tal que si falta uno
de sus eslabones libere a todos los otros, es decir, les retire el Uno.»
Al año siguiente, el seminario Les non-dupes errent (es decir les Noms-du-Pére, 1973-1974)
confirma ese alcance operatorio del nudo, en cuanto extiende su aplicación a la representación
de lo Simbólico, lo Imaginario y lo Real. Observemos no obstante que, a medida que se amplía el
dominio de aplicación de la teoría, Lacan parece olvidar su origen. «Es totalmente seguro
-declara el 18 de marzo de 1975 en el seminario R.S.I.- que históricamente el nudo borromeo no
se encuentra en cualquier parte; yo lo encontré en las notas de una persona con la que me veo
cada tanto y que las había tomado en el seminario de Guilbaud. Algo es seguro: en seguida tuve
la certeza que allí había algo precioso para mí, para lo que tenía que explicar. De inmediato
relacioné ese nudo borromeo que desde entonces se me aparecía como anillos de cuerda, con
esas tres consistencias particulares, con eso que yo había reconocido desde el comienzo de mi
enseñanza. Esto sin duda yo no lo habría puesto en circulación, siendo poco inclinado a ello por
naturaleza, no lo habría puesto en circulación sin un llamado, un llamado ligado de manera más o
menos contingente a una crisis en el discurso analítico; es posible que con el tiempo yo hubiera
advertido que a esa crisis había que desanudarla. Pero se necesitaron las circunstancias para
que yo pasara al acto.
«De modo que esos nudos borromeos me vinieron como anillo al dedo, y en seguida supe que e!
nudo me permitía enunciar de lo simbólico, de lo imaginario y de lo real algo que los
homogeneizaba.
»¿Qué quiere decir homogeneizar? Que evidentemente, como lo observó antes Pierre Soury en
una pequeña nota que me ha comunicado -porque me cuido mucho de reconocerle a cada uno lo
que se le debe-, tienen algo de semejante. Como el mismo Pierre Soury lo señala, entre lo
semejante y lo mismo -esto es de él-, entre lo semejante y lo mismo hay lugar para una
diferencia. Pero la homogeneización consiste precisamente en poner el acento en lo semejante:
el realce de lo imaginario que no es lo mismo, que es lo semejante.
»¿Qué tienen de semejante? Y bien, es lo que creo que debo designar con el término de
consistencia, lo que es ya proponer algo increíble. ¿Qué es lo que pueden tener de común las 
consistencias de lo imaginario, lo simbólico y lo real? ¿Es que de este modo, con este enunciado,
les hago sensible -me parece difícil hacerlo más sensible para ustedes- que el término
consistencia pertenece a la jurisdicción de lo Imaginario?
»Sí, aquí me detengo para hacer un paréntesis destinado a mostrarles que el nudo no es fácil de
figurar; no digo de figurárselo, porque en el asunto yo elimino totalmente el sujeto. Parto de la
tesis de que el sujeto es lo determinado por la figura en cuestión, determinado: no se trata de
ninguna manera que él sea su doble, sino que el sujeto se condiciona por los atascamientos del
nudo, por lo que en el nudo determina puntos triples; es por su ajuste, por el apretamiento del
nudo que el sujeto se condiciona. Quizá luego les recuerde esto con dibujos en la pizarra. Sea lo
que fuere figurar ese nudo, no es cómodo. Ya lo he demostrado a equivocarme más o menos yo
mismo en uno u otro pequeño dibujo que he hecho.
»A lo real del nudo borromeo, ustedes pueden agregarle esto, la diferenciación de cada uno de
los redondeles. La manera más simple es colorearlos. Aunque Goethe no lo diga en ninguna
parte de su Teoría de los colores, el color es, en sí mismo, algo notable para la diferenciación.
Hay un límite es cierto, ya que no hay un número infinito de colores, pero en fin, gracias al color
hay diferencia. Ustedes introducen entonces la diferenciación coloreando cada redondel de
modo diferente. Así pueden ustedes llegar a orientarlos.
»En uno de mis seminarios anteriores, yo había planteado la cuestión de saber si esta
diferenciación de cada uno de los redondeles deja al nudo, no ya semejante, sino siempre el
mismo. Es en efecto siempre el mismo, pero hay una sola manera de demostrarlo: consiste en
demostrar que en todos los casos -¿que quiere decir "caso"?- es reductible al semejante.
»En efecto, a esto se llegó: que yo estaba convencido de que no hay más que un nudo
coloreado, pero tuve una vacilación -es lo que yo llamo mi última aventura- acerca del nudo
orientado, porque la orientación concierne a un sí o un no para cada uno de los nudos, y en ese
punto me dejé desorientar por algo atinente a la relación de cada uno de esos sí o no con los
otros dos, y durante un momento me dije... -no llegué a decirme que había ocho nudos, no soy
tan necio, a saber, 2 x 2 x 2: sí o no x sí o no x sí o no, no llegué siquiera a pensar que había
cuatro nudos-, pero no sé por qué me rompí la cabeza en cuanto al hecho de que había dos. Y
con todo no carece de alcance que, después de haberlo pedido de manera expresa, yo haya
obtenido de Pierre Soury, quien espero que haga el reparto la próxima vez, que yo haya
obtenido, diré ¿la demostración? No. Que haya obtenido lo que le pedía, a saber: la mostración
de que no hay sino un nudo borromeo orientado. La mostración de la que se trata, que Pierre
Soury me ha comunicado es que hay un solo nudo orientado, claramente "el mismo". Pero noten
que no pudo hacerlo sin pasar, para ello, por lo que yo llamo el achatamiento del nudo: reducir
ese "semejante" a "el mismo" sólo pudo hacerlo a partir del achatamiento.»
Sin duda el recuerdo del seminario del 9 de febrero de 1972 permitirá medir el camino recorrido
desde entonces, es decir, desde la época en que el nudo facilitaba la representación de la 
tétrada.
Desde esta perspectiva, el seminario R.S.I. fija de nuevo un punto de inflexión, con el intento de
formalización en el que cooperaron Pierre Soury y Michel Thomé. Finalmente, también la
construcción técnica de esos matemáticos asegura con su garantía la elaboración que precede. 


Bose Girîndrashekhar
(1883-1953) Médico y psicoanalista indio
fuente(43) 
En ciertos aspectos, el destino de Girîndrashekhar Bose se asemeja al del gran psicoanalista
Heisaku Kosawa. En efecto, ambos fueron pioneros solitarios en los únicos dos países de Asia
donde pudo implantarse el psicoanálisis, aunque sin la expansión que tuvo en los países
occidentales. Sin embargo, entre estos dos hombres existía una diferencia radical. Analizado por
Sigmund Freud, Kosawa fue un internacionalista, un didacta clásico y el fundador de una
escuela japonesa de psicoanálisis. En el caso de Bose, en cambio, se trató sobre todo de un
autodidacto del freudismo, un defensor de su cultura y un formador de discípulos cuya
enseñanza se limitó a su círculo de Calcuta. La diferencia entre los dos pioneros tiene que ver
también con la historia política de uno y otro país. De allí la distancia que separa el freudismo
indio del freudismo japonés: el primero siguió siempre marcado por la tradición colonial inglesa,
mientras que el segundo fue una creación autónoma.
Hijo de un administrador terrateniente, Bose pertenecía a una familia rica y cultivala de Bengala, y
fue en Calcuta, después de la jubilación del padre, donde él comenzó a orientarse hacia la
medicina. Se casó muy joven, en el marco estricto de la religión hindú, y después se apasionó
por la magia. De tal modo derivó hacia la hipnosis, para volverse a continuación hacia la
psicología. Hacia 1914 atendió a enfermos que padecían trastornos mentales. Algún tiempo más
tarde conoció los primeros textos de Freud traducidos al inglés, y de inmediato puso de
manifiesto un entusiasmo real por el método psicoanalítico. Se especializó en psicología, y en
1921 presentó un trabajo sobre la represión, obteniendo con él el primer doctorado en esta
materia otorgado por la Universidad de Calcuta. A partir de 1917 realizó una brillante carrera de
psicólogo universitario, que concluyó en 1949.
Contrariamente a Kosawa, Bose decidió no viajar a Viena para recibir allí una formación
psicoanalítica. Sin haber sido analizado, comenzó entonces a reunir en torno suyo a amigos y
colegas que se convirtieron en sus analizantes y discípulos. En 1922 creó la Sociedad
Psicoanalítica India, de la que fue presidente hasta su muerte. -Informó al respecto a Freud, que
se alegró por el hecho y le aconsejó que escribiera a Ernest Jones, a fin de que ese primer
grupo se incorporara a la Internacional Psychoanalytical Association (IPA). En realidad, el círculo
de Bose pudo ser reconocido muy rápidamente por la IPA gracias a Owen Berkeley-Hill
(1879-1944), psiquiatra inglés analizado por Jones y médico jefe del Hospital de Rangi. De allí
que, más tarde, surgieran numerosas tensiones en el seno del grupo entre los británicos, vistos
como colonizadores, y los indios. En 1947 Bose fundó la revista oficial de la sociedad, Samiska. 
Igual que muchos freudianos de esa generación, Bose fue entonces universitario, escritor,
maestro de pensamiento y jefe de escuela. Era además un gran especialista en hinduismo. En la
correspondencia que mantuvo con Freud entre 1920 y 1937 expresó su deseo de elaborar una
doctrina del psiquismo que tuviera en cuenta las particularidades culturales vinculadas con el
hinduismo. Desarrolló principalmente la idea de la coexistencia de elementos opuestos en el
deseo humano, y redactó verdaderos cuadros nosográficos de las diferentes dualidades
oposicionales.
Desde el punto de vista de la técnica psicoanalítica, en 1931 consideró que había que inspirarse
en el método de los gurúes, e intervenir activamente, tomando notas y obligando al paciente a
superar sus resistencias: "Cuando Bose le dice al paciente cuál es la dirección que debe tomar
su fantasma -escribe Sudhir Kakar-, no está muy lejos de ciertos procedimientos meditativos
utilizados en las escuelas psicofilosóficas hindúes de autorrealización. De inmediato uno piensa
en la visualización tántrica, así como en el nyasa o el yoganidra del raja yoga. Éstas eran
técnicas familiares a Bose, por su estudio profundo de los yogas."
Hacia fines de la década de 1940, los psicoanalistas indios formados por Bose, y en particular T.
C. Sinha, su principal discípulo, estudiaron las particularidades de la vida psíquica india en textos
que aludían a la mitología de Shiva o Kali. Diez años más tarde esta tradición se agotó, mientras
iba desapareciendo la primera generación psicoanalítica india, para dejar lugar al florecimiento de
las tesis de la escuela inglesa: Melanie Klein o Wilfred Ruprecht Bion. En consecuencia, la
enseñanza de Bose no contribuyó a fundar, en una India todavía colonial, una escuela de
psicoanálisis semejante a la del Japón. 


Botella de Klein
fuente(44) 
Superficie no orientable definida en la topología combinatoria a partir de un rectángulo,
mediante la identificación de cada lado con su opuesto. A diferencia del toro, en uno de los
pares de lados la identificación se efectúa en sentido contrario, como en una banda de Möbius:
b
a a
b
Como ocurre con el crosscap, la botella de Klein no puede sumergirse en el espacio
tridimensional, por lo cual su construcción con un trozo de goma es imposible si no se efectúa
una línea de penetración. La botella de Klein puede pensarse como dos bandas de Möbius
pegadas por el borde. 


Bouvet Maurice
(1911-1960) Psiquiatra y psicoanalista francés
fuente(45) 
Como Daniel Lagache, Sacha Nacht, Françoise Dolto y Jacques Lacan, Maurice Bouvet
pertenece a la segunda generación psicoanalítica francesa, la tercera en la historia mundial.
Analizado por Georges Parcheminey (1888-1953), controlado por Nacht y John Leuba
(1884-1952), él fue uno de los titulares más respetados de la Société psychanalytique de Paris
(SPP), y formó a numerosos psicoanalistas. Sus trabajos, esencialmente clínicos y de inspiración
posfreudiana, abordan los temas de la cura tipo, la relación de objeto y la despersonalización. 


Bowlby John
(1907-1990) Psiquiatra y psicoanalista inglés
fuente(46) 
Miembro del Grupo de los Independientes, especialista en psiquiatría infantil y director de la
prestigiosa Tavistock Clinic de Londres, John Bowlby fue una de las principales figuras del
movimiento psicoanalítico inglés. Nacido en una familia de la gran burguesía inglesa, era nieto de
un célebre periodista del Times. Después de haber sido interno desde los ocho años, fue alumno
del Colegio Naval de Dartnorth, y luego estudió psicología y ciencias naturales en Cambridge. A
continuación trabajó como maestro de escuela, antes de volver a la universidad para estudiar
medicina.
Analizado por Joan Riviere, controlado por Nina Searl y Ella Sharpe, se convirtió en miembro
titular de la British Psychoanalytical Society (BPS) en vísperas de la Primera Guerra Mundial.
Melanie Klein controló su primer análisis de niños. En 1940 comenzó a publicar sus trabajos
sobre niños, las madres y el ambiente, oponiéndose a la perspectiva puramente psíquica de la
escuela kleiniana. En efecto, Bowlby atribuía una gran importancia a la realidad social, y tomaba
en cuenta la manera en que el niño había sido educado. Su enseñaza lleva el sello de tres
nociones: el apego, la pérdida y la separación. Después de 1950 le dio a su doctrina un
contenido cada vez más biológico, comparando el comportamiento humano con el de las
especies animales. En este sentido, en razón de su interés constante por la etología y la biología
según Darwin, fue acusado de ignorar el inconsciente.
A partir de 1948 dirigió una investigación acerca de los niños abandonados o privados de hogar,
y los resultados tuvieron repercursiones mundiales sobre el tratamiento psicoanalítico del
hospitalismo, la depresión anaclítica y las carencias maternas, así como en la prevención de las
psicosis. En 1950 fue designado consultor de la ONU, donde sus tesis desempeñaron un papel
considerable para la adopción de una declaración mundial de los derechos del niño. Un año más
tarde publicó su informe, Maternal Care and Mental Health, en el cual demostró que la relación 
afectiva constante con la madre es un dato fundamental de la salud psíquica del niño.
Al final de su vida, siempre apasionado por la biología y la etología, escribió una biografía de
Charles Darwin (1809-1882). Estudió minuciosamente la primera infancia del sabio, sus
enfermedades psicosomáticas, sus dudas y sus depresiones, trazando al mismo tiempo un
cuadro vigoroso de la época victoriana y de las reacciones que suscitó en Inglaterra la
revolución darwinista. 


Brasil 

fuente(47) 
Primer país de implantación del freudismo en América latina, Brasil tiene una historia muy
diferente de la de la Argentina. Lejos de imitar a Europa, de apropiarse de sus modelos,
transformándolos y desarrollándolos después de una política de inmigración masiva, Brasil sólo
se emancipó de la colonización portuguesa en 1822 para ubicarse hasta 1918 bajo la dominación
económica de Gran Bretaña. Después el país volvió a cambiar de amo, y pasó a la órbita de la
economía norteamericana. Este prolongado periodo de industrialización se caracterizó por la
expansión de una oligarquía terrateniente que vivía en inmensas fazendas y reinaba a la manera
de los señores feudales sobre una población analfabeta.
Calcado del régimen de la monarquía inglesa, el parlamentarismo instaurado en 1824, bajo el
reinado del emperador Pedro I, fue abatido en 1889 por una junta que depuso a su hijo, Pedro II.
Soberano intelectual y liberal, este último había enfrentado la guerra civil, quebrantado las
rebeliones y abolido la esclavitud, sin inquietarse por el peligro que representaba el poder militar.
Una vez proclamada la República, se instauró un régimen presidencialista, mientras que la
Constitución de 1891, impregnada por la filosofía de Auguste Comte (1798-1857), se basaba en
dos principios: orden y progreso. Imitando el modelo norteamericano, esencialmente
presidencialista y federalista, el nuevo régimen brasileño actualizaba la tradición del caudillismo
de América latina.
Igual que en todas partes, el establecimiento del Estado republicano dio origen al asilo moderno, y
fue acompañado por una reestructuración de la clínica de la locura. En 1890, el antiguo hospicio
de Pedro II se transformó en hospital de alienados, siguiendo la más pura tradición del gesto de
Philippe Pinel (1745-1826). Durante cerca de una década, la fuerza de la nosología francesa fue
tal, que la expresión "estar Pinel" equivalía en el vocabulario corriente a "estar loco".
En el terreno de esta primera reforma asilar, Juliano Moreira, bahiano y hombre de color, introdujo
la nosografía alemana. Amigo de Emil Kraepelin y excelente conocedor de Europa, fue designado
profesor en la Universidad de Bahía a los 23 años, y en 1903 asumió la dirección del Hospital
Nacional de Alienados de Río de Janeiro. Nueve años más tarde, gracias a su acción, la
psiquiatría se convirtió en una especialidad autónoma en los planes de estudios de medicina.
Padre fundador de la psiquiatría brasileña moderna, Moreira fue también el primero que en su
país adoptó y difundió la doctrina freudiana.
Entre 1914 y 1930, varios psiquiatras contribuyeron a la implantación progresiva del freudismo
en Río de Janeiro, San Pablo y Bahía: Arthur Ramos, Julio Porto-Carrero y Francisco Franco Da
Rocha. En general, estos autores se mostraron menos críticos respecto del psicoanálisis que
sus colegas de otros países, sobre todo a propósito de la sexualidad. No obstante, adaptaron la
doctrina vienesa a sus preocupaciones terapéuticas, e hicieron de ella un componente esencial 
de una concepción culturalista y organicista de la locura.
En realidad, como lo ha demostrado Gilberto Freyre (1900-1987), bajo los rasgos de una
organización patriarcal rígida, heredada de la colonia, Brasil presentaba dos rostros
antagónicos. De un lado, florecía el ideal humanista de la Iglesia Positivista que, durante todo el
siglo XIX, inspiró a los grandes reformadores, y del otro lado perduraba la cultura negra
mezclada con la blanca, proveniente del mestizaje de los esclavos y sus amos, del amo y su
concubina, del hombre blanco y la mujer negra, pero también del doméstico negro y la joven
blanca. De estas mezclas derivó el lugar particular acordado a la sexualidad (y más tarde a la
bisexualidad) en la sociedad brasileña, en la cual la atracción que las mujeres de color ejercían
sobre los hijos de familia provenía de las relaciones íntimas del niño blanco con su nodriza negra:
una sexualidad carnal y sensual.
Así como bajo la práctica de la monogamia aparecía siempre apenas enmascarada la de la
poligamia, también bajo el monoteísmo se perfilaban todas las variantes de un politeísmo salvaje.
El clivaje se repitió cuando un hombre negro instauró un saber psiquiátrico que apuntaba a
arrancar la locura a las prácticas mágicas. El nuevo orden no pudo poner fin a las antiguas
tradiciones terapéuticas del trance y las posesiones (religión candomblé).
La psiquiatría era la disciplina de la cultura blanca, aunque atendiera a enfermos no blancos. El
psicoanálisis le siguió los pasos. Reservado primero (en el período de entreguerras) a la gran
burguesía paulista y a médicos que tenían el cuidado de seguir las reglas ortodoxas de la
International Psychoanalytical Association (IPA), en la segunda mitad del siglo, expandiéndose en
Río y después en otras ciudades, se convirtió en la nueva psicología de las clases medias
blancas, formadas en la universidad. De tal modo sucedía a la antigua sociología comteana.
Mientras que los pioneros del freudismo seguían siendo profesionales hospitalarios, Durval
Marcondes pasó de la psiquiatría al psicoanálisis, convirtiéndose así en el primer freudiano de
Brasil, incluso antes de haber sido analizado. Esteta francófilo y cultivado, se consagró en
cuerpo y alma a la causa freudiana, con el deseo de convertir a San Pablo en el centro
neurálgico de la nueva doctrina.
El 24 de octubre de 1927, junto con Da Rocha, fundó en San Pablo la Sociedade Brasileira de
Psicanálise (SBP), primera sociedad psicoanalítica de Latinoamérica. Al año siguiente creó la
Revista brasileira de psicanálise, que fue acogida con entusiasmo por Sigmund Freud, y el 17
de junio Moreira inauguró en Río de Janeiro, con Porto-Carrero, y en presencia de Marcondes,
una filial de la SBP. Pero muy pronto la SBP, después de haber sido reconocida por la IPA en el
Congreso de Oxford de 1929, encontró muchas dificultades para desarrollarse: en esa época la
cura didáctica era obligatoria, y Marcondes, que no se había analizado, no podía formar alumnos.
Por otra parte, en 1931 tuvo que enfrentar a un charlatán llamado Maximilien Langsner que tenía
mucho éxito en San Pablo. Este hombre enarbolaba un nombre vienés y practicaba la telepatía,
proclamándose el mejor discípulo de Freud. Marcondes temió que ese espectáculo desacreditara 
al psicoanálisis en el ambiente médico, y le pidió a Freud que desenmascarara al impostor, lo que
el maestro hizo de inmediato.
La crisis de 1929 arrastró a la ruina a las plantaciones de café y provocó una dislocación de la
federación brasileña. La urbanización rápida favoreció un movimiento de independencia de las
ciudades, y la desconfianza de los notables terratenientes respecto del poder central. En 1930
fue elegido presidente Getúlio Vargas, apoyado por el Ejército. Él emprendió el camino del
fascismo y reprimió el alzamiento paulista de 1932, en el cual tomó parte Marcondes. Cinco años
más tarde proclamó el Estado novo, una especie de Estado mussoliniano basado en una
constitución que suprimía las elecciones.
A pesar de la creación por Georges Dumas (1866-1946), en 1934, de una universidad en la que
Claude Lévi-Strauss y Fernand Braudel (1902-1985) formaron a estudiantes en las nuevas
ciencias humanas, Marcondes, ligado esencialmente al ambiente médico, experimentó grandes
dificultades para poner en marcha un movimiento psicoanalítico brasileño. Huyendo del nazismo,
los freudianos de Europa se exiliaban en los Estados Unidos, Gran Bretaña o la Argentina, y
tenían pocas posibilidades de instalarse en un país donde gobernaba el fascismo. René Spitz iba
a llegar en 1932, pero la rebelión paulista bloqueó las comunicaciones, y él, cansado de
aguardar noticias, se fue a Colorado.
En cuanto a los americanos del norte, tampoco deseaban desplazarse al sur para formar
terapeutas. Después de muchos esfuerzos, Marcondes logró atraer a Adelheid Koch. Analizada
en el marco del prestigioso Berliner Psychoanalytisches Institut (BPI), ella tenía todas las
garantías para inciar a los brasileños en el análisis didáctico. En 1936 se instaló en San Pablo y
fue así la primera psicoanalista didacta de Brasil. El propio Marcondes no vaciló en tenderse en
su diván. Otro emigrado se sumó muy pronto al grupo: Frank Julien Philips. Australiano de
nacimiento, había hecho su análisis con Adelheid Koch antes de ir a formarse en Londres con
Melanie Klein y Wilfred Ruprecht Bion.
Alineados con los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial, los contingentes del ejército
brasileño encontraban ¡lógico batirse en Europa por la democracia mientras soportaban el
fascismo en su propio país. En 1945 Getúlio Vargas tuvo que alejarse del poder, y se restableció
la democracia. En adelante, el movimiento psicoanalítico brasileño comenzó a integrarse en la IPA
y a aceptar sus procedimientos de normalización, construyéndose por otra parte según el
modelo federalista que estaba en vigor en el país.
En la ocasión del primer congreso interamericano de medicina, reunido en Río de Janeiro en
1946, se organizó en primer término como potencia latinoamericana. En la tribuna, varios
psicoanalistas argentinos presentaron trabajos sobre psicosomática. Los brasileños fueron a su
encuentro, y se acordó favorecer los intercambios entre los paulistas, los cariocas y los
porteños. Así se puso en marcha la corriente de influencia clínica de la escuela argentina sobre
las filiaciones brasileñas. 
Disuelta en 1944, la SBP se reconstituyó como un grupo puramente paulista, la Sociedad
Brasileira de Psicanálise de Sáo Paulo (SBPSP), reconocida por la IPA en el Congreso de
Amsterdam de 1951. En adelante, los intercambios tuvieron lugar entre Londres y San Pablo.
Apasionados por la teoría de Melanie Klein y sus discípulos, analistas paulistas cruzaron el
Atlántico para recibir una formación en la British Psychoanalytical Society (BPS). Éste fue el
caso de Virginia Bicudo. Después de cinco años en Londres, informó sobre sus experiencias
clínicas en la Tavistock Clinic y las difundió a su alrededor. A su lado, Frank Philips, a su regreso
de Londres, condujo en el seno del grupo paulista seminarios técnicos y teóricos de inspiración
kleiniana. A la heterogénea influencia argentina se sumó la del kleinismo, claramente más
implantada en San Pablo que en Río. Más tarde, Wilfred Ruprecht Bion, invitado por Philips, se
convirtió en uno de los maestros de pensamiento del grupo paulista.
Mientras el psicoanálisis cobraba impulso de este modo, otro ámbito comenzó a desempeñar un
papel importante en San Pablo: el Instituto Sedes Sapientiae. Creado en 1933 por miembros de la
Iglesia Católica, proporcionaba una formación teórica y clínica a los psicólogos no médicos. A
partir de 1970 se convirtió en un centro de difusión de las prácticas psicoterapéuticas, y en
1976, por iniciativa de Regina Schnaiderman (19231985), Isaias Melshon y Roberto Azevedo,
incorporó a sus actividades un instituto de formación psicoanalítica en el que se encontraron
disidentes de la SBPSP e independientes, hostiles a la rigidez de los criterios de la IPA y a su
conservadurismo político.
En Río de Janeiro, la instalación del movimiento fue gravemente perturbada por el conflicto que
opuso a Mark Burke con Werner Kemper, ex colaborador de Matthias Heinrich Góring, y enviado
por Ernest Jones para desarrollar el psicoanálisis en Brasi]. En 1953, Kemper fundó la Sociedade
Psicanalítica do Rio de Janeiro (SPRJ), reconocida por la IPA en 1955. En cuanto a los partidarios
de Burke, después de violentos enfrentamientos, se asociaron con sus colegas formados en la
Argentina, para crear otro grupo en 1959: la Sociedade Brasileira de Psicanálise do Rio de
Janeiro (SBPRJ). Entre sus quince fundadores estaban Aleyon Baer Bahia, Danilo Perestrello,
Marialzira Perestrello, Mario Pacheco de Almeida Prado.
En Porto Alegre, Mario Martins constituyó en 1947 la Sociedade Psicanalítica do Porto Alegre
(SPPA), reconocida por la IPA en 1963. Formado en Buenos Aires por Ángel Garma, volvió con
su esposa Zaira Bittencourt, analizada a su vez por Celes Cárcamo. Ella, formada en la práctica
del psicoanálisis de niños con Arminda Aberastury, introdujo en Brasil esa tradición clínica. La
SPPA evolucionó hacia el kleinismo y el neokleinismo, sobre todo después de la visita de Herbert
Rosenfeld en 1974. Conservó no obstante su vínculo privilegiado con los argentinos.
Esta expansión del psicoanálisis en las dos grandes ciudades rivales, San Pablo y Río de
Janeiro, así como en la parte sur del país, le permitió al freudismo brasileño recuperarse
progresivamente de su atraso respecto del argentino, pero sin que de sus filas surgieran jefes
de escuela de estatura comparable a la de sus vecinos. Hay que decir que, desde el origen, la 
situación en Brasil había sido distinta. En efecto, la escuela brasileña, en la ausencia de un sólido
movimiento inmigratorio durante el período de entreguerras, no había tenido ningún "padre
fundador", a la vez didacta y teórico. Y, entre una ciudad y otra, sólo encontraba su identidad
tomando como referentes la escuela inglesa o algunas corrientes norteamericanas, o bien su
filiación argentina. No obstante, desarrolló una gran actividad clínica en diversas instituciones
(hospitales y centros de atención). A partir de 1960, con la creación de la COPAL (futura
FEPAL), y después de la Associaçáo Brasileira de Psicanálise (ABP, 1967), se convirtió, junto a
la escuela argentina, en la segunda gran potencia del freudismo latinoamericano.
El 31 de marzo de 1964, después de diez años de gobierno socialdemócrata, en el curso de los
cuales el presidente Kubitschek inauguró la ciudad de Brasilia, el mariscal Castello Branco, con el
apoyo de los Estados Unidos y de las clases medias, derrocó al presidente Joáo Goulart e
instauró una dictadura que iba a durar veinte años. Durante seis meses, el nuevo poder se
entregó a una represión violenta. Dos centenares de intelectuales, dirigentes políticos y
sindicalistas fueron arrestados, expulsados, privados de sus derechos cívicos y a menudo
torturados. Con la soberbia de que iban a construir un nuevo Brasil, los tecnócratas, los
conservadores y los anticomunistas afirmaron su voluntad de gobernar sin el sufragio de las
masas. Los partidos fueron disueltos, las fuerzas armadas reorganizadas. Cuatro años más
tarde, después de la sublevación de los estudiantes y de los tumultos populares en Río, el
régimen emprendió el camino de la dictadura.
La dirección de la IPA, como también iba a hacerlo después de la instauración del terror de
Estado en la Argentina, decidió seguir "neutral": ni condena, ni intervención en uno u otro
sentido. En línea con la tradición de la década de 1930, el objetivo era el mismo: no dar ningún
pretexto a ningún poder para prohibir la práctica del psicoanálisis.
Al contrario del nazismo, la dictadura brasileña no afectó la libertad de asociación, salvo cuando
se trataba de perseguir a asociaciones comprometidas políticamente contra ella. Por otra parte,
nunca evolucionó hacia el terror de Estado organizado que la Argentina conoció entre 1976 y
1983. En consecuencia, todo el episodio fue mucho más reprimido por la institución psicoanalítica
que el terror argentino. En su libro sobre el nazismo y el psicoanálisis, Chaim Samuel Katz
muestra de qué manera la Associaçáo Brasileira de Psicanálise "aceptó" al régimen.
En los artículos que publicó durante veinte años, la Revista brasileira de psicanálise tuvo el
cuidado de presentar siempre al psicoanálisis como una ciencia pura, sin relación con los
campos social y político. Si un autor quería hablar de política o historia, debía contentarse con
evocar el pasado más lejano: el exilio de Freud en Londres, sí, pero el genocidio o la política de
"salvamento" del psicoanálisis en Berlín, no. No se podía hacer alusión a la actualidad, salvo para
disfrazarla hábilmente. Se hablaba entonces de duelo, de separación, de castración, de
angustia, en lugar de decir exilio, ausencia, sufrimiento, etcétera. En virtud de esta censura
voluntaria, nunca se hacía referencia, ni de cerca ni de lejos, a un militante arrestado o a un
psicoanalista torturado o perseguido. Estos hechos sólo existían entonces en el imaginario de los 
sujetos y, en ocasiones, se podía invocar el "secreto profesional". En este sentido, la
conceptualización kleiniana, centrada en los procesos intrapsíquicos de violencia, fue explotada
para presentar la expresión política como una historia de objeto malo o de identificación
proyectiva.
A partir de 1973, el asunto Kemper perturbó de nuevo a las dos sociedades psicoanalíticas de
Río de Janeiro. Antes de su partida a Alemania, en 1967, el ex colaborador de Göring había
analizado a uno de los didactas más activos de la SPRJ: Leáo Cabernite. Convertido en
presidente de su sociedad, y vinculado de cerca con el poder militar, Cabernite tuvo más tarde
como alumno en formación, entre 1971 y 1974, a un teniente médico de la policía militar, Amilear
Lobo Moreira da Silva (1939-1997), torturador al servicio de la dictadura. Este hecho fue
revelado por un artículo anónimo, pero exacto, publicado en el periódico clandestino Voz
operária. Helena Besserman Vianna, psicoanalista de extrema izquierda y miembro de la otra
sociedad (SBPRJ), se enteró del asunto. Sus opiniones radicales eran conocidas, puesto que en
una oportunidad se había expresado públicamente en la SBPRJ, en un debate con Bion, y le
preguntó si él aceptaría tomar en análisis a un torturador. La asamblea le había entonces
respondido que esa pregunta era "una provocación", "ni científica ni constructiva". Helena le
envió a Marie Langer el artículo de Voz operária, acompañado del nombre y la dirección de
Cabernite escritos a mano, a fin de que publicara todo en la compilación Cuestionamos y le
pidiera a la dirección de la IPA la apertura de una investigación. Marie Langer envió de inmediato
el artículo a Serge Lebovici, presidente de la IPA, y a diversos responsables del movimiento
psicoanalítico. Después lo publicó en su compilación. Marie Langer tenía un peso considerable en
la IPA en razón de su notoriedad y de su compromiso contra todas las dictaduras
latinoamericanas.
Inquieto por las consecuencias de este asunto para la imagen del psicoanálisis en el mundo,
Lebovici previno a Cabernite y a David Zimmermann, miembro de la SPPA y presidente de la
COPAL, el cual respondió en seguida que Voz operária era un "periodicucho indigno de respeto".
Después, con Cabernite y otros miembros de la SPRJ, envió por carta circular un desmentido
categórico: "La afirmación anónima del periódico clandestino es enteramente falsa y sin ningún
fundamento". Los autores no sólo negaban toda participación de Amilcar Lobo en ese tipo de
actividades, sino que acusaban al denunciante de impulsar un complot para desestabilizar el
psicoanálisis brasileño en el momento mismo en que iba a reunirse el Cuarto Congreso de la ABP.
Identificada gracias a una pericia grafológica, Helena Besserman Vianna pagó cara su denuncia
del torturador. Su sociedad se negó durante dos años a otorgarle el título de miembro titular,
aunque ella tenía teóricamente derecho a él, en vista de sus estudios cursados. Pero, lo que es
aún peor, el consejo de administración de la SBPRJ se transformó en tribunal interno para
acusarla de la delación de un inocente (Amilcar Lobo), de plagio de textos de colegas y,
finalmente, de falta de respeto a Bion: una verdadera degradación pública. Más tarde, Helena fue
víctima de un atentado frustrado, por parte de la policía brasileña, informada por Amilcar Lobo.
Helena Besserman Vianna sólo fue rehabilitada definitivamente en 1980, cuando un ex preso 
reveló públicamente las atrocidades de Amilcar Lobo. No obstante, ni Cabernite, ni Zimmermann,
ni Lebovici dieron cuenta de su error durante ese período, lo que provocó una verdadera
tormenta en las filas de las dos sociedades de Río.
Durante todos los años de la dictadura, y más allá, el freudismo continuó floreciendo en el suelo
brasileño. En 1975 se creó en Recife la Sociedade Psicanalítica do Recife (SPR), reconocida por
la IPA en 1988, mientras que en Brasilia, ese mismo año, Virginia Bicudo organizó el Grupo de
Estudos Psicanalíticos de Brasilia (GEPB), reconocido en 1995. Finalmente, en Pelotas, dos
psicoanalistas, llegados de la Argentina y Río, fundaron en 1987 la Sociedade Psicanalítica de
Pelotas (SPP), reconocida en 1995.
Pero el fenómeno más notable de esa época fue la formidable expansión, sobre todo en Río de
Janeiro, San Pablo y Porto Alegre, de todas las escuelas de psicoterapia. Ligadas al
florecimiento de la enseñanza universitaria de la psicología clínica y del análisis profano, casi
todas estas escuelas, contrariamente a sus homólogas de otros países, se caracterizaban por
su referencia a diversas corrientes del freudismo, fuera a través de los círculos de la psicología
de las profundidades, vinculados a Igor Caruso, fuera a través del lacanismo, o incluso
aduciendo una filiación directa o lejana: por ejemplo Sandor Ferenczi, o Ana Katrin Kemper e
Iracy Doyle.
En ese contexto, el lacanismo se implantó de manera masiva en la universidad, especialmente en
los departamentos de psicología, aportando así una cultura y una identidad a la profesión de
psicoterapeuta, abandonada por la IPA, que a pesar de algunas excepciones, como por ejemplo
la de Inés Besouchet (1924-1991), tendía a favorecer a los médicos. De allí la eclosión paralela
de múltiples grupos de diversas orientaciones: veintiséis en Río, veintisiete en San Pablo, siete
en Río Grande do Sul, nueve en Minas Gerais; en total setenta asociaciones, que reunían a
aproximadamente mil quinientos psicoterapeutas. Esto llevaba el total de los psicoterapeutas
freudianos a más de tres mil.
Las cifras demuestran que la implantación del freudismo en Brasil siguió siendo un fenómeno
urbano; el psicoanálisis experimentó una expansión considerable en las grandes metrópolis y en
las ciudades de la parte oriental del país, desde Recife hasta Pelotas (de norte a sur). En otras
palabras, a pesar de un desarrollo masivo, ligado a la expansión de la psicología clínica, el
psicoanálisis, después de setenta años de existencia, sigue siendo un asunto de la burguesía
blanca. Además, a medida que se desarrollaba, se fue feminizando fuertemente: el 70 por ciento
de los profesionales son mujeres.
Formado en Estrasburgo, con Lucien Israél y Moustapha Safouan, en el marco de la École
freudienne de Paris (EFP), de la que se convirtió en miembro en 1973, Durval Checchinato
retornó a Campinas, y comenzó a dar clases sobre la obra de Jacques Lacan en el
departamento de filosofía. En 1975, con Luiz Carlos Nogueira (de San Pablo), Jacques Laberge e
Ivan Correa (de Recife), fundó el primer círculo lacaniano de Brasil, el Centro de Estudos 
Freudianos (CEF), completamente independiente de la EFR El CEF continuó sus actividades en
Recife, mientras que en Campinas se creaban las bases de una futura sociedad. Este grupo,
descendiente de la tradición erudita de los jesuitas, puso de manifiesto independencia de espíritu
respecto de los dogmas, evitó someterse al centralismo parisiense, y se mantuvo a distancia de
las extravagancias chamánicas del célebre lacaniano brasileño de la década de 1970, Magno
Machado Dias, más conocido como MDMagno.
Analizado por Lacan durante algunos meses, este esteta carioca, cultivado y seductor, que
enseñaba semiología en la universidad, fundó en 1975, con Betty Milan, otra analizada por
Lacan, el Colégio Freudiano do Rio de Janeiro (CFRJ). Se convirtió en el terapeuta de todos los
miembros de su grupo, que se precipitaban a tenderse en su diván y a participar en sus
seminarios. MDMagno le dio al lacanismo carioca una curiosa expansión, y su Colegio fue el
núcleo inicial de todos los otros grupos formados más tarde en Río en virtud de escisiones
sucesivas. Evolucionando hacia un culturalismo radical, se postuló como padre fundador del
psicoanálisis "brasileñizado". Según la nueva genealogía, Freud era el bisabuelo, Lacan el abuelo
y MDMagno el padre. En cuanto a la "doctrina" del nuevo profeta, preconizaba la identidad de los
sexos, e invitaba a todo analizante a pasar al acto: con una mujer si era homosexual, con un
homosexual si era heterosexual, etcétera.
A fines de la década de 1980, Jacques-Alain Miller movilizó a otros grupos, imponiéndoles una
mayor disciplina y una visión mundialista de la práctica psicoanalítica. Obtuvo más éxito en San
Pablo que en Río y, en 1995, logró fundar la Escola Brasileira de Psicanálise (EBP), vinculada con
la Association mondiale de psychanalyse (AMP) y compuesta por ochenta y ocho miembros
plenos y doscientos treinta miembros de secciones, repartidos en cinco ciudades o regiones: es
decir, un total de trescientos dieciocho terapeutas. Frente a los mil cinco miembros de la
Associação Brasileira de Psicanálise y a los otros mil doscientos psicoanalistas distribuidos en
los diferentes grupos, la EBP logró ocupar una posición cómoda en el campo del freudismo
brasileño, aunque sin lograr integrar a los otros lacanianos (aproximadamente cuatrocientos). En
Porto Alegre, otro ex miembro de la EFP, Contardo Calligaris, supo unificar bajo la batuta de la
Asociación Freudiana (AF), pero en una perspectiva de descentralización radical, al conjunto de
los grupúsculos lacanianos. La AF no profesa ningún dogma.
En Bahía, Emilio Rodrigué, gran figura de la escuela argentina, realizó una experiencia única en
su género. Disidente de la APA, cercano a Marie Langer y al grupo Plataforma, recibió su
formación didáctica en Londres con Paula Heimann y Melanie
Klein. Instalado en 1974 en el corazón mismo de la civilización brasileña, entre negritud y
colonización, casado con una sacerdotiza de la aristocracia candomblé, apasionado de la
historiografía, logró reunir a su alrededor un grupo compuesto por todas las tendencias del
freudismo. Es uno de los pocos psicoanalistas, tal vez el único, que pudo establecer un puente
entre todas las culturas del continente americano, sin ceder al universalismo abstracto ni al
culturalismo desenfrenado. De allí su lugar de maestro socrático, único en el psicoanálisis de 
este fin del siglo XX.
En los últimos años de la década de 1990, el número total de psicoanalistas alcanzaba a
aproximadamente cuatro mil para una población global de ciento cincuencta y cinco millones de
habitantes, o sea más o menos veinticinco psicoanalistas por millón de habitantes (diez para la
IPA). 


Brentano Franz
(1838-1917) Filósofo alemán 

fuente(48) 
Brentano renunció al sacerdocio en 1871, después de la proclamación por Pío IX del dogma de la
infalibilidad pontificia. Más tarde, no cesó de encarnar los valores del catolicismo reformado de
Bohemia. Miembro de una ilustre familia marcada por el romanticismo, era sobrino del poeta
Clemens Brentano (1778-1842), quien se había casado con Bettina von Arnim (1785-1859).
Profesor en Viena durante veinte años (entre 1874 y 1894), con algunas interrupciones, Franz
Brentano fue amigo de los espíritus más finos de la intelligentsia vienesa, entre ellos Theodor
Meynert, Josef Breuer, Theodor Gomperz (1832-1912). Se casó con Ida von Lieben, la hermana
de Anna von Lieben, la futura paciente de Sigmund Freud. Indiferente a la comida y la
vestimenta, jugaba al ajedrez con una pasión devoradora, y ponía de manifiesto un talento
inaudito para los juegos de palabras más refinados, En 1879, con el seudónimo de Aenigmatis,
publicó una compilación de adivinanzas que suscitó entusiasmo en los salones vieneses y dio
lugar a numerosas imitaciones.
Ante el progreso de las ciencias políticas, Brentano trató de salvar a la filosofía, que él
consideraba amenazada de desaparición, y al mismo tiempo desarrollar una psicología empírica y
descriptiva basada en el análisis de las modalidades reales de la conciencia, excluyendo todo
subjetivismo. En este sentido, tuvo una gran influencia sobre Edmund Husserl (1859-1938),
alumno suyo. Pero su enseñanza, también seguida por Sigmund Freud y Thomas Masaryk
(1859-1937), desempeñó asimismo un gran papel en el desarrollo del pensamiento psicoanalítico.
En efecto, Brentano fue el renovador de las tesis de Johann Friedrich Herbart. Partidario de la
psicología empírica, a la noción herbatiana de "representación" añadió la de "intencionalidad"
(acto por el cual la conciencia se orienta hacia un objeto). Junto a los fenómenos de
representación, distinguió dos categorías de actos mentales: los juicios, que permiten afirmar o
negar la existencia de un objeto representado, y las actitudes de odio o amor, que hacen
indiscernibles el querer y el sentimiento.
Lejos de fundar una escuela monolítica, como lo había hecho Herbart, exhortó a sus alumnos a
innovar en todas las direcciones. Y su enseñanza quebrantó totalmente la influencia del
herbartismo rígido sobre la filosofía austríaca.
En 1873, el joven Sigmund Freud, estudiante en la Universidad de Viena, obtuvo su doctorado en
filosofía bajo la dirección de Brentano. Freud cuestionabíi su teísmo y le oponía el materialismo de
Ludwig Fetierbach (1804-1872). En una carta del 13 de marzo le narró a su amigo y condiscípulo
Eduard Silberstein una escena de pugilato filosófico en cuyo transcurso Brentano se vio
obligado por sus alumnos a destripar las tesis herbartianas. El gran profesor venció en el
combate, pero con todo aceptó dirigir la tesis de Freud. A éste, sin embargo, lo decepcionó la
filosofía en general, que él consideraba demasiado "especulativa", y en particular Brentano, por
quien experimentaba una admiración mitigada. Escogió entonces el camino de la fisiología, 
encarnado en Viena por Ernst von Brücke. De modo que Brentano fue para Freud un maestro
modelo cuya enseñanza le indicó la vía a seguir a fin de conciliar la especulación y la
observación.
Más tarde, Freud no reconoció que había tomado conceptos de la doctrina de Brentano, ni lo que
le debía a este último. Se contentó con afirmar, a propósito de la filosofía, que, después de haber
sido atraído por la especulación, había renunciado valientemente a ella. En una carta a Wilhelm
Fliess del 2 de abril de 1896, escribió: "En mis años de juventud sólo aspiraba a los
conocimientos filosóficos, y ahora estoy a punto de realizar ese deseo, pasando de la medicina
a la psicología". Esto equivale a decir que, en el espíritu de Freud, la nueva psicología de la que
se consideraba fundador era el equivalente de una filosofía. De allí el rechazo constante al saber
filosófico, que se pondrá nuevamente de manifiesto en sus relaciones con Ludwig Binswanger.
No obstante, en 1905, en su libro El chiste y su relación con lo inconsciente, cita el nombre de
su antiguo maestro, evocando la famosa compilación de adivinanzas de 1879. 


Breuer Josef
Médico austríaco. (Viena 1842 - id. 1925).
fuente(49) 
Se le debe el descubrimiento del mecanismo de la autorregulación de la respiración y del control
de las posturas del cuerpo por el laberinto. Notable clínico, es conocido sobre todo por su
encuentro con S. Freud (1880) y su colaboración con él a partir de 1882, inaugurado por el
célebre estudio del caso Anna O., fundamental para la comprensión psicopatológica de la
histeria y como punto de partida de la teoría del inconciente y del método analítico, anticipado por
Breuer bajo el nombre de método catártico.
Sin embargo, Breuer no pudo llevar muy lejos su cooperación con Freud. De la misma manera
que se había espantado por la muy violenta trasferencia amorosa de Anna O. sobre él, no
aceptó nunca totalmente la teoría freudiana de la etiología sexual de las neurosis. Así, la
colaboración de los dos profesionales tuvo fin en 1895, el año mismo en que el producto de su
trabajo teórico se publicaba bajo el título de Estudios sobre la histeria. Esta obra distingue
claramente las tesis teóricas de los dos autores, especialmente la idea que Breuer sostenía
sobre los «estados hipnoides» como determinantes de los síntomas histéricos. 


Breuer Josef
(1842-1925) Médico austríaco
fuente(50) 
Como Wilhelm Fliess, Josef Breuer desempeñó un papel importante en la vida de Sigmund Freud
entre 1882 y 1895. Fue de alguna manera una figura paterna para el joven científico, lo ayudó
económicamente, creó el método catártico para el tratamiento de las histéricas, redactó con él la
obra inaugural de la historia del psicoanálisis, Estudios sobre la histeria, y fue el médico de
Bertha Pappenheim, quien, con el nombre de Anna O., habría de ser el caso princeps de los
orígenes del freudismo. La imagen de este brillante profesional vienés, que atendió a Franz
Brentano, Johannes Brahms (1833-1897), Marie von Ebner-Eschenbach y a sus colegas
médicos, el ginecólogo Rudolf Chrobak (1843-1910), Theodor Billroth y el propio Freud, fue
deformada por Ernest Jones. En su biografía de Freud, Jones lo presenta como un terapeuta 
asustado y estúpido, incapaz de comprender la cuestión de la sexualidad. Hubo que aguardar el
trabajo de Albrecht Hirschmüller, historiador de la medicina de lengua alemana, para tener la
historia de las relaciones entre los dos hombres, lejos de las leyendas de la historiografía oficial.
Hijo de un rabino conocido por sus opiniones liberales, Josef Breuer no era creyente ni
practicante. Lo mismo que Freud, seguía apegado a su judeidad, pero sin proclamar la menor fe
y defendiendo los principios de la asimilación. En 1859 se orientó hacia la medicina,
convirtiéndose en alumno de Karl Rokitansky (1804-1878), Josef Skoda, Ernst von Brücke y,
finalmente, del asistente de este último, Johann von OppoIzer (1808-1871), notable clínico
internista, del que a su vez fue asistente. En el laboratorio de fisiología de Ewald Hering, rival de
Brücke, Breuer comenzó a trabajar en el problema de la respiración. Esta formación lo hizo
heredero de una tradición positivista, derivada de la escuela de Hermann von Helmholtz, en la
cual se realizaba la unión de una medicina de laboratorio a la alemana y la medicina hospitalaria
vienesa. Convertido en célebre en 1868 por un estudio sobre el papel del nervio neumogástrico
en la regulación de la respiración, más tarde estudió los canales semicirculares del oído interno.
Hacia fines de la década de 1870, Breuer pasó de la fisiología a la psicología, y lo mismo que a
muchos médicos de esa época, lo atrajo la hipnosis, que experimentó con su paciente Bertha
Pappenheim.
En 1877 conoció a Freud, y éste siguió sus cursos sobre las afecciones renales en el instituto
de fisiología. Muy pronto los dos hombres se hicieron íntimos. Breuer orientó con vistas al futuro
a ese amigo más joven, y le dio consejos sobre la continuación de su carrera. Además le prestó
una fuerte suma de dinero, que Freud necesitaba para instalarse como médico de ciudad. Los
dos tenían en su clientela a enfermos mentales, sobre todo mujeres histéricas de la burguesía
vienesa acomodada. De tal modo, cada uno a su manera, comenzaron a convertirse en
especialistas en trastornos psíquicos, lo que en 1895 los llevó a firmar conjuntamente los
famosos Estudios sobre la histeria. No obstante, ya en 1891 habían comenzado a surgir
numerosos desacuerdos entre ellos, a propósito de sus concepciones de la ciencia, la histeria y
la sexualidad. En efecto, Freud se orientaba cada vez más hacía la elaboración de una obra
teórica absolutamente innovadora para su época, mientras que Breuer seguía siendo un
científico clásico, apegado a los principios de la fisiología de su tiempo. Sin ignorar los avances
de Freud ni negar sobre todo la importancia de la sexualidad en la génesis de la neurosis, él no
compartía la posición de su amigo sobre la seducción, ni separaba la psicología de la fisiología.
En este sentido, la evolución de las relaciones entre Freud y Fliess, perturbada por su
desacuerdo acerca de la cuestión de la bisexualidad, desempeñó un papel importante en la
ruptura entre los dos hombres.
Su amistad se quebró definitivamente en la primavera de 1896. Sin embargo, la ruptura no fue
violenta ni definitiva, como con Fliess, y más tarde con Carl Gustav Jung. Molesto por tener que
pagarle el dinero que le debía, Freud se comportó con Breuer como un hijo intransigente y
rebelde. Sospechó que quería mantenerlo bajo su tutela, y le reprochó que fuera oportunista y 
no tuviera el coraje de defender las ideas nuevas. En realidad, Breuer no tenía las mismas
ambiciones que su joven amigo. No pretendía hacerse un nombre en la historia de las ciencias, ni
convertirse en el profeta de una doctrina que conmovería al mundo, pero siempre se mostró
favorable al psicoanálisis. Y aunque no compartiera las opiniones de Freud y sus discípulos,
siguió apegado a su ex amigo, cuyo genio había advertido.
En cuanto a Freud, puso término a la rebelión en el curso de su autoanálisis, al reconstruir el
pasado a la luz del presente. Entonces comenzó a explicar a su entorno que la ruptura se había
producido fundamentalmente por la incapacidad de Bretier para reconocer la existencia de la
primacía de la sexualidad en la neurosis, y para comprender la transferencia amorosa de Anna
O. De allí la versión de un supuesto embarazo nervioso, retomada por Jones a propósito de la
terminación de la cura de la joven.
En 1925, a la muerte de Breuer, Freud le envió al hijo una carta de condolencias. En su
respuesta, publicada por Albrecht Hirschmüller, Robert Breuer aseguró que el padre se había
interesado durante toda la vida por la obra de Freud. Apaciguado, Freud le confesó entonces
que él se había equivocado durante años: "Lo que usted ha dicho de la relación de su padre con
mis trabajos más tardíos fue nuevo para mí, y obró como un bálsamo sobre una herida dolorosa
que nunca se cerró". 


Brill Abraham Arden
(1874-1948) Psiquiatra y psicoanalista norteamericano
fuente(51) 
Nacido en Kanczuga (Galitzia), y originario del Imperio Austro-Húngaro, Abraham Arden Brill
pertenecía a una familia judía. Su padre, oficial del ejército imperial, le dio una educación militar,
aunque soñaba con verlo convertido en médico. La madre, por el contrario, quería que fuera
rabino. Después de haber residido en numerosas regiones de la Mitteleuropa y aprendido varias
lenguas, entre ellas el hebreo, emigro a los Estados Unidos a la edad de 15 años: en ese
entonces había entrado en un conflicto violento con el padre. Con dificultad logró realizar sus
estudios en el City College de Nueva York, y después en el Columbia College and Surgeons; para
pagarlos, daba lecciones de idiomas extranjeros y mandolina. Al principio alumno de Adolf
Meyer, volvió a Europa para dirigirse a Zurich y estudiar psiquiatría con Eugen Bleuler y Carl
Gustav Jung en la Clínica del Burghölzli. Allí conoció a Ernest Jones y Karl Abraham, y se
convirtió rápidamente en un ortodoxo de la teoría freudiana.
Después de haber asistido en Salzburgo, en 1908, al primer congreso de la International
Psychoanalytical Association (IPA), viajó a Viena para encontrarse con Sigmund Freud, con
quien inició un análisis. Muy deseoso de hacer conocer su obra en lengua inglesa, el maestro lo
autorizó a traducir sus libros. El resultado fue desastroso, y las nueve traducciones realizadas
por Brill debieron ser totalmente revisadas por James Strachey. Contenían una gran cantidad de
contrasentidos y de adaptaciones caprichosas. Brill no sólo no dominaba suficientemente el
inglés como para ser un buen traductor, sino que además pensaba que había que adaptar la
doctrina vienesa al espíritu norteamericano. Fue Jones quien intervino ante Freud para hacerle
tomar conciencia de los errores.
Gran organizador y buen propagandista del freudismo, Brill reemplazó el espíritu pionero de
James Jackson Putrunan, transformando por completo el ideal freudiano. Redujo la doctrina a 
una técnica médica pragmática, adaptativa y normativa. Con ese espíritu fundó en 1911 la
prestigiosa New York Psychoanalytic Society (NYPS), y se opuso con fuerza, y contra Freud, a
la admisión de psicoanalistas no médicos. Fue uno de los grandes enemigos del análisis profano.
Durante cierto tiempo rivalizó con Jones, que acababa de fundar la American Psychoanalytic
Association (APsaA), pero después se unió a él, y de tal modo fue hasta su muerte el principal
organizador del movimiento psicoanalítico norteamericano.
Después de haberlo apoyado, afirmando que, si bien se había norteamericanizado
completamente, era de todas maneras un "buen muchacho", Freud trató de destituirlo, en favor
de Horace Frink. Esta política fracasó: afectado por trastornos psicóticos, Frink terminó su vida
en un hospital psiquiátrico.
Clínico refinado y acostumbrado a todas las formas de comunicación masiva, Brill consagró sus
trabajos a la vulgarización del freudismo. No vacilaba en intervenir en la prensa, en presentarse
al gran público y los periodistas, ni en vincular permanentemente la psiquiatría, la neurología y el
psicoanálisis. 


Brücke Ernst Wilhelm von
(1819-1892) Médico y fisiólogo alemán
fuente(52) 
Nacido en Berlín, este prusiano rígido y anticlerical, de sonrisa "mefistofélica" y cabellera roja,
según Moriz Benedikt, fue alumno de Johannes Peter Müller (18011858), antes de instalarse en
Viena, en 1849. En la cátedra de fisiología, y en el instituto fundado por él, se convirtió en el más
brillante representante de la escuela positivista, antivitalista, organicista y mecanicista, derivada
de la enseñanza de Hermann von Helmholtz y de Emil Du Bois-Reymond (1818-1896). Merece
ser considerado el fundador de la fisiología en Austria. A través de él y sus alumnos se realizó
la unión de la medicina de laboratorio alemana con la medicina hospitalaria vienesa. En 1879 fue
el primer rector protestante de la Universidad de Viena. Autor de varios estudios de anatomía,
cuya enseñanza él desarrolló gracias al microscopio, se hizo célebre por sus trabajos sobre la
fisiología del ojo, la digestión y la voz. Aunque incómodo en la sociedad de Viena, cantó loas a
esa ciudad, que consideraba la metrópoli oriental de la cultura germánica.
Después de haber sido iniciado en el darwinismo por los cursos de Carl Claus, Sigmund Freud
pasó seis años (entre 1876 y 1882) estudiando fisiología en el laboratorio de Brücke.
Consideraba a ese gran médico como su maestro venerado -una "figura paterna", dirán los
biógrafos-, al punto de haberle puesto a su cuarto hijo el nombre Ernst, después de haber
descrito en La interpretación de los sueños la impresión inolvidable que le había provocado su
"mirada": "Brücke se enteró de que yo había llegado tarde al laboratorio varias veces. Un día vino
a la hora en que yo debía llegar, y me esperó. [ ... ] Lo esencial estaba en sus terribles ojos
azules, cuya mirada me anonadó. Quienes recuerden los ojos maravillosos que el maestro había
conservado en su vejez, y lo hayan visto encolerizado, pueden imaginar fácilmente lo que yo
experimenté entonces.
Fue en el instituto de Brücke donde Freud conoció a Ernst von Flieschl-Marxow y a Josef
Breuer, y fue al contacto con este médico positivista cómo se desprendió definitivamente de la
filosofía, sobre todo de la enseñanza de Franz Brentano, para orientarse hacia una concepción
a la vez darwinista y helmholtziana de la psicología, a la cual 61 añadió el modelo herbartiano. 


Bulimia
fuente(53) 
s. f. (fr. boulimie; ingl. bulimia; al. Bulimie). Perturbación de la conducta alimentaria, consistente
en el consumo solitario, en ciertos momentos de crisis, de grandes cantidades de comida, de
manera rápida y aparentemente compulsiva.
La bulimia fue aislada como entidad clínica recién en 1979. Cabe preguntar, por otra parte, si las
preocupaciones referidas a la obesidad en las civilizaciones occidentales, especialmente en los
Estados Unidos, no tienen mucho que ver con esta elaboración. No obstante, no todos los
bulímicos son obesos; algunos alternan las crisis de bulimia con las tentativas de régimen, y a
menudo la crisis durante la cual es absorbida una gran cantidad de alimento es seguida de
vómitos.
No se podría negar que individuos (y en este caso principalmente mujeres) pueden expresar en
el plano alimentario conflictos que generalmente tienen otro origen muy distinto. Sin embargo,
desde que se intenta situar la estructura psíquica de la que dependería la bulimia, aparecen
numerosas dificultades.
O. Fenichel, mucho antes de que la bulimia se constituyera como entidad clínica, había hablado,
acerca de esto, de toxicomanía sin droga. Sin embargo, si bien la dependencia de la bulímica
respecto de su síntoma puede evocar un fenómeno de adicción, no excluye una cierta
resistencia a la irrupción de la crisis que impide asimilar las dos estructuras.
¿El conflicto interior (no tocar la comida /para qué detenerse a esta altura) nos hará pensar en la
neurosis obsesiva? El cotejo no es inconcebible, pero se queda en lo descriptivo. Por otra parte,
la dimensión de autodepreciación, de degradación que hay en la absorción masiva de cualquier
cosa ha sugerido la idea de una dimensión melancólica de la bulimia, tanto más cuanto que su
desencadenamiento se acompaña a menudo de estados depresivos.
El verdadero problema no está sin duda allí. Las bulimias no presentan posiblemente una unidad
estructural. En contrapartida, la frecuencia de formas «mixtas» donde alternan comportamientos
anoréxicos (véase anorexia) y comportamientos bulímicos, la frecuencia también de un pasado
anoréxico en las bulímicas, obligan a poner en cuestión la extensión misma de la bulimia. No es
imposible que numerosas «bulímicas» que vomitan sean de hecho anoréxicas. El diagnóstico de
bulimia, que, por otro lado, puede ser un autodiagnóstico, forma parte entonces en sí mismo de la
patología, y viene a confirmar a los ojos de la paciente que su problema principal reside en la
necesidad de evitar un aumento de peso. 


Burke Mark
(1900-1975) Médico y psicoanalista inglés
fuente(54) 
Judío nacido en Polonia, Mark Burke emigró a Gran Bretaña para huir del nazismo, y se integró a
la British Psychoanalytical Society (BPS) poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Allí recibió
su formación didáctica de James Strachey. Después de haber sido mayor en el Royal Army
Medical Corps, Ernest Jones lo envió a Brasil, con la misión de organizar en Río de Janeiro una
sociedad psicoanalítica conforme a las normas de la International Psychoanalytical Association
(IPA). Llegó en abril de 1948, y fue por lo tanto el segundo freudiano europeo que desembarcaba 
en ese país, doce años después de Adelheid Koch. Desde el principio le resultó insoportable el
modo de vida carioca. La ciudad de Río era demasiado ruidosa para él, y temía sus agitaciones.
Para colmo de males, unos meses más tarde, en diciembre, llegó el psicoanalista alemán Werner
Kemper, cuyo itinerario era opuesto al suyo. Partidario de las tesis nazis, en efecto, Kemper
había colaborado durante toda la guerra con Matthias Heinrich Göring, en el Instituto Alemán de
Investigación Psicológica y Psicoterapia (llamado Instituto Göring), que agrupaba a los
psicoanalistas favorables al régimen hitleriano.
Por algún tiempo, estos dos hombres trabajaron juntos en Río de Janeiro, formando alumnos y
tomando cada uno en control a los analizantes del otro. Pero muy pronto surgieron conflictos.
Burke no toleraba el comportamiento tiránico de Kemper, y este último acusó a Burke de estar
loco y de arrastrar a sus alumnos a la locura. En 1953, cansado de todo, Burke volvió a
Inglaterra. Algunos de sus alumnos lo siguieron para terminar su formación, mientras que otros
prefirieron elegir un diván en San Pablo o en Buenos Aires, Argentina. Al volver a Brasil
quisieron formar su propio grupo. De allí la creación, en 1959, de la Sociedade Brasileira de
Psicanálise do Rio de Janeiro (SBPRJ), reconocida por la IPA, y rival de la sociedad fundada por
Kemper en 1953 y reconocida también por la IPA en 1955, con el nombre de Sociedade
Psicanalítica do Rio de Janeiro (SPRJ).
Burke murió en los Estados Unidos, donde desempeñó un papel importante en la difusión de las
ideas kleinianas. No obstante, dejó una huella fuerte de su paso por Río, donde más tarde fue
reconocido como un maestro humanista y liberal que supo oponerse al autoritarismo de un ex
nazi cuyo pasado ignoraba. 


Burlingham
Dorothy, nacida Tiffany (1891-1979). Psicoanalista norteamericana
Burlingham Dorothy, nacida Tiffany (1891-1979). Psicoanalista norteamericana
Burlingham Dorothy
Nacida Tiffany (1891-1979)
Psicoanalista norteamericana
fuente(55) 
Todo el destino de Dorothy Burlingham se confunde con el de la familia Freud y con la historia del
psicoanálisis. Nacida en Nueva York, era la hija menor de Charles Tiffany, el célebre fundador de
los almacenes Tiffany & Co. En 1914, a los veintitrés años, afectada de una fobia, se casó con
un cirujano, Robert Burlingham, que cayó muy pronto en crisis de psicosis maníaco-depresiva.
Ella lo dejó, llevando sus cuatro hijos a Viena, donde comenzó un análisis con Theodor Reik.
Anna Freud se hizo entonces cargo de los niños y comenzó a tratarlos; las criaturas fueron en
realidad adoptadas por la familia Freud (lo mismo que la madre, por otra parte). Dorothy se
encontró pronto en el diván de Sigmund Freud, quien la alentó a convertirse en psicoanalista.
Fue escuchándola a ella, y no durante la cura de su hija, como él comprendió la fuerza del
vínculo que unía a las dos mujeres y que le procuraba a Anna una familia de adopción: "Nuestra
simbiosis con una familia americana (sin marido) -escribió en enero de 1929-, de cuyos hijos mi
hija se ha hecho cargo analíticamente, crece de día en día, de modo que compartimos con ellos
nuestros recursos para el verano". Ernst, el hijo de Sophie Halberstadt, se convirtió en el mejor
amigo de Bob Burlingham.
Cuando Anna se encontró sola en Londres, después de la muerte del padre, Dorothy decidió
instalarse cerca de ella, en Maresfield Gardens, en una casa muy próxima. Las dos amigas ya
no se separaron, y participaron juntas en la creación, y después en la realización, la gestión y la 
organización de la famosa Hampstead War Nursery. Su amistad fue tan intensa que pronto se
consideraron hermanas gemelas, y terminaron por parecerse físicamente. Esta amistad llegó a
parecer sospechosa, y algunas malas lenguas las acusaron de ser lesbianas, lo que, para
Anna, constituía la injuria suprema. En efecto, ella consideraba la homosexualidad como una
enfermedad, contrariamente al padre. Cuando murió Dorothy, inmediatamente después de un
coloquio, Anna quedó inconsolable y continuó ocupándose de los hijos de su amiga, como si
pertenecieran a su propia familia. En todo caso, ésta fue una bella historia de amor y de fidelidad. 


Burrow Trigant 
(1875-1950) Psiquiatra y psicoanalista norteamericano
fuente(56) 
Miembro fundador de la American Psychoanalytic Association (APsaA), Trigant Burrow tuvo un
destino original en la historia del movimiento psicoanalítico norteamericano, un destino que en
muchos sentidos prefiguró el de Heinz Kohut. Analizado por Ernest Jones en 1909, se dedicó
esencialmente a la elucidación clínica de los trastornos vinculados con el narcisismo primario.
Después de trece años de práctica psicoanalítica, prestó cada vez más atención a la cuestión
de las consecuencias sociales de la neurosis.
Impulsado por el desafío que le lanzó Clarence Shields, uno de sus analizantes, aceptó "invertir
los roles" y enfrentar, en posición de paciente, la cuestión de la autoridad transferencial que
surge del análisis. La experiencia lo llevó en 1923 a "inventar" el psicoanálisis de grupo. A pesar
de todos sus esfuerzos, no logró convencer a Sigmund Freud de la validez de la experiencia
grupal. Freud, en una carta a Otto Rank del 23 de julio de 1924, lo trató por otra parte de "idiota
incurable", lo que demuestra una vez más la ferocidad del maestro con los terapeutas
norteamericanos y sus innovaciones técnicas. En 1933 fue excluido de la APsaA, y se orientó
definitivamente hacia la dinámica de grupo. 


Bychowski Gustav
(1895-1972) Psiquiatra y psicoanalista norteamericano
fuente(57) 
Nacido en Varsovia en una familia judía, Gustav Bychowski era hijo de un conocido psiquiatra,
Sigmund Bychowski. Después de realizar estudios en Varsovia y San Petersburgo, siguió un
curso de filosofía en Heidelberg, y a continuación se orientó hacia la psiquiatría, trabajando con
Eugen Bleuler en la Clínica del Burghölzli. En 1923 se instaló en Viena y publicó una obra de
inspiración fenomenológica, Metafísica y esquizofrenia. Hizo su análisis con Siegfried Bernfeld y
participó en los trabajos de la Wiener Psychoanalytische Vereinigung (WPV), de la que formó
parte entre 1931 y 1938. Como Ludwig Jekels, fue uno de los pioneros del psicoanálisis en
Polonia, antes de emigrar a los Estados Unidos, donde se unió a la New York Psychoanalytic
Society (NYPS). Se interesó muy particularmente por la terapia de la psicosis, más tarde por su
tratamiento con la ayuda de LSD, y escribió numerosos artículos y varios libros. 


Byerre Poul
(1876-1965) Médico y psicoterapeuta sueco
fuente(58) 
Este personaje extravagante, de orgullo desmesurado, a la vez esteta, místico, filósofo, poeta y
escultor, se asemejaba a muchos otros pioneros del freudismo en Europa. Se decía
nietzscheano y hombre del Renacimiento, pero lo apasionaban sobre todo la hipnosis y el
espiritismo. Finalmente, fue el introductor del psicoanálisis en Suecia y los países escandinavos.
Como los hombres de su generación, él mismo presentaba los síntomas y los vagabundeos que
trataba en sus pacientes. Dejó una obra considerable (miles de páginas) en la cual se entregaba
"en cuerpo y alma", proclamando que "la experiencia personal, vivida y elaborada, permite la
comprensión intuitiva", la única que vale.
Hijo de un comerciante de manteca, emigrado de Dinamarca, nació en Göteborg, y fue víctima
desde su infancia de migrañas reiteradas y trastornos del humor, en los que alternaban la manía 
y la depresión. Admiraba al padre, hombre bondadoso y ahorrativo, incapaz de adaptarse a las
convenciones de la vida burguesa, y despreciaba a la madre, mucho más mundana y dinámica,
pero afectada, como él, de una suerte de melancolía crónica. A menudo en cama por
enfermedades, el joven Poul experimentaba unos celos intensos de su hermano menor Andreas,
también depresivo y suicida. Para salir de sus tristes rumiaciones, tomó la costumbre de dar
prolongados paseos solitarios por los bosques y las montañas nevadas. Después de estudiar
medicina en Estocolmo se dedicó a las enfermedades nerviosas, recurriendo a la hipnosis y la
sugestión.
En 1904, Andreas Bjerre (1869-1925), que iba a convertirse en un brillante criminólogo, se casó
con la joven Amelie Posse, cuya madre, Gunhild Wennerberg (1860-1925), pasó a ser un año
más tarde la mujer de Poul. Música y cantante de talento, provenía de la aristocracia intelectual
sueca, y tenía tres hijos de su primer matrimonio con Fredrick Posse. Afectada de un reumatismo
articular agudo y diversas enfermedades psíquicas y somáticas que iban a postrarla
progresivamente, ella fue la "musa" de Bjerre, quien proclamó durante toda su vida que esa
unión tenía un carácter místico y despertaba en él fuerzas creadoras. No obstante, los vínculos
de parentesco incestuoso que unían a los dos hermanos a través de sus esposas acentuaron
sus conflictos y agravaron los síntomas patológicos.
En 1905, Poul Bjerre publicó el caso de una joven espiritista, Karin, a la cual atribuía dotes
energéticas sobrenaturales, relacionadas con su capacidad para volver a la vida intrauterina.
Dos años más tarde sucedió a Otto Wetterstrand (1845-1907), célebre médico de enfermedades
nerviosas y partidario de las teorías de Auguste Liébeault, haciéndose cargo de su consultorio y
su clientela. Abandonó entonces en parte la práctica de la hipnosis por la del psicoanálisis. En
1909 presentó por primera vez el método freudiano en la Universidad de Helsinki; en 1911,
después de haberse encontrado con Sigmund Freud en Viena, comentó las ideas de este último
ante los miembros de la Orden de los Médicos Suecos. Su conferencia, titulada "El método
psicoanalítico", recibió una acogida fría, y no fue publicada en la revista de la Orden, según era
costumbre.
En esa fecha Bjerre redactó para el Jahrbuch un extenso artículo sobre un caso de paranoia
femenina, el primero de ese tipo en la literatura psicoanalítica. Este caso, primeramente discutido
con Freud en un intercambio epistolar, fue comentado en 1936 por el filósofo francés Ronald
Dalbiez en su obra La méthode psychanalytique et la doctrinefreudienne.
La paciente era una mujer de 53 años, soltera, convencida de que la perseguían personas que le
tiraban de la lengua y contaban a la prensa su relación con su amante. Después de haber tenido
relaciones sexuales con hombres, ella se había volcado hacia las mujeres, y convertido en
feminista. Bjerre la recibió cuarenta veces, a razón de una entrevista cada dos días, obligándola
a proporcionar detalles minúsculos relativos a su historia, y poniendo sistemáticamente en duda
sus interpretaciones. Después afirmó haberla curado. 
Freud, que en esa época estaba elaborando su doctrina de la paranoia, declaró en diciembre de
1911 que, si había habido curación, se trataba de un caso de histeria de forma paranoide.
Basándose en una experiencia idéntica realizada por Sandor Ferenczi, mantuvo su diagnóstico:
"La paciente se volvió paranoica -le dijo a Bjerre- en el momento en que toda su libido estaba
dirigida hacia la mujer. Se volvió normal en cuanto, a través de la transferencia, usted le restituyó
la antigua fijación en el hombre."
Este intercambio, que permite ver de qué modo tenían lugar las discusiones en las que se nutría
Freud para elaborar su clínica, fue sin duda decepcionante para Bjerre, quien se sintió
"humillado" en su encuentro con alguien cuya "mirada penetrante y glacial me atravesaba al
punto de hacerme sentir mucho peor de lo que nunca hubiera imaginado". En cuanto a Freud,
juzgó a Bjerre "taciturno, estirado y carente de humor". En una carta, incluso antes de verlo, dio
muestras de una ironía mordaz al respecto: "Sin conocerlo, pienso poder adelantar que lo creo a
usted perfectamente incapaz de un ínfimo hurto, pero no diría lo mismo de una invitación a
visitarlo a su habitación esta noche, dirigida a una linda criada que acaba de encontrar en el
corredor de su hotel".
Bjerre no sólo renunció a la idea de tenderse él mismo en el diván, sino que fue abandonando
progresivamente el freudismo, y adoptó otras formas de terapia, a través de las cuales trataba
sobre todo de construir su propia identidad. En términos generales, pensaba que el consciente
era más importante que el inconsciente en el tratamiento del psiquismo, y que la curación podía
obtenerse mediante persuación. En el Congreso de la International Psychoanalytical Association
(IPA) de Múnich en 1913, ya había insistido en la primacía del consciente.
Su relación tumultuosa con la bella Lou Andreas-Salomé, que tenía la misma edad que su
esposa, y que lo abandonó al cabo de nueve meses, no arregló las cosas. La conoció en agosto
de 1911, en oportunidad de una visita a Ellen Key, en la casa de esta última en Alvastra, lugar de
encuentros intelectuales. Él admiraba a Nietzsche (1844-1900), y había leído la soberbia obra
que Lou le dedicó. Preparaba entonces su intervención para el Congreso Internacional de la IPA
en Weimar. Lou se cruzó con la mujer de su amante, que estaba paralítica, y observó la extraña
relación mística y culpable que los unía. Después viajaron juntos a Weimar, y muy pronto ella
ingresó en el círculo de los íntimos de Freud. Mientras Bjerre seguía dudando del freudismo, Lou
lo dejó, para comprometerse apasionadamente en las filas de Freud.
En mayo de 1912 Lou puso fin a esa relación amorosa, pidiéndole que quemara las seis cartas
que ella le había dirigido. Y en el Diario de un año presentó una descripción cruel de este
hombre, en la que se reflejan el orgullo, el narcisismo, el sufrimiento y las inhibiciones de ese
puritano nórdico: "Un advenedizo que se hizo a sí mismo y que [ ... ] no puede confesarse nada
a sí mismo Utiliza a los hombres como un medio para exteriorizarse y ayudarse personalmente 1.
Esto se aplica incluso a su vida amorosa: hasta su hogar y su esposa, que se han adaptado a
este esquema de una manera afligente y singular, puesto que él es el enfermero, el sostén, el
salvador de la vida de su mujer, y sólo a este precio se ha permitido el amor." Al final de su vida, 
Poul Bjerre, interrogado por H. F. Peters, se mostró más tierno, respecto de ella, de lo que ella lo
había sido con él: "En mi larga vida, nunca encontré otra persona que me haya comprendido tan
pronto, tan bien y tan completamente como ella [ ... ]. Cuando la conocí, trabajaba en establecer
las bases de mi psicoterapia, la cual, en sentido contrario a la de Freud, se funda en el principio
de la síntesis. En mis conversaciones con Lou pude ver claramente cosas que yo mismo no
habría podido encontrar. Como un catalizador, ella activaba los procesos de mis pensamientos.
Es posible que haya destruido vidas y matrimonios, pero su compañía era estimulante. Se sentía
en ella la chispa del genio. Uno tenía la impresión de crecer en su presencia [ ... ]. Recuerdo que
Lou había empezado a aprender el sueco, porque quería leer mis libros en el original."
Pacifista durante la Primera Guerra Mundial, y persuadido de ser el misionero de un nuevo orden
espiritual, se opuso ferozmente a la Revolución de Octubre después de haber viajado a San
Petersburgo para encontrarse con Aleksandr Kerenski (1881-1970).
Paradoja sorprendente: este introductor del freudismo en los países escandinavos se alejó de la
doctrina de Freud sin haber sido realmente freudiano. También se apasionó por las tesis de
Alfred Adler y Carl Gustav Jung, sin adherir verdaderamente a ellas. Así, en 1924 le pidió a
Freud la autorización para traducir al sueco el texto de L'Intérêt de la psychanalyse ("El interés
por el psicoanálisis"), escrito en francés. Después, sin decírselo, lo publicó en una compilación
junto a artículos de Oskar Pfister, Alfons Maeder, Jung y Adler. Freud se disgustó; más tarde le
recomendó que hiciera traducir las cinco famosas conferencias sobre psicoanálisis
pronunciadas en los Estados Unidos en 1909.
En el último artículo de esa obra colectiva, titulado "El camino que lleva a Freud para mejor
alejarse de él", Bjerre trataba de mostrar los "límites" de todas las teorías de los principales
fundadores de la psiquiatría dinámica moderna (Freud, Jung, Adler). Pero, sobre todo, se
presentaba a sí mismo como creador de una nueva doctrina terapéutica, la psicosíntesis, que en
realidad había sido presentada en 1907 por un psiquiatra suizo. Bjerre pretendía asociarle la
ciencia de las religiones, la estética y las ciencias naturales, para demostrar hasta qué punto
esa nueva doctrina era superior a todas las otras. De hecho, se postulaba como el fundador de
un bjerrismo que no iba a existir nunca.
A partir de 1925, después de la muerte de la esposa y el suicidio de su hermano Andreas (que él
ocultó a la madre), vivió con su ama de llaves, Signhild Forsberg, hasta el fin de sus días. En esa
época comenzó a interesarse de manera más evidente aún por el alma colectiva de los pueblos,
y a adherir a una especie de mística naturalista que mezclaba el culto pangermánico con la
apología de la mentalidad nórdica, Pronto fascinado por el nacional socialismo, en diciembre de
1933 pronunció una conferencia ambigua, titulada "Hitler psicoterapeuta". Partiendo de la idea de
que Hitler tenía un verdadero genio para comprender y captar el alma de las masas, deducía de
ello que el nazismo, en tanto doctrina antisemita, era tan fanático y extremista como el freudismo,
al que calificaba de "ciencia semita". A estos dos fanatismos oponía su propia teoría,
demostrando que él había sido una de las pocas personas capaces de desprenderse a tiempo 
del dogmatismo psicoanalítico, tan sectario como la ideología hitleriana. De modo que su creencia
en una psicología diferencial de los pueblos y de las razas llevó a Bjerre a "aceptar" la
nazificación de Alemania. Por ello, en el curso de la conferencia, exhortó a sus colegas a
escoger su campo, en otras palabras, a avalar la "arianización" por los nazis del psicoanálisis y
la psiquiatría. Hasta 1942 viajó varias veces a Berlín, trató de hacer editar sus libros y mantuvo
correspondencia con Matthias Heinrich Göring.
Sin embargo, esta deriva no lo llevó a convertirse en un antisemita militante ni en un seguidor del
nazismo. Preocupado ante todo por sí mismo y por la divulgación de sus obras, en 1941 fundó
un instituto de psicología médica y psicoterapia en el que él era el único maestro. Seis años más
tarde, a falta de discípulos, el instituto cerró sus puertas, y Bjerre se retiró definitivamente a
Varstavi, donde vivió en la magnífica casa que se había hecho construir en 1913, después de la
muerte de la madre, para consagrarse a sus obras, no sin haber publicado en Psyché, la revista
de Maryse Choisy (1903-1979), un artículo en el cual llamaba a una renovación espiritual del
"alma nórdica", contra los partidarios del psicoanálisis, a su juicio víctimas de su mentalidad judía.
Hizo de su propia doctrina (la psicosíntesis) una nueva religión de los tiempos modernos,
superior al judeocristianismo, y la única capaz de curar a la humanidad sufriente.
El mesianismo de este extraño freudiano que había ignorado tanto el freudismo no ganó más
adeptos en Suecia que en otras partes, y Poul Bjerre murió solitario bajo la mirada benévola de
su fiel ama de llaves. 


Cadena significante
fuente(59) 
La articulación temporal de un signo con otro sobre el eje de las oposiciones, o eje sintagmático,
constituye la cadena significante; la relación sintagmática es in praesentia, «reposa sobre dos o
más términos igualmente presentes en una serie efectiva» (Saussure, Curso de lingüística
general). Ubicado en un sintagma, un signo sólo adquiere su valor porque está opuesto a lo que
lo precede o lo sigue; por ejemplo, «retomar la ruta» «la vida humana» «un pote de miel». De
entrada una lengua aparecerá como una sucesión en el tiempo de unidades discretas asociadas
a un sentido.
Lacan introduce una ruptura respecto del pensamiento de Saussure, con la supremacía del
significante sobre el significado: «La primera red, la del significante, es la estructura sincrónica
del material del lenguaje en tanto que cada elemento toma en ella su empleo exacto por ser
diferente de los otros; éste es el principio del reparto que por sí solo regula la función de los
elementos de la lengua en sus diferentes niveles, desde la pareja de oposición fonemática hasta
las locuciones compuestas de las que la investigación más moderna se ocupa de desprender las
formas estables» («La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis», 1955, en
Escritos). Para él, la articulación de un significante con otro significante en la cadena significante
es la presencia misma del deseo; en efecto, el principio de la metáfora paterna implica que el
significante representa al sujeto para otro significante: un significante S2 en lugar de un
significante S1 reprimido hace advenir al sujeto hablante o, en otras palabras, S2 representa al
sujeto para el significante S1. Siguiendo la cadena significante, ese movimiento se renueva
constantemente puesto que, como lo definió Saussure para el signo, el sentido de un significante
depende de los otros significantes que lo siguen o lo preceden. Así se produce en el significante 
el advenimiento temporal de un sentido que para Lacan se figura como lo deseable; en esta
lógica, puesto que lo que tiene un sentido es lo deseable, lo deseable será el significante mismo.
El significante SI aparece como lo deseable, pero sólo a partir del significante S2. La cadena
significante está por lo tanto aquejada de una negatividad radical: falta el objeto absoluto, si bien,
por su lado, la falta no es absoluta, puesto que el deseo le hace contrapeso. Esta posición va a
conducir a Lacan a la distinción de lo simbólico, lo real y lo imaginario. Si el significante ocasiona
el deseo en lo simbólico, la falta de objeto en lo real conduce a su trasposición en lo imaginario; el
significante que aparece en el lugar del objeto que falta y que lo simboliza, explica al mismo
tiempo el mantenimiento del deseo en el registro de lo simbólico. En otros términos, lo imaginario
recubre al significante tomado sólo a la manera de lo simbólico donde funciona, necesariamente
articulado y opuesto a los otros significantes. Por ello, en «La instancia de la letra en el
inconsciente o la razón desde Freud» (1957, en Escritos), Lacan escribe: «Es en la cadena del
significante donde el sentido insiste, pero ninguno de los elementos de la cadena consiste en la
significación de la que es capaz en el momento mismo». Además, lo real sería «el entre dos
significantes» donde «el significante deja de ser sólo un significante». De hecho, hay que
plantear la distinción sentido/significación; ello lleva a Lacan a modificar la cuestión del
advenimiento de la significación. Lo que introduce la significación no es, como cree Saussure, un
corte en el flujo de los sonidos y los pensamientos, sino el almohadillado (capitonnage): cada
término es anticipado en la construcción por otros, y sólo encuentra su sentido retroactivamente
(«Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano», 1960, en Escritos):
la noción de «punto de almohadillado» es específicamente articulada con la supremacía del
significante evocada por Lacan. También las operaciones metáforo-metonímicas que obran en la
lengua humana respaldan este abanico de conceptos cuya lógica funciona de manera recíproca. 


Canadá
fuente(60) 
En este inmenso territorio, sucesivamente colonizado por Francia, Inglaterra y los Estados
Unidos, constituido en federación a partir de 1867, y profundamente marcado por la religión
católica y las diversas ramas de la Iglesia Reformada (presbiterianos, luteranos, baptistas,
metodistas), el psicoanálisis nunca se implantó tan bien como en otros países del continente
americano. Cuando Ernest Jones dejó Gran Bretaña a principios de siglo, para instalarse en
Toronto, Provincia de Ontario, con la esperanza de desarrollar allí el freudismo, sólo recogió
fracasos. En una carta a Sigmund Freud del 10 de diciembre de 1908 le hizo una descripción
pavorosa de la atmósfera que reinaba en esa ciudad acosada por un conservadurismo
estrecho.
Jones viajó a Canadá por invitación de Charles Kirk Clarke, ex alumno de Emil Kraepelin. Allí
dirigió el primer consultorio externo de psiquiatría en el que se introdujo la práctica del
psicoanálisis. Dos corrientes dividían entonces a los representantes de la medicina psíquica: la
primera, de inspiración neurológica, y la segunda, de orientación psiquiátrica. Frente a Clarke,
alienista, especialista en tratamiento de la psicosis, partidario de la nosografía alemana y
favorable a la autonomía de la psiquiatría, Donald Campbell Meyers, ex alumno de Jean Martin
Charcot y clínico de las neurosis, propugnaba la integración de la medicina mental en el hospital
general. Era criticado por Edward Ryan, quien había creado una comisión gubernamental para
transformar los asilos en hospitales. Después de haber perdido la batalla, Meyers abrió una
clínica privada. 
Durante toda su estada, Jones permaneció activo. Viajó a los Estados Unidos, organizó
congresos y encuentros, y en 1911 fundó, con Gerald Stinson Glassco, la American
Psychoanalytic Association (APsaA).
No obstante, pronto tuvo que enfrentar una temible campaña orquestada por una de las ligas
puritanas del Nuevo Mundo, que asimilaban el freudismo a un demonio sexual, y el psicoanálisis
a una práctica de disolución y libertinaje. En febrero de 1911, en una carta a Freud y otra a
James Jackson Putnam, refirió los rumores extravagantes difundidos sobre él. Convertido en un
verdadero chivo emisario, se lo acusaba de todo tipo de crímenes imaginarios: se decía que
incitaba a los jóvenes a masturbarse, que tenía alrededor suyo tarjetas postales obscenas o que
enviaba a los adolescentes de buena familia a los prostíbulos...
Muy pronto, con el apoyo de Sir Robert Alexander Falconer (1867-1943), ministro de la Iglesia
Presbiteriana y presidente de la Universidad de Toronto, fue acusado judicialmente por la célebre
Emma Leila Gordon (1859-1949), primera mujer médica de Canadá y miembro de la muy puritana
Women's Christian Temperance Union. Gordon le imputó haber abusado sexualmente de una
mujer histérica, delirante, homosexual y morfinómana que estaba en tratamiento con él, y a la
cual, por otra parte, le había dado neciamente dinero, porque lo chantajeaba. El episodio se
convirtió en tragedia cuando la paciente quiso matar a Jones con un revólver, y después trató de
suicidarse. Después de haber sido manipulada de este modo por una liga de la virtud, fue
expulsada de Ontario.
Hay que decir que Jones estaba acostumbrado a este tipo de historias. Hablaba de sexo con
una brutalidad increíble, multiplicaba las relaciones carnales con las mujeres y le interesaban las
prostitutas. Ya en Londres había sido acusado de pronunciar palabras obscenas por dos niños
que él atendía, y en Toronto se creó desde el principio una reputación muy mala. En efecto, vivía,
sin estar casado con ella, con una joven morfinómana y excéntrica, Loe Kann, a la que por otra
parte Freud iba a tomar en análisis. De modo que Jones era un blanco ideal para los puritanos de
todo tipo, hostiles al supuesto pansexualismo freudiano: "La actitud respecto de las cuestiones
sexuales en Canadá -le escribió a Putnam- casi no tiene equivalente en la historia del mundo;
lodo, repugnancia, asco son los únicos términos que pueden expresarla".
Puesto que le resultaba imposible continuar su trabajo en ese clima de caza de brujas, Jones
pensó en instalarse en Boston. En 1910 Putnam proyectó conseguirle un puesto en Harvard,
aunque dudando en apoyarlo, en razón de la fuerte tendencia de Jones a hablar de sexualidad
ante un público reticente. Finalmente el intento se frustró, y Jones dejó Canadá durante el verano
de 1912 para instalarse en Londres. Durante muchos años consideró que su partida había
puesto fin a toda forma de experiencia psicoanalítica en el territorio canadiense. No se
equivocaba por completo, si bien, contrariamente a lo que él mismo pensaba, nunca fue
verdaderamente un "padre fundador". 
En efecto, hasta 1945, cuando se produjo un gran movimiento migratorio de los freudianos de
Europa hacia los Estados Unidos, el psicoanálisis no se implantó en Canadá. Y fueron pocos los
médicos que, como Hugh Carmichael, Grace Baker o Douglas Noble, emigraron para formarse en
el extranjero. Lo hizo, por ejemplo, Clifford Scott, quien viajó a Londres en 1927 y se unió a la
British Psychoanaytical Society (BPS) después de haber sido formado por Melanie Klein. La
mayoría de esos médicos volvieron a su país para desarrollar allí el psicoanálisis según los
criterios de la International Psychoanalytical Association (IPA). Durante ese tiempo, David Slight
hizo el viaje en sentido inverso. Llegado de Europa, siguió las huellas de Jones, no en Toronto,
sino en Montreal, para instalarse después en Chicago.
La primera organización freudiana de Montreal (o, en otras palabras, en la parte de lengua
francesa del país) se estableció gracias a la actividad de un inmigrante de origen español, Miguel
Prados. Prados comenzó reuniendo en su casa a los internos del Allan Memorial Institute of
Psychiatry, que dependía de la famosa Universidad McGill, y de tal modo formó un pequeño
cenáculo, siguiendo el modelo de la Sociedad Psicológica de los Miércoles. En el otoño de 1946
creó el Círculo Psicoanalítico de Montreal, e invitó a conferenciantes provenientes de los Estados
Unidos, en particular Edith Jacobson y Sandor Lorand. Estas reuniones permitían formar
psicoanalistas, pero también hacer conocer el freudismo a los trabajadores de la salud mental.
A partir de 1948, Prados recibió el apoyo del padre Noél Mailloux. Dominicano erudito y católico
de izquierda, el padre Mailloux abrió un gran camino al psicoanálisis al fundar en la Universidad
de Montreal un instituto de psicología. Allí impartió una enseñanza rigurosa, a partir de
referencias tanto francesas como de lengua inglesa. Sobre todo hizo estudiar a sus alumnos,
además de los textos de Freud, las obras de Otto Fenichel: "Por lo que yo sé -escribe André
Lussier-, no hay dudas de que Mailloux fue el primer hombre, un religioso, que implantó con
eficacia el psicoanálisis freudiano en Canadá Su fe religiosa no lo llevaba a renegar de nada de
lo que fuera esencial en Freud En los años 1945-1950 se necesitaba una audacia y un coraje
fuera de lo común para enseñar abiertamente el psicoanálisis en una universidad pontificia que
tenía al frente a un rector eclesiástico y un canciller cardenal."
La audacia de Mailloux era proporcional al hecho de que la experiencia de Jones a principios del
siglo, en un país marcado a la vez por el puritanismo protestante y un catolicismo fanático, corría
el riesgo de reiterarse, como pudo constatarlo hacia 1950 su alumna Grabrielle Clerk cuando
pidió las obras de Freud en la biblioteca del Parlamento en Ottawa: "Me presenté con toda
confianza al bibliotecario en jefe, un hombre encantador, erudito, cortés, quien, horrorizado, me
respondió que los textos de Freud no se podían poner en las manos de una joven; estaban por
otra parte en una sección reservada, a la cual sólo tenían acceso determinados lectores.
Después me enteré de que esa sección se destinaba a los libros de erotismo y pornografía."
Durante todo este período, el Círculo Psicoanalítico de Montreal desplegó una actividad intensa y
sufrió los efectos de una serie de diversas migraciones. Hubo nuevos desplazamientos de
numerosos conferenciantes americanos, entre ellos Richard Sterba, Edward Bibring, René Spitz 
y sobre todo Gregory Zilboorg, mientras que había inmigrantes que se instalaban en Canadá, y
canadienses formados en el extranjero que volvían al país.
Entre estos últimos se encontraban terapeutas que habían realizado estudios en la Société
psychanalytique de Paris (SPP). Frente al pensamiento norteamericano, ellos introdujeron en
Montreal una práctica clínica diferente, de inspiración a la vez francesa, europea y kleiniana. De
alguna manera se convirtieron en los "padres fundadores" de la Société psychanalytique
canadienne. Éste fue sobre todo el caso de Theodore Chentrier, pero también el de
Jean-Baptiste Boulanger, brillante intelectual de cultura a la vez francesa, inglesa y
norteamericana, y notable clínico kleiniano, apasionado por la historia; también se puede
mencionar en tal sentido a André Lussier, e incluso a Roger Dufresne, quien redactó la primera
gran bibliografía de las obras de Freud, conocida en el mundo entero, y finalmente a Camille
Laurin, que iba a ser ministro de Salud en Quebec. En 1951 se unió al Círculo Georges
Zavitzianos, terapeuta de origen griego formado también en la SPP, mientras que Eric Wittkover,
berlinés de origen y analizado en la BPS, ya se había integrado un año antes.
A través de este cosmopolitismo, en el que se mezclaban todas las corrientes del freudismo
moderno (kleinismo, Self Psychology, Ego Psychology, medicina psicosomática, clasicismo a la
francesa), comenzaron a perfilarse los contornos de un movimiento psicoanalítico propiamente
canadiense. Fue entonces cuando los miembros del círculo iniciaron un trámite de
reconocimiento por la IPA, que iba a sumergirlos en espantosas disputas institucionales.
En esa fecha, en efecto, la IPA se había convertido en una inmensa máquina burocrática, víctima
de escisiones en cadena en todo el mundo, provocadas por conflictos referentes a la formación
de los psicoanalistas o a la cuestión del análisis profano. Pero si bien la batalla rugía con su
mayor fragor en el seno de las viejas sociedades de la IPA (la francesa, la inglesa o la
norteamericana), afectaba poco a los grupos no afiliados aún en el período de entreguerras, que
tenían una generación o más de retraso respecto de los otros países de implantación freudiana.
Ahora bien, para ellos, la integración a la organización internacional era absolutamente
indispensable, porque sólo ella proveía un rótulo, tanto doctrinario como profesional.
En 1952, cinco miembros del Círculo de Montreal decidieron fundar la Société des
psychanalystes canadiens (SPC): Theodore Chentrier, Eric Wittkower, Georges Zavitzianos,
Alastair MacLeod y Bruce Ruddick. Todos pertenecían a la IPA a través de la adhesión a la SPP,
a la BPS o a la New York Psychoanalytic Society (NYPS), y decidieron de inmediato adoptar el
bilingüismo. La SPC añadió entonces a su denominación la de Canadian Society of
Psychoanalysts (CSP), y fue afiliada como grupo de estudio a la BPS. De tal modo obtuvo un
principio de reconocimiento por parte de la IPA.
Pero este procedimiento fue desautorizado por la poderosa APsaA, que reivindicaba su
soberanía sobre el conjunto de los grupos de América del Norte, y no admitía que los
canadienses se afiliaran a una sociedad europea, aunque fuera de lengua inglesa. A pesar de la 
intervención de Miguel Prados ante la dirección de la IPA, la APsaA ganó la batalla, y la BPS
renunció a apadrinar la afiliación de la SPC, que pasó al control estadounidense. En octubre de
1952, para poner fin a la confusión y facilitar el proceso de integración, Prados declaró disuelto
el Círculo de Montreal. En consecuencia, los canadienses perdieron toda su libertad, y fueron de
alguna manera colonizados por la cultura y la política de las asociaciones estadounidenses.
Al año siguiente se inciaron discusiones con la APsaA, pero surgieron nuevas dificultades, a
continuación de las cuales se exigió que cada miembro de la sociedad canadiense solicitara su
afiliación a título individual. Pero en octubre de 1953, aduciendo su pertenencia al
Commonwealth, los canadienses se negaron a someterse al procedimiento impuesto, y
reafirmaron su voluntad de afiliación a la BPS. Al mismo tiempo decidieron transformarse
oficialmente en una sociedad bilingüe y denominarse Société canadienne de
psychanalyse/Canadian Psychoanalytic Society (SCP/CPS). Al margen, Mailloux y Chentrier, los
dos eminentes padres fundadores, fueron obligados a renunciar a sus puestos de
responsabilidad. Como no eran médicos, se corría el riesgo de que retrasaran el proceso de
reconocimiento del grupo en el seno de una IPA dominada en gran medida por los adversarios
del psicoanálisis profano. Estas negociaciones burocráticas parecen hoy en día tanto más
absurdas cuanto que en 1954 la sociedad canadiense sólo contaba con doce miembros,
distribuidos en Toronto y Montreal (entre ellos, sólo dos estaban habilitados para realizar curas
didácticas).
En julio de 1957, en el Congreso de París, la SCP/CPS obtuvo el estatuto de sociedad
componente de la IPA. En esa fecha, algunos psicoanalistas se habían instalado en Vancouver.
Tres años más tarde, en octubre de 1960, se creó el Institut canadienne de psychanalyse, en el
cual la sociedad delegó sus funciones en el ámbito de la formación de didactas. Siete años más
tarde, en la SCP/CPS se expandió una fuerte reivindiación de autonomía, que llegó a federar el
movimiento en diferentes "ramas" (provinciales o urbanas) y simultáneamente a organizar la
Société psychanalytique de Montreal (SPM), de lengua exclusivamente francesa, que proponía
un plan de estudios diferente del de la rama de lengua inglesa. En realidad, al cabo de unos años
la SPM se convirtió en la punta de lanza de una renovación de la clínica y la teoría freudianas en
Canadá, gracias a la acción conjunta y contradictoria de dos hombres: el canadiense Julien
Bigras, fundador de la revista Interprétation, y el francés François Peraldi, introductor del
pensamiento lacaniano en Quebec. Con el transcurso del tiempo, entre los miembros de la
SCP/CPS hubo dos personalidades que adquirieron renombre internacional: Patrick Mahony, por
sus trabajos sobre la historia del freudismo, y René Major, fundador de la revista Confrontation,
por su papel protagónico en la SPP entre 1970 y 1971 Proveniente de Nueva York, el primero se
instaló en Montreal y realizó su análisis con Wittkower, mientras que el segundo abandonó
Montreal para vivir en París, donde adoptó la nacionalidad francesa después de haber sido
formado por Bela Grunberger.
A partir de la década de 1970, la SCP/CPS enfrentó la proliferación en territorio canadiense de
múltiples escuelas de psicoterapia. La cantidad de sus miembros no aumentó proporcionalmente 
a la fabulosa expansión de las sociedades de América del Norte y del Sur. En 1995, para una
población de veintinueve millones y medio de habitantes, Canadá tenía trescientos sesenta y seis
miembros (IPA), distribuidos en cuatro grandes ramas para tres ciudades (Montreal [SPM y
Quebec English Branclil, Toronto y Ottawa), y cuatro pequeñas ramas para las otras provincias,
todas de lengua inglesa: la Western Canadá (doce miembros), la South Western Ontario
Psychoanalytic Society (doce miembros), la Psychoanalytic Society of Eastern Ontario (seis
miembros), y la Société psychanalytique de Quebec-Ville (seis miembros). Doce psicoanalistas
por millón de habitantes.
Después de haber atravesado tantos problemas, la SPC/CPS trató de superar sus dificultades,
sobre todo en las grandes ciudades, y más específicamente en Montreal, declarándose abierta a
todas las corrientes. De allí la implantación en la SPM, en torno a Jacques Mauger y Lise Monette,
de un grupo de reflexión sobre el pensamiento de Jacques Lacan, independiente de París e
inspirado al principio en la enseñanza de Peraldi. En la universidad, fue el filósofo Claude
Lévesque, cercano a Jacques Derrida, quien formó a los estudiantes en el mismo espíritu,
introduciéndolos especialmente en la obra de Georges Bataille (1897-1962).
Como en los Estados Unidos, pero de una manera aún más radical, el movimiento psicoanalítico
canadiense tuvo que sufrir, a partir de 1985, los asaltos conjuntos del cognitivismo, el
cientificismo neurofarmacológico y un puritanismo exacerbado, semejante al que había
perseguido a Jones a principio de siglo. En el marco de una investigación realizada en Ontario en
1988 por Marie-Lou MacPhedran se reactivó el famoso artículo 153 del Código Penal canadiense,
que prohibía todo contacto sexual entre cualquier persona y un adolescente que dependiera de
ella. Convencida de que una gran cantidad de abusos sexuales se cometían en el seno mismo de
la profesión médica, la investigadora puso en marcha un proceso inquisitorial, haciendo campaña
entre mujeres desamparadas, víctimas o no de verdaderos abusos, para que "confesaran" las
relaciones carnales que habían tenido con sus terapeutas. Las "víctimas" (reales e imaginarias)
se quejaron en masa ante el Colegio de Médicos, el cual se vio llevado a enviar a los tribunales a
los colegas culpables.
Bajo la presión de algunas ligas feministas (y en el marco de un doble movimiento de "corrección
política" y conservadurismo que hizo estragos en esa época en la parte angloparlante del
continente americano), el concepto de "abuso", limitado hasta entonces a la violación, la
coacción comprobada (física o moral) y la corrupción de menores, se extendió al sexo entre
adultos vinculados por relaciones de poder. Si bien todas las profesiones basadas en este tipo
de relación (profesores y estudiantes, médicos y pacientes, patrones y empleados, etcétera)
quedaron entonces sometidas a una nueva tecnología de la confesión, fundada en las diversas
teorías del género (y casi siempre a pesar de ellas), la corporación médica fue la más afectada
por el diluvio de acusaciones: ciento veinte juicios por "abuso" en once años, entre los cuales
trece apuntaban a psiquiatras practicantes del psicoanálisis (o sea un 5 por ciento de la
profesión, mientras que los casos de transgresión de este tipo no superan el 1 por ciento). Sea
como fuere, en el seno de la comunidad freudiana, que afirma que la sexualidad, la transferencia 
y el fantasma están en el fundamento mismo de la conducción de la cura, la consecuencia de la
aplicación de esta ley fue transformar en culpables a numerosos profesionales del inconsciente,
sin que nunca se pudiera saber de qué se los acusaba: abusos reales, transgresión de una
prohibición, historia de amor trivial, etcétera.
Es sabido que, en todos los países donde se implantó el freudismo, la cuestión de las relaciones
sexuales entre psicoanalistas y pacientes se ha regulado siempre en el interior de la comunidad
psicoanalítica. Simplemente porque la prohibición absoluta y necesaria de la sexualidad en la
cura no es determinada más que por la adhesión a la ética del psicoanálisis, a su vez basada en
la prohibición del incesto, y no por los tribunales. Es cierto que estas transgresiones han sido a
menudo reprimidas u ocultadas por la historia oficial, pero no obstante no merecen ser
asimiladas a delitos.
La confusión entre la ética y el derecho, la ingerencia de la justicia en la gestión de las
sociedades psicoanalíticas, han puesto recientemente en peligro, tanto en los Estados Unidos
como en Canaffi, !a existencia misma del freudismo, una vez más violentamente atacado en un
contexto puritano por su supuesto pansexualismo. De allí la extraña impresión de repetición entre
las campañas de calumnias realizadas contra Jones en Toronto en 1912, y las locas
imprecaciones de la década de 1990. 


Canibalístico
Al.: kannibalisch. 
Fr.: cannibalique.- 
Ing.: cannibalistic.- 
It.: cannibalico. 
Por.: canibalesco.
fuente(61) 
Término utilizado para calificar las relaciones de objeto y las fantasías correlativas a la actividad
oral, aludiendo al canibalismo practicado por ciertas poblaciones. La palabra expresa, en forma
figurada, las distintas dimensiones de la incorporación oral: amor, destrucción, conservación en
el interior de sí mismo y apropiación de las cualidades del objeto. En ocasiones se habla de una
fase canibalística como equivalente de la fase oral o, más especialmente, como equivalente de la
segunda fase oral de Abraham (fase sádico-oral).
Aun cuando en la edición de 1905 de los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad (Drei
Abhandlungen zur Sexualtheorie) ya se encuentra una alusión al canibalismo, este concepto se
desarrolla por vez primera en Tótem y tabú (Totem und Tabu, 1912-1913). Refiriéndose a esta
práctica de los «pueblos primitivos», Freud subraya la creencia que ella implica: «[...] al ingerir las
partes del cuerpo de una persona en el acto de devorarla, uno se apropia también de las
cualidades que habían pertenecido a dicha persona». La concepción freudiana del «asesinato
del padre» y de la «comida totémica» confiere a esta idea un gran alcance: «Un día los hermanos
[...] se reunieron, mataron al padre y lo devoraron, poniendo fin así a la horda primitiva En el acto
de devorarlo realizaron la identificación con él, apropiándose cada uno de ellos de una parte de
su fuerza». 
Sea cual fuere el valor de los puntos de vista antropológicos de Freud, el término «canibalístico»
ha adquirido en la psicología psicoanalítica una significación precisa. En la edición de 1915 de los
Tres ensayos, en la que Freud introduce la idea de organización oral, el canibalismo caracteriza
esta fase del desarrollo psicosexual. Siguiendo a Freud, se habla a veces de fase canibalística
para designar la fase oral. Cuando K. Abraham subdivide la etapa oral en dos fases, fase de
succión preambivalente y fase de mordedura ambivalente, es esta última la que él califica de
canibalística.
El término «canibalístico» subraya algunos caracteres de la relación de objeto oral: unión de la
libido y de la agresividad, incorporación y apropiación del objeto y de sus cualidades. El
concepto de canibalístico connota las íntimas relaciones existentes entre la relación de objeto
oral y los primeros modos de identificación (véase: Identificación primaria). 


Carácter
fuente(62) 
La noción freudiana de carácter deriva de la doble hipótesis del psicoanálisis sobre la
supervivencia de una organización pulsional pregenital y el destino asignado a esa formación en
la historia del sujeto.
Al principio se presenta, en relación con ciertos sujetos, un tipo caracterológico rígido, animado
por el interés común por el dinero y la defecación.
En Tres ensayos de teoría sexual (1905), Freud escribe: «El análisis del carácter de individuos
altamente dotados, en particular artistas, indicará la mezcla, en proporciones variables, de
creación, perversión y neurosis, según que la sublimación haya sido completada o sea
incompleta. Parece que la sofocación por formación reactiva -que, como lo hemos visto,
comienza a hacerse sentir en el período de latencia, para continuar durante toda la vida si las
condiciones son favorables- debe ser considerada como una especie de sublimación. Lo que
nosotros llamamos "carácter" se construye en gran parte con el material de las excitaciones
sexuales, y se compone de pulsiones fijadas desde la infancia, de construcciones adquiridas
mediante la sublimación, y de otras construcciones destinadas a sofocar los movimientos
perversos que se han reconocido como no utilizables. Es entonces lícito decir que la disposición
sexual del niño crea, por formación reactiva, muchas de nuestras virtudes».
Este pasaje será completado en 1920, aprovechando una nueva edición: «Se ha podido
establecer que incluso ciertos rasgos de carácter presentan relaciones con componentes
erógenos determinados. Así, la obstinación, la parsimonia y el espíritu de orden pueden hacerse
derivar de la actividad de la zona erótica anal.
Una fuerte disposición uretral-erótica determina la ambición».
El tema es desarrollado en 1908, en el artículo «Carácter y erotismo anal», en torno de los tres
rasgos del carácter del obsesivo -el orden, la economía, la terquedad-, insistiéndose en
particular en las formaciones reactivas y la sublimación: «En la época de la vida que se puede
caracterizar como "período de latencia sexual", desde el quinto año cumplido hasta las primeras
manifestaciones de la pubertad (hacia los once años), se ven crear en la vida psíquica, a 
expensas de las excitaciones provenientes de las zonas erógenas, formaciones reactivas,
contrapotencias, como la vergüenza, la repugnancia y la moral, que se oponen como diques a la
activación ulterior de las pulsiones sexuales. Ahora bien, puesto que el erotismo anal es uno de
los componentes de la pulsión que, en el curso del desarrollo, y en el sentido de la educación de
nuestra civilización actual, se vuelven inutilizables para metas sexuales, nos vemos llevados a
reconocer, en los rasgos de carácter que con tanta frecuencia presentan los antiguos
poseedores del erotismo anal -ser ordenado, económico, y terco-, los resultados más directos y
constantes de la sublimación del erotismo anal».
Represión neurótica, regresión caracterial
Estas indicaciones exigirán la comparación del proceso neurótico con el proceso de la formación
del carácter. «En el dominio del desarrollo del carácter debemos encontrar las mismas fuerzas
pulsionales cuyo juego hemos descubierto en las neurosis. Pero un hecho nos basta para
establecer una nítida separación teórica: lo propio del mecanismo de la neurosis, el fracaso de la
represión y el retorno de lo reprimido, falta en el caso del carácter. En la formación de éste, o
bien la represión no entra en acción, o bien alcanza sin obstáculos su meta, que es sustituir lo
reprimido por formaciones reactivas y sublimaciones. Por eso los procesos de formación del
carácter son menos transparentes y menos accesibles al análisis que los de a neurosis.
«Ahora bien, es precisamente el dominio del desarrollo del carácter el que nos proporciona una
buena analogía con el caso mórbido que hemos descrito; la dificultad se resuelve si uno entiende
la neurosis como imputable de represión, mientras que el yo lo es de regresión.
»Además se asistirá a una acentuación de los rasgos caracteriales en el momento de la
regresión de la función sexual.
»Es un hecho conocido, y que ha dado a los hombres muchas oportunidades para la
recriminación, que con frecuencia el carácter de las mujeres se altera singularmente una vez
que han renunciado a su función genital. Se vuelven peleadoras, enredadoras y discutidoras,
mezquinas y avaras; de este modo dan muestras de rasgos de erotismo sádico-anal que no
presentaban antes, durante su feminidad. Autores cómicos y satíricos de todos los tiempos han
dirigido sus dardos contra la "vieja bruja" en que se ha convertido la joven graciosa, la esposa
amante, la madre tierna. Nosotros comprendemos que ese cambio del carácter corresponde a la
regresión de la vida sexual al estadio del erotismo sádico-anal, en el cual hemos descubierto la
disposición a la neurosis obsesiva.»
En este período -que es el del desarrollo de su polémica con Jung- Freud es por otra parte
consciente de la insuficiencia de su teoría del desarrollo, en la perspectiva de un análisis del yo.
«Sabemos que la disposición neurótica, inherente a la historia del desarrollo, sólo se completa 
cuando tiene en cuenta, a igual título que la fase de desarrollo de la libido, la del desarrollo del yo
en la cual tiene lugar la fijación. Ahora bien, nuestra tesis sólo se refiere a la fase del desarrollo
libidinal, y por lo tanto no contiene todo el conocimiento que tenemos necesidad de hacer
progresar. Los estadios de desarrollo de las pulsiones del yo son hasta ahora muy poco
conocidos. Sólo tengo noticias de un intento de abordar esta cuestión; un intento por otra parte
prometedor: el de Ferenczi.»
Una autocrítica tal debe extenderse inevitablemente desde la interpretación de la neurosis a la
interpretación del carácter. Además se encontrará totalmente renovada con la constitución de la
segunda tópica.
Formación del carácter por regresión o por
retiro de la libido
«Hemos logrado explicar el doloroso sufrimiento que existe en la melancolía, suponiendo que el
yo vuelve a encontrar súbitamente en sí mismo el objeto sexual al cual, por alguna razón, el ello
había sido obligado a renunciar; dicho de otro modo, la energía erótica que se había concentrado
en el objeto se resuelve y se disipa, es relevada por una identificación. Pero en la época en que
produjimos esta explicación aún no advertíamos toda la significación de ese proceso y todavía
ignorábamos hasta qué punto era típico y frecuente. Después hemos comprendido que esta
sustitución desempeña un papel de primer orden en la conformación del yo y contribuye
esencialmente a determinar lo que se llama su carácter. En el origen, en la fase primitiva oral del
individuo, la investidura de un objeto y la identificación son procesos difíciles de distinguir entre
sí. En fases ulteriores, sólo cabe suponer que las investiduras de objeto tienen como punto de
partida el ello, para el cual las aspiraciones eróticas constituyen necesidades. Sea como fuere,
se trata de un proceso muy frecuente, sobre todo en fases de desarrollo poco avanzadas, y de
una naturaleza tal que hace plausible la hipótesis de que el carácter del yo es la sedimentación
que resulta de esos abandonos sucesivos de objetos sexuales, y contiene la historia de esas
elecciones de objetos. Innecesario es decir que no todos los individuos sufren con la misma
facilidad las influencias de esta historia, de esta sucesión de objetos eróticos. Las variaciones
de medida en que el carácter individual adopta esos influjos, permite suponer en cada caso
resistencias cuya fuerza varía de un individuo a otro.»
Entonces es posible proporcionar una interpretación nueva, basada en la pulsión de muerte.
«La transformación, a la que asistimos aquí, de la libido de objeto en libido narcisista implica
evidentemente la resignación de las metas puramente sexuales, una desexualización, y por lo
tanto una especie de sublimación. En tal sentido, es incluso lícito plantearse una cuestión que
merece un examen detallado: la de si no nos encontramos aquí en presencia del medio de 
sublimación más general, si toda sublimación no se efectúa por medio del yo que transforma la
libido sexual dirigida hacia el objeto en una libido narcisista y le propone metas diferentes. En
cuanto a la cuestión de si esta transformación no puede tener además otras consecuencias
para el destino ulterior de las pulsiones, y en particular una desmezcla de las diferentes
pulsiones fusionadas entre sí, vamos a ocuparnos de ella más adelante.»
Es posible entonces una identificación con uno u otro de los progenitores. Sin embargo, piensa
Freud, este episodio se produce, de manera muy precisa, antes de toda investidura de objeto, y
en particular antes de la formación del ideal del yo que deriva de la destrucción del complejo de
Edipo.
En 1931 se tendrá una sistematización de los tipos libidinales: el erótico, el compulsivo, el
narcisista. Existe además una variedad mixta: el erótico-compulsivo. «Se podría pensar -continúa
Freud- que es una broma preguntar por qué no mencionamos aquí otro tipo, teóricamente
posible, el erótico-compulsivo-narcisista. Pero la respuesta a esta broma es seria: ese tipo ya no
sería un tipo, sino que significaría la norma absoluta, la armonía ideal. Se advierte que el
fenómeno del tipo nace precisamente del hecho de que, de las tres utilizaciones principales de la
libido en la economía psíquica, una o dos han sido favorecidas a expensas de las otras.
«En cuanto a la relación de esta caracterología con la patología, parece fácil conjeturar que los
tipos eróticos, en caso de enfermedad, evolucionan hacia la histeria, y los tipos compulsivos
hacia neurosis obsesivas, pero todo esto sigue sometido a la incertidumbre que acabamos de
subrayar. Los tipos narcisistas, a los que su independencia habitual expone a la frustración del
mundo exterior, tienen una predisposición particular a la psicosis, pero presentan también ciertas
condiciones esenciales de la criminalidad.»
Una nueva ilustración de este enraizamiento genético -o histórico- del carácter nos es aportada
en 1932. «En el curso de estos estudios sobre las fases pregenitales de la libido -escribe Freud
en las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis- hemos podido obtener algunas
vislumbres nuevas sobre la formación del carácter. Hemos podido reconocer que tres
cualidades eran inseparables entre sí: el orden, la ahorratividad y la obstinación. El análisis de
los individuos provistos de estas características ha demostrado que ellas derivan de] erotismo
anal y lo agotan. Su presencia simultánea nos permite hablar de carácter anal, y éste es, de
alguna manera, lo opuesto al erotismo anal bruto. Encontramos una relación análoga y quizás
aún más estrecha entre la ambición y el erotismo uretral. Hay una leyenda que hace una alusión
singular a esa relación: en efecto, se cuenta que Alejandro Magno nació la misma noche en que
un cierto Eróstrato, movido solamente por la ambición, incendió un monumento muy admirado, el
templo de Artemisa en Éfeso. Al oír esta historia, ¿no se tiende a pensar que las conexiones de
las que acabamos de hablar eran conocidas por los antiguos?
«Sabemos que la micción y el fuego o la extinción del fuego tienen alguna relación. Todo nos
induce a creer que otros rasgos de carácter son también los residuos o las formaciones 
reactivas de ciertas estructuras pregenitales de la libido, pero aún no estamos en condiciones
de demostrarlo.»
En la perspectiva de la segunda tópica, se formulará finalmente el fundamento repetitivo de la
inercia caracterial.
«Los efectos del trauma son de dos tipos, positivos y negativos. Los primeros son esfuerzos
tendientes a reactivar el trauma y por lo tanto a rememorar la experiencia olvidada o, mejor aún,
a hacerla real, vivir de nuevo su repetición, incluso, si se trata de una relación afectiva anterior,
revivirla en una relación análoga con otra persona. Estos esfuerzos se reúnen bajo el nombre de
fijación al trauma y coacción de repetición. Pueden estar integrados en el yo llamado normal y
prestarle, en tanto que tendencias constantes en él, rasgos de carácter inmutables, aunque su
fundamento real, su origen histórico, hayan sido olvidados, o más bien a causa de ello. Así, un
hombre que ha pasado su infancia en un apego excesivo a la madre, hoy ya olvidado, puede
buscar durante toda su vida una mujer de la que pueda volverse dependiente, dejarse alimentar
y mantener. Una joven que ha sido en su primera infancia objeto de una seducción sexual puede
disponer su vida sexual ulterior de manera tal que siempre provoque agresiones de ese tipo. Es
fácil advertir que con tales puntos de vista penetramos, más allá del problema de la neurosis,
hasta la comprensión del carácter en general.
»Las reacciones negativas tienden a la meta opuesta: a que ningún elemento de los traumas
olvidados pueda ser rememorado o repetido. Podemos reunirlas bajo el nombre de reacciones de
defensa. Su manifestación principal es lo que se llaman evitaciones, que pueden agravarse
convirtiéndose en inhibiciones o fobias. También estas reacciones negativas realizan fuertes
contribuciones a la formación del carácter; en el fondo son fijaciones al trauma, lo mismo que su
antítesis, sólo que de tendencia contraria.» 


Carácter vincular
fuente(63) 
Definición
Entendemos por carácter ciertos rasgos sobresalientes que se producen como resultado de
fijaciones pulsionales no sólo a ciertas zonas erógenas propias de la evolución de cada sujeto,
sino también a los modelos vinculares predominantes durante dicho desarrollo y que llega a su
culminación con la estructuración del Complejo de Edipo. Es el carácter quien le otorga al vínculo
su sello, su estilo peculiar y lo organiza en el marco de una modalidad definitiva estable (pero no
inmutable), sedimentando los avatares pulsionales que entraman su consolidación.
Toda pareja tiende a fijar determinadas pautas de funcionamiento que le son propias, condición
que no necesariamente supone patologización. La fijación pulsional ligada al polo de la
identificación confiere a cada vínculo cierto carácter particular que define la identidad del mismo.
Origen e historia del término 
Carácter en su etimología "Charasso" nos remite a grabado, a algo impreso, trazo propio que
permite diferenciarlo de otros. Freud aborda dicho concepto desde tres ejes íntimamente
imbricados: la identificación, los avatares pulsionales y la compulsión repetitiva. El carácter
deviene de la renuncia pulsional impuesta por la cultura.
Un modo de manifestarse los efectos de tal represión es a través de la persistencia o
intensificación de ciertos rasgos del carácter. Se trata de una alteración del yo a partir de
acontecimientos de la sexualidad infantil a la que luego se agregan sedimentos resultantes de
identificaciones (heredadas de investiduras de objetos abandonados). También las injurias
narcisistas así como las situaciones traumáticas y las luchas defensivas contra las mismas
abonan el terreno apto para su constitución.
Con posterioridad a Freud, también se han ocupado de esta temática Abraham, Karl (1925);
Alexander Franz (1927); Reich Wilheim. En la actualidad Nicolini Elvira y Schust Jaime (1992),
Rabinovich, D (1989) han hecho importantes aportes a la misma.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
En una pareja estable, en que los parámetros definitorios de la misma (cotidianeidad, proyecto
vital compartido, relaciones sexuales y tendencia monogámica) están atravesados por el vector
de la temporalidad, la convivencia vincular resulta teñida por el singular armado de su "circuito
pulsional", que incluye el apartamiento libidinal de sus cauces originarios, para orientarlo según
los requerimientos de la cultura a la que pertenecen. La persistencia en el tiempo del peculiar
intercambio que establecen en el espacio intersubjetivo (por eso incluimos el vector temporal),
hace que los rasgos de carácter de cada uno, se combinen de tal manera, que resulte en
algunos casos, una potenciación mutua de los propios, así como en otros, se producirá una
atenuación de los mismos o, un producto bastante diferente al que se correspondería con el
espacio intrasubjetivo de cada uno. Emergencia de una cierta "potencialidad" en tanto situación
de encuentro facilitadora del surgimiento de un rasgo característico que en otra configuración
vincular quizás no se daría.
El grado de estereotipia del mismo es lo que lleva a una rigidización vincular que podríamos
denominar "funcionamiento caracteropatizado ".
Apunta al no cambio sostenido en la creencia de que la pareja tiene un destino pulsional prefijado
por ciertos recorridos jalonados de una determinada y única manera. 
Estas estructuras caracteropatizadas tienden a un status quo pulsional, más fuerte que el deseo
de cambio que el sufrimiento vincular podría estar requiriendo. No hay crecimiento ni
complejización vincular. Se va dando un paulatino vaciamiento de sentido, por lo cual el estar
juntos les impone tener que asirse con más fuerza cada vez, a un discurso cargado de certezas
que está al servicio de la compulsión a la repetición. El grado de hipertrofia y fijación pulsional
elevado al extremo de la rigidización coagula el vínculo. Son parejas que se ubican en el lugar de
la respuesta en vez del de la pregunta. "Nosotros somos así', dirán. Por lo general no acceden al
análisis, y cuando lo hacen, suelen interrumpirlo abruptamente, ni bien comienzan a tomar
contacto con el núcleo coagulado. Baluarte narcisista, condición de estructura que requieren
mantener a ultranza, dado que la posibilidad de un cambio va ligada a fantasías de
desestructuración. Juntos están mal, pero pensarse separados les despierta una ansiedad
catastrófica, muchas veces promotora de desbordes impulsivos y violentos. Tipo de vínculo que
se rige predominantemente por un dictado tanático, lo cual opera como escollo estructural para
acceder a una mayor complejización vincular.
Problemáticas conexas
Carácter vincular y trauma
Pensamos el entrecruzamiento entre situaciones traumáticas y las luchas defensivas que dichos
traumas generaron, como puntos de conformación del carácter. La fijación al trauma con la
fijación pulsional que encierra, determina en el sujeto y sus vínculos, una particular cosmovisión.
En grado extremo, produce una cristalización de los rasgos de carácter que a veces retorna
como repudio de todo aquello que no coincide con dicha cosmovisión. 


Cárcamo Celes Ernesto
(1903-1990) Psiquiatra y psicoanalista argentino
fuente(64) 
Nacido en La Plata, Celes Cárcamo provenía de una familia de la burguesía católica. Después de
estudiar medicina, comenzó a orientarse hacia la psicoterapia en el servicio de medicina general
dirigido por Mariano Castex, donde asistió a las conferencias de James Mapelli, un hipnotizador
inteligente y lleno de recursos, que no vacilaba en declarar: "Prefiero una sola sesión de
hipnosis a una cura psicoanalítica de un año". Cárcamo descubrió el psicoanálisis en el contacto
con este médico. Iba a convertirse en un excelente clínico, abierto a todas las tendencias del
freudismo.
En 1936 viajó a Europa con el apoyo del Ministerio de Relaciones Exteriores argentino. Visitó
Hamburgo y después Viena, donde conoció a Anna Freud. Realizó sus estudios de psiquiatría en
París. Gracias a la recomendación del psiquiatra José Belbey, pudo hacer su análisis didáctico
con Paul Shiff, mientras trabajaba en el Hospital Sainte-Anne, en el servicio de Henri Claude. Más 
tarde, en 1943, recibió una carta de Paul Schiff en la cual éste, con su nombre de resistente
(Herbelot), le pedía ayuda para emigrar a la Argentina. Después de haberle conseguido una
invitación de la Facultad de Medicina, Cárcamo no tuvo más novedades. Posteriormente se
enteró de que Schiff se había unido a los Aliados para participar en la campaña de Italia, a
continuación de un rodeo por Marruecos.
Cárcamo realizó dos análisis de control, uno con Rudolph Loewenstein y el otro con Charles
Odier, y fue elegido miembro de la Société psychanalytique de Paris (SPP) después de haber
presentado un estudio clínico y un trabajo de psicoanálisis aplicado, a propósito de la serpiente
emplumada de la religión maya y azteca. Apasionado por la antropología, frecuentaba el Museo
del Hombre, donde conoció a Jacques Soustelle.
Durante su estada en París conoció también a Ángel Garma. Muy pronto, los dos decidieron
fundar una sociedad psicoanalítica en la Argentina.
En 1939 se instaló en Buenos Aires y trabajó en el Hospital Durán, mientras daba conferencias
sobre psicoanálisis en la Sociedad de Homeopatía. Tres años más tarde, junto con Marie Langer,
Enrique Pichon-Rivière, Arnaldo Rascovsky, Guillermo Ferrari Ardoy y Ángel Garma, fundó la
Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Después de la crisis de la década de 1970, prefirió
alejarse de ella, aunque sin renunciar, como lo hizo Marie Langer, cuyas opiniones críticas
Cárcamo compartía. 


Cartel
fuente(65) 
Concebido como eslabón elemental de la Escuela Freudiana de París, el cartel designa un
pequeño grupo compuesto de «tres personas por lo menos, cinco a lo sumo, más una
encargada de la selección, la discusión y la salida que se le reserva al trabajo de cada uno»
(Acta de fundación de la EFP, 1964). Lo definen otras dos condiciones: no tiene vocación de
perdurar y, reglamentaramente, sólo existe para formar parte de una cadena circular de carteles
que anula todo orden preferencial y permite el juego de una ley de permutación. Estas
restricciones lo diferencian de los grupos ordinarios, cuyos principales defectos -es decir, la
escisión o fusión, el sacrificio al interés del grupo, la inhibición del trabajo individual- se
considera que previenen. En 1964, la opción por una organización circular -la cartelizacion- se
opuso a las sociedades psicoanalíticas existentes, cuyo funcionamiento e ideología Lacan había
denunciado en 1956 («Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956»). Se
procura romper con un sistema basado en «la identificación con la imagen que da su ideal al
agrupamiento», la imagen de un yo autónomo que encarnaría el analista.
El cartel dramatiza una concepción de las relaciones del sujeto, el significante y la verdad, cuya
matriz se encuentra en «El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo
sofisma», con el sofisma de los tres prisioneros. El objetivo no es acumular un saber sino
resolver un problema. En la búsqueda de la solución, cada uno se determina en función del
movimiento de los otros, cálculo intersubjetivo que supone la concurrencia de tres sujetos por lo
menos, para que el otro sea percibido en tanto que tal, es decir, como otro del otro, y no como
semejante. Una vez resuelto el enigma que lo sostenía, el cartel ya no tiene razón de ser. En el 
momento de concluir, hay anticipación del resultado: al retardar la enunciación, cada sujeto
volvería a las incertidumbres del principio. Es decir que la verdad es aquí interpretación, y sólo
se alcanza por los otros. No obstante, más allá de 5 (+1), el cálculo intersubjetivo se volvería
demasiado complicado y se correría el peligro de ceder el lugar al pacto y de que los miembros
se desprendan de sus apuestas personales con la designación de un líder.
El cartel responde a la ambición de dar a la institución analítica una estructura isomorfa con las
formaciones del inconsciente. En él encuentra, cada uno de sus miembros, la oportunidad de
explorar los lugares marcados Otro, yo [moi], síntoma u otro, quedando así relanzada a su
respecto la cuestión del sujeto, de la
cual el Más-uno expresa la infinitud latente. La noción de Más-uno se aclara con la diferencia
entre el Uno del elemento y el Uno del conjunto vacío (seminario la Logique du fantasme,
sesiones del 23 de noviembre y el 14 de diciembre de 1966). El Más-uno asegura el pasaje a lo
colectivo, eso colectivo de lo cual Lacan escribe, remitiendo a Psicología de las masas y análisis
del yo, que «es sólo el sujeto de lo individual» y lo único que permite fundar la pretensión de
verdad de un enunciado en algo distinto de la íntima convicción de un yo, aunque sea autónomo.
Al obstaculizar la soldadura imaginaria del grupo, en cuanto él le falta (se puede contar como
Menos-uno), al articular al sujeto en una cadena indefinidamente recorrible, manifiesta que el
sujeto no se detiene y no es idéntico al significante (un nombre, una obra) que lo representa.
Finalmente, el cartel es un espacio de transición. Lugar de una transferencia de trabajo, tiene
una función de enlace entre la suspensión de la escritura al principio de la cura y el tiempo
ulterior de la escritura singular o la enseñanza -etimológicamente el cartel ya remite a lo escrito-
Constituyó un modo de ingreso en la EFP y sirve aun para asociar a personas ajenas a la
comunidad analítica. A pesar de los interrogantes que continúa suscitando la función e incuso la
naturaleza del Más-uno, y del fracaso de los intentos de cartelización, el «cartel» sigue siendo
un modo privilegiado de relación de trabajo en la comunidad lacaniana. 


Caruso Igor
(1914-1981) Psicoanalista austríaco
fuente(66) 
Nacido en Rusia en una familia noble de ascendencia italiana, Igor Caruso fue uno de los
representantes de la corriente de la psicoterapia existencia] y fundador de una internacional
freudiana original, la Internationale Föderation der Arbeitskreise für Tiefenpsychologie.
Formado en teología y en filosofía en la Universidad de Lovaina, en Bélgica, y después analizado
por Viktor Emil Freiherr von Gebsattel (1883-1976), psicoanalista alemán amigo de Rainer Maria
Rilke (1875-1926) y de Lou Andreas-Salomé, el conde Igor Caruso participó en Viena, después
de la Segunda Guerra Mundial, en la reconstrucción de la Wiener Psychoanalytische Vereinigung
(WPV), junto con el barón Alfred von Winterstein y el conde Wilhelm Solms-Ródelheim. Esos tres
aristócratas habían conservado el espíritu freudiano bajo el nazismo, sin aceptar la política de
colaboración preconizada por Ernest Jones. Pero en 1947 se separó sin violencia de la WPV,
cuya orientación le parecía demasiado médica, demasiado materialista y, en una palabra,
demasiado "norteamericana", para crear el primer círculo de trabajo vienés sobre la psicología de 
las profundidades. Sin dejar de ser freudiano, no aceptaba las normas de formación de la
International Psychoanalytical Association (IPA) y, lo mismo que Jacques Lacan, quería darle al
psicoanálisis una orientación intelectual, espiritual y filosófica. En consecuencia, lo consideraba,
a la luz de la fenomenología, un método de edificación de la personalidad humana (un
personalismo), no destinado a adaptar el sujeto al principio de realidad, sino a llevarlo a resolver
las tensiones resultantes de su relación conflictiva con el mundo.
Gran viajero, Caruso enseñó en la Universidad de Salzburgo, y viajó a varios países de América
latina, donde se desarrollaron los círculos de trabajo fundados por él. 


Caso límite
Al.: Grenzfall. - 
Fr.: cas-limite. - 
Ing.: borderline case. - 
It.: caso limite. -
Por.: caso limítrofe.
fuente(67) 
Expresión utilizada generalmente para designar afecciones psicopatológicas situadas en el límite
entre la neurosis y la psicosis, especialmente las esquizofrenias latentes que presentan una
sintomatología de apariencia neurótica.
El término caso límite no posee una significación nosográfica rigurosa. Sus variaciones reflejan
las propias incertidumbres existentes en el campo al que se aplica. Los diferentes autores han
englobado bajo este término, según sus concepciones, las personalidades psicopáticas,
perversas, delincuentes, así como los casos graves de neurosis del carácter. Al parecer, en su
empleo más corriente, el término tiende a reservarse a las esquizofrenias que se presentan bajo
una sintomatología de tipo neurótico.
La extensión del psicoanálisis ha contribuido grandemente a poner en evidencia la categoría
llamada de los casos límites. En efecto, la investigación psicoanalítica ha logrado poner de
manifiesto una estructura psicótica en casos sometidos a tratamiento por trastornos neuróticos.
Desde el punto de vista teórico, suele considerarse que, en tales casos, los síntomas neuróticos
cumplen una función defensiva frente a la irrupción de la psicosis. 


Castigo
(necesidad de)
fuente(68) 
(fr. besoin de punition; ingl. need for punishment; al. Strafbedürfnis), Comportamiento de ciertos
sujetos que buscan situaciones penosas y humillantes y se complacen en ellas.
El psicoanálisis se ha visto llevado a poner de manifiesto la existencia en el sujeto de
considerables tendencias a prohibirse la satisfacción o a herirse en represalia de una
satisfacción recibida. Por lo tanto, más que de castigo propiamente dicho, se trata de
autocastigo, el cual es una expresión de la pulsión de muerte. 


Castración
fuente(69) 
Los retoques sucesivos a los que ha dado motivo el concepto de castración han repercutido
sobre las redistribuciones teóricas mas generales impresas por Freud y después de Freud a las
orientaciones y conceptos fundamentales del psicoanálisis; esas redistribuciones, por lo demás, 
son solidarias de comentarios interdisciplinarios progresivamente ampliados, acerca de la
represión del incesto, la puesta en evidencia de la función fálica, la elaboración del principio de
realidad, la génesis del superyó. Además, en oportunidad de la primera ilustración clínica del
concepto en 1909, el propio Freud señaló sus, diferentes fuentes: «A la edad de tres años y
medio -dice de Hans- es sorprendido por la madre con la mano en el pene. Ella amenaza: "Si
haces eso, haré venir al doctor A., que te cortará tu 'hace pipí'. ¿Con qué harás pipí entonces?".
Hans responde sin sentimiento de culpa, pero entra en esa ocasión en el «complejo de
castración» que con tanta frecuencia hay que inferir en los análisis de neurópatas, mientras
ellos se defienden muy violentamente contra su reconocimiento». «Habría muchas cosas
importantes que decir sobre la significación de este elemento de la historia infantil -continúa
Freud-. El "complejo de castración" ha dejado huellas palpables en los mitos -y no solamente en
los mitos griegos- En mi Interpretación de los sueños, y también en otros escritos, he aludido al
papel que desempeña.» (Se trata de la 2a. edición, de 1909.) De hecho, la significación y el
alcance del concepto traducirán la articulación, por etapas, de esos diferentes aportes.
Se observará en primer lugar que el tema de la sofocación del incesto es formulado inicialmente
sin ninguna referencia a la castración, en una carta del 31 de mayo de 1897, en la cual sólo se
evoca a modo de explicación el carácter antisocial del incesto, en el mismo sentido, en 1905, en
los Tres ensayos de teoría sexual. A la inversa, cuando aparece en el análisis de Hans la
referencia a la organización edípica, el tema de la castración no está en ninguna parte
relacionado con la prohibición del incesto. Sólo se lo vincula al autoerotismo; la amenaza de
castración respalda la censura por la madre de los tocamientos del niño.
Y el hecho de que Freud haya querido señalar el alcance general del «complejo de castración»
(2' edición de La interpretación de los sueños) no hace más que subrayar que por entonces no
advertía el vínculo entre la castración y el Edipo.
En efecto, en esa época aún no se han adquirido los elementos indispensables para el desarrollo
ulterior de la noción de castración: la teoría de la culpa, la importancia reconocida en el desarrollo
a la fase fálica. Y sin duda no habrá que subestimar en el origen de ese desarrollo el impulso de
Jung y su artículo «El papel del padre en el destino del individuo», texto elogiado por el propio
Freud en una carta a Abraham. «Hasta ahora -escribió- hemos tomado casi exclusivamente en
consideración el papel de la madre. El trabajo de Jung tiene la originalidad de dirigir nuestra
atención hacia el padre.» La interpretación de Schreber y el comentario que aporta al respecto
Tótem y tabú, consagran el alcance de esta observación; el tema se situará en adelante en el
corazón del pensamiento freudiano.
Antes de ese giro fundamental, el artículo «Sobre las teorías sexuales infantiles» (1908) ratifica
las posiciones del análisis de Hans: «El niño, principalmente dominado por la excitación del pene,
ha tomado la costumbre de procurarse placer excitándolo con su mano. Ha sido sorprendido por
los padres o las personas que se ocupan de él, y la amenaza de que se le va a cortar el
miembro lo ha llenado de terror. El efecto de esta "amenaza de castración" corresponde 
exactamente al valor acordado a esa parte del cuerpo: es por lo tanto extraordinariamente
profundo y duradero. Las leyendas y los mitos atestiguan la revuelta que conmociona la vida
afectiva del niño, el terror ligado al complejo de castración; en esa medida, más tarde, la
conciencia repugnará incluso recordarlo».
En adelante, la noción se elaborará en dos planos.
a) La primacía del falo. En lo que concierne a la castración, significa que la reivindicación genital
(fálica) sucumbe a la investidura del pene amenazado (organización genital infantil).
b) La fuente de lo interdicto: la prohibición del incesto por el padre. El artículo «El sepultamiento
del complejo de Edipo» (1923) sistematiza en los siguientes términos las adquisiciones
anteriores: «El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción, una activa y
otra pasiva. En el modo masculino, él pudo ponerse en el lugar del padre y, como éste, tener
comercio con la madre, con lo cual el padre fue pronto sentido como un obstáculo; o bien el niño
quiso reemplazar a la madre y hacerse amar por el padre, con lo cual la madre se volvió
superflua. En cuanto a saber en qué consiste el comercio amoroso que aporta satisfacción, el
niño sólo debe tener de él representaciones muy imprecisas; pero lo seguro es que el pene
desempeñó un papel, pues lo atestiguan sus sensaciones de órgano. No había tenido aún la
ocasión de dudar de la existencia del pene en la mujer. La aceptación de la posibilidad de la
castración, la idea de que la mujer está castrada, ponía entonces término a las dos posibilidades
de satisfacción derivadas del complejo de Edipo. En efecto, las dos suponían la pérdida del pene:
una, la masculina, como consecuencia del castigo; la otra, la femenina, como premisa».
No obstante, en la época a la que corresponde este artículo se introduce, con la segunda tópica,
la noción del superyó, apta para someter a esos datos de la observación apenas elaborados a
un primer intento de explicación: «En otro texto -continúa Freud- he explicado en detalle de qué
manera sucede esto. Las investiduras de objeto son abandonadas y reemplazadas por una
identificación. La autoridad del padre o de los padres, introyectada en el yo, forma el núcleo del
superyó, el cual toma el rigor del padre, perpetúa la prohibición del incesto y, de tal modo,
asegura al yo contra el retorno de la investidura libidinal de objeto. Las aspiraciones libidinales
pertenecientes al complejo de Edipo son en parte desexualizadas y sublimadas, lo que
presumiblemente sucede en el momento de toda trasposición en identificación, y en parte son
inhibidas en cuanto a la meta y convertidas en mociones de ternura. El proceso, en su conjunto,
por un lado ha salvado al órgano genital, ha desviado de él el peligro de la pérdida y, por otro
lado, lo ha paralizado, ha cancelado su funcionamiento. Con este paso comienza el tiempo de
latencia, que interrumpe el desarrollo sexual del niño».
El tema de la castración se propondrá entonces bajo dos aspectos: desde el punto de vista del
superyó, es decir, de la ley bajo cuyo imperio se interioriza la prohibición paterna, y desde el
punto de vista del corte, del cual el fantasma ilustra la amenaza de castración. La segunda
tópica, en los términos que acabamos de citar, aporta su comentario a la omnipotencia del verbo. 
Al segundo aspecto de la castración, Freud le consagrará el desarrollo esencial de Inhibición,
síntoma y angustia (1927), criticando la interpretación generalizada de la castración atribuida a
Rank, como experiencia común a toda separación, derivada en última instancia del trauma del
nacimiento. En efecto, Freud recusa esa asimilación, para reemplazarla por la noción de una
incapacidad para «ligar» las excitaciones excesivas, resultantes de la ruptura de las «barreras
de defensa» orgánicas.
La función asignada por Lacan al-significante aclara esta construcción especulativa, refiriéndola
a la organización fálica. Desde esta perspectiva, la castración corresponde a la incapacidad del
sujeto para asegurar en el Otro la garantía de un goce, reservada como está al padre en su
precedencia simbólica junto a la madre. En el pensamiento de Lacan, el Otro ocupa, en tanto que
en lugar de los significantes, la misma posición que la fuente exterior de las excitaciones
emanadas del ambiente, en la exposición biológica de Freud.
La ventaja de la formulación de Lacan consiste en que articula el estatuto de la operación
castración -supresión del órgano- y el de su objeto. Desde esta perspectiva (seminario sobre la
relación de objeto, 1959) se apela a su determinación respectiva bajo las categorías de lo
imaginario, lo simbólico y lo real: la frustración, imaginaria, se da un objeto real (frustración
femenina del pene); la privación, real, se da un objeto simbólico (objeto sustraído); la castración
será considerada como simbólica de un objeto imaginario; en este último caso entendemos que la
castración constituye la representación simbólica de una emasculación que recae en un objeto
imaginario, el falo absoluto del padre omnipotente.
Observemos no obstante que, si bien esta noción de la castración explicita el atolladero
estructural del que darán testimonio la experiencia y la angustia de castración, no basta para
fundar en su generalidad una lógica (en este caso, una lógica «ampliada») de la sexualidad. El
seminario Aun (1972) se ocupa de ella en la medida en que toma por tema la «imposibilidad» de la
relación sexual, por lo cual se entiende la imposibilidad de una «escritura» lógica de la sexualidad
de sujeto hablante. Es en esta perspectiva que se plantea el principio de que «no hay relación
sexual». 


Castración
(complejo de)
fuente(70) 
(fr. complexe de castration; ingl. castration complex; al. Kastrationskomplex). 1) Para S. Freud,
conjunto de las consecuencias subjetivas, principalmente inconcientes, determinadas por la
amenaza de castración en el hombre y por la ausencia de pene en la mujer. 2) Para J. Lacan,
conjunto de estas mismas consecuencias en tanto están determinadas por la sumisión del sujeto
al significante.
Para Freud. Freud describe el complejo de castración cuando refiere la teoría sexual infantil que
atribuye a todos los seres humanos un pene (Sobre las teorías sexuales infantiles, 1908).
Como el pene es para el varón -en ese momento sólo considera el caso del varón- «el órgano
sexual autoerótico primordial», no puede concebir que una persona semejante a él carezca de 
pene. Sólo hay complejo de castración en razón de este valor del pene y de esta teoría de su
posesión universal. El complejo se instala cuando amenazan al niño, a causa de su
masturbación, con cortarle el sexo. Esto produce espanto (después Freud hablará de «angustia
de castración») y rebelión, que son proporcionales al valor acordado al miembro, y que, en
razón de su intensidad misma, son reprimidos. Freud se apoya en su experiencia analítica (en
particular en la observación del pequeño Hans [Juanito]) y en la existencia de numerosos mitos y
leyendas articulados alrededor del tema de la castración.
El mecanismo de lo que constituye «el mayor trauma de la vida del niño» recibe ulteriores
precisiones. En efecto, Freud observa que el varón muy a menudo no toma en serio la amenaza
y que esta por sí sola no puede obligarlo a admitir la posibilidad de la castración. Por otro lado,
«el prejuicio del niño predomina sobre su percepción»: ante la vista de los órganos genitales de
una niña, dice comúnmente que el órgano es pequeño pero que va a crecer. Es necesaria
entonces la intervención de dos factores: la vista de los órganos genitales femeninos y la
amenaza de castración (alusiones simples tienen el mismo alcance) para que el complejo
aparezca. Un solo factor es insuficiente, pero, dados los dos -su orden de aparición es
indiferente-, el segundo evoca el recuerdo del primero en un efecto de après-coup, y
desencadena la aparición del complejo de castración.
Una vez que ha admitido la posibilidad de la castración, el niño se encuentra obligado, para
salvar el órgano, a renunciar a su sexualidad (la masturbación es la vía de descarga genital de
los deseos edípicos, deseos incestuosos). Salva el órgano al precio de su «parálisis» y de la
renuncia a la posesión de la madre (la parálisis es momentánea y constituye la «fase de
latencia»). El complejo de castración pone así fin al complejo de Edipo y ejerce con ello una
función de normalización (El sepultamiento del complejo de Edipo, 1924). Pero la normalización
no es ni constante ni siempre completa: a menudo, el niño no renuncia a su sexualidad, ya sea
que, no queriendo admitir la realidad de la castración, prosiga con la masturbación (La escisión
del yo en el proceso defensivo, 1940), o que, pese a la interrupción de esta, la actividad
fantasmática edípica persista e incluso se acentúe, lo que compromete la sexualidad adulta
ulterior (Esquema del psicoanálisis, 1938).
Cuando establece la existencia de una primacía del falo para los dos sexos (tanto la niña como el
varón conocen un solo órgano genital, el órgano masculino, y todo individuo desprovisto de este
se les aparece como castrado), Freud insiste en el hecho de que «no se puede apreciar en su
justo valor la significación del complejo de castración sino a condición de tener en cuenta su
ocurrencia en la fase de la primacía del falo» (La organización genital infantil, 1923). Dos
consecuencias se desprenden de esta afirmación.
La primera es que las experiencias previas de pérdida (del seno, de las heces, en las que
algunos psicoanalistas habían querido ver otras tantas castraciones) no son tales, puesto que
«no se debería hablar de complejo de castración sino a partir del momento en que esta
representación de una pérdida es ligada con el órgano genital masculino». Se puede pensar que 
las experiencias previas de pérdida no tienen la misma significación que la castración, pues
ocurren en el marco de la relación dual madre-hijo, mientras que la castración es precisamente lo
que pone fin, en los dos sexos, a esta relación (como lo atestigua el hecho de que el niño
atribuye siempre al padre la castración).
La segunda es que el complejo de castración concierne tanto a la mujer como al hombre. «El
clítoris de la niña se comporta al principio enteramente como un pene». Pero en ella la vista del
órgano del otro sexo desencadena inmediatamente el complejo. A partir de que ha percibido el
órgano masculino, se tiene por víctima de una castración. Primero se considera como una víctima
aislada, y luego extiende progresivamente esta desgracia a los niños y finalmente a los adultos
de su sexo, que le aparece así desvalorizado (El sepultamiento del complejo de Edipo). La
forma de expresión que toma en ella el complejo es la envidia [envie: envidia/ ganas, al igual que
Neid (al.)] del pene: «De entrada ha juzgado y decidido: ha visto eso, sabe que no lo tiene y
quiere tenerlo» (Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos,
1925).
La envidia del pene puede subsistir como ganas de estar dotada de un pene, pero su evolución
normal es aquella en la que encuentra su equivalente simbólico en el deseo de tener un hijo, lo
que conduce a la niña a elegir al padre como objeto de amor (Sobre la sexualidad femenina,
193l). El complejo de castración ejerce por lo tanto una función normalizante: hace entrar a la
niña en el Edipo y la orienta con ello hacia la heterosexualidad.
No obstante, Freud pone también el acento en las consecuencias patológicas del complejo de
castración y su resistencia al análisis: el complejo de castración es la «roca» contra la cual
viene a chocar el análisis (Análisis terminable e interminable, 1937). En la mujer, la envidia del
pene puede persistir indefinidamente en el inconciente y ser un factor de celos y depresión. En
el hombre, es esta angustia de castración la que constituye a menudo el límite del trabajo
analítico: toda actitud pasiva con respecto al padre, y al hombre en general, guarda la
significación de una castración y desencadena una rebelión, pero al implicar la rebelión
imaginariamente la misma sanción, no encuentra salida y el hombre permanece dependiente tanto
en su vida social como con relación a la mujer.
Para Lacan, Lacan, que prefiere hablar de la castración antes que del complejo de castración, la
define como una operación simbólica que determina una estructura subjetiva: el que ha pasado
por la castración no está acomplejado, por el contrario, está normado respecto del acto sexual.
Pero señala que hay allí una aporía: ¿por qué el ser humano debe estar primero castrado para
poder llegar a la madurez genital? («La significación del falo», 1958; Escritos, 1966). Y busca
aclararlo con la ayuda de las tres categorías de lo real, lo imaginario y lo simbólico.
La castración no concierne evidentemente al órgano real: precisamente cuando la castración
simbólica no ha ocurrido, es decir, en las psicosis, se pueden observar mutilaciones del órgano
peniano (poniendo de manifiesto que «lo que está forcluido [véase forclusión] de lo simbólico 
vuelve en lo real»).
La castración recae sobre el falo en tanto es un objeto no real sino imaginario. Esta es la razón
por la cual Lacan no considera las relaciones del complejo de castración y del complejo de Edipo
de manera opuesta según el sexo. El niño, mujer o varón, quiere ser el falo para captar el deseo
de su madre (este es el primer tiempo del Edipo). La interdicción del incesto (segundo tiempo)
debe desalojar -lo de esta posición ideal de falo materno. Esta interdicción corresponde al padre
simbólico, es decir, a una ley cuya mediación debe ser asegurada por el discurso de la madre.
Pero que no se dirige sólo al niño, sino también a la madre. Por tal causa es comprendida por el
niño como castrándola. En el tercer tiempo interviene el padre real, quien tiene el falo (más
exactamente, quien para el niño es supuesto como teniéndolo), quien, en todo caso, usa de él y
se hace preferir por la madre. El niño, que ha renunciado a ser el falo, va a poder identificarse
con el padre teniendo entonces «en el bolsillo todos los títulos para servirse de él en el futuro».
En cuanto a la niña, este tercer tiempo le ha enseñado hacia qué lado hay que volverse para
encontrar el falo (Seminario V, 1957-58, «Las formaciones del inconciente»).
La castración implica por lo tanto en primer lugar la renuncia a ser el falo, pero también implica
además renunciar a tenerlo, es decir, a pretenderse su amo. Es notable que el falo, que aparece,
bajo innumerables aspectos, en los sueños y los fantasmas, se vea en ellos regularmente
separado del cuerpo. Esta separación es explicada por Lacan como un efecto de la «elevación»
del falo a la función de significante. A partir de que el sujeto está sometido a las leyes del
lenguaje (la metáfora y la metonimia), es decir, a partir de que el significante fálico ha entrado en
juego, el objeto fálico está seccionado imaginariamente.
Correlativamente, es «negativizado» en la imagen del cuerpo, lo que quiere decir que el
investimiento libidinal que constituye el falo no está representado en esta imagen. Lacan cita el
ejemplo de la niña colocada ante el espejo que pasa su mano rápidamente delante de su sexo
como para borrarlo. En cuanto al niño, si se da cuenta pronto de su insuficiencia con relación al
adulto, cuando llegue a serlo comprobará también que no es amo del falo y deberá «aprender a
tacharlo del mapa de su narcisismo para que pueda servirle para algo». De ese falo que separa
del cuerpo, la castración hace al mismo tiempo el objeto del deseo. Pero esto no obedece
simplemente a esta pérdida imaginaria: en primer lugar, obedece a la pérdida real, que la
castración determina. En efecto, la castración hace del objeto parcial, cuya pérdida en el marco
de la relación madre-hijo nunca es definitiva, un objeto definitivamente perdido: el objeto ?.
(Lacan habla al respecto de pago de la libra de carne [ref. a El mercader de Venecia de
Shakespeare].) Este «efecto de la castración» que es el objeto a constituye el fantasma y con
ello mantiene el deseo. Es la «causa del deseo», siendo su objeto el falo. La castración, como lo
dice irónicamente Lacan, es así ese milagro que hace del compañero un objeto fálico.
Con esto, regula las modalidades del goce: autoriza y aun ordena el goce de otro cuerpo («goce
fálico») pero hace obstáculo a que el encuentro sexual pueda ser alguna vez una unificación. 
Pero la castración no recae sólo sobre el sujeto, recae también y en primer lugar sobre el Otro, y
así instaura una falta simbólica. Como se ha dicho antes, en primer término es aprehendida
imaginariamente como castración de la madre. Pero el sujeto debe simbolizar esa falta de la
madre, es decir, debe reconocer que no hay en el Otro una garantía a la que pueda él
engancharse. Fobia, neurosis, perversión, he ahí otras tantas maneras de defenderse de esa
falta.
Lacan no ve en el complejo de castración un límite que el análisis no pueda superar. Distingue el
temor a la castración de su asunción («Acerca del "Trieb" de Freud y del deseo del
psicoanalista», 1964; Escritos, 1966). El temor a la castración es ciertamente normalizante,
puesto que hace interdicción al incesto, pero fija al sujeto en una posición de obediencia al padre
que testimonia que el Edipo no ha sido superado. Por el contrario, la asunción de la castración es
la asunción de la «falta que crea el deseo», un deseo que deja de estar sometido al ideal
paterno. 


Castración
(complejo de)
Alemán: Kastrationskomplex. 
Francés: Complexe de castration. 
Inglés: Castration complex.
fuente(71) 
El término castración deriva del latín castratio y apareció a fines del siglo XIV para designar la
operación mediante la cual se priva a un hombre o un animal de sus glándulas genitales,
condición de su reproducción. En tal sentido, es sinónimo de la palabra, más reciente,
"emasculación", que el uso contemporáneo tiende a privilegiar para designar la ablación real de
los testítulos. Para la ablación de los ovarios se emplea "ovariectomía".
Sigmund. Freud llama complejo de castración al sentimiento inconsciente de amenaza que
experimentan los niños cuando constatan la diferencia anatómica de los sexos.
El primer ritual de castración se consagraba a Cibeles, la gran diosa madre de Frigia. Madre de
todos los dioses, ella provocó la locura de Atis, su amante e hijo. Cuando él quiso casarse, ella
se lo impidió, y Atis se castró a sí mismo antes de suicidarse. Conmemorando el acto de Atis, los
adeptos al culto de esta diosa madre tomaron la costumbre de mutilarse en la embriaguez y el
éxtasis de las fiestas culturales. Practicada más tarde en la Roma imperial, la castración, o
autoemasculación, consistía en una ablación de los testículos y el pene.
Con el progreso del cristianismo se superaron estos rituales y, en el año 395, el papa León I
prohibió todas las prácticas de emasculación voluntaria. El siglo XVIII hizo una excepción con los
castrados, y a lo largo de la Ilustración las voces agudas de estos hombres jóvenes fueron
puestas al servicio de la liturgia, a pesar de la condena del papa Clemente XIV. En esa misma
época, la castración era practicada en Rusia por la curiosa secta mística de los Skoptzy (del 
ruso skopets: castrado). En la India, esta práctica continúa teniendo adeptos en el siglo XX, en la
comunidad de los Hij¡ras.
En una breve carta a Wilhelm Fliess del 24 de septiembre de 1900, Freud recomienda a su amigo
la lectura de un libro de Conrad Rieger dedicado a la castración.
El término aparece más tarde en La interpretación de los sueños. Freud, confundiendo a Zeus
con Cronos, le atribuye al primero la emasculación del segundo, cuando, en realidad, en el mito
es Cronos quien castra a su padre Urano. Al año siguiente, en Psicología de la vida cotidiana,
analizó su error, y en 1911 añadió comentarios a la reedición de La interpretación de los
sueños.
En un texto de 1908 dedicado a las teorías sexuales infantiles, Freud observa que la primera de
las teorías sexuales elaboradas por los niños "consiste en atribuir a todos los seres humanos,
incluso del sexo femenino, un pene, como el que el niño conoce a partir de su propio cuerpo".
Freud observa al mismo tiempo la imposibilidad que tiene el niño pequeño de representarse a una
persona que no tenga ese elemento esencial. Evocando el caso de "Juanito" (Herbert Graf),
cuya cura constituyó el marco clínico para la introducción del concepto de castración en su
teoría, Freud señala que, enfrentado a la anatomía de su hermanita, el niño violenta su propia
percepción y, en lugar de constatar la ausencia del miembro, predice que va a crecer. Con
respecto a este tema, sólo mucho más tarde, en 1923, Freud hablará de renegación, en un
artículo titulado "La organización sexual infantil", que en 1930 incorporó en parte a sus Tres
ensayos de teoría sexual.
Fue en ese mismo texto de 1923 donde Freud insertó el complejo de castración en el conjunto de
su teoría del desarrollo sexual. Lo relacionó entonces con el complejo de Edipo, reconociéndolo
como universal. Para ello fue necesario describir el estadio fálico, caracterizado por la ausencia
de representación psíquica del sexo femenino; la diferencia de los sexos se organizaba en torno
a la posesión o no posesión del falo: "La oposición -escribe Freud- se enuncia como sigue:
órgano genital masculino o castrado".
El complejo de castración está constituido por dos representaciones psíquicas. Por una parte, el
reconocimiento, que implica la superación de la renegación, observada en el punto de partida, de
la diferencia anatómica de los sexos. Por otra parte,'y como consecuencia de esa constatación,
la rememoración o actualización de la amenaza de castración de la que ha sido objeto el niño
varón -amenaza oída realmente o fantaseada, sobre todo al ser sorprendido en actividades
masturbatorias, y que se manifiesta en la posterioridad-. Para Freud, el padre (o la autoridad
parental) es el agente directo o indirecto de esta amenaza. En la niña, la castración es atribuida a
la madre, con la forma de una privación del pene.
El complejo de castración, además de la renuncia parcial a la masturbación, implica el abandono
de los deseos edípicos: en este sentido, señala en el varón la salida del Edipo y la constitución, 
por identificación con el padre o su sustituto, del núcleo del superyó, lo que Freud resume con
una frase lapidaria en 1925: "...el complejo de Edipo tiene su fin en la amenaza de castración".
Las cosas ocurren de otro modo en las niñas, según Freud intenta explicarlo en otro artículo,
aparecido el mismo año y titulado "Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica
entre los sexos": "Mientras que el complejo de Edipo del varón se desmorona por efecto del
complejo de castración, el de la niña es posible e introducido por el complejo de castración". Es
esta entrada en el complejo de Edipo, bajo el efecto del complejo de castración, la que lleva a la
niña a alejarse del objeto materno para orientarse hacia el deseo del pene paterno y, más allá de
esto, hacia la heterosexualidad.
En escritos más tardíos ("Análisis terminable e interminable" y Esquema del psicoanálisis), Freud
vuelve sobre la cuestión de la castración, para reconocer la imposibilidad del renunciamiento
total a los primeros deseos, y habla en este sentido de la "roca de origen" o "fondo de roca" que
se encuentra en todo análisis.
Aunque, en un artículo de 1917 consagrado al erotismo anal, el propio Freud abrió el camino para
una extensión de la figura de castración más allá de su marco original, postulando una
equivalencia, en el plano de la separación, entre pene, excremento y niño que nace, el maestro
se opuso a las diversas concepciones metafóricas de la castración. En Inhibición, síntoma y
angustia, aunque considerando con simpatía la tesis de Otto Rank sobre el trauma del nacimiento
como forma primera de la angustia de castración, se mantiene a distancia de ella, insistiendo,
según lo indican Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis, en que el complejo de castración siga
siendo pensado en la categoría del fantasma si se trata de la amenaza, y como originario si se
trata de la articulación con el Edipo. El complejo de castración, subrayan los mismos autores,
debe también "ser referido al registro cultural", con lo que esto implica en cuanto a la prohibición
y la ley constitutiva del orden humano.
En su seminario de los años 1956-1957, La relación de objeto, Jacques Lacan, sobre todo a
través de una relectura del análisis de "Juanito", trata con amplitud el concepto de castración,
que ubica en la perspectiva de su teoría del significante. Distingue entonces la castración de la
frustración y la privación, situándolas con respecto al agente y el objeto, en el marco de las
instancias de su tópica (real, imaginario y simbólico). La castración se opone a la privación
desde el punto de vista del agente: el "Padre real", inalcanzable e impensable, en el sentido en
que puede decirse de un ser que uno nunca sabe "con quien trata realmente", en lo que
concierne a la castración; el "Padre imaginario", padre horrible con el cual, a la inversa, uno trata
continuamente, tanto en la vida cotidiana como en los textos de Freud, en lo que concierne a la
privación.
Desde el punto de vista del objeto, la castración sólo puede ser la representación simbólica de la
amenaza de desaparición, en la medida en que no concierne al pene, objeto real, sino al falo,
objeto imaginario. Este desplazamiento le permite a Lacan establecer la ausencia de diferencia
entre la niña y el varón desde el punto de vista del desarrollo del Edipo, pues una y otro desean 
en un primer momento ser el falo de la madre, posición incestuosa de la que deben ser
desalojados por el "Padre simbólico", marca ineludible del significante, antes de tropezar con el
"Padre real", portador del falo y reconocido como tal por la madre, Más allá, este enfoque se
abre sobre la concepción lacaniana de la psicosis, en la cual la evitación de la castración
simbólica conduce a su retorno en lo real. 


Catarsis
fuente(72) 
Catharsis es la palabra griega utilizada por Aristóteles para designar el proceso de purga o
eliminación de las pasiones que se produce cuando el espectador asiste en el teatro a la
representación de una tragedia. El término fue retomado por Sigmund Freud y Josef Breuer,
quienes, en los Estudios sobre la histeria, denominaron método catártico al procedimiento
terapéutico mediante el cual un sujeto logra eliminar sus afectos patógenos, y después
abreactuarlos, al revivir los acontecimientos traumáticos a los que aquéllos están ligados.
El concepto de catarsis ha sido objeto de una discusión interminable a lo largo de siglos, tanto en
el dominio de la estética como en el de la filosofía. En 1857, Jacob Bernays (1824-1881), el tío de
Martha Bernays, futura esposa de Sigmund Freud, publicó una obra médica sobre el tema.
Oponiéndose a Lessing (1729-1781), quien había dado a esta palabra una interpretación moral,
haciendo de la catarsis una "depuración" o una "purificación", Bernays subrayaba que
Aristóteles, hijo de un médico, se había inspirado en el corpus hipocrático. De allí la idea de que
el tratamiento debía hacer surgir el elemento opresivo para provocar un alivio, más bien que
hacerlo retroceder mediante una transformación ética del sujeto. Se trataba de hacer salir del
sujeto, mediante la palabra, un secreto patógeno, consciente o inconsciente, que lo ponía en
estado de alienación,
Entre 1857 y 1880 se publicó una cantidad considerable de trabajos en lengua alemana sobre
esta noción, inspirados en el de Bernays. En Viena, donde reinaba el nihilismo terapéutico, las
tesis de Bernays fueron sometidas a diversos exámenes críticos, y siguiendo las huellas de esta
gran moda de la catarsis, Josef Breuer y Sigmund Freud, ambos marcados por la enseñanza
aristotélica de Franz Brentano, recurrieron al concepto.
Éste apareció por primera vez en la pluma de ambos en 1893, al mismo tiempo que el de
abreacción, en la "Comunicación preliminar" que, dos años más tarde, iba a ser el capítulo
inaugural de los Estudios sobre la histeria: "La reacción del sujeto que sufre algún daño sólo
tiene un efecto verdaderamente «catártico» cuando es verdaderamente adecuada, como en la
venganza. Pero el ser humano encuentra en el lenguaje un equivalente del acto, equivalente
gracias al cual el afecto puede ser «abreactuado» casi de la misma manera."
Como lo ha subrayado Albrecht Hirschmüller en 1978, los dos autores empleaban este término
desde bastante tiempo antes. Sin embargo, es a Breuer a quien hay que atribuir la creación del
método. Freud lo utilizó a su vez para el tratamiento de Emmy von N. (Fanny Moser).
En Francia, hacia la misma época, Pierre Janet creó un método muy próximo (recuperación de un
recuerdo y abreacción), al que dio el nombre de "disociación verbal" o "desinfección moral".
Janet reivindicaba la prioridad de la invención. Por ello, para evitar una disputa acerca de este
tema entre París y Viena, Breuer, impulsado por Freud, presentó el caso "Anna O." (Bertha
Pappenheim) como prototipo de una cura catártica. Los trabajos de la historiografía experta, 
inaugurados por Henri F. Ellenberger, y continuados por Hirschmüller, han permitido restablecer
la verdad acerca de este caso princeps.
Más allá de la disputa acerca de la prioridad, entre el procedimiento de Janet y el de Breuer
existe una diferencia radical. Aunque en ambos casos el médico interroga al paciente bajo
hipnosis para acceder a las representaciones inconscientes, Janet procede por sugestión, sin
buscar el acontecimiento inicial responsable del efecto patógeno, mientras que Breuer, por el
contrario, busca el elemento original, para ligarlo a los afectos y provocar la abreacción. De
modo que, desde el punto de vista teórico, hay pocas semejanzas entre los dos métodos.
En la historia del psicoanálisis, el método catártico pertenece al campo del hipnotismo. Al
desprenderse progresivamente de la práctica de la hipnosis, entre 1880 y 1895, Freud pasó por
la catarsis para crear el método psicoanalítico propiamente dicho, basado en la asociación libre,
es decir, en la palabra y el lenguaje. 


Catártica
(cura)
fuente(73) 
La noción de «cura catártica» se originó en el ensayo publicado en 1857 por el helenista Jakob
Bernays (tío político de Freud), con el título de «Elementos del escrito perdido de Aristóteles
sobre la acción de la tragedia» (Grundzüge der verlorenen Abhandlung des Aristoteles über die
Wirkung der Tragödie). Ese texto, junto con un artículo de 1853, «Complemento a la Poética de
Aristóteles» [Ergünzung zu Aristoteles Poetik], fue reimpreso en 1880, hajo el título de Zwei
Abliandlungen über die Aristotlischen Theorie des Dramas, sin sufrir modificaciones esenciales.
Allí, Bernays comenta en particular un escrito de Jámblico en el que se evoca el «culto sin
mácula» del falo. Cuando la fuerza de las pasiones humanas es contenida en el alma, ésta
puede ser purificada mediante ceremonias orgiásticas que le restituyen el equilibrio al permitirle
exteriorizar su excitación. Más allá de la supervivencia de la tradición aristotélica transmitida por
la parte de la Poética que se conserva, corresponde por lo tanto remontar a esta fuente no sólo
el nombre de «cura catártica» sino también, y más profundamente, su concepción misma, según
lo atestigua la traducción de Bernays, con la palabra alemana Zurückdrangen, del griego
«eirgomenai» para las asiones «refrenadas». Asimismo Bernays, citando a Proclo, escribe que
«debemos cuidarnos de la tragedia y la comedia, que imitan costumbres de todo tipo y golpean a
ciegas a los espectadores, por miedo a que su fuerza de atracción, habiendo arrastrado a una
comunidad de afectos que es fácilmente ocultable, vaya a plagar la vida de los niños con males
nacidos de la ilusión, y haga nacer en las almas, en lugar de una homeopatía moderada con
respecto a las pasiones, un hábito malo e imborrable»; la «sympatheia» que menciona recuerda
en seguida el término «Mitgenuss» («co-goce») con el que Freud designará el proceso de la
sublimación en las Conferencias de introducción al psicoanálisis.
También se debe subrayar que Freud desligó claramente el proceso de sublimación de la
definición heredada de Breuer de la «cura catártica», así como de su práctica. Freud recuerda
reiteradamente la distancia que separa al psicoanálisis de dicha cura. Ya no se trata de
«abreaccionar» una energía no liquidada, sino de descubrir y elaborar el deseo inconsciente del
sujeto a través de sus manifestaciones transferenciales. En suma, si bien puede ser útil restituir 
la filiación de la cura catártica, e incluso algunas de sus prolongaciones freudianas a partir del
precedente de la «purificación» antigua, lo es para no sustituirla por modelos que están lejos de
agotar su sentido.
Es cierto que Lacan, en La ética del psicoanálisis, procura desolidarizar a Freud de la
interpretación «médica» que Lamblin ejemplificó en el siglo XVI con su referencia a Aristóteles.
No obstante, el trabajo de Bernays interesa, no sólo porque fija una filiación histórica, sino
también porque sugiere que una crítica de la interpretación «médica» de la «purificación» aún
tiene que superar la objeción suscitada por la interferencia originaria de una cierta «medicina»
antigua con el reconocimiento de las raíces propiamente «éticas» del equilibrio psicofísico. 


Catártico
(método)
fuente(74) 
(fr. méthode cathartique; ingl. cathartic method; al. kathartische Methode). Todo método
terapéutico dirigido a obtener una situación de crisis emocional tal que esta manifestación crítica
provoque una solución del problema que la crisis escenifica.
Aristóteles hizo de la catharsis el pivote de su concepción de la tragedia: la función trágica
consistiría en «purificar» las malas pasiones (terror, piedad) por medio de su puesta en juego
con ocasión de la representación de actos «virtuosos y realizados». J. Breuer y S. Freud
retoman luego este término para designar su primer método psicoanalítico: la revivencia de una
situación traumática liberaría el afecto «olvidado» y este restituiría al sujeto la movilidad de sus
pasiones. La catarsis está ligada a la práctica de la hipnosis por Freud; la mejor prueba de ello
es que, cuando elabora las nociones de trasferencia y libre asociación, y con esto abandona la
hipnosis, abandona también la catarsis. Mucho tiempo después (1920), Freud indicará que
produjo este abandono cuando reparó en la paradoja que trae consigo la noción de catarsis: si,
en efecto, toda revivencia de la escena trae una purificación, no se ve por qué al renovar su
repetición no se sigue un alivio mayor. Por otra parte, no se ve tampoco por qué el hecho de vivir
una escena traumática debería abolir su nocividad. La trasferencia no se reduce a una
revivencia de una escena antigua. El abandono de la noción de catarsis debía marcar el
verdadero nacimiento del método psicoanalítico. 


Catexis
Al.: Besetzung. - 
Fr.: charge o investissement. - 
Ing.: cathexis. - 
It.: carica o investimento. - 
Por.: carga o investimento.
fuente(75) 
Concepto económico, la catexis hace que cierta energía psíquica se halle unida a una
representación o grupo de representaciones, una parte del cuerpo, un objeto, etcétera.
En francés se admite la traducción Besetzung por catexis (algunas veces se encuentra:
ocupación). En castellano, traduciremos catexis; a este respecto haremos una observación: el 
verbo alemán besetzen tiene muchos sentidos, entre ellos el de ocupar (por ejemplo, ocupar un
lugar o, militarmente, una ciudad, un país); en francés, investissement evoca especialmente, por
una parte, en el lenguaje militar, el hecho de sitiar una plaza (y no de ocuparla), y por otra, en el
lenguaje financiero, la colocación de capital en una empresa (sin duda este último sentido es el
que prevalece actualmente para la conciencia lingüística común). Así, pues, los términos alemán
y francés no son exactamente superponibles, y el término francés parece inducir de un modo
más espontáneo a comparar la «economía» que consideraba Freud a aquella de la que trata la
ciencia económica.
El término Besetzung es de empleo constante en la obra freudiana; su extensión, su alcance,
han podido variar, pero se halla presente en todas las etapas del pensamiento de Freud.
Aparece en 1895 en los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie) y en el Proyecto de
psicología científica (Entwurf einer Psychologie), pero algunos términos afines, como «suma de
excitación» y «valor afectivo», son incluso anteriores (1893, 1894): desde su prólogo a la obra
de Bernheim De la sugestión y de sus aplicaciones a la terapéutica (Die Suggestion und ihre
Heilwirkung, 1888-1889), Freud habla de desplazamientos de excitabilidad dentro del sistema
nervioso (Verschiebungen von Erregbarkeit im Nervensystem). Esta hipótesis tiene un origen a
la vez clínico y teórico.
Clínicamente, el tratamiento de los neuróticos, especialmente de los histéricos, impone a Freud la
idea de una distinción fundamental entre las « representaciones » y el «quantum de afecto» con
la que aquéllas, se hallan catectizadas. Así, un acontecimiento importante en la historia del sujeto
puede ser evocado con indiferencia, y el carácter displacentero o intolerable de una experiencia
puede atribuirse a un acontecimiento anodino en lugar de a aquel que, originalmente, provocó el
displacer (desplazamiento, «falsa conexión»). La cura, tal como se describe en los Estudios
sobre la histeria, al restablecer la conexión entre las diferentes representaciones que
intervienen, restablece la relación entre el recuerdo del acontecimiento traumático y el afecto,
favoreciendo así la descarga de éste (abreacción). Por otra parte, la desaparición de los
síntomas somáticos en la histeria es correlativa a la evocación de las experiencias afectivas
reprimidas, lo que hace suponer que, inversamente, el síntoma se ha producido por conversión
de una energía psíquica en «energía de inervación».
Estos hechos, y especialmente los de la conversión, parecen basarse en un verdadero principio
de conservación de una energía nerviosa, siendo ésta capaz de adoptar distintas formas. Esta
concepción se encuentra formulada sistemáticamente en el Proyecto de psicología científica,
que describe el funcionamiento del aparato nervioso haciendo intervenir únicamente variaciones
de energía dentro de un sistema de neuronas. En este trabajo, la palabra Besetzung designa
tanto el acto de catectizar una neurona (o un sistema), es decir, cargarlo de energía, como la
cantidad de energía catectizada, en particular una energía «quiescente». 
Más tarde, Freud se desprenderá de estos esquemas neurológicos, transponiendo el concepto
de energía de catexis al plano de un «aparato psíquico». Así, en La interpretación de los sueños
(Die Traurndeutung, 1900), muestra cómo la energía de catexis se reparte entre los diversos
sistemas. El sistema inconsciente se halla sometido, en su funcionamiento, al principio de la
descarga de las cantidades de excitación; el sistema preconsciente intenta inhibir esta descarga
inmediata al mismo tiempo que destina pequeñas cantidades de energía a la actividad de
pensamiento necesaria para la exploración del mundo exterior: «[...] postulo que, por razón de
eficacia, el segundo sistema logra mantener la mayor parte de sus catexis de energía en estado
de reposo y emplear solamente una pequeña parte de ella desplazándola» (véase: Energía libre -
energía ligada).
No obstante, se observará que la transposición a que somete Freud las tesis del Proyecto de
psicología científica no implica el abandono de toda referencia a la idea de una energía
nerviosa. «El que quiera tomar en serio estas ideas --observa Freud- debería investigar sus
analogías físicas y abrirse camino para representarse el proceso de movimiento en la excitación
de las neuronas».
La elaboración del concepto de pulsión aporta una respuesta al problema que había quedado
pendiente en la conceptualización económica de La interpretación de los sueños: la energía de
catexis es la energía pulsional que proviene de fuentes internas, ejerce un empuje constante e
impone al aparato psíquico la tarea de transformarla. Así, una expresión como «catexis libidinal»
significa: catexis por la energía de las pulsiones sexuales. En la segunda teoría del aparato
psíquico, el ello, polo pulsional de la personalidad, se convierte en el origen de todas las catexis.
Las otras instancias toman su energía de esta fuente primaria.
La noción de catexis, como la mayor parte de las nociones económicas, forma parte del aparato
conceptual de Freud, pero éste no dio de ella una elaboración teórica rigurosa.
En parte, estos conceptos los recibió el «joven Freud» de los neurofisiólogos que sobre él
influyeron (Brücke, Meynert, etc.). Este estado de cosas explica parte de la incertidumbre en que
se encuentra el lector de Freud en cuanto a la respuesta que debe darse a cierto número de
preguntas:
1) El empleo de la palabra catexis presenta siempre una ambigüedad que no ha sido eliminada
por la teoría analítica. La mayoría de las veces es interpretada en sentido metafórico: entonces
indica una simple analogía entre las operaciones psíquicas y el funcionamiento de un aparato
nervioso concebido según un modelo energético.
Cuando se habla de catexis de una representación, se define una operación psicológica en un
lenguaje que se limita a evocar, en forma analógica, un mecanismo fisiológico que podría ser
paralelo a la catexis psíquica (por ejemplo, catexis de una neurona, de un engrama). En cambio, 
cuando se habla de catexis de un objeto, oponiéndola a la catexis de una representación, se
pierde el soporte del concepto de un aparato psíquico como sistema cerrado análogo al sistema
nervioso. De una representación puede decirse que está cargada y que su destino depende de
las variaciones de esta carga, mientras que la catexis de un objeto real, independiente, no puede
tener el mismo sentido «realista». Una noción como la de introversión (paso de la catexis de un
objeto real a la catexis de un objeto imaginario intrapsíquico) pone de manifiesto esta
ambigüedad: resulta difícil concebir la idea de una conservación de la energía cuando se
produce esta retirada.
Algunos psicoanalistas creen ver en la palabra «catexis» la garantía objetiva de que su
psicología dinámica se halla en relación con la neurofisiología. En efecto, al utilizar expresiones
como: catexis de una parte del cuerpo, catexis del aparato perceptivo, etc., se puede tener la
impresión de que se emplea un lenguaje neurológico y se establece la transición entre la teoría
psicoanalítica y una neurofisiología, pero de hecho ésta no es más que una transposición de
aquélla.
2) Otra dificultad se presenta cuando se intenta relacionar la noción de catexis con las
concepciones tópicas. Por una parte, se considera que toda energía de catexis tiene su origen
en las pulsiones; pero, por otra, se habla de una catexis propia de cada sistema. La dificultad es
apreciable en el caso de la catexis llamada inconsciente. En efecto, si se considera que esta
catexis es de origen libidinal, se tiende a concebirla como empujando incesantemente a las
representaciones catectizadas hacia la conciencia y la motilidad; pero a menudo Freud habla de
catexis inconsciente como de una fuerza de cohesión propia del sistema inconsciente y capaz
de atraer hacia él las representaciones: esta fuerza desempeñaría un papel fundamental en la
represión. Cabe preguntarse entonces si la palabra «catexis» no designa nociones
heterogéneas.
3) ¿Es posible limitar la noción de catexis a su acepción económica? Ciertamente Freud la asimila
a la idea de una carga positiva atribuida a un objeto o a una representación. Pero, en el plano
clínico y descriptivo, ¿no adquiere un sentido más amplio? En efecto, en el mundo personal del
sujeto, los objetos y las representaciones se hallan afectados de ciertos valores que organizan
el campo de la percepción y del comportamiento. Por una parte, estos valores pueden aparecer
como cualitativamente heterogéneos, hasta el punto de que es difícil concebir equivalencias y
substituciones entre ellos. Por otra parte, se constata que ciertos objetos cuyo valor no está
totalmente enunciado para el sujeto, se hallan afectados no de una carga positiva, sino de una
carga negativa: así, el objeto fóbico no se halla carente de catexis, sino intensamente
«catectizado» como objeto que-debe-ser-evitado.
En vista de ello se puede sentir la tentación de abandonar el lenguaje económico y traducir el
concepto freudiano de catexis dentro de una conceptualización inspirada en la fenomenología,
en la que prevalecerían las ideas de intencionalidad, objeto-valor, etc. Incluso en el lenguaje de
Freud se pueden hallar expresiones que justificarían este modo de ver. Así, en su articulo en 
francés Quelques considérations pour une étude comparative des paralysies motrices
organiques et hystériques, 1893, da como equivalente de Affektbetrag (quantum de afecto) el
término «valor afectivo». En otros trabajos, el término de catexis parece connotar menos una
carga medible de energía libidinal que fines afectivos cualitativamen te diferenciados: así, cuando
falta al lactante el objeto materno, se califica de «catectizado de nostalgia»
(Sehnsuchtbesetzung).
Cualesquiera que sean las dificultades que plantea la utilización de la noción de catexis, de
hecho los psicoanalistas difícilmente pueden prescindir de él para explicar numerosos datos
clínicos e incluso para apreciar la evolución de la cura. Ciertas afecciones parecen evidenciar la
idea de que el sujeto tiene a su disposición una determinada cantidad de energía, que él repartiría
en forma variable en su relación con sus objetos y consigo mismo. Así, en un estado como el de
duelo, el manifiesto empobrecimiento de la vida de relación del sujeto halla su explicación en una
sobrecatexis del objeto perdido, como si se estableciera un verdadero equilibrio energético entre
las diferentes catexis de los objetos exteriores o fantaseados, del propio cuerpo, del yo, etc. 


Censura
fuente(76) 
s. f. (fr. censure; ingl. censorship; al. Zensur). Función psíquica que impide la emergencia de los
deseos inconcientes en la conciencia si no es disfrazados.
El fin de la censura es enmascarar los contenidos de los deseos inconcientes a fin de que sean
irreconocibles para la conciencia. En la primera tópica, la censura se ejerce en el límite de los
sistemas inconciente, de un lado, y preconciente-conciente, del otro. Debe notarse, sin embargo,
que Freud habla también de censura entre preconciente y conciente.
Los procedimientos de deformación utilizados por la censura son el desplazamiento y la
condensación, la omisión y la trasformación en lo contrario de una representación. Estos
procedimientos son los del trabajo del sueño. 
Censura
Censura
Al.: Zensur. - 
Fr.: censure. - 
Ing.: censorship. - 
It.: censura. - 
Por.: censura.
fuente(77) 
Función que tiende a Impedir, a los deseos inconscientes y a las formaciones que de ellos
derivan, el acceso al sistema preconsciente-consciente.
El término «censura» se encuentra principalmente en los textos freudianos que hacen referencia
a la «primera tópica». Freud cita por vez primera en una carta a Fliess del 22-XII-1897, para
explicar el carácter aparentemente absurdo de ciertos delirios: «¿Has tenido alguna vez ocasión
de ver un periódico extranjero censurado por los rusos al atravesar la frontera? Se han tachado
palabras, frases o párrafos enteros, de tal forma que lo que queda resulta ininteligible». El
concepto de censura se desarrolla en La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung,
1900), donde su existencia se postula para explicar los diversos mecanismos de deformación
(Entstellung) del sueño. 
Según Freud, la censura es una función permanente: constituye una barrera selectiva entre los
sistemas inconsciente, por una parte, y preconsciente-consciente, por otra, y se halla, por
consiguiente, en el origen de la represión. Sus efectos se distinguen con mayor claridad cuando
se relaja parcialmente, como sucede en el sueño: el estado onírico impide -a los contenidos del
inconsciente abrirse paso hasta la motilidad, pero, como aquéllos ofrecen el peligro de oponerse
al deseo de dormir, la censura continúa funcionando en forma atenuada.
Según Freud, la censura actúa no solamente entre los sistemas inconsciente y preconsciente,
sino también entre preconsciente y consciente. «Admitimos que el tránsito de un sistema al
siguiente más elevado, y por consiguiente a todo progreso hacia una fase superior de
organización psíquica, corresponde una nueva censura». De hecho, hace observar Freud,
convendría considerar, más que dos censuras, una sola que « se hace avanzar».
En el esquema de su segunda teoría del aparato psíquico, Freud se ve inducido, por una parte, a
incluir la función de censura en el campo más amplio de la defensa y, por otra parte, a
preguntarse a qué instancia psíquica debe adscribirse.
Con frecuencia se ha señalado que el concepto de censura prefiguraba el de superyó; el
carácter antropomórfico de este último ya se observa en algunas descripciones que da Freud de
la censura: entre la «antecámara» donde se apiñan los deseos inconscientes y el «salón» donde
reside la conciencia, vela un guardián, más o menos vigilante y perspicaz, el censor. Al crear el
concepto de superyó, Freud lo relaciona con lo que primeramente había descrito como censura:
« [...] esta instancia de autoobservación, ya la conocemos: es el censor del yo, la conciencia
moral; es la misma que durante la noche ejerce la censura de los sueños, y de ella parten las
represiones de deseos inadmisibles».
En los trabajos ulteriores de Freud, aunque la cuestión no se plantee de un modo explícito, las
funciones de la censura, en especial la deformación del sueño, se atribuyen al yo.
Conviene señalar que, cada vez que se emplea este término, se halla presente su acepción
literal: eliminación, que se manifiesta, dentro de un razonamiento articulado, por «lagunas» o
alteraciones, de pasajes considerados inaceptables. 
Censura
Censura
fuente(78) 
Desde los Estudios sobre la histeria (1895), Freud atribuye a la acción de la censura las
manifestaciones de resistencia que relaciona con la defensa, el rechazo o la represión. Más
tarde la tendrá por responsable de las deformaciones y el desplazamiento en el sueño: estando
cerrada la vía de la motilidad, la represión se atenúa y se reduce a la censura, que puede dejar
pasar lo reprimido al precio de diversos disfraces, omisiones y modificaciones, así como de una
elaboración secundaria unificadora. No obstante, como se indica en Metapsychologie (1915),
hay censura en por lo menos dos niveles: por una parte entre el inconsciente y el preconsciente,
y por la otra, entre este último y la conciencia. Además, en particular a partir de «Introducción del
narcisismo» (1914), Freud identifica una instancia de censura como voz de la conciencia moral,
agente de crítica, prohibición y observación que más tarde denominará superyó. Parece
entonces que esta instancia, en parte inconsciente, interviene siempre que se mezclan
satisfacción y castigo. Autoridad interiorizada, forma parte, juntamente con el empuje de lo
reprimido, de los procesos primarios en la formación del sueño y el síntoma. Pero rechazada al
exterior, existe el riesgo de que vuelva como mirada que inspecciona los pensamientos o como
voz alucinada. En cuanto a su función en los delirios, Freud la articula en su ensayo 
«Construcciones en el análisis» (1937), donde vuelve a examinar su relación con la verdad
histórica. 
Censura
Censura
Alemán: Zensur 
Francés: Censure. 
Inglés: Censorship.
fuente(79) 
Instancia psíquica que impide que emerja en la conciencia un deseo de naturaleza inconsciente,
y lo hace aparecer bajo una forma disfrazada.
El término censura fue empleado por primera vez por Sigmund Freud en diciembre de 1897, en
una carta a Wilhelm Fliess, donde compara el carácter absurdo de ciertos delirios con el
fenómeno clásico de la censura en política: "¿Has tenido la oportunidad de ver un diario
extranjero censurado por los rusos al pasar por la frontera? Aparecen tachadas palabras,
frases, párrafos enteros, de manera que el resto se vuelve ininteligible." Esta idea de tachadura
e ilegibilidad es retomada en 1900 en La interpretación de los sueños, para designar los
disfraces impuestos a la expresión del sueño (condensación y desplazamiento) por el proceso
de la represión.
En el marco de la primera concepción tópica del aparato psíquico (1900-1920), la censura se
ejerce por una parte entre el inconsciente y el preconsciente, y por la otra entre el preconsciente
y el consciente: así, a cada progreso hacia un estadio superior de organización psíquica le
corresponde una nueva censura.
En 1914, en "Introducción del narcisismo", Freud comienza a identificar la censura con una
conciencia moral, lo que más tarde, en el marco de su segunda concepción tópica del aparato
psíquico (1920-1939), lo llevará a identificar la censura con el superyó, es decir, con una
instancia que funciona como un "censor del yo". 


Charcot Jean Martin
(1825-1893) Médico y neurólogo francés
fuente(80) 
El nombre de Jean Martin Charcot es inseparable de la historia de la histeria, de la hipnosis y de
los orígenes del psicoanálisis, pero también de esas mujeres locas, expuestas, atendidas y
fotografiadas en el Hospital de la Salpétriére en actitudes pasionales: Augustine, Blanche
Wittmann, Rosalie Dubois, Justine Etchevery. Estas mujeres, sin las cuales Charcot no habría
conocido la gloria, provenían todas del pueblo. Sus convulsiones, sus crisis, sus ataques, sus
parálisis, eran sin ninguna duda de naturaleza psíquica, pero seguían a traumas sufridos en la
infancia, a violaciones, a abusos sexuales: en síntesis, a esa miseria del alma y del cuerpo tan
bien descrita por el maestro en sus Leçons du mardi.
Esta miseria pudo ser captada en vivo gracias al talento de Désiré-Magloire Bourneville
(1840-1909), cuyo destino fue inseparable del de Charcot. Médico, socialista y anticlerical,
alumno y editor del "César" de la Salpêtrière, luchó por el mejoramiento de la suerte de los
internados. Él, junto con Paul Regnard, creó la Iconographie photographique de la Salpêtrière,
verdadero laboratorio de las representaciones visuales de la histeria.
último gran representante de la primera psiquiatría dinámica y rival de Hippolyte Bernheim,
Charcot desempeñó un papel fundamental en la formación el joven Sigmund Freud, que asistió
deslumbrado a sus demostraciones clínicas de la Salpêtrière entre octubre de 1885 y febrero de
1886. Después intercambió con él varias cartas, y tradujo el primer volumen de sus Leçons du
mardi. Cuando Charcot murió, en 1893, Freud le dedicó un hermoso artículo necrológico, en el 
que se puede leer: "No fue un rumiador de pensamientos, ni un pensador, sino una naturaleza
artísticamente dotada en sus propios términos, un visual, un vidente". Más adelante, Freud
compara a Charcot con Georges Cuvier (1769-1832), y opone su trabajo experimenta¡ al de la
clínica alemana: "Cierto día, estábamos reunidos un pequeño grupo de extranjeros que,
educados en la fisiología académica alemana, lo importunábamos discutiendo sus innovaciones
clínicas: «Pero esto no puede ser -le objetó uno de nosotros-, contradice la teoría de
Young-HeImholtz». Él no contestó «Tanto peor para la teoría, los hechos clínicos tienen
presencia», etcétera, sino que nos dijo, causándonos una gran impresión: «La teoría está bien,
pero no impide existir»."
Nacido en París, con un padre fabricante de carrozas que le transmitió su talento de diseñador,
Charcot se orientó hacia la medicina ayudado por Pierre Rayer, médico personal del emperador
Napoleón III. Médico de hospital, y después agregado de medicina, en 1862 fue nombrado jefe de
servicio de la Salpêtrière, donde estudió, con Alfred Vulpian, las enfermedades neurológicas.
Valiéndose del método anatomoclínico describió la enfermedad que lleva su nombre: la
esclerosis lateral amiotrófica. Por sus trabajos fue nombrado profesor de clínica de
enfermedades nerviosas en la cátedra de neurología, la primera del mundo, creada para él por
Léon Gambetta (1838-1882).
En 1870 se volvió hacia la histeria, en ocasión de una reorganización física del hospital. En
efecto, la administración decidió separar a las alienadas de las epilépticas (no alienadas) y de
las histéricas. Como estas dos últimas categorías de enfermas presentaban signos convulsivos
idénticos, se decidió reunirlas en una sala especial: la sala de las epilépticas simples.
En la estela directa de la mirada anatomoclínica heredada de Claude Bernard (18131878),
Charcot inauguró entonces un modo de clasificación que distinguía la crisis histérica de la crisis
epiléptica, y permitía que la enferma histérica se sustrajera a la acusación de que simulaba. De
tal modo abandonó la definición antigua de la histeria, para reemplazarla por la definición
moderna de neurosis. Le atribuyó a esta última un origen traumático vinculado con el sistema
genital, y después demostró la existencia de la histeria masculina traumática, muy discutida en la
época, tanto en Viena como en París. En otras palabras, convirtió la histeria en una enfermedad
nerviosa y funcional, de origen hereditario y orgánico. Y para diferenciarla de una vez por todas
de la simulación, recurrió a la hipnosis: durmiendo a las mujeres en el escenario de la Salpêtrière,
creaba experimentalmente síntomas histéricos que de inmediato hacía desaparecer,
demostrando de tal modo el carácter neurótico de la enfermedad. En este punto iba a ser
atacado por Bernheim.
Para explicar que la histeria no era una enfermedad del siglo, sino un mal estructural en el ámbito
de una nosografía específica, Charcot demostró que sus estigmas eran identificables en las
obras de arte del pasado. Con tal fin publicó, en 1887, Les démoniaques dans l'art, en
colaboración con su discípulo Paul Richer (1849-1933). A su juicio, en las crisis de posesión y
en los éxtasis se podían reconocer los síntomas de una enfermedad que aún no había recibido 
su definción científica. El estudio del cuadro de Rubens que representa a san Ignacio curando a
los posesos le proporcionó la oportunidad de describir, con multitud de detalles, los períodos del
gran ataque histérico: la "fase epileptoide" (en la que la enferma se acurruca formando una bola
y da una vuelta completa sobre sí misma), la "fase de clownismo" (con su movimiento en arco de
círculo), la "fase pasional" (con sus éxtasis), y finalmente el "período terminal" (con sus crisis de
contracturas generalizadas). A todo esto, Charcot añadió una variedad "demoníaca" de la
histeria: aquella en la que la Inquisición veía los signos de la presencia del diablo en el útero de
las mujeres.
A partir de un cuadro célebre pintado por André Brouiller (1857-1920) y presentado en el Salón
de 1887, cuyo título es Una lección clínica en la Salpêtrière, podemos imaginar una especie de
novela familiar de la descendencia de Charcot, comparable con lo que sería el sueño de "la
inyección a Irma" en la historia del psicoanálisis. Se ve allí a un Charcot tan legendario como el
Philippe Pinel (1745-1826) representado en 1878 por Tony Robert-Fleury (1837-1912), liberando
de sus cadenas a los alienados en 1793. Ese Charcot presenta un caso de gran histeria ante
una asistencia compuesta por médicos e intelectuales de renombre. Detrás de él se encuentra
Joseph Babinski, el favorito que iba a destruir su teoría para fundar la neurología moderna.
Charcot sostiene a una mujer desvanecida (Blanche Wittmann) que está por caer sobre una
camilla. No aparecen Pierre Janet ni Freud. Sin embargo, ellos serían los principales herederos
de la doctrina francesa de la histeria. 


Chentrier Théodore
(1887-1965) Psicoanalista canadiense
fuente(81) 
Nacido en Marsella, de padre provenzal y madre de origen español. Théodore Chentrier fue
amigo y admirador de escritores de la extrema derecha francesa: Léon Bloy (1846-1917),
Charles Maurras (1868-1952), Léon Daudet (1867-1942). Apasionado del idioma, la literatura, la
grafología y la lingüística, hablaba corrientemente el provenzal, el ruso, el inglés, el serbio y el
chino. Primero profesor de latín y griego en la clase de retórica de un liceo parisiense, durante el
período de entreguerras se orientó hacia el psicoanálisis, apasionándose por la infancia y la
adolescencia. Frecuentó a los amigos de René Laforgue: René Allendy, Juliette Favez-Boutonier,
Maryse Choisy (19031979) y especialmente el abate Paul Jury (1877-1953), del que se convirtió
en un amigo muy próximo. En julio de 1931 comenzó su análisis con Rudolph Loewenstein. Dos
años más tarde pasó a ser miembro adherente de la Société psychanalytique de Paris (SPP).
Gracias a Daniel Lagache, quien lo recomendó al padre Noél Mailloux, pudo obtener, en el
invierno de 1948-1949, un puesto docente en el departamento de psicología de la Universidad de
Montreal. Cuando se creó la Société canadienne de psychanalyse en 1952, él fue el único de los
cinco fundadores reconocido como psicoanalista por la International Psychoanalytical
Association (IPA). Convertido en presidente de la sociedad, prefirió renunciar para no
obstaculizar, por su estatuto de no-médico, las negociaciones que culminarían con el
reconocimiento del grupo por la IPA. 


Chertok Léon,
nacido Lejb Tchertok (1911-1991). Médico y psicoanalista francés
Chertok Léon, nacido Lejb Tchertok (1911-1991). Médico y psicoanalista francés
Chertok Léon
Nacido Lejb Tchertok (1911-1991)
Médico y psicoanalista francés
fuente(82) 
Este médico hipnotista, de carácter apasionado y cultivador de la herejía, nació en Lida, cerca de
la frontera Lituana, en una familia de comerciantes judíos. Hablaba ya tres idiomas cuando viajó a
Praga, a los veinte años de edad. Realizó allí sus estudios de medicina y, en 1933, se convirtió
en un militante activo de la lucha antinazi, teniendo por compañeros a los comunistas polacos. En
julio de 1939 estaba en París para continuar la lucha, y en mayo de 1941 pasó a la clandestinidad
con el nombre de Alex. En el Movimiento Nacional contra el Racismo, rama de la sección judía de 
la Mano de Obra Inmigrante (MOI), organizó filiales destinadas a salvar de la deportación a los
niños judíos. También fabricó documentos falsos, y conoció a Leopold Trepper, el famoso jefe de
la red de espionaje Orquesta Roja.
Ocurrida la Liberación, se orientó hacia el psicoanálisis y la psicosomática; siguió el plan de
estudios clásico en la Société psychanalytique de Paris (SPP): análisis con Jacques Lacan,
controles con Marc: Sclilumberger (1900-1977) y Maurice Bouvet. La cura resultó un fracaso, y
Chertok se sintió rechazado por el movimiento freudiano. Decidió entonces hacerse hipnotista y
rehabilitar el hipnotismo, negando que Sigmund Freud hubiera realmente abandonado dicha
práctica, y acusando a sus herederos de querer ignorarla. Con Raymond de Saussure escribió
una obra consagrada a los orígenes del psicoanálisis, y estuvo asociado a la organizacion de un
simposio sobre el inconsciente realizado en Tbilissi, Georgia (URSS), que se desarrolló en
octubre de 1979. 


Chiste
fuente(83) 
s. m. (fr. mot d'esprit [«palabra de espíritu», asociable con «trait d'esprit»: «rasgo de espíritu», lo
que permite acentuar la actividad del «espíritu o ingenio», la fineza del chiste en contraposición
con la burla, la farsa, el chasco, etc., en coincidencia con el Witz freudiano]; inglJoke; al. Witz).
Enunciado sorprendente que usa la mayor parte de las veces los recursos propios del lenguaje
y cuya técnica Freud desmontó para dar cuenta de la satisfacción particular que suscita y, más
en general, de su papel en la vida psíquica.
Desde que comienza su trabajo clínico, en las primeras curas de las histéricas, Freud se ve
frente a la cuestión del chiste. Si, en efecto, una representación inconciente es reprimida, puede
retornar bajo una forma irreconocible para burlar la censura. Curiosamente, el «doble sentido»
de una palabra, la polisemia del lenguaje, puede ser la forma más apropiada de esas
trasformaciones: así sucedía, por ejemplo, con aquella joven que sufría un dolor taladrante en la
frente, dolor que remitía inconcientemente a un lejano recuerdo de su abuela desconfiada que la
miraba con una mirada «punzante». El inconciente juega aquí con las palabras y la interpretación
funciona naturalmente como un chiste.
Es así como, cuando Freud toma un poco de distancia del trabajo estrictamente clínico, se verá
llevado a dedicar a esta cuestión un libro entero, El chiste y su relación con lo inconciente
(1905). Junto con La interpretación de los sueños (1900) y Psicopatología de la vida cotidiana
(1901), constituye una de las tres grandes obras que estudian los mecanismos de lenguaje del
inconciente.
¿Qué hace que una interjección, una fórmula, una réplica puedan ser consideradas como un
chiste? Freud dedica en primer lugar una extensa parte de su obra a los mecanismos formales
del chiste, que por otra parte son los mismos del trabajo del sueño, es decir, del trabajo que
produce el sueño manifiesto a partir de las ideas latentes. De estos mecanismos, el más
frecuente sin duda es la condensación. Ella está en juego en el primer ejemplo que da Freud. En
una parte de las Estampas de viaje de Heine, Hirsch-Hyacinthe, vendedor de lotería y pedicuro,
se vanagloria de sus relaciones con el rico barón Rothschild, culminando con estas palabras: 
«Doctor, tan verdadero como que Dios vela por mí, estaba yo sentado al lado de Salomon
Rothschild y él me trataba de igual a igual, de modo totalmente famillonario» (véase formaciones
del inconciente). Es evidente el sentido que tal chiste puede tener: Rothschild lo trataba
familiarmente, pero no más de lo que puede hacerlo un millonario, sin duda con esa
condescendencia común en la gente muy rica. Pero se ve también al propio tiempo que el valor
de ingenio está ligado a la forma lingüística misma, a la condensación de familiar y millonario en
un neologismo. Expresada de otra manera, la idea perdería todo carácter ingenioso.
Evidentemente hay una gran variedad de chistes, que pueden apoyarse en la condensación,
pero también por ejemplo en el «desplazamiento», y hasta en varios registros a la vez. Freud
describe largamente su funcionamiento tomando muchos de sus ejemplos de las historias judías.
He aquí una de estas: dos judíos se encuentran en las cercanías de un establecimiento de
baños: «¿Tornaste un baño'?», pregunta uno de ellos. «¿Cómo? -dice el otro-, ¿falta alguno?».
La condensación reside aquí en el doble sentido del verbo tomar, pero a la vez hay
desplazamiento del acento, al fingir el segundo oír «¿Tornaste un baño?» cuando el primero le
preguntaba «¿Tomaste un baño?».
¿De qué depende la satisfacción experimentada al hacer o escuchar un chiste? No es
despreciable en esto el puro y simple juego con las palabras, por ejemplo con las sonoridades,
en tanto remite a un placer importante de la infancia. Pero Freud insiste sobre todo en el hecho
de que lo que se dice con ingenio es más fácilmente aceptado por la censura, aun cuando se
trate de ideas ordinariamente rechazadas por la conciencia. Cuando hace o escucha un chiste,
el sujeto no tiene necesidad de mantener la represión a la que ordinariamente recurre. Libera así
la energía habitualmente utilizada para ello y en este ahorro encuentra su placer, que se define
clásicamente como disminución de la tensión.
Freud hace por otra parte una reseña de las principales tendencias ingeniosas: el ingenio
obsceno, el ingenio agresivo, el ingenio cínico, el ingenio escéptico. Bien se ve, aunque más no
sea a través del ejemplo de Hirsch-Hyacinthe, qué importante puede ser para un sujeto que ha
debido guardarse quejas y burlas poder dejar aparecer su sentimiento gracias al chiste. El chiste
y su relación con lo inconciente abunda en ejemplos como estos, especialmente ejemplos de
casamenteros, que deben disimular sin cesar para elogiar la excelencia de las uniones que
favorecen, casamenteros que, dado el caso, dejan ver una realidad bien diferente cuando el
negocio se les escapa. «El que deja escapar así inopinadamente la verdad -dice Freud- está en
realidad feliz de tirar la máscara».
Si, en el chiste, el sujeto puede por fin tomar la palabra, es por -que al hacer reír desarma al
Otro, que podría criticarlo. Freud destaca el estatuto del tercero en el chiste: una burla puede ir
dirigida a una persona dada, pero sólo vale como chiste cuando es enunciada para un tercero,
un tercero que al reír va a confirmar que es aceptable. Este tercero puede ser considerado
como una de las fuentes a partir de las cuales Lacan constituye su concepto del Otro, esa
instancia ante la cual buscamos hacer reconocer nuestra verdad. Tomado así, el chiste da una 
de las representaciones más precisas del levantamiento de la represión. 


Chiste y su relación con lo inconsciente (el)
fuente(84) 
Obra de Sigmund Freud publicada por primera vez en 1905 con el título de Der Witz un seine
Beziehung zum Unbewussten. Traducida por primera vez al francés en 1930 por Marie
Bonaparte y Marcel Nathan, con el titulo de Le Mot d'esprit et ses rapports avec l'inconscient, y
después por Denis Messier en 1988 con el titulo de Le Mot d'esprit et sa relation à l'inconscient.
Traducida por primera vez al inglés en 1916 por Abraham Arden Brill con el titulo de Wit and its
Relation to the Unconscious, y después, en 1960 por James Strachey con el titulo de Jokes and
their Relation to the Unconscious.
Sigmund Freud tenia pasión por los aforismos, los juegos de palabras, los cuentos judíos, y no
cesó de coleccionarlos a lo largo de su vida. Como numerosos intelectuales vieneses (por
ejemplo Karl Kraus), estaba dotado de un humor corrosivo, y adoraba los relatos de Schadhen
(casamenteros judíos) o Schnorrer (mendigos), a través de los cuales se expresaban entre
risas los problemas principales de la comunidad judía de la Europa central enfrentada al
antisemitismo. En este sentido, como lo subraya Henri F. Ellenberger, su obra sobre el chiste es
un pequeño monumento a la memoria de la vida vienesa: allí cuenta historias de dinero y sueños
de gloria, anécdotas concernientes al sexo, la familia, el matrimonio, etcétera.
En múltiples ocasiones, Freud usa el Witz (chiste) tanto para burlarse de sí mismo como para
significarle a su entorno hasta qué punto él podía reírse de las realidades más sombrías. Así, el
21 de septiembre de 1897, después de haberle explicado a Wilhelm Fliess su renuncia a la teoría
de la seducción, termina la carta con una anécdota de Schadhen: "Rebeca, quítate el vestido, ya
no estás de novia". La palabra novia estaba escrita en ídish (kalle), y la frase significaba que
Freud, después de haber decidido cambiar de orientación teórica, se encontraba totalmente
desnudo, como una joven abandonada por su novio en vísperas de la boda. Cuarenta y un años
más tarde, al final de su vida, obligado a dejar Viena, firmó bajo coacción una declaración con la
cual reconocía que los funcionarios del Partido Nazi lo habían tratado correctamente. Ahora bien,
según la leyenda, recogida por su hijo Martin Freud y después por Ernest Jones, Freud habría
añadido: "Puedo recomendar cordialmente la Gestapo a todos".
Freud se basa en cuentos de gueto para establecer el vínculo entre los mecanismos del sueño y
las diversas modalidades de la risa. En otras palabras, parte de anécdotas específicas de una
comunidad para realizar un análisis del chiste de alcance universal. En efecto, fueran cuales
fueren sus modalidades, el Witz aparece a sus ojos como una expresión de lo inconsciente que
puede descubrirse en todos los individuos.
Después de La interpretación de los sueños y Psicopatología de la vidia cotidiana, El chiste y
su relación con lo inconsciente es la tercera gran obra de Freud dedicada a la elaboración de
una nueva teoría de lo inconsciente. Hay que completarla con los Tres ensayos de teoría sexual.
Redactado al mismo tiempo y publicado el mismo año, este cuarto libro añade al edificio freudiano
una nueva doctrina de la sexualidad, y le aporta a la cuestión del chiste una iluminación esencial, 
puesto que subraya el aspecto infantil o polimorfo de la sexualidad humana, que se vuelve a
encontrar en los juegos de lenguaje.
La lectura en 1898 del libro de Theodor Lipps (1851-1914) titulado Komik und Humor fue lo que
indujo a Freud a dedicar una obra a este tema. Del trabajo de este filósofo alemán, heredero del
romanticismo, Freud retuvo la adecuación entre el psiquismo y lo inconsciente. Esto no le impidió
encontrar otras fuentes de inspiración: Georg Christoph von Lichtenberg (1851-1914),
Cervantes, Moliére, Heinrich Heine (1742-1799), entre otros.
La obra está dividida en tres partes: una analítica, la siguiente sintética, y la última teórica. Freud
estudia primero la técnica del chiste, para mostrar a continuación el mecanismo de placer que
éste pone en marcha. Finalmente describe el aspecto social del chiste y su relación con el sueño
y lo inconsciente.
Entre los diferentes Witze, Freud distingue los que son inofensivos y los tendenciosos; estos
últimos tienen por móvil la agresividad, la obscenidad o el cinismo. Cuando alcanza su meta, el
chiste, que necesita la presencia de al menos tres personas (el autor de la broma, su
destinatario y el espectador), ayuda a soportar los deseos reprimidos, proveyéndoles un modo
de expresión socialmente aceptable. Según Freud, hay además un cuarto móvil, más terrible que
los otros tres: el escepticismo. Los chistes de este registro ponen en juego el absurdo y no
atacan a una persona o una institución, sino a la seguridad del juicio. Mienten cuando dicen la
verdad, y dicen la verdad por medio de la mentira, como lo ilustra la siguiente historia judía: "En
una estación de Galitzia, dos judíos se encuentran en un tren. «¿A dónde vas?», pregunta uno.
«A Cracovia», responde el otro. «¡Eres un mentiroso!», grita el primero, furioso. «Si dices que
vas a Cracovia, es porque quieres que yo crea que vas a Lemberg. Yo sé que vas
verdaderamente a Cracovia. Entonces, ¿por qué mientes?»"
Mientras que el sueño es la expresión de la realización de un deseo y de la evitación de un
displacer, y conduce a una regresión al pensamiento en imágenes, el chiste es productor de
placer. Si bien recurre a los mecanismos de la condensación y el desplazamiento, se caracteriza
ante todo por el ejercicio de la función lúdica del lenguaje, cuyo primer estadio sería el juego del
niño, y el segundo, la broma.
Después de haber encarado todas las formas de lo cómico, desde las más ingenuas hasta las
más complejas, Freud concluye su exposición con un estudio de la práctica del humor. Desde
Mark Twain (1835-1910) hasta Don Quijote, distingue el humor, lo cómico y el chiste
propiamente dicho. Estas tres entidades, dice, vuelven a llevar al hombre al estado infantil, pues
"la euforia que aspiramos a alcanzar por estas vías no es más que el humor [ ... ] de nuestra
infancia, una edad en la que ignorábamos lo cómico, no teníamos ingenio, ni necesidad del humor
para sentirnos felices en la vida".
Freud no atribuía una gran importancia a este voluminoso libro, que consideraba un ensayo de 
psicoanálisis aplicado a la creación literaria, y que prácticamente no modificó a lo largo de los
años. Por otra parte subrayaba de buena gana que se trataba de una digresión respecto de La
interpretación de los sueños. El libro no recibió una acogida entusiasta, y los mil ejemplares de la
primera edición sólo se agotaron siete años más tarde. Inspirándose en esta obra, el dibujante
Ralph Steadman compuso en 1979 un álbum humorístico sobre la vida de Freud cuyas imágenes
dieron la vuelta al mundo.
En 1958, Jacques Lacan fue el primer gran intérprete de la historia del freudismo que se interesó
por esta obra de manera nueva, y le dio al Witz un estatuto de concepto técnico. En su célebre
conferencia "La instancia de la letra en el inconsciente", calificó El chiste de texto "canónico",
considerándolo la primera parte de una especie de trilogía que incluía también a La interpretación
de los sueños y Psicopatología de la vida cotidiana. El mismo año, en su seminario Las
formaciones del inconsciente, tradujo la palabra Witz por "trait d'esprit" ("rasgo de espíritu",
"rasgo de ingenio"), y propuso una interpretación propia de la historia narrada por Freud, tomada
de los Cuadros de viaje de Heinrich Heine, que pone en escena a un personaje jugoso,
Hirsch-Hyacinth, vendedor de billetes de lotería y pedicuro de Hamburgo, el cual se jacta ante el
poeta de ser tratado de manera famillionnaire por el rico barón de Rothschild. En ese chiste
forjado por error (inconscientemente) a partir de familier y de millionnaire, Freud veía el
resultado de un proceso de condensación semejante al que se encuentra en el trabajo del
sueño.
Con el objetivo de poner de manifiesto la relación entre el inconsciente y el lenguaje, Lacan
realizó una lectura estructural de la noción freudiana de condensación. Él la asimiló a una
metáfora, haciendo del trait d'esprit un significante, es decir, la marca por la cual surge en un
discurso un "rasgo" (trait) de verdad que se trata de ocultar. En el caso de Hirsch-Hyacinth, en
el juego de palabras famillionnaire se expresa el deseo, imposible de objetivar, de "tener un
millonario en el bolsillo".
Desde este punto de vista, el libro de 1905, se convertía en una etapa principal en la elaboración
de la teoría freudiana de lo inconsciente. Según Lacan, Freud habría percibido una relación entre
las leyes del funcionamiento del lenguaje y las del inconsciente, antes de los descubrimientos de
la lingüística moderna.
Lo mismo que Freud, Lacan tenía un humor corrosivo. Adoraba los juegos de palabras y las
bromas de todo tipo, construidas según el modelo de los cuentos judíos. Fue un maestro del
Witz, del retruécano y el aforismo, y sobre todo supo manejar la técnica de la "figuración por lo
contrario" con más ferocidad que Freud, como lo atestigua su flamígera fórmula de la relación
amorosa: "El amor es dar lo que uno no tiene a alguien que no lo quiere".
La traducción de la palabra alemana Witz ha sido objeto de polémicas entre los freudianos de
lengua inglesa y lengua francesa. En 1916, Abraham Arden Brill realizó la primera versión en
inglés de la obra, y eligió el término wit (agudeza) como equivalente a Witz, con riesgo de 
restringir la significación del chiste a la broma intelectual, en el sentido de algo "ingenioso" y
"sutfl". Contra esta reducción, James Strachey prefirió en 1960 el vocablo joke, que amplía la
significación a broma, chanza, farsa, con riesgo en este caso de que se perdiera el "rasgo de
ingenio", es decir, el lado intelectual del Witz freudiano, en el campo más vasto de las diferentes
formas de expresión de lo cómico. De hecho, detrás de esta disputa se perfilaba una lucha
ideológica entre los ingleses y los norteamericanos por la apropiación de la obra freudiana. Pues
Brill, en su traducción, había tratado de "adaptar" el pensamiento freudiano al espíritu de
ultramar, transformando ciertas bromas judías en chanzas norteamericanas. Strachey, en
cambio, y contra Brill, reivindicó una mayor fidelidad al texto freudiano, a la lengua inglesa (y no
al inglés americano) y a la historia vienesa.
En Francia, Lacan, contra Marie Bonaparte, que había empleado "mot d'esprit", quiso traducir
Witz por trait d'esprit, disociando así el rasgo, trait, como significante, del esprit. Después de él,
los lacanianos, fascinados por los juegos de palabras del maestro, prefieren hablar de Witz,
más bien que de chiste, como si el empleo del término alemán permitiera remitir el Witz freudiano
a una función simbólica del lenguaje, a un rasgo significante que se pierde al cambiar de idioma.
En 1988, en ocasión de la aparición de la excelente traducción de Denis Messier, Jean-Bertrand
Pontalis escribió una nota en la cual refutaba la traducción de Witz por trait d'esprit. Aunque
teniendo en cuenta el carácter positivo del aporte teórico lacaniano, subrayó ajusto título que el
Witz en el sentido de Freud tenía una significación mucho más amplia y menos conceptual que la
que surge de la lectura propuesta por Lacan. De allí la decisión de traducir el título de la obra
como Le Mot d'esprit et sa relation à l'inconscient.
En 1989, los traductores de las (Euvres complètes, bajo la dirección de Jean Laplanche, Pierre
Cotet y André Bourguignon (1920-1996), anunciaron, al contrario, su intención de retomar el
término de Lacan con otro enfoque. Sosteniendo la existencia de una supuesta "lengua
freudiana" y de una disciplina llamada freudología, llegaron a la conclusión de que el Witz no era
un chiste (mot d'esprit), sino un rasgo del espíritu freudiano que había que hacer pasar a la
lengua francesa. Al término de esa elaboración un tanto bizantina, decidían que la obra de Freud
se publicara en francés con el título de Le trait d'esprit en el tomo VII de las Euvres complètes. 


Cinco conferencias sobre psicoanálisis
fuente(85) 
Obra de Sigmund Freud publicada por primera vez en 1910, en inglés, en el American Journal of
Psychology, con el titulo de The Origin and Development of Psychoanalysis, en una traducción
de H. W. Chase, y después retraducida por James Strachey, en 1957, con el título de Five
Lectures on Psycho-Analysis. En alemán se publicó en 1910 con el título de Über
Psychoanalyse. Fue traducida al francés en 1920 por Yves Le Lay, con el título de Origine et
développement de la psychanalyse, precedida por una introducción de Édouard Claparéde.
Reeditada en 1921 en la misma traducción, y con la misma introducción, con el título de La
Psychanalyse, y más tarde, en 1923, con el título de Cinq Leçons sur la psychanalyse.
Retraducida por Cornélius Helm en 1991 con el título de Sur la psychanalyse. Cinq conférences,
y en 1993 por René Lainé y Johanna Stute-Cadiot, con el título De la psychanalyse.
El 27 de agosto de 1909, Freud llegó a los Estados Unidos acompañado por Sandor Ferenczi y 
Carl Gustav Jung: éste sería su único viaje al continente americano. A propósito de él, Jacques
Lacan construyó su famoso mito de la peste.
El 30 de diciembre de 1908, Freud le anunció a Jung que había recibido una invitación de Stanley
Granville Hall para pronunciar una serie de conferencias en la Clark University de Worcester,
Massachusetts. Temía que ese viaje le hiciera perder dinero, y precisó: "No soy lo bastante rico
como para poder dar cinco veces esa cantidad por la estimulación de América [ ... ]. Janet, cuyo
ejemplo invocan, es probablemente más rico, o más ambicioso, o no le falta nada en su práctica.
No obstante, lamento que esto fracase, porque habría sido muy agradable."
El 7 de enero de 1909, Jung le respondió: "Con respecto a América, también me gustaría
observar que Janet, por ejemplo, pudo amortizar después sus gastos de viaje con la clientela
norteamericana que consiguió. Hace poco tiempo, Kraepelin atendió una consulta en California
por la modesta propina de 50.000 marcos. Creo que este lado de la cuestión también debería ser
tomado en cuenta." Freud temía además al puritanismo. En efecto, pensaba que el público
norteamericano no aceptaría el "núcleo duro" de su teoría de la sexualidad.
También le dijo a Karl Abraham que lamentaba que ese viaje no pudiera hacerse. Ferenczi, por
su parte, comentó como sigue la decisión negativa de Freud: "Me consuela el hecho de que
usted sólo haya casi aceptado el viaje a América, aunque yo sería muy capaz de seguirlo allí".
Freud le respondió en el mismo tono, primero el 10 de enero de 1909 ("También yo sería muy
capaz de invitarlo a acompañarme"), y después el 17 de enero siguiente: "Si, a pesar de todo lo
que uno puede humanamente imaginar, el viaje se realiza, usted me acompañará, por supuesto".
Una semana más tarde, después de una nueva invitación que proponla fechas más cómodas y
una remuneración más sustancial, Freud invitó a Ferenczi a acompañarlo: "Le pregunto si usted
quiere unirse a mí en este viaje. Para mí sería un gran placer." Con la misma prontitud, Ferenczi le
hizo saber a Freud, el 2 de marzo, que "aceptaba con gratitud" su amable invitación. Feliz de
llevar a Ferenczi con él, Freud, no tenía en cambio deseos de viajar en compañía de Jung, lo cual
suscitó en este último una cierta amargura.
Pero la cuestión volvió a estar sobre el tapete. El 12 de junio, Jung le anunció a Freud que
también él había sido invitado por la Clark University: "Es una gran cosa que yo vaya a América.
¿No es cierto? Freud sólo respondió, amablemente, el 18 de junio, pero antes, el 13 del mismo
mes, le había escrito con tono sibilino al pastor Oskar Pfister: "La gran novedad de que Jung irá a
Worcester conmigo, sin duda también le habrá hecho efecto a usted". El mismo día le informó
secamente a Ferenczi que Jung se sumaba al viaje, precisando, como para evitar posibles
confusiones: "El propio Jung le habrá hecho saber que él también recibió una invitación a nuestra
ceremonia, para pronunciar tres conferencias sobre un tema que le ha sido impuesto. Esto es lo
que realza toda la historia, y para nosotros todo estará por cierto agrandado y amplificado. No
sé aún si él llegará a tomar nuestro mismo barco, pero en todo caso estaremos juntos allá." 
El viaje se desarrolló sin incidentes. En el paquebote George Washington, los tres hombres
analizaron mutuamente sus sueños, pero a Freud le costó un tanto dar libre curso a sus
asociaciones en presencia de Jung.
Durante cinco tardes, del martes al sábado, dio sus conferencias. Al final de la semana recibió,
en una brillante ceremonia, lo mismo que Jung, el título de doctor honoris causa.
Unánimemente apreciadas, las cinco conferencias de Worcester obtuvieron una acogida triunfal
en la prensa local y nacional. En un excelente artículo, Stanley Hall, presidente de la Universidad,
calificó de "nuevas y revolucionarias" las concepciones freudianas. Insistió en la importancia de
la sexualidad, y comparó el aporte de Freud en psicología con el de Richard Wagner (1813-1883)
en música.
Para Freud, ese momento marcó el fin de su aislamiento. Sin embargo, en 1914, en su ensayo
"Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico", habló con cierta ligereza de las cinco
conferencias, afirmando haberlas improvisado. En realidad, y su correspondencia con Ferenczi
lo atestigua, las había redactado durante todo el verano de 1909.
Fue en 1925, en su autobiografía (Presentación autobiográfica), cuando adoptó otra actitud
respecto de su trabajo. En efecto, en ese retorno al pasado, Freud no oculta su emoción ni la
importancia del hecho: "Yo tenía en esa época cincuenta y tres años, me sentía joven y sano, y
esa breve estada en el Nuevo Mundo fue en términos generales benéfica para mi amor propio;
en Europa, me sentía de algún modo proscrito; allí me veía acogido por los mejores como uno de
sus pares. Cuando subí a la cátedra de Worcester para pronunciar las Cinco conferencias
sobre psicoanálisis (1910) fue como la realización de un ensueño inverosímil. El psicoanálisis
no era ya una formación delirante, se había convertido en una parte preciosa de la realidad."
Publicadas primero en inglés, sus cinco conferencias no aportan nada nuevo a quien conoce lo
esencial de la obra freudiana. Sin embargo, por su claridad ejemplar, tienen una función
didáctica, y constituyen una iniciación particularmente sencilla en los grandes principios del
psicoanálisis.
La primera conferencia trata sobre la especificidad del enfoque psicoanalítico de la neurosis. En
tal sentido, Freud evoca la historia de Anna O. (Bertha Pappenheim), y recuerda a Josef Breuer.
En la segunda conferencia explica de qué modo el abandono de la hipnosis le permitió captar la
manifestación de las resistencias, la represión y el síntoma, así como su funcionamiento en
relación con la emergencia de "mociones" de deseos, que él califica de "perturbadoras" para el
yo.
De hecho, esa conferencia ilustra, de manera quizás aún más evidente que las otras, el talento
pedagógico de Freud. Para explicar bien la funciones respectivas de los tres conceptos en su
teoría, Freud imagina la posible presencia de un "importuno" (o "moción de deseo") que fuera a 
perturbar el desarrollo de sus conferencias. Si eso ocurriera, las personas presentes en el
salón (las "resistencias") no tardarían en ponerse de manifiesto, para expulsar a ese importuno
del anfiteatro: se trataría de una represión que haría posible que el curso se desarrollara
apaciblemente. Pero, una vez afuera, el intruso podía ser aún más ruidoso y perturbar la
conferencia y a sus oyentes de un modo distinto, pero no menos insoportable. Eso es lo que
Freud llama un síntoma: una manifestación desplazada de la moción inconsciente reprimida.
Freud compara entones el psicoanálisis con un mediador capaz de negociar con el perturbador,
para que él pueda volver al anfiteatro después de haberse comprometido a no molestar a los
oyentes. La tarea de psicoanalista consistía entonces en reconducir el síntoma hacia el lugar del
que provenía, es decir, hacia la idea reprimida.
Si hemos de creer en Henri F. Ellenberger, la metáfora del importuno fue perfectamente
comprendida. La conferencia de Freud del viernes por la tarde se vio en efecto perturbada por la
intrusión de Emma Goldmann, la célebre anarquista norteamericana, acompañada ese día por
Ben Reitman, el "rey de los mendigos".
En su prefacio a la traducción francesa de 1991, Jean-Bertrand Pontalis subraya el ingenio del
que Freud dio muestras al emplear esa imagen del importuno. Pero subraya también que la
táctica que consiste en desarmar al adversario potencial supone el riesgo de engendrar
demasiados malentendidos, a fuerza de moderación. Así, para no chocar con el público
norteamericano, Freud retrocedía en este caso respecto de las posiciones asumidas en 1905 en
sus Tres ensayos de teoría sexual. Esta concepción no evitó sin embargo que su doctrina fuera
asimilada a un pansexualismo, tanto en los Estados Unidos como en otros lugares.
Este ejemplo de deslizamiento epistemológico, responsable de una cierta edulcoración de la
teoría, determina también el interés de esta obra. Por cierto, en ella se puede captar hasta qué
punto fue difícil el combate de Freud por el empleo y la conservación del término "sexualidad".
Como lo subraya Jean Laplanche, "Ceder en la palabra es ya ceder en las tres cuartas partes
del contenido mismo del pensamiento". 


Circuito pulsional
fuente(86) 
Definición
Modo en que la pulsión opera en los vínculos de pareja y familia.
No se trata de una pulsión vincular, sino, del particular modo de operar la pulsión en los vínculos,
cualificando la posición de los sujetos en la estructura vincular y familiar. Funciona como
disparador de la singular potencialidad que los enlaza a partir de la dialéctica pulsional impuesta
por el conflicto Eros - Tánatos. Lo que no logra ligarse, está destinado a la compulsión a la
repetición. En la clínica, el dispositivo analítico favorece el despliegue del circuito pulsional. Da
sentido al interjuego pleno de significación que se expresa en dicho contexto, tanto por el modo
en que construyen su relato como por la manera de mirarse, tocarse, hablarse, escucharse,
etcétera. 
Origen e historia del término
El concepto freudiano de pulsión, pertenece al orden de lo inconsciente y alude a una fuerza
constante que cabalga entre lo somático y lo psíquico. Mención esta que, sin definirse ni por lo
uno ni por lo otro, apunta a diferenciarse de la idea de instinto. Sin embargo, aun así resulta
insuficiente como para quedar desnaturalizado.
Consideramos que la cualidad propiamente humana de la pulsión está dada: a) por la
intervención del "Otro", en el doble sentido: en tanto otro primordial y también como
representante de la cultura y b) por la inclusión de un "otro" en tanto semejante apto para que
aquélla se entrame de un modo específico.
El concepto de "circuito pulsional" es inventado por Lacan para dar cuenta del modo en que
opera la pulsión en el aparato psíquico. Circuito o trayecto que pasa por el Otro y vuelve al
sujeto. Intersección cuerpo-significante (hambre significada por el Otro). Las pulsiones son "el
eco en el cuerpo de que hay un decir".
En el Seminario XI define la pulsión como "concepto límite entre lo real del cuerpo y la palabra del
Otro". La pulsión se origina en la demanda del Otro. La pulsión termina de completar un circuito
cuando se constituye el sujeto del deseo. "Por el desfiladero de la pulsión se abrirá camino el
deseo".
Desarrollo desde la perspectiva vincular
La actividad pulsional, que consta de un aspecto jugado a nivel del aparato psíquico, excede sin
embargo, el territorio del autoerotismo. Las marcas originarias de los vínculos primarios
magnetizarán futuras búsquedas. Será nuevamente en un vínculo que la atracción -rechazo
habrá de desplegarse en un interjuego pulsional específico de dicha dupla. Reclama de un
vínculo en que, cada uno de los partenaires que lo conformen, se posicionen de modo tal, que
cada uno se erija en condición de goce para el otro, determinando así la singularidad de sus
intercambios desplegados en los cuatro parámetros definitorios del mismo. Marca en el orillo de
cada estructura vincular generada por, y a su vez, generadora de, un cierto montaje pulsional
que requiere de la encarnadura de esos personajes para su peculiar puesta en escena.
Los acuerdos fundantes del vínculo conllevan en su constitución el circuito pulsional producido
por la pareja y, que arma red con la trama identificatoria que los atraviesa, dando lugar al
particular posicionamiento que adopten. De este modo interviene el componente pulsional en la 
configuración del "zócalo inconsciente de la pareja".
Si bien el amor apunta a un objeto total, se nutre de la pulsión, que siempre es parcial en su
enlace y requiere de un vínculo para su despliegue.
La alianza se constituye en un anudamiento de los tres registros: real, imaginario y simbólico.
Sujeto a inscripciones socioculturales y familiares, el vínculo aporta un valor significante a cierta
porción de la pulsión, pero siempre habrá de quedar un resto sin ligadura. Impronta de lo real que
subyace a la compaginación imaginaria del enamoramiento fundante del mismo. El atravesamiento
significante de dicho encuentro hace que la pulsión, circule entre los partenaires a modo de un
circuito que abarca desde la descarga corporal de tipo impulsivo, hasta su puesta en sintonía
con el deseo de quienes lo portan. La prevalencia de un modo o del otro denota el predominio de
Eros o de Tánatos en el balance pulsional. Cuando pulsión y deseo transcurren por carriles
separados, apuntan con su eficacia a dos destinatarios diferentes: en tanto el deseo tiende al
logro de un placer subjetivo que, por definición resultará efímero o fallido, la pulsión se dirige a la
imposible satisfacción del Otro. De ahí su fuerza constante e incoercible (Recordemos que
según Lacan la pulsión se origina en la demanda del Otro).
Singular dialéctica que teniendo como telón de fondo el conflicto entre Eros y Tánatos, imprimirá
de una dinámica propia el circuito pulsional en juego.
También la familia se ofrece como una configuración apta para el despliegue pulsional de
quienes la conforman. El hombre no nace sexual, sino que su sexualidad se va constituyendo en
el contacto con el Otro, inmersos ambos, en una determinada estructura familiar. Sus funciones
biológicas se ordenan según las regulaciones que cada cultura crea. El hambre que
experimenta, no apunta a cualquier alimento para saciarse, sino que con su selectividad va
imprimiendo cierta direccionalidad a su búsqueda. Esto es así porque se trata de un hambre
significada por el Otro que connota a la pulsión como el resultado de un "efecto de encuentro"
generador de un circuito pulsional.
La pulsión parte con su perentoriedad, de cierta zona erógena para apresar al objeto y retomar a
la misma. Pero, la zona en cuestión no será cualquiera sino aquella que ha sido erogeneizada en
el vínculo primario. En cuanto al objeto, si bien se trata de lo más variable de la pulsión, ésta en
su recorrido habrá de apuntar a aquel objeto que responda a las improntas provistas por el Otro
desde su sujeción a las estructuras familiar y cultural a las que pertenece. De ahí que en cada
familia se coma, se hable, se mire, de una manera singular. Singularidad que denota el entramado
pulsional e identificatorio que los atraviesa. Cuando este circuito pulsional opera a predominio
tanático interviene como un factor compulsivo, cuyos efectos pueden ser: la "transmisión de la
irracionalidad", o la conformación de un funcionamiento caracteropatizado. En cambio cuando
prevalece lo erótico, genera un circuito libidinal promotor de la emergencia del sujeto deseante y
de la potencialidad sublimatoria en los vínculos. 
Problemáticas conexas
Consideramos como problemáticas conexas:
1) La incidencia del circuito pulsional en la conformación de un carácter vincular en tanto ciertos
rasgos de carácter sobresalientes se producen como precipitado de fijaciones pulsionales.
2) El circuito pulsional como promotor de sujetos de deseo dará lugar a la potencialidad
simbolizante y sublimatoria de la vincularidad. 
3) Contribuye a lo que hemos denominado la novela corporal vincular como modo de conectarse
a partir del discurso vívido de sus cuerpos. Sus intercambios van promoviendo la creación de
una representación vincular que tiene un aspecto que se juega esencialmente en el encuentro
corporal de dichos partenaires. 


Claparède Edouard
(1873-1940). Pedagogo y psicólogo suizo
fuente(87) 
Favorable a las ideas freudianas, Édouard Claparède desempeñó un papel en la historia de la
introducción del psicoanálisis en Suiza. En 1907 viajó a la Clínica del Burghölzli, y después
adhirió a la Sociedad Freud, creada por Carl Gustav Jung. En 1908 participó en el primer
congreso de la futura International Psychoanalytical Association (IPA) en Salzburgo. Con
Théodore Flournoy, su primo, fue también el editor de los Archives de psychologie, y en Ginebra
fundó el Instituto Jean-Jacques Rousseau. Cuando apareció la primera traducción en francés de
una obra de Sigmund Freud, él redactó la introducción. Se trataba de las cinco conferencias
pronunciadas en los Estados Unidos. Fueron reunidas en una traducción de Yves Le Lay,
primero en La Revue de Genéve, con el título de "Origines et développement de la
psychanalyse", y después publicadas por Sonor (Ginebra) y Payot (París) con el título de La
Psychanalyse. Claparède narraba los inicios de la historia del psicoanálisis en Francia y Suiza.
En una "Nota adicional sobre la libido" daba cuenta del debate entre Freud y él en tomo a esa
noción. 


Clarke Charles Kirk
(1857-1924) Psiquiatra canadiense
fuente(88) 
Nacido en Elora, Provincia de Ontario, Charles Kirk Clarke visitó a Emil Kraepelin en Múnich, en
1907, antes de tomar, al año siguiente, a Ernest Jones como asistente en el hospital psiquiátrico
de Toronto, donde él fue durante treinta años el gran especialista en el tratamiento de la psicosis
y, en tal carácter, uno de los introductores del psicoanálisis en la parte angloparlante de Canadá.


Caude Henri Henri 
(1869-1945). psiquiatra francés
Caude Henri Henri (1869-1945). psiquiatra francés
fuente(89) 
Clínico de la esquizofrenia, creador del término "esquizosis" para designar las enfermedades por
disociación, Henri Claude fue uno de los principales representantes de la tradición psiquiátrica
francesa en la primera mitad de siglo, terreno privilegiado sobre el cual se implantó el
psicoanálisis. Discípulo de Fulgence Raymond (1844-1910), a su vez discípulo de Jean Martin
Charcot, a partir de 1922 fue el gran "patrón" de la clínica de enfermedades mentales en el
Hospital Sainte-Anne. Se hizo protector oficial del freudismo y puso a René Laforgue al frente de
un consultorio de psicoanálisis en su servicio, donde fueron acogidos Adrien Borel, Angelo
Hesnard y Eugénie Sokolnicka. Ocupó la posición privilegiada de maestro de psiquiatría para la
tercera generación psicoanalítica francesa, sobre todo para Jacques Lacan, pero también para
Henri Ey, quien fue su asistente y adoptó su concepción del organodinamismo.
Patriotero y particularmente germanófobo, era partidario, lo mismo que Hesnard, de un
psicoanálisis denominado "cartesiano" y adaptado al "genio latino". 


Claus Carl
(1835-1899) Médico y zoólogo alemán
fuente(90) 
Después de estudiar medicina y ciencias naturales, Carl Claus fue el introductor en Austria del
pensamiento darwiniano. Profesor de zoología y anatomía comparada en la Universidad de
Viena, impartió cursos sobre el evolucionismo y creó en Trieste el Instituto de Investigaciones
sobre Animales Marinos. En 1874, Sigmund Freud siguió sus clases, en el momento mismo en
que Claus se entregaba a una vasta polémica con Ernst Haeckel, otro discípulo alemán de
Charles Darwin (1809-1882). Al año siguiente Freud obtuvo en dos oportunidades una beca
para viajar a Trieste, donde efectuó investigaciones sobre las gónadas de la anguila.
En 1990, Lucille Ritvo fue la primera en estudiar la importancia de la enseñanza de Carl Claus en
la génesis de la adhesión de Freud al darwinismo, y sobre todo a la tesis de la herencia de los
caracteres adquiridos. 


Clivaje
(del yo)
Alemán: Ichspaltung. 
Francés: Clivage du moi. 
Inglés: Splitting of the ego.
fuente(91) 
Término introducido por Sigmund Freud en 1927, para designar un fenómeno propio del
fetichismo, la psicosis y la perversión en general, que se traduce por la coexistencia, en el seno
del yo, de dos actitudes contradictorias, una de las cuales consiste en negar la realidad
(renegación), y la otra en aceptarla.
Las nociones de Spaltung (clivaje o escisión), disociación y discordancia fueron desarrolladas
primeramente a fines del siglo XIX por todas las doctrinas que estudiaban el automatismo mental,
la hipnosis y las personalidades múltiples. Desde Pierre Janet hasta Josef Breuer, todos los
clínicos de la doble conciencia (incluso el joven Freud) veían en este fenómeno de la
coexistencia de dos dominios o dos personalidades que se ignoraban mutuamente, una ruptura 
de la unidad psíquica; esa ruptura entrañaba un trastorno del pensamiento y la actividad
asociativa, y conducía al sujeto a la alienación mental, y por lo tanto a la psicosis. Con este
marco, Eugen Bleuler hizo de la Spaltung el trastorno principal y primario de la esquizofrenia (del
griego skhizein: hender), es decir, de esa forma de locura caracterizada por la ruptura de todo
contacto entre el enfermo y el mundo exterior. Un año más tarde, el psiquiatra francés Philippe
Chaslin (1857-1923) llamó discordancia a un fenómeno idéntico, y bautizó la enfermedad como
locura discordante.
A partir de esta terminología, y de la descripción, en el terreno de la histeria, de fenómenos
idénticos, Freud se vio de alguna manera llevado a introducir la disociación (Spaltung) en el yo
(Ich). En el marco de su segunda tópica y de una reflexión sobre la renegación y el fetichismo,
creó entonces la expresión "clivaje del yo" (Ichspaltung). De tal modo llevaba la discordancia al
corazón del yo, mientras que la psiquiatría dinámica la situaba entre dos instancias y la
caracterizaba como un estado de incoherencia, más bien que como un fenómeno estructural.
Melanie Klein retomó la noción freudiana para desplazar el clivaje hacia el objeto, y elaborar así
su teoría de los objetos bueno y malo, mientras que Jacques Lacan, marcado por la tradición
psiquiátrica francesa, empleó primero el término discordancia, en 1932, para definir una
diferencia (de la locura) respecto de una norma. Veinte años más tarde empleó un conjunto de
palabras para designar las diferentes modalidades de un clivaje, no sólo del yo, sino del sujeto.
En el marco de su teoría del significante, demostró, en efecto, que el sujeto humano está dividido
dos veces: una primera instancia separa el yo imaginario del sujeto del inconsciente, y una
segunda instancia se inscribe en el interior mismo del sujeto del inconsciente, para representar
su división original. A esta segunda división la llamó refente (literalmente, re-hendidura),
siguiendo la idea del inglés fading (to fade: perder luminosidad), a fin de traducir el concepto de
desvanecimiento (del sujeto y su deseo), próximo a lo que Ernest Jones llamaba afánisis.
Como Melanie Klein, Lacan extendió la noción de clivaje a la estructura misma del individuo en su
relación con los otros, mientras que Freud, aunque abrió la vía a este tipo de generalizaciones,
utilizó esencialmente el concepto en la clínica de la psicosis y la perversión. 


Coartado
o inhibido en su fin
Al.: Zielgehemmt. - 
Fr.: inhibé(e) quant au but. - 
Ing.: aim-inhibited. - It.: inibito nella meta, - 
Por.: inibido quanto ao alvo o á meta.
fuente(92) 
Califica una pulsión que, por efecto de obstáculos externos o internos, no alcanza su modo
directo de satisfacción (o fin) y encuentra una satisfacción atenuada en. actividades o
relaciones que pueden considerarse como aproximaciones más o menos lejanas del primer fin.
Freud utiliza la noción de inhibición en su fin, especialmente, para explicar el origen de los 
sentimientos de ternura (véase esta palabra) o de los sentimientos sociales. Él mismo indicó la
dificultad que encontraba para explicarlos de forma rigurosa desde el punto de vista
metapsicológico: ¿Cómo comprender esta inhibición? ¿Supone una represión del primer fin y un
retorno de lo reprimido? Por otra parte, ¿qué relaciones guarda con la sublimación? (véase esta
palabra). Acerca de este último punto, Freud parece ver en la inhibición como un inicio de
sublimación, pero se preocupa por distinguir los dos procesos. «Las pulsiones sociales
pertenecen a una clase de mociones pulsionales en las que todavía no es necesario ver
pulsiones sublimadas, aunque se hallen próximas a éstas. No han abandonado sus fines
sexuales directos, pero resistencias internas les impiden alcanzarlos; se contentan con
aproximarse en cierta medida a la satisfacción, y precisamente por esto establecen lazos
particularmente sólidos y duraderos entre los hombres. Tales son, en especial, las relaciones de
ternura entre padres e hijos, que, en su origen, eran plenamente sexuales, los sentimientos de
amistad y los lazos afectivos en el matrimonio, nacidos de la atracción sexual». 


Collomb Henri
(1913-1979) Psiquiatra francés
fuente(93) 
Después de una carrera de médico militar, Henri Collomb estuvo, durante veinte años, en Dakar
(Senegal) al frente de una experiencia de psiquiatría transcultural marcada por los principios del
psicoanálisis. 


Cómico
fuente(94) 
La noción psicoanalítica de lo cómico, en lo esencial expuesta por Freud en El chiste y su
relación con lo inconsciente, es presentada allí sobre todo como complemento conceptual de la
noción de chiste: «telón de fondo» en el cual no se detiene la mirada a menos que se aspire a
una discriminación más fina de la esencia del Witz. Al principio, Freud parece retroceder ante la
generalidad de lo cómico en sí. Pero las cosas no son tan simples, pues para ir precisando mejor
los contornos del chiste también es necesario precisar el «límite exterior» de aquello contra lo
cual se destaca. De simple horizonte de inteligibilidad, lo cómico se convierte entonces en un
concepto circunscrito y articulado, que entra en una relación combinatoria no solamente con el
chiste, sino también con el humor. Sin ninguna duda, el aporte metodológico central de El chiste,
el énfasis puesto como nunca en la transferencia retórica y lenguajera de la investidura libidinal,
le debe mucho a esta evolución interna en la conceptualización de lo cómico. Y Lacan, desde
este ángulo, no hará más que radicalizar a Freud.
En efecto, lo cómico puro está fuera del chiste, y Freud da de ello varias fórmulas: lo cómico es
el efecto y el chiste más bien la causa; Freud subraya que lo cómico es de entrada «hallazgo
cómico» («en situación»), mientras que el chiste es «elaborado» (producido «a propósito»).
Además, lo cómico puede «enmascarar» el chiste, al hacer «tolerable» la verdad inconsciente
que en él se revela (sirve entonces también de «descarga preliminar» de placer, que capta y
desvía la atención consciente). La ironía, finalmente, muestra hasta qué punto lo cómico es lo
que ofrece a otro la actividad del ingenio, como un verdadero objeto de placer, producto puro de
esa actividad.
De allí el cuidado puesto en separar el chiste de lo «cómico del discurso». Pues sea cual fuere la
ambigüedad de las palabras, sea cual fuere asimismo la «contribución», fundamentalmente
verbal del chiste a lo cómico, lo cómico del discurso resulta de las operaciones del Witz, cuya
similitud con las formaciones del sueño (desplazamiento, condensación, etc.) Freud advierte
pronto (ése es su objetivo). Ahora bien, lejos de representar para Freud una simple interdicción
utilizar la teoría del sueño para pensar lo cómico, el «efecto» cómico lo lleva a aislar el 
«automatismo psíquico», preconsciente, respecto de lo inconsciente que, con el consentimiento
del sujeto (el cual debe consentir al chiste para que éste exista), se reconoce en él como verdad
a velar. Freud descarta entonces la oposición de lo vivo y lo mecánico, principio de la risa según
Bergson, y que invoca también una teoría automática del psiquismo: lo que se juega en la
energética psíquica freudiana está en otra parte, en el efecto muy extraño de una verdad en el
que se piensa la «descarga» fisiológica.
En efecto, en términos económicos, el criterio del «gasto psíquico» es la risa. Con referencia a
ésta, lo cómico emana de la diferencia de investidura liberada cuando se comparan dos
representaciones; ese excedente va entonces a afectar a aquello que nos había hecho perder
la experiencia de la realidad, o sea, en una perspectiva psicogenética plausible, afecta a
representaciones de placer infantil. Además tiene que haber simetría entre el gasto psíquico
requerido por una representación, y el contenido representado. Lo cómico de los movimientos
ilustra precisamente esto; Freud defiende la tesis, notable en su teoría energética, de un paralelo
entre la realidad de un gesto (grande o pequeño), el costo más o menos grande de su
memorizacion, y el de su investidura en un signo representativo.
En este nivel de análisis, las distinciones que lo cómico permite operar en sus márgenes hacen
de él un concepto de un peso igual al del Witz, y llevan a oponer uno y otro: si el chiste es un
juego de uno consigo mismo, que exige un tercero, cuya risa consagra la verdad inconsciente, lo
cómico tiene sólo dos polos, el yo y el objeto. El humor se alojará naturalmente en ese cuadro,
puesto que no carece de «afecto», como lo cómico; incide en lo inconsciente, en la medida en
que el yo se defiende allí de lo real gracias al polo positivo del superyó (ideal del yo); pero su
circuito acabado tiene lugar en el sujeto solo. El humor es lo que el superyó aporta a lo cómico.
Lacan, cuya doctrina se sistematiza en confrontación con El chiste (elaboración del «grafo» del
deseo en 1958-1959), reúne los efectos del dispositivo conceptual implícito: por una parte el
chiste, juego sobre el puro significante; por otro lado lo cómico, revelación de «la verdad del
sujeto en un objeto velado que se hace surgir». Ese objeto es el falo de la comedia, que
presentifica el deseo en tanto que no se reconoce, y se sustrae siempre sin que la realidad lo
refute jamás; pues la comedia (tanto en Aristófanes como en Molière) pone en escena la
«trampa del deseo»: la ilusión de una solidez imaginaria que pueda responder a la demanda. 


Comité secreto
(1912-1927)
fuente(95) 
Se llama Comité Secreto, o Comité, o incluso Ring (anillo), al círculo formado en 1912 por iniciativa
de Ernest Jones, al que pertenecían los discípulos más fieles de Sigmund Freud: Karl Abraham,
Hanns Sachs, Otto Rank y Sandor Ferenczi. Anton von Freund fue asociado a la empresa y
considerado miembro adjunto del Comité hasta su muerte, en 1920, y Max Eitingon se unió al
grupo en 1919. Después de las dos primeras disidencias (Alfred Adler y Wilhelm Stekel), y sobre
el fondo del grave conflicto con Carl Gustav Jung, para el maestro, así rodeado por sus seis
elegidos y quien financiaba la editorial del movimiento psicoanalítico (Internationaler
Psychoanalytischer Verlag), se trataba de determinar la manera de preservar la doctrina
psicoanalítica de toda forma de deriva, desviación o mala interpretación. Inspirado en el modelo 
romántico e iluminista de las sociedades secretas del siglo XIX, el Comité fue concebido por
Jones como un círculo de iniciados, a la manera de los paladines de Carlomagno o los caballeros
de la Mesa Redonda en busca del Santo Grial. Para sellar la unión sagrada entre los guardianes
del templo, Freud le dio a cada uno de ellos una piedra preciosa grabada en hueco con un motivo
griego, para montar en un anillo de oro.
Después de haber sido el laboratorio imaginario de un ideal imposible de pureza doctrinaria, y
sobre todo un lugar de poder paralelo al de la dirección de la International Psychoanalytical
Association (IPA), el Comité se vio a su vez atravesado por los conflictos que pretendía evitar:
entre los discípulos judíos y Jones (el único no-judío), entre el norte y el sur (por un lado los
herlineses, por el otro los austríacos), entre Ferenczi y Jones, entre Ferenczi y Freud, entre
Freud y Rank, entre los partidarios de una renovación de la técnica psicoanalítica y los
"ortodoxos", entre una política de expansión hacia los Estados Unidos y un repliegue en el
mundo europeo, etcétera. Fue disuelto en 1927. Rank, que era con Ferenczi el más
antidogmático y más tolerante del grupo, y había desempeñado un papel considerable en el seno
del Comité, abandonó entonces definitivamente el movimiento freudiano, en condiciones
dramáticas.
La publicación de las Rundbriefe (o cartas cirulares) de los miembros del Comité, depositadas en
Nueva York, en la Universidad de Columbia, debería aclarar de un modo nuevo lo que fue la
política del movimiento psicoanalítico en ese período clave de su historia, sobre todo a propósito
de la homosexualidad y la implantación del psicoanálisis en Rusia. 


Complacencia somática
Al: somatische Entgegenkommen. 
Fr.: complaisance somatique. 
Ing.: somatic compliance. 
It.: compiacenza somatica.- 
Por.: complacência somática.
fuente(96) 
Expresión introducida por Freud para explicar la «elección de la neurosis» histérica y la elección
del órgano o del aparato corporal en el cual tiene lugar la conversión: el cuerpo (especialmente
en el histérico) o un determinado órgano proporcionaría un material privilegiado para la expresión
simbólica del conflicto inconsciente.
Freud habla por vez primera de complacencia somática a propósito del Caso Dora; según él, no
se trata de elegir entre un origen psíquico o un origen somático de la histeria: «El síntoma
histérico requiere un aporte de ambas vertientes; no puede producirse sin una cierta
complacencia somática, proporcionada por un proceso normal o patológico o relativo a un
órgano del cuerpo». Esta complacencia somática es la que «[...] da a los procesos psíquicos
inconscientes una salida hacia el ámbito corporal»; por ello constituye un factor determinante en
la «elección de la neurosis». 
Si bien es cierto que el concepto de complacencia somática desborda ampliamente el campo de
la histeria y conduce a plantear de un modo general el problema del poder expresivo del cuerpo
y de su especial aptitud para representar lo reprimido, interesa no confundir desde un principio
los diferentes registros en que se plantea el problema. Así, por ejemplo:
1. Una enfermedad somática puede servir de punto de atracción para la expresión del conflicto
inconsciente; así, Freud considera la enfermedad reumática de una de sus pacientes como «[...]
la enfermedad orgánica, prototipo de su reproducción histérica ulterior».
2. La catexis libidinal de una zona erógena puede desplazarse, en el transcurso de la historia
sexual del sujeto, hacia una región o aparato corporales que por su función no se hallan
predispuestos a volverse crógenos (véase: Zona erógena), siendo únicamente más aptos para
representar, en forma disfrazada, un deseo reprimido.
3. En la medida en que la expresión «complacencia somática» pretende explicar no sólo la
elección de un determinado órgano del cuerpo, sino la elección del cuerpo mismo como medio de
expresión, nos lleva a considerar las vicisitudes de la catexis narcisista del propio cuerpo. 


Complejidad vincular
fuente(97) 
Definición
El concepto de complejidad vincular se refiere al funcionamiento de la pareja como vínculo, su
nivel de organización, los diferentes modos de relación que entre los miembros se actualizan.
Suele usarse como adjetivo -calificando al vínculo- y se habla así de "mayor" o "menor"
complejidad vincular, La mayor o menor complejidad está en relación con la plasticidad o
repetitividad, progresión o regresión de los funcionamientos y, por lo tanto, la capacidad del
vínculo de elaborar conflictos o situaciones traumáticas. Guarda relación también con la
capacidad de realizar un trabajo de actualización y reformulación de los acuerdos inconscientes
en las crisis vitales que jalonan el desarrollo del vínculo.
El concepto se apoya en un primer postulado teórico consistente en que la pareja es un sistema,
una estructura que llamamos vínculo y, segundo postulado, que esta estructura puede tener
diferentes niveles de complejidad u organización. Aparece utilizado de diferentes maneras por
los autores. No existe una descripción de su contenido que haya uniformado los diferentes usos
que de él se hacen en las discusiones clínicas y en la bibliografía.
Origen e historia del término 
Retorna una idea freudiana sobre la evolución, la presunción de que a partir de organismos
simples -unicelulares- se desarrollan organismos pluricelulares, de mayor y mayor complejidad,
con un mayor grado de fusión instintiva, un grado mayor de resistencia y estabilidad, una mayor
capacidad de respuesta a los conflictos y traumas. En esta propuesta freudiana tenemos una
pista para rastrear los antecedentes de la utilización del concepto de complejidad en el campo
psicoanalítico. En nuestro ámbito, en el terreno mas específico del psicoanálisis vincular fueron
Berenstein y Puget los primeros en utilizar este concepto.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
La complejidad vincular puede ser estudiada de diferentes maneras, tantas como perspectivas
hay para el estudio del vínculo de pareja. La manera que en la práctica clínica pareciera haber
tenido mayor aceptación es la de aislar un aspecto, un eje del funcionamiento vincular y
discriminar en éste los funcionamientos mas regresivos -de menor complejidad-, los mas
progresivos -de mayor complejidad toda la gama de funcionamientos presentes. La mayor o
menor complejidad está en relación con la plasticidad o repetitividad, progresión o regresión,
escisión o integración de los funcionamientos vinculares y, como resultado, la capacidad del
vínculo de elaborar conflictos o situaciones traumáticas. Aunque las palabras -mayor" y "menor"
tienen un sentido cuantitativo, se las utiliza para reflejar la resultante final de un análisis que no
es sólo cuantitativo, sino que se refiere a la cualidad del funcionamiento vincular. Dicho de otra
manera, las palabras "mayor" y "menor" no deben inducir a creer que el análisis de la
complejidad vincular es cuantitativo (o económico en términos de Freud). Se trata de un estudio
eminentemente cualitativo.
Para ejemplificar el estudio de la complejidad vincular puede tomarse cualquier eje, por ejemplo el
eje endogamia <-> exogamia. En toda pareja se juega una tensión conflictiva entre las fuerzas
que consolidan la relación de alianza y los respectivos polos endogámicos. El conflicto se juega
en terrenos variados y superpuestos: la pertenencia, las semantizaciones en juego, los
proyectos identificatorios, etcétera. El equilibrio dinámico que esta conflictiva alcance puede
tener diferentes niveles de complejidad u organización. En un bajo nivel los miembros no
modifican mayormente los vínculos endogámicos infantiles ("mi mujer tiene su familia y yo la
mía"). En un nivel alto las respectivas pertenencias y bagajes identificatorios se incluyen en un
vínculo nuevo en que sufren transformaciones y reprocesamientos, en un devenir que se
enriquece de lo que aporta la endogamia a la vez que alternativamente lo resignifica y/o sepulta.
En cada eje que aislemos del funcionamiento vincular cabe un análisis pormenorizado del grado
de complejidad: fusión-discriminación, simetría-asimetría de la relación, dualidadterceridad,
terceridad limitada-terceridad amplia, etcétera. (Ver dichos términos). La lista de los ejes en los
cuales cabe un análisis de la complejidad vincular puede ser muy diferente de un analista a otro,
dado las diferentes "metapsicologías de bolsillo" (Pontalis J-B.) con que sin duda operamos. En 
cada situación clínica singular cabrá la discusión y evaluación sobre cuáles son los ejes en los
que desde el punto de vista del proyecto terapéutico será más provechoso el logro de una
mayor complejidad vincular.
Problemáticas conexas
El proyecto terapéutico y lo valorativo
El concepto de complejidad vincular suele utilizarse en la práctica clínica para, a partir de una
descripción del funcionamiento vincular, pensar el posible proyecto terapéutico. Es un concepto
"bisagra" que articula la descripción psicopatológica con los objetivos terapéuticos. Así, está
relacionado con los conceptos que procuran definir los objetivos terapéuticos: "predominio
erótico", "vínculo progresivo", "predominio genital", "objeto unificado", etcétera, y también con
todos los conceptos que describen un funcionamiento vincular determinado: vínculo dual,
terceridad limitada, terceridad amplia, etcétera. Al hablar de complejidad vincular suelen
entremezclarse, de una manera no siempre evidente cuestiones de índole valorativa. Esta
infiltración de lo valorativo en un concepto teórico clínico plantea problemas difíciles. Sabemos
que hay cuestiones éticas en el corazón de toda práctica clínica y también sabemos como
analistas que es una opción siempre trabajosa decidir cuáles son las cuestiones éticas que es
pertinente incluir en un caso clínico singular y cuáles no. Algo de esta índole plantean Berenstein
y Puget cuando dicen: "No es fácil decir qué es el bienestar de toda pareja ni cómo ni en qué
consiste el aspecto progresivo vincular. ¿Qué se entiende por mayor complejidad vincular?
¿Todas las parejas atendidas por nosotros pueden llegar a esa mayor complejidad vincular? ¿Es
terapéutica esa mayor complejidad? ¿Hemos de admitir un tipo de complementariedad
satisfactorio sin por ello llegar a mayor crecimiento vincular y sin embargo ser la mejor solución?.
Esta cita nos permite reflexionar sobre una dificultad del concepto de complejidad vincular:
aspira a la evaluación del vínculo desde ópticas en que no predomine lo "personal" del analista
pero este tipo de herramientas conceptuales sólo se construyen en aproximaciones asintóticas. 


Complejo
fuente(98) 
s. m. (fr. complexe; ingl. complex; al. Komplex). Conjunto de representaciones parcial o
totalmente inconcientes, provistas de un poder afectivo considerable, que organizan la
personalidad de cada uno y orientan sus acciones.
El término, introducido por E. Bleuler y C. G. Jung, ha sido reservado esencialmente por Freud
para el complejo de castración, el complejo de Edipo y el complejo paterno. Véanse castración
(complejo de), Edipo (complejo de). 
Complejo
Complejo
Al.: Komplex. 
Fr.: complexe. 
Ing.: complex. 
It.: complesso. 
Por.: complexo.
fuente(99) 
Conjunto organizado de representaciones y de recuerdos dotados de intenso valor afectivo,
parcial o totalmente inconscientes. Un complejo se forma a partir de las relaciones 
interpersonales de la historia infantil; puede estructurar todos los niveles psicológicos:
emociones, actitudes, conductas adaptadas.
La palabra complejo ha hallado una gran difusión en el lenguaje corriente («tener complejos»,
etc.). En cambio, los psicoanalistas han ido abandonándola progresivamente, si exceptuamos las
expresiones «complejo de Edipo» y «complejo de castración».
Según la mayoría de los autores (incluido Freud), el psicoanálisis debería a la escuela
psicoanalítica de Zurich (Bleuler, Jung) el término «complejo». De hecho, lo encontramos a partir
de los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895), por ejemplo cuando Breuer
expone las concepciones de Janet acerca de la histeria(100) o cuando invoca la existencia de
representaciones «[...] actuales, activas y, sin embargo, inconscientes»: «Se trata casi siempre
de complejos de representaciones, de conjuntos de ideas, de recuerdos referentes a
acontecimientos exteriores o a las concatenaciones de pensamientos del propio sujeto. Las
representaciones aisladas contenidas en estos complejos de representaciones vuelven a veces
conscientemente todas ellas al pensamiento. Solamente esta combinación bien precisa está
apartada de la conciencia».
Los «experimentos de asociación» de Jung debían proporcionar a la hipótesis del complejo,
formulada en relación con los casos de histeria, una base más amplia y al propio tiempo
experimental. En su primer comentario de estas experiencias, escribe Freud: «[...] la respuesta a
la palabra inductora no puede ser producto del azar, sino que viene forzosamente determinada,
en el individuo que responde, por un contenido de representaciones preexistente. Nos hemos
habituado a denominar «complejo» a un contenido de representaciones capaz de influir de este
modo en la respuesta a la palabra inductora. Esta influencia se manifiesta, tanto porque la
palabra inductora evoque directamente el complejo, como porque éste logre entrar en relación
con la palabra inductora a través de algunos términos intermediarios».
Pero, si bien Freud reconoce el interés de los experimentos de asociación, muy pronto pone
objeciones al empleo del término «complejo». Es ésta «[...] una palabra cómoda y a menudo
imprescindible para reunir en forma descriptiva hechos psicológicos. Ninguna otra palabra
introducida por el psicoanálisis para sus propias necesidades ha adquirido tan gran popularidad
ni ha sido tan mal aplicada, en detrimento de la construcción de conceptos más precisos».
Idéntica opinión manifiesta en una carta dirigida a E. Jones: el complejo no es un concepto teórico
satisfactorio; existe una mitología junguiana de los complejos (carta a S. Ferenczi).
Así, pues, según Freud, la palabra complejo podría servir, con fines demostrativos o
descriptivos, para poner en evidencia, a partir de elementos aparentemente distintos y
contingentes, «[...] ciertos círculos de pensamiento y de intereses dotados de poder afectivo»;
pero carecería de valor teórico. El hecho es que Freud la utiliza muy poco, a diferencia de
numerosos autores que afirman proceder del psicoanálisis(101). 
Podríamos hallar varios motivos para esta reserva de Freud. El se oponía a cierta tipificación
psicológica (por ejemplo, complejo de fracaso), que ofrece un doble peligro: el de ocultar la
singularidad de cada caso y el de ofrecer como explicación lo que en realidad constituye el
problema. Por otra parte, la noción de complejo tiende a confundirse con la de un núcleo
puramente patógeno que conviene eliminar(102); de este modo se pierde de vista la función
estructurante que, en determinados momentos del desarrollo humano, poseen los complejos, en
especial el de Edipo.
El empleo, todavía confuso, de la palabra «complejo» podría simplificarse distinguiendo en ella
tres sentidos:
1. El sentido original, que designa una disposición relativamente fija de cadenas asociativas
(véase: Asociación). A este nivel se presupone la existencia del complejo para explicar el modo
singular en que derivan las asociaciones.
2. Un sentido más general, que designa un conjunto más o menos organizado de rasgos
personales (incluidos los mejor integrados), haciendo recaer el acento fundamentalmente sobre
las reacciones afectivas. A este nivel, la existencia del complejo se reconoce sobre todo porque
las situaciones nuevas son desplazadas inconscientemente a situaciones infantiles; la conducta
aparece entonces modelada por una estructura latente invariable. Pero esta acepción ofrece el
peligro de implicar una generalización abusiva: se tenderá a crear tantos o más complejos como
tipos psicológicos se imaginen. A nuestro modo de ver, es esta desviación «psicologizante» la
que suscitó los reparos y más tarde el desinterés de Freud por la palabra complejo.
3. Un sentido más estricto, que se encuentra en la expresión (siempre conservada por Freud)
«complejo de Edipo», y que designa una estructura fundamental de las relaciones
interpersonales y la forma en que la persona encuentra en ella su lugar y se la apropia (véase:
Complejo de Edipo).
Dentro de este grupo pueden incluirse también algunas expresiones pertenecientes al lenguaje
de Freud, como «complejo de castración», «complejo paterno» (Vaterkomplex) e incluso
términos que se encuentran más raramente, como «complejo materno», «complejo fratemo»,
«complejo parental». Obsérvese que la aparente diversidad de los términos «paterno»,
«materno»... remite siempre a dimensiones de la estructura edípica, ya sea porque esa
dimensión predomine especialmente en un determinado individuo, ya sea porque Freud intente
conferir un particular relieve a aquel momento de su análisis. Así, con el nombre de complejo
paterno, acentúa la relación ambivalente respecto al padre. El complejo de castración, aun
cuando su tema pueda considerarse relativamente aislado, se inscribe plenamente en la
dialéctica del complejo de Edipo. 
Complejo
Complejo
fuente(103) 
Lo esencial de la contribución freudiana a la elaboración de la noción de complejo nos llega
inicialmente del artículo publicado por Freud en 1906 en los Archivos de antropología criminal y
criminología con el título de «Tatbestandsdiagnostik und Psychoanalyse», para el cual la
Standard Edition británica propone la traducción «Psycho-analysis and the Establishment of the 
Facts in Legal Proceedings». En la traducción francesa publicada en 1985 por Bertrand Freso,
cuyo título es «Établissement des faits par voil diagnostique et la Psychanalyse» (Establecimiento
de los hechos por vía diagnóstica y el psicoanálisis), se incluye una valiosa nota preliminar que
comienza recordando la traducción de Bonaparte-Marty, titulada «El psicoanálisis y el
establecimiento de los hechos en materia judicial mediante un método diagnóstico», y precisa
además: «Este texto es el de una conferencia pronunciada en junio de 1905 por pedido del
profesor Löffler, que enseñaba derecho en la Universidad de Viena, ante los estudiantes de su
seminario». El título, prosigue el comentador, «guarda semejanza con el de una obra de Jung que
apareció el mismo año: Die psychologische Diagnose des Tatbestandes (El diagnóstico
psicológico del establecimiento de los hechos)».
La investigación de Jung se inscribe en la corriente de la psicología experimental que,
principalmente con el impulso de Wundt, se esforzaba en transponer al registro de la psicología
los métodos inaugurados por la neurofisiología en el estudio de los tiempos de reacción. En
particular se pone en evidencia el papel de las representaciones intermedias entre la
estimulación -en este caso verbal- y la reacción. Proseguido durante varios años, hasta los
primeros decenios de siglo, el análisis de esas condiciones subjetivas variables desemboca con
Jung en la definición del complejo como un conjunto representativo en el que se expresa la
disposición secreta del sujeto.
Éste es entonces el fenómeno en el que Freud se interesa en su artículo de 1906, para ponerlo
en paralelo con los procesos a los cuales está consagrada la Psicopatología de la vida cotidiana.
«El tiempo utilizado para la reacción y la relación entre la palabra-estímulo y la reacción, que
puede ser muy variada, son el objeto de la observación. No se podría afirmar que en un primer
momento se haya obtenido mucho de estos ensayos. Es comprensible, pues se realizaban sin
haberse planteado claramente los problemas, y faltaba una idea aplicable a los resultados. Sólo
se volvieron atinados y fructuosos cuando, en Zurich, Bleuler y sus discípulos, en particular
Jung, comenzaron a ocuparse de este tipo de «experimentos de asociación». Pero sus ensayos
sólo adquirieron valor gracias a la premisa de que la reacción ante la palabra estímulo no podría
ser nada fortuito, sino que estaba necesariamente determinada por un contenido de
representación presente en la persona que reacciona.
«Se tomó la costumbre de denominar "complejo" a ese contenido de representación, que es
capaz de influir en la reacción a la palabra-estímulo. La influencia se ejerce por el hecho de que
la palabra-estímulo roza directamente el complejo, o bien porque este último logra ponerse en
conexión con la palabra-estímulo mediante eslabones intermedios.» Ahora bien, continúa Freud,
«en 1901 publiqué en un ensayo que toda una serie de acciones, que se consideran
inmotivadas, están por el contrario rigurosamente determinadas, y he contribuido así a reducir en
igual medida el campo del libre albedrío psíquico. He examinado las pequeñas operaciones
fallidas tales como el olvido, el desliz en el habla y la escritura, el extravío de objetos, y he
mostrado que cuando alguien comete un lapsus al hablar, no hay que hacer responsable al azar, 
ni tampoco a simples dificultades de articulación a similitudes fónicas, sino que siempre se puede
establecer la presencia de un contenido de representación perturbador -un complejo-, que
modifica en su sentido el dicho que se intenta, suscitando la apariencia de un error. También he
tomado en consideración las pequeñas acciones de los seres humanos, aparentemente
desprovistas de intención y fortuitas, como sus pequeños actos fútiles, sus jugueteos, etcétera,
y los he desenmascarado como "acciones sintomáticas", que están en relación con un sentido
oculto y están destinadas a procurarle una expresión discreta. He descubierto además que ni
siquiera es posible que a uno se le ocurra al azar un nombre que no se revele determinado por
un poderoso complejo de representaciones; incluso los números que uno elige de una manera
aparentemente arbitraria pueden reducirse a uno de estos complejos ocultos. Unos años
después, un colega, el doctor Adler, pudo verificar este aserto, que era el más desconcertante
de todos, con algunos excelentes ejemplos. Una vez que uno se acostumbra a una tal
concepción del carácter determinado de la vida psíquica, parece una deducción legítima de los
resultados de la psicopatología de la vida cotidiana, que los pensamientos que se le ocurren a la
persona que se somete a la experiencia asociativa pueden también no ser azarosos, sino
condicionados por un contenido de representación que obra en ella».
Asimilando más profundamente las representaciones reprimidas reveladas por la cura catártica
a los «complejos» de la vida cotidiana, Freud señala las «intensas investiduras afectivas» con
las que están cargadas ciertas representaciones o «recuerdos». De allí se pasa al «complejo
sexual reprimido».
Finalmente, el alcance operatorio de estas comparaciones será inferido con mucha precisión, en
1916, en la sexta de las Conferencias de introducción al psicoanálisis, «Premisas y técnicas de
la interpretación», asegurando la transición entre el estudio de los actos fallidos en la primera
parte, y el estudio de los sueños en la segunda. Freud comienza por recordar las
investigaciones de la escuela de Zurich. «Conozco a un joven que durante mucho tiempo ha
estado literalmente obsesionado por la melodía, por otra parte encantadora, de la canción de
Paris, de la Belle Héléne, y esto hasta el día en que el análisis le reveló, en su interés, la lucha
que se libraba en su alma entre una «lda» y una «Helena». Si las ocurrencias que surgen
libremente, sin ninguna imposición y sin ningún esfuerzo, están determinadas de tal modo, y
forman parte de un cierto conjunto, tenemos derecho a concluir que las que tienen un solo
vínculo, el que las liga a una representación inicial, pueden estar no menos determinadas. En
efecto, el análisis muestra que además del vínculo mediante el cual las hemos ligado a la
representación inicial, ellas están bajo la dependencia de ciertos intereses e ideas pasionales,
de complejos cuya intervención es desconocida -es decir, inconsciente- en el momento de
producirse.
«Ocurrencias que presentan este modo de dependencia han sido objeto de investigaciones
experimentales muy instructivas, que desempeñaron un papel considerable en la historia del
psicoanálisis. La escuela de Wundt había propuesto el experimento llamado de asociación, en el
cual el sujeto es invitado a responder con la mayor rapidez posible con una reacción cualquiera 
a la palabra que se le presenta a título de estímulo. Se puede así estudiar el intervalo que
transcurre entre el estímulo y la reacción, la naturaleza de la respuesta producida a título de
reacción, los errores que pueden producirse en el momento de la repetición ulterior de la misma
experiencia, etc. Bajo la dirección de Bleuler y Jung, la escuela de Zurich obtuvo la explicación
de las reacciones que se producen en el transcurso del experimento de asociación, pidiéndole al
sujeto que hiciera sus reacciones más explícitas, cuando ellas no lo eran lo suficiente, mediante
asociaciones complementarias. Se encontró entonces que esas reacciones poco explícitas,
bizarras, estaban determinadas de la manera más rigurosa por los complejos del sujeto. Gracias
a esta comprobación, Bleuler y Jung tendieron el primer puente que permitió el pasaje de la
psicología experimental al psicoanálisis.»
Freud muestra entonces en qué puntos la constitución del sueño puede asimilarse a la
organización de tales experiencias, cumpliendo el elemento desconocido del sueño una función
análoga a la de la «palabra inductora» de la experimentación asociativa: «Reconocemos ahora
que las ideas libremente pensadas son determinadas, y no arbitrarias como lo habíamos creído.
Reconocemos también la determinación de las ocurrencias que surgen en relación con los
elementos de los sueños. Pero no es esto lo que nos interesa. Usted pretende que la ocurrencia
que nace a propósito del elemento de un sueño está determinada por el trasfondo psíquico,
desconocido para nosotros, de ese elemento. Ahora bien, es esto lo que no nos parece
demostrado. Nosotros prevemos que la ocurrencia que nace a propósito del elemento de un
sueño se revelará determinada por uno de los complejos del soñante. Pero ¿cuál es la utilidad de
esta comprobación? En lugar de ayudarnos a comprender el sueño, sólo nos permite, lo mismo
que el experimento de asociación, el conocimiento de esos llamados complejos. Y estos últimos,
¿qué tienen que ver con el sueño? Ustedes tienen razón, pero hay una cosa que no advierten, a
saber: la razón por la cual yo no he tomado el experimento de asociación como punto de partida
de esta exposición. En esa experiencia somos en efecto nosotros quienes elegimos
arbitrariamente uno de los factores que determinan la reacción, es decir, la palabra que oficia de
estímulo. La reacción aparece entonces como un anillo intermedio entre la palabra-estímulo y los
complejos que esa palabra despierta en el sujeto de la experiencia. En el sueño, la palabra
estímulo es reemplazada por algo que proviene de la vida psíquica del soñante, de una fuente
que le es desconocida, y ese "algo" bien podría ser en sí mismo el "retoño" de un complejo.
Tampoco es exagerado admitir que las ocurrencias ulteriores que se relacionan con los
elementos de un sueño son, también ellas, determinadas por el mismo complejo que ese
elemento, y en consecuencia pueden ayudarnos a descubrirlo.» 
Complejo
Complejo
Alemán: Komplex. 
Francés: Complexe. 
Inglés: Complex.
fuente(104) 
Término creado por el psiquiatra alemán Theodor Ziehen (1862-1950), y utilizado esencialmente
por Carl Gustav Jung, para designar fragmentos de personalidad desprendidos, o grupos de
contenido psíquico separados del consciente, que tienen un funcionamiento autónomo en el
inconsciente. Desde allí pueden ejercer influencia sobre el consciente.
Si hemos de creer en las diversas escuelas de psicoterapia, hay más de una cincuentena de
complejos.
En la terminología freudiana, esta palabra sólo se asocia con dos conjuntos de representaciones 
inconscientes en la vida psíquica del sujeto: el complejo de Edipo y el complejo de castración.
En su primera teoría de lo imaginario (1938), Jacques Lacan vincula el término "complejo" con el
de "¡mago", y hace del conjunto una estructura que permite comprender la institución familiar. 


Complejo de castración
Al: Kastrationskomplex. 
Fr.: complexe de castration. 
Ing.: castration complex. 
It.: complesso di castrazione. 
Por.: complexo de castração.
fuente(105) 
Complejo centrado en la fantasía de castración, la cual aporta una respuesta al enigma que
plantea al niño la diferencia anatómica de los sexos (presencia o ausencia del pene): esta
diferencia se atribuye al cercenamiento del pene en la niña.
La estructura y los efectos del complejo de castración son diferentes en el niño y en la niña. El
niño teme la castración como realización de una amenaza paterna en respuesta a sus
actividades sexuales: lo cual le provoca una intensa angustia de castración. En la niña, la
ausencia de pene es sentida como un perjuicio sufrido, que intenta negar, compensar o reparar.
El complejo de castración guarda íntima relación con el complejo de Edipo y, más especialmente,
con su función prohibitiva y normativa.
El análisis del pequeño Hans tuvo un papel determinante en el descubrimiento por Freud del
complejo de castración(106).
El complejo de castración fue descrito por vez primera en 1908 y relacionado con la «teoría
sexual infantil», que, atribuyendo un pene a todo ser humano, sólo puede explicar la diferencia
anatómica de los sexos por la castración. La universalidad del complejo no se indica, pero
parece hallarse implícitamente admitida. El complejo de castración se atribuye a la primacía del
pene en ambos sexos, y su significación narcisista se halla prefigurada: «El pene es ya en la
infancia la zona erógena directriz el objeto sexual autocrótico más importante, y su valorización
se ráeja lógicamente en la imposibilidad de representarse una persona semejante al yo sin esta
parte constitutiva esencial».
A partir de este momento, la fantasía de castración se vuelve a encontrar bajo diversos
símbolos: el objeto amenazado puede desplazarse (ceguera de Edipo, extracción de dientes,
etc.), el acto puede deformarse, substituirse por otros atentados a la integridad física (accidente,
lúes, intervención quirúrgica) o psíquica (locura como consecuencia de la masturbación), el
agente paterno puede hallar los más diversos substitutos (animales angustiantes de los fóbicos).
El complejo de castración se reconoce también en toda la extensión de sus efectos clínicos:
envidia del pene, tabú de la virginidad, sentimiento de inferioridad, cte.; sus modalidades se
descubren en el conjunto de las estructuras psicopatológicas, especialmente en las 
perversiones (homosexualidad, fetichismo(107)). Pero se tardó bastante tiempo en atribuir al
complejo de castración el lugar fundamental que ocupa en la evolución de la sexualidad infantil
para ambos sexos, en formular con evidencia su articulación con el complejo de Edipo y en
afirmar plenamente su universalidad. Esta teorización es paralela a la formulación por Freud de
una fase fálica: en este «estadio de la organización genital infantil existe ciertamente lo
masculino, pero no lo femenino; la alternativa es: órgano genital masculino o castrado. La
unidad del complejo de castración en los dos sexos sólo se concibe por este fundamento
común: el objeto de la castración (el falo) reviste idéntica importancia en esta fase para la niña
como para el niño; el problema planteado es el mismo: tener o no el falo (véase este término). El
complejo de castración se encuentra invariablemente en todo análisis.
Una segunda característica teórica del complejo de castración es su punto de impacto en el
narcisismo: el falo se considera por el niño como una parte esencial de la imagen del yo; la
amenaza que le afecta pone en peligro radical esta imagen; su eficacia procede de la conjunción
de los dos elementos siguientes: prevalencia del falo, herida narcisista.
En la génesis empírica del complejo de castración, tal como Freud la describió, intervienen dos
hechos: la constatación por el niño pequeño de la diferencia anatómica de los sexos es
indispensable para que aparezca el complejo. Esta constatación viene a actualizar y autentificar
una amenaza de castración que pudo ser real o fantaseada. El agente de la castración es, para
el niño pequeño, el padre, autoridad a la que atribuye, en última instancia, todas las amenazas
formuladas por otras personas. La situación es menos clara en la niña, la cual quizá se sienta
más privada de pene por la madre que efectivamente castrada por el padre.
La situación del complejo de castración en relación con el complejo de Edipo es distinta en los
dos sexos: en la niña, abre la búsqueda que le conduce a desear el pene paterno, constituyendo
por lo tanto el momento de entrada en el Edipo; en el niño, en cambio, señala la crisis terminal del
Edipo, al prohibir al niño el objeto materno; la angustia de castración inaugura en el niño el
período de latencia y precipita la formación del superyó.
El complejo de castración se encuentra constantemente en la experiencia analítica. ¿Cómo
explicar su presencia casi invariable en todo ser humano, siendo así que las amenazas reales
que lo originarían distan de comprobarse siempre (y más raramente aún van seguidas de
ejecución), mientras que es muy evidente que la niña no puede sentirse realmente amenazada
de perder lo que no tiene? Tal discrepancia ha conducido a los psicoanalistas a intentar basar el
complejo de castración sobre una realidad distinta a la amenaza de castración. Estas
elaboraciones teóricas han seguido varias direcciones.
Puede intentarse situar la angustia de castración dentro de una serie de experiencias
traumatizantes en las que interviene igualmente un elemento de pérdida, de separación de un
objeto: pérdida del pecho en el ritmo de la lactancia, destete, defecación. Tal serie halla su
confirmación en las equivalencias simbólicas, descubiertas por el psicoanálisis, entre los 
diversos objetos parciales de los cuales el sujeto es así separado: pene, pecho, heces, e
incluso niño en el parto. En 1917 Freud dedicó un trabajo singularmente sugestivo a la
equivalencia pene = heces = niño y a los avatares del deseo que ella permite, a sus relaciones
con el complejo de castración y la reivindicación narcisista: «El pene se reconoce como algo
separable del cuerpo y entra en analogía con las heces, que fueron el primer fragmento del ser
corporal al cual hubo que renunciar».
En la misma línea de investigaciones, A. Stärcke fue el primero en hacer recaer todo el acento en
la experiencia del amamantamiento y de la retirada del pecho como prototipo de la castración:
«[...] una parte del cuerpo análoga a un pene se toma de otra persona, es dada al niño como si
fuera suya (situación a la que se asocian sensaciones placenteras) y luego retirada del niño,
causándole displacer». Esta castración primaria, repetida a cada tetada para culminar en el
momento del destete, sería la única experiencia real capaz de explicar la universalidad del
complejo de castración: la retirada del pezón materno es la significación inconsciente última que
se encuentra siempre tras los pensamientos, los temores, los deseos que constituyen el
complejo de castración.
Dentro de la línea que intenta basar el complejo de castración en una experiencia originaria
efectivamente vivida, la tesis de Rank, según la cual la separación de la madre en el trauma del
nacimiento y las reacciones físicas frente a esta separación proporcionarían el prototipo de toda
angustia ulterior, conduce a considerar la angustia de castración como el eco, a través de una
larga serie de experiencias traumatizantes, de la angustia del nacimiento.
La posición de Freud en relación con estas diferentes concepciones es matizada. Incluso
reconociendo la existencia de «raíces» del complejo de castración en las experiencias de
separación oral y anal, sostiene que el término «complejo de castración» «[...] debería
reservarse a las excitaciones y efectos que guardan relación con la pérdida del pene». No se
trata sólo de una simple preocupación por un rigor terminológico. Durante la larga discusión de
las tesis de Rank en Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Sympton und Angst, 1926), Freud
muestra su interés por el intento de buscar cada vez más cerca de sus orígenes el fundamento
de la angustia de castración y ver intervenir la categoría de separación, de pérdida del objeto
valorado narcisísticamente, tanto durante toda la primera infancia como en muy diversas
experiencias vividas (por ejemplo, angustia moral interpretada como una angustia de separación
del superyó). Pero, por otra parte, en cada página de Inhibición, síntoma y angustia, se aprecia la
preocupación de Freud por desprenderse de la tesis de Rank, así como su insistencia en volver
a centrar, en esta obra de síntesis, el conjunto de la clínica psicoanalítica sobre el complejo de
castración tomado en su acepción literal.
La reticencia de Freud en introducirse a fondo por tales caminos obedece esencialmente a una
exigencia teórica fundamental, atestiguada por varios conceptos. Así, por ejemplo, el de
posterioridad: corrige la tesis que conduce a buscar en una época cada vez más precoz de la
vida una experiencia que pueda poseer la plena función de experiencia prototipo. Así también, 
sobre todo, la categoría de las fantasías, o fantasías originarias, en la cual Freud sitúa el acto de
castración; las dos palabras tienen aquí valor de índice: «fantasías», porque la castración, para
producir sus efectos, no necesita ser ejecutada ni tan sólo ser explícitamente formulada por
parte de los padres; «originaria» (aun cuando la angustia de castración no aparezca hasta la
fase fálica y, por tanto, diste de ser la primera en la serie de experiencias ansiógenas) en tanto
que la castración es uno de los aspectos del complejo de relaciones interpersonales en el que
se origina, se estructura y se especifica el deseo sexual del ser humano. Por ello, el papel que el
psicoanálisis atribuye al complejo de castración no se comprende sin relacionarlo con la tesis
fundamental (y constantemente reafirmada por Freud) del carácter nuclear y estructurante del
Edipo.
Limitándonos al caso del niño, podríamos expresar del siguiente modo la paradoja de la teoría
freudiana del complejo de castración: el niño no puede superar el Edipo y alcanzar la
identificación con el padre si no ha atravesado la crisis de castración, es decir, si le ha sido
rehusada la utilización de su pene como instrumento de su deseo hacia la madre. El complejo de
castración debe referirse al orden cultural, en el que el derecho a un determinado uso es
siempre correlativo a una prohibición. En la «amenaza de castración», que sella la prohibición del
incesto, se encarna la función de la Ley como instauradora del orden humano, según ilustra,
míticamente, en Tótem y tabú (Totem und Tabu, 1912) la «teoría» del padre originario que, bajo
la amenaza de castrar a sus hijos, se reservaba el uso sexual exclusivo de las mujeres de la
horda.
Precisamente porque el complejo de castración es la condición a priori que regula el intercambio
interhumano como intercambio de objetos sexuales, puede presentarse en diversas formas en la
experiencia concreta, y ser formulado de modos a la vez distintos y complementarios, como los
indicados por Stärcke, en los que se combinan los términos del sujeto y de otra persona, de
perder y de recibir:
«1. Yo estoy castrado (sexualmente privado de), yo seré castrado.
»2. Yo recibiré (deseo recibir) un pene.
»3. Otra persona está castrada, debe ser (será) castrada.
»4. Otra persona recibirá un pene (tiene un pene) » (6 b). 


Complejo de Edipo
Al.: Ödipuskomplex. 
Fr.: complexe d'Edipe. 
Ing.: (Edipus complex. 
It.: complesso di Edipo 
Por.: complexo de Édipo.
fuente(108) 
Conjunto organizado de deseos amorosos y hostiles que el niño experimenta respecto a sus
padres. En su forma llamada positiva, el complejo se presenta como en la historia de Edipo Rey:
deseo de muerte del rival que es el personaje del mismo sexo y deseo sexual hacia el personaje
del sexo opuesto. En su forma negativa, se presenta a la Inversa: amor hacia el progenitor del
mismo sexo y odio y celos hacia el progenitor del sexo opuesto. De hecho, estas dos formas se
encuentran, en diferentes grados, en la forma llamada completa del complejo de Edipo.
Según Freud, el complejo de Edipo es vivido en su período de acmé entre los tres y cinco años
de edad, durante la fase fálica; su declinación señala la entrada en el período de latencia.
Experimenta una reviviscencia durante la pubertad y es superado, con mayor o menor éxito,
dentro de un tipo particular de elección de objeto.
El complejo de Edipo desempeña un papel fundamental en la estructuración de la personalidad y
en la orientación del deseo humano.
Los psicoanalistas han hecho de este complejo un eje de referencia fundamental de la
psicopatología, intentando determinar, para cada tipo patológico, las modalidades de su
planteamiento y resolución.
La antropología psicoanalítica se dedica a buscar la estructura triangular del complejo de Edipo,
cuya universalidad afirma, en las más diversas culturas y no sólo en aquellas en que predomina
la familia conyugal.
Si bien la expresión «complejo de Edipo» no aparece en los escritos de Freud hasta 1910, lo
hace en términos que demuestran que ya había sido admitida en el lenguaje psicoanalítico(109).
El descubrimiento del complejo de Edipo, preparado desde hacía mucho tiempo por el análisis de
sus pacientes (véase: Seducción), Freud lo realiza durante su autoanálisis, que le conduce a
reconocer en sí mismo el amor hacia su madre y, con respecto a su padre, unos celos que se
hallan en conflicto con el afecto que le tiene; el 15 de octubre de 1897 escribe a Fliess: «[...] la
poderosa influencia de Edipo Rey se vuelve inteligible [...] el mito griego explota una compulsión
de cuya existencia todo el mundo reconoce haber sentido en sí mismo los indicios».
Observemos que, desde esta primera formulación, Freud alude espontáneamente a un mito que
se halla allende la historia y las variaciones de lo vivido individualmente. Desde un principio
afirma la universalidad del Edipo, tesis que ulteriormente se irá reforzando: «Todo ser humano
tiene impuesta la tarea de dominar el complejo de Edipo...».
No es nuestra intención exponer aquí en sus diversas etapas y en toda su complejidad la
progresiva elaboración de este descubrimiento, cuya historia es coextensiva de la del
psicoanálisis; por lo demás, se observará que Freud en ningún trabajo dio una exposición 
sistemática del complejo de Edipo. Por nuestra parte, nos limitaremos a señalar algunos
problemas relativos al lugar que ocupa en la evolución del individuo, a sus funciones y a su
alcance.
I. El complejo de Edipo se descubrió en su forma llamada simple y positiva (por lo demás, así es
como aparece también en el mito), pero, como ya hizo observar Freud, esta forma no es más
que una «simplificación o esquematización» en relación con la complejidad de la experiencia: «
[...] el niño pequeño no experimenta solamente una actitud ambivalente y una elección de objeto
amoroso dirigida hacia su madre, sino que al mismo tiempo se comporta como una niña
mostrando una actitud femenina y tierna hacia su padre y la correspondiente actitud de celos
hostiles hacia la madre». En realidad, entre la forma positiva y la forma negativa se observa toda
una serie de casos mixtos en los que coexisten estas dos formas en una relación dialéctica, y
en las que el analista se aplica a determinar las distintas posiciones adoptadas por el sujeto e « n
la asunción y resolución de su Edipo.
Desde este punto de vista, como ha subrayado Ruth Mack Brunswick, el complejo de Edipo
designa la situación del niño en el triángulo. La descripción del complejo de Edipo en su forma
completa permite a Freud explicar la ambivalencia hacia el padre (en el niño) por la interacción de
los componentes heterosexuales y homosexuales y no como el simple resultado de una
situación de rivalidad.
1) Las primeras elaboraciones de la teoría se construyeron sobre el modelo del niño. Durante
mucho tiempo Freud admitió que el complejo podía ser transpuesto tal cual, mutatis mutandis, a
la niña. Pero este postulado ha sido combatido:
a) por la tesis desarrollada en el artículo 1923 sobre «la organización genital infantil de la libido»,
según la cual, en los dos sexos, durante la fase fálica, es decir, en el momento del acmé del
Edipo, hay un solo órgano que cuenta: el falo;
b) por el valor concedido a la inclinación preedípica hacia la madre. Esta fase preedípica se
observa especialmente en la niña, en la medida en que el complejo de Edipo significará para ella
un cambio de objeto amoroso, de la madre al padre.
Siguiendo estas dos direcciones, los psicoanalistas han trabajado para poner de manifiesto la
especificidad del Edipo femenino.
2) La edad en que se sitúa el complejo de Edipo permaneció al principio relativamente
indeterminada para Freud. Así, por ejemplo, en los Tres ensayos sobre la teoría de la 
sexualidad (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), se sostiene la tesis de que la
elección de objeto no tiene lugar de modo pleno hasta la pubertad, siendo la sexualidad infantil
fundamentalmente autoerótica. Desde este punto de vista, el complejo de Edipo, aunque
esbozado durante la infancia, sólo se manifestaría claramente en el momento de la pubertad,
para ser en seguida superado. Esta incertidumbre se encuentra todavía en 1916-1917
(Lecciones de introducción al psicoanálisis [Vorlesungen zur Einführung in die
Psychoanalyse]), aun cuando en esta fecha Freud reconoce ya la existencia de una elección de
objeto infantil muy próxima a la elección adulta.
En el enfoque final de Freud, una vez afirmada la existencia de una organización genital infantil o
fase fálica, el Edipo se relaciona con esta fase, o sea esquemáticamente con el período de los
tres a los cinco años de edad.
3) Como puede apreciarse, Freud admitió siempre que en la vida del individuo existía un período
anterior al Edipo. Cuando se efectúa una distinción, o incluso una oposición, entre lo preedípico y
el Edipo, se intenta ir más allá del reconocimiento de este simple hecho: se subraya la existencia
y los efectos de una relación compleja, del tipo dual, entre la madre y el niño, y se procura hallar
las fijaciones a una tal relación en las más diversas estructuras psicopatológicas. Desde este
punto de vista, ¿puede considerarse todavía válida la célebre fórmula que hace del Edipo el
«complejo nuclear de las neurosis»?
Numerosos autores sostienen que, con anterioridad a la estructura triangular del Edipo, existe
una relación puramente dual, y que los conflictos relativos a este período pueden analizarse sin
hacer intervenir la rivalidad hacia un tercero.
La escuela kleiniana, que, como es sabido, concede una importancia primordial a las épocas más
precoces de la infancia, no designa ninguna fase como propiamente preedípica. Hace
remontarse el complejo de Edipo a la posición llamada depresiva, en la que se inicia la relación
con personas totales.
Acerca del problema de una estructura preedípica, la posición de Freud seguirá siendo
matizada: declara haber tardado en reconocer todo el alcance de la unión primitiva a la madre y
haber quedado sorprendido por lo que, especialmente las psicoanalistas femeninas, han puesto
en evidencia sobre la fase preedípica en la niña (7 b). Pero también piensa que, para explicar
estos hechos, no es necesario recurrir a otro eje de referencia que el Edipo (véase: Preedípico).
II. La preponderancia del complejo de Edipo, que siempre sostuvo Freud (rehusando situar en el
mismo plano, desde el punto de vista estructural y etiológico, las relaciones edípicas y las
preedípicas) queda atestiguado por las funciones fundamentales que le atribuye: 
a) elección del objeto de amor, en el sentido de que éste, después de la pubertad, viene
condicionado a la vez por las catexis de objeto y las identificaciones inherentes al complejo de
Edipo y por la prohibición de realizar el incesto;
b) acceso a la genitalidad, por cuanto ésta no queda en modo alguno garantizada por la sola
maduración biológica. La organización genital presupone la instauración de la primacía del falo, y
ésta difícilmente se puede considerar establecida sin que se resuelva la crisis edípica por el
camino de la identificación;
c) efectos sobre la estructuración de la personalidad, sobre la constitución de las diferentes
instancias, en especial el superyó y el ideal del yo.
Este papel estructurante en la génesis de la tópica intrapersonal Freud lo relaciona con la
declinación del complejo de Edipo y la entrada en el período de latencia. Según Freud, el proceso
descrito es más que una represión: «[...] en el caso ideal, equivale a una destrucción, una
supresión del complejo [...]. Cuando el yo no ha logrado más que una represión del complejo,
éste permanece en el ello en estado inconsciente: más tarde manifestará su acción patógena».
En el artículo que aquí citamos, Freud discute los diferentes factores que provocan esta
declinación. En el niño, la «amenaza de castración» por el padre posee un valor determinante en
esta renuncia al objeto incestuoso, y el complejo de Edipo termina de forma relativamente
abrupta. En la niña la relación entre el complejo de Edipo y el complejo de castración es muy
distinta: «... mientras que el complejo de Edipo del niño se halla minado por el complejo de
castración, el de la niña se hace posible y es introducido por el complejo de castración». En ella
«[...] la renuncia al pene sólo se realiza después de una tentativa de obtener una reparación. La
niña se desliza (podríamos decir a lo largo de una equivalencia simbólica) desde el pene al niño,
y su complejo de Edipo culmina en el deseo, largo tiempo sentido, de obtener del padre, como
regalo, un niño, de darle al padre un hijo». De ello resulta que en este caso es más difícil señalar
con claridad el momento de la declinación del complejo.
III. La descripción que antecede no explica suficientemente el carácter fundador que, para Freud,
posee el complejo de Edipo, como se desprende de la hipótesis, anticipada en Tótem y tabú
(Totem und Tabu, 1912-1913), del asesinato del padre primitivo considerado como el momento
de origen de la humanidad. Esta hipótesis, discutible desde el punto de vista histórico, debe
interpretarse sobre todo como un mito que traduce la exigencia que se plantea a todo ser
humano de ser un «vástago de Edipo». El complejo de Edipo no puede reducirse a una situación
real, a la influencia ejercida efectivamente sobre el niño
por la pareja parental. Su eficacia proviene de que hace intervenir una instancia prohibitiva
(prohibición del incesto) que cierra la puerta a la satisfacción naturalmente buscada y une de
modo inseparable el deseo y la ley (punto sobre el que ha puesto el acento J. Lacan). Esto 
disminuye el alcance de la objeción iniciada por Malinowski y recogida por la escuela llamada
culturalista, según la cual, en ciertas civilizaciones en las que el padre carece de toda función
represora, no existiría el complejo de Edipo, sino un complejo nuclear característico de aquella
estructura social: de hecho, en tales civilizaciones, los psicoanalistas intentan descubrir qué
personajes reales, o incluso qué instituciones, encarnan la instancia prohibitiva, en qué
modalidades sociales se especifica la estructura triangular constituida por el niño, su objeto
natural y el representante de la ley.
Esta concepción estructural del Edipo concuerda con la tesis del autor de Las estructuras
elementales del parentesco, que considera la prohibición del incesto la ley universal y mínima
para que una «cultura» se diferencie de la «naturaleza».
Otro concepto freudiano habla en favor de la interpretación que hace que el Edipo trascienda lo
vivido individual en el que se encarna: el de las fantasías originarias, «filogenéticamente
transmitidas», esquemas que estructuran la vida imaginaria del sujeto y que constituyen otras
tantas variantes de la situación triangular (seducción, escena originaria, castración, etc.).
Señalemos finalmente que, al dirigir nuestro interés hacia la relación triangular misma, nos vemos
inducidos a atribuir un papel esencial, en la constitución de un determinado complejo de Edipo, no
sólo al sujeto y sus pulsiones, sino también a los otros focos de la relación (deseo inconsciente
de cada uno de los padres, seducción, relaciones entre los padres).
Lo que será interiorizado y sobrevivirá en la estructuración de la personalidad es, por lo menos,
tanto como determinadas imágenes parentales, los distintos tipos de relaciones existentes entre
los diferentes vértices del triángulo. 


Complejo de Electra
Al.: Elektrakomplex. 
Fr.: complexe d'Électre. 
Ing.: Electra complex. 
It.: complesso di Elettra.- 
Por.: complexo de Electra.
fuente(110) 
Término utilizado por Jung como sinónimo del complejo de Edipo femenino, a fin de indicar la
existencia de una simetría en los dos sexos, mutatis mutandis, de la actitud con respecto a los
padres.
En su Ensayo de exposición de la teoría psicoanalítica (Versuch einer Darstellung der
psychoanalytischen Theorie, 1913) Jung introduce la expresión «complejo de Electra». A este
respecto Freud manifestó, en principio, que no veía el interés de tal denominación; en su artículo
sobre la sexualidad femenina se mostró aún más categórico: el Edipo femenino no es simétrico
del niño. «Solamente en el niño se establece esta relación, que marca su destino, entre el amor
hacia uno de sus progenitores y, simultáneamente, el odio hacia el otro como rival». 
Lo que Freud mostró acerca de los distintos efectos del complejo de castración en cada sexo,
de la importancia que para la niña tiene la inclinación preedípica hacia la madre, de la
preponderancia del falo en los dos sexos, justifica su rechazo del término «complejo de Electra»,
que presupone una analogía entre la posición de la niña y la del niño con respecto a sus padres. 


Complejo de inferioridad 
Al.: Minderwertigkeitskomplex. 
Fr.: complexe d'infériorité. 
Ing.: complex of inferiority. 
It.: complesso d'inferiorità. 
Por.: complexo de inferioridade.
fuente(111) 
Término que tiene su origen en la psicología adleriana; designa, de un modo muy general, el
conjunto de actitudes, representaciones y conductas que constituyen expresiones, más o
menos disimuladas, de un sentimiento de inferioridad o de las reacciones frente a éste. 
Complejo de inferioridad
Complejo de inferioridad
Al.: Minderwertigkeitskomplex. 
Fr.: complexe d'infériorité. 
Ing.: complex of inferiority. 
It.: complesso d'inferiorità. 
Por.: complexo de inferioridade.
fuente(112) 
Término que tiene su origen en la psicología adleriana; designa, de un modo muy general, el
conjunto de actitudes, representaciones y conductas que constituyen expresiones, más o
menos disimuladas, de un sentimiento de inferioridad o de las reacciones frente a éste. 


Compromiso
fuente(113) 
La noción de compromiso aparece en Freud en 1896 en el artículo «Nuevas puntualizaciones
sobre las neuropsicosis de defensa», como parte de la expresión «formación de compromiso»
(Kompromisbildung). La característica funcional del «compromiso» es entonces relacionada con
la representación de una organización, y el punto de vista dinámico con el punto de vista tópico.
Desde el primer punto de vista, se enfoca el retorno del proceso reprimido por el mecanismo de
la defensa; en el artículo citado se presenta como ejemplo la neurosis obsesiva. Desde el
segundo punto de vista, lo reprimido es llamado a incorporarse a la organización de lo
consciente.
En el caso de la neurosis obsesiva se evidenciarán tres fases, cuyo encadenamiento justifica el
concepto de «formación de compromiso».
En un primer período -el de la inmoralidad infantil- sobrevienen los acontecimientos que contienen
el núcleo de la neurosis ulterior: por empezar, en la primera infancia, las experiencias de
seducción sexual que más tarde hacen posible la represión; después las acciones de agresión
sexual contra el otro sexo, que más tarde aparecerán como pasibles de reproche.
Pondrá fin a este período la aparición de la «maduración» sexual, a menudo anticipada. Entonces
se vincula un reproche al recuerdo de esas acciones generadoras de placer; la relación con la
experiencia inicial de pasividad permite -a menudo sólo después de esfuerzos conscientes que
el sujeto recuerda- reprimir ese reproche y reemplazarlo por un síntoma primario de defensa.
Escrupulosidad, vergüenza, desconfianza de sí mismo, son los síntomas que abren el tercer
período, período de salud aparente, pero en realidad de defensa exitosa.
El período siguiente, el de la enfermedad, se caracteriza por el retorno de los recuerdos 
reprimidos, y en consecuencia por el fracaso de la defensa. No se podría decidir si el despertar
de esos recuerdos se produce más a menudo por azar y espontáneamente que como
consecuencia de perturbaciones sexuales actuales y, por así decirlo, como efecto marginal de
éstas. Los recuerdos reactivados y los reproches que han cobrado forma a partir de ellos, sin
embargo, nunca entran en la conciencia sin modificación: lo que deviene consciente como
representaciones y afectos obsesivos, lo que reemplaza en el vivir consciente al recuerdo
patógeno, son las formaciones de compromiso entre las representaciones reprimidas y las
represoras.
Por otra parte, la formación de compromiso aparecerá como núcleo explicativo de una variedad
de procesos a través de los cuales se prolonga la defensa que ha sido llevada al fracaso.
«Junto a estos síntomas de compromiso que representan un retorno de lo reprimido y en
consecuencia un fracaso de la resistencia que en el origen había tenido éxito, la neurosis
obsesiva construye toda una serie de otros síntomas de procedencia totalmente distinta. En
efecto, el yo trata de defenderse de esos retoños del recuerdo inicialmente reprimido y, en ese
combate defensivo, crea síntomas que se pueden agrupar bajo el nombre de "defensa
secundaria". Son todas "medidas de protección" que han prestado buenos servicios en el
combate contra las representaciones y los afectos obsesivos. Si, en el combate defensivo,
estos auxiliares llegan verdaderamente a reprimir de nuevo los síntomas del retorno (de lo
reprimido) que se habían impuesto al yo, la compulsión se transfiere a las medidas de protección
en sí, creando una tercera forma de "neurosis obsesiva": las acciones compulsivas. Éstas no
son nunca primarias, nunca contienen otra cosa que una defensa, jamás una agresión; el
análisis psíquico muestra que -a pesar de su rareza- en todos los casos se las puede explicar
plenamente si se las reconduce al recuerdo obsesivo que combaten.»
En la continuación del artículo, el análisis de un caso de paranoia crónica confirmará el alcance
heurístico del concepto, más allá de los límites que le asigna el ejemplo privilegiado de la neurosis
obsesiva. 


Compromiso
(formación de)
fuente(114) 
(fr. formation de compromis; ingl. compromise-formation; al. Kompromiß -Bildung). Medio por el
cual lo reprimido irrumpe en la conciencia, a la que no puede retornar sino a condición de no ser
reconocido (sueño, síntoma neurótico, etc.).
A través de la formación de compromiso, la acción de la defensa sigue siendo paradójicamente
compatible con la satisfacción del deseo inconciente de un modo indirecto. Si bien la noción de
formación de compromiso estaba reservada en los primeros trabajos de S. Freud a una
formación de síntomas específica de la neurosis obsesiva, la idea de compromiso parece
indisociable de la concepción freudiana misma sobre la formación de síntomas (se trate de
formación reactiva o de formación sustitutiva). Sin embargo, el compromiso en el que desemboca
generalmente toda producción del inconciente (sueño, lapsus, acto fallido) puede ser fugaz o 
frágil y puede parecer ausente, en un primer análisis, en ciertos síntomas donde prevalecen los
mecanismos defensivos, 


Compulsión,
compulsional
Compulsión, compulsional
Compulsión, compulsional
Al.: Zwang, Zwangs-. 
Fr.: compulsion, compulsionnel. 
Ing.: compulsion, compulsive. 
It.: coazione, coattivo. 
Por.: compulsão, compulsivo.
fuente(115) 
Clínicamente, tipo de conductas que el sujeto se ve impelido a ejecutar por una coacción Interna.
Un pensamiento (obsesión), un acto, una operación defensiva, o incluso una compleja secuencia
de comportamientos, se califican de compulsivos cuando su no realización se siente como
desencadenante de cierto grado de angustia.
1. En el vocabulario freudiano, Zwang se utiliza para designar una fuerza interna que coacciona.
Casi siempre se emplea en el ámbito de la neurosis obsesiva e implica entonces que el sujeto se
siente impelido por esta fuerza a actuar o pensar de determinada forma, y lucha contra ella.
En ocasiones, aparte de la neurosis obsesiva, no se halla presente esta implicación: el sujeto no
se siente conscientemente en desacuerdo con los actos que realiza, sin embargo, conforme a
prototipos inconscientes. Tal es especialmente el caso de lo que Freud denomina
Wiederholungszwang (compulsión a la repetición) y Schicksalszwang (compulsión de destino)
(véase: Neurosis de destino).
Para Freud, de un modo general, Zwang, tomado en un sentido más amplio y fundamental del que
posee en la clínica de la neurosis obsesiva, delata lo que hay de más radical en la pulsión: «En el
inconsciente psíquico puede reconocerse la supremacía de una compulsión a la repetición
proveniente de las mociones pulsionales y que probablemente depende de la naturaleza más
íntima de las pulsiones, lo bastante poderosa para situarse por encima del principio del placer y
que confiere a ciertos aspectos de la vida psíquica su carácter demoníaco [...]».
Esta significación fundamental del Zwang, que lo asemeja a una especie de fatum, se encuentra
también cuando Freud habla del mito de Edipo, llegando a designar así la palabra del oráculo,
como lo atestigua en el Esquema del psicoanálisis (Abriss der Psychoanalyse, 1938) «[...] el
Zwang del oráculo, que debe o debiera absolver al héroe, constituye un reconocimiento de lo
implacable del destino que condena a todos los hijos a pasar por el complejo de Edipo(116)».
2. En francés y en español, la palabra compulsión tiene el mismo origen latino (compellere) que
compulsivo: es decir, que impele, que coacciona. Estas palabras se eligieron como equivalentes
del alemán Zwang. Pero, por otra parte, la clínica utilizaba el término «obsesión» para designar
los pensamientos que el sujeto se ve coaccionado a tener, por los cuales se siente literalmente
asediado. Por ello, en algunos casos, el término Zwang se traduce por obsesión: así, 
Zwangsneurose se traduce por neurosis obsesiva; Zwangsvortellung, por representación
obsesiva u obsesión de... En cambio, cuando se trata de comportamientos, se habla de
compulsión, de acto compulsivo (ZwangshandIung), de compulsión a la repetición, etc.
Observemos finalmente que, por su raíz, la palabra compulsión entra a formar parte de una
serie en la que figuran pulsión e impulso. El parentesco etimológico entre compulsión y pulsión
corresponde perfectamente al concepto freudiano Zwang. Entre compulsión e impulso existen
claras diferencias establecidas por el uso. Impulso designa la súbita aparición, sentida como
urgente, de una tendencia a realizar un determinado acto, el cual se efectúa sin control y
generalmente bajo el dominio de la emoción; no se encuentra aquí ni la lucha ni la complejidad de
la compulsión obsesiva, ni el carácter que ofrece la compulsión a la repetición de ordenarse
según un cierto guión fantaseado. 


Compulsión a la repetición
Al.: Wiederholungszwang. 
Fr.: compulsion de répétition. 
Ing.: compulsion to repeat o repetition compulsion. 
It.: coazione a ripetere. 
Por.: compulsão à repetição.
fuente(117) 
A) A nivel de la psicopatología concreta, proceso incoercible y de origen inconsciente, en virtud
M cual el sujeto se sitúa activamente en situaciones penosas, repitiendo así experiencias
antiguas, sin recordar el prototipo de ellas, sino al contrario, con la Impresión. muy viva de que
se trata de algo plenamente motivado en lo actual.
B) En la elaboración teórica que Freud da de ella, la compulsión a la repetición se considera
como un factor autónomo, irreductible, en último análisis, a una dinámica conflictual en la que
sólo intervendría la Interacción del principio del placer y el principio de realidad. Se atribuye
fundamentalmente a la característica más general de las pulsiones: su carácter conservador.
La noción de compulsión a la repetición ocupa un lugar central en el ensayo Más allá del
principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), en el que Freud somete a discusión los
conceptos fundamentales de su teoría. Por ello resulta difícil delimitar, no sólo su acepción
estricta, sino también su problemática propia, por cuanto participa de la investigación
especulativa realizada por Freud en este momento decisivo, con sus dudas, sus «callejones sin
salida» e incluso sus contradicciones. Ésta es una de las razones por las cuales, en la literatura
psicoanalítica, la discusión de este concepto es confusa y se renueva con frecuencia: obliga a
definirse acerca de los conceptos cruciales de la obra freudiana, tales como el de principio de
placer, pulsión, pulsión de muerte, ligazón.
Resulta evidente que el psicoanálisis se vio confrontado desde sus orígenes a los fenómenos de
repetición. En especial si se consideran los síntomas, se observa que, por una parte, algunos de
ellos son manifiestamente repetitivos (por ejemplo, los ceremoniales obsesivos) y, por otra, lo
que define el síntoma en psicoanálisis es precisamente el hecho de que reproduce, en forma 
más o menos disfrazada, ciertos elementos de un conflicto pasado (en este sentido Freud, al
comienzo, de su obra, califica el síntoma histérico de símbolo mnémico). De un modo general, lo
reprimido intenta «retornar» al presente, en forma de sueños, síntomas, actuar: «[...] lo que ha
permanecido incomprendido retorna; como alma en pena, no descansa hasta encontrar solución
y liberación».
En la cura, los fenómenos de transferencia atestiguan esta exigencia del conflicto reprimido de
actualizarse en la relación con el analista. Por lo demás, la consideración creciente de estos
fenómenos y de los problemas técnicos que plantean condujo a Freud a completar el modelo
teórico de la cura estableciendo, junto al recuerdo, la repetición transferencial y el trabajo
elaborativo, como etapas fundamentales del proceso terapéutico (véase: Transferencia). Al
situar en primer plano, en Más allá del principio del placer, el concepto de compulsión a la
repetición invocado desde Recuerdo, repetición y trabajo elaborativo (Erinnern, Wiederholen
und Durcharbeiten, 1914), Freud reagrupa cierto número de hechos repetitivos ya señalados, y
separa otros en los que la repetición figura en el primer plano del cuadro clínico (neurosis de
destino y neurosis traumática, por ejemplo). En su opinión, estos hechos exigen un nuevo
análisis teórico. En efecto, lo que se repite son experiencias manifiestamente displacenteras, y
resulta difícil comprender, en un primer análisis, qué instancia del sujeto podría hallar
satisfacción en ellas; aunque se trate de comportamientos en apariencia incoercibles,
caracterizados por esta compulsión que es propia de todo lo que emana del inconsciente, resulta
difícil poner de manifiesto en ellos, ni siquiera en la forma de una transacción o compromiso, la
realización de un deseo reprimido.
El curso seguido por las reflexiones freudianas en los primeros capítulos de Más allá del
principio del placer no conducen a rechazar la hipótesis fundamental de que, bajo el sufrimiento
aparente, como por ejemplo el del síntoma, se busque la realización de un deseo. Por el
contrario, en este trabajo se adelanta la conocida tesis según la cual lo que es displacer para un
sistema del aparato psíquico, es placer para otro. Pero estas tentativas de explicación dejan,
según Freud, un residuo. El problema planteado podría resumirse así, recurriendo a términos
introducidos por D. Lagache: ¿es necesario postular la existencia, junto a la repetición de las
necesidades, de una necesidad de repetición radicalmente distinta y más fundamental? Freud,
aunque reconoce que la compulsión a la repetición no puede detectarse en estado puro, sino
que aparece siempre reforzada por motivos que obedecen al principio de placer, concederá
cada vez mayor importancia, hasta el final de su obra, al citado concepto. En Inhibición, síntoma
y angustia (Hemmung, Symptom und Angst, 1926), Freud ve en la compulsión a la repetición el
tipo mismo de resistencia propio del inconsciente, «[...] la atracción de los prototipos
inconscientes sobre el proceso pulsional reprimido».
Así como la repetición compulsiva de lo displacentero, o incluso de lo doloroso, se reconoce
como un dato incontestable de la experiencia analítica, los autores divergen en cuanto a la
explicación teórica de este hecho. Esquemáticamente podría decirse que la discusión se centra
en torno a las dos cuestiones siguientes: 
1.ª ¿Al servicio de qué actúa la tendencia a la repetición? ¿Se trata, como indicarían sobre todo
los sueños repetitivos consecutivos a traumas psíquicos, de intentos efectuados por el yo para
controlar y luego derivar por abreacción, fraccionadamente, las tensiones excesivas? ¿O bien
es preciso admitir que la repetición debe relacionarse, en último análisis, con lo que existe de
más «pulsional», de «demoníaco», en toda pulsión, la tendencia a la descarga absoluta que
ilustra el concepto de pulsión de muerte?
2.ª ¿La compulsión a la repetición pone verdaderamente en tela de juicio, como sostuvo Freud, el
predominio del principio de placer? La contradicción entre las formulaciones que se encuentran
en Freud, la diversidad de respuestas que han intentado aportar los psicoanalistas a este
problema, se esclarecerían, a nuestro modo de ver, mediante una discusión previa de las
ambigüedades inherentes a los términos «principio de placer», «principio de constancia»,
«ligazón», etc. Para citar un ejemplo, es evidente que si consideramos que el principio del placer
se halla «directamente al servicio de las pulsiones de muerte», la compulsión a la repetición,
incluso tomada en el sentido más radical en que la acepta Freud, no puede quedar situada «más
allá del principio de placer».
Por lo demás, estas dos cuestiones son estrechamente solidarias: si se da una determinada
respuesta a una de ellas, no es posible dar una respuesta cualquiera a la otra. Se han propuesto
toda una gama de respuestas, desde la tesis que ve en la compulsión a la repetición un factor
absolutamente original, hasta los intentos de reducirla a mecanismos y funciones ya conocidos.
La concepción de Edward Bibring representaría una solución intermedia. Este autor propone
distinguir entre una tendencia repetitiva, que caracteriza el ello, y una tendencia restitutiva, que
es una función del yo. La primera puede decirse que se sitúa «más allá del principio de placer»,
en la medida en que las experiencias repetidas son tanto dolorosas como agradables, pero no
constituye un principio opuesto al principio de placer. La tendencia restitutiva constituye una
función que intenta, por diversos medios, restablecer la situación anterior al trauma; utiliza los
fenómenos repetitivos en beneficio del yo. Desde este punto de vista, Bibring ha propuesto
distinguir los mecanismos de defensa en los que el yo permanece bajo el dominio de la
compulsión a la repetición, sin que se resuelva la tensión interna, los procesos de abreacción,
que de un modo inmediato o diferido descargan la excitación, y finalmente los llamados
mecanismos de desprendimiento, cuya «[...] función consiste en disolver progresivamente la
tensión modificando las condiciones internas que le dan origen» 


Comunismo
fuente(118) 
El término comunismo apareció a fines del siglo XVIII para designar una formación social basada
en la abolición de la propiedad individual, reemplazada por la propiedad común de los bienes de
producción.
Por extensión, la palabra remite a las diferentes doctrinas, utópicas o no, que tienden a promover
este tipo de sociedad. 
A fines del siglo XIX, y durante todo el siglo XX -es decir, en la época en que nació y se
expandió el psicoanálisis-, el término "comunismo" se refirió a tres realidades diferentes.
En primer lugar, tenía que ver con el marxismo, doctrina basada en los trabajos de Karl Marx
(1818-1883) y sistematizada por Friedrich Engels (1820-1895) hacia 1880, para designar un
corpus teórico y a sus representantes. El marxismo redescubrió de alguna manera el
comunismo, aportándole un contenido teórico nuevo. En este sentido, se estableció un vínculo
entre el marxismo y el freudismo, por haber dado origen a una corriente intelectual denominada
freudomarxismo, cuyos principales representantes fueron los filósofos de la Escuela de
Francfort y los psicoanalistas de la "izquierda freudiana": desde Otto Fenichel hasta Wilhelm
Reich, pasando por Erich Fromm y Herbert Marcuse.
Para aprehender de manera crítica la realidad social y subjetiva, también se tendieron otros
puentes entre comunismo y psicoanálisis. Numerosos intelectuales del siglo XX fueron a la vez
marxistas y freudianos, sin ser freudomarxistas, participaran o no del comunismo o del
movimiento psicoanalítico. En general, fueron criticados a la vez por la corporación psicoanalítica
(demasiado conservadora para interesarse en sus tesis) y por los partidos comunistas, a
menudo demasiado estalinistas como para aceptarlos.
El propio Freud puso siempre de manifiesto hostilidad, si no al marxismo, por lo menos al
comunismo, y en especial a los freudomarxistas. Su mayor violencia se desató contra Reich,
sobre todo en 1933, en el momento en que los freudianos de todas las tendencias tendrían que
haberse movilizado contra el nazismo, y no contra los disidentes marxistas de su propio
movimiento. (No obstante, Freud nunca confundió el comunismo con el nazismo, corno lo
demuestra una carta publicada por Jones y dirigida a Marie Bonaparte el 10 de junio de 1933: "El
mundo se está transformando en una enorme cárcel. Alemania es la peor de sus celdas. Lo que
ocurrirá en la celda austríaca es totalmente incierto. Yo predigo una sorpresa paradójica en
Alemania. Han comenzado con el bolcheviquismo como su enemigo mortal, y terminarán en algo
que no se distinguirá en nada de él -salvo en que el bolcheviquismo ha adoptado, después de
todo, ideales revolucionarios, mientras que los del hitlerismo son puramente medievales y
reaccionarios.")
Fue en Francia, país en el que no había freudomarxismo, donde se realizó con más riqueza la
unión entre el ideal comunista y la idea de una subversión freudiana. Primero a través del
movimiento surrealista, que se puso al servicio de un doble proyecto de revolución del lenguaje y
de la realidad, y después con el Colegio de Sociología, que reactivó la problemática de lo sagrado
y de las pulsiones colectivas en las sociedades democráticas. Podemos citar también la
refundición del marxismo inaugurada por Louis Althusser (1918-1990) en 1964, a partir de una
lectura textual en gran medida inspirada en las tesis freudianas.
En el dominio clínico, fue el movimiento de la psicoterapia institucional, nacido en la Resistencia
antifascista, el que a su vez tomó en cuenta la problemática de una rebelión articulada en torno 
al marxismo, el freudismo, el movimiento comunista y el surrealismo.
La palabra comunismo recubre una segunda realidad: la de la constitución de un movimiento, y
por lo tanto de una internacional y un partido comunista. En este sentido, el psicoanálisis,
constituido en un movimiento internacional, ha podido compararse con una internacional de tipo
comunista. Así como el freudismo trata de transformar al sujeto mediante la exploración de su
inconsciente, y el marxismo apunta a cambiar la sociedad mediante una lucha colectiva, ambas
doctrinas pusieron en marcha aparatos institucionales destinados a difundir sus ideas y
organizar partidarios en todo el mundo. Sin duda, existe un punto común entre las dos primeras
Internacionales Socialistas y la International Psychoanalytical Association (IPA). Pero entre la
tercera Internacional marxista-leninista, es decir, el Komintern. (1919-1943), y la IPA no hay
ninguna comparación posible: la IPA se rige por el principio de la libertad de asociación, y su
aparato sólo se ha implantado en los Estados de derecho.
Finalmente, la palabra "comunismo" remite a una tercera realidad: la instauración de un sistema y
un poder comunistas en países con psicoanálisis implantado o no a principios de siglo: en primer
lugar Rusia, y, después de la Segunda Guerra Mundial, todos los países vinculados a la Unión
Soviética (Hungría, Polonia, Checoslovaquia) o simplemente ligados al modelo comunista
(Rumania, Yugoslavia, China, etcétera).
En todos los países comunistas en los que el psicoanálisis se había implantado a principios de
siglo, la doctrina freudiana fue interdicta, y sus representantes perseguidos, hostigados u
obligados a exiliarse. En los países donde no existía el psicoanálisis antes del advenimiento
comunista, también fue prohibido. En un primer momento, entre 1920 y 1949, a medida que el
movimiento comunista se estalinizaba y el régimen soviético (y de los satélites) se transformaba
en un sistema totalitario, la supresión de todas las libertades de asociación y políticas entrañó la
extinción pura y simple de la práctica psicoanalítica y de sus instituciones.
En una segunda etapa, a partir de 1949, el psicoanálisis fue condenado en la Unión Soviética
como "ciencia burguesa", en el marco de la cruzada lanzada después de la guerra por Andrei
Jdanov (1896-1948) en favor de una división del mundo en "dos campos": uno portador de la
felicidad proletaria, y el otro consagrado al pasatismo burgués. Mientras que en los Estados
Unidos se anunciaba una temible caza de brujas antimarxista, en el Este de Europa el discurso
comunista se coagulaba en una denuncia desmedida de los errores del capitalismo. En la
perspectiva jdanovista (o Jdanovchtchina) había dos culturas y dos ciencias: una burguesa e
imperialista, que era necesario combatir, y la otra proletaria, que se debía defender. De modo que
el psicoanálisis fue condenado como ciencia burguesa, cuando había desaparecido de la Unión
Soviética veinte años antes.
Esta condena tuvo una repercusión inmediata en todos los partidos comunistas, que lanzaron
entonces virulentas campañas antifreudianas en los países democráticos. Como contrapeso a
las tesis freudianas, se reactualizó la teoría del reflejo condicionado del fisiólogo ruso Ivan 
Petrovich Pavlov (1849-1936). El pavlovismo se convirtió en el marco generalizado de una
psicología llamada materialista, que se oponía a la ciencia burguesa freudiana, considerada
espiritualista o reaccionaria. En Francia, esta campaña se concretó con la publicación en 1949
de una petición antipsicoanalítica firmada por psiquiatras y psicoanalistas miembros del Partido
Comunista: entre ellos, Serge Lebovici, futuro presidente de la IPA.
En todos los países se produjeron fenómenos idénticos, y hubo que aguardar hasta 1956 para
que la actitud de los partidos comunistas satélites de la URSS se flexibilizara un tanto.
Sólo después de la caída del comunismo en 1989 pudo el freudismo implantarse de nuevo en
Rusia y Rumania, o encontrar una nueva vía de introducción en Polonia, Bulgaria y la República
Checa. 


Concepto de sublimación a nivel vincular
fuente(119) 
Definición
La cultura propone la alianza matrimonial para el encauzamiento pulsional.
El espacio conyugal se erige en el escenario privilegiado para inhibir o facilitar el desplazamiento
simbólico de los vínculos primordiales inscriptos en las respectivas historias identificatorias.
Resulta pues apto para poder mantener la pertenencia desde otro lugar. Dicha alianza podría
considerarse el primer acto sublimatorio de la conyugalidad cuando asienta sobre la posibilidad
de crear un nuevo orden, más allá de las respectivas familias de origen. No se trata de un
espacio conformado de una vez y para siempre, sino de aquel que, la pareja habrá de ir creando
y recreando permanentemente a partir del trabajo psíquico y vincular que implica la
transformación de la herencia familiar y cultural que portan. Esto es posible gracias al
descubrimiento y ligadura libidinal de nuevas combinatorias que constituyen el sustrato de la
creatividad. Lo cual no transcurre en confortable bienestar, por el contrario, se trata de un
constante oscilar que consiste en atravesar crisis y conflictos emocionales "perderse para
poder encontrarse", en esa inagotable búsqueda, la del deseo humano.
Origen e historia del término
La sublimación es uno de los trabajos metapsicológicos perdidos de Freud. En el rastreo que
realizaran Laplanche y Pontalis encontramos que dicho concepto fue definido como un proceso
postulado para explicar ciertas actividades humanas que aparentemente no guardan relación
con la sexualidad pero que hallan su energía en la fuerza de la pulsión sexual. La hipótesis de la
sublimación enunciada en especial a propósito de las pulsiones parciales que no logran
integrarse a la genital fue extendida posteriormente también a la posibilidad de pensar la
sublimación de las pulsiones agresivas. 
Freud describió como actividades sublimatorias aquellas que apuntan principalmente hacia
objetos valorados socialmente (en especial la actividad artística y la investigación intelectual).
Utiliza por primera vez el término en la Carta 61 a Fliess (1887) y desde allí no deja de ser
nombrado hasta sus últimas obras como por ejemplo en el Esquema del Psicoanálisis (1938).
Sin embargo su perfil epistemológico lo adquirirá a partir de Tres Ensayos de Teoría Sexual
(1905) donde aparece ligado a la problemática de la pulsión como un destino privilegiado de la
misma. La aptitud de la pulsión para la sublimación recae en la extrema plasticidad de las
pulsiones sexuales en el sentido que éstas se pueden reemplazar las unas por las otras en una
suerte de proclividad al desplazamiento, además de mudar y permutar su objeto.
Desarrollo del concepto desde la perspectiva
vincular
Dentro de un marco regido por el reconocimiento de una legalidad atravesada por la castración
simbólica, se posibilita la desligadura de ciertos clichés. Opera una transgresión que permite
traspasar lo dado, despegarse de algunos amarres, crear nuevos códigos y permitirse volar.
En este sentido resulta interesante recordar la etimología del término sublimación. Proviene de la
química y significa el pasaje de un estado sólido al gaseoso. Volatilización.
Implica el armado de una nueva obra que no tiene por finalidad subvertir destruyendo, como
ocurre en la transgresión perversa, sino por el contrario, a partir de la aceptación de la finitud y
los bordes, es que aparece algo inédito. Partiendo de las normas convencionales se produce el
desvío de las mismas para ir en pos del descubrimiento y adueñamiento de las propias. Este
modo sublimatorio de vincularse, podría compararse a los procesos migratorios. Poder migrar del
lugar de la filiación para ir en busca de otro espacio. Instalarse confortablemente en éste, implica
ni renegar ni desmentir, ni forcluir el espacio anterior, sino que, portando sus marcas, poder
inscribir y crear marcas nuevas.
"Así como la instauración de la Ley es la que posibilita el deseo, es la prohibición del incesto la
que posibilita la sublimación". Ir más allá de la represión, tolerar la angustia que produce la
ausencia del objeto, permite el desplazamiento hacia nuevos objetos dando lugar a la producción
creativa. Al separarse de los objetos originarios se fundan los intercambios simbólicos a partir
de la instauración del deseo, como falta, como lo que no se tiene. Se instala a partir de un
movimiento pulsional que busca satisfacerse en finalidades que el yo inviste. En este movimiento
pulsional, resulta privilegiado el proceso sublimatorio. La flexibilización que ofrece se opone a la
fijación pulsional, por partir de la falta que la castración simbólica instaura.
Obrar con la castración no significa resolver ni superar, pero sí apuntar a nuevos actos de 
investidura. Dice Catherine Millet que lejos de ser un completamiento, el objetivo de la sublimación
es la reproducción de la falta de la que procede".
El predominio de Eros la ubica como el anverso del funcionamiento caracteropatizado, ya que en
este último, el predominio es tanático.
En el vínculo de pareja, la aceptación discriminada de las diferencias y no su negación y
obturación puede tornarlas en un intercambio creativo y enriquecedor.
Problemáticas conexas
A) Sublimación y Proyecto
El vínculo puede ofrecer a la pareja las condiciones aptas para la apertura de metas
sublimatorias. Espacio potencial donde una nada puede devenir proyecto. Construcción
imaginada de un futuro transformado en meta a lograr por y para la pareja.
El proyecto vital compartido fue descripto por J. Puget e I. Berenstein como uno de los cuatro
parámetros definitorios del vínculo de pareja. Dicho proyecto consiste en unir o reunir
representaciones de realización o logro, ubicados en la demarcación del tiempo-espacio futuro,
cuyo modelo paradigmático constituye la creación de hijos reales o simbólicos. Implica la
capacidad de historiar e historiarse.
Para los autores un primer proyecto es compartir un espacio-tiempo vincular; la construcción de
un lenguaje con significados en común y códigos significantes que constituyen una verdadera
complejización del vínculo.
B) Sublimación y creatividad
Crear proviene de criar, hacer crecer, dar a luz. Concretar un proyecto que pone al descubierto
la existencia de una terceridad.
No es una continuidad, sino todo lo contrario, se trata de escribir una nueva obra, un otro
ordenamiento.
Ferrater Mora señala que creatividad no es solamente crear algo sino también crear la posibilidad 
de esa posibilidad. Se despega, se construye, se deviene pareja con trabajo psíquico. Esa
posibilidad a crear pasará a formar parte del bagaje identificatorio de la pareja. Implica un duro
proceso de identificación, desidentificación, idealización, desidealización, donde se reconocen
las raíces de una filiación a la que en algún momento habrá que dejar de pertenecer. De algún
modo habrá que poder cuestionar para devenir autor de la propia obra.
Situaciones críticas, tormentas emocionales que se tomarán en crisis creativas si el atravesarlas
permitiera encontrar afinidades imprevistas y favorecer relaciones inéditas entre los partenaires.
Crear en un vínculo es navegar entre la realidad y un más allá de la realidad, es construir un
espacio entre, un espacio de confianza y de ilusión. 


Concepto fundamental
fuente(120) 
Inicialmente introducido por analogía con las ciencias de la naturaleza, concepto destinado a
fundar las hipótesis específicas relativas a los procesos en los que interesa el psicoanálisis.
Si bien el término Grundbegriff (concepto fundamental, categoría) pertenece al lenguaje
tradicional de la filosofía, no se dejará de prestar atención al período de la obra freudiana en que
se lo evoca dos veces: en «Introducción del narcisismo» de 1914, y en «Pulsiones y destinos de
pulsión», del año siguiente. En efecto, estamos en presencia de un intento dictado por la
situación del psicoanálisis en esa época, intento que, por otra parte, parece justificarse por el
movimiento de las ideas en las ciencias de la naturaleza.
Desde el primer punto de vista, se prolonga la crisis abierta en 1909 por Jung. Éste, basándose
en el análisis de la psicosis a expensas del análisis de las neurosis, hasta entonces privilegiado
por la investigación freudiana, cuestiona a partir de esa fecha el conjunto de la
conceptualización de Freud, y en primer lugar su concepto de «libido». Si bien Freud considera
entonces necesario renovar el equipamiento conceptual del psicoanálisis para permitirle hacer
pie en el dominio de la psicosis, aparentemente se le impone una reflexión previa, concerniente al
estatuto y la función del concepto.
Por otra parte, en el mismo período se produce la renovación operada por la teoría de la
relatividad y la teoría de los cuantos en las ciencias de la naturaleza, en ruptura con la
conceptualización legada por la tradición. El problema consistirá pues en si algunas de las
enseñanzas epistemológicas que se desprenden de ese hecho pueden transponerse al plano de
la psicología, o si ésta, a pesar de ciertas analogías superficiales, tiene que forjar por sí misma
los instrumentos epistemológicos de su reforma.
A primera vista, ambas empresas parecen próximas. En su presentación preliminar, Freud se
refiere a algunos de los temas esenciales puestos de relieve por la epistemología de la física:
crítica de una construcción científica fundada en la definición rigurosa -clara y distinta de los
conceptos fundamentales; crítica de la experiencia que implica en primer lugar la participación
activa de hipótesis; distinción entre la conversión y el conocimiento; elaboración progresiva de
los conceptos; exigencia lógica de no contradicción; carácter operatorio y no rígido de las 
definiciones.
No obstante, si se observa con más atención, y si se desea relacionar el texto de 1915 con los
enfoques epistemológicos anteriores (La interpretación de los sueños, 1900; «Introducción del
narcisismo», 1914), la vaguedad aparente de las consideraciones generales se adapta de
manera notable a los problemas de la empresa personal de Freud.
Destaquémoslo de entrada, El texto de que se trata no propone una epistemología de la ciencia
hecha, sino el trazado de una investigación: «A menudo se nos dice -comenta- que la ciencia
debe basarse en conceptos fundamentales claros y precisos. En realidad, ninguna ciencia ha
sido edificada sobre tales definiciones». Pero veamos a continuación: «Ninguna actividad
científica comienza con tales definiciones». De la consideración del fundamento hemos pasado a
la evocación de un modo de trabajo, del punto de vista de la ciencia al punto de vista del que
sabe y si se insiste en esto es para presentar de entrada lo que está en juego en la discusión: si
Freud encara la perspectiva de una investigación, ¿cuál es la incógnita del problema que se
plantea?
Para justificar este interrogante y evaluar su originalidad en los escritos metapsicológicos
colocados bajo la égida de los «conceptos fundamentales», baste recordar el cuidado con que,
en el capítulo séptimo de La interpretación de los sueños, Freud subrayó la novedad radical de
su investigación, negándose a reconocerle por meta una «explicación», en la medida en que la
explicación apunta a relacionar ciertos fenómenos con lo «ya conocido», mientras que su propia
búsqueda perseguía lo desconocido por esencia, los procesos del inconsciente: construir el
aparato psíquico era en efecto obtener el medio de reservar los títulos de esta relación
paradójica con un dominio que no se podía asimilar conceptual mente, y hacia el cual sólo cabía
orientarse mediante una serie de aproximaciones.
Ahora bien, ése es también el objetivo de la discusión del concepto de pulsión: «guiarnos» en la
elaboración del mundo psicológico. Y este «reconocimiento», como dice Freud, esclarece el
alcance de las expresiones restrictivas, conjeturales, con las que él designa las etapas de la
investigación. No se trata de oponer las incertidumbres de la búsqueda a la certidumbre de sus
conclusiones eventuales, sino de caracterizar la relación del buscador, en este caso, con la
naturaleza paradójica del objeto. ¿En qué consiste la paradoja? ¿Cuál es, en el dominio de la
pulsión, aquella de sus dimensiones que, equivalente a la dimensión del inconsciente en la
representación del sueño, nos obliga siempre a tener por conjetural o, en el límite de lo provisorio
-pero en una acepción más cercana a la conjetura de lo que es posible en la ciencia de la
naturaleza-, la referencia al concepto fundamental que la designa en la experiencia que la
justificaría?
La respuesta está dada, desde los primeros tiempos de la construcción de la pulsión, por la
indicación de la especificidad de la excitación pulsional. Ésta se caracteriza, nos dice Freud, por
su pertenencia «al interior» del organismo, lo cual tiene por consecuencia, desde el punto de 
vista psicológico, la incapacidad para defenderse de ella, su carácter demoníaco, la puesta en
obra de procesos mediante los cuales uno se esfuerza en tratarla como una excitación «de
afuera». Pero también, desde el punto de vista epistemológico, la imposibilidad de asegurar al
concepto de pulsión el contenido empírico capaz de garantizarle una determinación exhaustiva. 


Conciencia 

fuente(121) 
s. f. (fr. conscience; ingl. consciousness, awareness, conscience; al. Bewußtheit, Bewußtsein,
Gewissen). Lugar del psiquismo que recibe las informaciones del mundo exterior y las del mundo
interior, sin conservarlas empero.
Los problemas de la definición psicoanalítica. Varias acepciones que se refieren al término
conciencia se distinguen en el inglés (consciousness, estado de conciencia; awareness,
conciencia, conocimiento; conscience, conciencia moral) y en alemán, contrariamente a lo que
ocurre en francés [y en castellano]. En alemán, se distingue: 1) Bewußtheit: (hecho de)
conciencia (término más bien filosófico). 2) Bewußtsein: (acto de) conciencia, que designa a la
vez, en Freud, la conciencia y lo conciente. 3) Gewissen: conciencia moral. Este término está
más particularmente ligado a las consideraciones de Tótem y tabú, de la segunda tópica y de la
tercera de las Nuevas conferencias.
La segunda acepción fluctúa entre los dos sentidos, tomados a menudo el uno por el otro:
conciencia, conciente, pero este último, bewußt, en tanto distinto del inconciente, unbewußt, y
del preconciente, vorbewußt, es empleado en el sistema percepción-conciencia. De hecho,
Freud se ve llevado a utilizar dos sistemas:
el sistema inconciente-preconciente-conciente, en el que lo conciente es un lugar particular del
aparato psíquico, lugar separado del inconciente por el preconciente que constituye el pasaje
obligado para un eventual acceso a lo conciente. Se ve aquí inmediatamente la proximidad
conciente-conciencia;
el sistema percepción-conciencia, que aparece más tardíamente, donde la conciencia tiene el
papel de un órgano de los sentidos.
En textos que se escalonan desde 1895 (Proyecto de psicología) hasta 1938 (Esquema del
psicoanálisis), Freud dice que la conciencia es una cualidad de lo psíquico. En realidad, parece
que la noción de conciencia lo deja en medio de un muy grande engorro.
Desarrollo. El lugar que Freud da al inconciente lo inscribe necesariamente en contra del
presupuesto básico de las filosofías de su tiempo, para las que la conciencia es la esencia del
psiquismo, es decir, la facultad que permite al hombre tomar conocimiento del mundo exterior
como de lo que pasa en sí mismo y dirigir sus comportamientos. Su experiencia clínica conduce a
Freud, por lo contrario, a afirmar que la conciencia no es sino una parte de lo psíquico y que no
tiene conocimiento de ciertos fenómenos, aquellos que precisamente lo obligan a postular lo
inconciente. Esta posición, en cierto modo negativa, no es una definición. Freud no siente la
necesidad de dar una: «(ella) no se puede explicar, ni describir. Sin embargo, cuando se habla 
de conciencia, cada uno sabe inmediatamente por experiencia de qué se trata», escribe. Y va
consignando sus características a medida que avanza su trabajo.
Características. Se podía haber esperado encontrarlas reunidas en el artículo que con este título
escribió en 1915 [se trata de los artículos de la Metapsicología perdidos, entre ellos,
«Conciencia»], pero este no será publicado nunca. Nos vemos así obligados a reunir datos
dispersos. En Freud, en La interpretación de los sueños, las distinciones: inconciente,
preconciente, conciente «suponen una concepción particular de la esencia de la conciencia. El
hecho de llegar a ser conciente es para mí un acto psíquico particular, distinto e independiente
de la aparición de un pensamiento o de una representación. La conciencia me aparece como un
órgano de los sentidos que percibe el contenido de otro dominio».
El acto psíquico que permite este llegar a ser conciente es sostenido por la atención, función
psíquica en la que Freud insiste en reiteradas oportunidades, destacando su necesidad en razón
de la fugacidad espontánea de la conciencia. La orientación de la atención favorece el paso
hacia lo conciente de las representaciones preconcientes tanto como de la energía investida en
esas representaciones, energía que fuerza -estos son los términos freudianos- ese paso.
El inconciente, por su parte, «no puede devenir conciente en ningún caso» fuera del trabajo de la
cura, que permitirá tomar conciencia de lo reprimido (lo que se llama el retorno de lo reprimido).
La función psíquica de la atención permite que se constituya un sistema de marcas que se
consignan en la memoria cuya sede es el preconciente, pues memoria y conciencia se excluyen.
Sucede, en efecto, con el polo conciente del aparato psíquico imaginado por Freud como con su
polo perceptivo: son filtros que no retienen ninguna información. Es el «examen de realidad» el
que ha hecho la selección y decidido el rechazo o la aceptación de las percepciones que llegan
a la conciencia. Por el hecho de que la memoria y la conciencia se excluyen, esta última no
puede ser la sede del conocimiento, punto que va entonces en contra del pensamiento
contemporáneo a Freud. Por el contrario, la identidad de la conciencia y de la razón se
comprende mejor en la medida en que el ejercicio de esta es discontinuo. Al respecto dice Freud
que la relación con el tiempo está «ligada al trabajo del sistema conciente».
También a la conciencia le pertenece «el pronunciamiento del juicio imparcial» y la trasformación
«de la descarga motriz en acción», según su expresión en Formulaciones sobre los dos
principios del acaecer psíquico (1911). Es ella, en fin, la que rige la afectividad.
Tótem y tabú ve la introducción de la conciencia moral como «la percepción interna del rechazo
de ciertos deseos que experimentamos». Los textos ulteriores, y más particularmente la
segunda tópica: el yo, el superyó y el ello, distinguen la conciencia moral de la conciencia. A la
conciencia moral «la contaremos junto a la censura de la conciencia y la prueba de la realidad,
entre las grandes instituciones del yo». A partir de ahí el yo ocupa una posición central, y la
conciencia moral, a la que se encuentran ligadas la culpabilidad y la angustia, toma una 
dimensión analítica.
Lacan. Cincuenta años después de La interpretación de los sueños (1900), Lacan verifica que,
en su auditorio, «hay más de uno formado en la filosofía tradicional, para quien la captación de la
conciencia por ella misma es uno de los pilares de la concepción del mundo», es decir que lo
esencial del mensaje de Freud parece olvidado, hasta rechazado. Numerosos discípulos de
Freud -especialmente su hija- centran el trabajo de la cura en el yo y sus resistencias, es decir,
en lo conciente.
Lacan insiste en «el vuelco de perspectiva que impone el análisis». Sostiene, partiendo de la
crítica del cogito, que «lo que piensa está tachado [barré: rayado, atravesado por la barra] de la
conciencia y que el sujeto que habla es el sujeto del inconciente». A partir de allí opera una
verdadera fractura en la teoría analítica, separando este sujeto del inconciente del yo conciente
y reafirmando la dimensión imaginaria de este, como lo había hecho desde 1936, en su
comunicación sobre «El estadio del espejo». Por cierto, la fascinación se revela como necesaria
para la constitución del yo, pero no puede proseguirse en la cura.
Aquí, la conciencia, soporte del yo, ya no tiene más un lugar central; el yo no es, según Lacan,
sino la suma de las identificaciones sucesivas, lo que le da el estatuto de ser otro para sí mismo.
Es el sujeto del inconciente el que nos interroga. Entre los dos, «hay no sólo disimetría absoluta,
sino diferencia radical» dice todavía Lacan, quien ilustra su proposición con la ayuda del
esquema L (cf. matema, fig. l), donde son representados en S el sujeto y en a el yo [moi],
mientras que el Otro A [Autre] introduce el orden simbólico.
Lacan no descuida la conciencia pero denuncia sus ilusiones. Para él, la conciencia no es
conocimiento sino des-conocimiento [mé-connaissance], jugando con el doble sentido del «mé»
[en francés, prefijo privativo homófono de «me», pronombre personal de la primera persona del
singular]: conocimiento (¿hasta qué punto?) del yo e inverso del conocimiento. Agreguemos que
no deja a la percepción en su estatuto freudiano de puro filtro. Lacan la estructura ligándola a lo
simbólico, pues, ¿de qué serviría lo percibido si no fuera nombrado? «Es por medio de la
nominación como el hombre hace subsistir los objetos en una cierta consistencia». En cuanto al
deseo, siendo en gran parte inconciente, en esa misma medida escapa de la conciencia. Esta no
está colocada en ninguna de las configuraciones del nudo borromeo.
A pesar de la recuperación por Lacan de los textos de Freud, entre sus dos concepciones de la
conciencia se establece una distancia que no puede más que repercutir en la conducción de la
cura.
Sin embargo, Lacan escribe: «Su experiencia le impone a Freud refundir la estructura del sujeto
humano descentrándola respecto del yo, y remitiendo la conciencia a una posición sin duda
esencial, pero problemática. Yo diría que el carácter inapresable, irreductible en relación con el
funcionamiento del ser viviente, de la conciencia, es en la obra de Freud algo tan importante de 
aprehender como lo que nos ha aportado sobre el inconciente». 
Conciencia
Conciencia
fuente(122) 
Una vez recusada la asimilación del psiquismo a lo consciente, le restaba a Freud investigar en
qué condiciones precisas el psiquismo adquiere esa propiedad de ser consciente. La cuestión 
podía plantearse en dos terrenos: el reflexivo, en una determinación conceptual más o menos en
deuda con la tradición, o bien a partir de las adquisiciones del psicoanálisis. El primero de esos
puntos de vista aparece atestiguando la época de la correspondencia con Fliess. cuando Freud
invoca a Lipps.
«En lo que concierne a la psicología -escribe el 31 de agosto de 1898-, las cosas han mejorado.
He encontrado en Lipps mis propios principios, muy claramente expuestos, un poco mejor,
quizás, de 10 que yo hubiera deseado. Según Lipps, lo consciente no sería más que un órgano
sensorial; el contenido psíquico sería una simple ideación, y los procesos psíquicos seguirían
siendo todos inconscientes.» Sin duda, hay concordancia hasta en los detalles; quizás, añade
Freud, «la bifurcación de la que partirán mis nuevas ideas se revelará más tarde».
De hecho, en la época del «Proyecto de psicología», Freud se apartará de Lipps al hablar de
desplazamientos de energía psíquica a lo largo de ciertas vías asociativas y de la persistencia
de huellas casi indelebles.
La «conciencia» tendrá no obstante una acepción distinta cuando se la refiera específicamente
a la práctica del psicoanálisis. Desde este punto de vista, de lo que se trata es de interrogarse
sobre la operación de la toma de conciencia, objetivo original de la cura en la formulación de los
Estudios sobre la histeria. De «dar palabras» a la sobrecarga energética no abreaccionada, es
decir, a la moción pulsional. En adelante, el problema de la «conciencia» se planteará en relación
con ese recorrido en el que se lleva a cabo el levantamiento de la represión. «El psicoanálisis
-escribe Freud en 1915 en «Lo inconsciente»- nos ha enseñado que la esencia del proceso de
represión no consiste en suprimir, anular una representación que representa la pulsión, sino en
impedirle que se vuelva consciente. Decimos entonces que ella se encuentra en estado
"inconsciente", y podemos proporcionar pruebas sólidas de que, mientras está inconsciente,
puede producir efectos, algunos de los cuales incluso llegan finalmente a la conciencia. Todo lo
reprimido sigue siendo necesariamente inconsciente, pero deseamos plantear de entrada que lo
reprimido no abarca todo lo inconsciente. Lo inconsciente tiene una extensión mayor; lo reprimido
es una parte de lo inconsciente.»
Además, según el mismo texto, la condición esencial de la conciencia, que es la verbalización del
psiquismo, tal como lo atestigua la cura, queda determinada precisamente por el contraste con
las características de lo inconsciente. «Yo me permito señalar -escribe Freud- que muy
temprano hemos estado en posesión de la idea que hoy en día nos vuelve comprensible uno de
los caracteres más sorprendentes de la esquizofrenia. En las últimas páginas de La
interpretación de los sueños, publicado en 1900, se encuentra expuesta la idea de que los
procesos de pensamiento, es decir, los actos de investidura más alejados de las percepciones,
están en sí mismos desprovistos de cualidad, y son inconscientes; sólo adquieren la aptitud de
volverse conscientes por su enlace con los restos de las percepciones de palabra. Ahora bien,
las representaciones de palabra, por su lado, provienen de la percepción sensorial, de la misma
manera que las representaciones de cosa. 
«Sin duda, en esta presentación genética, el "preconsciente" interviene como una etapa
intermedia entre lo inconsciente y lo consciente. La asociación de la representación con un resto
verbal no asigna por sí la condición de consciente, sino la capacidad para volverse consciente.»
Los dos puntos de vista se conjugan en la perspectiva de la segunda tópica. En El yo y el ello, en
particular al comienzo de la primera parte, Freud asocia, bajo el título de «Conciencia e
inconsciente», dos representaciones de la conciencia. «Ser consciente -afirma- es en primer
lugar una expresión puramente descriptiva que invoca la percepción más inmediata y cierta. En
segundo lugar la experiencia nos muestra que un elemento psíquico, una representación, por
ejemplo, no es nunca consciente de manera permanente. Lo característico de los elementos
psíquicos es más bien la desaparición rápida de su estado consciente. Una representación,
consciente en un momento dado, ya no lo es al instante siguiente, pero puede volver a serlo en
ciertas condiciones, fáciles de realizar. En el intervalo, ignoramos lo que es; podemos decir que
está latente, entendiendo por ello que es capaz de devenir consciente en cualquier momento. Al
decir que una representación ha subsistido inconsciente en el intervalo, damos una definición
correcta, coincidiendo ese estado inconsciente con el estado latente y con la aptitud para volver
a la conciencia. Los filósofos nos plantearían aquí la objeción siguiente: el término inconsciente
no se puede aplicar en este caso, pues mientras una representación se encuentra en estado
latente, no es nada psíquico. Nos cuidaremos de responder lo que sea a esta objeción, pues ello
nos arrastraría a una polémica puramente verbal, en la cual no tenemos nada que ganar.»
No obstante, continúa, «hemos obtenido el término o la noción de lo inconsciente siguiendo otra
vía, y sobre todo utilizando experiencias en las cuales interviene la dinámica psíquica. Hemos
aprendido o, más bien, nos hemos visto obligados a admitir, que existen intensos procesos
psíquicos, o representaciones -tenemos aquí en cuenta principalmente el factor cuantitativo, es
decir, económico-, capaces de manifestarse por efectos semejantes a los producidos por otras
representaciones, incluso por efectos que, tomando a su vez la forma de representaciones, son
susceptibles de volverse conscientes, sin que se vuelvan conscientes los procesos en sí que
los han producido. Es innecesario repetir en detalle aquí lo que ya se ha dicho tantas veces. Nos
basta recordar que en este punto interviene la teoría psicoanalítica para declarar que, si ciertas
representaciones son incapaces de volverse conscientes, es a causa de una cierta fuerza que
se opone a ello; sin esa fuerza podrían volverse conscientes, lo que nos permitiría comprobar
cuán poco difieren de otros elementos psíquicos oficialmente reconocidos como tales. Lo que
hace irrefutable a esta teoría es que ha encontrado en la técnica psicoanalítica un medio que
permite cancelar la fuerza de oposición y llevar a la conciencia esas representaciones
inconscientes. Al estado en que se encuentran esas representaciones antes de ser llevadas a
la conciencia, nosotros le hemos dado el nombre de represión; en cuanto a la fuerza que
produce y mantiene la represión, decimos que la experimentamos, en el trabajo analítico, bajo la
forma de resistencia».
Subsiste el hecho de que esta experiencia apela a una división de la noción de inconsciente. En 
efecto, existen dos variedades de inconsciente: «los hechos psíquicos latentes, es decir,
inconscientes en el sentido descriptivo pero no dinámico de la palabra, son hechos
preconscientes, y reservamos el nombre de inconsciente para los hechos psíquicos reprimidos,
es decir, dinámicamente inconscientes. Tenemos entonces tres términos -consciente,
preconsciente e inconsciente- cuya significación ya no es puramente descriptiva. Admitimos que
el preconsciente está más cerca de la conciencia que el inconsciente y, como no hemos
vacilado en atribuir a este último un carácter psíquico, tanto menos vacilaremos en reconocerle
ese carácter al preconsciente, es decir, a lo que está latente».
Así queda abierta la vía para una elaboración de la noción de conciencia que tenga en cuenta
esa doble relación.
Desde el primer punto de vista, «la conciencia forma la superficie del aparato psíquico». Dicho de
otro modo, escribe Freud en El yo y el ello, «vemos en la conciencia una función que atribuimos a
un sistema que desde el punto de vista espacial es el más cercano al mundo exterior. Esta
proximidad espacial debe entenderse no sólo en el sentido funcional, sino también en el sentido
anatómico. A su vez, también nuestras investigaciones deben tomar como punto de partida esas
superficies que corresponden a las percepciones».
El análisis del «devenir consciente» saca partido de esa referencia a la percepción: «Ya he
formulado en otra parte la opinión que la diferencia real entre una representación inconsciente y
una representación preconsciente (idea) consistiría en que la primera se relaciona con
materiales que permanecen no conocidos, mientras que la segunda (la preconsciente) estaría
asociada a una representación de palabra. Primera tentativa de caracterizar lo inconsciente y lo
preconsciente sin basarse en sus relaciones con la conciencia. La pregunta "¿cómo algo
deviene consciente?" se puede reemplazar con ventaja por "¿cómo algo deviene
preconsciente?". Respuesta: gracias a la asociación con las representaciones verbales
correspondientes. Estas representaciones verbales son huellas mnémicas: antes fueron
percepciones y, como todas las huellas mnérmcas, pueden volver a ser conscientes. Antes de
abordar el análisis de su naturaleza, se nos impone una hipótesis: sólo puede volverse
consciente lo que ya ha existido en estado de percepción consciente y, aparte de los
sentimientos, todo lo que, proviniendo del interior, quiere devenir consciente, debe tratar de
transformarse en una percepción exterior, transformación que sólo es posible gracias a las
huellas mnémicas».
«Imaginamos esas huellas mnémicas contenidas en sistemas, que están en contacto inmediato
con el sistema percepción-conciencia, de manera que sus cargas psíquicas pueden fácilmente
propagarse a los elementos de este último.
«Las huellas verbales provienen principalmente de percepciones acústicas, las cuales
representan entonces como una reserva especial de elementos sensibles para el uso del
preconsciente.» 
La segunda tópica aporta por otra parte su concurso a esta presentación, en cuanto considera
que «el yo recubre al ello con su superficie formada por el sistema P (perceptivo), más o menos
como el disco germinal recubre el huevo. Además, entre el yo y el ello no existe ninguna
separación tajante, sobre todo en la parte inferior del primero, donde tienden a confundirse.»
En definitiva, la segunda tópica habrá permitido instaurar una relación genética entre la
diferenciación cualitativa de las situaciones, propia del sistema perceptivo, y el núcleo
inconsciente del ello, regido por la ley económica de la menor tensión. 
Conciencia
Conciencia 
Alemán: Bewusstsein, Selbstbewusstsein. 
Francés: Conscience. 
Inglés: Conscience, Consciousness.
fuente(123) 
Término empleado en psicología y fisiología para designar, por una parte, el pensamiento en sí y
la intuición que tiene la mente de sus actos y de sus estados y, por otro lado, el conocimiento
que tiene el sujeto de su estado y de su relación con el mundo y consigo mismo. Por extensión,
la conciencia es también la propiedad que tiene la mente humana de generar juicios
espontáneos.
Asociado al término sujeto, el de conciencia se confunde, en la historia de las sociedades
occidentales, desde René Descartes (1596-1650) y Immanuel Kant (1724-1804) hasta Edmund
Husserl (1859-1938), con la filosofía en sí, en tanto ésta supone una universalidad y una
singularidad de la subjetividad humana, es decir, un sujeto de la conciencia, sea esta conciencia
empírica, trascendental, fenoménica, o esté dividida en una conciencia reflexiva y una
subconciencia de naturaleza automática.
En este sentido, el término conciencia no forma parte del vocabulario del psicoanálisis, aunque la
teoría freudiana del inconsciente tiene que ver con la historia de la filosofía de la conciencia, de
la cual es heredera crítica. Desde el punto de vista clínico, la cuestión de la conciencia se
encuentra en todas las escuelas de psicoterapia que toman como referente la fenomenología o
la movilización en la cura de la voluntad consciente de los pacientes. 


Conciencia
(psicológica)
fuente(124) 
A) B) 
Al.: Bewusstheit. Al Bewusstsein.
Fr.: être conscient. Fr.:conscience psychologique.
Ing.: the attribute (o the fact) of being conscious,
being conscious.
Ing.: consciousness. 
It.: consapevolezza. It.: coscienza. 

Por.: o estar consciente. Por.: consciência psicológica. 
A) En sentido descriptivo: cualidad momentánea que caracteriza las percepciones externas e
internas dentro del conjunto de los fenómenos psíquicos.
B) Según la teoría metapsicológica de Freud, la conciencia sería la función de un sistema, el
sistema percepción-conciencia (Pc-Cs).
Desde el punto de vista tópico, el sistema percepción-conciencia se sitúa en la periferia M
aparato psíquico, recibiendo a la vez las Informaciones del mundo exterior y las provenientes del
interior, a saber, las sensaciones pertenecientes a la serie placer-displacer y las reviviscencias
mnémicas. Con frecuencia Freud relaciona la función percepción-conciencia con el sistema
preconciente, que entonces recibe el nombre de sistema preconsciente-consciente (Pcs-Cs).
Desde el punto de vista funcional, el sistema percepción-conciencia se opone a los sistemas de
huellas mnémicas que son el Inconsciente y el preconsciente: en aquél no se Inscribe ninguna
huella duradera de las excitaciones. Desde el punto de vista económico, se caracteriza por
disponer de una energía libremente móvil, susceptible de sobrecatectizar tal o cual elemento
(mecanismo de la atención).
La conciencia desempeña un papel importante en la dinámica del conflicto (evitación consciente
de lo desagradable, regulación más discriminativa del principio del placer) y de la cura (función y
límite de la toma de conciencia), pero no puede definirse como uno de los polos que entran en
juego en el conflicto defensivo.
ver nota(125)
Aun cuando la teoría psicoanalítica se constituyó rehusando definir el campo del psiquismo por la
conciencia, no por ello ha considerado la conciencia como un fenómeno no esencial. En este
sentido, Freud ridiculizó la pretensión de ciertas tendencias psicológicas: «Una tendencia
extrema, como por ejemplo la del conductismo, nacida en América, cree poder establecer una
psicología que no tiene en cuenta este hecho fundamental».
Freud considera la conciencia como un dato de la experiencia individual, que se ofrece a la
intuición inmediata, y no intenta dar una nueva descripción de la misma. Se trata de «[...] un
hecho que no tiene equivalente y que no puede explicarse ni describirse [...]. Sin embargo,
cuando se habla de conciencia, todo el mundo sabe inmediatamente, por experiencia, de qué se
trata».
Esta doble tesis (la conciencia sólo nos da una visión lacunar de nuestros procesos psíquicos,
que en su mayor parte son inconscientes, y: no es en modo alguno indiferente que un fenómeno 
sea consciente o no) exige una teoría de la conciencia que determine su función y el puesto que
ocupa.
Desde que Freud crea su primer modelo metapsicológico, nos presenta dos afirmaciones
fundamentales: por una parte, asimila la conciencia a la percepción, cuya esencia sería la
capacidad de recibir las cualidades sensibles. Por otra parte, atribuye esta función de
percepción-conciencia a un sistema (el sistema ? o W), autónomo respecto al conjunto del
psiquismo, cuyos principios de funcionamiento son puramente cuantitativos: «La conciencia sólo
nos da lo que llamamos cualidades, sensaciones muy variadas de diferencia, y en las cuales la
diferencia depende de las relaciones con el mundo exterior. En esta diferencia se encuentran
series, similitudes, etc., pero nada encontramos que sea propiamente cuantitativo».
La primera de estas tesis la mantendrá Freud a lo largo de toda su obra: «La conciencia es, a
nuestro modo de ver, la cara subjetiva de una parte de los procesos físicos que se producen en
el sistema neuronal, especialmente los procesos perceptivos [...] ». Esta tesis concede una
prioridad, dentro del fenómeno de la conciencia, a la percepción, principalmente a la percepción
del mundo exterior: «El acceso a la conciencia va unido ante todo a las percepciones que
nuestros órganos sensoriales reciben del mundo exterior». En la teoría de la prueba de realidad
se constata una sinonimia significativa entre los términos: «índice de cualidad», «índice de
percepción» e «índice de realidad». Inicialmente existe una «ecuación: percepción-realidad
(mundo exterior)». También la conciencia de los fenómenos psíquicos es inseparable de la
percepción de cualidades: la conciencia no es más que un « [...]órgano sensorial para la
percepción de las cualidades psíquicas». Percibe los estados de tensión pulsional y las
descargas de excitación, en forma de cualidades de displacer-placer. Pero el problema más
difícil lo plantea la conciencia de lo que Freud denomina «procesos de pensamiento»,
entendiendo por tales tanto la reviviscencia de recuerdos como el razonamiento y, de un modo
general, todos los procesos en los que intervienen « representaciones ». A lo largo de su obra,
Freud sostuvo una teoría que hace depender la toma de conciencia de los procesos de
pensamiento de su asociación con «restos verbales» (Wortreste) (véase: Representación de
cosa y de palabra). Éstos (debido al carácter de nueva percepción inherente a su reactivación:
las palabras rememoradas son, al menos en esbozo, re-pronunciadas) permiten a la conciencia
encontrar una especie de punto de refuerzo a partir del cual puede irradiar su energía de
sobrecatexis: «Para conferir una cualidad (a los procesos de pensamiento), éstos se asocian,
en el hombre a los recuerdos verbales, cuyos restos cualitativos son suficientes para atraer
sobre ellos la atención de la conciencia, después de lo cual una nueva catexis móvil se dirige
sobre el pensamiento».
Esta unión de la conciencia a la percepción induce a Freud a reunirlas casi siempre en un solo
sistema, que denomina sistema ? en el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer
Psychologie, 1895), y que a partir de los trabajos metapsicológicos de 1915 llamará
«percepción-conciencia» (Pc-Cs). La separación entre este sistema y todos aquellos que
constituyen el lugar de inscripción de las huellas mnémicas (Pcs e Ics) se basa, por una especie 
de deducción lógica, en una idea ya desarrollada por Breuer en las Consideraciones teóricas
(Theoretisches, 1895): "[...] un solo y mismo órgano no puede cumplir estas dos condiciones
contradictorias ": restablecer lo más rápidamente posible el statu quo ante, a fin de poder recibir
nuevas percepciones, y almacenar las impresiones a fin de poderlas reproducir. Más tarde,
Freud completará esta idea mediante una fórmula que intenta explicar la aparición "inexplicable"
de la conciencia: "[ ... ] ella aparece en el sistema perceptivo en el lugar de las huellas
duraderas".
La situación tópica de la conciencia plantea un problema no exento de dificultad: si bien, en el
Proyecto, se la sitúa "en los niveles superiores" del sistema, pronto su íntima conexión con la
percepción hará que Freud la sitúe en la periferia entre el mundo exterior y los sistemas
mnémicos: "El aparato perceptivo psíquico comporta dos capas: una externa, el protector contra
las excitaciones, destinado a reducir la magnitud de las excitaciones procedentes del exterior; la
otra, situada tras la anterior, es la superficie receptora de las excitaciones, el sistema Pc-Cs"
(véase: Protector contra las excitaciones). Esta situación periférica viene a representar la misma
que se asigna al yo; en El yo y el ello (Das Ich und das Es, 1923), Freud considera el sistema
Pc-Cs como el "núcleo del yo": " [ ... ] el yo es la parte del ello que resulta modificada por la
influencia directa del mundo exterior a través de Pc-Cs; en cierto modo es una continuación de la
diferenciación superficial" (véase: Yo).
Desde el punto de vista económico, la conciencia plantea a Freud un especial problema. En
efecto, la conciencia es un fenómeno cualitativo, despertado por la percepción de las cualidades
sensoriales; los fenómenos cuantitativos de tensión y distensión sólo se vuelven conscientes en
forma cualitativa. Pero, por otra parte, una función eminentemente ligada a la conciencia, como la
de la atención, con lo que parece implicar de más y menos intensidad, o un proceso como el
acceso a la conciencia (Bewusstwerden), que tan importante papel desempeña en la cura,
exigen ciertamente una interpretación en términos económicos. Freud establece la hipótesis de
que la energía de la atención que, por ejemplo, "sobrecatectiza" una percepción, es una energía
que procede del yo (Entwurf) o del sistema Pc (Traumdeutung) y se halla orientada por los
índices cualitativos proporcionados por la conciencia: "La regla biológica de la atención se
enuncia así por el yo: cuando aparece una señal de realidad, la catexis de una percepción que
se halla simultáneamente presente debe ser sobrecatectizada".
Asimismo la atención que se dedica a los procesos de pensamiento permite una regulación más
fina de éstos que la que proporciona únicamente por principio de placer: "Vemos que la
percepción a través de nuestros órganos sensoriales da por resultado el dirigir una catexis de la
atención a las vías sobre las que se despliega la excitación sensorial aferente; la excitación
cualitativa del sistema Pc sirve de regulador del flujo de la cantidad móvil dentro del aparato
psíquico. Podemos considerar que de la misma forma funciona este órgano superior de los
sentidos que es el sistema Cs. Al percibir nuevas cualidades, contribuye aún más a orientar y
repartir en forma apropiada las cantidades de catexis móvil» (véase: Energía libre-Energía ligada;
Sobrecatexis). 
Finalmente, desde el punto de vista dinámico, se observa cierta evolución en cuanto a la
importancia atribuida por Freud al factor conciencia, tanto en el proceso defensivo como en la
eficacia de la cura. Sin pretender describir aquí esta evolución, cabe señalar algunos elementos
de la misma:
1° Un mecanismo como el de la represión se concibe, al principio del psicoanálisis, como un
rechazo intencional, aún próximo al mecanismo de la atención: «La escisión de la conciencia en
estos casos de histeria adquirida es [...] una escisión querida, intencional, o al menos se inicia a
menudo por un acto de libre voluntad [...]».
Como es sabido, es la acentuación cada vez mayor del carácter inconsciente, por lo menos
parcialmente, de las defensas y de la resistencia que se traducen en la cura, lo que condujo a
Freud a la nueva elaboración del concepto de yo y a su segunda teoría del aparato psíquico.
2° Una etapa importante de esta evolución viene marcada por los escritos metapsicológicos de
1915, en los que Freud enuncia que «[...] el hecho de ser consciente, único carácter de los
procesos psíquicos que nos viene dado de forma inmediata, no es en modo alguno capaz de
proporcionar un criterio de distinción entre sistemas». Freud no pretende renunciar a la idea de
que la conciencia debe atribuirse a un sistema, a un verdadero «órgano» especializado; pero
indica que la capacidad de acceder a la conciencia no basta para definir la posición tópica de un
determinado contenido en el sistema preconsciente o en el sistema inconsciente: «En la medida
en que pretendemos abrir un camino hacia una concepción metapsicológica de la vida psíquica,
hemos de aprender a emanciparnos de la importancia atribuida al síntoma "ser consciente"». ver
nota(126)
3° Dentro de la teoría de la cura, un tema fundamental de reflexión continúa siendo la
problemática de la toma de conciencia y de su eficacia. Conviene apreciar aquí la importancia
relativa y el juego de los diferentes factores que intervienen en la cura: recuerdo y construcción,
repetición en la transferencia y trabajo elaborativo, y finalmente interpretación, cuyo impacto no
se limita a una comunicación consciente, en la medida en que da lugar a modificaciones
estructurales. «La cura psicoanalítica se ha construido basándose sobre la influencia del Cs
sobre el Ics, y en todo caso nos muestra que esta tarea, por difícil que sea, no es imposible» .
Pero, por otra parte, Freud hizo siempre hincapié en el hecho de que no basta comunicar al
paciente la interpretación, aunque ésta sea adecuada, de una determinada fantasía inconsciente
para producir modificaciones estructurales: «Si se le comunica a un paciente una representación
que él ya ha reprimido, pero que el analista ha adivinado, esto no cambia de momento nada en su
estado psíquico. Especialmente esto no levanta la represión ni anula sus efectos [...] ».
El paso a la conciencia no implica por sí solo una verdadera integración de lo reprimido en el
sistema preconsciente; debe completarse con toda una labor capaz de levantar las resistencias 
que impiden la comunicación entre los sistemas inconsciente y preconsciente y capaz de
establecer una ligazón cada vez más estrecha entre las huellas mnémicas inconscientes y su
verbalización. Solamente al final de esta tarea pueden unirse « [...] el hecho de haber entendido
y el de haber vivido [que] son de naturaleza psicológica absolutamente distinta, incluso aunque
su contenido sea el mismo» (8 e). El tiempo del trabajo elaborativo sería el que permitiría esta
integración progresiva en el preconsciente. 


Conciente
fuente(127) 
s. m. (fr. conscient; ingl. conscience; al. [das] Bewußte). 1) Contenido psíquico que pertenece en
un momento dado a la conciencia. 2) Lugar del aparato psíquico al que concierne el
funcionamiento del sistema percepción-conciencia. Véase conciencia. 


Concorde con el yo
Al.: Ichgerecht. 
Fr.: conforme au moi. 
Ing.: egosyntonic. 
It.: corrispondente all'io, o egosintonico. 
Por.: egossintônico.
fuente(128) 
Término que sirve para calificar las pulsiones o las representaciones aceptables por el yo, es
decir, compatibles con su Integridad y sus exigencias.
Este término se encuentra ocasionalmente en los escritos de Freud. Indica que el conflicto no
opone el yo in abstracto a todas las pulsiones, sino que existen dos grupos de pulsiones, unas
compatibles con el yo (pulsiones del yo) y otras opuestas al yo (ichwidrig) o no concordes (nicht
ichgerecht) y, por consiguiente, reprimidas. Dentro de la primera teoría de las pulsiones, si, por
definición, las pulsiones del yo son concordes con el yo, las pulsiones sexuales están
destinadas a ser reprimidas cuando se muestran inconciliables con el yo.
La expresión «concorde con el yo» implica un concepto del yo como totalidad, integridad, ideal,
tal como se define, por ejemplo, en la Introducción al narcisismo (Zur Einführung des
Narzissmus, 1914) (véase: Yo). Tal implicación se encuentra también en el empleo que efectúa
E. Jones de esta expresión: opone tendencias ego-syntonic y ego-dystonic, según estén o no
«en armonía, sean compatibles y coherentes con las normas de sí mismo (self)». 


Condensación
fuente(129) 
s. f. (fr. condensation; ingl. condensation; al. Verdichtung). Mecanismo por el cual una
representación inconciente concentra los elementos de una serie de otras representaciones.
Registrable de un modo general en todas las formaciones del inconciente (sueños, lapsus,
síntomas), el mecanismo de condensación fue aislado primeramente por Freud en el trabajo del
sueño.
Según él, la condensación busca no sólo concentrar los pensamientos dispersos del sueño
formando unidades nuevas, sino también crear compromisos y términos intermedios entre
diversas series de representaciones y pensamientos. La condensación, por su trabajo creativo,
parece más apropiada que otros mecanismos para hacer emerger el deseo inconciente
contrarrestando la censura, aun si por otro lado hace más difícil la lectura del relato manifiesto
del sueño. En el nivel económico, permite investir en una representación particular energías
primitivamente ligadas a una serie de otras representaciones. En la teoría lacaniana sobre las 
formaciones del inconciente, la condensación es asimilada a una «sobreimposición de
significantes» [«La instancia de la letra», Escritos], cuyo mecanismo se aproxima al de la
metáfora. En esta perspectiva, se otorga primacía a la condensación de los elementos del
lenguaje, y las imágenes del sueño son retenidas sobre todo por su valor de significantes. 
Condensación
Condensación
Al: Verdichtung. 
Fr.: condensation. 
Ing.: condensation. 
It.: condensazione. 
Por.: condensaoção.
fuente(130) 
Uno de los modos esenciales de funcionamiento de los procesos Inconscientes: una
representación única representa por sí sola varias cadenas asociativas, en la intersección de
las cuales se encuentra. Desde el punto de vista económico, se encuentra catectizada de
energías que, unidas a estas diferentes cadenas, se suman sobre ella.
Se aprecia la Intervención de la condensación en el síntoma y, de un modo general, en las
diversas formaciones del Inconsciente. Donde mejor se ha puesto en evidencia ha sido en los
sueños.
Se traduce por el hecho de que el relato manifiesto resulta lacónico en comparación con el
contenido latente: constituye tina traducción abreviada de éste. Sin embargo, la condensación no
debe considerarse sinónimo de un resumen: así como cada elemento manifiesto viene
determinado por varias significaciones latentes, también sucede a la Inversa, es decir, que cada
tina de éstas puede encontrarse en varios elementos; por otra parte, el elemento manifiesto no
representa bajo una misma relación cada una de las significaciones de que deriva, de forma que
no las engloba como lo haría un concepto.
La condensación fue por vez primera descrita por Freud en. La interpretación de los sueños
(Die Traurndeutung, 1900), como uno de los mecanismos fundamentales mediante los cuales se
efectúa el «trabajo del sueño». Puede producirse de diversas formas: un elemento (tema,
persona, etc.) se conserva sólo por estar presente varias veces en distintos pensamientos del
sueño («punto nodal»); diversos elementos pueden reunirse en una unidad disarmónica (por
ejemplo, personaje compuesto); o también la condensación de varias imágenes puede hacer que
se esfumen los rasgos que no coinciden, manteniéndose o reforzándose el rasgo o los rasgos
comunes.
Aunque fue analizado sobre los sueños, el mecanismo de la condensación no es específico de
éstos. En la Psicopatología de la vida cotidiana (Zur Psychopathologie des Alltagslebens,
1901) y en El chiste y su relación con lo inconsciente (Der Witz und seine Beziehung zum
Unbewussten, 1905), Freud establece que la condensación constituye uno de los elementos
esenciales de la técnica del chiste, del lapsus linguae, del olvido de palabras, etc.; en La
interpretación de los sueños señala que el proceso de condensación es singularmente patente
cuando afecta a las palabras (neologismos).
¿Cómo explicar la condensación? Cabe ver en ella un efecto de la censura y una forma de 
escapar a la misma. Si bien, como hizo observar Freud, no se tiene la impresión de que sea un
efecto de la censura, no obstante «en el hecho de la condensación la censura ve realizados sus
propósitos»; en efecto, la condensación dificulta la lectura del relato manifiesto.
Pero, si el sueño actúa por condensación, no es sólo para eludir la censura; la condensación es
una característica del pensamiento inconsciente. En el proceso primario, se cumplen las
condiciones que permiten y favorecen la condensación (energía libre, no ligada; tendencia a la
identidad de percepción). El deseo inconsciente quedará, por lo tanto, sometido desde un
principio a la condensación, mientras que los pensamientos preconscientes, «atraídos hacia el
inconsciente», lo serán secundariamente a la acción de la censura. ¿Es posible establecer en
qué fase se produce la condensación? «Probablemente se debe considerar la condensación
como un proceso que se extiende sobre el conjunto del recorrido hasta llegar a la región de las
percepciones, pero en general nos contentaremos con suponer que resulta de una acción
simultánea de todas las fuerzas que intervienen en la formación del sueño».
Al igual que el desplazamiento, la condensación, para Freud es un proceso que tiene su
fundamento en la hipótesis económica; sobre la representación-encrucijada vienen a sumarse
las energías que han sido desplazadas a lo largo de las distintas cadenas asociativas. Si ciertas
imágenes, especialmente en el sueño, adquieren una singular vivacidad, ello sucede en la
medida en que, siendo producto de la condensación, se hallan fuertemente catectizadas. 
Condensación
Condensación
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El desplazamiento y la condensación entroncan, respectivamente, con la metonimia y la
metáfora, pero se distinguen de ellas como mecanismos del proceso primario inconsciente. En La
interpretación de los sueños (1900), Freud recuerda que «el trabajo del sueño no piensa ni
calcula». De hecho, en la condensación, de la que Freud habla por primera vez en el capítulo VII
de La interpretación de los sueños, consagrado al trabajo del sueño, una sola representación
puede traducir diversas cadenas de pensamientos latentes asociados con ella. Esto implica en el
origen un proceso económico, en la medida en que las energías que obran en esas diferentes
cadenas pueden superponerse sobre esa representación manifiesta. Una de las características
del proceso primario es, en efecto, que se basa en una energía libre, no ligada, lo que quiere
decir que el deseo inconsciente tiene una libertad total para realizarse de inmediato, sin la
distancia temporal impuesta por el significante en el lenguaje manifiesto. Por lo tanto, tal como
nos lo brinda el material manifiesto, el proceso primario es oscuro. Allí se realiza un goce que, si
no es hablado por la asociación libre, nos deja en ayunas en cuanto al deseo del sujeto y al
sentido de su letra. La condensación puede entonces leerse como un compromiso entre lo que
aliena al sujeto y lo que lo divide en el mismo momento de su alienación; la existencia de otro
sujeto y la articulación con el lenguaje implican ese doble movimiento. Pero, paradójicamente,
estas dos formaciones del trabajo del sueño signan también la singularidad de cada cual; por
extensión, ellas se aplicarán igualmente a las formaciones sintomáticas y a las del inconsciente
(lapsus, chistes ... ). Freud parte de la comprobación siguiente: entre el contenido manifiesto del
sueño y los pensamientos latentes que se asocian a él gracias a la palabra existe una diferencia
de magnitud considerable: «escrito, el sueño abarca apenas media página; el análisis en el que
se establecen sus pensamientos será seis, ocho, doce veces más extenso». A una
representación pueden asociarse varias cadenas que ella reagrupa o que la sobredeterminan, y
esto es precisamente lo que asegura el carácter lacónico del sueño; de ello se infiere de
inmediato la idea de un disfraz de los pensamientos del sueño, que se traduce esencialmente por
omisión, fusión o superposición (por ejemplo, personas colectivas o neologismos). Pero una sola
representación puede componerse de elementos diversos que ponen en obra un solo 
pensamiento. La dificultad que en consecuencia se impone es la traducción de los pensamientos
latentes; para realizarla, es preciso pasar por el proceso secundario, en el que reina la censura.
De hecho, se puede plantear la cuestión de la distancia entre el contenido manifiesto y los
pensamientos latentes; esa distancia, ¿es un efecto de la censura o no? Ésta es una cuestión
en realidad irresuelta, porque, para articular los dos ejes, hace necesariamente falta un sujeto
hablante. Por extensión, se comprenderá que esta «vía regia» que es el sueño mostrará siempre
la insistencia de un punto oscuro que Freud denomina el ombligo, y que sin embargo puede
entenderse como una fuente de sentido absolutamente impensable. 
Condensación
Condensación
Alemán: Verdichtung. 
Francés: Condensation. 
Inglés: Condensation.
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Término empleado por Sigmund Freud para designar uno de los principales mecanismos del
funcionamiento del inconsciente. La condensación realiza la fusión de varias ideas del
pensamiento inconsciente, sobre todo en el sueño, para llegar a una sola imagen en el contenido
manifiesto, consciente.
Como lo ha observado el propio Freud, muchos autores antes que él señalaron la existencia de
un mecanismo de condensación en el proceso del sueño, pero sin detenerse en él.
Desde la primera edición de La interpretación de los sueños, la condensación fue reconocida
como uno de los procesos esenciales del trabajo del sueño, responsable de la diferencia entre el
contenido manifiesto (caracterizado por su pobreza) y los pensamientos latentes del sueño
(cuya riqueza y amplitud parecen no tener límites). Por cierto, esta diferencia entre el sueño
manifiesto y su contenido latente varía de un sueño a otro, y es imposible determinar el "cociente
de condensación", pero no es menos cierto (todos los análisis de sueños lo demuestran) que la
condensación se produce siempre en el mismo sentido. Para describir su funcionamiento, Freud
interpreta varios sueños, principalmente el de "la monografía botánica". Aparece entonces la
función nodal de los términos "monografía" y "botánica", sobre los cuales se reúnen un cierto
número de pensamientos latentes del sueño, como en una especie de síntesis que implica la
pérdida de alguna de sus características propias, en beneficio del refuerzo de uno o varios de
sus aspectos comunes. En otros términos, como se dice al final del capítulo de La interpretación
de los sueños dedicado al trabajo del sueño, la condensación "reúne y concentra los
pensamientos dispersos del sueño". Finalmente, Freud vuelve sobre el tema en el célebre
capítulo VII de su obra, y considera que este mecanismo es principalmente responsable de la
impresión de extrañeza que el sueño produce en nosotros. Al amagalmar entre sí los rasgos
anodinos o secundarios de diversos pensamientos para producir un contenido manifiesto que
los represente a todos, la condensación realiza una transposición desde la coherencia psíquica
hacia representaciones con contenido particularmente intenso. Esta operación es comparable a
una lectura que sólo retuviera de un texto los términos impresos en bastardilla o en negrita,
porque se consideran esenciales para la inteligencia del escrito.
También en Psicopatología de la vida cotidiana y en El chiste y su relación con lo inconsciente
se pone de manifiesto el papel esencial de la condensación. En la primera de estas dos obras,
Freud, interpretando un lapsus (una dama dice que para que un hombre agrade basta con que
"tenga sus cinco miembros derechos"), muestra que la condensación se ha realizado
fusionando las ideas concernientes a la existencia de cuatro miembros y cinco sentidos. 
Subraya también que ese lapsus, por su carácter gracioso, es asimilable a un chiste,
acercamiento que le parece generalizable, mucho más allá de ese ejemplo.
En El chiste y su relación con lo inconsciente, la condensación aparece como una de las
técnicas responsables de la producción del chiste, pero en ciertos casos adopta una nueva
modalidad: la acompaña la formación de un sustituto, es decir, de una nueva palabra. El ejemplo
más célebre es la condensación realizada entre las palabras familier y millonnaire, en el
neologismo famillionnaire. Jacques Lacan, en su seminario de 1958, Las formaciones del
inconsciente, interpreta este chiste en el marco de su teoría del significante. En ella la
condensación se identifica con la metáfora, que interviene donde el sentido se desprende del
sin-sentido: del sin-sentido del término famillonnaire surge un sentido, el de tener familiaridad
con un millonario. 


Conferencias de introducción al psicoanálisis
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Obra publicada por Sigmund Freud, primero en tres partes distintas, entre 1916 y 1917, y
después en un volumen, en 1917, con el título de Vorlesungen zur Einführung in die
Psychoanalyse. Traducida por primera vez al francés en 1921 por Samuel Jankélévitch, con el
titulo de Introduction à la psychanalyse. Traducida por primera vez al inglés en 1920, sin
mención del traductor, pero bajo la dirección y con un prefacio de Stanley Granville Ha¡¡, con el
título de A General Introduction to Psychoanalysis. Traducida también al inglés en 1922 por Joan
Riviere, con el título de Introductory Lectures on Psycho-Analysis y un prefacio de Ernest Jones.
La traducción de Joan Riviere fue reeditada en 1935 con el título de A General Introduction to
Psychoanalysis, incluyendo los dos prefacios. Traducida en 1964 por James Strachey con el
título de Introductory Lectures on Psycho-Analysis.
Durante el invierno de 1915-1916, cuando Freud acababa de modificar su concepción de la
organización de las pulsiones al publicar su introducción al concepto de narcisismo, y
desarrollaba su metapsicología, pronunció una serie de conferencias, los sábados por la tarde,
en la Facultad de Medicina de Viena. Contrariamente a lo que él había previsto, el público era
numeroso. Estaban también presentes Anna Freud, Max Schur y Edoardo Weiss (quien, algunos
años más tarde, iba a traducir al italiano el conjunto de estas disertaciones). La audiencia fue
creciendo de sesión en sesión, y Freud reiteró la experiencia al invierno siguiente. La serie de
textos se publicó entonces en un volumen que tuvo un éxito comparable al que, doce años
antes, había encontrado Psicopatología de la vida cotidiana. Como índice de la popularidad
creciente del psicoanálisis en el mundo, este nuevo libro fue traducido a dieciséis idiomas en
vida del autor. Aun así, incluso antes de su aparición, Freud manifestó una vez más su
insatisfacción en una carta a Lou Andreas-Salomé del 14 de julio de 1916: "...mis conferencias
-escribió, con un tono un tanto decepcionado-, una materia un poco bruta, destinada a la masa,
encargada, como se sabe, de liberarme de una vez por todas de dar conferencias elementales".
Haciendo a un lado las reservas de Freud, Lou le comunicó su reacción positiva en cuanto
recibió el cuadernillo dedicado a los actos fallidos, y Karl Abraham expresó su entusiasmo en
una carta del 2 de enero de 1917.
El libro comprende tres grupos de conferencias: las cuatro primeras se refieren a los actos
fallidos; las once siguientes están consagradas al sueño, y las otras trece, que constituyen por 
sí mismas la verdadera segunda parte de la obra, están agrupadas bajo el título de "Teoría
general de la neurosis".
La primera parte aparece precedida por una introducción breve y densa, en la cual Freud, con
brío, hace alternar el humor, la burla, la seriedad y el rigor, para presentar el psicoanálisis, lo que
éste aporta de nuevo (y sobre todo de perturbador), a un público que considera poco o mal
informado e inevitablemente crítico, si no hostil.
En primer lugar, Freud trata de desalentar en su auditorio cualquier interés por su doctrina, y
subraya los riesgos sociales, profesionales y económicos que correrían quienes quisieran
convertirse en profesionales de esa práctica nueva. Si quedaran algunas personas a las que
semejante puesta en guardia no hubiera disuadido, declara que las acogería de buena gana para
exponerles las innumerables dificultades inherentes al psicoanálisis.
La primera de tales dificultades (y Freud cambia entonces de tono, para abordar cuestiones de
orden epistemológico) reside en lo que lo distingue de la medicina, por empezar en el nivel de la
enseñanza. En el lugar mismo donde Freud está hablando, el estudiante, futuro médico, aprende
a ver, tocar, manejar. Guiado por profesionales experimentados, descubre y aprende a conocer
un universo de hechos. Ahora bien, es preciso abandonar ese terreno seguro, pues -previene
Freud- Iamentablemente, las cosas ocurren de un modo totalmente distinto en psicoanálisis. El
tratamiento psicoanalítico sólo implica un intercambio de palabras entre el analizado y el médico."
Esta práctica, fundada en la palabra, que acuerda a las palabras una importancia exclusiva,
genera casi inevitablemente la duda y la desconfianza de quienes están acostumbrados a
confiar en lo "visible" y lo "palpable" (en particular, los allegados a los pacientes). Sin embargo,
estas reacciones habituales deberían sorprender, si uno se toma el trabajo de pensar en la
importancia de las palabras y los vocablos en todos los dominios de la existencia, si se repara
en la felicidad o la desesperación que pueden provocar simples palabras pronunciadas por un
ser amado, un responsable o un superior: "Las palabras -subraya Freud- provocan emociones y
son para los hombres el medio general de influirse recíprocamente".
Liberémonos entonces de nuestras prevenciones -exhorta Freud a su auditorio-, y
contentémonos con "asistir" a este intercambio de palabras entre el analista y su paciente.
Aparece una nueva dificultad: es imposible asistir a una sesión de psicoanálisis, mientras que,
en cambio, es corriente observar una presentación de enfermos en el marco de un servicio de
psiquiatría. En efecto, el psicoanálisis supone la palabra espontánea, no controlada por el
paciente; esas palabras abordan intimidades, lo más personal, que no podría decirse en
presencia de un tercero.
¿Cómo convencerse entonces del interés de este enfoque tan desconcertante? Se puede
proceder a una especie de autoobservación, tomando en cuenta, y abordando, con algunas
indicaciones, una serie de fenómenos psíquicos frecuentes y conocidos en general. Esta
primera vía, que anuncia tácitamente las lecciones futuras sobre los actos fallidos y el sueño, 
puede conducir a la convicción de que las concepciones psicoanalíticas están bien fundadas.
Pero si uno quiere verificar verdaderamente la justeza del psicoanálisis y la fineza de su técnica,
tiene que hacerse "analizar por un psicoanalista competente", y se sobrentiende -añade Freud,
que introduce entonces una advertencia sorprendente, puesto que parece anticipar los futuros
desbordes de la terapia de grupo- que "este medio excelente no puede ser utilizado más que por
una sola persona, y nunca se aplica a una reunión de varias".
Aparece a continuación otro obstáculo, que tiene que ver con la deformación de la mentalidad
generada por los estudios médicos. Por cierto, Freud no olvida que se dirige esencialmente a
médicos. Al oponer la concepción médica (organizada en torno a un sistema de causalidades
orgánicas, fisiológicas y anatómicas) a la concepción psicoanalítica (que se mantiene a distancia
de este conjunto de determinaciones y se basa sólo en nociones puramente psicológicas),
aborda de modo sucinto, pero en términos ya radicales, un tema al que volverá más tarde,
principalmente en , Pueden los legos ejercer el análisis?
Manejando los efectos, Freud, cuyas cualidades de pedagogo salen a luz en la lectura de estas
pocas líneas introductorias, aborda a continuación las últimas dos dificultades que el
psicoanálisis reserva a quienes quieran emprender su práctica.
La primera de esas dos "desagradables premisas" consiste en que el psicoanálisis considera
que lo esencial de los procesos psíquicos es inconsciente. Freud admite que eso basta para
malquistarse con la mayoría, para la cual el psiquismo es siempre consciente: por empezar, los
psicólogos, sean ellos partidarios del método descriptivo o del método experimental, vinculado
con la fisiología de los sentidos. El psicoanálisis no sólo se atreve a hablar de pensamiento y
voluntad inconscientes, sino que además, en la persona del conferenciante, se permite calificar
de "prejuicio" el enunciado de una identidad entre el psiquismo y lo consciente. El tono deja de
ser amargo, para convertirse en el de una ironía mordaz. Freud, mientras toma la precaución de
recordar que el inconsciente es hipotético (prudencia totalmente retórica, que expresará de
nuevo en una de sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis), evoca en efecto
las "ventajas" (buena conciencia y comodidad moral) que pueden obtener de su modo de ver
quienes niegan que exista tal instancia. Allí se pueden discernir algunas de las ideas polémicas
que desarrollará más tarde, en particular en El porvenir de una ilusión.
Esta audaz hipótesis de un psiquismo de esencia inconsciente anuncia una segunda (última
dificultad, pero seguramente no la menor): el psicoanálisis "proclama como uno de sus
descubrimientos" que "impulsos que sólo cabe calificar de sexuales, en el sentido estrecho o
amplio de la palabra, desempeñan, como causas determinantes de las enfermedades nerviosas
y psíquicas, un papel extraordinariamente importante que hasta el momento no ha sido estimado
en su justo valor". El psicoanálisis no sólo afirma el rol esencial de la sexualidad en el
funcionamiento psíquico, sino que va más lejos, y sostiene que las emociones sexuales tienen
un papel que está lejos de ser desdeñable en las creaciones del espíritu humano en los dominios
de la cultura, el arte y la vida social. Esta última audacia constituye, según Freud (que en este 
punto aduce su experiencia), la razón principal de las resistencias con las que tropieza el
psicoanálisis. Para remover este obstáculo, él desarrolla una argumentación que retomará
posteriormente, sobre todo en El malestar en la cultura. Subraya la amenaza que estas
pulsiones sexuales imponen al orden social, y evoca su represión y transformación por el
mecanismo de la sublimación; habla finalmente de las medidas educativas que toma la sociedad
ante el peligro de un retorno siempre posible de los instintos sexuales, medidas precisamente
descalificadas por los descubrimientos realizados en el campo del psicoanálisis. Pero todas
esas reacciones -concluye Freud-, de orden moral o sentimental, no deben considerarse
argumentos lógicos capaces de poner en duda lo bien fundado de un progreso científico a cuyo
estudio invita a los oyentes no desalentados por la enumeración de todas esas dificultades.
Fiel a una técnica probada, ubica entonces a su público en posición de interlocutor, un
interlocutor a veces atento y otras inquisitivo, incluso crítico, y desarrolla su exposición de los
objetos y conceptos del psicoanálisis en una forma y con un ritmo alertas que contribuyeron
incuestionablemente al éxito de esas lecciones.
Las cuatro primeras conferencias retoman en forma sintética el material de Psicopatología de la
vida cotidiana. El estudio de los actos fallidos sólo se justifica -precisa Freud- en la medida en
que puede enriquecer el psicoanálisis. Al final de esta primera serie de lecciones, y de modo aún
más claro, dirige la atención hacia el modelo constituido por su propio abordaje de tales
fenómenos: "Según esta manera -dice-, ustedes pueden juzgar desde ya cuáles son las
intenciones de nuestra psicología. Nosotros no queremos sólo describir y clasificar los
fenómenos, sino que queremos también concebirlos como indicios de un juego de fuerzas que
se produce en el alma, como la manifestación de tendencias que tienen un objetivo definido y
trabajan en la misma dirección, o bien en direcciones opuestas. Tratamos de formarnos una
concepción dinámica de los fenómenos psíquicos. En nuestra concepción, los fenómenos
percibidos deben borrarse ante las tendencias solamente supuestas."
Las conferencias siguientes, dedicadas al sueño, presentan la misma construcción, el mismo
método expositivo, en forma de diálogo con un interlocutor al que se atribuyen interrogantes,
objeciones y críticas. Constituyen una síntesis recapitulativa de la obra pionera, La
interpretación de los sueños, cuya quinta edición estaba a punto de publicarse.
Freud dedica una de estas conferencias a la cuestión (todavía discutida hoy en día) de la
simbólica del sueño, que había desarrollado ampliamente en las ediciones de 1909 y 1911 de su
libro, en parte bajo la influencia de Wilhelm Stekel. Ese conjunto inventariado de símbolos tendía a
constituir una especie de reserva de traducciones permanentes a la cual debía recurrir el
análisis cuando el contenido manifiesto no suscitaba ninguna asociación, y cuando esto -precisa
Freud- no pudiera atribuirse a un fenómeno de resistencia sino a la especificidad del material.
Freud reconoce que ese conjunto de símbolos no deja de recordar "el ideal de la antigua y
popular interpretación de los sueños, ideal del que nuestra técnica nos ha alejado
considerablemente". Al respecto reitera, en términos aún más claros, la advertencia añadida en 
1909 al texto de La interpretación de los sueños: "Pero el lector no debe dejarse seducir por
esta facilidad. Nuestra tarea no consiste en realizar hazañas. La técnica que se basa en el
conocimiento de los símbolos no reemplaza a la basada en la asociación, y no se puede medir
con ella. No hace más que completarla y proveerle datos utilizables." Siendo así, la frecuencia de
las analogías simbólicas en el sueño le permite a Freud subrayar el carácter universalista del
psicoanálisis, muy diferente, tanto en este punto como en otros, de la psicología y la psiquiatría.
La consideración de esta dimensión simbólica le da al psicoanálisis la oportunidad de abrirse a
otros dominios del conocimiento -la mitología, la historia de las religiones, la lingüística, la
psicología de los pueblos-, lo que justifica ampliamente la creación de un nuevo periódico, la
revista Imago, cuya presentación Freud realiza de tai modo.
La tercera parte del libro, dedicada a la teoría general de la neurosis, corresponde a las
conferencias pronunciadas en el curso del invierno de 1916-1917. En esa ocasión, Freud se
alegra de poder retomar con sus oyentes el hilo de esas "charlas". Pero el tono cambia: el objeto
de esa nueva serie de lecciones ya no tiene nada que ver con fenómenos fácilmente
observables en la vida cotidiana, y ya no es conveniente discutir, proceder por preguntas y
respuestas, aunque fueran ficticias. En adelante se trata de exponer, sin dogmatismo, sin
preocupaciones polémicas (precisa al pasar que en materia científica la polémica le parece
estéril), la concepción psicoanalítica de las neurosis. El público escuchará, se impregnará de la
lógica de esta concepción hasta que su dinámica y su lógica prevalezcan sobre la concepción
"popular o psicológica" que ocupa la mente de modo espontáneo.
Esta última parte del libro se distingue de las anteriores por otro punto, que no es objeto de
ningún anuncio. Freud continúa exponiendo las adquisiciones del psicoanálisis en la explicación
de los procesos neuróticos, pero no se limita a ese trabajo recapitulativo. Desarrolla temas o
concepciones aún prácticamente inéditos. En tal sentido, las Conferencias de introducción al
psicoanálisis no son sólo un manual didáctico, sino que constituyen, a igual título que la mayoría
de las publicaciones de Freud, una etapa en el desarrollo de su elaboración teórica.
Éste es, particularmente, el caso del capítulo sobre la angustia, que retorna anotaciones clínicas
desarrolladas antes en el marco de los relatos de casos, pero con la introducción de conceptos
nuevos, que prenuncian los desarrollos teorizados por Freud posteriormente, en Inhibición,
síntoma , y angustia (1926).
De la misma manera, el capítulo titulado "La teoría de la libido y el narcisismo", lejos de limitarse a
la evocación de los aportes contenidos en el texto de 1914, le da la oportunidad de introducir por
segunda vez la noción de ideal del yo (que será desarrollada en el curso de la "gran
reestructuración- de la década de 1920, y de la que surgirá la instancia del superyó,
conceptualizada en El Yo y el Ello).
El último capítulo aborda la terapéutica analítica. Freud retorna allí la génesis del método
psicoanalítico, marcado sobre todo por el abandono del método hipnótico y el rechazo de los 
procedimientos de la sugestión. En unas pocas líneas explica su reticencia a proporcionar "una
guía práctica para el ejercicio del psicoanálisis", tanto acerca de este punto como de otros, y
demuestra, por medio de ejemplos, que la transmisión pasa por vias que no pueden ser las de la
enseñanza abstracta.
Negándose a responder a todas las críticas dirigidas al psicoanálisis, llegando incluso a
divertirse ante la evocación de ciertos fracasos del tratamiento, de los que subraya que suelen
deberse a factores externos (en especial el entorno del paciente) más que al psicoanálisis en sí,
Freud sostiene, casi sereno: Contra los prejuicios no hay nada que hacer. Hay que aguardar y
dejar que el tiempo se ocupe de gastarlos." Si bien, al término de esos dos inviernos de
lecciones, subraya los abusos a los cuales el análisis puede a veces dar lugar, sobre todo por la
manipulación de la transferencia, no por ello deja de concluir con un rasgo de humor, aduciendo
que todo procedimiento terapéutico puede dar lugar a empleos abusivos, y que el propio bisturí,
medio de curación por excelencia, no tiene más recurso que el de cortar. 


Configuraciones vinculares
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Definición
Con el despertar de la palabra, nacemos para ponerle nombre a esas cosas que se suceden
ante nuestras primeras miradas; y con esas palabras empezamos nuestras historias, en ese
tiempo en que padre y madre nos proveen de nuestra primera institución.
Esos primeros "otros", afuera, marcan sin duda la originaria configuración en la experiencia
vincular intersubjetiva.
En la adultez, esa organización sigue en la fuente vital de nuestros mitos individuales; pero el
hecho mismo de percatamos de las diferencias entre el pasado y el presente, constituye la
conciencia de nuestra propia historia y de nuestra inserción en esa primitiva configuración
institucional.
Para tener un concepto; o mejor dicho una serie de conceptos acerca de configuración vincular,
intentemos ver cómo se forma y cuál fue le proceso de cambio de los contenidos y usos del
concepto de "Configuración" según distintas perspectivas teóricas y con relación a 'Vínculo".
Origen e historia del término
El concepto de configuración, nace a semejanza del de estructura, y está ligado a diferentes
posiciones filosóficas y científicas.
Whilelm Wundt, psicólogo y médico alemán (1832-1920) se considera el creador de la psicología
experimental, siendo sus métodos introspectivo y psicofísico. Él crea, alrededor de 1879 el 
Estructuralismo, que llegó a ser la escuela dominante de psicología en Alemania y en EE.UU.
entre 1890 y 1920, dirigida por él mismo y E.B. Tichener.
Esta escuela basó su enfoque en el análisis introspectivo de los componentes estructurales o
morfológicos de la mente para descubrir la naturaleza de las experiencias conscientes
elementales como las sensaciones, las imágenes, los estados afectivos o emocionales y luego
descubrir sus relaciones mutuas: su objeto de estudio eran las asociaciones entre las
sensaciones y las percepciones; entre las ideas simples y las complejas.
En tales asociaciones las sensaciones vienen a constituir los elementos simples, a partir de los
cuales se forman los demás. Se considera por eso a las sensaciones, anteriores en el proceso
perceptual.
Este enfoque fue así denominado Psicología Estructural.
Franz Brentano, filósofo y psicólogo alemán (1838-1917), reacciona frente a la posición atomista
wundtiana. Él describe los fenómenos psicológicos en términos de procesos o "actos".
En realidad, su enfoque abrió ya antes el camino a la Psicología de la Gestalt, con su énfasis en
la percepción interna y no en la observación interna que utilizaba la psicología de Wundt. Por
otra parte, facilitó el desarrollo del enfoque psicodinámico, que considera a la mente, más como
un agente que como un receptor.
Desde su concepción, habrá de aportar otros contenidos al concepto de configuración del
vínculo entre la persona que percibe y el objeto percibido.
El punto central de su teoría es que "no hay consciencia vacía". Él habla de la "intencionalidad de
la conciencia"; o sea, "de un objeto". Digamos que para Brentano "configuracionalmente" hay un
vínculo estructurado, mental, con un objeto, que metodológicamente queda consignado y
conocido a través de la percepción interna, como única fuente empírica de la psicología.
Todo objeto percibido, dice, tiene "una existencia intencional"; es decir, que se produce un
vínculo yoico con un objeto real.
Parafraseando esto podríamos decir que toda configuración vincular, como objeto de
percepción tiene una "existencia intencional donde queda implicado el que percibe"; o "los que se
perciben", tan sólo en el nivel de la conciencia. Es decir, que para Brentano, el objeto -en
vínculo- está aquí para ser visto (intencionalidad).
Este énfasis en el funcionamiento del yo, en el nivel empírico, habrá de influir en otras
formulaciones psicológicas como la Gestalt, La Teoría del Campo, y en las elaboraciones
freudianas. 
Desarrollo desde la perspectiva vincular
La Psicología de la Gestalt
La palabra Gestalt, alemana, significa estructura, pauta, forma, configuración.
Esta teoría enfoca la organización dinámica de la experiencia dentro de pautas o
configuraciones. En esta teoría, (creada por Max Wertheimer y seguido por Kurt Koffka, Wolfang
Kölher en Alemania desde 1912) se sostiene que las personas captan de inmediato una
configuración, la cual es aprehendida como una totalidad previa a la percepción de las partes
componentes, agregando que las sensaciones sólo se pueden captar por un esfuerzo especial
de la voluntad y que ellas no son unidades elementales previas de la percepción como decía
Wundt.
Este enfoque influído ya por Brentano, se produce como rebelión contra el estructuralismo de
Wundt, que analizaba la experiencia en términos atomísticos y estáticos de las sensaciones y en
contra de lo cual surge el concepto de Configuración como una "totalidad" mayor que la suma de
las partes.
La Teoría del Campo en Psicología
Un paso adelante en el proceso de cambio de los contenidos del concepto de configuración lo
encontramos en la "Teoría M Campo en Psicología", creada por Kurt Lewin (1890-1947), alemán,
que desde 1933 vivió en los E.E.U.U.
Fue en sus comienzos uno de los más jóvenes representantes de la Psicología de la Gestalt. Sus
obras constituyen un puente entre la teoría de la Gestalt, el estudio de la personalidad y la
motivación, y la psicología social.
El concepto más importante de la teoría del campo es el de Espacio vital, considerado como el
resultado de la interacción entre la persona y su situación inmediata (o campo). Considera a
%a persona y su situación" como una Configuración dinámica de figura-fondo.
Si bien no problematiza el concepto de inconsciente, interesa destacar algunos conceptos, de 
contenidos especialmente dinámicos que tienen que ver con "Configuración":
"fúnción de la persona en situación", indica un proceso (configuración temporal) que sucede "a
través de una persona" (configuración simbólico-temporal) en un campo (configuración
situacional) donde situación equivale al concepto de "aquí y ahora" que significa configuración
espacio-tiempo.
"Aquí y ahora" supone una percatación (inmediata) de la configuración espacio-tiempo, lo cual
implica de hecho el concepto de persona, o personas, testigos, capaces de temporalizar
(reconocer internamente procesos que "están sucediendo en el mundo externo con su
intervención por su presencia"); capaces de percatarse de la secuencia que configuran las
acciones sucesivas y relacionales en una unidad (situación) determinada de espacio-tiempo.
Así, campo como "Configuración situacional captada en forma inmediata", introduce la
descripción de un contenido dinámico en el concepto de configuración y se acerca más al
concepto de vínculo.
Problemáticas conexas
Como dijimos antes, el enfoque de Brentano influyó en las elaboraciones teóricas de Freud; pero
si bien Brentano considera sólo el nivel de la conciencia como única fuente empírica para la
percepción de la configuración del vínculo con un objeto, Freud se enmarca, a partir de sus
trabajos en la interpretación de los sueños, dentro de un estructuralismo en el que incluye el
nivel inconsciente.
El concepto de configuración adquiere nuevos contenidos para él. Desde ese momento,
digamos, la idea acerca de la "configuración del vínculo" con un objeto podría inscribirse como
concepto analítico en los niveles intra e inter-subjetivo y a partir de los aspectos estructurales de
la situación analítica. Por lo tanto para él, la percepción de una configuración vincular pasa por la
capacidad de captar en forma inmediata, en experiencia directa los contenidos insertos en el
discurso transferencial, "donde las resistencias actualizan un lenguaje encubridor".
Para Brentano el objeto está aquí para ser visto; el vínculo es directo con el objeto real. Para
Freud rige el deseo, el objeto está caído. Éste es el paso crítico, científico: el discurso es la
presencia. De ahí que éste se transforma en "lo posible" de la configuración vincular.
Así, la palabra (el discurso, el decir) que representa el objeto que no está, y el cual deberá
permanecer transitando en ese discurso, en lo imaginario y en lo simbólico, parece constituir el
sentido de vínculo. 
Desde aquí configuración vincular sería la forma dinámica, cambiante de la unión que sucede en
el encadenamiento de los significados inscriptos en el discurso porque sólo a través de su
transcurrir producimos la presencia, la completud imposible, o por lo menos, como personas la
proponemos "al otro" y es esta propuesta discursiva la que establece los contenidos del
concepto de configuración vincular. 


Conflicto 

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La versión freudiana del concepto de conflicto fue introducida originalmente en estrecha
solidaridad con la noción de proceso de defensa, para caracterizar la situación psíquica propia
de la histeria, que esa defensa está destinada a mitigar: «el estallido de la histeria», escribe
Freud en 1896, en «La etiología de la histeria», «se deja reconducir casi invariablemente a un
conflicto psíquico: una representación inconciliable pone en acción la defensa del yo y provoca
la represión. ¿En qué condiciones este esfuerzo de defensa tiene el efecto patológico de
reprimir hacia el inconsciente el recuerdo abrumador para el yo, y crear en su lugar un síntoma
histérico? En esa época yo no era aún capaz de indicarlo. Hoy puedo hacerlo. La defensa
alcanza su meta, que es rechazar fuera de la conciencia la representación inconciliable, cuando
están presentes en el sujeto del que se trata, hasta ese momento sano, escenas sexuales
infantiles en estado de recuerdos inconscientes, y cuando la representación a reprimir puede
relacionarse, mediante un nexo lógico o asociativo, con una experiencia infantil de ese orden».
Lógica del conflicto
En la medida en que se refiere a una representación dinámica, esta concepción prolonga una
corriente de pensamiento proveniente de la crítica del mecanicismo cartesiano, ilustrada sobre
todo, en 1827, por la Psicología teórica de Herbat. No obstante, desde 1909 Freud se vale de un
lenguaje lógico cuando pasa de la presentación de la histeria a la de la neurosis obsesiva.
Enfocando, en el caso del Hombre de las ratas, por una parte la oposición del amor al odio, y por
la otra la del padre del paciente a su dama, él las relaciona, respectivamente, con la oposición de
los contrarios y de los contradictorios: «En nuestro paciente los conflictos afectivos, que hemos
enumerado uno a uno, no son sin embargo independientes entre sí; están soldados en parejas.
El odio a su amiga se suma al apego a su padre, y viceversa. Pero las dos corrientes
conflictivas, que subsisten después de esta simplificación, y la oposición en cada uno de los
casos, no tienen nada que ver entre sí, ni desde el punto de vista del contenido ni desde el punto
de vista de la génesis. El primero de estos conflictos corresponde a la oscilación normal entre el
hombre y la mujer en tanto que objetos de amor, oscilación que es inducida en el niño con la
célebre pregunta "¿A quién quieres más, a papá o a mamá?", y que lo acompaña después toda
su vida, a pesar de las diferencias individuales en la evolución de las intensidades afectivas y
en la fijación de las metas sexuales definitivas. Pero, normalmente, esta oposición pierde pronto
su carácter de contradicción neta, de alternativa inexorable; se crea un margen para satisfacer
las exigencias desiguales de las dos partes, aunque incluso en el hombre normal la depreciación
de las personas de un sexo se acompaña siempre de una estimación tanto más alta de las
personas del sexo opuesto. 
«El otro conflicto, el que existe entre el amor y el odio, nos sorprende más. Lo sabemos: a
menudo un estado amoroso se percibe al principio bajo la forma de odio; el amor al cual se le
niega la satisfacción se transforma con facilidad y parcialmente en odio, y los poetas nos
enseñan que en los enamoramientos apasionados esos dos sentimientos contradictorios pueden
coexistir durante algún tiempo y rivalizar de alguna manera. Lo que nos sorprende es la
coexistencia crónica del amor y el odio hacia una misma persona, y la intensidad muy grande de
esos dos sentimientos. Nosotros esperaríamos que, desde mucho antes, el gran amor hubiera
vencido al odio o hubiera sido devorado por éste. En efecto, esa coexistencia de sentimientos
violentos sólo es posible en ciertas condiciones psicológicas peculiares, y gracias a su carácter
inconsciente. El amor no ha extinguido el odio, sólo ha podido devolverlo al inconsciente y lo ha
preservado de la destrucción por acción de lo consciente; el odio puede así subsistir e incluso
crecer. Por lo común, el amor consciente, en estas condiciones, se acrecienta por reacción
hasta adquirir una intensidad muy grande, para estar a la altura de la tarea que le es
constantemente impuesta: mantener su papel opuesto en la represión. Una separación muy
precoz de estos dos opuestos, a la edad "prehistórica" de la infancia, acompañada de la
represión de uno de los dos sentimientos, por lo general el odio, parece ser la condición de esta
"constelación" tan extraña de la vida amorosa.»
En 1926, por otro lado, Freud señalará, acerca del tema de la defensa, la renovación
efectivamente operada en la teoría por el análisis de la neurosis obsesiva, en la cual la expresión
lógica del conflicto aparece como uno de los aspectos: al encontrarse el yo, principio de los
procesos de defensa, definido como un «organizador» del ello, se comprende que el conflicto
sea susceptible de una definición de estilo cognitivo. 


Conflicto psíquico
fuente(136) 
(fr, conflitpsychique; ingl. psychical conflict; al. psychischer Konflikt). Expresión de exigencias
internas inconciliables: deseos y representaciones opuestos, y más específicamente, fuerzas
pulsionales antagonistas. (El conflicto psíquico puede ser manifiesto o latente.)
S. Freud propuso sucesivamente dos descripciones del conflicto psíquico.
En el marco de la primera teoría del aparato psíquico, el conflicto es concebido como la expresión
de la oposición de los sistemas inconciente, por un lado, y preconciente-conciente, por el otro:
las pulsiones sexuales que una instancia represiva mantiene apartadas de la conciencia son
representadas en diversas formaciones del inconciente (sueños, lapsus) al mismo tiempo que
sufren la deformación de la censura.
A partir de 1920, con la última teoría del aparato psíquico, el conflicto psíquico es descrito de una
manera más compleja y matizada: diversas fuerzas pulsionales animan a las instancias
psíquicas, y las oposiciones conflictivas de las pulsiones (pulsión de autoconservación y pulsión
de conservación de la especie, o amor del yo y amor del objeto) «se sitúan en el marco del Eros»
(Esquema del psicoanálisis, 1938). 
En cuanto a la pulsión de muerte, sólo se vuelve polo conflictivo en la medida en que tienda a
desunirse de la pulsión de vida, como ocurre en la melancolía.
En cada tipo de oposición considerada por Freud para dar cuenta del conflicto psíquico, el papel
acordado a la sexualidad aparece como primordial. Pues bien, sucede que la evolución de esta
última en el sujeto pasa por la resolución del conflicto decisivo que es el complejo de Edipo. 
Conflicto psíquico
Conflicto psíquico
Al.: psychischer Konflikt. 
Fr.: conflit psychique. 
Ing.: psychical conflict
It.: conflitto psichico. 
Por.: conflito psíquico.
fuente(137) 
En psicoanálisis se habla de conflicto cuando, en el sujeto, se oponen exigencias internas
contrarias. El conflicto puede ser manifiesto (por ejemplo, entre un deseo y una exigencia moral,
o entre dos sentimientos contradictorios) o latente, pudiendo expresarse este último de un modo
deformado en el conflicto manifiesto y traducirse especialmente por la formación de síntomas,
trastornos de la conducta, perturbaciones del carácter, etc. El psicoanálisis considera el
conflicto como constitutivo del ser humano y desde diversos puntos de vista: conflicto entre el
deseo y la defensa, conflicto entre los diferentes sistemas o Instancias, conflictos entre las
pulsiones, conflicto edípico, en el que no solamente se enfrentan deseos contrarios, sino que
éstos se enfrentan con lo prohibido.
Desde sus comienzos, el psicoanálisis descubrió el conflicto psíquico y rápidamente hizo de éste
el concepto central de la teoría de las neurosis. Los Estudios sobre la histeria (Studien über
Hysterie, 1895) describen cómo, en el curso de la cura, Freud encuentra, a medida que se
aproxima a los recuerdos patógenos, una resistencia creciente (véase: Resistencia); esta
resistencia no es más que la expresión actual de una defensa intrasubjetiva contra las
representaciones que Freud califica de incompatibles (unverträglich). A partir de 1895-1896,
esta actividad defensiva se reconoce como el principal mecanismo en la etiología de la histeria
(véase: Histeria de defensa) y se generaliza a las restantes «psiconeurosis», que entonces
reciben el nombre de «psiconeurosis de defensa». El síntoma neurótico se define como el
resultado de una transacción o compromiso entre dos grupos de representaciones que actúan
como dos fuerzas de sentido contrario, y ambas de forma igualmente actual e imperiosa: « [...] el
proceso aquí descrito: conflicto, represión, substitución bajo la forma de formación de
compromiso o transaccional, se repite en todos los síntomas psiconeuróticos». De un modo
todavía más general, este proceso se observa también en fenómenos como el sueño, el acto
fallido, el recuerdo encubridor, etc.
Si bien el conflicto constituye sin discusión un dato fundamental de la experiencia psicoanalítica
y resulta relativamente fácil de describir en sus modalidades clínicas, más difícil es dar del mismo
una teoría metapsicológica. A lo largo de la obra freudiana, el problema del fundamento último del
conflicto ha recibido distintas soluciones. Ante todo conviene señalar que es posible intentar
explicar el conflicto a dos niveles relativamente distintos: a nivel tópico, como conflicto entre
sistemas o instancias, y a nivel económico-dinámico, como conflicto entre pulsiones. Para Freud, 
este segundo tipo de explicación es el más radical, pero con frecuencia resulta difícil establecer
la articulación entre ambos niveles, por cuanto una determinada instancia que toma parte en el
conflicto no corresponde necesariamente a un tipo específico de pulsiones.
Dentro de la primera teoría metapsicológica, el conflicto puede referirse esquemáticamente,
desde el punto de vista tópico, a la oposición entre los sistemas Ics, por una parte, y Pcs-Cs, por
otra, separados por la censura; esta oposición corresponde también a la dualidad del principio
de placer y principio de realidad, de los cuales el último intenta asegurar su superioridad sobre el
primero. Puede decirse que las dos fuerzas que se hallan en conflicto son entonces para Freud
la sexualidad y una instancia represora que incluye especialmente las aspiraciones éticas y
estéticas de la personalidad, siendo el motivo de la represión los caracteres específicos de las
representaciones sexuales, que las harían incompatibles para el «yo» y generadoras de
displacer para éste.
Sólo más tarde Freud buscó un soporte pulsional a la instancia represora. Entonces considera
que el substrato del conflicto psíquico lo constituye el dualismo entre las pulsiones sexuales y
las pulsiones de autoconservación (definidas como «pulsiones del yo»). «[...] el pensamiento
psicoanalítico debe admitir que [ciertas] representaciones han entrado en oposición con otras,
más fuertes que aquéllas, para designarlas utilizamos el concepto global de "yo", que tiene una
distinta composición según los casos; ello hace que se repriman las primeras representaciones.
Pero ¿de dónde puede provenir esta oposición, causa de la represión, entre el yo y ciertos
grupos de representaciones? [...] Ha llamado nuestra atención la importancia de las pulsiones
para la vida representativa; hemos reconocido que cada pulsión procura imponerse animando
las representaciones adecuadas a sus metas. Estas pulsiones no siempre se armonizan; a
menudo llegan a un conflicto de intereses; las oposiciones entre las representaciones no son
más que la expresión de los combates entre las diferentes pulsiones ... ». Sin embargo, es
evidente que, incluso en esta etapa del pensamiento freudiano en que existe una coincidencia
entre la instancia defensiva del yo y un determinado tipo de pulsiones, la oposición última
«hambre-amor» sólo se expresa en las modalidades concretas del conflicto a través de una
serie de mediaciones muy difíciles de establecer.
En una etapa ulterior, la segunda tópica proporciona un modelo de la personalidad más
diversificado y más próximo a estas modalidades concretas: conflictos entre instancias,
conflictos internos de una misma instancia, por ejemplo entre los polos de identificación paterno
y matero, que pueden encontrarse en el superyó.
El nuevo dualismo pulsional invocado por Freud, el de las pulsiones de vida y pulsiones de
muerte aparentemente debería proporcionar, en virtud de la oposición radical que propugna, un
fundamento a la teoría del conflicto. Pero, de hecho, se está lejos de constatar esta
superposición entre el plano de los principios últimos, Eros y pulsión de muerte, y la dinámica
concreta del conflicto (véase, acerca de este punto: Pulsión de muerte). No obstante, el
concepto de conflicto se renueva: 
1) Se ve cada vez mejor cómo las fuerzas pulsionales animan las diferentes instancias (así, por
ejemplo, Freud describe el superyó como sádico), aun cuando ninguna de ellas resulte afectada
por un solo tipo de pulsión.
2) Las pulsiones de vida parecen abarcar la mayor parte de las oposiciones conflictivas
previamente descubiertas por Freud a partir de la clínica: « [...] la oposición entre pulsiones de
autoconservación y pulsiones de conservación de la especie, al igual que la otra oposición entre
amor al yo y amor objetal, quedan incluidas en la esfera del Eros».
3) Más que como un polo de conflicto, la pulsión de muerte es interpretada a veces por Freud
como un principio mismo de lucha, como el odio que Empédocles oponía ya al amor.
De este modo viene a especificar una «tendencia al conflicto», factor variable cuya intervención
haría que la bisexualidad propia del ser humano se convierta en ciertos casos en un conflicto
entre exigencias rigurosamente incompatibles, mientras que, en ausencia de este factor, nada
impediría que las tendencias homosexuales y heterosexuales se realizaran en una solución
equilibrada.
En esta misma línea de pensamiento cabe interpretar el papel que Freud atribuye al concepto de
unión de las pulsiones. Ésta no designa únicamente una mezcla en proporción variable de
sexualidad y de agresividad: la pulsión de muerte introduce por sí misma la desunión (véase:
Unión-desunión de las pulsiones).
Si dirigimos una mirada de conjunto a la evolución de las concepciones que Freud nos ha dado
del conflicto, sorprende, por una parte, el hecho de que siempre busca referirlo a un dualismo
irreductible que, en un último análisis, sólo podría basarse en una oposición casi mítica entre dos
grandes fuerzas contrarias; por otra parte, el hecho de que uno de los polos del conflicto es
siempre la sexualidad, mientras que el otro se busca en realidades cambiantes («yo», «pulsiones
del yo», «pulsiones de muerte»). Desde el principio de su obra (véase: Seducción), y todavía en
el Esquema del psicoanálisis (Abriss der Psychoanalyse, 1938), Freud insiste en la intrínseca
ligazón que debe existir entre la sexualidad y el conflicto. Es posible dar de éste un modelo
teórico abstracto susceptible de aplicarse a «cualquier exigencia pulsional», «pero la
observación nos muestra regularmente que, hasta donde alcanzan nuestros conocimientos, las
excitaciones patógenas provienen de las pulsiones parciales de la vida sexual». ¿Cuál es la
justificación teórica última de este privilegio atribuido a la sexualidad en el conflicto? El problema
quedó sin resolver por Freud, quien indicó en varios momentos de su obra que las
características temporales particulares de la sexualidad humana hacen que «el punto débil de la
organización del yo se encuentre en su relación con la función sexual». 
Para el psicoanalista, la profundización en el problema del conflicto psíquico debe desembocar
forzosamente en lo que para el sujeto humano es el conflicto nuclear: el complejo de Edipo. En
éste, el conflicto, antes de ser conflicto defensivo, se halla ya inscrito de forma presubjetiva
como conjunción dialéctica y originaria del deseo y de la prohibición.
El complejo de Edipo, por constituir la idea fundamental e inevitable que orienta el campo
interpsicológico del niño, podría encontrarse tras las más diversas modalidades del conflicto
defensivo (por ejemplo, en la relación entre el yo y el superyó). De un modo más radical, si se
considera el Edipo como una estructura en la que el sujeto ha de encontrar su lugar, el conflicto
aparece ya presente, previamente al juego de las pulsiones y de las defensas, juego que
constituirá el conflicto psíquico propio de cada individuo. 


Consciente
Alemán: Bewusste (das). 
Francés: Conscient. 
Inglés: Conscious.
fuente(138) 
Término utilizado por Sigmund Freud, como adjetivo para calificar un estado psíquico, o bien
como sustantivo, para indicar la localización de ciertos procesos constitutivos del
funcionamiento del aparato psíquico. En este sentido, el consciente, junto con el preconsciente Y
el inconsciente es una de las tres instancias de la primera tópica freudiana.
Sea que se trate del adjetivo o del sustantivo, Freud utiliza a menudo el término consciente como
sinónimo de conciencia, salvo cuando se trata de la conciencia moral (Gewissen), proceso
psíquico relacionado con la constitución del ideal del yo y del superyó.
En una carta a Wilhelm Fliess del 29 de agosto de 1888, Freud recuerda su introducción al libro
de Hyppolyte Bernheim sobre la sugestión, en la cual él tomó el partido de Jean Martin Charcot en
contra M maestro de Nancy, y moderó,'por consejo de sus amigos, sus críticas a Theodor
Meynert. En esa introducción, Freud había examinado, a propósito de la hipnosis, la legitimidad
del fundamento de la oposición entre fenómenos psíquicos y fenómenos fisiológicos, precisando
que a su juicio "el estado consciente, sea cual fuere, no está ligado a todas las actividades de la
corteza cerebral, ni a ninguna de sus actividades particulares. No parece localizado en ninguna
parte del sistema nervioso."
En los Estudios sobre la histeria, comentando el caso "Emmy von N." (Fanny Moser) y la
prontitud con que la paciente (idéntica en esto a todos los "neurópatas") responsabilizó al
médico por sus síntomas, Freud habla de las condiciones que suscitan la aparición de esas
"asociaciones falsas", sobre todo la constituida por la "escisión del consciente", generalmente
disimulada, "sea porque la mayor parte de los neurópatas no tienen ninguna noción de las
causas reales (ni siquiera del motivo ocasional) de su mal, sea porque se niegan a conocerlo, y
no quieren que se les recuerde que es responsabilidad de ellos".
Esta cuestión de la "escisión del consciente" o del "clivaje de la conciencia" constituyó un
eslabón esencial en el proceso del descubrimiento del inconsciente. Fue un punto de 
desacuerdo radical entre la concepción freudiana de la neurosis y la de Pierre Janet. Para Janet,
el clivaje de la conciencia es lo primero en la constitución de la afección histérica, pero no así
para Freud (y Josef Breuer), a cuyo juicio el clivaje del consciente es secundario, "adquirido",
efecto de las representaciones provenientes de los estados hipnoides, cortadas de los
contenidos que quedan en la conciencia. En su artículo de 1894 sobre "las psiconeurosis de
defensa---, Freud lo afirma muy claramente: "Vemos así que el factor característico de la histeria
no es el clivaje de la conciencia sino la capacidad de conversión..."
Las funciones y características del consciente fueron progresivamente definidas en el curso del
año 1896. Primero, en enero, en el manuscrito K dirigido a Fliess, donde, al hablar de la neurosis
obsesiva, una de las cuatro neurosis de defensa, Freud destaca que el complejo psíquico
constituido por el recuerdo de un incidente sexual y la reprobación que implica, empieza siendo
consciente y después es reprimido; en el consciente sólo queda una huella en forma de
"contrasíntorna". En mayo de ese mismo año le expuso a Fliess los cuatro períodos de la vida
que se desprenden de la etiología de las psiconeurosis. Precisó entonces las condiciones del
consciente, o más bien", dice, del hecho de "devenir consciente": entre ellas, Freud retiene la
importancia de las representaciones verbales (sin las cuales no puede efectuarse ninguna toma
de conciencia), la no pertinencia de la búsqueda de una exclusividad, consciente o inconsciente,
en la responsabilidad del fenómeno, y finalmente la atribución de ese proceso de "devenir
consciente" a la existencia de un "compromiso entre las diversas fuerzas psíquicas que entran
en conflicto en el momento de las represiones".
En su carta del 6 de diciembre de 1896, también a Fliess, Freud abandona la idea, expresada un
año antes en el "Proyecto de psicología", de un fundamento neurofisiológico de los procesos
psíquicos. Por primera vez habla de un "aparato psíquico" con tres niveles: el "consciente", el
"preconsciente" y el "inconsciente". Esta elaboración teórica es tomada y desarrollada en el
capítulo VII de La interpretación de los sueños. De nuevo será evocada en Más allá del
principio de placer, en vísperas de la formulación de la segunda tópica en El Yo y el Ello.
Freud vuelve a encontrar la cuestión de la conciencia, del "hecho de devenir consciente", al
estudiar la deformación en el sueño. El acceso a la conciencia del contenido del sueño, en su
forma manifiesta, es permitido por la censura, que realiza en el material inconsciente las
modificaciones que le convienen". Esta concepción lo lleva a considerar ese "hecho de devenir
consciente" como un acto psíquico específico, muy distinto del pensamiento y la representación;
la conciencia aparece como "un órgano de los sentidos" que a la psicopatología le resulta
indispensable tomar en cuenta. Esta insistencia seguía a la demolición realizada antes con la
filosofía y la psicología tradicionales. No sin cierto regocijo, Freud retorna como propias las
"palabras fuertes" de Theodor Lipps (1851-1914), para quien "el problema del inconsciente en
psicología es [... ] menos un problema psicológico que el problema de la psicología en sí. Durante
mucho tiempo, observa Freud, la psicología privilegió la equivalencia entre lo psíquico y lo
consciente, privándose de los medios de explicar las observaciones proporcionadas por la
clínica psicopatológica que atestiguan un clivaje entre la conciencia del sujeto y ciertos procesos 
psíquicos complejos cuya existencia es demostrada por sus sueños o sus síntomas.
Pero una vez realizada esa demolición, importaba prevenir un nuevo peligro: el de una psicología
totalmente organizada en torno a un inconsciente pensado como estrictamente no consciente
-es el caso de la escuela conductista, objeto de la ironía freudiana en Esquema del
psicoanálisis-. De allí la cuestión formulada en el último capítulo de La interpretación de los
sueños: "¿Qué papel conserva entonces, en nuestra concepcion, la conciencia antaño
omnipotente, que abarcaba y ocultaba todos los otros fenómenos?"
En lo esencial, y no sin tropezar con algunas dificultades para dar una coherencia absoluta a su
sistema, Freud vincula la actividad consciente con el proceso perceptivo. Lo que él, en 1915, en
el artículo de su metapsicología dedicado al inconsciente, denomina el sistema
"percepción-conciencia- (Pc-Cc), recibe por una parte las excitaciones exteriores, y por la otra
las sensaciones organizadas en torno al eje placer/displacer, provenientes del interior del
aparato psíquico. A diferencia de las otras instancias (el preconsciente y el inconsciente) las
excitaciones recibidas por el sistema Pc-Cc, debido al hecho mismo de que, en lo esencial,
devienen conscientes a través de la actividad verbal, no dejan ninguna huella duradera. En
consecuencia, el sistema sigue siendo accesible en todo momento a las percepciones nuevas, lo
que Freud ilustrará en 1925 con el ejemplo de la pizarra mágica.
Retornando esta concepción en Más allá del principio de placer, Freud resume el proceso con
una fórmula de choque: "La conciencia aparece en el lugar de la huella mnémica". De nuevo el
acento está puesto en el aspecto dinámico del proceso, ya que la especificidad del sistema
Pc-Cc es postulada como inherente a su movimiento: hay simultaneidad entre el proceso de toma
de conciencia y el proceso de borramiento de la modificación provocada por esa toma de
conciencia.
En El yo y el ello el sistema Pc-Cc es objeto de un nuevo examen, vinculado a la destrucción de
la asimilación, hasta entonces aún en vigor, entre el yo y la conciencia.
Esta identidad llevaba a concebir la neurosis como producto de un conflicto entre consciente e
inconsciente. La nueva tópica formulada en este ensayo modifica radicalmente tal concepción, y
lleva a considerar el yo como una parte modificada del ello, siendo esta modificación el resultado
de una influencia exterior ejercida por intermedio del sistema Pc-Cc. 


Constancia
(principio de)
fuente(139) 
(fr. príncipe de constance; ingl. principle of constance; al. Konstarizprincip). Principio propuesto
por S. Freud como el fundamento económico del principio de placer y por el cual el aparato
psíquico buscaría mantener constante su nivel de excitación por medio de diversos mecanismos
de autorregulación.
G. Fechrier, en 1873, había emitido ya la hipótesis de un principio de estabilidad que extendía al 
dominio de la psicofisiología el principio general de la conservación de la energía. En sus
primeras formulaciones teóricas (1895), Freud no se empeña (al revés de Breuer) en describir
un sistema de autorregulación del organismo en el que domina el principio de constancia. Desde
su punto de vista, el funcionamiento del sistema nervioso está sometido al «principio de inercia»,
lo que para Freud significa que obedece a la tendencia de las neuronas a desembarazarse de
cierta cantidad de excitación. La ley de constancia no es entonces más que el desvío provisional
del principio de inercia impuesto por las urgencias de la vida. Esta hipótesis será retomada y
precisada en La interpretación de los sueños (1900), donde se ve que el libre fluir de las
excitaciones que caracteriza al sistema inconciente se encuentra inhibido en el sistema
preconciente-conciente. Esta hipótesis prefigura la oposición entre el principio de placer y el
principio de realidad, oposición marcada por la tendencia a mantener constante el nivel de
excitación.
Sólo en 1920, en Más allá del principio de placer, se encuentra la formulación definitiva del
principio de constancia. Este último es asimilado allí al principio de nirvana entendido como
«tendencia a la reducción, a la supresión de excitación interna». Esta indicación parece marcar
el abandono del distingo entre principio de inercia y principio de constancia, pero posiblemente tal
abandono sólo es aparente en la medida en que Freud caracteriza la pulsión de muerte por la
tendencia a la reducción absoluta de las tensiones y encuentra en la pulsión de vida la
modificación de esta tendencia bajo el efecto organizador de Eros. 


Construcción
fuente(140) 
s. f. (fr. construction; ingl. construction; al. Konstruktion). Elaboración hecha por el psicoanalista
con el fin de volver a encontrar lo que el sujeto ha olvidado y no puede recordar, cuya
comunicación al paciente actuaría en la cura paralelamente a la interpretación.
La cuestión de la construcción, a la que Freud dedica un artículo importante al final de su vida,
puede dar ocasión a una reflexión de conjunto sobre la naturaleza misma del- proceso
psicoanalítico. En su artículo Construcciones en el análisis (1937), Freud recuerda que el analista
desea, en su trabajo, levantar la amnesia infantil ligada a la represión, obtener «una imagen fiel
de los años olvidados por su paciente». Pero precisamente porque este no puede rememorar
todo, el analista se ve conducido a construir lo olvidado. El psicoanalista procede, dice Freud,
como el arquéologo que reconstruye las paredes de un edificio de acuerdo con los pedazos de
muro que permanecieron en pie, recupera el número y el lugar de las columnas de acuerdo con
las cavidades del suelo, o restaura las decoraciones desde simples vestigios. Se ve lo lejos que
esta metáfora nos puede llevar de la representación del trabajo psicoanalítico que tendríamos
centrando las cosas en la cuestión de la interpretación. Esta, recuerda en efecto Freud, recae
siempre sobre el detalle (acto fallido, idea perturbadora, etc.). y en ese mismo texto da el ejemplo
de una interpretación que se había basado en la pronunciación de una letra en una palabra. La
construcción, en cambio, buscaría reconstruir y luego comunicar al «analizado» un panorama
mucho más vasto, «un período olvidado de su prehistoria».
Este tema de la construcción seguramente puede plantear problemas en la medida en que
aparece sobre el fondo de preocupaciones técnicas que llevaron a privilegiar el «análisis de las 
resistencias» (véase psicoanalítica (técnica». Al principio de la historia del psicoanálisis, en
efecto, el «material» parecía tener que estar siempre disponible para la interpretación, ya sea
que volviese directamente en el recuerdo, o que, por ejemplo, se trasparentase a través de los
sueños. Luego, el inconciente pareció en cierto modo «cerrar -se». La resistencia, que traducía
en la cura la represión del deseo inconciente, pareció más esencial, y así se pudo pensar que
había que analizarla prioritariamente, como si fuese la única vía de acceso al deseo inconciente
mismo. El tema de la construcción parece desarrollarse en efecto sobre el fondo de esta
decepción. En todo caso, atestigua una percepción de los límites de la interpretación. Cabe, por
otra parte, lamentar que dé del analista la imagen de alguien que posee un saber sobre el
analizante, cuando más bien el profesional analítico se sitúa en el punto donde lo que hace
enigma debe ser recordado sin cesar, a fin de que el sujeto no se encierre en una
representación coagulada de su propio deseo, que estaría más del lado del desconocimiento
yoico que del lado de la irrupción de la verdad del inconciente.
El efecto de la construcción. No obstante, si se lo considera con más atención, el artículo de
Freud sobre Construcciones en el análisis puede ser leído de una manera bastante diferente.
En efecto, el primer problema que plantea de entrada es el del asentimiento del analizante. Freud
parte de un reproche que se hace a veces al psicoanálisis, según el cual en la interpretación el
analista ganaría siempre. Si el paciente confirma sus decires, sería porque ha descubierto la
verdad, pero si lo contradice, sólo sería tina denegación que probaría igualmente la verdad de lo
que dijo. Freud discute largamente esta crítica demasiado fácil. Según él, ni el «no» ni el «sí»
bastan para procurar la verdad de lo que el analista cree captar, y que comunica al paciente. El
«s& en particular puede testimoniar especialmente que «la resistencia encuentra su provecho en
que tal consentimiento continúe ocultando la verdad no des -cubierta». De ahí la idea de buscar
en otra parte una mejor prueba de la verdad de la interpretación. En este contexto, Freud se
interroga sobre la construcción. Cuando el analista comunica una construcción al paciente, lo
esencial, según él, es saber el efecto que esta intervención provoca. Respuestas como «nunca
había pensado eso» representan las confirmaciones más satisfactorias. Más generalmente, una
interpretación se revela satisfactoria si permite la aparición de asociaciones nuevas, si vuelve a
impulsar el trabajo del analizante.
Freud desarrolla entonces una idea que parece esencial, y que nos permite concebir la
construcción de una manera totalmente diferente. Es por entero posible, dice, que ningún
recuerdo venga a confirmar en los pacientes la exactitud de la construcción, lo que no la vuelve
menos pertinente. Como se ve, está lejos aquí de la idea de volver a encontrar a toda costa una
«imagen fiel» de los primeros años de la vida. La construcción debe ser pensada entonces en
un contexto totalmente distinto. Toma su valor en el análisis mismo, porque viene a ligar los
elementos esenciales que se desprenden de él y que se actualizan en la trasferencia. Lo
esencial aquí no es la exactitud del acontecimiento, sino el hecho de que el analizante perciba
mejor lo que en su vida tiene valor estructural, lo que no deja de repetirse en ella, y que sin
embargo hasta entonces desconocía. 
Por último, si la idea de construcción conserva o recupera un valor para nosotros, es porque
remite a la necesidad, para el analista, de encontrar en cada cura aquello que tiene esta
dimensión estructural, en especial el fantasma fundamental que organiza la vida del sujeto. En
este sentido, no hay discontinuidad entre la actividad teórica aparentemente más abstracta, por
ejemplo la elaboración topológica de Lacan, y la elaboración que se hace en cada cura. Se
podría decir, pensando en los anillos borromeos, que se trata en cada caso de marcar la manera
en que vienen a anudarse estos registros esenciales para cada uno que son lo Real, lo
Simbólico y lo Imaginario. Que el análisis pueda modificar algo de un anudamiento mal hecho: esta
es la cuestión con la cual podemos concluir. 
Construcción 
Construcción
Al.: Konstruktion. 
Fr.: construction. 
Ing.: construction. 
It.: costruzione. 
Por..- construção.
fuente(141) 
Término propuesto por Freud para designar una elaboración del analista más extensa y más
distante del material que la interpretación, y destinada esencialmente a reconstituir en sus
aspectos tanto reales como fantaseados una parte de la historia infantil del sujeto.
Resulta difícil, y quizá poco conveniente, conservar para el término de construcción el sentido
relativamente restringido que Freud le asigna en Las construcciones en el análisis
(Konstruktionen in der Analyse, 1937). En este artículo, Freud se propone ante todo subrayar la
dificultad que plantea el objetivo ideal de la cura, es decir, la rememoración completa con
supresión de la amnesia infantil: el analista se ve inducido a elaborar verdaderas
«construcciones» y a proponerlas al paciente, lo que, por lo demás, en los casos favorables
(cuando la construcción es precisa y es comunicada al paciente en el momento en que éste se
halla preparado para recibirla) puede hacer resurgir el recuerdo o los fragmentos de recuerdos
reprimidos. Incluso cuando este efecto no se produce, la construcción posee, según Freud, una
eficacia terapéutica: «Con cierta frecuencia no logramos que el paciente recuerde lo reprimido.
Pero en lugar de esto obtenemos de él, si hemos llevado correctamente el análisis, una firme
convicción de la verdad de la construcción, que posee el mismo efecto terapéutico que un
recuerdo hallado».
La idea singularmente interesante que implica el término «construcción» no puede reducirse al
empleo casi técnico que Freud hace de él en su artículo de 1937. Por lo demás, en su obra se
encuentran numerosas indicaciones que demuestran que el tema de la construcción, de la
organización del material, se halla presente desde un principio y bajo varios aspectos. En la
misma época en que Freud descubre el inconsciente, lo describe como una organización que
debe ser reconstituida en virtud de la cura. En efecto, en el discurso del paciente, «[...] el
conjunto de la masa, espacialmente extendida, del material patógeno aparece como estirado a
través de una estrecha hendidura y, en consecuencia, llega a la conciencia dividido en
fragmentos o cintas. Es misión del psicoterapeuta reconstruir a partir de este material la
supuesta organización. Podríamos compararlo con el juego de naipes llamado "solitario"». 
En Pegan a un niño (Ein Kind wird geschlagen, 1919), Freud se dedica a reconstruir toda la
evolución de una fantasía; algunas etapas de esta evolución son esencialmente inaccesibles al
recuerdo, pero una auténtica lógica interna obliga a suponer su existencia y a reconstruirlas.
De un modo más general, no puede hablarse solamente de construcción por el analista o a lo
largo de la cura: la concepción freudiana de la fantasía supone que ésta es, por sí misma, un
modo de elaboración por el sujeto, una construcción que se apoya parcialmente en lo real, como
indica la existencia de las «teorías» sexuales infantiles. Finalmente, la palabra construcción
plantea todo el problema de las estructuras inconscientes y de la estructuración por la cura. 
Construcción
Construcción 

fuente(142) 
El proceso de construcción encontró una definición rigurosa, con su diferenciación de la
interpretación, en 1937, en el artículo titulado, precisamente, «Construcciones en el análisis». «El
término interpretación -escribió Freud- se relaciona con la manera en que uno se ocupa de un
elemento aislado del material, una idea incidental, un acto fallido, etcétera. Pero se habla de
construcción cuando se presenta al analizado un período olvidado de su prehistoria, por ejemplo
en estos términos: "Hasta su año X usted se consideró como el poseedor único y absoluto de su
madre. En ese momento, llegó un segundo hijo y, con él, una seria decepción. Su madre lo
abandonó por algún tiempo; incluso después, nunca más se consagró exclusivamente a usted.
Sus sentimientos hacia ella se volvieron ambivalentes; su padre adquirió para usted una nueva
significación", etcétera.»
Pero hay que comprender por qué esta noción de «construcción» se promueve en la obra de
Freud precisamente en 1937. El propio Freud nos ayuda cuando en el mismo artículo indica lo
que, en el trabajo de la cura, le corresponde al analizante, y lo que le corresponde al analista: al
primero, la rememoración de elementos del pasado olvidado por obra de la represión; al segundo,
precisamente la «reconstrucción» de un período de la vida del paciente cuyos elementos se
detallan cronológicamente. El proceso de construcción aparece como corolario de un
desasimiento relativo de la represión en tanto que mecanismo privilegiado por el trabajo del
análisis, en beneficio del mecanismo valorizado desde las Conferencias de introducción al
psicoanálisis, a saber, el mecanismo de la regresión, respecto del cual Freud subrayará que
caracteriza a afecciones distintas de la histeria, en la cual el rol esencial corresponde a la
represión.
La regresión se define entonces como la inversión del proceso de organización del ello en la
construcción del yo. 


Contenido latente
AI.: latenter Inhait. 
Fr.: contenu latent. 
Ing.: latent content. 
It.: contenuto latente. 
Por.: conteúdo latente.
fuente(143) 
Conjunto de significaciones a las que conduce el análisis de una producción del inconsciente,
especialmente el sueño. Una vez descifrado, el sueño no aparece ya como una narración
formada por imágenes, sino como una organización de pensamientos, un discurso, expresando
uno o varios deseos. 
La expresión «contenido latente» puede entenderse en un sentido amplio, como el conjunto de lo
que el análisis devela sucesivamente (asociaciones del analizado, interpretaciones del analista);
el contenido latente de un sueño estaría constituido entonces por restos diurnos, recuerdos de
la infancia, impresiones corporales, alusiones a la situación transferencial, etc.
En un sentido más estricto, el contenido latente designaría, en contraposición con el contenido
manifiesto (lacunar y engañoso), la traducción íntegra y verídica de la palabra del que sueña, la
expresión adecuada de su deseo. El contenido manifiesto (que a menudo Freud designa con la
sola palabra de contenido) es la versión truncada; el contenido latente (también llamado
«pensamientos» o «pensamientos latentes» del sueño), descubierto por el analista, es la versión
correcta: «[...] se nos aparecen como dos presentaciones del mismo contenido en dos lenguas
distintas o, mejor dicho, el contenido del sueño se nos aparece como la transferencia de las
ideas del sueño a otro modo de expresión, cuyos signos y leyes de composición hemos de
aprender a conocer, mediante la comparación entre el original y la traducción. Los pensamientos
del sueño se nos vuelven inmediatamente comprensibles desde el momento en que adquirimos
conocimiento de los mismos».
Según Freud, el contenido latente es anterior al contenido manifiesto; el trabajo del sueño es el
que transforma el uno en otro y, en este sentido, no es «nunca creador». Esto no significa que el
analista pueda redescubrirlo todo («En los sueños mejor interpretados se ve con frecuencia
obligado a dejar en la sombra un punto [...]. Allí se encuentra el ombligo del sueño») ni que
pueda, por consiguiente, tener una interpretación definitiva de un sueño (véase:
Sobreinterpretación). 


Contenido manifiesto
AI.: manifester Inhalt. 
Fr.: contenu manifeste. 
Ing.: manifest content. 
It.: contenuto manifesto. 
Por.: conteúdo manifesto o patente.
fuente(144) 
Con esta expresión se designa el sueño antes de haber sido sometido a la investigación
analítica, tal como se presenta al sujeto soñador que efectúa la narración del mismo. Por
extensión se habla del contenido manifiesto de toda producción verbalizada (desde la fantasía a
la obra literaria) que se Intenta interpretar por el método analítico.
La expresión «contenido manifiesto» fue introducida por Freud en La interpretación de los
sueños (Die Traurndeutung, 1900) paralelamente a la de «contenido latente». Con frecuencia el
término «contenido», sin calificativo, se emplea en el mismo sentido y se opone al de
«pensamientos (o pensamientos latentes) del sueño». Para Freud, el contenido manifiesto es el
producto del trabajo del sueño, y el contenido latente el resultado del trabajo inverso, el de la
interpretación. 
Esta concepción ha sido criticada desde el punto de vista fenomenológico: según Politzer, el
sueño no poseería, en sentido estricto, más que un solo contenido. Lo que Freud denomina
contenido manifiesto constituiría la narración descriptiva que el individuo efectúa de su sueño en
un momento en el que no dispone de todas las significaciones que su sueño expresa. 


Contracatexis 
Al.: Gegenbesetzung. 
Fr.: contre-investissement. 
Ing.: anticathexis. 
It.: controcarica a con troinvestimento. 
Por.: contra-carga o contra-investimento.
fuente(145) 
Proceso económico postulado por Freud como soporte de numerosas actividades defensivas M
yo. Consiste en la catexis por el yo de representaciones, actitudes, etc., susceptibles de
obstaculizar el acceso de las representaciones y deseos Inconscientes a la conciencia y a la
motilidad.
El término puede designar también el resultado, más o menos permanente, de tal proceso.
El concepto de contracatexis es citado por Freud sobre todo dentro de su teoría económica de la
represión. Las representaciones a reprimir, en la medida en que se hallan catectizadas
constantemente por la pulsión y tienden sin cesar a irrumpir en la conciencia, sólo pueden
mantenerse en el inconsciente si actúa en sentido contrario una fuerza del mismo modo
constante. Así, pues, en general la represión supone dos procesos económicos que se implican
mutuamente:
1) retirada, por el sistema Pcs, de la catexis hasta entonces ligada a una determinada
representación displacentera (ausencia de catexis);
2) contracatexis, utilizando la energía que ha quedado disponible por la operación anterior.
Aquí se plantea el problema de lo que se elige como objeto de la contracatexis. Conviene señalar
que la contracatexis da por resultado el mantenimiento de una representación dentro del sistema
de donde proviene la energía pulsional. Es, por consiguiente, la catexis de un elemento del
sistema preconsciente-consciente que impide que surja, en su lugar, la representación reprimida.
El elemento contracatectizado puede ser de distintas naturalezas: un simple derivado de la
representación inconsciente (formación substitutiva, como ejemplo un animal fóbico, que es
objeto de especial vigilancia y sirve para mantener reprimidos el deseo inconsciente y las
fantasías con él relacionadas), o un elemento que se opone directamente a aquella
representación (por ejemplo, formación reactiva: solicitud exagerada de una madre por sus hijos,
que oculta deseos agresivos; afán de limpieza destinado a luchar contra tendencias anales). 
Por otra parte, las contracatexis pueden ser, no sólo una representación, sino también una
situación, un comportamiento, un rasgo de carácter, etc., si bien el objetivo sigue siendo siempre
el mantener de forma lo más constante posible la represión. De acuerdo con lo dicho, la noción
de contracatexis designa el aspecto económico del concepto dinámico de defensa del yo;
explica la estabilidad del síntoma, que, según expresión de Freud, se halla «mantenido desde dos
lados a la vez». Al carácter indestructible del deseo inconsciente se opone la relativa rigidez de
las estructuras defensivas del yo, que exige un gasto permanente de energía.
La noción de contracatexis no es aplicable únicamente a lo relativo a la frontera entre los
sistemas inconsciente, por una parte, y preconsciente, por otra. Citado por Freud en un principio
dentro de la teoría de la represión, la contracatexis se encuentra también en numerosas
operaciones defensivas: aislamiento, anulación retroactiva, defensa por la realidad, etc. En tales
operaciones defensivas, e incluso en el mecanismo de la atención y del pensamiento
discriminativo, la contracatexis interviene también en el propio interior del sistema
preconscienteconsciente.
Finalmente Freud recurre al concepto de contracatexis al considerar la relación del organismo
con su ambiente, para explicar las reacciones de defensa frente a una irrupción de energía
externa que hace efracción sobre el protector contra las excitaciones (dolor, traumatismo). El
organismo moviliza entonces energía interna a expensas de sus actividades, que se encuentran
empobrecidas, a fin de crear una especie de barrera que evite o disminuya la afluencia de
excitaciones externas. 

Contratransferencia
Contratransferencia
Contratransferencia
fuente(146) 
s. f. (fr. contre-transfert; ingl- counter-transference; al. Gegenübertragung). Conjunto de las
reacciones afectivas concientes o inconcientes del analista hacia su paciente: históricarnente
se le ha acordado un lugar importante en la cura, lugar que hoy está cuestionado.
Freud, que en sus obras analiza largamente la noción de trasferencia, da igualmente un lugar,
aunque de modo mucho más puntual, a otro fenómeno, aparentemente simétrico, la
«contratrasferencia». Sin embargo, bien parece que este lugar es definido esencialmente por
Freud en términos negativos. La contratrasferencia constituiría lo que, del lado del analista,
podría venir a perturbar la cura. En una cura, escribe, «ningún analista va más allá de lo que sus
propios complejos y resistencias se lo permiten» (Consejos al médico sobre el tratamiento
psicoanalítico, 1912). Por eso conviene que el analista conozca sus complejos y resistencias a
priori inconcientes. A partir de allí se ha impuesto por otra parte lo que se ha podido llamar la
segunda regla fundamental del psicoanálisis, a saber, la necesidad de que el futuro analista esté
él mismo analizado tan completamente como sea posible.
Un autor, S. Ferenczi, ha insistido particularmente sobre este punto. Ferenczi estaba muy atento
al hecho de que los pacientes podían sentir como perturbadores no sólo ciertos
comportamientos manifiestos, sino también ciertas disposiciones inconcientes del analista 
respecto de ellos. Pero Ferenczi no se contentó, a partir de allí, con recomendar un análisis tan
profundo como fuera posible del analista. Llegó a practicar un «análisis mutuo» en el que el
analista verbalizaba él mismo, en presencia de su paciente, las asociaciones que podían
ocurrírsele concernientes a sus propias reacciones. Este aspecto de la técnica planteó
ciertamente dificultades considerables y fue abandonado.
Sin llegar a esta práctica, numerosos analistas elaboraron, especialmente en las décadas de
1950 y 1960, una teoría articulada de la contratrasferencia. Podemos citar en particular los
nombres de P. Heimann, M. Little, A. Reich y L. Tower (todas analistas mujeres). Sin demorarnos
demasiado en lo que distingue sus abordajes, observemos que estas analistas no reducen la
contratrasferencia a un fenómeno que vendría a contrariar el trabajo analítico. A su manera,
constituiría también un instrumento que vendría a favorecerlo, al menos bajo la condición de que
el analista esté atento a él. Así, para Paula Heimann, «la respuesta emocional inmediata del
analista es un signo de su proximidad a los procesos inconcientes del paciente (...)» Así tomada,
«ayuda al analista a focalizar su atención sobre los elementos más urgentes de las asociaciones
del paciente (...)»; en el límite, le permite anticipar el desarrollo de la cura. Puede entonces
suceder que tal sueño del analista arroje luz sobre tales otros elementos todavía no visibles en el
discurso del paciente.
¿Qué pensar hoy de este cuestionamiento acerca de la contratrasferencia? Lejos de haber
desaparecido, se puede observar que Lacan y sus discípulos lo han replanteado.
Lacan no niega que el propio analista pueda tener algún sentimiento hacia su paciente y que
pueda, interrogándose sobre lo que lo provoca, ubicarse un poco mejor en la cura. Sin embargo,
el problema que plantea la teoría de la contratrasferencia es el de la simetría que establece entre
analista y paciente, como si los dos estuvieran igualmente comprometidos como personas, como
egos, en el desarrollo del psicoanálisis.
En este punto, es necesario volver sobre la trasferencia misma. Ciertamente, esta se establece
en diversos planos, y no se puede negar que el analizante percibe ocasionalmente la relación
con su analista como simétrica, suponiéndole por ejemplo un amor semejante al de él o inclusive
viviendo la situación en la dimensión de la competencia o la rivalidad. Pero la trasferencia está
dirigida fundamentalmente a un Otro más allá del analista. Es en esta destinación donde una
verdad puede alumbrarse. A veces, sin embargo, al aproximarse el sujeto a lo que tiene para él
valor de conflicto patógeno, una resistencia se manifiesta, las asociaciones le faltan y, desde
entonces, traspone sobre la persona del analista las mociones tiernas o agresivas que no puede
verbalizar. Es en este nivel particularmente donde la trasferencia toma una dimensión imaginaria.
El analista, sin embargo, no debe reforzarla, lo que haría si se representara la relación analítica
como una relación interpersonal, relación en la que trasferencia y contratrasferencia se
respondieran en eco la una a la otra. Por último, si el término contratrasferencia no es pertinente,
es porque el analista, en el dispositivo de la cura, no es un sujeto. Más bien hace función de
objeto, ese objeto fundamentalmente perdido, ese objeto que Lacan llama objeto a. La cuestión a 
partir de allí no es saber lo que experimenta, como sujeto, sino situar lo que, como analista,
puede -o debe- desear: cuestión ética, se ve, más que psicológica. Sobre este punto, Lacan
indica especialmente que el deseo del analista en tanto tal va en el sentido contrario al de la
idealización y revela que la tela que constituye al sujeto es de la índole del objeto a y no de esa
imagen idealizada de sí mismo en la que podía complacerse. Se ve bien cuánto se aleja esta
problemática, que representa el análisis a partir de su fin [véase cura (fin de la)], de la
contratrasferencia, que a menudo empantana la cura en esquemas repetitivos de los que a
veces es muy difícil salir. 
Contratransferencia
Contratransferencia 
Al.: Gegenübertragung. 
Fr.: contre-transfert. 
Ing.: counter-transferece. 
It.: controtransfert. 
Por.: contratransferência.
fuente(147) 
Conjunto de las reacciones Inconscientes del analista frente a la persona del analizado y,
especialmente, frente a la transferencia de éste.
En muy pocos pasajes alude Freud a lo que él llamó la contratransferencia. En ésta Freud ve el
resultado de «la influencia del enfermo sobre los sentimientos inconscientes del médico» y
subraya que «ningún analista va más allá de lo que le permiten sus propios complejos y
resistencias internas», lo cual tiene como corolario la necesidad del analista de someterse él
mismo a un análisis personal.
A partir de Freud, la contratransferencia ha merecido una atención creciente por parte de los
psicoanalistas, especialmente en la medida en que la cura se ha ido interpretando y describiendo
cada vez más como una relación, y también por la extensión del psicoanálisis a nuevos campos
(análisis de los niños y de los psicóticos), en los que las reacciones inconscientes del analista
pueden ser más estimuladas. Nos limitaremos a recordar dos puntos:
1.° Desde el punto de vista de la delimitación del concepto, encontramos grandes diferencias:
algunos autores designan como contratransferencia todo aquello que, por parte de la
personalidad del analista, puede intervenir en la cura; otros, en cambio, limitan la
contratransferencia a los procesos inconscientes que la transferencia del analizado provoca en
el analista.
Daniel Lagache admite esta última delimitación y la precisa subrayando que la
contratransferencia, entendida en este sentido (reacción frente a la transferencia del otro), no
se da solamente en el analista, sino también en el analizado. Entonces la transferencia y la
contratransferencia no coincidirían, respectivamente, con los procesos propios del analizado y
los del analista. Considerando el conjunto del campo analítico, convendría distinguir, en cada una
de las dos personas presentes, lo que es transferencia y lo que es contratransferencia.
2.° Desde el punto de vista técnico, cabe distinguir esquemáticamente tres orientaciones: 
a) reducir todo lo posible las manifestaciones contratransferenciales mediante el análisis
personal, de tal forma que la situación analítica quede finalmente estructurada, como una
superficie proyectiva, sólo por la transferencia del paciente;
b) utilizar, aunque controlándolas, las manifestaciones de contratransferencia en el trabajo
analítico, siguiendo la indicación de Freud, según la cual: « [...]cada uno posee en su propio
inconsciente un instrumento con el cual puede interpretar las expresiones del inconsciente en
los demás» (3) (véase: Atención flotante);
c) guiarse, para la interpretación misma, por las propias reacciones contratransferenciales, que
desde este punto de vista se asimilan con frecuencia a las emociones experimentadas. Tal
actitud postula que la resonancia «de inconsciente a inconsciente» constituye la única
comunicación auténticamente psicoanalítica. 
Contratransferencia
Contratransferencia
fuente(148) 
Numerosos analistas han relatado sus experiencias de contratransferencia, en particular Paula
Heimann, Margaret I. Little y Lucía Tower, cuyos textos fueron comentados por Lacan. Si bien
estos trabajos tienen el mérito de valorizar el papel determinante del analista en la cura, por otro
lado muestran que la contratransferencia sigue siendo transferencia. El término
«contratransferencia» no conviene entonces para designar la especificidad de la función del
analista; es preferible la expresión propuesta por Lacan, «deseo del analista». En el uso de ese
«contra», además, hay algo que se basa en la comprensión, y el analista debe permanecer
capaz de despegarse de su comprensión. En tanto que el analista... «no sabe qué es lo que
desea ese sujeto con el cual está embarcado en la aventura analítica, está en posición de tener
en sí el objeto de ese deseo» (Lacan, seminario del 8 de marzo de 1961). El deseo del analista,
que gira en tomo al duelo del objeto, remite a una disparidad subjetiva que hace obstáculo a la
intersubjetividad (en el sentido de que un sujeto supondría otro sujeto), a la cual apela la noción
de contratransferencia. 
Contratransferencia
Contratransferencia
Alemán: Gegenübertragung. 
Francés. Contre-transfert. 
Inglés: Counter-transference.
fuente(149) 
Conjunto de las manifestaciones del inconsciente del analista relacionadas con las
manifestaciones de la transferencia del paciente.
Más aún que el concepto de transferencia, con el que está relacionada, la noción de
contratransferencia, sus acepciones y utilizaciones, siempre han suscitado polémicas entre las
diversas ramas del movimiento psicoanalítico.
En una carta a Sigmund Freud del 22 de noviembre de 1908, Sandor Ferenczi fue el primero en
mencionar la existencia de una reacción del analista a los dichos de su paciente: "Tengo una
excesiva tendencia a considerar como propios los asuntos de los enfermos". Freud empleó por
primera vez el término "contratransferencia", entre comillas, en una carta a Carl Gustav Jung del
7 de junio de 1909. Pero fue en 19 10, en su evaluación de las perspectivas para el futuro de la
terapia psicoanalítica, cuando evocó, hablando de la persona del terapeuta, la existencia de una
contratransferencia que "se instala en el médico por la influencia del paciente sobre la
sensibilidad inconsciente" del primero. Freud añadió que estaba cercano el momento en que se
tendría derecho a "plantear la exigencia de que el médico reconozca en sí mismo esa
contratransferencia, y la domine". Sabiendo que ningún analista puede ir más allá de lo que le
permiten sus resistencias interiores, "reclamamos -continúa Freud- [que el analista] inicie su
actividad con un autoanálisis y lo profundice continuamente, conforme a sus experiencias con el 
enfermo".
En 1913, en una carta a Ludwig Binswanger, subraya que el problema de la contratransferencia
"es uno de los más difíciles de la técnica psicoanalítica". El analista -y ésta debe ser una regla
según Freud- no debe nunca darle al analizante nada que provenga de su propio inconsciente.
En cada caso tiene que "reconocer y superar su contratransferencia, para estar libre de sí
mismo". Unos años más tarde, Freud observa que la aparición en la cura de un fenómeno que él
denomina amor de transferencia puede ser para el analista la oportunidad de "desconfiar de una
contratransferencia tal vez posible".
Después de estos enunciados, que se convirtieron en clásicos, la posición de Freud dejó de
evolucionar, y nunca encaró la posibilidad de que la contratransferencia se utilizara de manera
dinámica en el desarrollo de la cura.
El punto de vista de Ferenczi estuvo al principio calcado del de Freud. Subrayó la necesidad de
que el analista "dominara" su contratransferencia. A sus ojos, ese dominio sólo podía resultar de
un análisis, y debía distinguirse de una simple resistencia a la contratransferencia, en sí misma
capaz de generar una rigidez artificial en el analista.
Más tarde, en la óptica de su retorno a la teoría del trauma, que iba a provocar un debilitamiento
de sus vínculos con Freud, Ferenczi cambiará totalmente de dirección, realizando un
desplazamiento en la concepción de la cura y preconizando la puesta en juego de la
contratransferencia del analista.
Sensible a los atolladeros de ciertos tratamientos, Ferenczi desarrolló la idea del análisis mutuo,
proceso en cuyo transcurso el analista le entrega al paciente los elementos constitutivos de su
contratransferencia a medida que surgen, de tal manera que el paciente se vea liberado de la
opresión ligada a la relación transferencial, y la artificialidad de la situación analítica clásica
tienda a desaparecer.
Esta orientación tendrá posteridad. Explícitamente o no, se encuentra su sello en los trayectos
psicoanalíticos ingleses (sobre todo en Donald Woods Winnicott y Masud Khan), y en los
desarrollos del psicoanálisis norteamericano, tanto entre los representantes de la corriente de la
Self Psychology como en Harold Searles, un autor que elaboró en particular la idea de la
simbiosis terapéutica.
En 1939, un discípulo de Ferenczi, Michael Balint, introdujo la idea de una ausencia de
especificidad de la contratransferencia, estableciendo que hay que identificar sus huellas del
lado del analizante: ecos de las fallas del analista, o marcas residuales de la transferencia de
este último con su propio analista.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en el momento en que la corriente de la Ego 
Psychology- estaba en auge en los Estados Unidos, el debate sobre la contratransferencia
alcanzó sus picos más altos, especialmente bajo el impulso de discípulos de Melanie Klein,
aunque ésta no dedicó ningún desarrollo teórico particular al tema.
Partiendo de la perspectiva kleiniana que concibe la relación analítica como una dualidad inscrita
en el registro del "aquí y ahora", principalmente las intervenciones de Paula Heimann y Margaret
Little, por distintas que fueran, redefinieron la contratransferencia como el conjunto de las
reacciones y sentimientos que el analista experimenta respecto de su paciente. Para Heimann,
en la medida en que el inconsciente del analista engloba al del paciente, el primero debe servirse
de la contratransferencia como de un instrumento que facilita la comprensión del inconsciente
del analizante. En Heimann, esa concepción de la contratransferencia no lleva a una
comunicación de los sentimientos del analista al paciente. En tal sentido, su enfoque se distingue
de la noción del ,,análisis mutuo- de Ferenczi. Margaret Little, por el contrario, rechaza toda idea
de distancia; el analista y el analizante son a sus ojos inseparables, y el analista le debe
comunicar al paciente los elementos de su contratransferencia.
Jacques Lacan ilustró su propia posición, perfectamente articulada con la que iba a desarrollar a
propósito de la transferencia, mediante una crítica radical de este punto de vista, desarrollada en
su seminario de 1953, sobre los escritos técnicos de Freud. El problema no consiste en saber si
hay que considerar la contratransferencia como un obstáculo que el analista debe neutralizar y
después superar. No es útil considerar la cuestión desde el ángulo de la comunicación necesaria
entre el paciente y el analista para que éste recupere sus puntos de referencia subjetivos. Por lo
tanto, a juicio de Lacan la noción de contratransferencia carece de objeto. Sólo designa los
efectos de la transferencia que alcanzan al deseo del analista, no como persona, sino en tanto
él es puesto en el lugar del Otro por la palabra del analizante, es decir, en una tercera posición
que hace la relación analítica irreductible a una relación dual. "Por el sólo hecho de que haya
transferencia, estamos implicados -dice Lacan en 1960- en la posición de ser aquel que contiene
el agalma, el objeto fundamental [ ... ]. Es un efecto legítimo de la transferencia. Por lo tanto, no
es necesario hacer intervenir la contratransferencia, como si se tratara de algo que sería la
parte propia, y mucho más aún, la parte falible del analista. [ ... ] Sólo en tanto [el analista] sabe lo
que es el deseo, pero no sabe lo que ese sujeto, con el cual está embarcado en la aventura
analítica, desea, él está en posición de tener en sí, de ese deseo, el objeto." Con lo cual se
vuelve a encontrar la problemática del engaño, inherente a la concepción lacaniana de la
transferencia, expuesta en el comentario de El Banquete. 


Control
(psicoanálisis o análisis de) o supervisión
Alemán: Kontrollanalyse. 
Francés: Analyse de contrôle. 
Inglés: Supervision.
fuente(150) 
Término introducido por Sigmund Freud en 1919, y sistematizado en 1925 por la International
Psychoanalytical Association (IPA) como una práctica obligatoria, para designar el psicoanálisis
al que se somete un psicoanalista que también está en análisis didáctico, analiza a un paciente, y
acepta ser controlado o supervisado, es decir, acepta dar cuenta a otro psicoanalista
(controlador) del análisis de ese paciente. El control se refiere por una parte al análisis por el 
controlador de la contratransferencia del controlado respecto del paciente, y por otro lado al
modo en que se desarrolla el análisis del paciente.
La palabra control se impuso primero en alemán, y después en francés y castellano por
influencia de Jacques Lacan, mientras que la palabra supervisión se generalizó en los países
angloparlantes y en las sociedades psicoanalíticas pertenencientes a la IPA, donde ha
reemplazado a la traducción directa del vocablo alemán.
El término control fue empleado por primera vez en 1919, en un artículo en húngaro dedicado a la
enseñanza del psicoanálisis en la universidad. Allí Freud indicaba la necesidad de que el futuro
profesional obtuviera el consejo o control de un psicoanalista confirmado a fin de poder realizar
él mismo curas llamadas terapéuticas.
La evolución de esta práctica fue de la mano con el desarrollo en el movimiento psicoanalítico de
una reflexión sobre la contratransferencia y sobre el psicoanálisis llamado didáctico.
Fue en 1925, en el Congreso de Bad-Homburg, cuando Max Eitingon impuso como obligatorio el
análisis de control, al mismo tiempo que el análisis didáctico, en todas las sociedades
componentes de la IPA. Bajo la influencia progresiva de la poderosa American Psychoanalytic
Association (APsaA), la palabra supervisión reemplazó hacia 1960 a la palabra control,
reinstaurada en Francia por Jacques Lacan y adoptada en general por el movimiento lacaniano.
Observemos que el término inglés control, lo mismo que los equivalentes en francés y alemán,
pone el acento en la idea de dirigir y dominar, mientras que la palabra supervisión remite a una
actitud no directiva, inspirada en los métodos de la terapia de grupo. Hay por lo tanto una
diferencia entre la terminología lacaniana (que le reintegra al análisis de control un cierto
dirigismo interpretativo, al punto de convertirlo en una especie de segundo análisis) y la
terminología adoptada por la IPA (la cual supone que la supervisión no es de la misma naturaleza
que el análisis personal o el análisis didáctico).
Todas las corrientes del freudismo (annafreudismo, kleinismo, lacanismo, Ego Psychology, Self
Psychology) admiten como regla la necesidad de que el futuro psicoanalista complete su análisis
didáctico con por lo menos un análisis de control, realizado en general por un psicoanalista que
no sea el didacta. No obstante, las modalidades de esta práctica son diferentes, según que
estas corrientes pertenezcan o no a la IPA. 


Conversión
Al.: Konversion. 
Fr.: conversion. 
Ing.: conversion. 
It.: conversione. 
Por.: conversão.
fuente(151) 
Mecanismo de formación de síntomas que Interviene en la histeria y, más específicamente, en la
histeria de conversión. 
Consiste en una transposición de un conflicto psíquico y una tentativa de resolución del mismo
en síntomas somáticos, motores (por ejemplo, parálisis) o sensitivos (por ejemplo, anestesias o
dolores localizados).
La palabra conversión corresponde en Freud a una concepción económica: la libido desligada
de la representación reprimida se transforma en energía de Inervación. Pero lo que caracteriza
los síntomas de conversión es su significación simbólica: tales síntomas expresan, a través del
cuerpo, representaciones reprimidas.
El término «conversión» fue introducido por Freud en psicopatología para designar este «salto de
lo psíquico a la inervación somática», que él mismo consideraba difícil de concebir. Esta idea,
nueva a finales del siglo xix, adquirió, como es sabido, una gran difusión, especialmente con el
desarrollo de las investigaciones psicosomáticas. Por ello es necesario delimitar, en este campo
actualmente tan extenso, lo que puede adscribirse más específicamente a la conversión; por lo
demás, hagamos observar que tal preocupación ya la sintió Freud, sobre todo en la distinción
entre síntomas histéricos y síntomas somáticos de las neurosis actuales.
La noción de conversión surgió con motivo de las primeras investigaciones de Freud sobre la
histeria: donde primeramente se encuentra es en el caso de Frau Emmy von N... de los Estudios
sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895) y en Las. psiconeurosis de defensa (Die
Abwehr-Neuropsychosen, 1894). Su sentido primario es económico: se trata de una energía
libidinal que se transforma, se convierte, en inervación somática. La conversión es correlativa al
desprendimiento de la libido de la representación, en el proceso de la represión; la energía
libidinal desprendida es entonces «[...] transpuesta a lo corporal».
Esta interpretación económica de la conversión es inseparable, en Freud, de una concepción
simbólica; en los síntomas corporales, «hablan» las representaciones reprimida, deformadas por
los mecanismos de la condensación y del desplazamiento. Freud señala que la relación simbólica
que une el síntoma a la significación es tal que un mismo síntoma no solamente expresa varias
significaciones a la vez, sino también sucesivamente: «Con los años puede cambiar una de las
significaciones o la significación dominante de un determinado síntoma [...]. La producción de un
síntoma de este tipo es tan difícil, la transformación de una excitación puramente psíquica al
ámbito corporal (proceso que he llamado conversión) depende de la concurrencia de tantas
condiciones favorables, la complacencia somática necesaria para la conversión es tan
trabajosamente obtenida que el impulso a la descarga de la excitación proveniente del
inconsciente conduce a contentarse, en lo posible, con la vía de descarga que ya se ha vuelto
practicable».
Respecto a los motivos que hace que se produzcan predominantemente síntomas de conversión
en lugar de síntomas de otro tipo (por ejemplo, fóbicos u obsesivos), Freud invoca ante todo la
existencia de una «capacidad de conversión», idea que recogerá de nuevo en la expresión 
«complacencia somática», factor constitucional o adquirido que predispondría, de un modo
general, a un determinado individuo a la conversión o, más específicamente, a un determinado
órgano o aparato a ser utilizado para este proceso. Este problema se relaciona, pues, con el de
la «elección de la neurosis» y el de la especificidad de las estructuras neuróticas.
¿Cómo debe situarse la conversión, desde el punto de vista nosográfico?
Lo En el ámbito de la histeria: primeramente la conversión fue considerada por Freud como un
mecanismo que, en diversos grados, intervendría siempre en los casos de histeria. Más tarde, al
profundizar en la estructura histérica, Freud se vio inducido a relacionar con ésta una forma de
neurosis que no comporta síntomas de conversión, sino esencialmente un síndrome fóbico que
aisló como histeria de angustia, lo que a su vez permite delimitar una histeria de conversión.
Esta tendencia a no considerar como coextensivas la histeria y la conversión todavía se
encuentra hoy cuando se habla de histeria, de estructura histérica, sin que existan síntomas de
conversión.
2.° En el ámbito más general de las neurosis en otras neurosis distintas de la histeria se
encuentran síntomas corporales que muestran una relación simbólica con las fantasías
inconscientes del sujeto (por ejemplo, los trastornos intestinales del caso de Historia de una
neurosis infantil). ¿Debe concebirse entonces la conversión como un mecanismo tan
fundamental en la formación de síntomas que podría encontrarse, en grados diversos, en
diferentes tipos de neurosis? ¿O bien se debe seguir considerándola como específica de la
histeria y, cuando se encuentra en otras afecciones, pensar en la existencia de un «núcleo
histérico» o hablar incluso de «neurosis mixta»? Se trata de un problema que no es meramente
terminológico, por cuanto conduce a diferenciar las neurosis desde un punto de vista de las
estructuras y no solamente de los síntomas.
3.° En el campo actualmente llamado psicosomático, sin pretender zanjar una discusión que
todavía continúa, parece que hoy se tiende a diferenciar la conversión histérica de otros
procesos de formación de síntomas, para los cuales se ha propuesto, por ejemplo, el nombre de
somatización: el síntoma de conversión histérica guardaría una relación simbólica más precisa
con la historia del sujeto, seda más difícil de aislar en una entidad nosográfica somática (ejemplo:
ulcus gástrico, hipertensión), menos estable, etc. Ahora bien, aun cuando en muchos casos la
distinción clínica se impone, la distinción teórica sigue resultando difícil de elaborar. 


Convexo
fuente(152) 
Se dice que un conjunto A es convexo cuando dados dos puntos cualesquiera de A, el
segmento que los une está íntegramente contenido en A. La convexidad es un invariante
geométrico, pero no topológico: por ejemplo, en el plano un disco (bola 2-dimensional) cerrado
es convexo, aunque sea homeomorfo a esta otra región no convexa: 


Cooper David
(1931-1986) Psiquiatra inglés
fuente(153) 
Creador de la palabra antipsiquiatría y principal representante de esa corriente, junto con Ronald
Laing, David Cooper nació en Cap en una familia que él calificó de "común". Después de estudiar
música, se orientó hacia la medicina, y obtuvo su diploma en 1955. Ejerció entonces en un centro
médico reservado a los negros, adhiriendo por otra parte al Partido Comunista clandestino.
Instalado después en Londres, se casó con una francesa, con la que tuvo tres hijos; más tarde,
durante cierto tiempo, fue el compañero de Juliet Mitchell, mascarón de proa del movimiento
feminista anglosajón y especialista en el pensamiento lacaniano.
En 1962 creó el célebre Pabellón 21, en el interior de un vasto hospital psiquiátrico de la periferia
de Londres. Basándose en las tesis sartreanas, y más en general en la fenomenología
existencial, en ese lugar inaugural puso en obra una práctica de impugnación de la nosografía
psiquiátrica que iba a llevarlo a rechazar radicalmente la tradición occidental heredada de Eugen
Bleuter.
Como todos los artífices de la antipsiquiatría, él veía en la locura, y sobre todo en la
esquizofrenia, no una enfermedad mental, sino una "experiencia", un "viaje", un "pasaje".
También comenzó de manera muy pragmática a pedirle al personal tratante que "ya no hiciera
nada". En una oportunidad le dijo a un paciente internado: "Le doy este truco llamado Largactil
para que podamos ocuparnos de cosas más urgentes". Finalmente, decidió permitir que en los
corredores y habitaciones del establecimiento se acumularan los desperdicios. Gracias a ese
pasaje al acto, los enfermos podían descender al infierno, hacer una regresión, manosear sus
excrementos, volver a encontrar una especie de estado arcaico, y después ascender hacia el
mundo de los vivos. Cooper propuso que ex enfermos se convirtieran en enfermeros y que los
internados tuvieran derecho a la sexualidad. A pesar de los fracasos y conflictos, la experiencia
fue concluyente. En todo caso, demostró que en ciertas condiciones particulares, la
esquizofrenia, considerada incurable, se podía curar. 
En 1965, convertido en el jefe del movimiento antipsiquiátrico internacional, Cooper creó con
Laing y Aaron Esterson la Philadelphia Association and Mental Health Charity, así como el
Hospital de Kingsley Hall, donde se recibía a esquizofrénicos. Dos años màs tarde, con Gregory
Bateson, Stokeley Carmichaël y Herbert Marcuse, participó en Londres en el gran congreso
mundial denominado "de dialéctica y liberación", y destinado a poner de manifiesto el "progreso
del infierno en el mundo". El coloquio duró dieciséis horas, e inscribió a la antipsiquiatría en la
sensibilidad libertaria. Reunió a negros norteamericanos, feministas, estudiantes rebeldes de
Berlín occidental y representantes de todos los movimientos tercermundistas. De tal modo, la
utopía cooperiana de una locura destrabada encontró una nueva bandera: la de los oprimidos del
mundo, en lucha por su reconocimiento. Muy pronto Cooper asumió la defensa de los disidentes
soviéticos, víctimas de internaciones abusivas, y propuso la creación de un gran movimiento de
"disidencia intelectual- basado en una nueva definición de la actividad creadora.
A partir de 1972 se instaló en París, donde numerosos psicoanalistas de la corriente lacaniana y
del movimiento de psicoterapia institucional habían acogido favorablemente sus tesis: entre ellos
Maud Mannoni, Octave Mannoni y Félix Guattari. Negándose a practicar la psiquiatría o a
integrarse en cualquier institución normativa, vivió de recursos circunstanciales y participó en
todos los combates de la izquierda intelectual francesa en favor de los homosexuales, los locos,
los disidentes y los presos, junto a Michel Foucault (1926-1984), Robert Castel o Gilles Deleuze
(1925-1995). Pero, identificado con los marginales y los excluidos de todas partes, experimentó
sobre sí mismo las formas de errancia propias de esa gran época contestataria.
Alcohólico y glotón, durante los últimos años de su corta vida no vaciló en pasear su silueta de
gigante barbudo y obeso donde existiera la posibilidad de dar batalla al orden establecido. Murió
de una crisis cardíaca después de haber afirmado en voz alta: Romper de manera
suficientemente clara con el sistema equivale a arriesgar todas las estructuras de seguridad de
la propia vida, así como el cuerpo, el espíritu, los bienes y el piano". 


Coriat Isador
(1875-1943) Psiquiatra y psicoanalista norteamericano
fuente(154) 
Pionero del psicoanálisis en Boston y en la Costa Este de los Estados Unidos, Isador Coriat nació
en Filadelfia y estudió medicina en la Escuela Médica del Colegio de Tuft. Discípulo de Adolf
Meyer y Morton Prince, fue elegido presidente de la American Psychoanalytic Association
(APsaA) en 1924 y 1937, y más tarde vicepresidente de la International Psychoanalytical
Association (IPA), ese mismo año. Militante antirracista, fue el primer norteamericano que
introdujo las tesis del psicoanálisis aplicado en su país, estudiando en particular el personaje de
Lady Macbeth en el drama de Shakespeare. 


Cosa
fuente(155) 
Freud introduce la Cosa (das Ding) en el «Proyecto de psicología» (1895), en relación con las
reflexiones filosóficas de Kant y Heidegger en torno a la lógica del origen.
La Cosa obra como eje en torno al cual se constituye el advenimiento de un sujeto como cuerpo
y como ser hablante, advenimiento necesariamente elaborado en un intervalo, con respecto a un
límite que a la teoría le es imposible no plantear. De hecho, la estructura del lenguaje crea la falta
en el cuerpo [manque le corps] puesto que pasa necesariamente por la imagen del cuerpo del
Otro, y crea la falta en sí misma [se manque á elle méme] para instituir al sujeto como el punto 
donde esa falta se configura.
En un primer momento, Freud aborda la Cosa como un polo «excluido» del aparato psíquico, en
torno al cual giran los diversos modos perceptivos en relación con los movimientos del deseo
para realizar la identidad de percicepión. Comprueba a continuación que la mediación del Otro
(Nebenmensch) es indispensable para asegurar una identidad de percepción o renovar la
experiencia de satisfacción; en el marco de la articulación significante, el cachorro humano es
desposeído de su grito por el Otro materno, porque éste le atribuye al grito proferido un efecto
estructurante al convertirlo en demanda. Del lado del sujeto, el grito recubre una sensación de la
que nunca se sabrá qué quiso decir, y del lado del Otro, su sentido está perdido en la
significación que el Otro le atribuye; en consecuencia, el reencuentro no se funda en una
sensación que ocasionaría una emisión vocal, sino en la asociación de una emisión vocal con
otra que le es anterior; no obstante, también es la interpretación del Otro lo que le permite
orientarse al cachorro humano. Como se ve, hay lo innombrable; nadie, en efecto, podrá decir si
la percepción es en cada una de sus reiteraciones la misma que la primera, y esto vale también
para la experiencia de satisfacción: el Otro interviene como tercero por la asociación de la
imagen perceptiva con la imagen mnémica.
La Cosa va a representar el pivote en torno al cual se orientarán los movimientos de
pensamiento, sea que apunten o no a la satisfacción; desde el punto de vista teórico, es un eje
de alguna manera anterior a toda intervención tercera. Constituye ese inefable que ocasiona que
un cuerpo sea viviente. Según el «Proyecto», la Cosa aparece como el Otro originario del
«deseo», el Otro absoluto del sujeto, o sea el Otro real, cuyo testimonio sería la lengua. La Cosa
es irremediablemente inaccesible porque la letra, en razón de esta pérdida, va a fundar al sujeto.
En 1929, Freud retorna como sigue este aspecto indecible de la Cosa: «En el origen de la
escritura está el lenguaje del ausente, la vivienda, un sustituto del seno materno, esa primera
morada que siempre inspira nostalgia, en la que se estaba seguro y uno se sentía tan bien» (El
malestar en la cultura).
Por lo tanto, la Cosa aparece para el discurso analítico como un «objeto absoluto» imposible de
alcanzar; es ella quien testimonia al sujeto del inconsciente que sólo hay verdad parcial. En la
perspectiva lacaniana, el intervalo que especifica la cadena significante implica que el deseo del
sujeto también se modulará según el intervalo retroactivo de la demanda; en tal sentido, la Cosa
se manifestará como «fuera de significado» (La ética del psicoanálisis). Lacan también dirá que
la Cosa es lo real de lo que el significante padece. El encuentro con lo real se juega con esta
Cosa imposible de decir y de cernir, que suscitaría la ilusión de una verdad que se muestra.
Ahora bien, insistirá Lacan, la verdad no se muestra, se demuestra, en razón de la lógica del
inconsciente: es «la a-cosa» (D'un discours.... 1970-1971). La apertura del campo de la realidad
sólo se forja al precio de procesos anteriores innombrables en tanto que tales; tomado por la
incompletud, el sujeto asigna a la Cosa la referencia mítica en la que se basa todo el trabajo del
aparato psíquico. La Cosa se propone entonces en la distancia, y es en relación con esta
tensión temporal que posibilita entrever que algo del goce es formulable. Ahora bien, no hay 
nada de esto, puesto que el goce es indecible, y por su parte se funda en una relación lógica
que no cesa de no escribirse.
Lacan articulará entonces la Cosa con el principio de placer: «Das Ding es lo que -en el punto
inicial lógico y también cronológico en la organización del mundo en el psiquismo- se presenta y
se aísla como el término extraño en torno al cual gira todo el movimiento de la Vorstellung, que
Freud nos muestra gobernado por un principio regulador, el mencionado principio de placer,
vinculado al funcionamiento del aparato neuronal» (La ética del psicoanálisis). Esta extranjeridad
de la Cosa engendra la tendencia a reencontrar, pero -dirá Lacan- ese objeto «perdido» nunca
ha sido perdido aunque se trate de reencontrarlo. Esta posición remite a lo impensable del origen,
de la posición del significante y por lo tanto a la imposibilidad de decirse el goce; la Cosa funda
«la orientación del sujeto humano hacia el objeto», y este objeto «le da su ley invisible, pero no
es por otra parte lo que fija sus trayectos. Lo que los fija es el principio de placer, que lo somete
a no encontrar a fin de cuentas más que la satisfacción de la Not des Lebens».
La idea de la Cosa duplica por lo tanto la división que experimenta el sujeto, cuyo único recurso
frente a ese resto de goce imposible será la búsqueda del objeto a, objeto de la pulsión que se
encuentra ligado a un objeto al cual la pulsión no está vinculada originariamente; si las pulsiones
están destinadas a devenir pulsiones parciales, ello se debe al encuentro fallido con la Cosa; en
última instancia, la pulsión de muerte hará su obra como una «tendencia» a encontrar la Cosa a
través de la repetición, siendo que a partir de la instauración del deseo no hay encuentro con
ningún objeto absoluto.
En síntesis, la Cosa recubre un lugar vecino a lo Real. Por ello, en el seminario R.S.I., Lacan dirá
que la Cosa es el Otro real, lo real de lo Real, pero el Otro no puede estar en otra parte que no
sea el nudo borromeo, porque es especificada por el einziger Zug que funda la importancia del
Nombre-del- Padre; en este sentido, el deseo proviene del Otro, pero el goce está del lado de la
Cosa («Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista», en Escritos); se convertirá en la
a-cosa, esa Cosa de la cual a es de alguna manera el resto y el único indicio.
Por ser el Otro real, la Cosa estará también del lado de la sublimación, puesto que ésta se
encuentra del lado de la escritura. La sublimación es «elevación del objeto a la dignidad de la
Cosa»; el objeto hace letra. El significante será entonces significante en cuanto permite la
escritura, la apertura hacia un más allá de la transferencia. Es significante en tanto que inaugura
la letra y ésta construye la obra de escritura según una consistencia que retorna a ella. El objeto
a será elevado a la dignidad de la Cosa cuando la letra haya hecho de algún modo su trabajo
como «pasaje abierto». Es la expresión «a la dignidad de» lo que importa en la formulación de
Lacan, pues está claro que la Cosa como límite real no tiene fundamento en realización alguna. 


Cosa (la)
fuente(156) 
(fr. la chose; ingl. the thing; al. das Ding). Objeto del incesto. Lo que hay de más íntimo para un
sujeto, aunque extraño a él, estructuralmente inaccesible, significado como interdicto (incesto) e
imaginado por él como el soberano Bien: su ser mismo.
Lacan señala en dos textos de Freud, separados por treinta años de elaboración, el mismo 
término alemán: Ding (cosa).
En el Proyecto (1895), la cosa (das Ding) designa la parte del aparato neuropsíquico común
tanto a la configuración neuronal investida por el recuerdo del objeto como a la configuración
investida por una percepción actual de ese objeto. En una serie de equivalencias donde hace
intervenir explícitamente el papel de la lengua, Freud identifica esta parte inmutable, la cosa, con
el núcleo del yo, con lo que es inaccesible por la vía de la rememoración y, por último, con el
prójimo (el objeto en tanto que es al mismo tiempo semejante al yo y radicalmente extraño a este,
y la única potencia auxiliadora: la madre).
En su artículo La negación (1925), Freud retorna el mismo término Ding para distinguir, como en
el Proyecto, la cosa de sus atributos. La negación es un juicio. Freud nos dice entonces que la
función de todo juicio es llegar a dos decisiones:
pronunciarse sobre si una propiedad pertenece o no a una cosa (Díng);
conceder u objetar a una representación la existencia en la realidad.
Efectivamente, «la experiencia ha enseñado que no sólo es importante saber si una cosa (Ding;
una cosa objeto de satisfacción) posee la propiedad buena, y por lo tanto merece ser admitida
en el yo, sino también saber si está allí en el mundo exterior, de modo que uno pueda apoderarse
de ella si hay necesidad». En esta segunda decisión, el yo ha cambiado: el yo-placer deviene
yo-real. Freud emplea por lo tanto el término Ding cuando insiste en el carácter real del objeto.
En La cosa freudiana (1956), Lacan no se refiere explícitamente a das Ding, sino a la palabra
latina res: ¿de qué cosa [quoi] se trata en el psicoanálisis? El acento está puesto allí en la
experiencia del inconciente estructurado como un lenguaje (rebus [término latino que significa
«cosas», y también alude a un juego cifrado de palabras, letras y dibujos como metáfora del
aspecto cifrado del sueño]) a través de una práctica de la palabra: «Yo, la verdad, hablo», y el
artículo termina con «la deuda simbólica de la que el sujeto es responsable como sujeto de la
palabra».
Es en el seminario La ética del psicoanálisis (1959-60) donde Lacan introduce la Cosa a partir
del das Ding de Freud. Al mismo tiempo, el acento va a desplazarse de lo simbólico a lo real: «Mi
tesis es que la moral se articula en la perspectiva de lo real en tanto esto puede ser la garantía
de la cosa».
Lacan muestra en primer término que el advenimiento de la física newtoniana pone en peligro la
garantía que los hombres han situado siempre en lo real concebido como el retorno eterno de los
astros al mismo lugar. Por eso Kant intenta refundar la ley moral fuera de toda referencia a un
objeto de nuestra afección, no en un bien (Wohl), sino en una voluntad buena (gute Wíllen):
«Haz de modo que la máxima de tu voluntad pueda siempre valer como principio de una 
legislación universal. La Cosa se confunde así con el imperativo de una máxima universal cuya
verdad latente pronto mostrará Sade. Si, en efecto, esta tiene como consecuencia perjudicar
nuestro amor a nosotros mismos, se podrá muy bien tomar como máxima universal: «tengo el
derecho de gozar de tu cuerpo, puede decirme cualquiera, y ejerceré ese derecho sin que
ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que tengo el gusto de saciar en él»
(Ecrits, pág. 769).
El movimiento de Freud, nos dice Lacan, consiste en «mostrarnos que no hay soberano Bien:
que el soberano Bien, que es das Ding, que es la madre, el objeto del incesto, es un bien
prohibido y que no hay otro bien». En efecto, la Cosa está perdida como tal, puesto que para
volver a encontrarla habría que volver a pasar exactamente por todas las condiciones
contingentes de su aparición, hasta la punzadura [poinçon] de la primera vez. Aparece así como
lo real más allá de todas las representaciones que de ella tiene el sujeto, o sea, de lo que
vehiculiza la cadena significante. Por eso, hacer uno con la Cosa sería salir del campo del
significante y por ende de la subjetividad. La desdicha de la existencia no es entonces de
ninguna manera contingente. La madre, en tanto ocupa el lugar de la Cosa, induce el deseo de
incesto, pero este deseo no podría ser satisfecho puesto que aboliría todo el mundo de la
demanda, es decir, de la palabra y, por lo tanto, del deseo. De este modo, la prohibición del
incesto con la madre, aunque universal, no es objeto tradicionalmente de ninguna interdicción
escrita. Hay sí toda una serie de otras prescripciones (en nuestra cultura, el Decálogo) que
suscitan otros deseos con relación a la cosa, pero a distancia de ella, y tienen por función
preservar la palabra (incluso en su trasgresión).
El espacio de la Cosa sigue siendo sin embargo el de la creación, el de la sublimación en el
sentido freudiano. Por esta vía es posible una incursión más allá del principio de placer. Así, la
sublimación es definida por Lacan como lo que «eleva un objeto a la dignidad de la Cosa». Esto
quiere decir que el objeto elegido de nuestras pulsiones abandona su carácter espontáneamente
narcisista para ser el lugar -teniente de la Cosa. Esto lo ilustra especialmente la Dama en el
fenómeno del amor cortés y también la obra de arte. Así, el objeto que en la sublimación viene en
lugar de la Cosa no es la cosa, se distingue por su carácter de ser Otra cosa. El arte tiene la
función de reproducir la aparición ex nihilo del significante y, en consecuencia, de la Cosa como
perdida, y por eso es creación. En este sentido puede cuestionarse que evolucione: él crea.
En ausencia del soberano Bien, dice Lacan, «no hay otro bien que el que puede servir para
pagar el precio por el acceso al deseo (...) definido como la metonimia de nuestro ser».
Metonimia porque el deseo no mira a un nuevo objeto sino que reside en el cambio de objeto en
sí. Este objeto cedido para el acceso al deseo (por medio de la castración) es el que Lacan había
introducido el año anterior bajo el nombre de objeto a, que, alojado en el vacío de la Cosa, viene
a tender el cebo del fantasma como sostén del deseo, Puede entrever -se aquí de qué modo la
experiencia analítica revela el fundamento real de la ética para un sujeto: nunca se es culpable
sino de haber cedido en el propio deseo. 


Cotard
(síndrome de)
fuente(157) 
«Síndrome de Cotard» es el nombre que el doctor Régis, en su comunicación al Congreso de
Medicina Mental de Blois de 1892, le dio al «delirio de las negaciones» descubierto por Jules
Cotard en 1880.
Cotard nació en Issotidun (Indre) en 1840, y después de estudiar medicina en París pasó su año
de interno en el servicio de Charcot, donde lo atrajo el estudio de la patología del sistema
nervioso, como lo atestigua su trabajo de tesis «Estude sur l'Atrophie partielle du cerveau»,
publicado en 1868.
En 1874 ingresó, en calidad de médico adjunto, a la casa de salud de Vanves, donde habría de
permanecer hasta su muerte prematura, ocurrida en 1889. Colaborador de J. Falret, consagró su
investigación clínica al estudio de la melancolía. Inspirándose en la enseñanza de Griesinger,
atribuye una importancia peculiar al trastorno psíquico esencial de esta forma de alienación. En
efecto, considera «el dolor moral» como «el terreno en el cual germinan las ideas delirantes».
Entre estas últimas, aísla un grupo particular. Desde su primer informe, «Du délire
hypocondriaque dans une forme grave de la mélancolie anxieuse» (Annales
médico-psychologiques, 1880), saca a luz un fenómeno ya advertido por sus predecesores,
pero que a ellos no los había conducido a proponer una articulación singular.
Ese delirio parcial se enuncia, en cuanto al objeto, de una manera negativa («no hay boca», «no
hay estómago», «no hay cabeza») y se extiende progresivamente a todo el cuerpo, a la
existencia misma del paciente, que afirma estar ya muerto, y al conjunto del universo, incluso al
creador. Al evolucionar, el delirio sufre una inversión completa, en forma de infinitud en el tiempo
(«delirio de inmortalidad») y en el espacio («delirio de enormidad») (Annales
médico-psychologiques, 1888), que representa para el autor la etapa final de los negadores,
quienes transforman así su posición inicial «micromaníaca» en la megalomanía propia del delirio
de grandeza. Sin embargo, esta forma ambiciosa no responde verdaderamente a las
determinaciones psíquicas de¡ delirio de orgullo, pues en ella predomina el fondo mórbido del
pathos melancólico, con su cohorte de culpabilidad, indignidad, punición. La enormidad del
cuerpo, que se expande hasta abarcar el universo, la eternidad de su existencia, que no tendrá
fin, se convierten en exigencias lógicas del sadismo sin límites de la instancia superyoica, cuya
voz, siempre la misma, condena a una agonía permanente. Cotard tiene el cuidado de diferenciar
estas diversas producciones delirantes de otros delirios similares en cuanto al tema. Se abre así
un prolongado debate, cuyo objeto consiste en separar el delirio hipocondríaco de los paralíticos
y los perseguidos, del delirio de los negadores. ¿Qué criterio que no sea el tema delirante se
podría utilizar para diferenciarlos? Permitirá hacerlo el análisis de la forma del delirio.
Deshilvanado, incoherente, inarticulado en los paralíticos, se opone al rigor lógico de las
construcciones delirantes, homogéneas con el fondo mórbido, de los melancólicos negadores.
Más difícil de delimitar, la desemejanza del delirio hipocondríaco en perseguidos y negadores se
basa en nuevos criterios epistemológicos, establecidos por Cotard con una notable fineza. De
naturaleza más subjetiva, tales criterios se organizan según una lógica que se puede llamar de
oposición binaria, y que indica, por su claridad conceptual, lo difícil que resulta separarlos: 
aloagresividad-autoagresividad; actividadpasividad; exterioridad-interioridad.
¿Cuál es la causa de estos fenómenos mórbidos tan numerosos y diversos?
Múltiple por los registros implicados, Cotard privilegia la teoría etiopatogénica de la época que,
fundada en la anatomopatología del cerebro, caracterizaba los trastornos de la alienación como
lesiones del soporte material de las operaciones mentales, a partir de las cuales se desplegaban
los signos clínicos en reacción fibrosa.
Cotard se basa en la doxa mecanicista de la teoría de las localizaciones cerebrales, fenómeno
de actualidad que intentaba un apaciguamiento transitorio de la razón así esclarecida. Pero
Cotard la utiliza de una manera audaz. En su memoria «Perte de la vision mentale» (Archives de
Neurologie, 1884) examina un signo clínico que su ex maestro Charcot había identificado en los
afásicos: el desvanecimiento progresivo de las imágenes visuales más familiares se acompaña
de la imposibilidad de enunciarlas y de una forma de inaccesibilidad e indiferencia que los
clínicos de la época llamaban «analgesia» o «anestesia moral», responsable en esos pacientes
del dolor más intenso, el de no poder ser afectados.
La clínica de los melancólicos negadores presenta problemas similares. En su memoria «De
I'origine psycho-sensorielle ou psychomotrice du délire» (Annales médico-psychologiques,
1887), Cotard encuentra en las lesiones psicosensoriales la explicación suficiente de esa
pérdida en la que, por primera vez, se presentan objetivamente ligados los registros de la mirada,
la palabra y el afecto, sin que se sepa cómo.
En su quinta y última memoria, «De Forigine psycho-motrice du délire» (Congrès international de
médicine mentale, Masson, París, 1890), Cotard cambia de hipótesis etiopatogénica, y atribuye a
las funciones voluntarias -dependientes del yo o del automatismo mental librado a sí mismo- un
papel preponderante en la producción de los trastornos examinados. Sin decirlo, esta
modificación subvertía el principio aceptado desde mucho antes en cuanto al carácter «primario»
de los trastornos afectivos en la producción de la enfermedad, cuyos trastornos ideativos no
representaban más que la interpretación delirante del fondo patológico.
La investigación de Cotard termina en esta hipótesis y deja abierta la cuestión del lugar
nosológico de su delirio. Esa cuestión será retomada en el Congreso de Blois de 1892, donde el
genio de Séglas, mientras fija el cuadro, lo desplaza del terreno privilegiado de la melancolía
ansiosa. Convertido en síndrome, aparece en formas clínicas aparentemente opuestas, la
melancolía y la locura sistematizada (paranoia).
El psicoanálisis se interesó poco en el delirio de las negaciones. Freud, a pesar de que en 1884
había pasado una temporada en París estudiando con Charcot, ex maestro de Cotard, no dice ni
una palabra acerca de este trastorno en su trabajo sobre la denegación. Lacan, en cambio,
habla de él en dos seminarios, el de 1954-1955 sobre el yo (subrayando en esos pacientes un 
tipo de identificación imaginaria, en la que falta, según él, el vacío constitutivo del orificio bucal), y
el de 1961 sobre la transferencia (donde evoca el desasosiego absoluto de los melancólicos,
que habitan en la topología dolorosa del entre dos muertes). El delirio de las negaciones puede
ser encarado como una forma extrema de locura caracterizada por las pasiones más oscuras y
a menudo las más feroces. Estos delirios aparecen como fenómenos difíciles de definir, si no se
tiene en cuenta el enfoque topológico para esclarecer el trastorno que sufre el sujeto al pasar de
la autoacusación y el autodesprecio al amor orgulloso, desconfiado y suspicaz, y también para
apreciar mejor esta forma singular de la angustia, no ligada al dolor experimentado sino a la
imposibilidad de ser afectado y, por lo tanto, al hecho de convertirse para los otros en una
fuente permanente de infección vergonzosa. 


Criminología
Alemán: Kriminologie. 
Francés: Criminologie. 
Inglés: Criminology.
fuente(158) 
Término creado en 1885 por el magistrado italiano Rafaele Garofalo (1851-1934) para designar
una disciplina, fundada por su maestro Cesare Lombroso (1836-1909), cuyo objeto de estudio
eran las causas del crimen, el comportamiento mental del criminal, su personalidad y las
patologías ligadas al acto criminal.
Las sociedades han ideado siempre maneras de identificar a los criminales, usando, según los
regímenes y las épocas, mutilaciones diversas, desde la extracción de dientes hasta la
amputación sistemática de órganos: la nariz, las orejas, las manos, la lengua, etcétera. Bajo el
Antiguo Régimen en Francia, la marca al hierro candente constituía la huella infamante del crimen,
tal como lo ilustra en Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, el personaje de Milady de
Winter. Entre los puritanos de la Nueva Inglaterra, la "A" de "adúltera" se cosía en la ropa de las
mujeres, según lo atestigua la célebre novela de Nathaniel Hawthorne (1804-1864) titulada La
letra escarlata.
Cuando fueron abolidas estas prácticas, se planteó la cuestión de elaborar un método de
identificación científica, y en Francia, Alemania e Italia se desarrollaron simultáneamente dos
ámbitos de investigación: la antropología criminal y la criminalística. Ambas se inspiraban en la
antigua frenología, derivada a su vez de la "craneoscopía" de Franz Josef Gall (1758-1828), que
consistía en descifrar el carácter de un individuo a través de las salientes y los relieves de su
bóveda craneana, y de la antropología física del médico francés Paul Broca (1824-1880).
La criminalística relacionaba los hechos criminales con la teoría de la herencia-degeneración. Se
encuentra un gran eco de esta nueva ciencia de los signos, que se generalizó a fines del siglo
XIX, tanto en el método del inolvidable detective Sherlock Holmes (creado por Arthur Conan Doyle
[1859-1930]) como en la antropometría puesta a punto por Alfonse Bertillón (1853-1914).
En este sentido, la criminología se distingue de la criminalística porque le interesa menos la
identificación de los criminales que la causa del crimen. Aunque él mismo no empleó el término, y 
haya conservado la denominación de "antropología criminal", el verdadero fundador de esta
disciplina fue el médico italiano Cesare Lombroso, quien se inspiró en el darwinismo para
construir su concepción del "criminal nato". Según Lombroso, el crimen resulta de la disposición
instintiva de ciertos sujetos. En lugar de evolucionar normalmente, ellos retroceden hacia el
estado animal.
Después de haber coleccionado una cantidad impresionante de cráneos, y estudiado la
morfología de veintisiete mil "anormales" (prostitutas, asesinos, epilépticos, perversos sexuales,
etcétera), Lombroso publicó en 1876 un verdadero manifiesto, El hombre criminal, en el cual
describió cuidadosamente esta patología: su criminal se asemejaba al gran mono de la fábula de
la orda salvaje, cuyo tema retomó Sigmund Freud en Tótem y tabú.
Médico de las cárceles y alienista en Piamonte, judío y militante socialista, Lombroso era también
un higienista a quien interesaban la hipnosis y el espiritismo. Sus tesis tuvieron un éxito
considerable antes de ser abandonadas, a continuación del derrumbe del hereditarismo. En
Francia las admiró y después criticó Alexandre Lacassagne (1843-1924), quien fundó en Lyon
la Revite d'anthropologie criminelle. Él compartía las ideas hereditaristas de su rival, y la disputa
que opuso la escuela francesa a la escuela italiana no tenía tanto que ver con una oposición
"herencia/medio sócial" como con la adopción por Lacassagne de un modelo más lamarckiano
que darwinista. Finalmente, fue Hans Gross (1847-1915), cuyo hijo, Otto Gross, sería
psicoanalista, quien unificó los dos ámbitos de la antropología criminal (la criminalística y la
criminología), fundando en Graz, en 1912, el primer instituto de criminología del mundo.
En realidad, la criminología no fue nunca una disciplina independiente. Practicada por médicos y
comprometida en un diálogo con la justicia y los magistrados, se integró a la psiquiatría, cuya
evolución siguió, adoptando la doctrina de las constituciones, o los principios del psicoanálisis
freudiano y posfreudiano, o bien las hipótesis de la fenomenología según Edmund Husserl
(1859-1938). En esta última perspectiva hay que situar los trabajos del gran criminólogo belga
Étienne De Greeff (1898-196 l). Médico del instituto psiquiátrico de la Universidad de Lovaina,
trató de perfilar la personalidad del criminal relacionando su vivencia interior con su modo de
comunicación con el mundo. Daniel Lagache introdujo las tesis de De Greeff en Francia,
combinándolas con la psicología clínica heredada de Pierre Janet. También hablará
preferentemente de criminogénesis, y no de criminología.
Sigmund Freud no se interesó mucho por la criminología como tal. El único tipo de crimen que lo
fascinaba era el parricidio, que él vinculaba con el incesto y con el complejo de Edipo, y que
consideraba paradigma de todos los actos criminales cometidos por el hombre. Distinguía de
manera bastante simplista al histérico del criminal: el primero, decía, oculta un secreto que no
conoce, mientras que el segundo disimula ese mismo secreto con toda conciencia.
El verdadero debate entre ambas disciplinas se puso en marcha a través de una reflexión sobre
el estatuto del método psicoanalítico en el establecimiento de los hechos judiciales, y después 
sobre su utilidad en las cárceles. Contra los partidarios de las tesis hereditaristas, Sandor
Ferenczi propuso denominar "crimino-psicoanálisis" a la nueva disciplina que permitiría aplicar el
método freudiano a la comprensión de las motivaciones inconscientes del crimen, y someter a
los criminales a tratamiento: "...tengo la convicción de que el tratamiento analítico de los
criminales probados presenta ya por sí mismo algunas probabilidades de éxito, en todo caso
mucho más que el rigor bárbaro de los carceleros o la santurronería de los capellanes de
prisión".
En este terreno, la acción de Ferenczi, y después de la mayoría de los discípulos y herederos de
Freud, fue análoga al combate librado por la psiquiatría pineliana para arrancar los locos a una
justicia que los enviaba a la muerte, al considerarlos culpables y plenamente responsables de
sus actos. De allí la defensa del principio de la pericia psicológica o psiquiátrica, que consistía en
"explicar" el crimen y a continuación tratar de curar al criminal, para reintegrarlo a la sociedad.
Si los representantes de la psiquiatría dinámica querían, mediante la pericia, arrancar el loco a la
justicia y, más precisamente, a la pena capital, los partidarios del psicoanálisis buscaban sobre
todo explicar la naturaleza misma de la criminalidad humana, en función de una
conceptualización freudiana (y después kleiniana), centrada en el complejo de Edipo, la pulsión
de muerte, el ello y el superyó. La primera síntesis del pensamiento psicoanalítico en este dominio
fue realizada por Franz Alexander. En 1928, publicó en Berlín El criminal y sus jueces, una obra
escrita en colaboración con el abogado Hugo Staub, en la cual se afirmaba que el hombre es
criminal por naturaleza, y se convierte en criminal social cuando no evoluciona normalmente
hacia un estadio genital. En función de esta teoría de los estadios, Alexander y Staub distinguían
tres tipos de crímenes: los crímenes de etiología psicológica (derivados de una neurosis edípica),
los crímenes de etiología sociológica (que resultaban de una identificación del yo, en general
infantil, con el superyó de un adulto criminal), y los crímenes de etiología biológica (provocados
por enfermedades mentales).
En términos generales, esta criminología freudiana, de un biologismo simplista, adolecía también
de una gran pobreza teórica. Se contentaba con aplicar la teoría psicoanalítica a la elucidación
del crimen y la personalidad del criminal. Es preciso señalar que, a título individual, numerosos
analistas, especialistas en general en delincuencia juvenil, se interesaron por el crimen y los
criminales sin ceder a teorías demasiado ortodoxas: entre ellos, August Aichhorn, Muriel
Gardiner, y en particular Marie Bonaparte. Fascinada por las relaciones incestuosas, la apasionó
la historia de Marie Félicité Lefébvre, condenada a muerte (y después indultada) por haber
asesinado a la mujer del hijo, encinta de varios meses.
Esa actitud no era sorprendente. En efecto, en Francia se había perfilado una vía original desde
1925, por una parte con los trabajos sobre las psicosis pasionales inspirados por Gaétan Gatian
de Clérambault, y por otro lado con el movimiento surrealista, que rendía culto a un ideal de
rebelión basado en la valorización imaginaria de la locura y el crimen: "El acto surrealista más
simple -escribió André Breton en 1930- consiste en bajar a la calle empuñando un revólver y 
disparar al azar todo lo que se pueda, en dirección a la multitud. Quién no ha sentido al menos
una vez ganas de terminar de esta manera con el pequeño sistema de envilecimiento y
cretinización en vigor en su lugar marcado en esa multitud, con el vientre a la altura del cañón."
Si bien Lombroso elaboró la teoría falsa del "criminal nato", fue también el primer gran teórico del
crimen que organizó una documentación sobre la criminalidad, escrita por los condenados:
diarios íntimos, autobiografías, testimonios, inscripciones de presos en las paredes de las
celdas, anotaciones en los libros de las bibliotecas. De modo que la criminología naciente no se
contentó con clasificar taras y estigmas, sino que, como lo había hecho Freud al luchar contra el
nihilismo terapéutico, afirmaba ya la necesidad de incluir en el estudio del crimen la palabra del
principal interesado: el propio criminal.
Ahora bien, en 1930 los surrealistas dieron un paso más. A sus ojos, el crimen individual e
impulsivo pasaba a ser simbólicamente el único acto racional posible en un mundo víctima del
crimen organizado: desempleo, guerras coloniales, explotación capitalista, dictaduras, violencia
burguesa y democrática, etcétera. Jacques Lacan en su tesis de medicina dedicada a la historia
de Marguerite Anzieu, proporcionará en 1932 un ejemplo excelente de esta lógica de la locura
criminal actuante en el interior del sujeto; un año más tarde volvió a hacerlo con su comentario
sobre el crimen "paranoico" de las hermanas Papin, dos domésticas de Le Mans que habían
asesinado salvajemente a sus patronas. En materia de criminología, contrariamente a la escuela
francesa y al conjunto de la comunidad freudiana, Lacan cuestionó siempre la utilización del
psicoanálisis en las pericias psiquiátricas.
A partir de la década de 1950, la criminología mundial se vio atravesada por varias corrientes.
Había dos principales: la primera, de inspiración neurológica, reactivaba la noción de "criminal
nato", al hacer del crimen la expresión de un instinto heredado, y más tarde de una anomalía
genética; la otra, de inspiración fenomenológica o psicoanalítica, consideraba el crimen como un
hecho social y a la vez psíquico. A partir de la década de 1960 estas dos corrientes fueron
impugnadas por los diversos movimientos de antipsiquiatría, los cuales, con un enfoque
sartreano, volvieron a privilegiar el tema de la rebelión mediante el crimen.
En esa época, los trabajos de los historiadores de la escuela de los Annales, de los
antropólogos y los filósofos, abrieron un camino nuevo a la investigación, proponiéndose
estudiar la historia del crimen, la penalidad, las sanciones, las noticias periodísticas, los suplicios
o los discursos, no ya a partir de un modelo clasificatorio, sino haciendo "hablar" al crimen
mismo, sin ninguna interpretación psiquiátrica o psicoanalítica. Con la publicación en 1973 de un
caso de parricidio cometido bajo la Restauración por el joven campesino Pierre Rivière, y la
aparición, dos años más tarde, del libro Surveiller et Punir, Michel Foucault (1926-1984) fue el
principal iniciador de esta nueva mirada dirigida al crimen y el criminal. Este enfoque no se
impuso nunca en el ámbito de la criminología, considerablemente dominado desde la década de
1980, sobre todo en los Estados Unidos, por un modelo neo-organicista y experirnentalista. De
allí la mordaz observación del psicoanalista y jurista francés Pierre Legendre, contenida en Le 
crime du caporal Lortie: "...un asesinato exige siempre que alguien responda por él: el sujeto o,
en su defecto, la función que lo exceptúa de responder. ¿Qué quiere decir responder? Éste es
un interrogante que no pueden digerir los métodos pretendidamente científicos de la actual
criminología, dominada por los ideales de la experimentación social." 


Crosscap
fuente(159) 
Superficie no orientable definida en la topología combinatoria a partir de cualquiera de los
siguientes esquemas equivalentes:
b
a a
b
a

a
Es fácil ver que la superficie determinada (llamada, en rigor: esfera provista de un crosscap) es
unilátera, y no puede ser sumergida en el espacio tridimensional, por lo cual es preciso, para
construirla, efectuar una línea de penetración. Puede demostrarse que toda superficie cerrada
no orientable consiste en una esfera provista de cierto número de crosscaps. Es fácil ver que el
crosscap es homeomorfo al plano proyectivo. El crosscap puede pensarse como una banda de
Möbius y un disco pegados por el borde. 


Cuerpo
fuente(160) 
s. m. (fr. corps; ingl. body; al. Körper). Concepto tradicionalmente opuesto al de psiquismo. Este
concepto y este dualismo fueron completamente trasformados, en un primer momento, tras la
introducción por Freud de los conceptos de conversión histérica y de pulsión, y, en un segundo
momento, tras la elaboración por Lacan de los conceptos de cuerpo propio, imagen especular,
cuerpo real, cuerpo simbólico, cuerpo de los significantes y objeto a. 
Las histéricas le hicieron descubrir a Freud la sensibilidad particular de su cuerpo a las
representaciones inconcientes. Para designar el traspaso de la energía libidinal y la inscripción
de los pensamientos inconcientes en el cuerpo, Freud recurrió al concepto de conversión. En
1905, precisó que las representaciones reprimidas «hablaban en el cuerpo». Freud dijo también
que los síntomas histéricos eran mensajes, codificados, semejantes a los jeroglíficos, dirigidos
por el sujeto a quien quisiera entenderlos, con la esperanza y el temor simultáneos de que este
otro pudiera también descifrarlos. Ese mismo año 1905, Freud formuló el concepto de pulsíón
(Trieb), concepto límite entre lo psíquico y lo somático que designa la delegación energética en el
psiquismo de una excitación somática de origen interno.
Como muchos otros conceptos, el cuerpo ha sido abordado por Lacan en los tres registros
fundamentales de su enseñanza: lo real, lo imaginario y lo simbólico. El abordaje metodológico
distinto de estos tres registros no debe hacer perder de vista su estrecha intricación,
metaforizada por el nudo borromeo. Véase Lacan.
Imaginario. En su comunicación de 1936 sobre el estadio del espejo, Lacan trata de la
constitución de la imagen del cuerpo en tanto totalidad y del nacimiento correlativo del yo [moi].
La imagen -unificante- del cuerpo se edifica a partir de la imagen que le reenvía el «espejo» del
Otro: imagen del Otro e imagen de sí en la «mirada» del Otro, principalmente la madre. Se
comprende que Lacan designe a menudo esta imagen del cuerpo con la expresión imagen
especular. Aunque este texto esté centrado en lo imaginario del cuerpo, se observará que la
intricación de los tres registros está muy presente. La imagen especular, en efecto, resulta de la
conjunción del cuerpo real en tanto orgánico, de la imagen del Otro y de la imagen que del cuerpo
propone el Otro, así como de las palabras de reconocimiento de ese mismo Otro (véanse espejo,
autismo). Lacan retrabajará esta cuestión de la imagen especular del cuerpo en reiteradas
oportunidades, y en especial a partir del esquema óptico de la experiencia de Bouasse y del
esquema óptico del Seminario X, 1962-63, «La angustia». La clínica del autismo da para pensar
que esta imagen unificante del cuerpo no se puede establecer a menos que exista previamente
una preimagen designada a veces con la expresión cuerpo propio. Como M. C. Laznik-Penot
(1994) lo ha demostrado muy bien, esta preimagen es creada por la conjunción del cuerpo
orgánico del niño y de la «mirada» de los padres sobre él, imagen anticipadora, idealizada, objeto
de amor y de investimiento libidinal. Dicho de otro modo, la organización del cuerpo propio del
niño es el resultado de una incorporación, en lo real del organismo del niño, de la dimensión fálica
de la que es revestido por el Otro parental. Este investimiento libidinal parental es, por lo tanto,
indispensable para la constitución del cuerpo propio y, por consiguiente, para la emergencia de
la imagen especular, del yo [moi] y del narcisismo de base, imprescindibles para la supervivencia
del niño. Se revela en esto nuestra alienación imaginaria, pero también la necesidad
estructurante de esta alienación verificada por las intensas angustias de despedazamiento del
cuerpo y de muerte observables en la clínica de las psicosis y del autismo, así como por
numerosas disfunciones orgánicas observables en la histeria y las otras neurosis y en las
perversiones. 
El cuerpo imaginario, para Lacan, es también la bolsa agujereada de los objetos a, pedazos de
cuerpo imaginariamente perdidos, de los que los más típicos son el seno, los excrementos, la
voz y la mirada (véanse objeto a, fantasma). A esta lista, se agrega un pedazo de cuerpo muy
particular, el falo en tanto faltante. Esta falta constituida por el objeto a causa el deseo, es decir,
la búsqueda en el cuerpo del otro de un objeto a imaginario, o del falo imaginario, considerado
como viniendo a taponar esta falta fundamental. Esta búsqueda implica la erogeneización de las
zonas orificiales pulsionales de la «bolsa» corporal: la boca, el ano, el ojo y la oreja, pero también
de algunos de sus apéndices, como el pezón y el pene.
En tanto trozo del cuerpo para el deseo del otro, el cuerpo es también el lugar del goce y por lo
tanto de la envidia y de los celos: los que se dirigen al objeto poseído por el otro (el pene faltante
o el seno del que mama el hermanito, por ejemplo).
Simbólico. Lacan introdujo el concepto de cuerpo de los significantes en su seminario sobre las
psicosis. Este concepto designa el conjunto de los significantes concientes, reprimidos o
forcluidos de un sujeto así como su modalidad general y singular de organización. Las palabras
que constituyen el cuerpo de los significantes y, por lo tanto, el sujeto del inconciente, pueden
haber sido dichas o pensadas mucho antes de la concepción del niño. Estos significantes
conciernen en primer lugar a su identidad (apellido, nombre, lugar en la genealogía, sexo, raza,
medio social, etc.). A esta herencia anterior al nacimiento viene a agregarse la constelación de
los significantes que vehiculizan los deseos, concientes e inconcientes, de los Otros parentales,
que constituyen la alienación simbólica del sujeto. Para Lacan, el psicótico escapa a esta
alienación simbólica por la forclusión del significante del falo.
Algunos de los significantes de las primeras inmersiones en el lenguaje del niño se inscriben en
la memoria psíquica, otros se graban en el cuerpo. Aunque estas inscripciones son bien
conocidas en los casos de histerias o de psicosomáticas, no están reservadas sólo a estas
estructuras psíquicas. Palabras, sílabas, fonemas, simples letras pueden afectar el cuerpo de
cualquiera, sea cual fuere su estructura. Por eso se ha podido decir que el cuerpo era una libra
de carne en la que se inscribían los significantes de la demanda y, por lo tanto, del deseo del
Otro.
Cuando se quiere insistir en el impacto de la palabra sobre el cuerpo, se dice más bien que el
cuerpo es hablado. Correlativamente, Lacan ha afirmado que el cuerpo era hablante. «Por medio
de su cuerpo mismo -decía Lacan-, el sujeto emite una palabra que, como tal, es palabra de
verdad, una palabra que ni siquiera sabe que emite como significante. Porque siempre dice
mucho más de lo que quiere decir, siempre mucho más de lo que sabe decir». (Los escritos
técnicos, 1953-1954.)
Observemos que este cuerpo simbólico aparece también en 4a existencia» que recibe de toda
nominación independientemente de su presencia orgánica, ya sea antes de su concepción o
después de su muerte, e incluso después de su completa desaparición como entidad biológica: 
los ritos funerarios y todos aquellos que conciernen a la memoria de los muertos son los testigos
de esta existencia particular del cuerpo simbólico.
Insistamos de nuevo en la intricación de los registros imaginario y simbólico: la palabra funciona
muy raramente en el registro de lo puramente simbólico, es decir, independientemente de toda
significación, aunque esta significación esté a menudo reprimida, y tanto más cuanto que la
palabra es portadora de deseo.
Real. El concepto de real en Lacan es susceptible al menos de tres significaciones específicas.
Connota lo imposible, lo resistente y el objeto del rechazo.
Cuando el concepto de real connota lo imposible, lo real del cuerpo está constituido por todo lo
que del cuerpo escapa a las tentativas de imaginarización y de simbolización. Aun cuando sea
absurdo cernir con palabras lo que constituye lo imposible de decir, sin embargo podemos
aproximarnos a ello pensando en las diversas teorías del cuerpo que aparecieron y todavía
seguirán apareciendo en el curso de los siglos en los diversos continentes. Aunque cierto
número de estas teorías no estén desprovistas de interés práctico, e incluso de eficacia
-especialmente terapéutica-, todas son incompletas y ninguna lo dice todo del cuerpo: lo real del
cuerpo se les escapa, no por imperfección de la ciencia sino por la estructura misma del mundo
y de las ciencias.
Otro real encuentra un lugar importante en la enseñanza de Lacan. Es aquel con el que
chocamos, el que vuelve siempre al mismo lugar, el que viene a poner obstáculo a nuestras
aspiraciones y a nuestros deseos, especialmente a los deseos infantiles de omnipotencia del
pensamiento. A menudo a este cuerpo se lo llama cuerpo real, y bajo esta denominación se
reúne la diferencia anatómica de los sexos y la muerte en tanto destrucción inevitable del soma.
En Lacan encontramos también bajo esta denominación a la prematuración orgánica del recién
nacido, a su patrimonio genético (del que se puede decir al pasar que es una especie de
escritura) y al despedazamiento corporal originario, obliterado por la imagen unificante del
cuerpo.
Esto concierne al ser deseante en general. Para el caso de un sujeto particular, el cuerpo real
está dotado de características específicas más o menos inmodificables. Por ejemplo, el color de
los ojos o el de la piel o una determinada desventaja, de nacimiento o adquirida: parálisis,
amputación, lesión neurológica, sordera o pérdida de la visión, infertilidad o impotencia orgánica,
etcétera.
Por último, no todo lo que resiste del cuerpo es necesariamente objeto de un rechazo cultural o
particular. Sin embargo, este puede ser el caso. Se ha notado así con frecuencia, en nuestra
cultura, la tendencia más o menos pronunciada al desconocimiento infantil de la diferencia de los
sexos y de la ausencia de pene en la madre. El ser deseante asume difícilmente la no existencia
de la relación sexual (cf. el artículo sexuación) y la muerte como destino final de cada cuerpo. 
Además se sabe que cada uno puede rechazar (en el sentido de reprimir o renegar) una u otra
de sus características corporales particulares.
¿Hay que concluir de todo esto, como Freud, que la anatomía constituye el destino del ser
deseante? La clínica psicoanalítica demuestra que no basta con tener un cuerpo de sexo
masculino para identificarse como hombre. Del mismo modo como no basta ser portador del
cromosoma Y para devenir mujer. Las identificaciones imaginarias, las palabras y el deseo de
los Otros parentales pueden empujar al sujeto en el sentido contrario a su sexo anatómico.
«Nacen» así varones fallidos, hombres afeminados, homosexuales, travestis y transexuales. Sin
embargo, no se puede decir que el cuerpo real, en tanto organismo, carezca de importancia.
Este no deja de oponer algunas resistencias a esas identificaciones imaginarias o simbólicas y a
las manipulaciones diversas que pueden inducir. De la misma manera, nunca deja de resultar
algún daño de que un sujeto rechace tal o cual característica singular de su cuerpo real.
Dicho de otro modo: el cuerpo real no deja de constituir destino, y si la anatomía no es
enteramente destino, lejos está de dejar de serlo del todo. 


Culpa
fuente(161) 
El genio de la lengua en que escribía podría explicar en parte la atención particular que Freud
dedicó a la existencia de un vínculo íntimo entre la culpa y la deuda: en efecto, la palabra
alemana Schuld designa tanto a la una como a la otra; el adjetivo schuldig significa a la vez
«culpable» y «deudor». Justamente a Freud le correspondía mostrar la raíz profunda de esta
implicación, considerada natural por la historia de las lenguas germánicas, a saber: la
importancia que tiene, en la noción de falta, una relación de rivalidad en la que se encuentran
anudadas: una obligación de fidelidad a otro, el despojo del que se le hace objeto o una
transgresión cualquiera de los deberes que se tienen hacia él, y por último la carga de tener que
pagar las consecuencias. Desde el relato, publicado en 1909, del análisis del Hombre de las
Ratas, paciente perdido en la red metafórica de una deuda imposible de pagar, hasta esa obra
tardía que es El malestar en la cultura (1929), en Freud resuena la idea de la omnipresencia de
una culpabilidad que, bajo las formas múltiples del remordimiento, los autorreproches y otras
sintomatologías, se presenta desde el inicio como fundamentalmente inexpiable y como
constituyendo «una desdicha interior continua». Una carta a Fliess del 3 de octubre de 1897
muestra por otra parte que el niño Sigmund Freud había sido precozmente marcado por el
estigma indeleble de la falta: «Todo me lleva a creer -escribe- [ ... ] que el nacimiento de un
hermano un año menor que yo suscitó en mí anhelos aviesos y genuinos celos infantiles, y que
su muerte (sobrevenida unos meses más tarde) dejó en mí el germen de un remordimiento»
(«Fragmentos de la correspondencia con Fliess»).
La omnipresente categoría de la falta
También muy pronto en su obra Freud identifica la acción multiforme y a menudo enmascarada
de un sentimiento de falta, al que en un principio (e incluso durante bastante tiempo, a pesar de 
objeciones por lo demás mal fundadas) considera universal. Cuando estudia su génesis en el
marco de su metapsicología, reconoce en efecto que ese sentimiento no toma de entrada en el
individuo, ni siempre en las diversas culturas, la forma de una verdadera culpabilización, es
decir, de una angustia ante el superyó. Mucho más tarde, en los textos en los que comienza a
encarar el problema desde el ángulo de la filogénesis, recurre a una distinción
histórico-etnológica, por así llamarla, ilustrada poco después por los estudios de varios
investigadores que ponen de relieve la existencia, en las sociedades tradicionales, de una forma
arcaica de culpa o, más precisamente, la sustitución (ante una enfermedad, un maleficio o lo que
se suele llamar una falta) de la lógica de la culpabilización interiorizada de un sujeto que se
reprocha ante todo a sí mismo, por una lógica persecutoria en virtud de la cual el mal es
proyectado sobre el otro. Mientras que al final de uno de sus últimos escritos, Moisés y la religión
monoteista (1939), Freud se refiere a la primera perspectiva como característica de nuestra
cultura judía y cristiana (bajo cuya acción el sentimiento de culpa «se apoderó de todos los
pueblos del Mediterráneo como un malestar oscuro, como un presentimiento de desdicha cuya
razón nadie podía explicar»), diez años antes identificaba una forma proyectiva de la culpa en la
manera extraña en que se comporta el «primitivo»: «Cuando lo golpea una desgracia -observa
en El malestar en la cultura- no toma la falta sobre sí; por el contrario, la imputa al fetiche, que
evidentemente no ha cumplido sus deberes, y a continuación lo aporrea en lugar de castigarse a
sí mismo».
Estas observaciones se corresponden con la distinción propuesta por Ruth Benedict a propósito
de Japón (The Chrysanthemum and the Sword, 1946) y retomada por E. R. Dodds con relación a
los griegos (The Greeks and the Irrational, 1959), distinción según la cual, en gran número de
culturas «tradicionales» o muy antiguas, se ignora el peso moral que recae sobre la conciencia
personal responsable de una transgresión. Para esas civilizaciones llamadas «de la vergüenza»
(shame cultures) en oposición a las civilizaciones «de la culpa» (guilt cultures), la falta es sólo
un ataque a las exigencias objetivas del conformismo al que el grupo somete al individuo, y éste
sólo experimenta la molestia o la vergüenza de verse privado del bienestar de la actitud
participativa y de encontrarse en cierto sentido excluido. Al respecto, en el Africa negra se han
encontrado rituales y terapéuticas que, acogiendo a sujetos presas de una conciencia culpable
interiormente torturante, se esfuerzan en ayudarlos a recuperar la posición -«normal», según la
regla del grupo- de acusadores de instancias maléficas externas, y en restituirles buenas
defensas de tipo persecutorio. Esta especie de ortopedia desembocaría entonces en que el
«primitivo» puede volver a la forma arcaica de la culpa de la que Freud, en El malestar en la
cultura indica el nivel en que la sitúa su propia teoría: «De modo que -escribe- conocemos dos
orígenes del sentimiento de culpa: uno es la angustia ante la autoridad; el otro, posterior, es la
angustia ante el superyó.» En el caso de los «primitivos», la jerarquía que implica este esquema
ontogenético se encuentra invertida: se quiere reemplazar la angustia interiorizada ante el
superyó por una angustia ante el grupo (que permite trivializar, conforme a las reglas de éste, la
representación del mal) como si se juzgara que esta última es menos patológica. 
El sentimiento «Inconsciente» de culpa
Si en ciertas culturas -en las que, en realidad, la discontinuidad entre la vergüenza y la falta no
es tampoco absoluta- se recurre a la lógica persecutoria para evitar que un desarrollo de la
culpa del individuo, lo empuje a las miserias del destino, parece que en el seno de otras -cuyo
mejor ejemplo sería el Occidente marcado con el signo de la falta por las religiones judía y
cristiana-, la lógica correlativa no encuentra su expresión más significativa en la confesión
sincera y de plena conciencia, sino bajo el disfraz de actitudes neuróticas y situaciones
psicóticas que indican la vigencia de procesos inconscientes. Es en el nivel de ese disfraz y su
sintomatología mórbida donde Freud pudo analizar con la mayor eficacia la «conciencia de
culpabilidad», en cuanto a su génesis -inconsciente, por este hecho- y sus efectos. La
descubre principalmente en las contradicciones e inhibiciones características de la neurosis
obsesiva (y de manera casi paradigmática en el Hombre de las ratas), en el autodesprecio
melancólico, en las resistencias de algunos enfermos ante la proximidad de la curación, en el
derrumbe de otros en el momento en que están por ser satisfechos sus anhelos, en el valerse
de una conducta criminal por necesidad de padecer un duro castigo.
Entre esas diversas situaciones, es particularmente esclarecedora -en razón de su carácter
altamente paradojal- la de los sujetos que, activos e inventivos en la búsqueda de un objetivo
codiciado durante mucho tiempo, se descubren incapaces de gozar del resultado de sus
esfuerzos, y condenados a ver en su éxito un verdadero fracaso. Mientras que en general es la
privación de una satisfacción libidinal lo que constituye la primera condición para la constitución
de la neurosis, en este caso es la no-privación -mas precisamente, la realización largamente
preparada de un deseo (de seducir a alguien o de conquistar un puesto elevado)- lo que
desemboca en el desasosiego y la enfermedad. Una de las más ricas descripciones de esta
frustración patológica en el umbral del goce buscado con ardor es la del comentario de Freud
sobre la obra de lbsen titulada Rosmersholm. La heroína, Rebeca Gainvik, acogida en una casa
austera y noble por el pastor Johannes Rosmer y su mujer Beate, cae víctima del «deseo salvaje
e indomable» de hacerse amar por ese hombre. Después de desplegar un plan criminal que
empuja a Beate al suicidio, ella se encuentra viviendo sola junto al pastor. Pero, en el momento en
que éste le propone matrimonio, se siente repentinamente paralizada y radicalmente incapaz de
aceptar lo que había deseado tanto, frustrada en el goce finalmente posible por la irrupción de un
poderoso sentimiento de culpa. Explica su rechazo considerándose «detenida por su propio
pasado».
Según la construcción dramática de lbsen, en ese pasado pesan tres secretos que estructuran
la culpa de Rebeca, y de ellos, el último permanecía fuera del campo de su conciencia. Le
confiesa al pastor el primero: su empresa criminal respecto a Beate. Pero, aunque lo calla,
piensa sobre todo en el segundo: las relaciones sexuales con el hombre que antaño la había
adoptado a la muerte de su madre. Y he aquí que inesperadamente se entera de que ese hombre
era su propio padre. Freud subraya en- 
tonces que, desde antes de la revelación explosiva de ese tercer secreto, su sentimiento de
culpa obtenía ya la eficacia patógena de aquel otro crimen capital, el incesto, que su
inconsciente no había podido no registrar, en vista de las relaciones íntimas entre su madre y su
«padre adoptivo» de entonces. Así, observa Freud, « ... cuando Rebeca llega a Rosmersholm, el
yugo interior de esa primera vivencia la empuja a suscitar, mediante una acción violenta, la
misma situación que la primera vez se había realizado sin que ella colaborara en absoluto:
eliminar la mujer y madre para ocupar su lugar junto al hombre y padre». A partir de una creación
literaria ante la cual no ahorra elogios, Freud nos ha enseñado (lo que numerosos ejemplos
clínicos le confirmaron) que « ... las fuerzas de la conciencia moral por las cuales enfermamos a
partir del triunfo, y no como es habitual, a partir de la frustración, dependen, como ocurre con
nuestra conciencia de culpa en general, del complejo de Edipo, de la relación con el padre y con
la madre».
En un registro menos dramático, y en el campo de la clínica ordinaria, también se puede
comprobar que todo éxito, incluso cuando parece bien acogido, sigue acosado más o menos
conscientemente por la memoria de una especie de transgresión y por un sentimiento de culpa.
En efecto, en el hombre la necesidad de tener éxito está siempre montada sobre el deseo de
superar al padre: «Todo ocurre -escribe Freud- como si lo esencial en el éxito fuera haber
llegado más lejos que el padre, y como si siempre continuara prohibido sobrepasarlo». Pero, para
escapar de la memoria, culpable del incesto y del parricidio -que son «los dos grandes crímenes
de los hombres, los únicos que, en las sociedades primitivas, son perseguidos y excecrados»-,
algunos individuos encuentran una salida, no en el fracaso al final del trayecto, como Rebeca, o
en la persecución casi maníaca del éxito, sino, de manera más paradójica, en actos criminales,
como si su delito actual se inscribiera en una estrategia masoquista que conduce al castigo por
el cual, al hacerse punir por la sociedad, pagarían el precio de conductas criminales que se
remontan a la posición edípica.
Los dos ejemplos presentados aquí de la concepción freudiana del sentimiento de culpa, tomado
uno de la literatura y el otro de la clínica, ilustran la necesidad de tener en cuenta el carácter
inconsciente de ese sentimiento, en cuanto se quiere pasar de la observación del síntoma al
análisis de su génesis. El psicoanalista encuentra otro efecto significativo de ese sentimiento
inconsciente en la cura de ciertos pacientes cuyos males se agravan de manera sorprendente
en el momento mismo en que están muy cerca de curarse, como si no pudieran aceptarlo. En ese
rechazo, que designa con la expresión «reacción terapéutica negativa», Freud ve la influencia
«de un factor por así decir moral, de un sentimiento de culpa que encuentra su satisfacción en la
enfermedad y no quiere renunciar al castigo representado por el padecer» (El yo y el ello, 1923).
En la misma época, en «El problema económico del masoquismo» (1924), a propósito de esas
«fuerzas que se dirigen contra la curación» y no quieren renunciar a «una cierta cantidad de
sufrimiento», admite que la expresión «necesidad de castigo» es perfectamente adecuada para
la explicación de esta conducta, pero a pesar de la dificultad de vincular los términos
«sentimiento» e «inconsciente», dice que prefiere hablar de un sentimiento inconsciente de
culpa, que puede ser aprehendido y localizado «según el modelo del sentimiento consciente de 
culpa». En la oposición del enfermo a la influencia de la cura, ve una forma de masoquismo -el
masoquismo moral-, que es «desde un cierto punto de vista el más importante» y «que sólo
recientemente ha sido reconocido por el psicoanálisis como sentimiento de culpa, en general
inconsciente». La necesidad de expiación o de castigo con la que se identifica ese sentimiento
se traducirá en este caso por la negativa a renunciar a «un cierto grado de padecimiento» que le
es de alguna manera necesario. Se comprende así que, no obstante, pueda tolerarse la curación
entrevista si al mismo tiempo se satisface esta necesidad de castigo con otros padecimientos
orgánicos, profesionales o sentimentales.
La génesis de la culpa
Este masoquismo que ha descubierto sobre todo en sujetos empujados a conductas criminales
por el sentimiento de culpa y que, por el mismo motivo, se niegan a curar, es caracterizado por
Freud como masoquismo moral precisamente en 1923, en el momento en que, conocidos desde
mucho antes estos hechos clínicos, emprende su elaboración teórica en el marco de lo que llama
su metapsicología. La constitución del sentimiento de culpa, generador de los trastornos
neuróticos de los que se trata, se explicará en adelante por el mismo mecanismo que da cuenta
de la formación de la conciencia moral a partir de¡ superyó. La conciencia culpable se presenta
como la expresión y el resultado de una tensión entre el superyó y el yo, tensión cuya
importancia Freud había advertido unos años antes («Duelo y melancolía», 1915-17), en la
escisión del yo melancólico en un acusador (que reprocha al objeto de amor) y un acusado (que
vuelve contra sí mismo, bajo la forma de autorreproches, las quejas que apuntan al objeto
desaparecido). Al extraer de este modo la noción de superyó, instancia crítica construida por la
interiorización específica de una relación intersubjetiva, Freud le atribuye al sentimiento de culpa
un papel muy amplio en el seno de la vida psíquica. Derivado a la vez del narcisismo primitivo y
del complejo de Edipo, consecuencia de una identificación con el padre rival e interdictor, el
superyó puede estimular al yo en su persecución de un logro, o bien aplastarlo bajo el peso de
sus prohibiciones, activando para tal fin las pulsiones agresivas del ello, es decir, a la pulsión de
muerte. Va a «mostrarse duro, cruel, inexorable respecto del yo que tiene a su cuidado» y que,
por masoquismo, busca hacerse criticar y castigar, como si le diera alguna satisfacción esa
condición de víctima ante una instancia que encarna la figura parental punitiva.
Es con la interiorización en el superyó de esa autoridad prohibidora que el sentimiento de culpa
se eleva a un nivel en el que merece verdaderamente ese nombre. Antes de ese umbral, en
efecto, sólo se encuentra una forma primitiva de culpabilidad que es simple angustia ante la
posibilidad de perder el amor de los padres (Hilflosigkeit) y que, con el complejo de Edipo, cederá
el paso a la angustia ante la severidad de la instancia superyoica que representa a la autoridad
parental. Esa angustia llamada «premoral» o «social», que corresponde en cierto modo a lo que
los antropólogos encuentran en las «culturas de la vergüenza» y que, en las otras sociedades,
puede coexistir en los márgenes del sentimiento de culpa postedípico (por ejemplo, bajo la forma 
de una dependencia temerosa respecto de la tutela del grupo), sigue siendo muy débil en
comparación con la que tiene por agente el superyó -diga lo que diga el freudomarxisino- Cuando
la tiranía del superyó se hace despiadada, como se ve en la neurosis obsesiva, no sirve de nada
tratar de suspender o aplacar sus exigencias. En esa situación, dice Freud, « ... la renuncia a las
pulsiones ya no ejerce ninguna acción plenamente liberadora, la abstinencia ya no es
recompensada con la seguridad de conservar el amor, y se ha intercambiado una desdicha
exterior amenazante -pérdida del amor de la autoridad exterior y castigo de su parte- por una
continua desdicha interior, que resulta de ese estado de tensión propio del sentimiento de
culpa». Esta teorización freudiana ha sido modificada por Melanie Klein, en particular en cuanto
al momento de aparición de la angustia culpable. Melanie Klein remonta a un período muy precoz
-incluso anterior a la adquisición del lenguaje- la primera configuración del superyó y las
tensiones de la culpabilidad y del masoquismo, como si el complejo de Edipo interviniera ya
entonces por una especie de retroacción. Desde el comienzo de lo que Klein llamó «posición
depresiva», el niño viviría en el temor de que su propia agresividad aniquile o haya destruido al
«buen objeto». Y esto ocasiona una angustia por la preservación del propio yo en cuanto éste
se ha identificado con ese objeto y su integridad depende de la de aquél. Según Melanie Klein, lo
que conforma el núcleo del superyó y provoca el desarrollo de un sentimiento de culpa invasor y
tiránico, es la introyección temprana de los progenitores, amados de manera ambivalente. La
crisis edípica propiamente dicha intervendría entonces más bien para atemperar y estructurar
esta angustia muy precoz.
De la ley y la falta al comercio simbólico
Aunque parezca rigurosamente encerrado en la experiencia vivida por la subjetividad individual,
el sentimiento de culpa sólo puede comprenderse en su realidad concreta si se lo remite, más
allá del superyó, a la ley, a la prohibición y a la alteridad, o intersubjetividad implicada en ellas.
Reflexionando en 1950 sobre el alcance de la noción de superyó y sobre el modo en que se
originó en la teoría psicoanalítica, Lacan subrayaba que el sentimiento de culpa es lo que
responde en lo vivido a los efectos más diversos y más ocultos de «un simbolismo cuyas formas
positivas se coordinan en la sociedad, pero que se inscribe en las estructuras radicales que
transmite inconscientemente el lenguaje» («Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis
en criminología», en Escritos).
Una ley, de la que san Pablo ha dicho que «hace el pecado», preside ese «simbolismo» o el
orden simbólico, «esa dialéctica que escande los partos de nuestra sociedad y en la que la
sentencia paulina encuentra su verdad absoluta». Pero tiene una significación totalmente
diferente que la de ser una necesidad biopsicológica, una semántica moral inmanente o un orden
contingente establecido por las instancias constitutivamente represivas de la sociedad. 
Coincidiendo puntualmente con los análisis de Lévi-Strauss, Lacan recuerda en tal sentido que
Freud, en 1912, en Tótem y tabú, había tomado en cuenta lo «social» al mostrar «en el crimen
primordial el origen de la ley universal» y al reconocer así «que con la ley y el crimen comenzó el
hombre». El crimen marca las sociedades a través de dos de sus formas, que son las más
aborrecidas: el parricidio, cuya memoria se transmiten y cuyos estigmas llevan como los de una
imprescriptible culpabilidad original, y el incesto, del cual la interdicción que le oponen reviste
también un valor fundante. Pues su prohibición en los diversos grupos humanos constituye el
pivote subjetivo en torno al cual el individuo ancla en la ley de la cual dependen a la vez el
reemplazo por la cultura del reino del acoplamiento y la necesidad, y las reglas de la alianza y el
parentesco. De modo que la prohibición que, en la época del complejo de Edipo, crea la primera
situación de culpa, esa «ley que hace el pecado», inscribe al sujeto en el comercio simbólico.
Todos los imperativos que entrarán en vigor a partir de esa prohibición primordial, y que por ello
limitarán las elecciones del individuo, son las figuras -siempre más o menos imprecisas, es
cierto- de la ley que funda la cultura al abrir a los sujetos al intercambio y al reconocimiento
mutuos.
La herencia colectiva de la culpa
La angustia de culpabilidad o «angustia de conciencia» ante el superyó, en tanto que se
distingue de la «angustia real» ante el mundo exterior, y de la «angustia neurótica» ante la fuerza
de las pulsiones en el ello (Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis), esta angustia,
que es la heredera del complejo de Edipo en un sujeto singular, nos lleva por lo tanto a encontrar
lo social como preexistente a ese sujeto, en su dimensión histórica y en sus «estructuras
radicales» transmitidas de modo inconsciente por el lenguaje. Así la teoría psicoanalítica de la
culpa nos conduce al psicoanálisis de la cultura, como si pudiera decirse que aquí, de la misma
manera que en biología, la ontogénesis es una duplicación de la filogénesis. Como lo observó
Marcuse, el pasaje de Freud a la indagación psicoanalítica del orden sociocultural tuvo como
punto de partida la clínica: el autor de Tótem y tabú parece haber descubierto en la tensión entre
el yo y el superyó, propia del sentimiento personal de culpa, una intensidad tan
desproporcionada con relación a las acciones culpables reales, que en ella se podía percibir la
influencia de «acontecimientos genéticos» ubicados en un remoto pasado de la especie. Por otra
parte, siguiendo los análisis de Kaufmann, que son decisivos para el conjunto de esta cuestión
de suma importancia, se observará que cuando Freud recurre al mito de la horda primitiva para
figurar esa extensión filogenética, no se ve obligado a salir verdaderamente de la esfera
individual, pues la historicidad del sujeto está anclada originariamente en la historicidad de la
cultura: uno y otra avanzan al trasponer los estratos de un pasado que tiene, en ambos casos,
el mismo modo de supervivencia.
El origen de la culpabilidad humana se encontraría entonces en las experiencias de las 
generaciones anteriores; aparece en el mito del asesinato primordial, como el último momento de
una secuencia en la que los dos primeros son la fascinación ejercida por el jefe de la horda, que
es el poseedor de las mujeres y el amo del poder del lenguaje, y la evicción de ese padre
omnipotente, en un movimiento de apropiación en el marco de la creencia de la «omnipotencia de
los pensamientos». El mito, dice Freud, muestra el valor atribuido por el hombre a la adquisición y
el desarrollo del lenguaje o, según Kaufmann, «la investidura narcisista del lenguaje naciente».
Tanto en el terreno de la organización social como el de las estructuras subjetivas individuales
(según el ejemplo del Hombre de las ratas en la escena de infancia donde él injuria a su padre),
la violencia parricida tomaría, en el momento de la emergencia del lenguaje, la forma de la
conquista usurpadora de ese poder fascinante, conquista «solidaria-de la angustia de
conciencia, matriz de las prohibiciones».
El inextinguible sentimiento de culpa, en el cual se perpetúa el crimen irremisible, hace que la
instancia omnipotente, eliminada, continúe fascinando y prohibiendo a través de las
generaciones. La fascinación que ella ejerce (precisamente en tanto víctima) se difunde y
distribuye con modalidades diversas entre los actores sociales y los grupos, mientras se corre
el peligro de que la agresividad antes dirigida contra la figura del padre se vuelva contra los
semejantes, cada uno de los cuales puede evocar para otro al omnipotente original. Al reforzar
el sentimiento de culpa mediante prohibiciones exógenas, la civilización limita la eventualidad de
una violencia generalizada y hace pagar al individuo, con una inevitable «pérdida de felicidad», el
equilibrio del grupo o el progreso cultural.
En Moisés y la religión monoteísta, Freud señala en tal sentido el costo manifiestamente más alto
propio del modo en que la culpabilidad original sobrevive en el interior de un sistema religioso,
más precisamente en el judaismo: «El marco de la religión de Moisés -escribe- no ofrece ningún
espacio a la expresión directa del odio asesino al padre; sólo podía salir a la luz una potente
reacción contra ese odio: el sentimiento de culpa nacido de esa hostilidad, la mala conciencia de
haber pecado contra Dios y de no dejar de pecar.» Pero se intenta apaciguar ese sentimiento de
culpa, insaciable por su origen profundo, haciéndolo derivar de otra motivación que encubre al
odio: como ese sentimiento puso al desnudo su incapacidad para obedecer los mandamientos, el
pueblo elegido, presa de «un renovado arrebato de ascesis moral», trabaja para hacer esos
mandamientos cada vez más rigurosos e imponerse «constantemente nuevas renuncias a las
pulsiones»; alcanzó así un nivel ético que no conocieron jamás las otras sociedades antiguas.
No obstante, «esta ética no puede negar que su, origen es el sentimiento de culpa nacido de la
hostilidad reprimida con respecto a Dios. Tiene el carácter inconcluso e inconcluible de las
formaciones reactivas propias de la neurosis obsesiva».
Fue en el cristianismo, con san Pablo, donde retornó por primera vez el recuerdo del crimen
primitivo, bajo la forma de esta confesión: «Somos tan desdichados porque hemos matado a Dios
Padre». Por cierto, el ajusticiamiento de Dios no era mencionado expresamente, pero, puesto que
la nueva religión se fundaba en la necesidad de una redención a través de la muerte del Hijo, era
evidente que «un crimen que debía expiarse con el sacrificio de una vida sólo podía haber sido 
un asesinato». Así como el judaísmo era la religión del Padre, el cristianismo pasó a ser la religión
del Hijo, y de tal modo puso de manifiesto que no había «escapado a la fatalidad de tener que
hacer a un lado al Padre», aunque sus resistencias a representarse el parricidio lo hayan llevado
a reemplazar el «crimen indecible» por la hipótesis de un «pecado original», acto cuya naturaleza
sigue siendo muy vaga, pero de cuyo fondo emergerán los pecados personales de los
descendientes de Adán, así como, en el marco general de las conductas humanas, la acción
singular pasible de reproche -sea éste justificado o patológico enraíza en remotas y sólidas
«organizaciones cuya trama no ha sido anudada por el individuo, sino por la constitución misma
del sujeto hablante» (Kaufmann).
La idea de la herencia colectiva de una culpa originaria -sobre la cual toda sociedad, en especial
la sociedad religiosa, puede, abusivamente, fundamentar sus recursos represivos encuentra
entonces expresión en la categoría de la deuda, de algún modo semánticamente vecina a la de la
falta, pero que, según una pertinencia más específica, puede comprenderse como «la deuda
simbólica por la cual el sujeto es responsable en tanto es sujeto de la palabra» (Lacan), que lo
convierte en deudor respecto de la ley introducida por el lenguaje en el origen de los tiempos
históricos. El mito filogenético permite entonces distinguir en esa «desdicha interior continua»
que es el sentimiento de culpa, la huella de la inserción de la historia de un sujeto en la historia de
la organización de la sociedad humana, en la construcción de ese orden en el que, como dice
Rabelais, sin el movimiento de esta deuda primordial no habría simbolización, ni esos juegos de la
alteridad extendidos hasta los límites de ese cosmos que él llama la «alternación». 


Culpa
(sentimiento de)
fuente(162) 
(fr. sentiment de culpabilité; ingl. sense of guilt; al. Schuldgefühl). Sentimiento conciente o
inconciente de indignidad que sería, según S. Freud, la forma bajo la cual el yo percibe la crítica
del superyó.
El sentimiento de culpa fue puesto en evidencia en primer lugar por Freud en la neurosis
obsesiva. El sujeto, que percibe sus manifestaciones en forma de ideas obsesivas, lo ignora
todo sobre la naturaleza de los deseos inconcientes que ellas tienen en su base. En la
melancolía, el sentimiento de culpa desempeña también un papel esencial: pero aquí la instancia
crítica (o «conciencia moral»), que está separada del yo por escisión, le permite al sujeto
«volear» sobre el propio yo los reproches que dirige al objeto de amor. El carácter neurótico del
sentimiento de culpa obedece a la imposibilidad, para el sujeto, de sobrepasar la problemática
edípica. Así, el sentimiento de culpa permanece en gran parte inconciente, pues la aparición de la
conciencia moral está íntimamente ligada al complejo de Edipo, que pertenece al inconciente. El
sentimiento de culpa inconciente es uno de los obstáculos principales con los que tropieza la
cura analítica. No existe, escribe Freud, un medio «directo» de combatirlo. El único medio
propiamente analítico consiste en trasformar poco a poco el sentimiento de culpa inconciente en
conciente. 


Culturalismo
Alemán: Kulturalismus. 
Francés: Culturalisme. 
Inglés: Culturalism.
fuente(163) 
Con este término se designan las tendencias de la antropología que intentan descubrir, en la
diversidad de las culturas, de los comportamientos, de las actitudes, de las mentalidades y de las
costumbres, una explicación del hombre basada en la diferencia y lo relativo, cuestionando el
universalismo propio de los grandes sistemas de pensamiento derivados de la tradición del saber
occidental.
La corriente culturalista es esencialmente norteamericana, y la representan sobre todo los
trabajos de la escuela llamada Cultura y Personalidad, en la que se agruparon durante el período
de entreguerras Abram Kardiner, Ruth Benedict (1887-1948), Margaret Mead, Ralph Linton
(1893-1953) y Cora Dubois, en torno a un trabajo colectivo de antropología cultura¡ centrado en
dos grandes nociones: el pattern y la personalidad básica. Por pattern, concepto que introdujo
Ruth Benedict en 1934, se entiende la forma específica que toma una cultura para singularizarse
con relación a otra; la personalidad básica, idea postulada en 1939 por Linton y Kardiner, remite
a los elementos constitutivos de una sociedad dada.
Aunque la corriente Cultura y Personalidad se ha mostrado crítica respecto de las tesis
freudianas, constituyó una de las vías de introducción del psicoanálisis en los Estados Unidos.
El debate entre culturalismo y universalismo no se limita a los trabajos de esta corriente, sino que
atraviesa toda la historia del psicoanálisis, en sus relaciones, no sólo con la antropología, sino
también con la cuestión de la diferencia de los sexos, con el complejo de Edipo, con la
prohibición del incesto, y, finalmente, con el propio inconsciente. 


Cumplimiento (o realización) de deseo
fuente(164) 
(fr. accomplisserrient de désir; ingl. Wish-fulfilment; al. Wunscheifüllung). Formación psíquica que
permite en un sujeto la realización del deseo en el modo imaginario, bajo una forma más o menos
indirecta.
En La interpretación de los sueños (1900), S. Freud enuncia que el sueño, en tanto formación del
inconciente, es un cumplimiento de deseo. El deseo se pone en escena en él de modo
alucinatorio, bajo una forma más o menos disfrazada por el trabajo del sueño, en razón de la
censura. Del mismo modo, el fantasma, en tanto guión escénico imaginario del sujeto, que se
manifiesta en él de una manera más o menos disimulada como actor y/o espectador, ilustra por
excelencia el cumplimiento de su deseo. El síntoma comparte con el sueño el estatuto de
formación de compromiso. A este respecto, aparece como el producto indirecto de un
cumplimiento de deseo, que se expresa en él bajo una forma disfrazada. 
Cumplimiento (o realización) de deseo
Cumplimiento (o realización) de deseo
Al.: Wunscherfüllung. 
Fr.: accomplissement de désir. 
Ing.: wishfulfilment. 
It.: appagamento di desiderio. 
Por.: realização de desejo.
fuente(165) 
Formación psicológica en la cual el deseo se presenta imaginariamente como cumplido. Las
producciones del inconsciente (sueño, síntoma y, por excelencia, la fantasía) constituyen
cumplimientos de deseo en los que éste se expresa en una forma más o menos disfrazada. 
No es éste el lugar adecuado para exponer la teoría psicoanalítica del sueño, cuya proposición
fundamental (el sueño constituye un cumplimiento de deseo) pareció representar para Freud,
como es sabido, el signo inaugural de su descubrimiento(166). En La interpretación de los
sueños (Die Traumdeutung, 1900), Freud se dedicó a demostrar la validez universal de esta
afirmación y a comprobarla en todos los casos que aparentemente la desmentían (sueños de
angustia, punitivos, etc.). Recordemos que en su obra Más allá del principio del placer
(Jenseits des Lustprinzips, 1920), el problema de la repetición de los sueños de accidentes en
la neurosis traumática condujo a Freud a poner en tela de juicio la función del sueño como
cumplimiento de deseo y a buscar, para el sueño, una función más primaria (véase: Compulsión
a la repetición; Ligazón).
Desde un principio resultó evidente para Freud la analogía entre sueño y síntoma; la señaló ya en
1895, y comprendió todo su alcance a partir de La interpretación de los sueños. Mencionemos,
por ejemplo, estas líneas dirigidas a W. Fliess: «Mi última generalización perdura y parece querer
progresar hasta el infinito. No solamente el sueño es un cumplimiento de deseo, sino también el
ataque histérico. Esto es exacto para el síntoma histérico y sin duda también para todos los
fenómenos neuróticos, como ya reconocí(167) en el delirio agudo».
Obsérvese que la idea según la cual el sueño cumple un deseo es presentada por Freud en
forma de una locución substantiva; así el lector encuentra fórmulas como: dos cumplimientos de
deseo se hallan en el contenido latente de tal sueño, etc. El término «cumplimiento de deseo»
adquiere por ello un valor autónomo, como si designara no sólo una función del sueño, sino
también una estructura interna de éste, susceptible de entrar en combinación con otra. En este
sentido se convierte prácticamente en sinónimo de fantasía.
Esta observación subraya el hecho de que ninguna producción del inconsciente puede decirse
que cumpla un deseo: cada una de ellas aparece como el resultado de un conflicto y de un
compromiso: «Un síntoma histérico sólo se produce allí donde dos cumplimientos de deseos
opuestos, cada uno de los cuales encuentra su origen en un sistema psíquico distinto,
concurren en una expresión única».
La expresión anglosajona «wishful thinking», que corresponde a la locución francesa usual:
«confundir los deseos con realidades», hace referencia a la concepción psicoanalítica del
cumplimiento de deseo. Sin embargo, sería erróneo confundirlas pura y simplemente. En efecto,
cuando se habla de wishful thinking, el acento recae en lo real que el sujeto desconoce, ya sea
porque olvide las condiciones que le permitirían cumplir su deseo, ya sea porque deforme su
aprehensión de lo real, etc. En cambio, cuando se habla de cumplimiento de deseo, el acento
recae en el deseo y en su escenificación fantaseada; generalmente aquí no se desconoce la
dimensión de lo real, puesto que no se halla presente (sueño). Por otra parte, wishful thinking se
emplea más bien cuando se trata de anhelos, proyectos, deseos a propósito de los cuales no es 
esencial la referencia al inconsciente. 


Cura
fuente(168) 
Según el uso francés más generalmente admitido, la «cura» es «el tratamiento de una
enfermedad de una herida, que conduce a su curación» (Littré).
Es notable, sin embargo, que haya sido precisamente lo esencial de esta definición, aquello que
resultó afectado por la crítica psicoanalítica de la noción. Lo central en la lectura que sobre la
cuestión nos ha dejado Lacan, es la obligación que se le impuso, de caracterizar la cura desde
un punto de vista totalmente distinto que el de sus efectos terapéuticos: la curación, tal como lo
ha afirmado muchas veces, no debe darse más que «por añadidura». Esa formulación adquirirá
todo su relieve si se considera su alcance polémico con respecto a la concepción
norteamericana del «psicoanálisis del yo». Para esta tendencia, representada sobre todo por
Hartmann, Kris y Loewenstein, es propio de la cura asegurar el dominio de la pulsión mediante el
refuerzo de yo; el fin buscado se resume en la adaptación del individuo a la realidad. La escuela
francesa se asoció a esta postura en el ambiente del Instituto de Psicoanálisis, estrechamente
solidario con las tesis de la Internacional animada por estas corrientes, de las cuales se
recordará, por ejemplo, la exposición de Bouvet sobre la «cura tipo» en el tratado de psiquiatría
de la Enciclopedia médico-quirúrgica, aun con atenuaciones aportadas por la publicación, bajo la
dirección de S. Nacht, de la colección El psicoanálisis de hoy. Allí, P. C. Recamier, en particular,
recomienda prestar atención sistemática a las diferentes variantes de la organización del yo, a
fin de prevenir al terapeuta ante los riesgos a los que puede quedar expuesto un carácter
masoquista o muy fuertemente narcisista. No obstante, a juicio de Lacan, la teoría y la práctica
psicoanalíticas exigen una crítica radical del concepto de «fuerza del yo», puesto que la
dirección de la cura y los principios de su poder -para retomar el título del artículo publicado en
1961 en el volumen sexto de la revista La Psychanalysese fundan por igual en la estructura de
un sujeto que, en tanto sujeto de la palabra, está constituido a partir de su carencia misma. El
artículo citado integra en la definición de la cura el conjunto de los temas lacanianos relacionados
con la función de castración inherente a la palabra. Temas innovadores sin duda, pero que
permiten volver a plantear aquellos problemas técnicos ya abordados por Freud y en particular el
tema del final del análisis. El artículo fundamental, de 1937, «Análisis terminable e interminable»
(«Endliche und unendliche Analyse»), escrito a la manera de comentario sobre la búsqueda, por
Ferenczi, de un acortamiento del análisis, identifica como obstáculos a la terminación de la cura
la castración en el caso del hombre y la envidia del pene en el de la mujer. El carácter estructural
de ambas carencias excluye toda concepción de la cura que la haga coincidir, como lo hace el
psicoanálisis del yo de la escuela norteamericana, con la búsqueda de un dominio yoico, dirigido
a satisfacer las normas de la adaptación a la realidad. En síntesis, la terminología de Lacan
permitirá formular una crítica de la cura, caracterizándola como el desarrollo de una relación
dialéctica entre la aspiración narcisista del objeto a y el polo de la palabra representado por el A.
Desde este punto de vista, sería propio de toda teoría de la cura afirmarse como la realización de
un sujeto que, a la inversa del yo caracterizado como exigencia de dominio, se constituye a
partir de la hiancia que abre en la experiencia, la referencia del ser hablante al Otro, entendido
como el lugar de la palabra. De modo que la cura no tiene por finalidad suturar esa hiancia, sino
ponerla de manifiesto y eventualmente dejarla cursar las vías de la sublimación. El escrito capital 
de Lacan titulado «La dirección de la cura y los principios de su poder», publicado en 1961 en el
tomo sexto de la revista La Psychanalyse, órgano de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis,
dedicado a las «Perspectivas estructurales», da su fundamento, en el registro de la práctica
analítica, al bosquejo ya presentado por Freud en dos oportunidades en términos que aproximan
aquella realización y la génesis de la obra de arte: «Formulaciones sobre los dos principios del
acaecer psíquico» y la nº 22 de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (apartado
sobre la regresión). «Originariamente -decía en el primero de esos textos-, el artista es un
hombre que, no pudiendo avenirse a renunciar a la satisfacción pulsional que exige en primer
término la realidad, se aparta de ésta y da libre curso en la vida de la fantasía a sus deseos
eróticos y ambiciosos. Pero él encuentra el camino que lleva desde ese mundo de fantasía hacia
la realidad: gracias a sus dones particulares, da forma a sus fantasías para hacer de ellas
efectividades de un nuevo tipo, que circulan entre los hombres como imagenes muy preciosas
de la realidad. Es así como, en cierto modo, llega a ser realmente el héroe, el rey, el creador, el
bienamado en que querría convertirse, sin tener que pasar por el enorme rodeo que consiste en
transformar realmente el mundo exterior. Pero sólo puede llegar a esto porque los otros hombres
experimentan la misma insatisfacción que él con respecto al renunciamiento exigido en lo real, y
porque esa insatisfacción que resulta del reemplazo del principio de placer por el principio de
realidad es ella misma un fragmento de la realidad.»
De modo que la sublimación artística tiene por función expresar, con el sello de la comunidad de
los sujetos, la carencia en virtud de la cual cada sujeto se constituye a partir de esa hiancia de la
experiencia que se nos presenta como la realidad, en tanto que ley de la insatisfacción pulsional.
De ese debate derivan las interpretaciones divergentes de la organización de la cura, de las que
es signo la aparición en Lacan de una teoría y una práctica de la «sesión corta», práctica
caracterizada por el ritmo de sucesión de las sesiones, y no por su duración, observada a los
fines del refuerzo del yo en el dominio de la pulsión y en la adaptación a una «realidad»
concebida como dada, y no como ley de la carencia subjetiva. Esta última es la realidad
designada por Freud con el término Realität, mientras que Wirklihkeit designa la efectividad de lo
dado. 


Cura (fin de la)
fuente(169) 
(fr.fin de la cure; ingl. cure end; al. Ende der Analyse). Término al que convendría que la cura
analítica llegase, en una perspectiva para la que el fin, en el sentido de terminación, debería
coincidir con el fin, en el sentido de finalidad.
En los primeros tiempos del psicoanálisis, el problema del fin de la cura no se constituye como
tal. Con el descubrimiento de un método que parece hacer desaparecer el síntoma a través de la
toma de conciencia de lo que lo determina, el terapeuta cree poder dar cuenta de una manera
evidente tanto de su perspectiva como de sus medios.
El fin de la cura para Freud. Muy pronto, sin embargo, debía prestarse atención al hecho de que
no toda sedación era definitiva, y que el síntoma volvía a veces a aparecer, eventualmente bajo
una forma nueva. La hipótesis de una pulsión de muerte y de un automatismo de repetición 
puede explicar lo que se presenta como «reacción terapéutica negativa».
Desde ese momento pareció necesario fijarle a la cura un nuevo objetivo, menos ligado quizás a
las particularidades del síntoma. Hay que resituar en este marco objetivos como el levantamiento
de la amnesia infantil, la restitución de la capacidad de amar y trabajar o, en autores como
Hartmann, el refuerzo de un yo autónomo considerado capaz de adaptarse mejor a la realidad.
Sobre la cuestión del fin de la cura, sin embargo, un texto breve de Freud, Análisis terminable e
interminable (1937), constituye un punto de viraje esencial. En ese texto, Freud explica que, en
el momento mismo en que un análisis parece llegar a su fin, surge comúnmente una resistencia
más fuerte que todas las que pudieron precederla. «El hombre no quiere someterse a un
sustituto paterno, no quiere deberle nada, por lo tanto no quiere aceptar más la cura del médico».
En el hombre en análisis hay «protesta viril», o rechazo de la posición pasiva hacia otro hombre.
En cuanto a la mujer en análisis, las cosas no se presentan mejor, puesto que la «envidia del
pene» la aparta de aceptar la solución propuesta por el analista, haciéndola entrar en rivalidad
con él. En uno como en otro caso, el análisis tropezaría contra la «roca de la castración», lo que
impediría llevarlo a su verdadero término.
¿Es esta la última palabra del psicoanálisis? Además de que la cuestión de la castración pudo
ser reexaminada después de Freud, también parece posible esbozar nuevas perspectivas.
Perspectivas lacanianas. J. Lacan es seguramente uno de los que más se ha preocupado por el
fin del análisis, e hizo de este numerosas presentaciones: introducción del sujeto al lenguaje de
su deseo, asunción del ser para la muerte, etc. En especial llega a decir que, si el psicoanálisis
deshace las identificaciones, las idealizaciones a las que el sujeto se aferraba, al fin este
encuentra su ser bajo la forma del objeto a. Este objeto que venía a hacer de tapón al vacío de
su deseo era en definitiva él mismo: al término del proceso, el sujeto puede verificar [réaliser:
hacer real, concreto, y darse cuenta] que él se había hecho objeto -desecho- del Otro. Ello al
menos en su fantasma, pero, para el hombre, es el fantasma el que organiza la realidad. Y el
psicoanálisis podría ayudarlo en definitiva a desprenderse de esta posición. El fin del análisis
sería un «atravesamiento del fantasma».
Para Lacan hay, sin embargo, una paradoja. Puede considerarse, efectivamente, que los análisis
llevados «más lejos» son los de aquellos que se determinan a hacer ellos mismos función de
analistas. Mas hacer función de analista es, en cierto modo, para el analizante, ocupar el lugar
del objeto a, ese objeto inintegrable que al fin de cuentas expulsará. ¿Cómo puede alguien
desear instalarse en ese lugar, pregunta entonces Lacan, y, sobre todo, cómo operará el deseo
de aquel que se instala en ese lugar en la cura de los que tendrá que oír? Para resolver esta
cuestión, en especial, Lacan instauró en su escuela un procedimiento al que llamó el pase, modo
original de nominación de los analistas. 

Notas finales


Nota 1
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 2
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 3
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 4
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 5
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 6


Nota 7
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 8
Diccionario de Psicoanálisis. 
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 9
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 10
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 11
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 12
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 13
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 14
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 15
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 16
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 17
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco 
y
Michel Plon


Nota 18
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 19
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 20
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 21
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 22
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 23
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 24
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 25
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama 




Nota 26
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 27
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 28
Diccionario de Psicoanálisis. 

Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 29
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 30
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 31
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 32
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 33
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 34
Freud, en la edición de 1920 de los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad (Drei Abhandlungen Zur
Sexualtheorie), alude además a las experiencias fisiológicas sobre la determinación hormonal de los caracteres
sexuales. 


Nota 35
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 36
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 37
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 38
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 39
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 40
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 41
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 42
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 43
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 44
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 45
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 46
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 47
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 48
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 49
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 50
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 51
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 52
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 53 

Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 54
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 55
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 56
Diccionario de Psicoanálisis. 
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 57
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 58
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 59
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 60
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 61
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 62
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis 

El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 63
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares
Coordinado por: 
Carlos Pachuk - Rasia Friedler



Nota 64
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 65
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 66
Diccionario de Psicoanálisis. 

Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 67
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 68
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 69
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis 

El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 70
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 71
Diccionario de Psicoanálisis. 

Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 72
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 73
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 74
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 75
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 76
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 77
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 78
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 79
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 80
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 81
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 82
Diccionario de Psicoanálisis. 

Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 83
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 84
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 85
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco 

y
Michel Plon


Nota 86
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares
Coordinado por: 
Carlos Pachuk - Rasia Friedler



Nota 87
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 88
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 89
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 90
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 91
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 92
Diccionario de Psicoanálisis 

Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 93
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 94
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 95
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 96
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 97
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares
Coordinado por: 
Carlos Pachuk - Rasia Friedler



Nota 98
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 99
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 100
A propósito del estrechamiento del campo de la conciencia: «Las impresiones sensoriales no percibidas y las 
representaciones que, habiéndose presentado, no han entrado en el consciente, suelen extinguirse sin producir
efectos. En ocasiones, sin embargo, se juntan para formar complejos [...]».


Nota 101
En el Dictionnaire de Psychanalyse et Psychotechnique, publicado bajo la dirección de Maryse Choisy en la
revista Psyché, se encuentran descritos unos cincuenta complejos. Como dice uno de los autores: «Hemos
intentado dar una nomenclatura lo más completa posible de los complejos conocidos hasta ahora. Pero cada
día se descubren otros nuevos».


Nota 102
Véase la carta a Ferenczi ya citada: «Un hombre no debe luchar para eliminar sus complejos, sino para
reconciliarse con ellos: son legítimamente los que dirigen su conducta en el mundo».


Nota 103
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 104
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 105
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 106
En La interpretación de los sueños (Die Traurndeutung, 1900), todos los pasajes relativos a la castración
(exceptuando una alusión, por lo demás errónea, a Zeus castrando a Cronos) fueron añadidos en 1911 o en
ediciones posteriores.


Nota 107
Bajo esta perspectiva, puede concebirse una nosografía psicoanalítica que tomaría como eje fundamental de
referencia las modalidades y avatares del complejo de castración, según atestiguan las indicaciones dadas por
Freud, hacia el fin de su obra, sobre las neurosis, el fetichismo y las psicosis (véase: Renegación). 


Nota 108
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 109
También en Freud se encuentra la expresión Kernkomplex (complejo nuclear). Generalmente utilizada como
equivalente de complejo de Edipo, esta expresión fue introducida en Las teorías sexuales infantiles (Über
infantile Sexualtheorien, 1908); se observará que, como hace notar Daniel Lagache, lo que se considera en este
texto es el conflicto entre la investigación sexual y la demanda de información de los niños, por una parte, y la
respuesta engañosa de los adultos, por otra.


Nota 110
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 111
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 112
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 113
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 114
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 115
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache 


Nota 116
Compárese con este pasaje de una carta a W. Fliess, del 15-X-97: «La leyenda griega interpreta un Zwang que
todo el mundo reconoce, por haberse dado cuenta de su existencia en sí mismo».


Nota 117
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 118
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 119
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares
Coordinado por: 
Carlos Pachuk - Rasia Friedler



Nota 120
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 121
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama 




Nota 122
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 123
Diccionario de Psicoanálisis. 

Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 124
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 125
El adjetivo bewusst significa consciente en el doble sentido activo (consciente de) y pasivo (cualidad de lo que
es objeto de conciencia). El idioma alemán dispone de varios substantivos formados a partir de bewusst.
Bewusstheit = la cualidad de ser objeto de conciencia, que proponemos traducir por el «hecho de ser
consciente». Bewusstsein = la conciencia como realidad psicológica y designando más bien la actividad, la
función (la conciencia moral se designa con un término completamente distinto: das Gewissen). Das Bewusste
= el consciente, designa más bien un tipo de contenidos, diferenciándolos de los contenidos preconscientes e
inconscientes. Das Bewusstwerden = el «volverse consciente» de una determinada representación, lo que
traducimos por «acceso a la conciencia». Das Bewusstmachen el hecho de hacer consciente un determinado
contenido.


Nota 126
Observemos a este respecto que la designación de los sistemas en la primera teoría del aparato psíquico gira
en torno de la referencia a la conciencia: inconsciente, preconsciente, consciente.


Nota 127
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 128
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 129
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 130
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 131
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 132
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 133
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 134
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares
Coordinado por: 
Carlos Pachuk - Rasia Friedler



Nota 135
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 136
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 137
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 138
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 139
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 140
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 141
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 142
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis 

El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 143
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 144
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 145
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 146
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 147
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 148
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 149
Diccionario de Psicoanálisis. 
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 150
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 151
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 152
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 153
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 154
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 155
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 156
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 157
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 158
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 159
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 160
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 161
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano 
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 162
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 163
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco 

y
Michel Plon


Nota 164
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 165
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 166
W., por ejemplo, la carta a Fliess del 12-VI-1900: «¿Crees de veras que algún día, sobre esta casa habrá una
placa de mármol en la que podrá leerse: "En esta casa el día 24 de julio de 1895, se le reveló al Dr. Sigmund
Freud el misterio del sueño"?». 


Nota 167
Freud alude aquí a una concepción sostenida en Las psiconeurosis de defensa (Die Abwehr-Neuropsychosen,
1894).


Nota 168
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Entre sus libros publicados



Nota 169
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
 

 
 
     

 

 

 

 

 

                                                                                                                     

 

 

 

 

 

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

 

 

 

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