Last updated: 9, August, 2007 

     THALASSA. Portolano of Psychoanalysis

 

 

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"De quoi témoignent les mains des survivants? De l'anéantissement des vivants, de l'affirmation de la vie" de Janine Altounian

"Adriatico" di Predrag Matvejevic

"Mon Adriatique" de Predrag Matvejevic

"Les cachés de la folie" de J.-P. Verot  

  "La difficoltà di dire io. L'esperienza del diario nel conflitto inter-jugoslavo di fine Novecento" di Nicole Janigro (source: "Frenis Zero" web site)

 

"Civilization, Man-Made Disaster and Collective Memory" by W. Bohleber (A.S.S.E.Psi. web site)

  "I Balcani" di Predrag Matvejevic (sito "Frenis Zero")

  "La Shoah e la distruttività umana" di A. A. Semi (sito web A.S.S.E.Psi. )

"Breve storia della psicoanalisi in Italia" di Cotardo Calligaris (source: A.S.S.E.Psi. web site)

"The Meaning of Medication in Psychoanalysis" by Salomon Resnik (source: A.S.S.E.Psi. web site)

"Note sulla storia italiana dell'analisi laica" di Giancarlo Gramaglia (source: "Frenis Zero" web site)

 

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Tatiana Rosenthal and Russian Psychoanalysis

 History of Russian Psychoanalysis by Larissa Sazanovitch

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Questo testo è tratto dal discorso pronunciato da J.-P. Vernant (morto il 9.01.2007) nel 1999, in occasione del 50° anniversario del Consiglio d'Europa, e che è inscritto sul ponte che collega Strasburgo a Kehl:

<<Passare un ponte, traversare un fiume, varcare una frontiera, è lasciare lo spazio intimo e familiare ove si è a casa propria per penetrare in un orizzonte differente, uno spazio estraneo, incognito, ove si rischia - confrontati a ciò che è altro - di scoprirsi senza "luogo proprio", senza identità. Polarità dunque dello spazio umano, fatto di un dentro e di un fuori. Questo "dentro" rassicurante, turrito, stabile, e questo "fuori" inquietante, aperto, mobile, i Greci antichi hanno espresso sotto la forma di una coppia di divinità unite e opposte: Hestia e Hermes. Hestia è la dea del focolare, nel cuore della casa. Tanto Hestia è sedentaria, vigilante sugli esseri umani e le ricchezze che protegge, altrettanto Hermes è nomade, vagabondo: passa incessantemente da un luogo all'altro, incurante delle frontiere, delle chiusure, delle barriere. Maestro degli scambi, dei contatti, è il dio delle strade ove guida il viaggiatore, quanto Hestia mette al riparo tesori nei segreti penetrali delle case.  Divinità che si oppongono, certo, e che pure sono indissociabili. E' infatti all'altare della dea, nel cuore delle dimore private e degli edifici pubblici che sono, secondo il rito, accolti, nutriti, ospitati gli stranieri venuti di lontano. Perché ci sia veramente un "dentro", bisogna che possa aprirsi su un "fuori", per accoglierlo in sé. Così ogni individuo umano deve assumere la parte di Hestia e la parte di Hermes. Tra le rive del Medesimo e dell'Altro, l'uomo è un ponte>>.

 


 

 


Diccionario de Psicoanàlisis

P

                                                                          


                      
Pacto denegativo
fuente(1) 
Definición
René Kaës (1987) llama "pacto de negación" a la formación intermediaria genérica que, en todo
vínculo (pareja, grupo, familia o institución), condena al destino de la represión, la negación, la
renegación que mantiene en lo irrepresentado y en lo imperceptible, todo aquello capaz de
cuestionar la formación y el mantenimiento de ese vínculo y las cargas de las que es objeto.
Puede considerarse como uno de los correlatos del contrato de renuncia, tanto de la comunidad
de cumplimiento de deseo, como del contrato narcisista. Es su reverso y es su complemento.
El pacto, denegativo constituye una formación psíquica bifase, entendiéndose por tal aquellas
formaciones que satisfacen simultáneamente a la economía psíquica del sujeto singular y del
conjunto y, de este modo, aseguran funciones específicas en el espacio intrapsíquico al mismo
tiempo que sostienen la formación y los procesos de los vínculos intersubjetivos. Estos, a su
vez, dan lugar a formaciones y procesos intrapsíquicos.
El pacto denegativo es una forma de acuerdo inconsciente entre las partes que tiende a negar la
"negatividad radical " Y ligar las "negatividades de obligación". Se trata de un pacto sobre lo
negativo basado en la suposición que el fundamento mismo del vínculo se constituye en un pacto
sobre la negación de la negatividad radical: sobre lo incógnito, la no-experiencia, el no-vínculo.
Como sostiene al vínculo por un acuerdo inconsciente entre los sujetos efectuado sobre la
represión, la desmentida o la forclusión de las mociones insostenibles motivadas por el vínculo,
tiene efectos diversos: en tanto contribuye a mantener un espacio vacío e indeterminado
posibilita la formación del pensamiento; en tanto es capaz de obturar el espacio puede constreñir
el pensamiento para que se ataque a sí mismo o destruya ciertos aspectos de la vida psíquica en
los otros o a la fetichización del vínculo. Por lo tanto tiene dos polaridades: una es organizadora
del vínculo y la otra es defensiva.
El pacto denegativo mantiene el isomorfismo de la relación entre el sujeto singular y las
formaciones trans-subjetivas al mantener reprimida la representación del espacio de unión, de tal
manera que toda modificación en el pacto cuestiona la organización intrapsíquica de cada sujeto 
singular. Recíprocamente, toda modificación de la estructura, la dinámica o la economía del pacto
tropieza con las fuerzas que lo sostienen como componentes irreductibles del vínculo en el
conjunto.
Origen e historia del término
La década del 80 se caracteriza en el movimiento psicoanalítico francés por el trabajo en tomo
de la pulsión de muerte y en tomo de la problemática del narcisismo. La incursión en este campo
fue derivando en despejar un nuevo concepto: lo negativo, que promovió en algunos
psicoanalistas una posición novedosa desde donde revisar en profundidad la teoría freudiana.
André Green es quizá el máximo exponente de este movimiento, donde participan otros como J.
Laplanche, A. Missenard, G. Rosolato, J. Guillaumint, R. Roussillon, R. Moury, R. Kads, etcétera.
En mayo de 1987 se realizó en París el Coloquio del CEFFRAP sobre el tema "Lo negativo: figuras
y modalidades" allí R. Kaës presentó por primera vez la idea de un pacto sobre lo negativo bajo el
título: Le pacte (dé)négatif: une formation psychique de l'être ensemble. Este coloquio fue
publicado en español en 1991 por Amorrortu editores bajo el mismo nombre y el trabajo de R.
Kaës figura como El pacto denegativo en los conjuntos trans-subjetivos.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
Pacto denegativo es un concepto específicamente vincular. Kaës, en este estudio, intenta
explorar los destinos de los procesos y formaciones de la realidad psíquica que se revelan en
sus dimensiones transsubjetivas; que atraviesan y transitan los espacios y los tiempos
psíquicos de cada sujeto del conjunto y determinan en parte la organización tópica, dinámica,
económica y estructural de cada sujeto en tanto forma parte de dicho conjunto.
Tales son algunas formaciones de funcionamiento bifase que explican la estructura
intermediaria: figuras mediadoras como porta-voz, portador de síntoma, portador de sueño;
funciones del ideal; comunidad de identificaciones; procesos de co-apuntalamiento y de
interfantasmatización; cadena asociativa grupal e intertransferencia; las alianzas, pactos y
contratos inconscientes de los que el pacto denegativo es una modalidad particular. Todas estas
formaciones psíquicas articulan las correlaciones entre el espacio intrapsíquico de los sujetos
singulares y el espacio trans-psíquico del conjunto.
La consecuencia de pensar los conjuntos trans-subjetivos es establecer el modo en que el 
sujeto singular se constituye en su realidad psíquica, a partir del lugar que ocupa en el conjunto.
La noción de una metapsicología de los conjuntos trans-subjetivos debería concebirse, para
Kaës, no como un atributo del conjunto, sino como una construcción de los sujetos, dada por su
estructura, trabajada por su historia y por su participación en el conjunto que, moviliza
electivamente algunos de los procesos y formaciones psíquicas de los sujetos. Se deduce de
esta afirmación, por un lado, el descarte de un inconsciente colectivo y, por el otro, que ciertas
formaciones del inconsciente deban parte de su contenido y de sus destinos al hecho de estar
constituidas dentro de un conjunto y ser constitutivas de éste.
Dentro del conjunto, la parte de realidad psíquica que el sujeto ha abandonado -sea por
depositación, proyección, delegación o desplazamiento- sigue un doble trayecto: en el espacio
intrapsíquico donde constituye una parte del inconsciente, y en el espacio trans-psíquico donde,
asociada a otras formaciones psíquicas homólogas o complementarias, permanece inconsciente
de ser sostenida en y por el conjunto en tanto éste comporta una tópica, una economía y una
dinámica propias. De esta forma la represión y sus efectos se encontrarían sostenidos por un
lado, por el interés que en ello encuentra cada uno y, por el otro, por el interés del conjunto de
mantener la cadena en su función propia.
El concepto de pacto denegativo explica la manera en que se constituye o tiene dificultades en
constituirse la función represora, para los sujetos singulares, en razón del compromiso de sus
vínculos dentro del conjunto.
Este estudio desarrolla desde la perspectiva vincular cuestiones formuladas por Freud en
"Introducción del narcisismo" donde afirma que el individuo lleva una doble existencia en tanto es
para sí mismo su propio fin, a la vez que es miembro de una cadena a la que está sujeto contra
su voluntad o al menos sin intervención de ella. Destaca la dimensión negativa que recorre y
sostiene la cadena en donde se apuntala la formación del narcisismo primario del niño: los
sueños de deseo irrealizados de los padres encuentran su seguridad -amenazada por el asedio
de la realidad- refugiándose en el niño.
Recupera una vez más, como lo hiciera en trabajos anteriores -y lo seguirá haciendo en otros
posteriores- la herencia freudiana para la fundamentación del estatuto psicoanalítico de los
grupos, resistida tanto por el narcisismo, que sostiene la ilusión de la unidad del yo y la dificultad
de pensar los conjuntos trans-subjetivos, como por la dificultad de pensar lo negativo. Aquí
conjuga ambas resistencias destacando la dificultad de admitir que el vínculo se funda en algo
negativo.
En arreglo a esta perspectiva pone el acento en el revés de la trama de los desarrollos de Piera
C. Aulagnier sobre la psicogénesis y los espacios al que el yo debe advenir, donde el contrato
narcisista se destaca por su condición fundante del vínculo entre el sujeto y el conjunto en un
sentido positivo, de ahí que Kaës afirme que el pacto denegativo constituye su reverso y su
complemento. 
Formula que el trabajo de ligazón intrapsíquica se establece sobre tres modalidades de lo
negativo que están presentes también en el trabajo de ligazón trans-psíquica en los conjuntos
sean éstos una pareja, una familia, un grupo o una institución. La primera modalidad "obedece a
la obligación de la psique de producir algo negativo; la segunda define una posición relativa de
lo negativo por referencia a algo posible; la tercera corresponde a lo que no está en el espacio
psíquico: esta negatividad radical puede, en ciertas condiciones, ser pensada como lo
imposible".
Negatividad de obligación: se basa en la necesidad del aparato psíquico de efectuar
operaciones de negación, rechazo, desmentida, renuncia y supresión, para preservar aspectos
importantes de la organización psíquica: la del sujeto como tal o la de los sujetos con los que
está vinculado en un conjunto.
Obligación es una categoría de la negatividad que destaca tanto el constreñimiento ejercido
sobre el aparato psíquico para efectuar tales operaciones, como a la ligazón entre lo rechazado
y lo preservado por ellas. Si bien todas estas operaciones son específicas y diferentes unas de
otras, todas recaen sobre una percepción o una representación inaceptable para alguna
instancia del aparato psíquico.
El tratamiento psíquico, por parte del sujeto, de su propia negatividad de obligación, se encuentra
desde el origen con la negatividad, y su tratamiento, en el otro como tal y en tanto sujeto de la
cadena transsubjetiva.
Estas negatividades son exigidas a cada sujeto para que se forme y se mantenga el vínculo,
necesarias para que se haga posible la vida en común, que el vínculo se organice y mantenga
unidos los elementos que lo constituyen. Por lo tanto están dirigidos a la producción de
positividad del vínculo y a su mantenimiento.
Las operaciones psíquicas productoras de negatividad en los conjuntos, no son sólo una
modalidad defensiva común, sino también una actividad fundadora del espacio psíquico, del
tiempo y del trabajo de la representación en el interior y dentro de los límites del conjunto
trans-subjetivo.
Desde esta perspectiva habría diferentes modos de tratamiento de lo negativo en los grupos que
influirían en los procesos de constitución y desarrollo del orden de lo imaginario y determinarán
parte de su posibilidad de simbolización.
Negatividad relativa: esta forma de la negatividad se constituye sobre la base de lo que ha
quedado en suspenso en la constitución de los continentes y los contenidos psíquicos. Sostiene
el espacio potencial de la realidad psíquica, es tributario de la función supletoria, apuntaladora y
transformadora del otro. 
La positividad se manifiesta como perspectiva organizadora de un proyecto o de un origen. Es lo
que permanece en trance de ser constituido en la realidad psíquica: es relativa a objetos y a
continentes de pensamiento; objetos y pensamientos potenciales tributarios de lo negativo en la
actividad de pensar del otro, tanto por carencia y defecto como por exceso.
Existieron un lugar y un vínculo de origen al que no se puede retomar, salvo en la "huella" dejada
por la expulsión del cuerpo materno: todas las separaciones ulteriores arrojarán al sujeto hacia
el vínculo, hacia el grupo, en pos de la raíz. Todo vínculo conlleva la tentativa de restablecer el
ser-juntos de los orígenes; es en principio, como el grupo, aferramiento contra toda expulsión,
negación de la negatividad de la cesura.
La eficacia del proceso de grupo es función de su capacidad para contener y transformar los
objetos internos, de su aptitud para crearlos y constituir los eslabones no advenidos en el
psiquismo. Una perlaboración trans-subjetiva opera a través de la comunidad de las
identificaciones y de los fantasmas inconscientes, de las funciones de representación que
realizan los portavoces y la escenificación y dramatización de los grupos internos.
El trabajo analítico en el grupo lleva a reconocer la subsistencia de un resto, de una irreductible
negatividad que el ser-juntos nunca logrará colmar. Desconocer esta persistencia de lo negativo
conduce a conductas adictivas del sujeto para con el conjunto.
Negatividad radical: es en el espacio psíquico aquello que tiene el estatuto de "lo que no es", el
no-vínculo, la no-experiencia, las figuras de lo blanco, lo incógnito, lo vacío, el no-ser. No
obstante esta representación no puede ser pensada por el pensamiento, comprende la relación
de contacto del pensamiento con lo que no es, con lo imposible de pensar, lo refractario a toda
ligazón.
La negatividad radical es algo no-ligado irreductible, distinto de lo des-ligado que afecta a las
otras modalidades de lo negativo. No podemos pensar y ligarnos en conjuntos si no es sobre un
fondo de negatividad radical: el trabajo del pensamiento y del grupo consiste, por un lado, en
reducir el margen infinito de esta negatividad, y acogerla como condición de contacto con lo
incógnito y la alteridad a fin de permitir que se constituya el espacio vacío, no patógeno, exigido
por la movilidad de la vida psíquica; por el otro, el intento de colmar de sustitutos y de objetos
omnipotentes el espacio abierto por esta condición radical: el grupo se convierte en masa y el
pensamiento en fetiche de ideología común despojada de subjetividad singular.
La negación de la negatividad radical impedirá que actúen sus efectos simbolígenos y posibilitará
la destrucción del vínculo y del pensamiento, No puede abolirse en la positividad, concierne más
al ser (no-ser), que al tener. La utopía en su forma sistemática es la expresión más extrema de
este intento de positividad, y en su forma más puntual se manifiesta como el trabajo del grupo
sobre las tres negatividades en el encuentro y construcción de lo nuevo. 
Finalmente el trabajo de la negatividad interviene en el proceso de desasirse de un vínculo cuyos
componentes alienantes o mortíferas estorban la capacidad de ligazón de las pulsiones de vida.
Problemáticas conexas
Contrato narcisista de Piera C. Aulagnier.
Comunidad de renuncia pulsional de S. Freud 1908 y 1930.
Comunidad de desmentida de M.Fam 1981
Alianza denegativa de M. Th. Couchoud 1986
Comunidad de renuncia pulsional: este concepto se desprende de la obra de Freud en 1908 "La
moral sexual cultural y la nerviosidad moderna" y de 1930 "El malestar en la cultura". Se trata de
una modalidad particular de la negatividad de obligación en el pasaje de una pluralidad a un
conjunto y el mantenimiento de ese vínculo.
Es indispensable la renuncia de cada uno a una cuota de placer para que el vínculo pueda
formarse y mantenerse. A cambio de este sacrificio adhiere a una comunidad basada en el
derecho que lo proteje de ser víctima de la violencia del individuo, impone la necesidad y hace
posible el amor, en el límite de la adhesión al conjunto.
Comunidad de desmentida: se trata de una modalidad vincular entre el niño y la madre descripta
por Fain en 1981 basada en la identificación del niño con su madre cuando ésta no logra
designar en otro lugar que no sea en el niño un objeto de deseo, de tal manera que la desmentida
del deseo del padre es a la vez obra de la madre y del niño. Esta comunidad de desmentida
mantiene la no separación, sostiene una identificación cruzada que Fain califica de proyectiva y
la opone a la identificación histérica precoz que representa la identificación del niño con la mujer
cuando la madre inviste otro objeto de deseo seductor que el niño deberá descubrir y reconocer,
a la vez que la madre redescubre su propia femineidad.
Alianza denegativa: en 1986 M. Th. Couchoud, a través del tratamiento conjunto de una madre y
su hija, describe esta forma de alianza que se pone de manifiesto en la sobreinvestidura
alucinatoria, por parte de la hija, de las representaciones no reprimidas y negadas por el
psiquismo de la madre. 
Ambas mujeres participan activamente en mantener, en la escena de lo cotidiano, lo que en la
madre no ha podido ser elaborado o reprimido, de forma tal que aparezca desprovisto de sentido
y sólo acreditado por la madre como la locura de la hija. Podría decirse que la madre induce en la
hija su propio delirio, mientras la hija delira para que la madre continúe olvidando lo que para ella
es irreprimible. Es en virtud de esta alianza que se mantienen juntas. 

Pacto inconsciente
fuente(2) 
Definición
Pacto, convenio. Del latín pactum, participo de "pacisci": firmar un tratado, de la misma raíz que
paz. "Pactare", especializado en el sentido de convenir en el pago de un tributo (Corominas,
1973).
Tomando la conceptualización de Berenstein y Puget puede definirse el pacto inconsciente del
siguiente modo: Sistema de concesiones, mutuas y recíprocas entre dos o más yoes, que
tienden a especificar elementos diferentes, provenientes del espacio mental incompartible de
cada uno. Su finalidad es otorgar y conseguir lo deseado por ambos yoes merced al trueque
entre ambos, que intercambian sucesivamente la posición más favorable para satisfacer el
deseo de cada yo. Implica dos deseos diferentes, realizados cada uno, merced a un trueque
entre los yoes. Ambos yoes son sucesivamente lugar de deseo y lugar de la realización del
deseo del otro. Cada yo requiere del otro para realizar su deseo, en una dinámica en la que cada
yo debe recibir algo por lo que da, intercambio que bascula entre la renuncia y el otorgamiento.
Construido sobre la aceptación de lo incompartible, tiene como características la sucesividad y la
biterritorialidad.
Origen e historia del término
Las nociones de canje, trueque, ligadas íntimamente al concepto de pacto, han sido trabajadas
desde diferentes epistemologías. H. V. Dicks (1967) habla de "Complementariedad inconsciente".
Utilizando la teoría de las relaciones objetales, para explicar la complicidad sin cronizada y la
reciprocidad bilateral observables de la pareja conyugal, propone el concepto de
"complementariedad inconsciente". La conceptualiza como una división de aportes que cada
miembro proporciona a la alianza, como cualidades perdidas en el otro, a consecuencia de sus
mecanismos de escisión y proyección, y que pueden entonces ser recuperados por
identificación introyectiva. Articula las nociones de relación de objeto, proyección, identificación
introyectiva, sincronización y reciprocidad.
Albert Scheflen (1975) al referirse a algunas características de las relaciones bipersonales 
regresivas señala: "En tales parejas puede mantenerse una conspiración inconsciente, para
ocultar la dependencia detrás del rol de dador, de más fuerte. Así se preservan el masoquismo
de uno y el narcisismo de otro. Ser indispensable para el compañero débil resulta un método que
preserva la autoestima y asegura el vínculo en tanto disfraza sus necesidades de dependencia".
Liga así la noción de "conspiración inconsciente" a los conceptos de dependencia, narcisismo, y
masoquismo.
D. Jackson, 1979 (9), otorga un relevante valor a las claves que definen la naturaleza de una
relación, dado que ellas establecen quien es cada uno para el otro, en la relación. Destaca entre
las claves el quid pro quo. Dice: "Quid pro quo (literalmente 'algo por algo') es una expresión
referida a la naturaleza legal de un pacto o contrato y agrega: "Quid pro quo es, por lo tanto una
metáfora descriptiva de una relación basada en las diferencias; una expresión de redundancias
que se observan en la interacción matrimonial".
James Framo (1980) sostiene: "Los partícipes desempeñan recíprocamente funciones psíquicas
y hacen tratos inconscientes". "Seré tu conciencia si tú traduces en actos mis conflictos". De
este modo intenta relacionar lo intrasubjetivo y lo intersubjetivo.
A. Cohan de Urribarri y R. Uribarri (1986) relacionan la idea de "contrato inconsciente" a la mutua
satisfacción de deseos del otro como 61 o ella lo percibe, que asegura a cambio la satisfacción
de los propios. Si esto no sucede, aparecen sentimientos de desilusión, abandono, depresión o
rabia".
R. Kaës, 1989, desarrolla el concepto de pacto denegativo. Sostiene: 'Llamo pacto de negación a
la formación intermediaria genérica que, en todo vínculo (pareja, grupo, familia o institución),
condena al destino de la represión, la negación, la renegación o el repudio que mantiene en lo
irrepresentado y en lo imperceptible aquello que vendría a poner en cuestión la formación y el
mantenimiento de ese vínculo y de esas cargas de las que es el objeto". Vincula renuncia y
otorgamiento y dice: "El pacto denegativo como uno de los correlatos del contrato del
renunciamiento, de la comunidad de cumplimientos de deseo y del contrato narcisista; es la
contracara y su cumplimiento".
Desarrollo desde la perspectiva vincular
La génesis de los pactos, puede conceptual izarse como construcciones defensivas ante
ansiedades primitivas de devoración del yo por el otro'.
El pacto intenta asegurar la existencia de un sector incompartible de cada yo, no comprometido
en el vínculo, reconocido por los yoes participantes, que deben tolerar la inaccesibilidad al 
espacio incompartible de cada uno.
Defienden de la fusión y del dolor del yo, por no tener acceso a todo del otro. El pacto incluye
así, dos niveles o dos registros diferentes; que aluden a la conceptualización lacaniana.
Implican un supuesto de cumplimiento riguroso de las obligaciones recíprocas, al tiempo que una
observación vigilante de dicho cumplimiento.
Los pactos, al igual que los acuerdos son estipulaciones que regulan los vínculos familiares,
pero se visualizan más en los vínculos de pareja y avuncular, por estar dotados como están, de
la posibilidad de transacción. Sus cualidades y posibilidades, remiten muy específicamente a las
nociones de intraterritorialidad y extraterritorialidad. Intraterritorial sería aquello capaz de ser
semantizado como registro dentro del territorio del yo, investido de su deseo y regido por la
soberanía del yo. Aquello del propio yo, o del otro, que resulte no semantizable, queda ubicado
como extraterritorial. Como la identidad tiene siempre un punto incompartible los pactos,
estipulaciones inconscientes para lo incompartible, acompañarán a los acuerdos inconscientes,
constituidos sobre lo compartible.
Los pactos y los acuerdos inconscientes se constituyen mediante reglas inconscientes o pautas
ordenadoras, y circularán luego como leyes estructurantes de la significación para ese vínculo
dado. Las reglas pautan: las identificaciones, elecciones de objeto, y realizaciones con los
objetos en el mundo externo. Las reglas como función, están adscriptas al ideal y se pueden
diferenciar las del yo ideal de las del ideal del yo. Las reglas del yo ideal contienen indicaciones
propuestas como inmodificables, acontextuales y de significación endogámica. Las reglas del
ideal del yo son propuestas como modificables, reconocen el valor de lo contextual y tienen
significación exogámica.
En relación a la estructura familiar inconsciente pueden proponerse distintos tipos de pactos, en
función del grado de desarrollo de la misma; según propone I. Berenstein
Para el grado B el pacto neurótico sostendría que cada uno puede mantener sendas inhibiciones,
en especial en lo genital, como consecuencia de la represión en cada yo del complejo de Edipo.
Quedaría establecido entre un seductor y un seducido sobre la base de las inhibiciones
genitales. En el nivel intrapsíquico, cada yo, no reconoce el propio deseo y se siente a merced
del deseo del otro.
En el pacto perverso correspondiente al grado C, cada yo admite la enunciación del tabú del
incesto y la burla clandestina del mismo. Funciona al modo del secreto mantenido a viva voz,
cuya cualidad clave es clandestinidad.
En el nivel intrapsíquico el yo es significado como fuente de la acción y fuente del deseo del otro,
al proyectar en el otro el propio deseo. 
En el pacto psicótico correspondiente al grado D, el tabú del incesto, eficaz a nivel formal, obliga
a la mujer a tener hijos con el marido, pero que pertenecen inconscientemente a la familia
materna. La familia dadora es ubicada en el lugar yo ideal y portadora de las características del
objeto único, que puede estar encarnado por una representante de dicha familia.
Los pactos son constantemente rotos y rehechos de un modo caótico. Es propio de todos los
pactos la precariedad; pero los pactos no psicóticos tienen en general una mayor estabilidad,
basada en una mayor complejización. Paradoja mediante, los pactos psicóticos tendrían la
propiedad de ser establemente caóticos.
En el nivel intrapsíquico el yo se representa poco unificado y definido por el otro como
fragmentos corporales a ser atendidos en el nivel de la necesidad. Cuerpo fragmentado de la
necesidad y no cuerpo unificado y de deseo.
Problemáticas conexas
Los pactos, a diferencia de los acuerdos, se sostienen en las concesiones recíprocas, que
provienen del espacio mental incompartible de cada yo. La aceptación de lo incompartible,
¿implicaría una mayor complejidad vincular, en tanto requiere la aceptación de la
extraterritorialidad? Si así ocurriera, ¿quedarían los acuerdos ubicados como estipulaciones de
menor complejidad? Los pactos surgirían allí donde acordar es imposible, imposibilidad
determinada por la aceptación de la extraterritorialidad.
Si el fracaso de lo nuevo tiende en la vida mental a promover la regresión: ¿sería pensable que el
fracaso de los pactos y la imposibilidad de su reformulación activara un movimiento vincular
regresivo? Regresión que podría pensarse como una vuelta en busca de acuerdos aún más
imposibles, pero sostenida la ilusión de lo posible, en la tendencia de la vida anímica a la
regresión como defensa. El no reconocimiento de la alteridad, es siempre un obstáculo para la
complejización de los vínculos, porque su modo operativo es pictográfico, modo operativo de lo
originario en el sentido de Piera C. Aulagnier.
Siguiendo a esta autora, la aparición de lo primario, es decir del fantasma, es una adquisición del
aparato mental, de otro modo funcional más complejo, que requiere del reconocimiento de la
alteridad. Dice P. Aulagnier: "La entrada en funciones de lo primario es la consecuencia del
reconocimiento que se impone a la psique de la presencia de otro cuerpo, y por ende, de otro
espacio separado del propio". Más adelante señala: "... lo que caracteriza a la producción
fantasmática es una puesta en escena en la que efectivamente existe una representación de
dos espacios, pero estos dos espacios están sometidos al poder omnímodo del deseo de uno 
solo". Recién después del ingreso de la palabra a la escena de la imagen, entrada en funciones
de lo secundario, será previsible la distinción entre signos diferentes, y desde ella la posibilidad
de reconocer más de un deseo, de distinguir un deseo como propio o como del otro. El pacto
inconsciente implica un trueque de aspectos de lo propio, de lo ya constituido en cada yo, de lo
ya dado en cada yo, con anterioridad al vínculo, pero no encuentro en esto obstáculo para
conceptualizarlos con propiedades creativas.
En sólo siete notas se apoya el riquísimo universo de la creación musical. Dado que en los
acuerdos inconscientes, existe también un acotamiento de su potencial creativo, siempre
restringido al campo de lo compartible, parece lícito postular para los pactos y los acuerdos
inconscientes cierto potencial de creación de novedad, limitado en ambos tipos de
estipulaciones, por restricciones específicas. 

Padre real, padre imaginario, padre simbólico
Padre real, padre imaginario, padre simbólico
Padre real,
padre imaginario,
padre simbólico
fuente(3) 
Registros diferentes bajo los cuales se presenta la paternidad, en la medida en que remite a su
compleja función.
Si el complejo de Edipo, planteado por S. Freud como constitutivo para el sujeto humano, parece
ordenarse en primer lugar como una triangulación, donde el niño toma como objeto de amor al
progenitor del sexo opuesto y rivaliza con el progenitor del mismo sexo, también es cierto que las
posiciones de la madre y el padre no son equivalentes.
¿Cómo concebir en efecto lo que sucede con el padre? Objeto de una identificación primaria,
tomado de entrada como ideal, aparece al mismo tiempo, al menos en el varón, como rival,
cuando el niño intenta apropiarse del primer objeto de amor, la madre. En la niña, las cosas se
complican más por el hecho de que en un primer momento este objeto de amor es el mismo, y
que, al menos para Freud, el padre sólo puede ser elegido como objeto al término de una historia.
Pero sobre todo no se puede dejar de percibir que hay una distancia importante entre la figura
del padre en el mito edípico y la personalidad del padre tal como aparece en la realidad familiar.
Esto no quiere decir que uno de estos dos términos deba ser descalificado en provecho del otro,
sino que obliga a distinguir los niveles y las funciones de nuestras referencias al padre, tanto
más cuanto que estas distinciones son esenciales en la experiencia de la cura.
Llamemos, en un primer momento, padre real al padre concreto, el de la realidad familiar, que
tiene sus particularidades, sus elecciones, pero también sus dificultades propias. Su sitio
efectivo en la familia varía en función de la cultura, que no siempre parece dejarle las manos
libres, pero también, al mismo tiempo, de su historia singular, que no deja de tener impasses o
inhibiciones. De este padre, parece, se espera mucho: que haga valer la ley simbólica, que es
ante todo prohibición del incesto, que disponga un acceso atemperado al goce sexual. En este 
sentido, «haría falta -nos indica J. Lacan (El mito individual del neurótico, 1953)- que el padre
(...) representara en toda su plenitud el valor simbólico cristalizado en su función». Ahora bien,
dice, «este recubrimiento de lo simbólico y de lo real es absolutamente inasible. Al menos en una
estructura social como la nuestra, el padre es siempre, por algún lado, un padre discordante
respecto de su función, un padre carente, un padre humillado, como diría el Sr. Claudeb.
Esta discordancia tiene consecuencias esenciales. Ya desde 1938, en un artículo sobre La
familia: el complejo, factor concreto de la psicología familiar, los complejos familiares en
patología, Lacan ve en la carencia del padre respecto de lo que implica su función el «nódulo»
de «la gran neurosis contemporánea». En efecto, cuando el niño encuentra en el padre un
obstáculo algo consistente se refuerzan «el impulso instintivo» y «la dialéctica de las
sublimaciones». De otro modo, nos encontramos con «la impotencia y la utopía, madrinas
siniestras instaladas en la cuna del neurótico».
Sin embargo, no es satisfactorio presentar la cuestión de la carencia del padre como si pudiese
ser representada sobre una única escala de valores, donde el padre real se viera obligado a
ponerse a la altura exigible del padre simbólico. La función paterna no puede ser expuesta en su
complejidad a menos que se especifique lo que depende de lo simbólico, de lo imaginario y de lo
real, como tres órdenes diferenciados.
El padre simbólico es aquel al que remite la ley, ya que la prohibición [interdicción], en la
estructura, siempre está proferida en el Nombre-del-Padre. Se puede agregar que se trata del
padre muerto: si Freud, en Tótem y tabú (1912-13), funda la prohibición en la culpabilidad de los
hijos después de la muerte del padre de la horda primitiva, es sin duda porque en el inconciente
de cada uno la Ley está referida ante todo a una instancia idealizada o, mejor aún, a un puro
significante. Es en tanto hay un significante del Nombre-del-Padre como puede haber castración,
es decir, esa operación que limita y ordena el deseo del sujeto. Esta castración, por supuesto,
no es una mutilación real. No se confunde tampoco con las representaciones fantasmáticas de
desmembramiento, de eviración o de eventración. Sin embargo, este imaginario está presente en
el sujeto y es tanto más embarazoso cuanto peor haya funcionado la castración simbólica. En
cuanto al padre imaginario, ya sea que aparezca como terrible o como bondadoso, lo que se le
atribuye es la castración o, mejor dicho, la privación de la madre, el hecho de que ella no posea
el falo simbólico con el que el niño se ha identificado al principio. En la lógica de la teoría
freudiana, porque choca con la falta de la madre el niño se introduce a la cuestión de su propia
castración.
En esta perspectiva, hay que hacerle, junto con Lacan, un lugar aparte a la noción de padre real.
La función del padre real no es proferir la prohibición, que resulta finalmente de la captación que
hace el lenguaje del sujeto humano, y que se organiza alrededor del Nombre-del-Padre. El padre
real es el que le permite al niño tener acceso al deseo sexual, el que le permite especialmente al
varón tener una posición viril. Para ello, conviene que el padre real pueda dar prueba de que
posee la carta de triunfo maestra, el pene real: la interdicción sólo puede hacer pasar al sujeto a 
una posición sexuada a condición de que la madre, interdicta para él, esté interdicta porque el
padre la posee, no porque la sexualidad sea en general una actividad vulgar o inconveniente. Si
el padre de la realidad puede ser llamado carente, es en tanto no sostiene la función del padre
real así como la hemos descrito. Debemos cuidarnos sin embargo de tomar todos estos
enunciados como otras tantas normas propuestas al hombre contemporáneo: así como no aboga
por la ley (por ejemplo en las instituciones psiquiátricas, donde se ha confundido demasiado el
reglamento con la ley simbólica), el psicoanálisis tampoco prescribe al padre real un
comportamiento determinado respecto de lo que sería su rol viril. Se limita a demostrar las
consecuencias de la estructura.
En su seminario sobre La relación de objeto y las estructuras freudianas (1956-57), Lacan ha
dado una ilustración cautivante de la «detriplicación» del padre, a propósito del caso del pequeño
Hans [Juanito], El padre real, amable, buen hijo él mismo pero esposo discreto, es carente a
pesar de su presencia constante junto a Hans. Freud interviene entonces como padre
imaginario, casi como divinidad, profiriendo la prohibición del incesto «desde el Sinaí». Los que
adquieren valor simbólico a partir de esta intervención son los «mitos», los fantasmas que Hans
va a forjar poco a poco y que van a permitir finalmente al niño ahorrarse su síntoma fóbico. 

Pago
fuente(4) 
El pago de las sesiones de psicoanálisis plantea problemas teóricos, deontológicos y técnicos
estrechamente solidarios, en la medida en que comprometen la posición del analista ante el
paciente, la naturaleza de las motivaciones que introducen y mantienen al paciente en la cura, la
función integrativa de esta última, y la objetividad de los criterios implicados en su concepción,
Desde el punto de vista de la objetividad de los criterios, la cuestión consistirá en saber si la
fórmula de Lacan según la cual «el psicoanalista no se autoriza de nadie más que de sí mismo»
abarca la suma de los honorarios que fija en sus pacientes, o si en este sentido existen reglas
de conveniencia social o moral. Los criterios de apreciación del principio serán con toda
seguridad muy diferentes según que la cura psicoanalítica siga más o menos próxima a la cura
catártica, en la cual la influencia personal del terapeuta, y en consecuencia el ejercicio de su
poder de seducción, eran admitidos como factores esenciales del tratamiento, cuyos honorarios
podrían eventualmente verse afectados por la sugestionabilidad del paciente. No obstante, esta
situación no suscita ninguna cuestión propia de la psicología. Por el contrario, la discusión de la
significación del pago es llevada a su campo; se impondrá de entrada la alternativa de las
motivaciones subyacentes: que se considere que el pago remunera la satisfacción de una
necesidad, y desde esta perspectiva no será menos susceptible de la evaluación del paciente
que aceptable para la conciencia más puntillosa del analista. En una perspectiva tal, estamos en
efecto ante una relación de intercambio, a la que sólo se le pide que obedezca a una regla de
reciprocidad. En síntesis, y precisamente en términos psicoanalíticos, mientras que la
interpretación de la cura como asistencia prestada a una necesidad nos ofrece una
representación «oral», la asignación de una suma «equitativa», en función de una regla social,
presta al análisis el valor obsesivo de un contrato. En definitiva, será entonces en la singularidad 
de cada experiencia donde podremos precisar la significación del pago, su magnitud, así como la
periodicidad y las condiciones en que se realizará. Desde el punto de vista teórico, en efecto,
según lo ha hecho comprender Lacan, en la línea ya indicada por Freud, si el psicoanálisis se
desarrolló más allá de la cura catártica, ha dejado de definirse sobre la base supuesta de la
satisfacción de la necesidad, y la acción del psicoanalista aparece como correlato de su deseo,
en respuesta al deseo del paciente. 

Paidología
Paidología 
Paidología
fuente(5) 
Este término fue introducido en Rusia después de la Revolución de Octubre, para designar una
"ciencia de la infancia" cuyo objetivo era crear un "nuevo hombre" soviético. Sus principales
representantes fueron pedagogos y psicólogos como Pavel Petrovich Blonski (1884-1941) y
Stanislas Theophilovich Chatski (1878-1948), o incluso Arón Borissovich Zalkind. Después de
haber sido el emblema de una utopía revolucionaria, y de haber servido como filtro de
implantación para el freudismo y su evaluación en el curso de las discusiones de los años
1924-1930 entre antifreudianos y freudomarxistas, la paidología fue condenada como
desviacionista por una resolución del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética
del 4 de julio de 1936. 

Países escandinavos
Países escandinavos
Países escandinavos
fuente(6) 
Esta denominación genérica agrupa a cinco países de Europa: Dinamarca, Noruega, Suecia,
Finlandia e Islandia. En el plano político, sólo existen tres Estados denominados escandinavos:
Suecia, Noruega y Dinamarca. Escandinavia, como región geográfica, es la parte norte de
Europa que agrupa a Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia, cuatro países en total; se le da el
nombre de Península Escandinava al conjunto constituido por Suecia y Noruega. Hay cuatro
lenguas escandinavas, vinculadas al grupo de las lenguas germánicas: el danés, el sueco, el
noruego y el islandés, el finés pertenece a la familia de las lenguas llamadas ugrofinesas.
Como en casi todos los países de Europa, a fines del siglo XVIII, y bajo la influencia de la filosofía
de las Luces, los alienistas daneses y noruegos instauraron el asilo modelo a partir del modelo
francés aplicado por Philippe Pinel (1745-1826) en el período de la Revolución. El movimiento de
reforma fue progresivamente adoptado durante el siglo XIX, primero en Finlandia y después en
Suecia, con la creación de la Orden de los Serafines, que se encargó del sistema hospitalario
hasta 1876. De tal manera se afirmó una nueva mirada sobre la locura, que más tarde permitió la
implantación de la nosografía de origen alemán (derivada de los trabajos de Emil Kraepelin) y
posteriormente de la psiquiatría dinámica.
A continuación, las ideas freudianas fueron echando raíces por etapas en cuatro países
escandinavos (Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlandia), pero sin desembocar en la formación
de un movimiento amplio. La práctica siguió limitada a unos pocos grupos, y el desarrollo de la
doctrina estuvo a cargo de personalidades influyentes, psiquiatras o profesores universitarios.
El freudismo obtuvo el mayor éxito en Suecia, mientras que, por razones políticas, ligadas al
fuerte desarrollo de los partidos laboristas, Dinamarca y Noruega fueron sobre todo receptivas a
las tesis de Wilhelm Reich: en otras palabras, al materialismo biológico y a la síntesis de
freudismo y marxismo.
A mediados del siglo XIX, grandes pensadores, escritores o filósofos de la región pusieron de 
manifiesto su interés por los fenómenos inconscientes. Cada uno a su manera, August
Strindberg (1849-1912), Georg Brandes (1842-1927), Henrik lbsen (1828-1906) o Soren
Kierkegaard (1813-1955), supieron comprender las transformaciones de la sociedad occidental:
el debilitamiento de la función paterna en el seno de la familia, y la emergencia de interrogantes
sobre la diferencia de los sexos. Esos hombres denunciaron con ferocidad la hipocresía social,
y fueron sensibles a las fuerzas destructoras que atravesaban los ideales del humanismo en
vísperas del advenimiento del mundo moderno. La misma actitud se encuentra en pintores
escandinavos contemporáneos como Carl Fredrick Hill, Ernst Josefsson o Edvard Munch
(1863-1944). Obsesionados por el exilio, acosados por la locura o por el carácter extraño del
hombre para sí mismo, todos trataban de captar en sus obras la angustia existencial de una
época víctima del escepticismo, el irracionalismo y el rechazo de la idea de un progreso lineal.
Fue en este terreno crítico, y en un contexto en el que el puritarismo luterano era a la vez la
religión de Estado y una actitud mental y espiritual, donde surgieron los primeros interrogantes
acerca de la doctrina freudiana.
En 1885, un médico finés, Konrad Relander, fue el primero en mencionar a Sigmund Freud, en un
artículo sobre el empleo médico de la cocaína. Ocho años más tarde, en Suecia, un profesor de
patología nerviosa, Frithiof Lennmalm, citó los trabajos de Freud, Pierre Janet, Josef Breuer y
Jean Martin Charcot en un texto dedicado a las neurosis traumáticas.
A continuación de esas reflexiones sobre los aspectos médicos y neurológicos de la obra
freudiana, Poul Bjerre introdujo el psicoanálisis propiamente dicho en los países escandinavos.
En 1907 se instaló en el consultorio de un célebre médico hipnotizador, Otto Wetterstrand
(1845-1907), que acababa de morir. Partidario de la Escuela de Nancy y de las tesis de Hippolyte
Bernheim, ese médico había favorecido el desarrollo de la psicoterapia en Suecia, creando un
método de "sueño prolongado" que le había valido la reputación de "mago".
Nacido en Gotemburgo de una familia de origen danés, Poul Bjerre desempeñó un papel
importante, no sólo por su encuentro con Freud en 1911, sino también por su relación con Lou
Andreas-Salomé y su frecuentación del ambiente psicoanalítico internacional. Pero en 1924
comenzó a apartarse del freudismo, incluso sin haber adherido a él, y sin haber practicado el
psicoanálisis. De allí la observación de Freud en 1923, en una nota añadida a la reedición de su
contribución a la historia del movimiento psicoanalítico: "Actualmente son los países
escandinavos los que se mantienen más alejados del psicoanálisis".
Contrariamente a Bjerre, Emanuel af Ge¡jerstani (1867-1928) aceptó hacerse analizar. También
alumno de Wetterstrand, y allegado a Strindberg, comenzó practicando la hipnosis, antes de su
análisis didáctico realizado hacia 1910 con Johannes Stromme. De modo que fue el primer
psicoanalista sueco formado según las reglas de la filiación psicoanalítica.
En 1905, Ragnar Vogt (1870-1943), profesor en la Universidad de Oslo, publicó en un tratado de
psiquiatría un estudio objetivo sobre el psicoanálisis, bastante alejado de los prejuicios 
desfavorables de la época. Por otra parte, en 1920, Sigurd Naesgaard tradujo al danés las cinco
conferencias de Freud en los Estados Unidos, pronunciadas quince años antes. Nueve años
después fueron traducidas al noruego por Kristian Schjelderup (1894-1980). Finalmente, en
1923, Georg Groddeck, durante una estada en Estocolmo, despertó el interés por el freudismo.
Como en otros países, el avance progresivo de las tesis freudianas tropezó con fuertes
resistencias, sobre todo en torno a la cuestión del supuesto pansexualismo de Freud. Mientras
que en Francia se complacían en afirmar que la teoría freudiana de la sexualidad era demasiado
"germánica" (y por lo tanto "bárbara") como para adaptarse al "genio latino", en Suecia se
sostenía lo mismo, en forma invertida: se decía que esa teoría creada por un vienés no podía
adaptarse a la "mentalidad nórdica". Lo esencial de esas críticas fue expuesto en 1913 en un
libro de Olof Kinberg que reunió todas las discusiones animadas en esa época por Bjerre en el
seno de la Sociedad Médica Sueca. Veinte años más tarde, en 1934, tales objeciones fueron
retomadas por el psiquiatra Bror Gadelius (1862-1938), reformador humanista del asilo, quien, a
la manera de otros representantes de la psiquiatría dinámica, sostuvo que la doctrina freudiana
de la sexualidad era más apta para implantarse en los países latinos que en los nórdicos, puesto
que había sido creada por un hombre de "raza judía", y esta "raza" estaba en sí misma sujeta a
un "pansexualismo" específico.
En la década de 1930, lo mismo que en Bélgica o Francia, los círculos literarios nórdicos se
interesaron por el freudismo. En la revista sueca Spektrum se publicaron artículos de Anna
Freud, Erich Fromm y Wilhelm Reich. Pehr Henrik Törngren era uno de sus miembros activos. La
revista noruega Samúden tomó partido en el debate, publicando textos que cuestionaban el valor
científico y terapéutico del análisis. En Clarté, revista socialista, aparecieron textos de
numerosos pioneros nórdicos del freudismo. Por otra parte, bajo el impulso del sindicalista
noruego Erling Falck, que en 1921 había creado el grupo Mot Dag, de inspiración comunista, se
desarrolló un interés muy fuerte por el freudomarxismo.
Después de la ruptura de Bjerre con el freudismo, hubo que aguardar hasta 1931 para que, en
torno a diferentes pioneros, y por iniciativa de la sueca Alfhild Tamm, se desarrollará el embrión
de un movimiento freudiano. A continuación de muchas discusiones, en las que participaron
Sigurd Naesgaard por Dinamarca, Harald Schjelderup por Noruega e Yrjö Kulovesi por Finlandia,
se creó un grupo escandinavo de psicoanálisis, escindido finalmente en dos sociedades: la
Sociedad Fino-Sueca (Finsk-svenska Psykoanlytika Förening), por un lado, y por el otro la
Sociedad Danesa-Noruega (Dansknorska Psykoanalytika Förening). Ambas fueron afiliadas a la
International Psychoanalytical Association (IPA) en el Congredo de Lucerna de 1934, en
condiciones dramáticas, cuyo telón de fondo era la expulsión de Wilhelm Reich.
En el período de entreguerras las cosas no sucedieron de un modo totalmente idéntico en los
cuatro países escandinavos. La llegada de Reich a Copenhague en mayo de 1933, y después su
estada en Oslo entre octubre de 1935 y agosto de 1939, modificaron el paisaje psicoanalítico de
Dinamarca y Noruega. En ambos países, donde la tradición socialista era poderosa, la temática 
de la revolución sexual y la liberación de la libido mediante bioelectricidad fue aceptaba
fácilmente por los intelectuales, mientras suscitaba el escándalo en la prensa puritana y
conservadora.
En Dinamarca, lejos de adoptar una posición flexible, los dirigentes de la IPA, en particular Max
Eitingon y Anna Freud, respaldados por Ernest Jones y el propio Freud, no le acordaron a Reich
la autorización para practicar análisis didácticos, aunque era miembro de la Internacional a
través de su pertenencia a la Deutsche Psychoanalytische Gesellschaft (DPG). Ahora bien, a
pesar de sus diferentes técnicas y políticas con los freudianos ortodoxos, Reich era en esa
época el único psicoanalista capaz de formar profesionales en Copenhague, como lo demuestra
una carta dirigida a Freud el 10 de noviembre de 1933 por Erik Carstens, y publicada en 1967 en
Reich parle de Freud.
Refiriéndose al papel desastroso desempeñado por Naesgaard, quien rechazaba el principio de
la formación didáctica, Carstens subrayaba que la actividad de Reich había sido positiva en ese
ámbito. Se quejaba en particular de que el comité de formación de la DPG, bajo la responsabilidad
de Eitingon, le hubiera otorgado el estatuto de didacta a Jenó Harnik, psicoanalista húngaro
exiliado, pero no a Reich. Todos sabían que Harnik padecía una paranoia con accesos
delirantes: era en todo caso mucho más patológico que Reich, y sobre todo carecía de la menor
competencia psicoanalítica. En 1912 Sandor Ferenczi lo había atendido por su impotencia sexual,
disuadiéndolo de convertirse en psicoanalista. Más tarde, cuando Harnik quiso incorporarse a la
Wiener Psychoanalytische Vereinigung, Ferenczi, por pedido de Freud, y con su total
aprobación, había presentado un motivo categórico de oposición: "Celoso, psíquicamente
impotente, patológicamente vanidoso, inepto. Habría que dirigirlo hacia otro camino." A pesar de
esta opinión desfavorable, Harnik logró incorporarse al Berliner Psychoanalytisches Institut (BPI)
y ser delegado como didacta por Eitingon para desarrollar el psicoanálisis en Dinamarca.
En su respuesta a Carstens, Freud confirmó que Harnik era paranoico, pero sin brindar ningún
respaldo a su interlocutor. Reich protestó contra esa sanción, subrayando hasta qué punto era
paradójico que se le prohibiera ser didacta a causa de su marxismo, siendo que la IPA siempre
había tendido a orientar a los alumnos en formación hacia psicoanalistas que compartieran sus
convicciones religiosas o ideológicas: "Yo consideraba prácticamente establecido que los
teólogos fueran enviados a Oskar Pfister, los filósofos morales a Carl Müller-Braunschweig y los
socialistas recuperados a Siegfried Bernfeld".
Acusado de ser a la vez paranoico, bolchevique y antifreudiano, Anna Freud le rogó a Reich en
julio de 1934 que aceptara la exclusión de su nombre de la lista de los miembros de la DPG:
"Todo el problema tiene sólo un valor teórico -añadió Anna-, puesto que el reconocimiento por el
congreso del grupo escandinavo entrañaría automáticamente que usted fuera incluido en la lista
de los miembros de ese nuevo grupo". La maniobra era simple: Eitingon había obtenido
secretamente que Reich fuera expulsado de la DPG, y por lo tanto de la IPA. Para evitar cualquier
reintegración con el grupo escandinavo, había condicionado la afiliación de la Sociedad 
Danesa-Noruega, que debía producirse en Lucerna en agosto de 1934, reclamando la promesa
de que no incorporaran a Reich. Pero los noruegos se negaron a someterse a ese diktat, y su
determinacion impresionó al comité ejecutivo, que entonces los aceptó sin condiciones. De modo
que Reich fue separado de la IPA en Lucerna, mediante su exclusión de la DPG. Dos meses más
tarde, él se instaló en Oslo. En 1935 Eitingon negó cualquier participación en ese asunto que sin
embargo había organizado con pleno conocimiento.
Con esa política, la dirección de la IPA contribuyó a desvalorizar la imagen del freudismo en el
seno de la comunidad psicoanalítica escandinava, ya atravesada por fenómenos de disidencia, y
todavía demasiado frágil para someterse a las normas impuestas en esa época por la ortodoxia
freudiana. En 1937-1938 Reich fue víctima en Noruega de una encarnizada campaña de prensa.
Después de haber sido tratado muchas veces de "charlatán" y "pornógrafo judío", emigró a los
Estados Unidos, dejando a su vez una huella desastrosa sobre la comunidad psicoanalítica
nórdica. En efecto, al no ser ya miembro de la IPA, con la excepción de Schjelderup nadie lo
defendió de los ataques, y evolucionó rápidamente hacia un biologismo exacerbado, al cual
arrastró a Ola Raknes. Sus conflictos con Otto Fenichel, exiliado en Oslo entre 1933 y 1935,
también contribuyeron al deterioro de la situación del freudismo en Noruega.
Cuatro años más tarde, en plena guerra, la Sociedad Danesa-Noruega de Psicoanálisis fue
expulsada de la IPA. Ernest Jones, nuevo presidente de la Association, les hizo "pagar" a
Schjelderup, Raknes, Nic Waal (nacida Floel, 1905-1960) su negativa a obedecer el diktat de
1934. Sin decirlo claramente, se le reprochó entonces al grupo que se hubiera mostrado
demasiado sensible a las tesis reichianas. Éstas, por otra parte, continuaron ganando terreno,
gracias a Raknes y Nic Waal. Esta psicoanalista noruega, analizada primero por Schjelderup y
después por Fenichel y Reich, pasaría por la clínica de Karl Menninger en Topeka, Kansas, antes
de fundar en Oslo, en 1953, una institución para niños.
Otro psiquiatra noruego, Trygve Braatoy (1904-1953), también desempeñó un papel importante
en su país después de pasar por Topeka. Primero articuló las tesis adlerianas con las de Freud,
sobre todo en una obra dedicada al poeta Knut Hanisun (1859-1952), y más tarde se interesó
por la vegetoterapia.
A pesar de la presencia en Copenhague de Georg Geró (1901-1981), que emigró a los Estados
Unidos sin haber ejercido mucha influencia, hubo que aguardar hasta 1957 para que volviera a
constituirse oficialmente un grupo psicoanalítico danés afiliado a la IPA: la Dansk Psykoanalytisk
SeIskab (DPS). Por otra parte, sólo en 1975 se creó una nueva sociedad noruega, la Norsk
Psykoanalytisk Forening (NPF). En esa fecha, los pioneros y los inmigrantes habían
desaparecido, y los dos grupos, compuestos porterapeutas anónimos, se normalizaron sin
bullicio, al precio de una esclerosis progresiva.
En Suecia, donde no se había hecho sentir la influencia de las tesis reichianas, surgieron otros
problemas. Alfhild Tamm no tuvo la energía suficiente para dar vida a la Sociedad Psicoanalítica 
Sueca, la cual muy pronto cayó en la apatía. A pesar de la intervención de Ludwig Jekels, que,
con el apoyo de Freud, intentó impulsar el grupo de Estocolmo y formar didactas, no se logró
ninguna mejoría. En cuanto Jekels abandonó Suecia, en el verano de 1937, después de una
estada de tres años, expreso su pesimismo acerca del futuro del psicoanálisis en ese país. En
1943, cuando murió Kulovesi, la Sociedad Fino-Sueca fue disuelta y reemplazada por una
asociación puramente sueca, la Sveriska Psykoanalytiska Föreningen (SPF), la cual, durante
muchos años, no tuvo más que ocho miembros. Por esa época el psicoanálisis desapareció de
Finlandia, donde, por otra parte, sólo había disfrutado de una breve existencia en la persona de
su fundador. En 1969 se constituyó de nuevo una asociación finesa, posteriormente afiliada a la
IPA, la Suornen Psykoanalyyttinen Ylidistys (SPY). Su progreso fue espectacular. En 1993 tenía
ciento treinta miembros (tantos como la SPF).
En Suecia, lo mismo que en los otros países nórdicos, las teorías freudianas sufrieron de
entrada la competencia de las múltiples escuelas de psicoterapia nacidas de la fuerte
implantación de la psicología en el núcleo del saber psiquiátrico y la universidad. Esas escuelas
tenían a menudo como jefes a pioneros del freudismo, que en realidad nunca habían sido
freudianos ni analizados. En este sentido, Potil Bjerre y Sigurd Naesgaard desempeñaron
papeles importantes. En 1932 crearon juntos en Noruega la Norkis Psykoanalytisk Sainfund y, el
año siguiente, participaron con Johannes Stromme en la fundación de otra asociación, la
Psykoanalytisk Samfund, reivindicando el sincretismo teórico y formando psicoterapeutas de
diversas orientaciones: biologismo, electroterapia, conductismo, terapias corporales, etcétera.
En Finlandia, ese estallido se produjo después de 1943.
En la Segunda Guerra Mundial, sólo Suecia siguió siendo neutral, pero no sirvió de refugio a los
diferentes freudianos de Europa, que prefirieron emigrar a Gran Bretaña, los Estados Unidos o
América latina. Mientras que el valeroso Harald Sclijelderup optó por comprometerse en la lucha
antinazi después de rechazar la propuesta de Matthias Heinrich Göring de crear en Oslo un
instituto "arianizado" siguiendo el modelo de Berlín, Potil Bjerre, en cambio, adoptó una actitud
ambigua, y desde 1933 mantuvo una excelente relación con Göring, en nombre de un
diferencialismo que asimilaba el freudismo a un semitismo tan fanático como el hitlerismo. Por su
lado, el psicoanalista Tore Ekinan (1887-1971), formado en el BPI, siguió en Alemania hasta 1943,
y trabajó en el Instituto Göring. A su retorno, sus colegas lo acusaron de colaboración con el
nazismo. Más tarde logró echar tierra al asunto, y reincorporarse a la SPF ocultando su pasado.
En 1943, René De Monchy fue a instalarse a Estocolmo en compañía de su mujer, Vera
Palmstierna, judía y sueca, también psicoanalista, que no podía continuar su actividad en Holanda
bajo la ocupación nazi. Lo mismo que Jekels, De Monchy trató de impulsar el freudismo sueco
formando didactas según los criterios de la IPA, y desde este punto de vista desempeñó un
papel determinante en la Suecia de posguerra. Lajos Székely (1904-1995), joven psicólogo judío
y húngaro, analizado primero por Wilma Kovacs (1882-1940) y después por De Monchy,
contribuyó también a formar didactas en Estocolmo. 
Después de 1952, fecha en la cual De Monchy volvió a Holanda, el psicoanálisis no tuvo una
expansión significativa en los países escandinavos. Los grupos afiliados a la IPA hacían
ostentación de un conservadurismo estrecho en el seno de sus respectivas instituciones,
dominadas por la autosatisfacción o el repliegue melancólico. Marcadas por su pasado reichiano
(que deseaban borrar), la DPS y la NPF no crecieron mucho: a fines de la década de 1990, la
primera tiene treinta miembros, y la segunda, cuarenta y cuatro.
En 1963, se escindieron (escisión) algunos miembros de la Sociedad Sueca; les reprochaban a
su colegas su ortodoxia y adherían a las tesis de Karen Horney. Cinco años más tarde formaron
un grupo de psicoterapia psicoanalítica que intentó reintegrarse a la IPA a fines de la década de
1990. En general, a medida que se incorporaban a la IPA, las sociedades psicoanalíticas
nórdicas volvieron a lograr una cierta unidad, que se concretó en 1978 con la publicación de una
revista oficial llamada "escandinava", editada en inglés en Copenhague: The Scandinavian
Psychoanalytic Review. En esa situación, signada por la estrechez mental y el conformismo, sólo
algunas personalidades brillantes del mundo intelectual y académico impulsaron el
redescubrimiento de la obra de Freud. Es el caso de Ola Andersson, quien desempeñó un papel
pionero en el nacimiento de la historiografía freudiana, y se ocupó asimismo de la traducción al
sueco de los textos del padre fundador, mientras que Carl Lesche (1920-1993), finlandés
emigrado a Suecia, se distinguió por sus trabajos de hermenéutica, en los que trató de definir el
lugar de la doctrina psicoanalítica ante las ciencias de la naturaleza, y de diferenciar su método
respecto de los otros tipos de psicoterapia. Hacia el final de su vida se convirtió a la religión
ortodoxa. El gran crítico literario sueco Gunnar Brandell (1916-1995), por su parte, redactó una
obra sobre Freud que obtuvo un gran éxito y fue traducida a varios idiomas. Finalmente, el
finlandés Mikael Enckell, hijo del poeta Robbe Enckell (1903-1974), publicó textos sobre la
literatura y la cuestión de la judeidad.
Desde principios de la década de 1970, la obra de Jacques Lacan suscitó un cierto interés en
los países escandinavos, donde ya habían sido traducidos representantes de la escuela
estructuralista francesa: Roland Barthes (1915-1980), Claude Lévi-Strauss. En 1973 apareció
una primera edición danesa de los Écrits, que presentaba ocho artículos del total de treinta y
cuatro. Después hubo otras. Pero fue preciso aguardar hasta 1981 para que algunos
profesionales aislados se interesaran realmente por la obra. Y Dinamarca fue el único de los
cuatro países donde se constituyó un grupo lacaniano.
En 1974, en Suecia, por iniciativa de dos argentinos exiliados, miembros de la IPA, Dora y Ángel
Fiasché, se creó el Göteborg Psykoterapi Institut (GPI). En esa ciudad portuaria de la costa
oeste, donde había nacido Poul Bjerre pero no existía ningún grupo psicoanalítico, se desarrolló
de tai modo una corriente dinámica que permitió introducir la obra de Melanie Klein en Suecia y,
más en general, hacer leer los textos de la escuela inglesa: en particular, los de Donald Woods
Winnicott y de Michael Balint. A fines de la década de 1990, el GPI alcanzaría el centenar de
miembros. Más tarde, y a título individual, algunos psicoanalistas escandinavos comenzaron a
establecer relaciones con Francia y con las corrientes divergentes del lacanismo. Pero ninguna 
de las grandes componentes del freudismo moderno (kleinismo, lacanismo, Ego Psychology,
etcétera) se ha implantado verdaderamente en los países nórdicos, ni en esa "noche sueca"
donde Michel Foucault (1926-1984) fue duramente criticado por el profesor Sten Lindroth
(1914-1980), después de haber hallado en 1959, en la biblioteca Carolina Rediviva, todos los
archivos necesarios para la redacción de su gran libro Histoire de la folie à l'âge classique. 

Palabra
fuente(7) 
Hablar supone la elevación de la voz ante el cuerpo de un Otro en un espacio suficientemente
restringido como para que él nos oiga y (esto es lo preferible) pueda respondernos. En
consecuencia, la palabra implica un agujero de silencio en el cual cada locutor espera en vano el
vocablo justo que correspondería a su deseo. A tal título, la palabra subtiende el deseo y la
castración, puesto que se necesita un otro cuerpo para asegurar el corte del que el sujeto se
desprende y se vuelve a tomar. En el campo específico de la palabra, tiempo, trabajo y
traducción constituyen el modo de producción del acto analítico que se basa en las leyes del
lenguaje como estructuras fundamentales, y en el discurso como proceso contemporáneo de la
sesión.
La palabra, con su doble posibilidad de narrar (recordar) y enunciar (producir efectos de
sentido), marcará para Freud el descubrimiento del psicoanálisis, en cuanto la posición del
analista que escucha consistiría en hacer advenir un saber no sabido del sujeto: Emmy von N., el
12 de mayo de 1889, en Estudios sobre la histeria (1895), abre como sigue la vía de la función
de la palabra en psicoanálisis: « ... ella me dijo entonces, con tono muy brusco, que no era
necesario que le preguntara siempre de dónde provenía esto o aquello, sino que la dejara contar
lo que ella tenía que decir». Sólo en la palabra se hace posible advenir como sujeto, y este
advenimiento asegura la ética del psicoanálisis. Si los seres utilizaran constantemente el término
justo, no habría palabra, sólo habría lengua, impresa en los diccionarios, en depósito.
De hecho, hablar supone un detrás de palabras disponibles y comunes a los seres hablantes (la
lengua), en el que la palabra reposa y se funda. Ahora bien, esta lengua es la que
necesariamente hemos oído; proviene del Otro, y a cada sujeto le corresponde tomar en ella
apoyo y lugar, a fin de conjugar su propio ser y su propio cuerpo. Hablar constituye un acto
singular en un tiempo dado, en el que la palabra se despliega hasta detenerse; ella supone la
captación del Otro, y espera encontrar en él un retorno que completaría su falta en ser. En el
manejo del lenguaje se desarrolla el acto analítico del que surge un sujeto cuyo «inconsciente
está estructurado como un lenguaje»; el término «como» indica «una estructura por la cual hay
efecto de lenguajes, lenguajes varios, que abren al uso del uno entre otros que da a mi como su
alcance muy preciso, el del como un lenguaje, tal que, por él, se distingue del inconsciente el
sentido común. Los lenguajes caen bajo el golpe del no todo, puesto que la estructura no tiene
otro sentido» (Lacan, «l'Étourdit», en Scilicet, nº 4).
Si el discurso presupone al analista como presencia, la palabra, por su lado, presupone como
presencia su escucha. Se aguarda la interpretación: la enunciación ofrece un decir abierto al
campo de la verdad (de estructura); la palabra se distingue así del lenguaje, pues cubre el 
campo de la verdad singular, mientras que el lenguaje cubrirá el de la ley (Lacan, «Observación
sobre el informe de Daniel Lagache», en Escritos). La posición particular de la palabra consistirá
en producir un efecto de sentido; esta función de producción articula en consecuencia la
palabra con el deseo, que es «el único sentido», puesto que, dice Lacan, «el lenguaje está en el
lugar del sentido, el bi-dubout del sentido, es el sentido sin sentido, a saber, el sentido sexual»
(Les non-dupes errent, 1973-1974, sesión del 20 de noviembre de 1973, inédito). La palabra
traduce la imposibilidad del goce planteada por el Nombre-del-Padre como metáfora, y sostenida
por la identificación a la imagen y al rasgo unario; la constitución del yo, el yo ideal, el ideal del
yo, como forma con respecto a lo que está ya en el otro, planteará al deseo como deseo del otro
en el plano imaginario, y como deseo del Otro en el plano simbólico. En otras palabras, por
mediación, el hombrecito anticipa en un primer movimiento su propia imagen, para reproyectarse
en un segundo movimiento sobre un objeto exterior, investido por ello libidinalmente y constituido
como objeto del deseo, que nunca ningún significante podrá designar.
La función de la palabra se sitúa en el trabajo singular sobre la estructura construida entre esos
dos polos, el otro imaginario y la constitución del objeto del deseo; desde un significante de la
falta (el rasgo unario) tiende al objeto supuesto completarla (el objeto del deseo). Todo el trabajo
de la palabra consistirá en acosar a ese imposible objeto del deseo -ese objeto imposible que
articula la pulsión con el goce- por medio de todo tipo de lenguas, entre ellas la del sueño, la del
fantasma... Al mismo tiempo, la palabra separa al sujeto del Otro, y una de las consecuencias de
esto puede ser el síntoma, pero también la sublimación. En efecto, si este goce fuera realizable,
el sujeto se confundiría con el otro: no habría allí nada en absoluto. En este sentido hay que
entender que la palabra es un acto y también una producción de deseo, pues articula al sujeto
con su estructura, que sostiene a la vez las leyes del lenguaje y del saber de la lengua del
inconsciente. La técnica analítica posibilita que el Es freudiano esté a la altura del sujeto, es decir
que en el análisis se trata de reintegrar el saber «en el movimiento de dirigirse al espejo vacío del
analista»: en el interior de cuatro lugares abiertos en el discurso (el que habla, el que recibe la
palabra, el efecto producido, la verdad como tal), la palabra producirá el objeto a causa del
deseo. La palabra es entonces a la vez eje del síntoma y de su remoción, eje del analizante y el
analista, eje del cuerpo y el pensamiento, de la vida y de la pulsión de muerte. Puesto que la
determinación de la ley simbólica señala que «los asuntos del inconsciente se limitan al deseo
sexual» (Lacan, «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», en Escritos),
«el analista conducirá al sujeto a captarse como objeto». A través de la transferencia,
«reintegración imaginaria de su historia», se tratará de «desprender la palabra del lenguaje»,
pues «la función del lenguaje no es informar, sino evocar. Lo que busco en la palabra es la
respuesta del otro. Lo que me constituye como sujeto, es mi pregunta. Para hacerme conocer
por el otro, no profiero nada que no sea en vista de lo que será. Para encontrarlo, lo llamo con un
nombre que él tiene que asumir o rechazar para responderme. Me identifico en el lenguaje, pero
sólo para perderme allí como objeto. Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito definido de
lo que fue, puesto que ya no es, ni tampoco el perfecto de lo que ha sido en lo que soy, sino el
futuro anterior de lo que yo habré sido para eso que soy, en curso de devenir». En
consecuencia, la palabra compromete al sujeto, «es ella la que instaura la mentira en la realidad. 
Y es precisamente porque introduce lo que no es que puede introducir lo que es. Antes de la
palabra, nada es ni no es. Todo está ya allí sin duda, pero sólo por la palabra hay cosas que son
y cosas que no. Es con la dimensión de la palabra como se ahueca la verdad en lo real. Sin la
palabra, no hay verdadero ni falso. Con ella se introduce la verdad, y la mentira también, incluso
otros registros» (Lacan, Los escritos técnicos de Freud, Seminario 1953-1954). De modo que,
paradojalmente, la palabra verdadera se opone así al discurso verdadero: sus verdades se
distinguen por el hecho de que la primera constituye el reconocimiento por los sujetos de sus
seres en cuanto están allí interesados [interessés], mientras que la segunda está constituida por
el conocimiento de lo real, en tanto que es apuntado por el sujeto en los objetos» (Lacan,
«Variantes de la cura tipo» en Escritos). En otros términos, la palabra tiende a realizar «el
acuerdo sobre el objeto»: la palabra verdadera hace acto para el sujeto. Concierne al ser en
tanto que ser, es también ser un cuerpo sexuado, y sólo el significante puede articular lenguaje
y cuerpo. El significante fálico ocupa ese lugar de la falta de simbolización de la relación sexual;
a la imposibilidad de una relación que cesaría de escribirse viene a suplirla la palabra como
imposibilidad de un lenguaje de cuerpo: «En la medida en que la confesión del ser no llega a su
término, la palabra se apoya totalmente en la vertiente donde ella se engancha al otro... Se
engancha al otro porque lo que es empujado hacia la palabra no ha accedido a ella. La llegada
detenida de la palabra, por cuanto algo quizá la haga fundamentalmente imposible, allí está el
punto pivote donde, en el análisis, la palabra bascula totalmente sobre su primer rostro y se
reduce a su función de relación con el otro. Si la palabra funciona entonces como mediación, lo
hace por no estar acabada como revelación» (Lacan, Los escritos técnicos de Freud).
Lo simbólico está entonces entero en la palabra como efecto de un sujeto. Freud habrá
planteado que ella liga [lie] y lee [lit] otros textos; si la enunciación marca el pasaje de lo real
como imposible a lo simbólico, al elaborar un no-posible [pas-possible] como acto del sujeto,
perfila que la palabra [moti apunta a una meta porque yerra. No hay sentido originario, y aún
menos, ontológico. La formulación de la pregunta es otra; en lugar de formularse como «¿qué
quiere decir eso?», se formula como «¿qué se quiere decir al decir eso?». El lenguaje toma su
sentido del Otro; el sujeto «ha hecho letra a sus expensas». Hablar tiene por sentido que algo del
lenguaje venga como retorno del defecto de simbolización instaurado por las leyes mismas que
lo hacen funcionar, y es sólo a tal título que el sujeto es llevado a veces a reapropiarse de su
propio verbo. 

Pankejeff Serguei Constantinovich (1887-1979), caso del "Hombre de los Lobos"
Pankejeff Serguei Constantinovich (1887-1979), caso del "Hombre de los Lobos"
Pankejeff Serguei Constantinovich
(1887-1979) Caso del "Hombre de los Lobos"
fuente(8) 
Tercera y última de las grandes curas psicoanalíticas realizadas por Sigmund Freud, después de
la de Dora (Ida Bauer) y la del Hombre de las Ratas (Ernst Lanzer), la historia del Hombre de los
Lobos es única en los anales del freudismo. Comentada numerosas veces por todas las
escuelas psicoanalíticas y los autores más diversos, lo fue también por el propio paciente, quien,
después de haber sobrevivido a las dos guerras mundiales, redactó una autobiografía que
analizaba su propio caso, revelando su verdadera identidad. Esa cura fue la más larga de las
tres. Se inició en enero de 1910 y terminó exactamente el 28 de junio de 1914, día del asesinato
en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando. El paciente no fue "curado": hizo un "reanálisis"
con Freud después de la guerra, y más tarde otro con una alumna de Freud, Ruth 
Mack-Brunswick. Instalado en Viena a continuación de la derrota del nazismo, fue mantenido
económicamente por el movimiento psicoanalítico. Todos los veranos lo analizaba Kurt Eissler; lo
atendía además Wilhelm Solms-Rödelheim, y en la redacción de sus memorias lo ayudaba Muriel
Gardiner. Pankejeff se convirtió en un personaje mítico: el Hombre de los Analistas, más bien que
el Hombre de los Lobos, símbolo en todo caso del carácter "interminable" de la cura freudiana.
Serguei Constantinovich Pankejeff nació en Rusia meridional, en una rica familia de la nobleza
terrateniente, y se educó en Odessa, con su hermana Anna, tres institutrices (Grouscha, Nania,
Miss Owen) y preceptores. La madre, afectada de diversos trastornos psicosomáticos, se
preocupaba exclusivamente por su propia salud, mientras que el padre, depresivo, llevaba la
vida activa de un hombre político conocido por sus opiniones liberales.
Los miembros de la familia, en las dos ramas del árbol genealógico, se asemejaban a los
personajes de Los hermanos Karamazov, la novela de Dostoievski. El tío Pedro, primer hermano
del padre, sufría de paranoia y había sido atendido por el psiquiatra Serguei Korsakov
(1854-1900). Huyendo del contacto humano, vivía como un salvaje en medio de animales, y
terminó su vida en un asilo. El tío Nicolás, segundo hermano del padre, había intentado
vanamente robarle la, novia a uno de sus hijos, y casarse con ella por la fuerza. Un primo, hijo
de la hermana de la madre, había sido internado en un asilo de Praga, afectado también de una
forma de delirio de persecución.
En 1896, a los 10 años de edad, el pequeño Serguei presentó los signos de una neurosis grave.
En 1905 se suicidó su hermana Anna y, dos años más tarde, se dio muerte su padre. En esa
época Serguei concurría al gimnasio. Conoció a una mujer de pueblo, Matrona, con la que
contrajo una gonorrea. Cayó entonces en frecuentes accesos depresivos, que pronto lo
llevaron, de sanatorio a asilo, y de casa de reposo a cura termal, a convertirse en un enfermo
ideal para el saber psiquiátrico de fines de siglo. Atendido por Wladimir Bekhterev, quien utilizaba
la hipnosis, más tarde por Theodor Zichen (1862-1950) en Berlín, y finalmente por Emil Kraepelin
en Múnich, quien le diagnosticó una psicosis maníaco-depresiva, se encontraba en el sanatorio
de Neuwittelsbach, donde se le aplicaban tratamientos tan diversos como inútiles: masajes,
baños, etcétera. Allí se enamoró de una enfermera, Teresa Keller, un poco mayor que él y madre
de una niña (Else). Comenzó entonces una relación pasional a la que se oponían su familia (pues
la joven era plebeya) y el psiquiatra (persuadido de que la sexualidad era el peor de los remedios
en los casos de locura). Después de haber roto y más tarde rehecho la relación, Pankejeff volvió
a Odessa, donde se hizo atender por un joven médico, Leonid Droznes (1880-19?), quien
decidió muy pronto llevarlo a Viena para consultar con Freud.
Con una frase mordaz, Freud estigmatizó el nihilismo terapéutico de sus colegas psiquiatras:
"Hasta ahora -le dijo a Pankejeff- usted ha buscado la causa de su enfermedad en un orinal". La
interpretación tenía un doble significado. Freud aludía tanto a la inutilidad de los tratamientos
anteriores como a la psicología de Serguei, quien sufría trastornos intestinales permanentes, y
sobre todo una constipación crónica. Se inició el análisis. En lugar de prohibirle al Hombre de los 
Lobos que volviera a ver a Teresa, Freud le pidió simplemente que aguardara al final de la cura.
No se opuso al matrimonio: "Teresa -dijo- es el impulso hacia la mujer". En una carta a Sandor
Ferenzci de febrero de 1910, señaló la violencia de las manifestaciones transferenciales de su
paciente: "El joven ruso rico que he tomado a causa de una pasión amorosa compulsiva me ha
confesado, después de la primera sesión, las transferencias siguientes: judío estafador, le
gustaría tomarme por atrás, y cagarme en la cabeza. A los 6 años, el primer síntoma manifiesto
consistió en injurias blasfematorias contra Dios: puerco, perro, etcétera. Cuando vio tres
montones de mierda en la calle, se sintió mal a causa de la Santísima Trinidad, y buscó
ansiosamente un cuarto montón para destruir la evocación."
Por primera vez Pankejeff tuvo la impresión de ser escuchado, y no tratado ya como enfermo.
Sobre todo mantenía con Freud relaciones casi amistosas, y terminó por venerarlo: al final de la
cura, Freud sentía mucha simpatía por él. Conoció a Teresa y estuvo de acuerdo con el
matrimonio, que se celebró en Odessa en 1914. Pankejeff se sentía curado, y subrayó que el
análisis le había permitido casarse con la mujer que amaba.
Dos semanas después de la interrupción del tratamiento, Austria entró en guerra contra Rusia.
Freud tuvo entonces el fantasma de que su hijo mayor Martin Freud, que acababa de ser
movilizado, podría caer en el frente bajo las balas de su antiguo paciente. Con este estado de
ánimo, y en medio de la tormenta de la guerra, redactó en dos meses, entre octubre y noviembre
de 1914, la historia de este caso, sin utilizar nunca la denominación "Hombre de los Lobos". El
relato se publicó en 1918, con el título de "Extracto de una neurosis infantil".
En el historial del Hombre de las Ratas la lógica de la cura aparece expuesta de manera
implacable, pero para escribir la historia del Hombre de los Lobos Freud se entregó a un
verdadero trabajo de creación novelesca, al punto de "inventar", a golpes de interpretación,
acontecimientos que quizá no se habían producido nunca; todo el relato se centraba en la
infancia del paciente, y toda la reconstrucción de su vida giraba en torno a su sexualidad.
El cuadro familiar estaba compuesto por la madre, el padre, la hermana y tres empleadas: la
niñera (Nania), la institutriz inglesa (Miss Owen), la criada (Grouscha). Según Freud, que se
basaba en los recuerdos de Serguei, éste había sido objeto de un intento de seducción a los tres
años y medio, por parte de su hermana Anna, quien le había mostrado su "popó"; más tarde, él
se había exhibido ante Nania, quien lo había regañado. Hacia los 10 años quiso a su vez seducir
a la hermana, que lo rechazó. Después prefirió a mujeres de condición inferior a la suya.
Descartando todos los diagnósticos de melancolía y psicosis formulados antes que él por los
otros médicos, Freud vio en este caso una histeria de angustia, con fobia a los animales, que
más tarde se había transformado en una neurosis obsesiva o infantil: de allí el título del texto.
Freud reconstruyó el origen de la neurosis infantil interpretando un sueño que Serguei había
tenido a los 4 años, narrado e ilustrado por él con un dibujo durante la cura: "Soñé que era de
noche y que estaba acostado en mi cama [ ... ]. Sé que era invierno. De pronto se abrió sola la 
ventana y vi con pavor, en el gran nogal que había frente a ella, algunos lobos blancos sentados
en las ramas. Eran seis o siete. Los lobos eran totalmente blancos y tenían más bien el aspecto
de zorros o perros pastores, pues tenían grandes colas como los zorros y sus orejas estaban
erguidas como en los perros cuando prestan atención a algo. Manifiestamente muy angustiado,
por miedo a que me comieran los lobos, grité y me desperté."
A partir de ese sueño, y de varios recuerdos del paciente concernientes a su sexualidad infantil,
Freud inventó, con detalles de una precisión inaudita, una pasmosa escena primitiva que se
volvería célebre en los anales del psicoanálisis, y fue muchas veces comentada. Patrick Mahony
la resume muy bien: "En un cálido día de verano, el pequeño Serguei, entonces de 18 meses y
afectado de malaria, dormía en el dormitorio de los padres, al que éstos también se habían
retirado, semidesnudos, para la siesta. A las cinco de la tarde, verosímilmente en el acmé de la
fiebre, Serguei se despertó y, con una atención sostenida, observó a sus padres,
semidesnudos en ropa interior blanca, de rodillas sobre las sábanas blancas, entregarse tres
veces a un coito a tergo: observando los órganos genitales de los progenitores, y el placer en el
rostro de la madre, el bebé, habitualmente pasivo, tuvo un súbito movimiento intestinal y comenzó
a gritar, interrumpiendo así a la joven pareja."
Otros dos episodios de la vida de Serguei fueron objeto de una serie de interpretaciones. Uno
tenía que ver con Gruscha, cuyas nalgas, comparadas con alas de mariposa, y después con el
número romano V, remitían a los cinco lobos del sueño y a la hora en que habría tenido lugar el
célebre coito. El otro episodio se relacionaba con una alucinación visual. En su infancia, Serguei
había visto su dedo meñique cortado por un cortaplumas, y de inmediato había advertido la
inexistencia de la herida. Freud dedujo que el paciente había puesto de manifiesto en este asunto
una actitud de rechazo (Verwerfung) consistente en ver sólo la sexualidad bajo el ángulo de una
teoría infantil: el comercio por el ano.
Después de esta gran inmersión en la infancia de Serguei, Freud se sintió seguro de haberlo
curado. El hombre entró entonces en la tormenta de la guerra, y su vida se encontró modificada
totalmente. Hasta la primavera de 1918 vivió en Odessa, entre la madre y Teresa, que no se
llevaban bien. Él retomó sus estudios y se recibió de abogado. Pronto Teresa se vio obligada a
salir de Rusia para unirse a su hija, que finalmente murió en Viena, y después Serguei la siguió,
La Revolución de Octubre lo había arruinado, y el antiguo aristócrata de fortuna se convirtió en
otro hombre, en un emigrante sin recursos, obligado a emplearse en una compañía de seguros,
en la que permaneció hasta la jubilación.
Los cambios producidos en su vida lo hundieron en una nueva depresión, que lo hizo volver a
Freud. Éste lo acogió de buen grado, le regaló sin tardanza el texto sobre su caso, que acababa
de publicar, y lo tomó de nuevo en análisis, entre noviembre de 1919 y febrero de 1920. Según
él, esa "post-cura" sirvió para liquidar un resto de transferencia no analizada, y curar finalmente
al paciente. 
En realidad, éste continuó presentando los mismos síntomas, incluso agravados por su mediocre
situación económica. En este sentido, Freud lo ayudó recolectando dinero para él en el círculo de
sus discípulos vieneses. Entonces Serguei Pankejeff comenzó a identificarse con la historia de
su caso, y a tomarse verdaderamente por el Hombre de los Lobos. En 1926, padeciendo los
mismos síntomas, consultó de nuevo a Freud, quien se negó a tratarlo por tercera vez, y lo
derivó a Ruth Mack-Brunswick. Serguei quedó entonces apresado en un increíble enredo
transferencial. No sólo Freud analizaba al mismo tiempo a Ruth, a su marido y al hermano de este
último, sino que además envió ese mismo año al diván de Ruth a una norteamericana, Muriel
Gardiner, que iba a convertirse en la amiga y confidente de Pankejeff a medida que se
desarrollaban sus respectivos análisis.
Más enferma que su paciente, Ruth Mack-Brunswick había adquirido el hábito de atender con
morfina sus dolores vesiculares. Como a toda la generación psicoanalítica de la década de 1920,
le interesaban las psicosis y los mecanismos preedípicos identificados por Melanie Klein. Por ello,
después de haber analizado a Pankejeff entre octubre de 1926 y febrero de 1927, identificó en
él, no una neurosis, sino una paranoia. En 1928 publicó una segunda versión del caso, con el
título de "Suplemento al extracto de una neurosis infantil". Por primera vez le puso al paciente el
sobrenombre que en adelante lo destinguiría: "Hombre de los Lobos". Lo describió como una
persona perseguida, antipática, avara, sórdida, hipocondríaca, obsesionada por su imagen y
sobre todo por una pústula que le corroía la nariz. A partir de este nuevo diagnóstico el
movimiento psicoanalítico se dividió en dos campos: el de los partidarios de la psicosis y el de los
partidarios de la neurosis.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial transformó una vez más la triste existencia de
Pankejeff. En 1938, unos días después de la entrada de los nazis en Viena, encontró a su mujer
muerta en su departamento: se había suicidado.
A partir de 1945, y durante el resto de su vida, Pankejeff, todavía y siempre melancólico, fue
tomado a cargo por el movimiento freudiano de una manera a la vez inédita y espectacular.
Impulsado por Muriel Gardiner y "pensionado" por Kurt Eissler en nombre de los Sigmund Freud
Archives, comenzó a redactar sus memorias y a comentar el historial de su caso en la lengua
del discurso psicoanalítico. Las memorias se publicaron en 1971, fueron traducidas en todo el
mundo y comentadas innumerables veces.
Unos años después, contra la opinión de los guardianes del templo freudiano, aceptó conceder
una prolongada entrevista a una periodista vienesa, Karin Obholzer, quien le hizo narrar su vida
en otro estilo, más directo y menos estudiado. Declaró entonces que, sin duda alguna, la célebre
escena del coito a tergo no había tenido lugar, porque en Rusia lo niños no dormían nunca en la
habitación de los padres. Venerando siempre el genio terapéutico de Freud, tomó partido por el
diagnóstico de este último y contra el de Ruth Mack-Brunswick. Ante las barbas de los
psicoanalistas de la International Psychoanalytical Association (IPA), que lo transformaban en
una especie de archivo, el Hombre de los Lobos se metamorfoseó una vez más, convirtiéndose, 
acerca de su propio caso, en más competente que la mayoría de los comentadores, que no
tenían, como él, el privilegio de ser trozos inalterables de la obra freudiana.
Murió en Viena asistido por su médico, el conde Wilhelm Solms-Rödelheim, quien en 1945, junto
con August Aichhorn y el barón Alfred von Winterstein, había sido uno de los refundadores de la
antigua Wiener Psychoanalytische Vereinigung (WPV), sepultada por la guerra. 

Pansexualismo 
Alemán: Pansexualismus. 
Francés: Pansexualisme. 
Inglés: Pansexualism.
fuente(9) 
En filosofía, el prefijo pan aparece en numerosos términos, con dos sentidos principales. En
primer lugar, indica que no existe nada fuera de lo que designa la palabra a la que se ha
antepuesto el prefijo, y en segundo lugar equivale al adjetivo "universal" yuxtapuesto al vocablo
del que se trata.
En todos los países donde se implantó el psicoanálisis, el término pansexualismo ha sido utilizado
para designar de manera peyorativa la doctrina freudiana de la sexualidad, concebida como una
causalidad única, porque recusaría cualquier explicación del psiquismo que fuera más allá de la
etiología sexual, y también porque se pretendería universal, es decir, aplicable a todas las
culturas y a todos los individuos. En este sentido, críticos de la doctrina freudiana por su
pansexualismo afirman que ella no es más que una expresión cultural nacional que pretende
dominar a las otras.
La famosa tesis del genius loci fue popularizada por el psiquiatra alemán Adolf
Albrecht-Friedländer (1870-1949), en un congreso internacional de medicina realizado en
Budapest en 1909. Atacando violentamente al psicoanálisis, Friedländer sostuvo que éste debía
su éxito a la mentalidad vienesa, para la cual la sexualidad ¡enía una importancia considerable. Al
cabo de unos años, esta tesis, retomada en 1913 por Pierre Janet, se convirtió en el caballito de
batalla de los antifreudianos, permitiéndoles imputar a Sigmund Freud todos los pecados de ese
supuesto pansexualismo.
El vocablo pansexualismo apareció después de la publicación en 1905 de los Tres ensayos de
teoría sexual. En Francia, país particularmente germanófobo, ese supuesto pansexualismo
freudiano dio sustento a la tesis del genius loci: la teoría sexual fue asimilada a una visión
bárbara de la sexualidad, una visión considerada "germánica", "nórdica", "teutona" o "boche". A
esa Kultur alemana se opuso la luminosidad cartesiana y latina de la "civilización" francesa, la
única capaz de universalidad, mientras que en los países escandinavos, por el contrario, se
acusó al freudismo de privilegiar una concepción "latina" de la sexualidad, inadmisible para la
"mentalidad" nórdica.
En el prefacio de 1920 a su obra, Freud rechazó el término: "En su sed de fórmulas resonantes
-dijo-, la gente ha llegado a hablar del «pansexualismo» del psicoanálisis, y a dirigirle el reproche
absurdo de que lo explica todo por la sexualidad". 


Pantalla del sueño
Pantalla del sueño
Pantalla del sueño 
Al.: Traumhintergrund.
Fr.: écran du rêve. 
Ing.: dream screen. 
It.: schermo del sogno.
Por.: tela do sonho.
fuente(10) 
Concepto introducido por B. D. Lewin: todo sueño se proyectaría sobre una pantalla blanca,
generalmente inadvertida por el que sueña, y que simbolizaría el pecho materno tal como lo
experimenta de una forma alucinada el niño en el sueño que sigue a la toma de alimento; la
pantalla satisfaría el deseo de dormir. En algunos sueños (sueño blanco), aparecería sola,
realizando una regresión al narcisismo primario. 

Pappenheim Bertha (1860-1936), caso "Fráulein Anna O."
Pappenheim Bertha (1860-1936), caso "Fráulein Anna O."
Pappenheim Bertha
(1860-1936) Caso "Fráulein Anna O."
fuente(11) 
La historia de Anna O. es uno de los mitos fundadores del psicoanálisis. El historial de esta joven
vienesa, de 21 años en el momento de su enfermedad, fue expuesto por Josef Breuer en 1895
en los Estudios sobre la histeria. Desde esa publicación, en la cual los autores propusieron una
nueva definición de la histeria como enfermedad de reminiscencias psíquicas, y al mismo tiempo
presentaron un método inédito de tratamiento (basado en la catarsis y la abreacción), el caso de
"Anna O." no ha dejado de ser comentado, tanto por los historiadores como por los clínicos. A
esta mujer, a la que se atribuyó la invención del psicoanálisis, se le ha dedicado una inmensa
literatura en varios idiomas. Atendida por Breuer entre julio de 1880 y junio de 1882, Anna O., en
efecto, le puso el nombre de talking cure a un tratamiento que se realizaba con palabras, y
empleó la expresión chimney sweeping para designar una forma de rememoración mediante la
"limpieza de chimenea". Breuer, por su parte, denominó "catarsis" a estos dos procedimientos, y
presentó el caso de "Anna O." como prototipo de la cura catártica.
En los Estudios sobre la histeria, Anna O. es decrita como una joven inteligente, enérgica y
obstinada. Dotada para la poesía, conocía varios idiomas y daba prueba de una gran sensibilidad
ante los pobres y los enfermos. Breuer dividió en cuatro fases las manifestaciones de los
diversos síntomas histéricos de Anna, ligados a la enfermedad y después a la muerte del padre.
Durante la fase llamada de incubación latente, la paciente había padecido alucinaciones,
contracturas y accesos de tos. En el curso de la fase llamada de enfermedad manifiesta, entre
el 11 de diciembre de 1880 y el 1 de abril de 1881, presentó trastornos de la visión, del lenguaje
y la motricidad. Mezclaba diversas lenguas, no sabía ya expresarse en alemán, y terminó por
escoger el inglés. Se desdobló su personalidad, y Breuer logró calmarla con los procedimientos
de la cura por la palabra y de la "limpieza de chimenea". Durante la tercera fase, los síntomas se 
agravaron: Breuer hizo entonces internar a Anna O. en un sanatorio, y a continuación la trató
con el método de la autohipnosis, Finalmente, el último período se caracterizó por la remoción
progresiva de los síntomas y la curación. Gracias a la rememoración de sus recuerdos
traumáticos, Anna O. encontró su verdadero yo, volvió a hablar en alemán y quedó libre de su
parálisis. "Dejó Viena para hacer un viaje -escribe Breuer-, Pero necesitó mucho tiempo para
volver a hallar su equilibro psíquico, Desde entonces, disfruta de una perfecta salud."
En 1953, en el primer volumen de la biografía de Sigmund Freud escrita por Ernest Jones, éste
reveló por primera vez la verdadera identidad de la paciente, lo que desagradó a sus herederos.
Anna O. se convirtió entonces en Bertha Pappenheim. Proveniente de la burguesía judía
ortodoxa, había sido educada por una madre rígida e inconformista. Su familia estaba
estrechamente vinculada a la de Martha Bernays, la novia de Freud, que era amiga de ella.
Después del tratamiento, se volcó a actividades humanitarias. Directora primeramente de un
orfelinato judío en Francfort, después viajó a los Balcanes, el Oriente Próximo y Rusia, para
realizar investigaciones sobre la trata de blancas. En 1904 fundó el Judischer Frauenbund (Liga
de las Mujeres Judías), y tres años más tarde, un establecimiento de enseñanza afiliado a esa
organización. Muy apegada al judaísmo, siguió estudios sobre la condición de las mujeres judías
y los criminales judíos. Cuando Hitler tomó el poder, ella se pronunció contra la emigración a
Palestina. Después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en una figura legendaria de la
historia de las mujeres y del feminismo, por su acción social, al punto de que el gobierno alemán
honró su memoria con un sello postal que presenta su efigie. Hacia el final de su vida, ya tan
piadosa y autoritaria como lo había sido la madre, reeditó obras antiguas de religión y escribió la
historia de una antepasada suya.
Al revelar la verdadera identidad de Anna O., Jones presentó también una visión caprichosa del
final de su cura con Josef Breuer. Éste, explicó Jones en esencia, se había asustado ante el
carácter sexual de la transferencia amorosa de su paciente, y sobre todo por un embarazo
nervioso (seudociesis) que se produjo en ese momento, Interrumpió entonces el tratamiento, y
viajó en una segunda luna de miel a Venecia, donde fue concebida su hija Dora. Diez años más
tarde consultó a Freud por un caso idéntico. Cuando Freud le señaló que los síntomas de esa
enferma revelaban un fantasma de embarazo, Breuer no pudo soportar la repetición de un
hecho pasado: "Sin pronunciar palabra, tomó el bastón y el sombrero, y se precipitó a salir de la
casa".
Jones construyó esta versión de la historia a partir de diversos recuerdos de Freud y de un
resumen que le había dado Marie Bonaparte de su diario inédito. Ahora bien, consultando ese
diario, así como la correspondencia de 1883 entre Martha Bernays y Freud, exhumada por John
Forrester y Peter Swales, se constata que esta historia del embarazo histérico es una
reconstrucción de Freud a la que Jones dio legitimidad médica y de archivo al denominarlo
seudociesis.
En una carta del 31 de octubre de 1883, Freud informa a Martha sobre la salud de su amiga 
Bertha, y le dice que va mejor y que se está liberando de su envenenamiento con morfina.
Después añade que Breuer interrumpió el tratamiento "porque amenazaba a su feliz matrimonio [
... ]. ¿Puedes reservarte lo que te digo, Martehen? Esto no tiene nada de vergonzoso sino más
bien de muy íntimo [ ... ]. Desde luego, lo sé por él personalmente." Según Freud, Mathilde Breuer
no habría soportado el interés que la paciente suscitaba en su esposo, y había caído enferma.
En 1909, en sus cinco conferencias sobre el psicoanálisis dadas en la Clark University de
Worcester, Freud habló M caso "Anna O." siguiendo la versión de los Estudios sobre la histeria,
pero cinco años más tarde, en cambio, en su contribución a la historia del psicoanálisis, retomó
la tesis del amor de transferencia (implícito en la carta del 31 de octubre de 1883): "Tengo
fuertes razones para suponer que Breuer, después de haber descartado todos los síntomas,
debió necesariamente descubrir, basándose en nuevos indicios, la motivación sexual de esta
transferencia, pero sin advertir la naturaleza general del fenómeno, de manera que,
impresionado por un untoward event, detuvo abruptamente su investigación. No me informó
directamente de ello, pero me ha proporcionado, en distintas épocas, suficientes puntos de
referencias como para poder justificar esta suposición." A continuación, Freud subraya que
Breuer le expresó su reprobación de la etiología sexual de las neurosis.
En su autobiografía de 1925 retorna esta versión, señalando que Breuer interrumpió el
tratamiento a causa del amor de transferencia de la paciente. La misma idea aparece en el
artículo necrológico dedicado a Breuer, en el cual Freud precisa que el historial del caso había
sido "abreviado y censurado por respeto a la discreción médica", y que su publicación se había
hecho necesaria por razones científicas: había que demostrar que el tratamiento de Anna O. era
anterior a los realizados por Pierre Janet con pacientes idénticas. No obstante, siete años
después, en una carta del 2 de junio de 1932 a Stefan Zweig, añadió la historia del fantasma de
embarazo de Bertha, y sostuvo que Dora Breuer, la hija de Josef Breuer, había confirmado la
existencia de ese hecho después de haber interrogado al padre: "La noche de ese día en el que
se habían superado todos los síntomas, lo llamó de nuevo; él la encontró delirante, retorciéndose
por dolores en el bajo vientre. Cuando le preguntó qué tenía, ella respondió: «Llega el hijo que
espero del Dr. Br.»"
En 1927 Freud le había hecho la misma confidencia a Marie Bonaparte, quien narra que la
"enfermedad" de Mathilde Breuer la había llevado a un intento de suicidio: "El 16 de diciembre, en
Viena -escribe la princesa-, Freud me contó la historia de Breuer. Su mujer había intentado
suicidarse hacia el final de la cura de Anna = Bertha. Lo que siguió es conocido: recaída de
Anna, fantasma de embarazo, huida de Breuer."
Estas diferentes versiones expuestas por Freud a lo largo de los años traducen con evidencia la
fragilidad del testimonio humano. Freud tenía "falsos" recuerdos, reconstruía los hechos y los
interpretaba a su manera.
La fábula del embarazo nervioso de Anna O. fue no obstante recibida como una certidumbre por 
el conjunto de la comunidad freudiana, en todas sus tendencias. Nacida de una palabra de
Freud, fue después utilizada por su biógrafo a los fines de la historia oficial. En 1953, para Jones
se trataba de pintar a Freud con los rasgos de un sabio heroico, el único capaz, contra la ciencia
de su época, de comprender la etiología sexual de la histeria y elaborar una nueva teoría de la
sexualidad. Se desacreditaba en consecuencia al personaje de Breuer, presentado como
pusilánime e ignorante. En cuanto a Anna O., junto a Emmy von N. (Fanny Moser), se convertía
en una figura mítica de los orígenes del freudismo, curada de su histeria gracias al método
catártico, del que había surgido triunfalmente el psicoanálisis.
En 1963, Dora Edinger, que había trabajado con Bertha Pappenheim, reunió las cartas y los
textos de esta última, así como diversos testimonios, presentando una imagen de esta mujer y su
destino ulterior diferente de la expuesta por Jones; subrayó sobre todo que la joven se había
abstenido siempre de evocar la época de su tratamiento con Breuer. Incluso, explicó, Bertha "se
oponía con vehemencia a cualquier sugerencia de tratamiento psicoanalítico para las personas
que estaban a su cargo, con gran sorpresa de quienes trabajaban con ella".
En 1970 el historiador Henri F. Ellenberger emprendió la investigación que permitiría revisar la
historiografía oficial y comprender quién había sido Bertha Pappenheim, y por qué su caso se
había narrado de ese modo. Dora Edinger le aconsejó a Ellenberger que visitara las clínicas de
Austria, Alemania y Suiza. Intrigado por una fotografía de Bertha en traje de amazona, sobre la
cual había una palabra ilegible, la hizo examinar por el laboratorio de la policía de Montreal.
Apareció entonces el nombre de la ciudad de Constanza, donde se encontraba el famoso
Sanatorio Bellevue, en Kreuzlingen, dirigido por la dinastía de los Binswanger, padre e hijo. Allí
descubrió un documento que invalidaba la tesis de Jones: un informe inédito de Breuer sobre el
caso, muy distinto del relato de los Estudios sobre la histeria. En 1972 Ellenberger publicó su
revisión de la historia, estableciendo por una parte que Dora Breuer había nacido el 11 de marzo
de 1882, y por lo tanto no podía haber sido concebida en junio, y por otro lado que el famoso
embarazo nervioso nunca había existido.
El informe de Breuer fue publicado por primera vez en 1978 por Albrecht Hirschmüller, su
riguroso biógrafo, que añadió otros elementos a la investigación de Ellenberger. Ese documento
presenta a Anna O. con su verdadero nombre, y narra de algún modo el reverso de la historia
idílica de los Estudios sobre la histeria. La verdadera paciente no sólo no había sido curada de
sus síntomas histéricos en el curso de la cura sino que, además, no había sido tratada con el
método catártico. El término no aparece en el informe, ni tampoco el de abreacción. Breuer
recurrió más bien a la hipnosis y después, para aliviar las dolorosas neuralgias de la paciente, le
aplicó dosis importantes de cloral y morfina, que la convirtieron en morfinómana. Sólo mucho más
tarde, al margen de cualquier intervención médica, la propia Bertha encontró un equilibrio. En
otras palabras, si la cura por la palabra sirvió, sólo algunas veces, para hacer desaparecer
ciertos síntomas, no había sido en absoluto un método claramente identificado. Lo mismo vale
respecto de la limpieza de chirnenea", que para Bertha consistía en descargar su mente de las
historias imaginadas los días anteriores. Breuer subrayaba también que el diagnóstico de histeria 
no era evidente: él pensaba en diversas enfermedades cerebrales.
Ellenberger concluye su investigación subrayando que el famoso "prototipo de curación catártica
no fue una curación ni una catarsis", y que quizá ni siquiera había habido una histeria. El
historiador confirmó que Freud y Breuer decidieron publicar el historial en forma de caso
princeps para reivindicar mejor, contra Janet, la prioridad M descubrimiento de la cura catártica.
En cuanto a Bertha Pappenheim, Ellenberger la presentó como una mujer práctica de fines del
siglo XIX, que logró sublimar su personalidad comprometiéndose en una gran causa por el
trabajo social y los derechos de las mujeres.
Esta notable revisión no hizo más que reforzar la idea progresivamente admitida por el propio
Freud de que para el sujeto la curación en psicoanálisis es un modo de convertir los síntomas
patológicos en una sublimación. Demostró sobre todo que Breuer y Freud, como casi todos los
maestros de la psicopatología, habían logrado en algunos años transformar los historiales en
ficciones, es decir, en relatos de casos destinados a demostrar la validez de sus tesis.
En 1978 Albrecht Hirschmüller confirmó la hipótesis de Ellenberger según la cual el caso de
"Anna O." se había incluido en los Estudios sobre la histeria para subrayar la anterioridad del
método de Bretier respecto del de Janet, quien había publicado L'Automatisme psychologique en
1889. En 1895, desde mucho antes Breuer había abandonado el terreno de la cura catártica, y
estaba en desacuerdo con Freud en numerosos puntos. Sin embargo, había sido el creador del
método, y sólo la publicación de la historia del tratamiento de Bertha Pappenheim podría
demostrarlo. Consciente de las dificultades enfrentadas por la joven, no sólo en cuanto a la
relación transferencial, sino también con respecto a su curación, Breuer vaciló en publicar el
historiaL Freud insistió y, como Bertha había dejado la ciudad de Viena, donde era conocida,
decidió contar su historia en los Estudios sobre la histeria dándole la forma de un tratamiento
catártico con curación, considerando que, si bien la evolución de la salud de Bertha no había
sido satisfactoria, en el momento de la cura se había producido la eliminación de ciertos síntomas
histéricos mediante una psicoterapia de tipo catártico.
A pesar del trabajo pionero de Ellenberger y el aporte de Hirschmüller, quien demostró que
Bertha Pappenheim superó su enfermedad mediante un compromiso militante que excluía
cualquier relación carnal con los hombres, los psicoanalistas más serios continuaron
considerando que los cánones de la historiografía oficial eran verdades intocables.
Tal fue en particular el caso del psicoanalista francés Moustapha Safotian en 1988. Basándose
en una novela de Lucy Freeman dedicada a Anna O., formuló la hipótesis de que el -embarazo
nervioso- de Anna O. había sido inducido por un deseo inconsciente de Breuer de asociar tres
figuras femeninas que llevaban el nombre de Bertha: su hija, su madre, su paciente. Este
razonamiento remitía en parte al del psicoanalista norteamericano George Pollock, quien en 1968
había señalado la identidad de los tres nombres, y llegado a la conclusión de que Breuer repetía
una situación edípica no resuelta. El empleo de la teoría lacaniana del significante venía así a 
reforzar la leyenda inventada por Jones en 1953 y las interpretaciones más clásicas de la
escuela norteamericana.
En los Estados Unidos, a partir de 1985 y bajo el impulso de la historiografía revisionista, algunos
investigadores se aplicaron a demostrar que Freud había sido un mistificador. Apropiándose del
cuerpo de las mujeres para las necesidades de su propaganda, había falsificado la verdad,
primero con Breuer y después contra él, a fin de promover al psicoanálisis como único método
de curación de las enfermedades psíquicas. Después, Jones habría reforzado, siempre contra
Breuer, la imagen oficial del héroe solitario. Para este enfoque que negaba la existencia misma
de cualquier innovación freudiana, Bertha Pappenheim se convirtió en una simuladora. Según
Peter Swales y Mikkel Borch-Jacobsen, partidarios de esta tesis, la paciente habría fingido ser
histérica para burlarse de su médico. Revancha de una mujer y de la identidad femenina, contra
la ciencia de los hombres! A fuerza de desconocer la historia de la conciencia subjetiva de los
científicos, de reducir los mitos fundadores a mistificaciones, y de pasar del culto positivista del
archivo a la denuncia antifreudiana, la historiografía revisionista norteamericana terminó en 1995
por adoptar, a propósito de Anna O., el mismo método interpretativo denunciado en Jones, y por
abrazar, en nombre de la defensa de la diferencia de los sexos, las tesis más retrógradas de los
médicos de fines del siglo XIX, que consideraban que la histeria era una simulación. 

Par
antitético
Par antitético
Par antitético
Al.: Gegensatzpaar.
Fr.: couple d'opposés.
Ing.: pair of opposites.
It.: coppia d'opposti.
Por.: par antitético.
fuente(12) 
Término frecuentemente utilizado por Freud para designar algunas grandes oposiciones básicas,
ora al nivel de las manifestaciones psicológicas o psicopatológicas (por ejemplo:
sadismo-masoquismo, voyeurismo-exhibicionismo), ora al nivel metapsicológico (por ejemplo:
pulsiones de vida - pulsiones de muerte).
Este término aparece en los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad (Drei Abhandlungen
zur Sexualtheorie, 1905) con el fin de poner en evidencia un carácter fundamental de algunas
perversiones: «Comprobamos que ciertas inclinaciones perversas se presentan regularmente en
forma de pares antitéticos, lo que [...] reviste una gran importancia teórica». Así, por ejemplo, el
estudio del sadismo muestra la presencia, junto con las tendencias sádicas, que son las que
predominan, de un placer masoquista; asimismo el voyeurismo y el exhibicionismo se hallan
íntimamente acoplados, como formas activa y pasiva de la misma pulsión parcial. Estos pares
antitéticos, aunque son particularmente visibles en las perversiones, s(- encuentran de modo
regular en el psicoanálisis de las neurosis. 
Aparte de estos datos clínicos, el concepto de par antitético forma parte de una exigencia
constante en el pensamiento de Freud: un dualismo fundamental que permitiría, en un último
análisis, explicar el conflicto.
En las diversas etapas de la evolución de la doctrina freudiana, y cualquiera que sea la forma
que adopte este dualismo, encontramos términos tales como: par antitético, oposición
(Gegensätzlichkeit), polaridad (Polarität), etc. Este concepto lo hallamos, no sólo al nivel
descriptivo, sino también a diversos niveles de teorización: en las tres oposiciones que
caracterizan las posiciones libidinales sucesivas del sujeto, activo-pasivo, fálico-castrado y
masculino-femenino, en el concepto de ambivalencia, en el par placer-displacer y, de un modo.
más radical, a nivel del dualismo pulsional (amor y hambre, pulsiones de vida y pulsiones de
muerte).
Se observará que los términos así emparejados pertenecen a un mismo nivel y son irreductibles
entre sí; no pueden engendrarse mutuamente por una dialéctica, sino que se hallan en el origen
de todo conflicto y constituyen el motor de toda dialéctica. 

Paradoja en el vínculo de pareja
Paradoja en el vínculo de pareja
Paradoja en el vínculo de pareja
fuente(13) 
Definición
La paradoja es una figura retórica que expresa en sus términos un tipo específico de
contradicción. Etimológicamente significa "contrario a la opinión recibida y común".
En la paradoja se despliega una lógica específica, la de la ambigüedad, configurándose una
forma de contradicción que no es la ambivalencia, propia del conflicto.
Por la riqueza que ofrece, este concepto ha sido trabajado desde la filosofía, la lógica, las
matemáticas, la psicología y el psicoanálisis.
Ferrater Mora, en su Diccionario de Filosofía, considera tres nociones de paradoja: la noción
lógica y semántica, la noción existencial y la noción psicológica.
Origen e historia del término
En el terreno de la psicopatología, los estudiosos de la Escuela de Palo Alto, desarrollaron las
llamadas "paradojas pragmáticas", para caracterizar ciertas formas patógenas de interacción en
la comunicación humana. 
Desde el Psicoanálisis, Winnicott, Anzieu, Pontalis, Racamier, Rousillon y otros, profundizaron
sobre el tema e introdujeron conceptos tales como "paradojas madurativas", "defensas
paradojales" y "transferencia paradojal .
Desarrollo desde la perspectiva vincular
Habría dos tipos de situaciones paradojales:
A) Paradojas estructurales o constitutivas del vínculo
Se designa con este nombre aquellas situaciones paradojales que están en el núcleo mismo de
la formación de la pareja humana. Su mantenimiento es esencial para el desarrollo y crecimiento
del vínculo.
Un referente teórico importante para la fundamentación de este concepto es Winnicott. Ya en
1951, señala ciertas paradojas implicadas en el proceso de formación y maduración del aparato
psíquico. "La capacidad de estar solo en presencia del otro" y "la paradoja de la creación del
objeto ya presente" en el mundo del "1nfans", deben ser consideradas paradigmáticas de
situaciones paradojales madurativas.
La paradoja podrá ser aceptada o negada, pero no admite ser resuelta.
Estos conceptos son analogables a los que desarrolla Bertrand Russell desde la Lógica
Matemática. Dedicado a desentrañar la contradicción de las paradojas lógicas, formuló 1a teoría
de los tipos". Establece que todos los objetos se dividen, por sus propiedades, en diferentes
tipos, dispuestos en una determinada sucesión y no se pueden atribuir propiedades de un objeto
de un tipo a otro de diferente nivel. De lo contrario se produce la paradoja, ya que ha mediado
una confusión de niveles.
Paradojas estructurantes del vínculo de pareja, serían entre otras:
- La paradoja planteada por el par endogamia-exogamia;
- La del encuentro-desencuentro;
- La del placer- sufrimiento; 
- La de la capacidad de estar solo en presencia del otro. Y sentirse acompañado en soledad;
- La que surge de la cotidianeidad. Marco paradojal de lo mismo y de lo nuevo.
- De la misma manera que "el camino para un buen desarrollo afectivo en el niño, pasa por el
encuentro necesario con la paradoja", el camino para la constitución y el enriquecimiento de la
vida de la pareja, requiere del reconocimiento y la aceptación de ciertas situaciones paradojales
denominadas paradojas estructurales o constitutivas y a su sostenimiento en el vínculo.
B) Paradojas patológicas
Se designa con este nombre, ciertas situaciones que puede llegar a presentar el vínculo de
pareja como resultado de formas fallidas de relación, en las que predomina la ambigüedad y la
confusión como características. Entre las mismas se distinguen:
1. Las paradojas pragmáticas
Se plantean cuando se establece una comunicación paradojal, continua y repetida, desde uno de
los integrantes de la pareja, que conduce a un daño en el psiquismo del otro. Adquieren toda su
fuerza patógena cuando son la expresión de órdenes y mandatos, ya sean manifiestos o
encubiertos (instrucciones paradojales); de ciertas formas de desaprobación
(descalificaciones) o de la anticipación de ciertos hechos (predicciones).
2. Defensa paradojal
Recurso yoico en uno de los integrantes de la pareja que siente que las actitudes del otro lo
colocan en una situación de entrampamiento y sin salida. Son soluciones de compromiso para
preservarse de una angustia profunda.
Las paradojas pragmáticas y las defensas paradojales, llamadas patológicas, no son
fenómenos unidireccionales. Por el contrario, incluyen en movimiento envolvente a los dos
integrantes de la pareja, signando a uno y a otro con características distintas pero
complementarias. Es el vínculo el que porta la situación paradojal, manifestando una alianza entre
la pulsión de uno que tiende a la destrucción del psiquismo del otro y la pulsión de
autodestrucción. 
Problemáticas conexas
Transferencia paradojal
En el tratamiento psicoanalítico de pareja, el analista puede experimentar un tipo de transferencia
especial, en la que él mismo se siente incluido en una situación paradoja¡, que dificulta el
abordaje terapéutico. Para poder manejar esta situación, necesita de otros recursos técnicos
como la metacomunicación.
Clima emocional promovido por la paradoja
En relación a la resonancia afectiva que promueven las paradojas
patológicas, promueve en quien las recibe, un amplio espectro de vivencias que, partiendo de la
perplejidad y el desconcierto, pasa a la confusión y a la duda, culminando con el desconcierto y
la desorientación. Se percibe un ataque a "la capacidad de pensar" ya que son las funciones
propias del proceso secundario las que resultan dañadas. La rebelión y el esfuerzo intelectual
pasan a ser recursos inoperantes. Paralelamente, desde quien es fuente de este tipo de
comunicación, hay una falta de capacidad empática respecto de los sentimientos y sufrimientos
del otro. La arbitrariedad es lo que caracteriza la situación. 

Parafrenia
Al.: Paraphrenie. 
Fr.: paraphrénie. 
Ing.: paraphrenia.
It.: parafrenia.
Por.: parafrenia.
fuente(14) 
A) Término propuesto por Kraepelin para designar psicosis delirantes crónicas que, como la
paranoia, no se acompañan de debilitación intelectual ni evolucionan hacia la demencia, pero se
asemejan a la esquizofrenia por sus construcciones delirantes ricas y mal sistematizadas, a
base de alucinaciones y fabulaciones.
B) Término propuesto por Freud para designar, sea la esquizofrenia («parafrenia propiamente
dicha»), sea el grupo paranoia-esquizofrenia.
En la actualidad, la acepción de Kraepelin ha prevalecido totalmente sobre la propuesta por 
Freud.
Kraepelin propuso el término «parafrenia» antes que Freud (entre 1900 y 1907). En cuanto a su
concepción nosológica, hoy ya clásica, de la parafrenia, remitimos.al lector a los manuales de
psiquiatría.
Freud intentó utilizar el término en un sentido totalmente distinto. Consideraba inadecuado el
término «demencia precoz», como también el de esquizofrenia. Creía preferible utilizar el nombre
de parafrenia, que no implica las mismas opciones en cuanto al mecanismo profundo de la
enfermedad; por otra parte, parafrenia se asemeja a paranoia, subrayando así el parentesco
existente entre ambas afecciones .
Más tarde, en Introducción al narcisismo (Zur Einführung des Narzissmus, 1914), Freud vuelve
a utilizar el término parafrenia en un sentido más general, para designar el grupo
paranoia-esquizofrenia, si bien sigue designando la esquizofrenia como «parafrenia propiamente
dicha» (eigentliche Paraphrenie).
Freud renunció rápidamente a su sugerencia terminológica, sin duda ante el éxito del término
bleuleriano de esquizofrenia. 

Paranoia
Al.: Paranoia.
Fr.: paranoia.
Ing.: paranoia.
It.: paranoia.
Por.: paranóia.
fuente(15) 
Psicosis crónica caracterizada por un delirio más o menos sistematizado, el predominio de la
interpretación, la ausencia de debilitación Intelectual, y que generalmente no evoluciona hacia la
deterioración.
Freud Incluye en la paranoia no sólo el delirio de persecución, sino también la erotomanía, el
delirio celotípico y el delirio de grandezas.
El término «paranoia» es una palabra griega que significa locura, desorden del espíritu. Su
empleo en psiquiatría es muy antiguo. La complicada historia de esta palabra se ha descrito a
menudo en los tratados de psiquiatría, a los que nos permitimos remitir al lector. Es sabido que la
paranoia, que en la psiquiatría alemana del siglo xix tendía a englobar el conjunto de los delirios,
experimentó una mayor precisión y limitación de su extensión durante el siglo xx, principalmente 
por la influencia de Kraepelin. Sin embargo, todavía hoy persisten divergencias entre las distintas
escuelas en cuanto a la extensión de este cuadro nosográfico.
No parece que el psicoanálisis haya ejercido una influencia directa en esta evolución; pero
ejerció una influencia indirecta, en la medida en que contribuyó, por intermedio de Bleuler, a
definir el campo limítrofe de la esquizofrenia.
Para el lector de Freud puede resultar útil ver cómo se inserta en esta evolución el empleo
freudiano de la palabra paranoia. En sus cartas a Fliess y en sus primeros trabajos publicados,
Freud parece mantenerse dentro de la acepción prekraepeliana y considerar la paranoia como
una entidad muy extensa que agrupa la mayoría de los delirios crónicos. En sus escritos
publicados a partir de 1911, adopta la gran distinción de Kraepelin entre paranoia y demencia
precoz: «Considero plenamente justificado el paso dado por Kraepelin, que ha reunido en una
nueva unidad clínica, con la catatonia y otras formas patológicas, una gran parte de lo que
anteriormente se denominaba paranoia». Ya es sabido que Kraepelin reconocía, junto a las
formas hebefrénica y catatónica de la demencia precoz, una forma paranoide en la que existe
un delirio, aunque poco sistematizado, que se acompaña de inafectividad y que evoluciona hacia
la demencia terminal. Freud, al adoptar esta terminología, se verá inducido a modificar, en uno de
sus primeros escritos, un diagnóstico de «paranoia crónica» en dementia paranoides.
Freud, en concordancia con Kraepelin, mantuvo siempre como independiente del grupo de las
demencias precoces, el conjunto de los delirios sistematizados, reuniéndolos bajo la
denominación de paranoia: engloba en ella no sólo el delirio de persecución, sino también la
erotomanía, el delirio celotípico y el delirio de grandezas. Su posición difiere claramente de la de
su discípulo Bleuler, que incluye la paranoia en el grupo de las esquizofrenias, por encontrar en
ella el mismo trastorno fundamental y primario: la «disociación» (véase: Esquizofrenia). Esta
última tendencia prevalece sobre todo en la escuela psiquiátrica americana de inspiración
psicoanalítica.
La posición de Freud presenta algunos matices. Si bien en varias ocasiones intentó diferenciar la
paranoia de la esquizofrenia, en lo referente a los puntos de fijación y a los mecanismos que
intervienen, también admite que « [...] los síntomas paranoicos y esquizofrénicos se pueden
asociar en todas las proporciones», y ofrece una explicación genética de tales estructuras
complejas. Si tomamos como referencia la distinción introducida por Kraepelin, la posición de
Freud aparece como opuesta a la de Bleuler. Kraepelin distingue claramente la paranoia, por una
parte, y la forma paranoide de la demencia precoz, por otra; Bleuler incluye la paranoia en la
demencia precoz o grupo de las esquizofrenias; Freud, por su parte, incluiría en la paranoia
algunas formas llamadas paranoides de la demencia precoz, especialmente por considerar que
la « sistematización » del delirio no constituye un buen criterio para definir la paranoia. Como
indica claramente el estudio del Caso Schreber (e incluso su título), la «demencia paranoide» del
presidente Schreber para Freud es esencialmente una «paranoia». 
No aspiramos a exponer aquí una teoría freudiana de la paranoia. Indicaremos solamente que la
paranoia se define, en sus distintas modalidades delirantes, por su carácter de defensa contra
la homosexualidad. Cuando predomina este mecanismo en un delirio llamado paranoide, esto
constituye para Freud una razón suficiente para relacionarlo con la paranoia, incluso en
ausencia de « sistematización ».
Aunque elaborada sobre bases bastante distintas, la posición de Melanie Klein entronca con
esta tendencia de Freud a hallar un fundamento común para la esquizofrenia paranoide y la
paranoia. Ello explica, en parte, la aparente ambigüedad del término «posición paranoide». La
posición paranoide se centra en el fantasma de persecución por los «objetos malos» parciales, y
M. Klein encuentra esta misma fantasía en los delirios, tanto paranoides como paranoicos. 
Paranoia
Paranoia
fuente(16) 
s. f. (fr. paranoia; ingl. paranoia; al. Paranoia). Psicosis caracterizada por un delirio de
persecución sistematizado e interpretativo al que se atribuyen especialmente los delirios de
celos, de erotomanía y de grandeza. Desde el punto de vista freudiano, estas diversas formas
de delirio son otras tantas maneras de negar la homosexualidad proyectándola al exterior [véase
delirio]. El análisis de la paranoia es ejemplar para Lacan de la teoría de la psicosis, para la cual
justamente ha introducido el concepto de forclusión del Nombre-del-Padre.
Esta «forclusión del Nombre-del-Padre» le quita todo sentido a lo que depende de la significación
fálica, cuyo encuentro sumerge al sujeto en el desconcierto, librándolo al retorno en lo real, en
forma de alucinaciones, de lo que falta en el nivel simbólico. El delirio va a suplir a la metáfora
paterna desfalleciente, construyendo una «metáfora delirante», destinada a dar sentido y
cohesión a aquello que carece de sentido y cohesión.
El uso del término paranoia, muy antiguo en psiquiatría, ha evolucionado desde una extensión
muy amplia, tanto que en la psiquiatría alemana del siglo XIX llega a englobar al conjunto de los
delirios, hasta un empleo más preciso, limitado, esencialmente bajo la influencia de E. Kraepelin
(1899), a las psicosis en las que se instala un sistema delirante durable e inconmovible, que deja
intactas las facultades intelectuales, la voluntad y la acción. Corresponde a los conceptos de
monomanía y de delirio crónico sistematizado de los autores antiguos y se distingue por lo tanto
de la esquizofrenia, o demencia precoz.
S. Freud, después de Kraepelin, adopta esta gran distinción y engloba en la paranoia, además
del delirio de persecución, la erotomanía, el delirio de celos y el delirio de grandeza. Se opone así
a Bleuler, que hace entrar la paranoia dentro del grupo de las esquizofrenias y encuentra en el
origen de las dos enfermedades mentales el mismo trastorno fundamental, la disociación. Esta
última concepción es la que prevalece actualmente en la escuela psiquiátrica norteamericana de
inspiración psicoanalítica.
Freud, sin embargo, por otras razones, en particular porque la sistematización del delirio no
bastaba a sus ojos para definir la paranoia, no vacila en vincular a este grupo ciertas formas,
llamadas «paranoides», de la demencia precoz. Así, en el título mismo de su observación del
caso Schreber, hace equivaler paranoia y demencia paranoide (dementia paranoides). 
Pero el aporte esencial del psicoanálisis a propósito de la paranoia no concierne a estos
problemas de clasificación nosográfica. Incluso tendería a dejarlos de lado para dedicarse más
bien a poner en evidencia los mecanismos psíquicos en juego en esta psicosis y la parte
innegable que le cabe a la psicogénesis en su etiología.
El caso Schreber, En 1911 Freud establece la observación de un caso de paranoia a partir de
las Memorias de un neurópata (1903) del presidente Schreber, eminente jurista que había escrito
y publicado él mismo la historia de su enfermedad. Esta había comenzado, después de su
nominación para la presidencia de la Corte de Apelaciones, bajo la forma progresiva de un
«delirio alucinatorio» multiforme, para culminar luego en un delirio paranoico sistematizado, a
partir del cual, según uno de sus médicos, «su personalidad se había reconstruido» y había
podido mostrarse «a la altura de las tareas de la vida, exceptuando ciertos trastornos aislados».
En este delirio, Schreber se creía llamado a salvar el mundo, por una incitación divina que se
trasmitía a él por medio del lenguaje de los nervios y en una lengua particular, llamada lengua
fundamental (al. Grundsprache). Para eso, debía trasformarse en mujer. La hipótesis de
arranque de Freud fue que podía abordar estas manifestaciones psíquicas a la luz de los
conocimientos que el psicoanálisis había adquirido de las psiconeurosis, porque ellas provenían
de los mismos procesos generales de la vida psíquica.
Así, en las relaciones que en su delirio Schreber mantiene con Dios, Freud reencuentra,
traspuesto, el terreno familiar del «complejo paterno». Reconoce, en efecto, en ese personaje
divino, el «símbolo sublimado» del padre de Schreber, médico eminente, fundador de una escuela
de gimnasia terapéutica, con quien él mantenía relaciones a la vez de veneración y de
insubordinación. Del mismo modo, en la subdivisión entre un Dios superior y un Dios inferior,
redescubre los personajes del padre y del hermano mayor.
Narcisismo y homosexualidad. Freud hace girar su interpretación esencialmente en torno de la
relación erótica homosexual con estas dos personas. Considera, en efecto, esencial a la
paranoia que Schreber haya debido construir un delirio de persecución para defenderse del
fantasma del deseo homosexual, que expresaría, según él, la feminización exigida por su misión
divina. Este fantasma, presente en la evolución normal del varón, sólo deviene causa de psicosis
porque hay en la paranoia un punto de fragilidad situado «en alguna parte de los estadios del
autoerotismo, del narcisismo y de la homosexualidad».
La referencia al narcisismo será precisada en 1914, cuando Freud distinga más nítidamente
todavía la libido de objeto de la libido narcisista, de cuyo lado situará la psicosis en su conjunto.
Tanto en los esquizofrénicos como en los paranoicos, Freud supone una desaparición de la
libido de objeto en provecho del investimiento del yo, y el delirio tendría como función secundaria
la de intentar retrotraer la libido al objeto.
Esta reflexión ya se encuentra en los trabajos de K. Abraham (1908), que opone, a propósito de 
la demencia precoz, los dos tipos de investimiento, del mismo modo como supone para la
persecución un origen erótico, no siendo el perseguidor al principio sino el objeto sexual mismo.
El mecanismo proyectivo. Al retomar esta tesis, Freud le va a dar un desarrollo muy importante,
puesto que va a fundar lo esencial de su teoría: el delirio de persecución, en efecto -lo mismo,
por otra parte, que los delirios erotomaníacos y de celos-, sería siempre el resultado de una
proyección, que produce, a partir del enunciado de base homosexual «Yo, un hombre, amo a un
hombre», primero su negación: «Yo no lo amo, lo odio», y luego la inversión de las personas: «El
me odia». Por medio de esta proyección, lo que debería ser sentido interiormente como amor es
percibido como odio proveniente del exterior. El sujeto puede evitar así el peligro en el que lo
colocaría la irrupción en su conciencia de sus deseos homosexuales. Peligro considerable a
causa de la fijación de estos enfermos al estadio del narcisismo, lo que haría de la amenaza de
castración una amenaza vital de destrucción del yo. El delirio por lo tanto aparece como un medio
para el paranoico de asegurar la cohesión de su yo al mismo tiempo que reconstruye el
universo.
Desarrollos de la teoría freudiana. De estos dos puntos esenciales en la teoría freudiana de la
paranoia, regresión al narcisismo y evitación de los fantasmas homosexuales por medio de la
proyección, el primero conoció su desarrollo más importante a partir de M. Klein, para quien toda
psicosis era un estado de fijación o de regresión a un estadio primario infantil, en el que un yo
precoz era capaz, desde el nacimiento, de experimentar angustia, emplear mecanismos de
defensa y establecer relaciones de objeto, pero con un objeto primario, el seno, escindido entre
un seno ideal y un seno persecutorio. Este yo todavía desorganizado y lábil desviaría la
angustia, suscitada en él por el conflicto entre las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte,
por una parte recurriendo a la proyección y, por la otra, a la agresividad. Se ve en consecuencia
que, desde el principio, todo ser humano es psicótico y, en particular, paranoico. Esta posición
primitiva es denominada, por otra parte, esquizoparanoide.
Por el contrario, en lo concerniente al segundo punto, es decir, al núcleo homosexual de la
paranoia, Melanie Klein no lo retorna y plantea además problemas de fondo que ya los mismos
contemporáneos de Freud habían señalado.
La forclusión del Nombre - del - Padre. Pero sin duda es en Lacan (Seminario sobre las
psicosis, 1955-56) en quien esta cuestión ha sido retomada de la manera más apropiada para
aclararla. Volviendo a la lectura freudiana del texto de Schreber, introduce un supuesto esencial
para comprender lo que Freud llama el «complejo paterno» en el neurótico y lo que lo distingue de
lo que se encuentra en el psicótico, clarificando de un solo golpe considerablemente lo que
significa la pretendida «homosexualidad» del paranoico. Este supuesto es el de la función
paterna simbólica, o metáfora paterna, designada también con el término Nombre-del-Padre, que
conviene distinguir del padre real porque resulta del reconocimiento por la madre no sólo de la
persona del padre, sino sobre todo de su palabra, de su autoridad, es decir, del lugar que ella le
reserva a la función paterna simbólica en la promoción de la ley. En el paranoico, esta metáfora 
no opera. Hay en él -Lacan retorna aquí un término posterior en la obra de Freud- Verwerfung,
que Lacan traduce por «forclusión», es decir que, en el lugar del Nombre-del-Padre, hay un
agujero, que produce en el sujeto un agujero correspondiente en el sitio de la significación fálica,
lo que provoca en él, cuando se encuentra confrontado con esta significación fálica, el
desarreglo más completo. Es así como se desencadena la psicosis en Schreber, en el momento
en que es llamado a ocupar una función simbólica de autoridad, situación frente a la cual sólo
puede reaccionar con manifestaciones alucinatorias agudas, a las que poco a poco la
construcción de su delirio vendrá a aportarles una solución, constituyendo, en el lugar de la
metáfora paterna desfalleciente, una «metáfora delirante», destinada a dar un sentido a lo que
para él carece totalmente de sentido.
En esta concepción se comprende mejor a qué corresponde lo que Freud designa como
homosexualidad. Se trata, con más exactitud, de una posición transexual, es decir, de una
feminización del sujeto, subordinada no al deseo de otro hombre, sino a la relación que su madre
sostiene con la metáfora paterna y, por lo tanto, con el falo. En este caso, que es de forclusión
del primer término, se atribuye al hijo ser ese falo materno, lo que lleva a la conclusión de que «a
falta de poder ser el falo que le falta a la madre, le queda la solución de ser la mujer que le falta a
los hombres» («De una cuestión preliminar ... », Escritos) o, todavía, la mujer de Dios.
La forclusión de la metáfora paterna impide en efecto asimilar a una posición femenina en la
homosexualidad, o a aquella más general del Edipo invertido, este ser la mujer al que se
encuentra constreñido Schreber, porque, contrariamente a esas otras dos situaciones, lo que le
falta precisamente es la amenaza de castración. El padre de Schreber, situado fuertemente
como una figura imponente y respetada, ilustra bien que un padre pueda ser así en la realidad,
pero, al propio tiempo, por el hecho mismo de que se arroga una posición de legislador o de
servidor de una obra, puede estar en relación con esos ideales en una postura de demérito o
incluso de fraude, es decir, «de excluir al Nombre-del-Padre de su posición en el significante»
(Escritos).
Otra consecuencia de esta reformulación teórica es que pone término, de manera quizás
abrupta, a las discusiones sobre el distingo entre paranoia y esquizofrenia. La cuestión de la
paranoia deviene la cuestión totalmente general de la estructura de la psicosis. 
Paranoia
Paranoia
fuente(17) 
La mayor parte de los tratados y vocabularios de psiquiatría y psicoanálisis se consideran
obligados a recordar que el término «paranoia» está tomado del griego clásico. Convendría
además subrayar la distancia entre su acepción originaria y su transposición moderna. En la
lengua de Esquilo, Eurípides, Aristófanes -pero también en la de Hipócrates-, «paranoia» no
designa una enfermedad del alma, sino el arrebato de un delirio. En Los siete contra Tebas, el
término evocará el abrazo fatal en el que se precipitan Edipo y Yocasta; en Eurípides, la
terrorífica visión de la que cae víctima Orestes después del asesinato de su madre; en
Aristófanes, el ensueño ideológico de un burgués ateniense; en Hipócrates, finalmente, la crisis
epiléptica. Es cierto que este mismo vocablo, «paranoia», se encuentra también en la definición
jurídica, atestiguada por Platón y Andócides, de procedimiento de interdicción al que está
expuesto el padre pródigo por parte de sus herederos. Pero también en este caso es llamada a
recubrir la descripción de comportamientos observables; le corresponderá a la psiquiatría 
alemana del siglo XIX realizar su transposición desde ese registro descriptivo a la clasificación
nosográfica, en equivalencia con esa entidad que es el delirio sistematizado de la escuela
francesa. Testimonio de una evolución ya esbozada, el léxico etimológico de Kraus aportará su
definición en su 4 a edición, de 1844, bajo la doble entrada de «paranoia» o «parancea».
Kahlbaum y Krafft-Ebing continúan su elaboración con esta denominación nueva. Finalmente, en
vísperas de la llegada del psicoanálisis, la cuarta edición del Tratado de psiquiatría de Kraepelin
fija en unas cincuenta páginas los elementos en adelante clásicos de una sintomatología
destinada a dar asidero a todas las discusiones ulteriores. Punto de referencia sin duda
precioso para marcar la originalidad en tal sentido de la investigación freudiana.
El delirio sistematizado
No obstante, mayor que ningún otro será en este sentido el aporte de la enseñanza de
Griesinger; hasta nosotros ha llegado un ejemplar de su Tratado de psiquiatría cuidadosamente
anotado por el propio Freud; se trata de una obra que, con reserva de la terminología, anticipa ya
la intervención del psicoanálisis. Al tratar los caracteres generales de la locura y sus analogías
con ciertas formas «normales» de experiencia, Griesinger, en efecto, describe sobre todo las
afinidades con el sueño y la hipnosis. En lo que concierne al delirio, delimita su dominio con la
denominación de Verrücktheit [demencia], distinguida de la Versinnung o confusión alucinatoria.
Algunos años después, Kraepelin suscribirá esta denominación. Simplemente reemplazará el
término Verrücktheit (el delirio sistematizado de los franceses) por el término paranoia, no sin
asociarlo, en nota, con la designación de Griesinger, dejando en manos de Freud el desarrollo de
fondo de las intuiciones más originales de Griesinger. No obstante, la interpretación
psicoanalítica de la paranoia no se desarrollará sobre el terreno abarcado por esta nueva
designación, sino por un efecto de arrastre a partir del estudio de la histeria y de la neurosis
obsesiva.
«En psiquiatría -escribe Freud el 24 de enero de 1895-, las ideas delirantes se clasifican con las
ideas obsesivas, siendo unas y otras perturbaciones puramente intelectuales; la paranoia se
ubica junto al trastorno obsesivo en tanto que psicosis intelectual. Si las obsesiones son
atribuibles a un trastorno afectivo, y si se ha demostrado que deben su potencia a algún
conflicto, la misma explicación debe ser valedera para las ideas delirantes. Estas ideas se
desprenden de una perturbación afectiva y su fuerza se debe a un proceso psicológico. Los
psiquiatras tienen una opinión contraria, mientras que los profanos acostumbran atribuir la locura
a choques psíquicos... El hecho es éste: la paranoia crónica, en su forma clásica, es un modo
patológico de defensa, lo mismo que la histeria, la neurosis obsesiva y los estados de confusión
alucinatoria.»
Más precisamente, entonces, según el principio de explicación admitido por Freud en su
generalidad, «estas personas se vuelven paranoicas porque no pueden tolerar ciertas cosas». 
«Además -añade-, es preciso que su psiquismo esté particularmente predispuesto.» ¿En qué
consiste esta predisposición?
Proyección y recusación de creencia
El análisis de un ejemplo remite a Freud a una escena de seducción (24 de enero de 1895), en la
que el problema consistirá en caracterizar la represión en la especificidad del proceso
paranoico. La defensa -escribe Freud-, era innegable, pero también habría podido terminar en un
síntoma histérico o una obsesión. ¿Cuál era la especificidad de la defensa paranoica? Se
introduce entonces el mecanismo de la proyección. Un mecanismo a fin de cuentas trivial, cuya
importancia había sido señalada en particular por Schopenhauer; no obstante, también hay que
reconocer que Freud renovó su concepción, interpretándolo como equivalente a una represión
-diferente de la represión histérica- que se basa en primera instancia en el contenido que la
motiva. Por lo tanto, hay que precisar la relación de esa defensa, asegurada por un «mal uso»
del mecanismo de proyección, con el incidente primario.
El 1 de enero de 1896 Freud encara sucesivamente el incidente primario (sin duda análogo al que
engendra la neurosis obsesiva), el recuerdo de ese incidente, el displacer que provoca (de
manera aún indeterminada), la represión consecutiva y la proyección. Pero a esta última está
asociado además un proceso totalmente característico, que es el de recusar la creencia
(versagen des Glaubens). Entendemos por esto la desconexión respecto del yo, o
desapropiación, de un contenido incompatible con la identidad que el sujeto se reconoce. Más
precisamente, la conciencia se niega a dar crédito al autorreproche, y a tal fin emplea el
procedimiento de la proyección. Se hace responsable al prójimo del displacer. El síntoma primario
así constituido es la desconfianza, la susceptibilidad exagerada con respecto a los otros. Las
voces representan los autorreproches a la manera de un síntoma de compromiso. En términos
más amplios, «los caracteres generales de esta neurosis -la importancia atribuida a la voz en
tanto que imagen de las relaciones con el prójimo y a los gestos que nos revelan la mentalidad de
los otros, la importancia asimismo del tono de sus dichos y de las alusiones-, todo ello emana del
hecho de que la conciencia no puede admitir ninguna relación directa entre el contenido de las
observaciones y el recuerdo reprimido». Con la puesta en evidencia del «rehusamiento de
creencia» concomitante con la proyección, en el curso de ese año de 1896 se realiza una
redistribución de conjunto de los datos del problema. En primer lugar, al prestarse atención a la
emergencia del síntoma originario, su localización cronológica aparece como característica
distintiva en relación con la neurosis obsesiva y la histeria.
El marco edípico 
«En la paranoia -escribe Freud en mayo de 1896-, las escenas (originarias) tienen lugar después
de la segunda dentición, y son evocadas en la madurez. La defensa se manifiesta entonces
como incredulidad; la paranoia es la neurosis que menos depende de los determinantes
infantiles. Representa la neurosis de defensa por excelencia, independiente de la moral y la
aversión sexual que proveen a la neurosis obsesiva y a la histeria sus motivos de defensa.»
En la estructura de la paranoia encontrará su justificación un vuelco metodológico esencial.
Hemos aprendido que el proceso se despliega en un orden: incidente, recuerdo, displacer,
recusación de creencia (desconexión), represión (1 de enero de 1896). Como consecuencia se
considera que el prójimo me imputa el rasgo o el deseo que yo condeno.
Ahora bien, al año siguiente se produjo la crisis de la que emergió la primacía de la organización
edípica, y sin duda la paranoia contribuyó al descubrimiento de esta organización en un grado no
menor que la influencia que el descubrimiento del Edipo tuvo sobre el análisis de la paranoia. En
síntesis, la paranoia puso de manifiesto un tipo de defensa que implica, en la recusación de la
creencia, la relación del sujeto con el otro. La organización edípica confirma esta investigación,
en cuanto asigna a tal experiencia sus dimensiones normativas. Por ello, la interpretación de la
paranoia abre el camino a la reconstrucción de las fases de la cultura. «En la paranoia -escribe
Freud el 24 de enero de 1897- se combina la megalomanía con la creación de mitos genealógicos
sobre el linaje del niño, tendientes al extrañamiento de la familia. La novela de enajenación, añade
Freud el 25 de mayo de 1897 -según la cual el sujeto se cree extraño en su familia (p. ej. en la
paranoia) está presente en todas partes y sirve para hacer ¡legítima a esa familia.»
El testimonio autobiográfico publicado en 1903 por el presidente Schreber -Memorias de un
neurópata- dará cuerpo a estas primeras sugerencias, en un comentario cuyo título e
introducción no dejan de sorprender por su modestia, Modestia del título, que se limita a simples
«Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (dementia paranoides) descrito
autobiográficamente». Modestia de la presentación del caso, por la exclusión de toda
dependencia con respecto a la investigación teórica ante la práctica psiquiátrica efectiva; la
investigación se reduce a la interpretación de un texto.
En el intervalo de 1897 a 1903 se producirá no obstante una revisión esencial, en forma de
extensión a la paranoia de la crítica ya realizada de la etiología traumática de la histeria. El 21 de
setiembre de 1897, Freud declara en efecto haber renunciado a su «neurótica» es decir, a la
hipótesis de que la histeria se origina en un incidente sexual, hipótesis conservada aún en la
carta 52 del 6 de diciembre de 1896: «estoy cada vez más convencido -escribía Freud
entonces- de que la histeria deriva de la perversión del seductor». Una solución posible, añade
el 21 de setiembre de 1897, cuando abandona esta última hipótesis, tendría en cuenta que el
fantasma sexual se juega siempre en torno del tema de los progenitores.
Ahora bien, el 15 de octubre de 1897 el mismo movimiento crítico se extiende a la paranoia, y 
precisamente en el contexto de la representación edípica.
«He encontrado en mí, como por otro lado en todas partes, sentimientos de amor respecto de mi
madre y de celos respecto de mi padre, sentimientos que son, creo, un fenómeno general de la
temprana infancia», aun cuando su aparición no sea tan precoz como en la niñez de los
pacientes histéricos (de una manera análoga a la de la novela sobre la genealogía de los
paranoicos -héroes, fundadores de religiones-). Si esto es así, se comprende el poder
cautivador de Edipo rey, que desafía todas las objeciones racionales que se oponen a la
hipótesis de una fatalidad inexorable. Se comprende también por qué todos los dramas ulteriores
del destino tenían que fracasar lastimosamente. Nuestros sentimientos se revelan contra todo
destino individual arbitrario como el que se encuentra expuesto en Die Ahnfrau, etc. Pero el mito
griego ha captado una compulsión que todos reconocen, porque todos la han experimentado. En
germen, en fantasía, cada espectador fue alguna vez un Edipo, y se espanta ante la realización
de sus sueños transpuestos a la realidad; se estremece proporcionalmente a la represión que
separa su estado infantil de su estado actual.»
En síntesis, en la fecha en que se produce el vuelco decisivo del desarrollo del psicoanálisis,
parecen adquiridos los temas siguientes:
1) El resorte de la proyección paranoica tiene que ver con nuestra intolerancia a que la gente
conozca de nosotros lo que nosotros ignoramos (24 de enero de 1895).
2) Las características generales de esta afección (importancia atribuida a la voz, al gesto, al
tono) traducen el corte entre el alter ego y el recuerdo reprimido (1 de enero de 1896).
3) La paranoia es la neurosis que menos depende de las determinaciones infantiles. Ella
representa la neurosis de defensa por excelencia, independiente de la moral y de la aversión
sexual, que procuran a la neurosis obsesiva y a la histeria sus motivos de defensa (20 de mayo
de 1896).
4) La elección de neurosis (histeria, neurosis obsesiva, paranoia) depende verosímilmente del
estadio de evolución en el que la represión es posible, es decir, en el que un placer de fuente
interior se transforma en repugnancia proveniente del exterior.
5) Hay desplazamiento por vía asociativa en la histeria, desplazamiento por semejanza
conceptual en la neurosis obsesiva, característico del lugar y quizá también de la época en la
que se produjo la defensa, y desplazamiento de orden causal en la paranoia (25 de mayo de
1897).
Proyección y narcisismo 
De modo que, partiendo de la importancia asignada a la fecha del trauma, progresamos al tomar
en cuenta la fecha de la represión (proyección), y desde allí el marco edípico en el que ésta
interviene.
Finalmente, el 9 de diciembre de 1899 se reveló la relación con la teoría de la sexualidad. «Lo que
me preocupa es la "elección de las neurosis". ¿En qué circunstancias una persona se convierte
en histérica, en lugar de volverse paranoica? En un intento primero y grosero, en la época en
que yo procuraba impetuosamente forzar la ciudadela, pensaba que esa elección dependía de la
edad en que se habían producido los traumas sexuales del momento del incidente... Después ya
no tuve opinión, hasta estos últimos días, en que se me reveló la conexión con la teoría de la
sexualidad... Entre las capas sexuales, la más profunda es la del autoerotismo, que no tiene
ninguna meta psicosexual y sólo exige una sensación capaz de satisfacerlo localmente. Más
tarde lo releva el aloerotismo (homoerotismo y heteroerotismo), pero sin duda subsiste con la
forma de una corriente independiente. La histeria (así como su variedad, la neurosis obsesiva)
es aloerótica y se declara principalmente por una identificación con la persona amada. La
paranoia vuelve a deshacer las identificaciones, restablece a las personas que se ha amado en
la infancia (véanse mis observaciones relativas a los sueños de exhibición) y escinde al yo en
varias personas ajenas. Esto es lo que me ha llevado a considerar la paranoia como el asalto de
una corriente autoerótica, como un retorno a la situación de antaño. La formación perversa
correspondiente sería la que se denomina locura original.»
De esto surgen las condiciones particulares en las que se propondrá la tarea de interpretación,
en los casos respectivos de las neurosis histéricas, la neurosis obsesiva y la paranoia. La
relación transferencial, en los dos primeros tipos de afecciones, apunta a liberar
representaciones marcadas por la sustitución (histeria), el desplazamiento (obsesión) y, en el
caso de la paranoia, por la puesta en evidencia de una relación causal (25 de mayo de 1897).
Bajo esta forma recobra su sentido el principio formulado anteriormente (el 24 de enero de
1895), según el cual «el contenido real sigue intacto cuando cambia el emplazamiento (Stellung)
de toda la cosa, y el reproche interior es empujado hacia afuera». Más precisamente, «la
represión se realiza por recusación de creencia (1º de enero de 1896); se conservan los
contenidos y afectos de la idea intolerable, pero son proyectados afuera».
Ahora bien, esto también significa que todos los datos del problema están reunidos de entrada
por la experiencia, y que lo único llamado a modificarse es su configuración. De ello resulta que,
en este terreno de la paranoia, un texto autobiográfico pueda hacer las veces de la emergencia
progresiva del material en la cura. Así puede entonces apreciarse la originalidad de la
contribución que le aportará a Freud el texto de Schreber. Se intentarán tres vías: la puesta en
evidencia de la homosexualidad, la función de la proyección y el papel de la fijación sobre el yo.
La homosexualidad, recuerda Freud, no es original; los estudios de casos realizados con el
concurso de Jung ya habían atestiguado regularmente que el perseguidor del delirio paranoico 
es un ser que antes había sido amado. La proyección, en segundo lugar, no es específica de la
paranoia. «En lo que concierne a la formación de los síntomas en la paranoia, el rasgo más
sorprendente es el proceso que conviene calificar de proyección. Se reprime una percepción
interna y, en lugar de ella, su contenido, después de haber sufrido una cierta deformación, llega
a la conciencia con forma de percepción proveniente del exterior. En el delirio de persecución, la
deformación consiste en una transformación del afecto: lo que debía experimentarse
interiormente como amor es percibido exteriormente como odio. Uno se sentiría tentado a
considerar este curioso fenómeno como el elemento más importante de la paranoia y como
absolutamente patognomónico si no recordara oportunamente dos hechos. En primer lugar, la
proyección no desempeña el mismo papel en todas las formas de paranoia; en segundo término,
no aparece sólo en el curso de la paranoia, sino también en otras condiciones psicológicas; de
hecho, tiene asignada una participación regular en nuestra actitud ante el mundo exterior. Pues
cuando investigamos las causas de ciertas impresiones, no en nosotros mismos (como lo
hacemos cuando se trata de otras impresiones del mismo orden), sino que las situamos en el
exterior, ese proceso normal también merece el nombre de proyección. Así, si atendemos al
hecho de que se trata -en el caso de la proyección- de problemas psicológicos más generales,
remitimos a otra oportunidad el estudio de la proyección, y al mismo tiempo, el estudio del
mecanismo de los síntomas paranoicos ... »
Si bien es cierto que las cuatro formas de funcionamiento de esta proyección permiten
diferenciar los grandes tipos clínicos -paranoia persecutoria, celosa, erotómana y megalómana-,
que corresponden, respectivamente, a los desplazamientos del verbo, del sujeto y del objeto del
enunciado, y a la totalización de la enunciación implícitamente elaborada por el paciente, esto no
basta todavía para que la proyección sea el fundamento de la paranoia. Para llegar a ello,
tendremos que referirnos a ese aborto del desarrollo libidinal que es la fijación del sujeto al yo,
en tanto representante del cuerpo.
El 9 de diciembre de 1899, en efecto, se reconocen las vicisitudes de la identificación como
resorte del proceso paranoico. Más profundamente, éste nos remite a la génesis misma de la
identificación, a esa matriz de la identificación que es la integración en un mismo cuerpo de las
zonas erógenas antes dispersas: «Creo -escribirá Freud a propósito del presidente Schreber-
que no es superfluo ni injustificado tratar de señalar que el conocimiento de los procesos
psíquicos que hemos obtenido gracias al psicoanálisis permite desde ahora comprender el papel
de los deseos homosexuales en la génesis de la paranoia. Investigaciones recientes han
orientado nuestra atención hacia un estadio que atraviesa la libido en el curso de su pasaje
desde el autoerotismo hasta el amor objetal. Se lo ha denominado estadio del narcisismo;
personalmente, yo prefiero la palabra "narcismo", quizás menos correcta, pero más breve y
eufónica. Este estadio consiste en lo siguiente: el individuo en desarrollo reúne en una unidad
sus pulsiones sexuales, que hasta ese momento actuaban de modo autoerótico, a fin de
conquistar un objeto de amor, y al principio se toma a sí mismo, toma su propio cuerpo como
objeto de amor, antes de pasar a la elección objetal de otra persona. Quizás este estadio
intermedio entre el autoerotismo y el amor objetal es inevitable en el curso de un desarrollo 
normal, pero parece que ciertas personas se detienen en él de una manera insólitamente
prolongada, y que muchos de los rasgos de esta fase persisten en ellas en los estadios
ulteriores de su desarrollo. En ese "sí mismo" tomado como objeto de amor, quizá los órganos
genitales sean ya el atractivo primordial. La etapa siguiente conduce a la elección de un objeto
dotado de órganos genitales semejantes a los propios, es decir, a la elección homosexual del
objeto, y después, a partir de allí, a la heterosexualidad».
Si éste es entonces el término del proceso previo a la represión y a su expresión proyectiva,
falta aún señalar el momento a partir del cual esta regresión interviene. La construcción de la
segunda tópica dará base a la elaboración del problema, en cuanto fijará sus coordenadas
directrices, sobre todo al referir el superyó a la ¡mago paterna, cuyas vicisitudes y cuya
regresión gobiernan la interpretación de la paranoia. La polémica sostenida con Jung
aproximadamente en 1911 arrojará una viva luz sobre este desarrollo.
La cuestión del padre
Recordemos sólo que si Jung, rompiendo con Freud, desarrolló la noción de una «libido»
desexualizada (asimilada, según sus propios términos, al élan vital de Bergson o a la noción más
general de un «interés» existencial), que por otra parte escaparía a toda determinación coactiva
del pasado, en tanto que representativa de la exigencia de autonomía de un sujeto vuelto hacia el
futuro, Jung, decimos, lo hizo en razón del desplazamiento del centro de la teoría desde la
neurosis hasta la psicosis, y de la consiguiente «radicalización» de los planteos y conceptos
derivados del análisis de la histeria, según lo atestiguan las Conferencias de introducción al
psicoanálisis. En efecto, en la medida en que la libido freudiana es apetito de objeto, apetito de un
objeto cuyo goce satisfaría la meta de la pulsión sexual, en esa medida la ruptura del psicótico
con la realidad -sea que ella se manifieste por el delirio, la alucinación o el repliegue del sujeto
sobre su experiencia íntima- parece exigir, a la inversa, un nuevo estatuto para la libido que,
orientada al mundo y no ya a la búsqueda del objeto, se sustraiga por ese mismo hecho a la
esfera de la sexualidad. Con esto Jung parece también abolir la distinción, mantenida por Freud,
entre la energía de la pulsión y la dinámica de los procesos libidinales; se atribuye a la libido la
energía de una tensión consagrada globalmente al desarrollo pleno del sujeto en un «mundo».
Los criterios de verificación característicos de estos trayectos se pueden captar comparando
los trabajos que les sirvieron de preludio: el artículo publicado por Jung en 1909, «Die Bedeutung
des Vaters für das Schicksal des Eizelnen» [La significación del padre para el destino del
individuo] y el análisis presentado por Freud en 1911 sobre la demencia paranoide del presidente
Schreber. Un intercambio de cartas entre Abraham y Freud acerca del artículo de Jung
demuestra el interés que éste había suscitado en Freud, quien subraya que, mientras que la
atención del psicoanálisis se había concentrado particularmente en la investidura libidinal de la 
madre, Jung era el primero en atribuir un rol esencial a la representación de la paternidad y sus
vicisitudes. Habrá que observar además (y esto es lo esencial) que Jung entiende precisamente
la paternidad como un modelo, herencia del linaje de los antepasados, según el cual se determina
la figura efectiva y crucial del padre. En 1912, Freud retendrá en Tótem y tabú esta dimensión del
problema, en una perspectiva filogenética. No obstante, desde el punto de vista de la
ontogénesis individual en el que nos sitúa el análisis de Schreber, el padre interviene en tanto
que objeto de una fijación homosexual. Y si, más profundamente, esta relación se enraíza en
una fijación narcisista, lo hace en cuanto ese padre ha sido por sí mismo un objeto de amor, un
objeto libidinal. El individuo en desarrollo «reúne, en efecto, en una unidad sus pulsiones
sexuales -que hasta allí actuaban de modo autoerótico-, a fin de conquistar un objeto de amor, y
al principio se toma a sí mismo, toma su propio cuerpo, como objeto de amor». Esta corriente
libidinal arcaica, en una primera fase de represión, se fija en el inconsciente.
En una segunda fase interviene la represión, descrita, en el caso de las neurosis, como
«emanada de las instancias más altamente desarrolladas, capaces de ser conscientes». Pero
«la tercera fase, la más importante en lo que concierne a los fenómenos patológicos, es la del
fracaso de la represión, la del retorno de lo reprimido. Esta irrupción se origina en el punto en
que tuvo lugar la fijación, e implica una regresión de la libido hasta ese punto preciso». «Ya
hemos aludido -continúa Freud- a la multiplicidad de los puntos posibles de fijación; hay tantos
como estadios en la evolución de la organización de la libido.»
Esta regresión tiene una sanción, que es la vivencia de la destrucción del mundo. Schreber, en
efecto, «adquiere la convicción de que es inminente una gran catástrofe, el fin del mundo». Pero
entonces se desencadena el delirio: el paranoico reconstruye el universo, no en verdad «más
espléndido», como dice Fausto, pero al menos «de modo tal que de nuevo pueda vivirse en él».
Lo que entonces «atrae poderosamente nuestra atención es el proceso de curación que suprime
la represión y reconduce la libido hacia las mismas personas que ella había abandonado». En
este caso no podemos decir que el sentimiento reprimido adentro sea proyectado afuera: «se
debería decir más bien que lo que ha sido abolido (aufgehoben) adentro vuelve desde afuera».
Lo que está en juego en la refutación de Freud a Jung es entonces la posición atribuida al objeto
en la definición de la libido. La libido freudiana, que es ansia de objeto, recorre todas las
posiciones que ese objeto puede ocupar, en una serie cuyo primer momento es dado por «la
primera presencia auxiliadora». La libido junguiana es desexualizada por cuanto se asimila a la
energía de una existencia singular que se realiza en el mundo, con exclusión de toda aspiración
de objeto. Sin duda, en el ciclo recorrido por la libido se pueden distinguir la libido del yo y la libido
de objeto. Esta precisión terminológica no compromete la esencia de la noción, tomada en su
acepción freudiana, si es cierto que, en su posición más arcaica, la libido del yo nos es
representada como segunda con relación a la investidura de la «primera presencia» que
aseguró la satisfacción nutricia.
En la línea de las sugerencias de Freud, también es posible remover el equívoco terminológico del 
«objeto» libidinal con referencia al estado de «prematuración»; ante la carencia orgánica del
recién nacido, este objeto se encuentra reducido al polo virtual de un «apetito», cuya cualidad de
«sexual» sólo sirve para justificar el hecho de que proviene «del exterior», y a la exigencia de
repetición que, por este mismo hecho, se liga menos a la satisfacción de la necesidad que al
goce de un contacto precario. Así adquirirá todo su alcance la noción de una «pulsión altruista».
Pero, si la libido del prematuro se inserta en un interés de supervivencia, que le presta un valor
prospectivo, la repetición, cuya exigencia ella porta, devuelve la meta hacia el pasado y, si bien
en el horizonte de la libido se perfila el objeto, la compulsión repetitiva sólo apunta a la extinción
de la excitación, puesto que se da por fin el retorno de la satisfacción, en la que esa excitación
es abolida.
De modo que la pulsión sexual aparecerá como anudada a la pulsión de muerte, y el principio de
placer, que rige el curso del proceso libidinal, como subordinado al principio de constancia.
Además, el superyó, representante de la pulsión de muerte, se hará cargo de la desexualización
de la pulsión: la exclusión del objeto libidinal, al servicio de la cual se pondrá la empresa de la
sublimación. Se nos propone una traducción matemática de esta formulación teórica, con la
distinción de la representación vectorial del principio de placer, que rige la reducción relativa de
la tensión, desde un valor superior a uno menor, y el pasaje al límite al que tiende la serie
trigonométrica de Fourier, en la presentación, por Gustav Theodor Fechner, del principio de
constancia. También se subrayará el alcance didáctico de la anticipación que al respecto ofrece
el comentario de «El motivo de la elección del cofre» en 1913, o sea siete años antes de Más allá
del Principio de placer. En el estilo del ensayo, Freud presentaba entonces la imagen de Venus
como la envoltura ilusoria bajo la cual se oculta la fatalidad de la muerte. De este modo el objeto
libidinal revelaba ya su estatuto de ilusión, la subordinación de la pulsión sexual a la pulsión de
muerte.
Pero con la constitución del superyó, la clínica y la teoría de la paranoia se encuentran
fusionadas con la génesis de la experiencia social. Ya el apéndice de 1911, agregado a la
interpretación del caso del presidente Schreber, encuentra su asidero en Tótem y tabú.
Veinticinco años más tarde, la mitología de Schreber (bajo la forma de la ordalía del águila) y la
ilustración aportada a la hipótesis de Tótem y tabú por la religión totémica, se extienden al
dominio general de la religión. Si es cierto que el gran hombre es un sustituto del padre, se lee en
Moisés y la religión monoteísta (1938), no es sorprendente que cumpla la función del superyó en
la psicología de las masas, y esta observación debe valer igualmente para Moisés en su relación
con el templo judío.
Ahora bien, en este modo de ver surge un nuevo punto de referencia teórico, que es el del
Nombre-del-Padre: «Progresar en la vía de la espiritualidad no es sino relegar a un segundo
plano las percepciones sensoriales directas y ceder el paso a los recuerdos, las deducciones,
las reflexiones, procesos todos intelectuales, considerados superiores, es decidir, por ejemplo,
que la paternidad, aunque los sentidos no puedan revelarla, es más importante que la
maternidad. Por eso el hijo lleva el nombre de su madre y lo hereda». Pero, en un desarrollo 
paralelo al freudiano, en 1932 apareció la tesis de Lacan titulada De la psicosis paranoica en sus
relaciones con la personalidad. El propio autor comentará este trabajo de juventud en su escrito
«Acerca de la causalidad psíquica» (1946), y volverá a él en su seminario de 1955-1956, sobre
las psicosis, del que en 1958 se publicó un extracto muy elaborado, en el tomo IV de la revista
La Psychanalyse.
La metáfora paterna y su fracaso
La elaboración de Lacan se basará en dos puntos esenciales: el narcisismo y el
Nombre-del-Padre.
En su presentación del caso Schreber, Freud insistía en la integración de las zonas erógenas en
una totalidad orgánica. Esta indicación es elaborada por Lacan en tomo a las nociones del
cuerpo fragmentado y de la identificación iterativa, ilustración del «estadio del espejo».
Queda además por precisar, si se acepta que hay en el paranoico regresión narcisista, a partir
de qué posición tiene lugar esta regresión y qué organización apunta a destruir. La sugerencia
aportada en 1938 por Moisés y la religión monoteísta en cuanto a la función del
«Nombre-del-Padre» (como prolongación de una nota más antigua en el texto sobre el Hombre de
las Ratas, concerniente al pasaje del matriarcado al patriarcado) encontrará en tal sentido todo
su alcance en el comentario de Lacan, un comentario que apunta a extraer todas las
consecuencias de la hipótesis de la «forclusión» del Nombre-del-Padre en tanto que responsable
del boquete del orden significante, en el que se precipita el delirio.
Basándose en el aporte freudiano, constantemente enriquecido desde las primeras
formulaciones de las que atestigua la correspondencia con Fliess, la originalidad de este intento
consiste en relacionar con la descomposición del registro simbólico la producción imaginativa del
psicótico, en primer lugar Schreber. Lacan sigue entonces a Freud, para suponer en su origen la
puesta fuera de juego del Nombredel-Padre. Hay que subrayar además el retoque aportado aquí
a la sugerencia de Moisés y la religión nionoteista. Freud evocaba el nombre del Padre. Lacan
introduce la función de una metáfora que se realiza «en el Nombre-del-Padre». En otras
palabras, le confiere al padre una especie de trascendencia, y a tal título ese padre es llamado a
constituirse en el Otro. En consecuencia, la elucidación del proceso paranoico recurrirá a la
confrontación de dos diagramas; el primero -diagrama de la normalidad-, inserta el campo de la
realidad entre los dominios respectivos de lo imaginario y lo simbólico; el segundo nos permite
asistir a la deriva de las posiciones anteriormente fijadas en torno a las hiancias, donde se
consumen el Falo imaginario y el Padre simbólico.
Sin duda sería instructivo un paralelo entre tales esquemas «que comparten -nos dice Lacan- el 
exceso al que se obliga a toda formalización que quiere presentarse en lo intuitivo», y la puesta
en escena trágica, donde el vocablo «paranoia» tuvo su cuna cultural. 
Paranoia
Paranoia
Alemán: Paranoia. 
Francés: Paranoia. 
Inglés: Paranoia.
fuente(18) 
Término derivado del griego (para: contra, noos: espíritu) que designa la locura en el sentido de
arrebato y delirio. En la nosografía psiquiátrica alemana, el vocablo fue introducido en 1842 por
Johann Christian Heinroth (1773-1843) a partir de una palabra creada en 1772, y en la
nosografía francesa lo fue en 1887 por Jules Séglas (1856-1939). Con los trabajos de Wilhelm
Griesinger (1817-1868), Emil Kraepelin, Eugen Bleuler, y después de Gaétan Gatian de
Clérambault, la paranoia, junto con la esquizofrenia y la psicosis maníaco-depresiva, se convirtió
en una de las tres formas modernas de la psicosis en general. Se caracteriza por un delirio
sistematizado, el predominio de la interpretación y la ausencia de deterioro intelectual. Incluye el
delirio de persecución, la erotomanía, el delirio de grandeza y el delirio de celos.
Sigmund Freud retomó en este sentido el término en 1911, caracterizando la paranoia como una
defensa contra la homosexualidad. Después de él, Melanle Klein y Jacques Lacan desarrollaron
para el psicoanálisis una concepcion estructural de la paranoia: Klein acercándola a la
esquizofrenia (posición esquizoparanoide) en el marco de una definición de la relación de objeto,
y Lacan haciendo de ella la esencia misma del proceso psicótico.
Esta forma de locura, que Freud comparaba con un sistema filosófico por su modo lógico de
expresión y su nivel intelectual próximo al razonamiento de "normal", ya había sido descrita en la
Antigüedad, no sólo por Hipócrates sino también por los grandes autores trágicos Esquilo y
Eurípides. No obstante, hubo que aguardar hasta el siglo XIX, con los trabajos fundadores de la
escuela psiquiátrica alemana, para que el término fuera incluido en una clasificación general de
las enfermedades mentales. Siguiendo a Heinroth, que introdujo la palabra, Griesinger, en el
marco de una nosografía organicista, en 1845 le dio a este tipo de delirio el nombre de
Verrücktheit (trastorno de la mente). Después de él, Kraepelin impuso la palabra paranoia para
designar el mismo fenómeno.
La novedad del sistema de clasificación de Kraepelin consistió en que ponía orden y claridad en
la anarquía de las nosografías anteriores. Kraepelin dintiguió tres grupos de psicosis: la
paranoia, la demencia precoz y la locura maníaca depresiva o psicosis maníaco-depresiva
(heredera de la antigua melancolía). A ellas se sumaba un término intermedio, la parafrenia, un
delirio crónico ubicado entre la demencia precoz y la paranoia.
En ese marco, Kraepelin definió la paranoia como el "desarrollo insidioso, dependiente de causas
internas y en evolución continua, de un sistema delirante, duradero e imposible de quebrar, que
se instaura con conservacion completa de la claridad y el orden en el pensamiento, la voluntad y
la acción". Según él, se trataba de una enfermedad "constitucional", basada en dos mecanismos
fundamentales: el delirio de referencia y las ilusiones de la memoria, ambos generadores de
diferentes temas de persecución, celos, grandeza. De modo que el paranoico era un enfermo
crónico que se tomaba por profeta, emperador, un gran hombre, un inventor, un reformador,
etcétera. 
Inspirándose en esta clasificación que jamás cuestionó, Freud adoptó otro enfoque del
mecanismo de la paranoia desde fines del siglo, sobre todo en un manuscrito enviado a Wilhelm
Fliess el 24 de enero de 1895. Eludiendo el problema de las clasificaciones, con la intención de
curar a los pacientes y salir del nihilismo terapéutico característico de la psiquiatría de la época,
él ubicó las ideas delirantes junto a las ideas absesivas, y dio una definición de la paranoia
inspirada en su concepción de la defensa histérica: "La paranoia crónica en su forma clásica es
un modo patológico de defensa, como la histeria, la neurosis obsesiva y los estados de
confusión alucinatoria. Las personas se vuelven paranoicas porque no pueden tolerar ciertas
cosas -naturalmente, siempre y cuando su psiquismo esté predispuesto-." A esto añadió un
mecanismo de proyección, en virtud del cual el paranoico se defiende de una "representación
inconciliable con el yo proyectando su contenido en el mundo exterior", y una definición de las
modalidades del delirio: los paranoicos "aman su delirio como se aman a sí mismos, ése es todo
el secreto". En una carta de diciembre de 1899 diferenció la histeria de la paranoia, señalando
que la primera es aloerótica y se manifiesta por una identificación con la persona amada,
mientras que la segunda es autoerótica, y escinde el yo en varias personas extrañas.
Sólo en 1911, en el marco de su gran discusión con Carl Gustav Jung y Eugen Bleuler, Freud,
con la intención de extender el saber psicoanalítico al tratamiento de las enfermedades mentales,
se vio llevado a dar la definición canónica de la paranoia que serviría de referencia a sus
comentadores ulteriores.
El debate nosográfico que se produjo entre los tres hombres puso en juego una violenta relación
transferencial y concluyó en rupturas: entre Freud y Jung, entre Jung y Bleuler, y entre Freud y
Bleuler. Contra la nueva palabra "esquizofrenia", creada por Bleuler para reemplazar a la antigua
demencia precoz de Kraepelin, Freud eligió el término "paranoia" (en el sentido de Kraepelin),
mientras que Jung prefirió mantener la antigua expresión "demencia precoz". Para Freud no se
trataba de construir una nueva nosografía psiquiátrica como quería Bleuler, sino de dar una
definición de la psicosis que permitiera integrarla al marco estructural de la doctrina
psicoanalítica, y por lo tanto situarla en oposición a la neurosis, por una parte, y por la otra a la
perversión. En un primer momento, Freud retomó contra Jung el término "parafrenia" para
designar la demencia precoz, y en un segundo tiempo ubicó la esquizofrenia de Bleuler en la
categoría de la paranoia. Finalmente, en una tercera etapa aceptó la nosografía bleuleriana,
renunciando a llamar parafrenia a la demencia precoz, y a clasificar la esquizofrenia en la
categoría de la paranoia. De tal modo dejó el camino libre para el posible desarrollo de una
concepción psicoanalítica de la esquizofrenia (que realizarían sus herederos, en particular la
escuela norteamericana de la Self Psychology), elaborando una doctrina de la psicosis basada
en la noción de paranoia, que él concretó en su célebre estudio de 1911 sobre las Memorias de
Daniel Paul Schreber.
De modo que, en la terminología freudiana clásica, la paranoia pasó a ser el modelo
paradigmático de la organización de la psicosis en general. A los delirios de grandeza, de 
persecución, de interpretación, y al autoerotismo, Freud añadió dos elementos principales: en
adelante, la paranoia quedaba definida como una defensa contra la homosexualidad, y el
paranoico dejaba de ser visto como un enfermo mental en el sentido de la nosografía
psiquiátrica. En efecto, a propósito de Schreber, Freud desarrolló la idea muy original de que el
conocimiento delirante que el loco tiene de sí mismo puede ser tan verdadero como el
conocimiento racional construido por el clínico para explicar la locura. No obstante, sólo este
último conocimiento tiene un estatuto teórico.
Al redactar su estudio sobre Leonardo da Vinci, Freud había elaborado un enfoque de la
homosexualidad que le serviría para el análisis del caso Schreber, y en la oportunidad de su
ruptura con Alfred Adler, y en largas conversaciones con Sandor Ferenczi, concibió la idea de
vincular el conocimiento paranoico con una investidura homosexual, y el conocimiento teórico
con un rechazo de esa investidura. Por cierto, la ruptura con Adler había reavivado en él el
sufrimiento experimentado en la ruptura con Fliess. Esto explica dos frases escritas por Freud.
Una aparece en una carta a Sandor Ferenczi de octubre de 1910: "Desde el asunto Fliess [ ... ]
una parte de la investidura homosexual ha desaparecido, y me he servido de ella para ampliar mi
propio yo. He tenido éxito allí donde el paranoico fracasa.- La otra frase está en una carta a
Jung de 1908: Fliess ha desarrollado una buena paranoia después de haberse desembarazado
de su inclinación a mí. A él le debo esta idea [de la componente homosexual de la paranoia]."
Psiquiatra de formación, Jacques Lacan abordó la paranoia y el ámbito de la psicosis en general
de una manera totalmente distinta de la de Freud. Mientras que el maestro vienés trató siempre
de insertar la locura en el marco de la neurosis, o en el de una concepción de la psicosis que se
sustrajera al discurso psiquiátrico, Lacan hizo todo lo contrario. Puesto que había abordado el
freudismo por la vía de la clínica psiquiátrica de inspiración francesa y alemana, y siendo él
mismo un gran práctico de la psicosis, el ámbito de la locura siempre le interesó mucho más que
el de las patologías ordinarias. Y, entre las psicosis, la paranoia fue para él el modelo
paradigmático de la locura en general: lo fascinaba la lógica del discurso paranoico, al punto de
pensar que la cura psicoanalítica debía asemejarse a una paranoia dirigida. En ese sentido,
desde la publicación de su tesis de medicina de 1932, dedicada a la personalidad paranoica, se
unió a la posición de Freud por una vía que no era verdaderamente la de Kraepelin, sino más
bien la de Gaétan Gatian de Clérambault: lo mismo que Freud, vinculaba homosexualidad y
conocimiento paranoico. Pero al tener que describir, con la historia de Marguerite Anzieu, su
caso princeps, una locura criminal femenina, consideró que la erotomanía era una componente
central de la paranoia. Hizo lo mismo un año después, en su artículo consagrado al crimen de las
hermanas Papin.
A partir de 1946 la escuela kleiniana se orientó hacia una concepción de la paranoia que la
relacionaba con un proceso arcaico en el que ya no aparecía la componente homosexual
descrita por Freud y Ferenczi. Según ese enfoque, cada sujeto pasa necesariamente en su
infancia por una fase psicótica (o posición esquizoparanoide), en cuanto la psicosis es definida
como un estado de fijación o regresión a un estadio primario. El caso Schreber fue entonces 
comentado y revisado a la luz de las tesis kleinianas, sobre todo por Ida Macalpine y Richard
Hunter.
Diez años más tarde, Lacan tomó otra dirección, y comentó a su vez la historia de Schreber,
sobre todo en su seminario de 1955-1956, dedicado a la psicosis. A diferencia de la escuela
kleiniana, Lacan conservó lo esencial de la doctrina de Freud, añadiéndole dos conceptos
forjados por él -la forclusión y el nombre-del-padre-, que dieron origen a lo que se ha convenido
en llamar la clínica lacaniana de la paranoia y de la psicosis en general. 

Parentesco
Alemán: Verwandtschaft. 
Francés: Parenté. 
Inglés: Kinship.
fuente(19) 
El estudio del parentesco fue iniciado en 1861 por el jurista inglés Henry Maine (1822-1888), y la
expresión "sistema de parentesco" fue introducida en 1871 por el antropólogo norteamericano
Lewis Henry Morgan (1818-1881) para designar el conjunto estructurado de actitudes fijadas
por las normas sociales y observadas por los individuos emparentados por la sangre o el
matrimonio. Los trabajos antropológicos sobre los sistemas de parentesco se basan en el
cuádruple estudio de la alianza (el matrimonio), los lazos de filiación, la genealogía y las
generaciones. Según sea la orientación adoptada (evolucionismo, funcionalismo,
estructuralismo, etcétera), cada escuela privilegia determinados elementos respecto de los
otros.
Jacques Lacan, influido por los trabajos de Claude Lévi-Strauss, fue quien introdujo en el
psicoanálisis una reflexión sobre los sistemas de parentesco, reemplazando los interrogantes
del freudismo y el kleinismo acerca de los lugares respectivos del padre y la madre en el
complejo de Edipo por una teorización de la función paterna en el inconsciente del sujeto. 

Pase
fuente(20) 
s. m. (fr. passe, s. F.; ingl. pass). Procedimiento establecido por Lacan en su escuela para
plantear la cuestión del fin del psicoanálisis, y renovar a partir de allí las cuestiones del análisis
didáctico y de la nominación de los analistas.
A partir de 1918, las asociaciones de psicoanalistas convienen en considerar que es
indispensable que todo psicoanalista haya sido él mismo analizado. No se trata solamente, como
en los años anteriores, de una simple experiencia puntual destinada a hacerle reconocer al
clínico la realidad del inconciente. Se considera más bien que, sin un análisis profundizado, aquel
tendería a proyectar demasiado fácilmente sobre sus pacientes sus propias dificultades, y que
por lo tanto hay que limitar al máximo las zonas de sombra, sin desconocer que los puntos
ciegos nunca serán totalmente reductibles, ni en el psicoanalista ni en ninguna otra persona.
Ferenczi fue uno de los que más insistió en la necesidad de llevar lo más lejos posible lo que la
tradición llama «análisis didáctico».
¿Puede ser precisada, sin embargo, esta exigencia? La mayoría de los institutos de psicoanálisis
adheridos a la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) han arribado a una concepción
formalista del análisis didáctico: número y duración de las sesiones determinados por 
adelantado, elección del analista limitada a una breve lista de «didactas», planificación de la
enseñanza teórica que debe acompañar al cabo de algunos años a la cura misma. Al término de
este recorrido, el sujeto postulante [«candidato»] al título de psicoanalista puede ser autorizado a
conducir análisis bajo control [o «supervisión»]. Todo este dispositivo da a estos institutos la
forma de grupos fuertemente jerarquizados que inducen con facilidad a cierto conformismo.
Para Lacan, que deseaba que su escuela funcionase de acuerdo con otros principios totalmente
distintos, el sujeto que se compromete en un psicoanálisis de miras didácticas no debe ser
distinguido, en un primer momento, del analizante común. ¿Cómo podría revelarse su deseo en
un procedimiento estipulado, entre estructuras burocráticas? En contrapartida, esto no nos
exime de interrogarnos por lo que puede hacer que un psicoanalizante devenga analista, tanto
más cuanto que este pasaje no va de suyo. Devenir analista, en efecto, es aceptar, sobre todo,
hacer función de objeto a para el analizante: en la trasferencia, el analista está en ese lugar del
objeto que ha causado el deseo del analizante, pero porque la relación del hombre con su objeto
está hecha así, por ello mismo es objeto de horror, objeto de angustia, objeto finalmente
expulsado al término del proceso.
Lacan imagina entonces un procedimiento particular que permitiría, a aquellos a quienes su
psicoanálisis ha llevado a ese punto de pasaje al analista, dar testimonio de ello. Para él, «el
analista sólo se autoriza por sí mismo», en el sentido de que nadie puede tomar en su lugar las
responsabilidades que son las de él en la efectuación de su acto. Esto no impide que una
institución pueda reconocer a un psicoanalista. En el dispositivo previsto por él, los que son
concernidos por el pasaje al analista, los «pasantes», se dirigen a «pasadores», analizantes que
están en su propio análisis en un momento en que pueden oír algo de este pasaje, y son ellos los
que trasmiten a un jury lo que han oído, lo que debería evitar algunos efectos imaginarios ligados
ordinariamente a todo funcionamiento de una instancia encargada de una nominación. El jury
puede designar como Analista de la Escuela (AE) al pasante, que a partir de entonces es
supuesto capaz de contribuir a los problemas cruciales del psicoanálisis. Paralelamente a este
modo de nominación bastante revolucionario, Lacan mantenía otro más tradicional que, sobre la
base de la calidad profesional de los psicoanalistas, podía designarlos como Analistas Miembros
de la Escuela (AME).
Aunque Lacan haya considerado que el pase fue un fracaso, muchos grupos salidos de su
escuela han retomado el procedimiento. Hoy es uno de los desafíos de la formación del analista
saber si todavía es esencial retomar de modo sistemático el examen de lo que produce el deseo
del analista en tanto elemento operante en una cura (deseo cuyo objeto puede ser por otra parte
muy diferente del objeto del fantasma), o si tal procedimiento plantea más dificultades de las que
resuelve. 
Pase
Pase
fuente(21) 
El pase es una invención de Lacan; «pase» es un término de la lengua común al que Lacan forjó
un sentido nuevo para el psicoanálisis. Constituye el cruce, el resultado del pasaje de una orilla a
la otra, para utilizar una metáfora náutica. En psicoanálisis, es el pasaje que marca a la vez el
final de un análisis y la opción del analizante de comprometerse a devenir psicoanalista. El pase
es el acto analítico inaugural de un analista recién salido de un análisis: es el momento de la
elección.
Evidentemente, este término era por completo inédito en el psicoanálisis antes de Lacan; no es 
una palabra que empleara Freud, ni tampoco deducible de Freud; es una invención de Lacan,
propuesta en 1967 a su escuela, como solución a una crisis interna concerniente a la
articulación entre el análisis «personal» o análisis «en intención» y la elaboración del saber
analítico, es decir, el psicoanálisis «en extensión». El pase es el hallazgo lacaniano para sacar al
grupo del impase de la didáctica y del reconocimiento de los analistas. Para captar lo que
significó la aparición de esta invención y aprehender sus objetivos y sus escollos, tenemos que
retroceder y seguir paso a paso las vicisitudes de este pase.
Un poco de historia
El considerable aliento que Lacan aportó al psicoanálisis fue la causa real de las diferentes
fracturas por las que atravesaron las sociedades psicoanalíticas en Francia.
En 1951 Lacan ya había modificado su técnica para los análisis didácticos, acortando el tiempo
de las sesiones, lo que había explicado ante la Sociedad Psicoanalítica de París (SPP), a la cual
pertenecía entonces como titular. Esas modificaciones técnicas fueron en gran medida
desaprobadas por sus colegas. En el momento de la creación de un Instituto dedicado a la
enseñanza, esa sociedad se vio agitada por una crisis debida al cambio de alianzas que realizó
Marie Bonaparte. Ella, defendiendo a los no-médicos, se había unido a Lacan y Lagache en
oposición a Sacha Nacht, presidente de la Sociedad, que proponía acreditar sólo a los analistas
médicos. En 1952 Lacan se impone, es elegido para suceder a Nacht en la presidencia de la
Sociedad. En ese contexto había redactado estatutos para el nuevo Instituto de enseñanza. En la
exposición de los motivos, se puede leer: « ... el Instituto se distinguirá por no plantear las
exigencias formales de asistencia y exámenes que, quizá por ejercerse con algo de excesiva
insistencia en nuestros días en los estudios superiores, muestran suficientemente que degradan
el estilo sin elevar el nivel. [ ... ] el Instituto será reconocido sobre todo en el valor de sus
alumnos». Pero Lacan omitió conservarle a Marie Bonaparte sus funciones honoríficas; ahora
bien, ella, en razón de sus vínculos con la familia Freud, gozaba de una autoridad indiscutible en
el seno de la Sociedad de París y de la Internacional (IPA). Marie Bonaparte cambió entonces de
bando, y apoyó a Nacht en un inquietante estrechamiento autoritario de las condiciones de la
enseñanza y el reconocimiento de los psicoanalistas jóvenes.
Los alumnos humillados se rebelaron espontáneamente, exigiendo el respeto de los
compromisos ya contraídos, explicaciones, y la posibilidad de discutir procedimientos coherentes
de reconocimiento de su análisis didáctico, de sus controles y de su calidad de analistas. Esta
actitud no fue entendida ni reconocida. Se acusó a Lacan de ser la causa de la rebelión, y
«aunque Lacan no había inspirado el conflicto, era responsable de él por el solo hecho de su
existencia». 
Unos meses más tarde se le rehusó a Lacan un voto de confianza, lo que decidió a algunos
miembros titulares de la fracción liberal a renunciar y anunciar la creación de una nueva
Sociedad Francesa de Psicoanálisis, a la que Lacan se unió, lo mismo que los alumnos
encolerizados. Esta nueva sociedad reclamó muy pronto a la Internacional que la admitiera en
calidad de miembro, tal como lo había hecho en el caso de otros grupos escindidos, por ejemplo
la Sociedad de Nueva York. Pero a este nuevo grupo francés se le opuso una negativa
expresada esencialmente por Anna Freud, bajo la influencia de Marie Bonaparte, contra las
opiniones tolerantes de Rudolpli Loewenstein, Heinz Hartmann y Michael Balint. La apuesta
solapada pero legible de esta crisis violenta y extremadamente ambigua era la cuestión del
reconocimiento del análisis didáctico; se pretendía que este reconocimiento se realizara de
manera unilateral y autoritaria, en circunstancias en que ya las modificaciones introducidas por
Lacan en su técnica habían abierto una brecha en el edificio de la jerarquía.
La renovación de la solicitud de afiliación a la Internacional en 1959 condujo a la nueva SFP, que
funcionaba en torno a la enseñanza de Lacan, a fragmentarse en 1963. Otra vez Lacan
constituía el obstáculo principal para esa afiliación. Después de una investigación, la condición
que planteó la Internacional era que se borrara a Lacan, y también a Françoise Dolto, de la lista
de los didactas. Para obtener esa afiliación, Lacan había consentido en volver a las normas,
pero ello no bastó, pues los investigadores dudaban de que esa sumisión fuera real en su
práctica. De nuevo el grupo se escindió en dos: los que estaban dispuestos a renunciar a Lacan
para obtener su afiliación a la sociedad madre, y los que estaban decididos a seguir con él. En
ambas situaciones (1953 y 1963), Lacan fue el obstáculo a la normalización en la IPA del
reconocimiento de análisis didáctico.
La disolución de la SFP generó la creación de dos grupos: la Asociación Psicoanalítica de
Francia (APF) en 1963, y la Escuela Francesa de Psicoanálisis (EFP) por Lacan, en 1964.
Lacan funda la EFP con reglas totalmente nuevas. En la Escuela no hay necesidad de recibir un
consentimiento previo para emprender un análisis «didáctico», pues entre el análisis didáctico y
el terapéutico no existe ninguna diferencia. Hay un análisis personal, que se revelará o no
didáctico a posteriori, según que produzca o no un analista. En este caso, a ese psicoanálisis se
lo llama «psicoanálisis puro». Los miembros de la escuela tienen el mismo derecho de voto en lo
que concierne a toda instauración de estructuras que regulen las instancias de la institución
(jurados, directorio ... ). El grupo se llama «Escuela», término que «hay que tomar en el sentido
que tenía en los tiempos antiguos, cuando designaba ciertos lugares de refugio, incluso base de
operación contra lo que ya podía llamarse malestar en la cultura». Lacan muestra de entrada el
juego; la Escuela gira en torno a una enseñanza, la suya. Se llamará Escuela Freudiana de París,
asignando a su enseñanza la cualidad de «freudiana» que no le reconocía la sociedad que había
querido Freud. «París» retorna la relación con el período (1926) del surrealismo, y también con la
fundación de la primera sociedad psicoanalítica francesa, «de París».
Lacan distingue tres títulos: AME, AE y AP En principio, es miembro de la Escuela quienquiera 
que desee trabajar en ella, sean cuales fueren sus compromisos profesionales, ingresando
sobre la base de un trabajo en cartel (es decir, un pequeño grupo de tres a cinco personas, más
otra); de tal modo, podían pertenecer a esta Escuela personas que no eran psicoanalistas, ni
psicoanalizantes, ni médicos, lo cual representaba un elemento radicalmente nuevo. El AME,
analista miembro de la Escuela, es el «que ha pasado la prueba en los controles». El AE, analista
de la Escuela, es el que «ha pasado la prueba del didáctico».
A fin de no herir susceptibilidades ni romper con lo adquirido en cuanto al reconocimiento, fueron
nombrados AE por Lacan todos los que eran ya titulares de la SPP y la SFR De este modo
mantuvo la vigencia de sus nombramientos. Así se inició la EFP en 1964, con estas nuevas
perspectivas.
En 1967, la Escuela sufrió una crisis: no llegaba a regular las corrientes y los fenómenos de
grupo con las estructuras nuevas que la regían; las viejas costumbres no habían desaparecido.
François Perrier presentó entonces el proyecto de creación de un colegio para sacar a la
escuela de su atascamiento en la repetición de lo que había esperado evitar, y para tratar el
escollo diferenciando las cuestiones de la enseñanza y la formación (del didáctico y el
reconocimiento: siempre lo mismo) respecto de las del trabajo en grupo. Ese colegio debía « ...
proponerse la clínica como vocación y objetivo» (se trataba incluso de titularizar a quienes
habían hecho sus pruebas de aptitud mediante la «comunicación clínica»; cf. el Proyecto de
François Perrier, del 31 de marzo de 1967, en Analytica, 7).
El pase
Lacan elaboro su proposición, enunciada el 9 de octubre de 1967, en un contexto de alboroto y
de crisis. En esa propuesta respalda un procedimiento que apunte a procurar a quienes escojan
convertirse en analistas al final de su análisis la posibilidad de atestiguarlo ante la Escuela, con el
fin de que ella pueda renovar la doctrina gracias al saber recibido en esos testimonios. Este
procedimiento totalmente revolucionario lleva el nombre de «pase». Se basa en el principio
siguiente: el analista sólo se autoriza de sí mismo, y este sí mismo se revela en su análisis
personal. Un analista adviene de allí, de la experiencia analítica misma, confirmando que el
análisis es necesario para convertirse en analista. Pero la autorización no puede otorgarse de
antemano en virtud de la demanda de un didáctico, ni a posteriori, concebida por analistas
confirmados, sino que sólo debe resultar de sí mismo. No se trata de autorizar a cualquiera, sino,
al contrario, de una exigencia mayor inscripta en el corazón de la experiencia. Este
procedimiento rompe radicalmente con la pendiente identificatoria que constituye el resorte
corriente de los fenómenos de grupo y que nutre lo que en el lazo social obtiene su consistencia
del narcisismo. 
La invención del pase es una consecuencia de lo que Lacan ha aportado como renovación de
doctrina al freudismo. Es el resultado lógico de la reorientación realizada por él en el texto de
Freud, con su efectividad en la práctica. Esta increíble revolución es coherente con un planteo
de la teoría de Lacan concerniente al estatuto del objeto en el amor de transferencia y sus
consecuencias en cuanto al deseo al final del análisis, seguidos de la refundición que Lacan
realiza del narcisismo freudiano con el estadio del espejo.
Por ejemplo, un análisis que concluye con la identificación del analizante con una figura ideal, o
con el analista, no conoce el pase. Conocerá otras salidas en el grupo, y Lacan intentó introducir
el dispositivo del pase para cerrar el acceso en el grupo a esas otras salidas. A diferencia de
Freud, para quien la terminación del análisis seguía siendo incierta, para Lacan hay un fin del
análisis. Es ampliamente discutido y precisado por él en sus seminarios de la década de 1960,
hasta la proposición e incluso después. El pase sólo tiene que ver con los análisis que llegan a
ese fin. Ahora bien, se sabe que muchos análisis no alcanzan ese fin; algunos se interrumpen
cuando el analizante mejora, o por todo tipo de razones, decisivas en cada caso; otros se
detienen cuando el analizante ha encontrado una posición que soluciona los impases de su
deseo, sin que no obstante pueda hablarse de final del análisis.
Según Lacan, el final del análisis está regulado. Es el fin del análisis del fantasma, por lo menos
en el caso de las neurosis: cuando se revela el fantasma fundamental, el sujeto es destituido del
soporte que encontraba en ese fantasma. El objeto a del fantasma que, en virtud de la acción de
la transferencia, se encarnaba en el analista, se separa entonces realmente. Allí está el final de
la transferencia. Hay pase cuando el momento de este final se anuda con el momento en que el
analizante se compromete en la elección, en la decisión de convertirse él mismo en analista para
otro, es decir, exactamente cuando decide hacerse él mismo objeto del fantasma de otro.
La tesis de Lacan es la siguiente: con respecto al acto analítico inaugural, cuando un analizante
llega al momento en que el analista se hace su objeto, el suyo, bajo su forma caída, separada,
real, un objeto que habitualmente estaba enmascarado, velado, cubierto, vestido; cuando se
produce esta caída, al final, él opta movido por razones que desconoce, se compromete a
encarnar lo que acaba de producir en el analista; se consagra a prestarse a ser aquello en lo
que por él ha devenido su analista, a hacerse ese objeto que debe caer irremediablemente.
Llegado a ese punto de desamparo tan violento, tan extraño, tan pasajero, tan perturbador, allí,
en ese punto del acto, está la tesis de Lacan: éste es el único punto de experiencia sobre el que
debe empalmar el grupo analítico. Este punto es el pivote de la articulación del análisis en
intención con el análisis en extensión; es el centro, el resorte, el meollo de la experiencia. Dar
existencia (ex-sistencia) a este punto es procurar que la experiencia analítica no desaparezca,
que continúe renovándose; por otra parte, ésa es la única manera en que puede continuar, pues
si continúa sin renovarse se ritualiza y se extingue.
Lacan tuvo muchas dificultades para hacer aceptar su proposición por la Escuela. La sostuvo
en diciembre de 1967, en una respuesta aguda a las críticas que se le dirigían. En particular, se 
le reprochaba que pusiera el control de la escuela en manos de «no-analistas». Ése era el
escándalo: que con el pase fueran nombrados AE algunos jóvenes que aún no habían hecho su
prueba por la experiencia ni por la acumulación de saber que puede poseer un analista veterano,
después de años de práctica. A estas objeciones Lacan respondió recogiendo el guante al
formular esta noción escandalosa de «no-analista» como clave de bóveda de la construcción de
su Escuela. «Quiero poner a no-analistas en el control del acto analítico, si hay que entender por
ello que el estado presente del estatuto del analista no sólo lo lleva a eludir este acto, sino que
degrada la producción para la ciencia, que dependía de él.»
Lacan no quiere que su Escuela sea como las Sociedades, una casa de retiro para veteranos,
según lo que parece «el estatuto presente del analista», con una producción «tan estancada,
incomestible afuera, una teoría cada vez más regresiva, incluso involutiva en el sentido de que
evoca la menopausia». «¿Por qué en psicoanálisis no se ha visto nunca invención de jóvenes?»,
añade.
El no-analista es ese joven en psicoanálisis. «El no-analista no implica el no-analizado, al que
evidentemente no tengo la menor intención de hacer acceder [ ... ] a la función de analista de la
Escuela. [ ... ] Digamos que ubico allí a un no-analista en perspectiva, al que se puede tomar
antes de que se precipite en la experiencia -como suele regularmente ocurrir- de una amnesia de
su acto.» En suma, la escuela debe tomarlo antes de que la experiencia cubra con amnesia la
particularidad de su acto. No se trata, como se ha creído, del lógico, el etnólogo o el lingüista,
quienes vienen a trabajar y debatir ciertas cuestiones con los analistas y son bienvenidos en la
Escuela. El no analista es quien ha llevado su análisis al punto de su terminación, sin por ello
haber escogido convertirlo en profesión, o sin haberse lanzado aún a la práctica profesional.
El solo hecho de que Lacan pueda decir que ese personaje existe significa en sí un golpe
subversivo a la confusión, mantenida en las sociedades analíticas de entonces, que llevaba a
unificar y confundir la posición del sujeto en el momento del final del análisis y la elección
profesional. Hay que trazar una distinción entre el acto analítico y la elección profesional que lo
cubre: es lo que está en juego en el pase. Esta apuesta es encarnada por el «no-analista», aquel
que se encuentra en el momento del acto inaugural.
Tal confusión se superpone a la confusión entre analizante y analista; el analista se convierte en
un analizante interminable. No, la lógica del acto quiere que «. ..se abra o cierre [una puerta], sea
que se esté en la vía psicoanalizante o en el acto analítico. [ ... ] el acto analítico se juzga en su
lógica y sus límites». Es exactamente en el nivel de esta puerta donde hay que situar el pase.
Esta proposición se dirigía a una Escuela reticente, confundida u hostil, en virtud de su
incomprensión o su rechazo a lo que estaba en juego en el pase. Hubo que atravesar más de un
año de críticas (cf. las cartas de Piera Aulagnier a Lacan de febrero de 1968, donde ella plantea
sus condiciones para aceptar la elección al azar en un jurado; Aulagnier quiere que el candidato
sea «ya AME», que tenga «una experiencia real»; véase también una carta de Jean Clavreul en 
el mismo sentido, en Analytica, 7) y debates agitados, para que llegara a aceptarse la
proposición en una versión modificada. En enero de 1969 la escuela aprobó el procedimiento, al
precio de la renuncia de quienes se habían opuesto ferozmente a él: François Perrier, Jean Paul
Valabrega, Piera Aulagnier, que fundaron el «Cuarto Grupo». Esa vez no fue Lacan quien se vio
obligado a alejarse, sino que algunos de sus alumnos lo abandonaron.
La proposición
Después de esta ojeada histórica, volvamos más precisamente a las apuestas del pase, y
después examinaremos el procedimiento.
En la proposición de octubre de 1969, modificada y publicada en Scilicet, nº 1, se puede leer:
«Hay algo de real en juego en la formación del psicoanalista. Nosotros sostenemos que las
sociedades existentes se basan en ese real [ ... ] ese real provoca su propio desconocimiento,
incluso produce su negación sistemática». Freud asumió el riesgo de una cierta detención y « ...
quizá más: quizá vio en ella la única protección posible para evitar la extinción de la
experiencia». Este desconocimiento sistemático, esta negación de lo real sobre el que se fundan
las sociedades psicoanalíticas es como « ... una sombra espesa para recubrir ese empalme [ ... ]
donde el psicoanalizante pasa a psicoanalista; esto es lo que la Escuela puede aplicarse a
disipar».
De modo que el procedimiento del pase tiene por meta disipar esa sombra espesa que recubre
con rechazo lo real que está en juego en la formación del psicoanalista. Lo real es el empalme
donde el psicoanalizante pasa a analista, desde el psicoanálisis en intención, « ... o sea el
didáctico, en tanto que no hace más que preparar operadores», al psicoanálisis en extensión, «
...o sea todo lo que resume la función de nuestra Escuela en tanto que ella presentifica el
psicoanálisis en el mundo». Los puntos de empalme donde tienen que funcionar los órganos de
la Escuela son «el principio y el final del psicoanálisis». Pues, « ... en el comienzo del
psicoanálisis está la transferencia. Está allí por la gracia del psicoanalizante». La transferencia
es por sí sola -escribe Lacan- objeción a la intersubjetividad, pues, habiendo relacionado el
sujeto del inconsciente con el sujeto del cogito cartesiano, habiendo distinguido el pequeño otro
imaginario respecto del lugar de operación del lenguaje llamado «gran Otro», Lacan ha
desarrollado suficientemente en el curso de su enseñanza «que ningún sujeto es suponible por
otro sujeto». La transferencia se articula con el «sujeto supuesto saber», pues el inconsciente
freudiano es saber, saber no sabido antes del análisis, saber de los significantes en el
inconsciente. El sujeto es supuesto, no por otro sujeto, sino «por el significante que lo
representa para otro significante».
Para esta proposición, Lacan produce el algoritmo de la transferencia que escribe como sigue al 
sujeto supuesto saber:
S

s(S1, S2, ... Sn             Sq
sobre la base del modelo del algoritmo saussuriano, invertido como ya lo había presentado antes
en «La instancia de la letra en el inconsciente»; los significantes aparecen arriba, y el significado
abajo. El algoritmo de la transferencia es un avatar de la escritura canónica de la relación del
sujeto con el significante: S1/$----&gtS2. Aquí, arriba, el significante S de la transferencia,
nombrable mediante un nombre propio, el del analista, con su implicación de un significante
cualquiera, Sq, en que se convertirá el nombre del analista al final del análisis. Debajo de la raya,
el sujeto s que resulta de la implicación significante, «...que implica en el paréntesis el saber,
supuesto presente, de los significantes en el inconsciente». El sujeto supuesto saber en que
consiste la transferencia es una «formación de vena», como una formación del inconsciente,
«desprendida del psicoanalizante».
¿Qué es lo que califica al psicoanalista para responder a esta situación que, precisémoslo, no
envuelve a su persona? Por otra parte, no es necesario que el analizante le imponga el sujeto
supuesto saber, pues del «saber supuesto» el psicoanalista no sabe nada. En efecto, Freud ha
insistido « ... en recomendarnos que abordemos cada caso nuevo como si no hubiéramos
adquirido nada de sus primeros desciframientos». El psicoanalista no sabe nada de antemano.
Pero esto no lo autoriza en absoluto «a bastarse con saber que no sabe nada». ¿Qué tiene
entonces que saber? «Lo que tiene que saber puede ser trazado con la misma relación "de
reserva" según la cual opera toda lógica digna de ese nombre [ ... ] eso se articula en cadena de
letras tan rigurosas que, bajo la condición de no perder ninguna, lo no-sabido se ordena como el
armazón del saber.» Para el analista se trata de orientarse por el rigor lógico del arreglo de los
significantes, y no por su significación.
El saber del que se trata es ante todo un saber textual, el texto tomado en su literalidad, texto del
analizante y texto de Freud. Este abordaje del saber es el de un deseo particular que Lacan
nombra el deseo del psicoanalista. Lacan había dedicado un año de su enseñanza a la cuestión
de la posición del analista en la transferencia. En ese seminario ilustra la posición del analista
con la de Sócrates en El banquete, de Platón: Sócrates, continente ingrato del ágalma, maravilla
que atrae al amante (erastés). «Pero ¿quién sabe mejor que Sócrates que él no detenta más que
la significación que engendra al retener esa nada, lo que le permite remitir a Alcibíades al
destinatario presente de su discurso, Agatón?» Alcibíades, al amar de tal modo a Sócrates, se
engaña; no es a él a quien desea, sino a otro, pues Sócrates no responde como partenaire. El
ágalma es el algoritmo. Es decir que el enganche del significante S de la transferencia, por el
encuentro con el nombre del analista, desencadena esta especie de confianza, de fe amorosa 
que es la transferencia, o sea el sujeto supuesto saber. No obstante, si el analista mantiene su
posición como Sócrates retiene esa nada, no responde como partenaire. El amor por Sócrates
es la atracción por el ágalma que él parece contener de manera secreta.
La envoltura del ágalma demuestra ser lo que Freud ha llamado ideal del yo, es decir, la imagen
idealizada del Otro, desde donde el sujeto se ve amable, punto desde el cual se preserva el
cimiento narcisista de su yo. Pero el trabajo de análisis del fantasma por la articulación de los
significantes en la sesión hace que este objeto pierda su brillo narcisista que retiene el amor,
para hacer emerger al objeto caído, que es primero el objeto del fantasma, el que se escapa en
la demanda, luego el objeto de la pulsión, objeto causa del deseo, encamado de manera
engañosa en la persona del analista. Si el analista ocupa este lugar de semblante del objeto
causa de la división del sujeto, significante tras significante el análisis opera entonces una
distancia entre el ideal del yo y el objeto de la pulsión que emerge del narcisismo del amor.
Al final, en el momento del análisis del fantasma fundamental, el resto, el objeto a, se separa
innegablemente; el sujeto pierde el soporte que encontraba en su fantasma, queda allí destituido,
estado que Lacan ha designado como «destitución subjetiva». «Pero es allí donde nosotros nos
retiramos», dice. Esta destitución, final obligado de un psicoanálisis, está «inscrita en el ticket de
entrada». Esto es lo que provoca horror, pánico, indignación. «Sólo que hacer interdicción de lo
que se impone de nuestro ser [la destitución subjetiva] -dice Lacan-, es ofrecernos a un retorno
de destino que es maldición.» El final del análisis como identificación con el analista es rechazo
de la destitución subjetiva, rechazo de la degradación del objeto que se impone a nuestro ser,
rechazo de lo que hace lo real del empalme del analizante con el analista. Ahora bien, la
destitución subjetiva hace ser «más bien singularmente y fuerte», a diferencia del des-ser que
ella produce en el analista. «El efecto de ser se toca mejor en Jean Paulhan. El guerrero aplicado
es la destitución subjetiva en su salubridad.»
La puerta del pasaje del psicoanalizante es el objeto a, caído como resto de la operación de la
que es gozne, división «del sujeto de la que ese resto es la causa». El analista caído como objeto
a real experimenta por su lado el momento del des-ser; « ... en ese des-ser se devela lo
inesencial del sujeto supuesto saber, desde donde el psicoanalista por venir se consagra» a
hacerse aquello en lo que él ve que se convierte su analista, « ... en ágalma de la esencia del
deseo, dispuesto a pagarlo, reduciéndose, él y su nombre, al significante cualquiera. Sicut palea,
como dijo Tomás de su obra, al final de su vida: como basura». El saber adquirido es poca cosa,
es mierda, palea: paja. «¿Dónde -dice Lacan- podría tener alcance un testimonio justo sobre
quien atraviesa este pase, sino en un otro que, como él, es todavía, este pase, a saber, en quien
está presente en ese momento ese des-ser en el que su psicoanalista conserva como un duelo
la esencia de lo que le ha pasado?» La destitución subjetiva, momento de báscula en el pase,
hace ser, ser este pase, mientras que en ese momento el analista deses. El que demanda
convertirse en analista de la Escuela, AE, le hablará a un psicoanalizante que está en el pase,
como él, que es el pase, un «pasador». 
De modo que Lacan propone un dispositivo para recoger el «testimonio justo sobre el que
atraviesa este pase». El pasante, para hacerse «autorizar como analista de la Escuela» hablará
de su análisis a dos pasadores ya elegidos por su analista, también AE, « ... y el testimonio que
sabrán acoger con lo vivo de su propio pasado será del tipo que no recoge nunca un jurado de
confirmación. Por lo tanto esclarecerá la decisión de ese jurado». ¿De qué pasado? Es de su
pasado que los pasadores acogerán el testimonio del pasante que está en el mismo paso que
ellos, y testimoniarán ante un jurado de confirmación compuesto por AE. «El título de analista de
la Escuela se obtiene de un jurado de confirmación» cuya «función [ ... ] consiste en autenticar el
pase». «Los pasadores no proceden a realizar nombramientos. Escuchan al candidato acerca
de lo que funda su demanda y dan testimonio al respecto ante el jurado de confirmación; por
esto mismo, el jurado se encuentra interrogado sobre posiciones teóricas que justifican el
nombramiento o el aplazamiento de un candidato. De este modo, todo acceso al título de analista
de la Escuela es de entrada una contribución efectiva al progreso de la teoría psicoanalítica.»
Al candidato que se lanza a esta experiencia que consiste en producir un decir sobre el riesgo
que asume en ese pasaje loco, de decidir hacerse el objeto que está en vías de dejar caer, de
hacerse aquel objeto del que acaba de separarse, el objeto que ve caer en su psicoanalista
golpeado por el des-ser, a ese candidato, decimos, ¿para qué le sirve? No sería justo decir que
alguien se somete a la prueba del pase por devoción, para realizar una contribución efectiva al
progreso de la teoría psicoanalítica. Más bien, esta experiencia le es necesaria para inscribir su
opción en su lugar, para su público. El mismo forjará la articulación de su testimonio dirigido a
terceros que están en el pase como él, que no son viejos, que son testigos, pares, personas en
transición, «pasadores». El pasante habla de este acto inaugural que ya ha tenido lugar, que,
como todo acto, es ciego, pero él encontrará su consistencia en el testimonio mismo; él trata de
hacerse saber. El pasante está en un extraño paso, puesto que habla de su pasaje al mismo
tiempo que lo efectúa en extensión. De alguna manera habla de sí como en tercera persona, a
otros que quieren hablar de él en tercera persona ante un jurado que evaluará si ese punto del
acto ha atravesado o no a los pasadores, si ha pasado a través de los pasadores, si ha llegado
hasta ellos. La fineza de este procedimiento consiste en pasar por la falla que constituye el
juego en zigzag de la tercera persona (la dritte Person), como la estructura del chiste. Esta
estructura apunta a desbaratar al máximo lo que podría funcionar como figura de saber ya allí, o
de autoridad constituida (por igual para los pasadores, el pasante y los miembros del jurado). Se
trata de que el punto de real que el testimonio circunscribe atraviese, que «pase», de manera
que llegue a su lugar de autenticación haciéndose saber, en el sentido de hacerse conocer y
convertirse en un saber dirigido al público que es la Escuela.
Es por autorizarse de sí mismo que hay analista. Este «de sí mismo» es así puesto en juego en
tercera persona y se hace oír al efectuarse como tal a través de la fabricación del testimonio. El
pasante pone su candidatura a prueba porque sabe que el dispositivo existe, que está allí
precisamente para acoger su testimonio. Por otra parte, el momento del pase sólo existe porque
hay un lugar para nombrarlo como tal. En caso contrario, al final del análisis se trata de
experiencias que quedarán en espera o se revelarán inefables; buscarán sus lugares de 
efectuación a derecha e izquierda, tratarán de hacerse saber más o menos salvajemente ante
cualquier público, sin que por ello encuentren su «top». Pues el pasante quizá quiera probar si
puede pasar la fulguración del acontecimiento que lo ha sobrecogido como un «relámpago». ¿Es
lo que él cree que es? ¿Quiere hacerse autenticar por algo que él posea, por algo que él ya
sepa, por algo que se trataría de mostrar, de hacer ver, de hacer oír? No. El trata de darle un giro
de saber, en el diálogo mismo, a ese pase que acaba de atravesar. El testimonio es un decir que
no está ya producido, es un decir inédito. No es ya análisis, es el pase. Querer hacerse
autenticar desencadena su producción. Este es el modo de hacer advenir un saber sobre ese
acontecimiento, hacerlo advenir para algunos otros con los cuales se trama para él la apuesta
del psicoanálisis. Pues cada emergencia de un nuevo analista debería producir un
acontecimiento de saber para los otros que constituyen la escuela en la cual él se inscribe. «El
AE o analista de la Escuela, al que se imputa contarse entre quienes pueden dar testimonio de
los problemas cruciales en los puntos importantes en que están para el análisis, especialmente
en tanto que ellos mismos están en la tarea o por lo menos en la brecha de resolverlos», escribe
Lacan.
Este título responde a una regla del gradus, que se distingue de la jerarquía que envolvía los
efectos de nominación en las sociedades anteriores. El gradus marca una diferencia en el
desempeño y no tiene consecuencia en el nivel de la jerarquía. En el «Apéndice 1 » de la primera
versión de la proposición del 9 de octubre de 1967, Lacan dice: «El gradus es conforme a la
capacidad que se demuestra para hacer progresar la Escuela. No se confunde con un grado
jerárquico [ ... ] ustedes pueden apreciar el poder puesto en las manos de aquellos que
trabajan».
Esto era lo que estaba en juego en el funcionamiento del pase en la Escuela Freudiana de París.
1973, evaluación
En 1973, en un congreso realizado en Montpellier, Lacan presentó su punto de vista sobre la
experiencia en curso. Reconoció haberla producido con una «prudencia quizá demasiado
humana»; no veía de qué modo podía haber sido más prudente. Su prudencia había sido
«impuesta por el estado de cosas existente», dijo. En efecto, otorgó el título de analista de la
Escuela a quienes ya tenían un título en otras sociedades. Lacan confirmó entonces que las
sociedades analíticas después de Freud habían «seguido siendo demasiado prudentes, en
cuanto funcionaban según las leyes ordinarias de los grupos [ ... ] en los que es absolutamente
necesario que se manifieste el arno».
Él juzga que esta experiencia es radicalmente nueva, pues precisa que «el pase no tiene nada
que hacer con el análisis». En efecto, según ya lo hemos dicho, es como una puerta: si hay 
pase, ya no hay análisis. El pase no es un suplemento del análisis, ni el escollo para el
inanalizado, como se decía de buena gana en la época, sino atravesar el final del análisis
mediante el acto analítico. Según Lacan, un jurado de confirmación reclutado con los métodos de
selección de las sociedades anteriores no podía sino quedar «perplejo y confuso» ante los
testimonios de pase que recibía. No obstante, el comentario de Lacan es el siguiente: «algunos
pasantes no podrán olvidar jamás lo que fue para ellos [.. .] la experiencia del pase. [ ... ] fue algo
así como un relámpago». «Para algunos -dice el pase ha sido una experiencia absolutamente
turbadora. [ ...] Lo que obtengo es algo que no es del orden del discurso del amo.» Lacan quiere
borrar definitivamente el término «didáctico»; «del análisis se desprende una experiencia -dice-;
es totalmente erróneo calificarla de didáctica. La experiencia no es didáctica. [ ... ] Un análisis
implica por cierto la conquista de un saber que está allí antes de que nosotros lo sepamos, es
decir, el inconsciente, y el sujeto puede ciertamente aprender allí cómo es que eso se produjo [
... ] pero esto no es gran cosa [ ... ] es poca cosa frente a lo que se ha revelado ante él en la
experiencia analítica Esta dimensión es totalmente distinta que la del aprender. Su primer
movimiento es no saber por qué punta asirla». «En este sentido, este pase no podrá ser juzgado
en definitiva más que por el esfuerzo de aprehensión de quienes, por haberse expuesto a este
pase, han vivido su experiencia», es decir, los pasantes.
Lacan verifica que existe una diferencia importante entre los AE que no se presentan al pase
(didactas de las sociedades anteriores, la SPP o la SFP) y los pasantes que se han expuesto al
pase. No es de los «viejos» de los que se puede esperar recoger los resultados de esta
experiencia, sino de los pasantes llamados AE. En 1973 la experiencia es todavía reciente.
Lacan, en efecto, dice: «los que se prestan a esta experiencia no son los viejos, y se puede
plan~ tear la cuestión de si es ahora cuando se necesita que presenten yo no sé qué
inscripción, dibujo, caricatura, o si es necesario que lo dejen madurar».
Lacan precisa que él «sólo opera [en el seno del jurado] con la discreción más extrema»; debe
tener la sensación de esperar: «por mi parte, sólo estoy allí para esperar que eso pueda dar
hasta e incluso un modo totalmente diferente de recoger su testimonio». Concluye esta
evaluación diciendo: «El resultado es algo totalmente nuevo, y el pase no ha dejado de tener
efectos en ninguno de los que se presentaron. Esos efectos son quiza -¿por qué no?- estragos.
Cada uno sabe que, tal como estamos hechos los de la especie humana, el deterioro es lo mejor
que podría sucedernos. Y bien, aquí estoy con los estragos sobre mis espaldas. No por ello esto
es más inútil, puesto que, como alguien me lo señaló, si hay alguien que pasa su tiempo en pasar
el pase, ése soy yo.» ¿Qué relación existe entre los «estragos» producidos por el pase y el
hecho de que él mismo se declare pasante? Allí está quizás el problema; en efecto, él carga los
estragos sobre sus hombros porque es quien quiere algo en este asunto; espera resultados de
esta experiencia, y por el momento (1973) es el único que carga con este nuevo intento para el
grupo, y espera algo de los AE nombrados en el marco del procedimiento.
Recordemos que con la apuesta al pase Lacan comprometió nada menos que la supervivencia
del psicoanálisis. Libró una lucha encarnizada para imponer a sus discípulos, a aquellos de 
quienes lo había aprendido, la posibilidad de establecer reglas que hicieran existir el pase en el
grupo: que ese punto del acto analítico inaugural pudiera decirse, delimitarse, tener un estatuto.
Con el pase se trata de dar oportunidad, favorecer el lugar para que pueda advenirle, en su
singularidad, al grupo esta experiencia de un analista nuevo que surge de un análisis. Es preciso
que tal experiencia pueda aportarle al grupo su eco, sus luces, sus remolinos, incluso sus
perjuicios. Que nutra a la escuela con sus hallazgos, sus elaboraciones de escritura. En 1973,
parece que la prudencia de Lacan ha dejado la experiencia en una cierta indecisión.
1974, un intento
Poco tiempo después, en 1974, Lacan presenta una nueva proposición. Esta vez dirige una
carta a tres alumnos italianos (Muriel Drazien, Armando Verdiglione y Giacomo Contri), en la que
les pide que establezcan un nuevo grupo analítico teniendo en cuenta la experiencia que él
realizó en la Escuela de París, y tratando de corregir ciertos errores o dificultades. El pivote de
esta carta es la sugerencia de Lacan de establecer el pase, esta vez como única clave de la
constitución del grupo. Cito: «El grupo italiano -dice Lacan-, si quiere oírme, se atendrá a nombrar
a quienes postulen su entrada a partir del principio del pase, asumiendo el riesgo de que no los
haya». A propósito de su prudencia, manifiesta: «Lo que el grupo italiano ganaría siguiéndome es
un poco más de seriedad que la que yo logro con mi prudencia. Para ello es preciso que asuma
un riesgo; esto tendrá otro alcance en el grupo italiano, si me sigue en este asunto, pues en la
Escuela de París no hay margen para algo así».
Lacan le sugiere al «trípode» italiano que inicie una nueva experiencia de grupo, que no asuma el
pasivo de las sociedades anteriores, el cual pesaría sobre la innovación. Esta proposición es
más radical, más exigente y más precisa que la del 9 de octubre de 1967. Es más radical porque
convierte el pase en la única vía de nombramiento que ofrece el grupo analítico; además
sanciona así la entrada de quien será nombrado. De modo que el grupo italiano debía estar
constituido únicamente por personas nombradas en virtud del pase, analistas tomados en la
emergencia de su elección. Lacan no propone ninguna otra nominación (AME, AE, AP) como en
la Escuela Freudiana de París; lo que le interesa a este grupo no es la función sino la
ex-sistencia del analista. «Hay analistas ahora, es un hecho -dice-, pero se debe a que
funciona. Ahora bien, esta función sólo hace probable la ex-sistencia del analista. [ ... ] la
probabilidad de que sean grandes las posibilidades para cada uno, las deja insuficientes para
todos.»
Que esto sea probable no basta. Más adelante lo dice de otra manera: «autorizarse no es
autorritualizarse». Por lo tanto, la ex-sistencia del analista no coincide necesariamente con la
función del analista. Lacan le pide a ese grupo que no se contente con que los analistas
funcionen (con una probabilidad), sino que distinga la ex-sistencia del analista estableciendo el
pase para velar por «los que se autorizan de sí mismos; sólo ahí hay analistas». 
¿Cómo puede un grupo cumplir tal requisito? Velar porque sólo sean analistas los que se
autorizan de sí mismos ¿es siquiera posible? Parecía imposible, utópico. No obstante, tal fue el
desafío que Lacan les lanzó a los tres italianos.
El rigor de Lacan lo llevó incluso a señalar que el pase era la única necesidad para el grupo
analítico; el resto no parecía pertenecer al orden de la necesidad. En síntesis, para que el grupo
tuviera una razón para constituirse como grupo analítico, era necesario que se dieran los medios
de « ... apreciar en el momento del pase por qué alguien asume ese riesgo loco de convertirse
en aquello que el objeto a es». Lacan dice que el grupo lo necesita, que es un estimulante para
él, una reanimación.
«El pase no tiene nada que hacer con el análisis», pudo decir Lacan en 1973. En consecuencia,
el desafío que le lanza en 1974 al grupo italiano es el de dar una consistencia estricta a la
ruptura entre psicoanállisis y pase. Que ese grupo, a diferencia de lo que sucedía en la Escuela
Freudiana de París y en muchos otros grupos, no estuviera inmerso en todo tipo de modos de
reconocimiento y nombramiento basados en criterios diferentes del pase. Por ejemplo, la
enseñanza, las publicaciones, los congresos, sin hablar de todas las formas de nombramiento
ocultas que se aplican en los grupos.
El objetivo de la carta de Lacan a los italianos es dar estricta consistencia con el pase a esa
ruptura entre psicoanálisis y pase. Pero no se trata en absoluto de la división del pase en dos, tal
como lo había propuesto Jacques-Alain Miller en un artículo titulado «Introducción a las paradojas
del pase», donde distinguía el pase 1, que sería el momento del pase en la cura, indicador del
final del análisis en intención, y el pase 2, pasaje por el procedimiento que acoge el testimonio de
ese momento, en extensión. Al separar el pase en estos dos momentos, se malogra el asunto.
Miller, tratando de citar a Lacan, habla entonces de doblamiento de uno por el otro, de
reduplicación. Mientras que, como dice Lacan, se trata de un redoblamiento. El procedimiento
redobla el momento a fin de que encuentre su efectuación en y por el grupo. La efectuación se
completa con la nominación.
La articulación de la intención con la extensión no es la de un adentro con el afuera, sino la de
un redoblamiento, de una efectuación. El análisis en intención no es una bolsa cerrada que se
abriría sobre un afuera abierto. Por otra parte, el momento del pase sólo puede existir porque
hay un lugar (una escuela) para nombrarlo como tal.
Lo mismo ocurre con el analista; su posición en la transferencia a la cual se presta a través de
los análisis que realiza, no carece de articulación con la posición que tomará en el grupo
analítico. Existe una articulación entre el modo de inscripción de un analista en la comunidad de
los analistas y su desempeño en el acto analítico en sí. A veces se recibe un testimonio según el
cual la ruptura con un grupo entraña para el analista cambios en su posición en el acto analítico.
No hay por lo tanto dos pases, sino el pase, que va desde el momento del final de la 
transferencia hasta su efectuación en la nominación.
En la carta a los italianos, Lacan propone entonces un procedimiento en el que el criterio de la
nominación está formulado de manera más precisa que en la Escuela de París. En efecto, un
análisis, aunque haya llegado a su fin, a su final «lacaniano», es decir, a la caída del analista
como objeto a, no desemboca forzosamente en el acto inaugural de elegir convertirse en
analista. Esto no estaba absolutamente claro en 1967; Lacan añade aquí una precisión
suplementaria concerniente a quienes eligen hacerse objeto a al final de su análisis. Pues no
todos los análisis, aunque terminen, producen un nuevo analista.
Lacan vuelve en esta carta a las fórmulas que no obstante eran las consagradas en los años
1964-1967, acerca del final del análisis como la «revelación del fantasma fundamental», «la
caída del objeto a», «el atravesamiento del fantasma». Dice que esto no basta para que haya allí
un analista. Si eso es todo lo que hay, dice Lacan, si el objeto a « ... es el fruto del análisis, eso
hace soporte a las realizaciones más efectivas, y además a las realidades más atrayentes»; en
tal caso, « ... devolved al mencionado sujeto a sus queridos estudios. Él adornará con algunos
jarrones suplementarios el patrimonio que se considera que pone de buen humor a Dios [ ... ] que
él no se autorice a ser analista, pues jamás tendrá tiempo de contribuir al saber, sin lo cual no
hay posibilidades de que el análisis continúe siendo apreciado en el mercado: es decir, de que el
grupo italiano no esté condenado a la extinción».
Entonces, ¿quiénes son los que optan por convertirse en analistas, qué tienen de distinto? ¿Qué
tienen de particular los que sólo se autorizan de sí mismos, a diferencia de los que han hecho el
bucle un análisis? Lacan da la respuesta desde el lado del saber. Para «la humanidad [ ... ] no
está hecho el saber, puesto que no lo desea», incluso la horroriza. «Sólo hay analista si le llega
este deseo, es decir que ya por ello él sea el desecho de la mencionada (humanidad).» «Yo digo
ya: ésta es la condición cuya marca debe llevar el analista en algún costado de sus aventuras.
A sus congéneres les corresponde "saber" encontrarla; esos congéneres son aquí los
pasadores, es decir, el trípode que fue llamado a formar este grupo nuevo. A ellos les
corresponde encontrar en el pase esa marca que el analista ya lleva, antes del análisis, de ser el
desecho de la humanidad. El pasante [ ... ] debe haber delimitado la causa de su horror a su
propio [ ... ] horror al saber»; « ... puesto que sabe que es un desecho» (de la humanidad), de allí
le llega ese deseo de saber más al respecto: «Si esto no lo entusiasma -dice Lacan-, bien puede
él haber tenido análisis, pero no tiene ninguna posibilidad como analista».
Esta marca (saberse el desecho de la «llamada» humanidad) debe entonces jalonarse a través
del pase y estampillarse con un nombre, para darle al nombre de ese analizante convertido en
analista una inscripción localizada en ese grupo que lo ha nombrado, un nombre de analista de la
Escuela, en el sentido subjetivo y objetivo. Es importante para el grupo y para el pasante que el
nombre sea publicado, en letras de molde, que esté escrito con todas sus letras, primer rasgo
del pase, escritura del analista, escritura del nombre propio en tanto que nombre de Analista de
la Escuela. 
En el tiempo de efectuación del pase, que puede durar mucho, a veces años, el sujeto está
concernido por el impacto del nombre, por el estatuto del nombre propio en tanto que éste no
nombra al sujeto destituido del fantasma, sino que inscribe el borde de un agujero particular. Este
agujero real, en ese momento del pase, se encuentra al descubierto; es el siguiente: « ... el
nombre propio es el lugarteniente de lo que le falta al Otro de lo que podría nombrar el ser del
sujeto». En ese momento de efectuación en que el analista ya no está en posición de sujeto
supuesto saber, debe no obstante responder presente para acompañar esta efectuación hasta
su término, lo que implica de su parte un cambio de posición en la práctica, que trae consigo un
modo de presencia diferente ante ese giro a posteriori de un análisis del que surgen hallazgos
particulares, construidos con el crecimiento de ese análisis llegado a su término, que hace del ex
analizante un teórico sin igual, cándido. En ese momento de pasaje, la posición del que entonces
se convierte en ex analista es decisiva y delicada.
El nombre propio del analizante ya no es entonces un nombre de familia; tampoco pasa a ser un
nombre de autor, aunque él escriba textos. Que él no se precipite a recibir un título, una
responsabilidad o la nominación para una función en el grupo analítico sería taponar el trabajo de
efectuación que está realizándose, que está en curso. Se trataría más bien de que acierte a
efectuar su «nombre de analista» como, según la fórmula de Marguerite Duras, «Su nombre de
Venecia, en Calcuta desierta». Esto sólo puede hacerse si este nombre se localiza en un lugar
regulado para ello, localizado como tal. Es lo que Lacan había propuesto en 1974 a los italianos.
La efectuación del pase es que el nombre encuentre su lugar de inscripción, un nombramiento
localizado de manera correcta. Empleo la palabra «correcta» pues, para volver al seminario de la
misma época, el año 1974, Les nondupes errent, Lacan, en efecto, había ido a Italia y, el 9 de
abril de 1974, al volver de Roma, dijo en la sesión de ese día « ... que el ser sexuado sólo se
autoriza de sí mismo, tiene la elección». Esto equilibra su fórmula según la cual « ... el analista
sólo se autoriza de sí mismo; esto no quiere decir sin embargo que esté sólo para decidirlo».
Llega a interrogar si, de no haber escrito las fórmulas cuánticas de la sexuación, «¿ ... sería
también cierto que el ser sexuado sólo se autoriza de sí mismo?».
La denominación «homosexual» no es correcta, dice Lacan, «sodomita», al localizar
geográficamente esta práctica erótica, era una denominación más seria. Las fórmulas de la
sexuación, una vez escritas en el seminario Aun, ofrecen a la elección sexuada el soporte de su
efectuación.
Para el analista hay que inventar algo, dice, pues para el grupo analítico justamente Lacan no
puede hacerlo solo. Según él, esto depende de la ligazón a producir entre la invención del saber
y lo que se escribe. El pase es la fuente de invención del saber; lo escrito será en primer lugar la
escritura del nombre en buen sitio, en su lugar. Seguirán otros escritos. Por otra parte, al final de
esta carta a los italianos, Lacan dice: «Todo debe girar en torno a los escritos por aparecer». Se
advertirá aquí una teoría de la nominación según la cual el nombre, en tanto que nombre de una 
elección del sujeto, debe encontrar su localización, su lugar de inscripción con todas las letras a
fin de que se efectúe. A fin de que el nombre de elección del sujeto se convierta en su «nombre
de».
Esta carta «italiana» quedó en espera; su lugar era Italia, pero no encontró su efectuación allí; el
trípode no se constituyó en esa época, pues no se inventaron los medios de la puesta en obra
de las «directivas» de Lacan. En efecto, si estas sugerencias no encontraban en los
destinatarios una reacción demostrativa de que estaban en el secreto, de que las convertían en
un asunto suyo, la propuesta no podía realizarse. Esta vez Lacan se cuidó bien de entrar en los
detalles de procedimiento; sus indicaciones debían bastar para que los interesados encontraran
las soluciones que inventarían la puesta en ruta de este grupo por venir, surgido del trípode en
posición de pasadores.
También puede pensarse que esta proposición no se llevó a la práctica porque era utópica,
imposible de realizar en vista de lo que ya se sabía. ¿Es porque esta proposición supone la
exigencia del dibujo acabado, por lo que hay que renunciar a ella? Si uno procede creyendo
saber de antemano qué es lo imposible, antes de haberlo puesto a prueba, y se cuida de ello
manteniéndose en lo que se sabe posible, entonces el grupo analítico no tendrá ninguna
posibilidad de sobrevivir, ni tampoco el psicoanálisis. Lacan termina la carta como sigue: «Del
saber en juego, yo he enunciado el principio como del punto de vista ideal, que todo permite
suponer cuando se tiene el sentido del dibujo acabado: es que no hay relación sexual, relación,
entiendo, que pueda ponerse en escritura. A partir de esto, inútil intentarlo, me dirán, por cierto
no ustedes [...] [?] Sin intentar escribir esta relación, no hay en efecto medio de llegar a lo que
yo, al mismo tiempo que planteaba su inex-sistencia, propuse como meta por la que el
psicoanálisis se igualaría a la ciencia, a saber: demostrar que esta relación es imposible de
escribir».
El objetivo del pase es darse los medios de inventar un saber en el que el psicoanálisis pueda
«igualarse a la ciencia». Ahora bien, este saber accede a lo real, es decir, a lo imposible; si es
esto lo que Lacan plantea, falta aún demostrarlo como imposible de escribir, y por lo tanto para
ello hay que tratar de ponerlo en escritura; uno no puede contentarse con lo que pretendía saber
ya, cuidándose de lo que se supone de antemano imposible. La experiencia italiana, ¿no debía
ser intentada por quien toma el psicoanálisis en serio?
El fracaso de la escuela
Lacan dijo a menudo que lo serio es la serie. Ahora bien, recordemos que en la «Proposición del
9 de octubre de 1967» había indicado que «esta proposición implica una acumulación de la
experiencia, su recolección y su elaboración, una seriación de su variedad, una notación de sus 
grados». No parece que haya podido efectuarse esta seriación que se esperaba de los jurados.
Además Lacan esperaba que el AE, al agregarse a la «comunidad de los AE», le modificaría el
estilo, el sentido, con los impulsos de saber que cada nuevo AE produciría allí.
Al instaurar el pase, Lacan había querido inventar un modo nuevo de lazo en el grupo, una
escuela; gracias a la respuesta de la comunidad de los AE esperaba que se formara para los
psicoanalistas « ... esa especie de república que hizo que Pascal se carteara con Fermat, con
Roberval [ ... ] No se sabe qué se produjo que hizo que hubiera personas que deseaban saber
más respecto de esas cosas inverosímiles», como la cicloide, el círculo, etc. En 1974 propuso
entonces que se necesitaba empalmar las fórmulas de la sexuación con las del discurso
analítico en una escuela, según una cierta redistribución de las letras, para que « ... se articule la
elección de devenir analista de tal manera que al no autorizarse más que de sí mismo, el analista
no pueda menos que autorizarse también de otros». «Que algo se invente en el grupo sin
deslizarse al viejo carril que constituye la base del discurso universitario cuando se es
nombrado con un título.» Los AE, ¿han hecho serie en la EFP, han producido esa «comunidad de
analistas», « ... prestos a aumentar la coherencia de las tesis que regulan su trabajo»? Se diría
que la respuesta es no.
En 1978, el pase está a la orden del día en la EFP, en las reuniones que se le dedican. Cada uno
da allí su eco en un conjunto más bien cacofónico: el único rasgo común de los diversos
testimonios es la presencia lancinante de la autoridad de Lacan en el seno de la experiencia. Hay
que reconocer que Lacan ocupa un lugar de excepción, no sólo por lo avanzado de las
elaboraciones de su seminario y su posición de analista de muchos de sus alumnos, sino en la
experiencia del pase en sí. Pues él pide, propone, aguarda, espera lo nuevo, sugiere, esboza,
anuncia los contornos de lo que acecha. Una espera tan insistente, ¿no compromete las
condiciones de la invención de los otros? Por ello la actitud de Lacan no podía sino aumentar la
dificultad de aprehensión de los objetivos del pase por parte de aquellos que él había
comprometido en esta experiencia al lado suyo. Su «extrema discreción», en este contexto, ¿no
se revelaba más pesada, incluso insoportable, para aquellos que trataban de satisfacer su
espera? La situación era paradójica, pues por un lado él indicaba las vías de un modo nuevo de
nombramiento y, para hacerlo, nombraba de la manera más tradicional a los notables que debían
hacer funcionar la novedad esperada, paradoja que a estos últimos tenía que resultarles
francamente insostenible. Por otro lado, en el curso de las reuniones, algunas de las personas
que habían participado en los jurados cuestionaron el nombramiento que autenticaba el pase,
denunciando con ello los efectos de grupo de los que, según ellos, este nombramiento era
responsable, y esto hay que leerlo como signo de un impase.
Lacan cerró estas reuniones como sigue: «Lo único importante es el pasante, y el pasante es la
cuestión que yo planteo, a saber: qué es lo que puede pasar por la cabeza de alguien para
autorizarse a ser analista. Quise tener testimonios; naturalmente, no tuve ninguno [ ... ] desde
luego, este pase es un fracaso completo». Si hay un fracaso, ¿dónde reside? Para empezar, los
resultados del pase no fueron seriados, ni aparentemente seriables; en la EFP no siempre se 
sabe por qué alguien se autoriza a convertirse en psicoanalista. En segundo lugar, el fracaso
¿no está ligado también al malentendido que hizo que las condiciones de recolección de estos
testimonios atrajeran como pasantes a analistas que ya trabajaban desde mucho antes, que
quizá solicitaban implícitamente el reconocimiento de su práctica de analistas, pero no eran los
que podían aportar algo nuevo? (Los primeros AE, que habían sido titulares de las sociedades
anteriores, aparentemente no captaban bien la diferencia entre AE y AME; ahora bien, fueron
ellos quienes designaron a los pasadores y formaron parte de los jurados; esperaban calificar a
los analistas y no autenticar la elección de convertirse en analista.) «Cuando uno ve a los
pasantes de siempre -dice Lacano bien a los que están ya comprometidos en esta profesión...
es por eso que el AME no me interesa especialmente [ ... ] el AME lo hace por costumbre.»
El propio Lacan da entonces elementos de respuesta al interrogante que él plantea y replantea: «
... para constituirse como analista es necesario estar enormemente chiflado [ ... ] por Freud, es
decir, creer en esa cosa absolutamente loca que se llama el inconsciente y que yo he tratado de
traducir por el "sujeto supuesto saber"». Estar chiflado por Freud es creer en esa cosa loca que
es el inconsciente, que Lacan dice haber traducido por el «sujeto supuesto saber», y creer en el
inconsciente implica que hay ahí quienes se comprometen en la locura de la transferencia. El
mismo año dirá que « ... el inconsciente es quizás un delirio freudiano [ ... ] eso explica todo, [ ... ]
eso explica demasiado».
En suma, estos «chiflados-creyentes» son los aptos para la transferencia, desde los dos lados
(analizante y analista). 
Lacan, no siempre lo ha hecho, anuda el principio y el final del análisis, la demanda de análisis y
el acto de convertirse en analista: «¿Cómo es que hay personas que creen a los analistas?».
Nueva definición de la transferencia, «ésta es una historia absolutamente loca», dice. «¿Por qué
se le demandaría a un analista la moderación de los síntomas? Todo el mundo tiene síntomas,
puesto que todo el mundo es neurótico; por ello en estos casos se llama neurótico al síntoma, y
cuando no es neurótico, la gente tiene la sabiduría de no demandar a un analista que se ocupe
de él, lo que demuestra no obstante que sólo da ese paso -es decir, demandar al analista que
arregle eso- aquél al que es preciso llamar el psicótico.» Sorprendente afirmación. Entonces,
siguiendo a Lacan, si quienes no tienen síntomas neuróticos son los que tienen síntomas
psicóticos, y éstos tienen la sabiduría de no demandar al analista que se ocupe de ellos, pues
bien, puesto que todo el mundo no demanda un análisis, y dado que todo el mundo es neurótico,
entonces, ¿sólo decide eso, demandar un análisis, «el psicótico»? Aquel que tiene la locura de
creer en el analista, el que tiene esta locura sería entonces el «psicótico», pero «con síntoma
neurótico».
Esta formulación sólo puede aprehenderse con la facilitación nueva que produce Lacan con el
nudo borromeo de tres consistencias (real, simbólica, imaginaria), y teniendo presente la
necesidad, para dar cuenta de la «realidad psíquica» freudiana, de introducir una cuarta
consistencia a fin de mantener el nudo sujeto que, sin ella, no se conservaría. Esta cuarta 
consistencia, articulable al complejo de Edipo freudiano, sostiene el Nombre-del-Padre o «versión
del padre», y es el «síntoma». Esta facilitación llevó a Lacan a modificar el sentido del término
«simbólico» y a volver sobre el inconsciente freudiano, desdoblando lo simbólico en dos: el
símbolo y el síntoma. Esto nos introduce en una clínica psicoanalítica que quizá proporcione
elementos para distinguir a quienes hacen esta «cosa absolutamente loca» de demandar un
análisis, así como a los que deciden esta «cosa absolutamente loca» de autorizarse como
analistas; además permite «que el analista sepa un poco del límite de sus medios».
En julio de 1978, en el congreso de la EFP sobre la transmisión, Lacan confirma que el pase lo ha
decepcionado. Al instaurar el pase con la proposición, dijo « ... haber confiado en algo que se
llamaría transmisión si hubiera una transmisión del psicoanálisis»; y prosigue: « ... según lo que
he llegado a pensar ahora, el psicoanálisis es intransmisible, resulta muy fastidioso [ ... ] que
cada psicoanalista se vea obligado ( ... ) a reinventar el psicoanálisis».
Ahora bien, la proposición que instaura el pase se basa justamente en el hecho de que un
psicoanálisis no es en sí mismo didáctico, lo que Lacan había confirmado muy claramente en
Montpellier en 1973, como ya lo hemos señalado. Para ello se inventó el dispositivo del pase, a
fin de recoger un saber inédito en la emergencia del momento de la elección de autorizarse como
analista, y para confirmar de tal modo que cada acto analítico es inédito. Esta lógica del pase es
coherente con el precedente freudiano de abordar cada demanda de análisis sin saber ya nada
de los análisis precedentes. Hay por lo tanto también intransmisibilidad de un psicoanálisis a otro.
Pero, puesto que el psicoanálisis en intención no es el lugar de la transmisión, ¿dónde situar la
transmisibilidad del psicoanálisis que Lacan daba por descontada con el pase y de la que habla
en el congreso? La respuesta es: en la escuela. La autenticación del pase no nombra al pasante
con un nombre de «Analista», sino con el nombre de «Analista de la Escuela». El saber derivado
del pase era provocado por un dispositivo de escuela, se dirigía a ella, debía alimentar a la
Escuela instaurando un nuevo estilo de grupo. Ahora bien, parece que los AE no lograron
constituir una comunidad, y por lo tanto «aumentar y sostener la coherencia de la elaboración de
un saber que regule» su acto, ni los jurados produjeron series y acumulación del saber surgido
de cada acontecimiento de pase efectivo, para producir en la Escuela una invención que pudiera
pasar a la escritura. La transmisión del psicoanálisis por el pase en la Escuela no fue efectiva. Y
veremos que la efectuación del pase en su lugar no impidió que se erigiera un obstáculo en la
persona de Lacan.
Lacan prosigue entonces (Julio de 1978) con la respuesta al interrogante que había esbozado
en enero de 1978: « ... el sujeto supuesto saber es alguien que conoce el truco, el modo en que
se cura una neurosis, Debo decir que en el pase nada anuncia tal cosa; debo decir que en el
pase nada atestigua que el sujeto sepa curar una neurosis». «Neurosis» debe entenderse aquí
como el síntoma en tanto que es neurótico. Lacan no espera una prueba de que alguien conozca
por experiencia el truco para «remover el síntoma», sino que «sigue esperando algo que le
aclare» y le anuncie que un «sujeto sabe hacer algo más que parlotear». «El significante opera
porque es del orden del síntoma [ ... ] pero ¿cómo entonces comunicar el virus de ese síntoma 
con la forma del significante? Es esto lo que me he esforzado por explicar a lo largo de mis
seminarios.»
Lacan, sin cesar de pasar el pase, produjo con su seminario ese esfuerzo de transmisión, y
esperaba que algunos otros también lo hicieran, con el fin de instaurar, como la «república» de
los matemáticos de la cicloide, una escuela donde el psicoanálisis continuara inventándose. Eso
era lo que le había sugerido al trípode italiano, y que no se hizo.
En 1980 Lacan disuelve su escuela por haber fracasado, dice, « ... en producir Analistas de
aquesta [de la escuela] (AE) que «estén a la altura», Se le pregunta qué es un AE que está a la
altura. Él responde: «Que se relea mi proposición de octubre de 1967 [ ... ] funciona, por lo
menos que se la abra» (¡la proposición y la boca!). «¿A cuál de mis jurados de confirmación le
habría aconsejado que votara por sí mismo, si él, por ventura, se hubiera presentado hoy como
pasante?» O publica en Le Monde: «¿Mi pase los sorprendió tan tarde como para que no
obtenga de él nada que valga? ¿O esto es por haber confiado su cuidado a quien atestigua no
haber advertido nada de la estructura que lo motiva?» (26 de enero de 1980).
En vista del lugar que Lacan ocupó en su Escuela, que es además el lugar que se le permitió
ocupar, ella se solidificó en una transferencia sin análisis con él, con Lacan. Allí está el fracaso.
En la escuela « ... sólo se ponen de acuerdo sobre esto; se me ama [ ... ] esta Escuela era
síntoma, pero no el bueno», dijo. «El efecto de grupo es contrario al efecto de sujeto, el que sólo
vale para nosotros por la desubjetivación necesaria del analista. El grupo se define como una
unidad síncrono cuyos elementos son los individuos. Pero un sujeto no es un individuo. [ ... ] Esto
cojea en el grupo analítico, precisamente porque él no puede ser sínerono sino síntoma, pero no
cojea en el escrito donde me ciño a la cuestión» (o sea, en la proposición).
De modo que Lacan fracasó en hacer escuela porque el grupo que amparaba esa escuela no
era el buen síntoma. Sin duda, ser síntoma es inevitable para un grupo analítico; el grupo es
síntoma y no sínerono, pues no puede vivir de la sincronía que ordinariamente tienen los grupos
en virtud de la unidad de los individuos en un mismo movimiento de identificación, como lo ha
analizado Freud. Tiene necesariamente que fallar, pero ¿de qué manera? El síntoma de la
Escuela Freudiana falló porque la escuela se sostenía en Lacan, y sin él no se sostenía.
Hoy en día, después de la disolución de la EFP y de la muerte de Lacan, la situación es tal que su
persona ya no debería «velar lo que él enseñó». Para quienes fueron sus alumnos, se plantea la
cuestión del duelo de su persona en la relación de ellos con su enseñanza. Los síntomas de
este duelo están probablemente activos en los diversos grupos lacanianos que existen en la
actualidad. En efecto, en Francia y en el extranjero se han fundado varios grupos sobre la
enseñanza de Lacan: escuelas, asociaciones, convenciones, carteles, centros, círculos,
talleres, colegios, fundaciones. Algunos han renunciado deliberadamente al pase como causa
supuesta de un fracaso seguro, en vista de los perjuicios que según ellos entraña
inevitablemente en todo grupo la nominación que autentifica el pase. Otros aplican un 
procedimiento de pase para que una escuela de psicoanálisis funcione por ser síntoma y no por
amar a uno que constituya excepción, pues no hay un psicoanalista sino del psicoanalista,
cuando lo hay. Un grupo analítico, eso cojeará siempre; valdría la pena que lo hiciera de la
manera que da soporte a la invención.
En Caracas, Lacan había lanzado un « ... a ustedes les toca ser lacanianos si quieren; yo soy
freudiario». Querer ser lacaniano es seguramente apostar al pase, pero no sin procurarse los
medios para utilizar la enseñanza de Lacan. Para ello es preciso contar con transcripciones
confiables de sus seminarios. Ahora bien, el único método posible para el desciframiento de los
seminarios hablados de Lacan es el de la transcripción crítica (que emplea diversas fuentes, que
tiene en cuenta sus propias referencias y deja las huellas de su desciframiento). La cuestión
espinosa de la transcripción crítica de los seminarios no carece de relación con el pase, puesto
que se trata de hacer valer el nombre de Lacan no como un autor ni como un padre, sino de
autenticar, mediante el establecimiento, la desubjetivación de la que él dio testimonio con la
invención de saber producida a lo largo de su seminario. 
Pase
Pase
Alemán: Passel / Übergang. 
Francés: Passe. 
Inglés: Pass.
fuente(22) 
Término empleado en 1967 por Jacques Lacan para designar un procedimiento de pasaje,
consistente en que un analizante (pasante) exponga ante analistas (pasadores) -quienes darán
cuenta al respecto ante un jurado llamado de acuerdo aquellos elementos de su historia que el
análisis lo ha llevado a considerar capaces de fundamentar su deseo de convertirse en analista.
En francés corriente, el término passe tiene varias acepciones. En particular, puede designar la
acción de pasar o avanzar, e incluso el lugar o el momento preciso del pasaje.
Desde principios de la década de 1950, Lacan cuestionó las normas de acceso al análisis
didáctico enunciadas por Max Eitingon en 1925, en el Congreso de la International
Psychoanalytical Association (IPA) de Bad-Homburg.
En 1964, cuando fundó la École freudienne de Paris (EFP), Lacan abolió la distinción clásica
entre análisis personal (o terapéutico) y análisis didáctico, instituyendo un reglamento que no
obligaba a los candidatos a elegir su didacta en una lista de titulares establecida de antemano,
como era la regla en la casi totalidad de las sociedades de la IPA.
Esta abolición apuntaba a restituirle una significación real al deseo de cada sujeto de convertirse
en analista. En lugar de adecuarse a un cursus preestablecido, cada uno tenía entonces la
libertad de escoger a su analista a su modo, fuera entre los miembros de la EFP o en otros
grupos. Podría ser entonces aceptado en las filas de la EFP, según el procedimiento de admisión
definido por los estatutos, pero sin estar obligado a rehacer su análisis con un didacta
recomendado por la institución.
Mediante esta transformación, Lacan subrayó que el análisis personal podría o no revelarse
didáctico con posterioridad. Nadie podía decidir "de antemano" la validez didáctica de un 
psicoanálisis. Se trataba por lo tanto de restituirles pertinencia a los interrogantes planteados por
Sigmund Freud desde el origen del movimiento: por qué uno se convierte en analista, cómo
sucede.
El 9 de octubre de 1967, después de una crisis en la EFP, Lacan decidió darle un estatuto
institucional a esa noción de pasaje. Pronunció entonces un discurso memorable, en el cual
propuso "fundar en un estatuto lo bastante duradero como para estar sometido a la experiencia,
las garantías con las que nuestra Escuela podrá autorizar por su formación a un analista, y en
adelante responder por ella".
De modo que el pase es definido como un ritual de pasaje que le permite a un simple miembro
(ME) que haya realizado un análisis, acceder al título de analista de la escuela (AE), hasta
entonces reservado a quienes habían sido "titularizados" de oficio en el momento de la fundación
de la EFR El procedimiento era el siguiente: el candidato al pase (llamado pasante) debía dar
testimonio de lo que había sido su análisis ante dos analistas (llamados pasadores), encargados
de transmitir el contenido de dicho testimonio al jurado de acuerdo. Ese jurado estaba constituido
por miembros elegidos en la asamblea general de la EFP, que ya hubieran recibido el título de AE.
La "proposición de octubre" distingue la idea de gradus de la idea de jerarquía, e inscribe el fin
del análisis en una dialéctica del "des-ser" ("désétre") y de la "destitución subjetiva". Lacan llama
"caída del sujeto supuesto saber" a la situación de fin de análisis por la cual el analista se
encuentra en posición de "resto" u objeto (pequeño) a, después de haber estado investido a lo
largo de la cura de una omnipotencia imaginaria o de un "saber supuesto".
Lacan expone entonces una fórmula que sólo aparecerá en la segunda versión de su
propuesta, la única que se publicaría (en 1968): "El único que autoriza al psicoanalista es él
mismo" ("Le psychanalyste ne s'autorise que de lui méme"). Con esta proposición, que haría
correr mucha tinta, subraya que el pasaje al ser-analista está en el ámbito de una experiencia
subjetiva ligada a la transferencia, que del lado del analizante concluye en una "destitución
subjetiva", y del lado del analista en un "des-ser". Esta prueba o experiencia se asemeja de
algún modo a lo que Georges Bataille (1897-1962) llamaba Ia experiencia de los límites".
Lejos de ser reducida a una sanción institucional, la idea del fin de análisis, cara a Freud, se
convierte entonces en un objeto teórico que es preciso elaborar. Por lo tanto, en lugar de la
sacrosanta liquidación de la transferencia, que según las reglas clásicas indica la conclusión de
un análisis exitoso, Lacan describe un proceso más sutil: el de una doble experiencia subjetiva
(analizante/analista) en la que aparece un estado de pérdida, castración, incluso de depresión
melancólica.
Y si bien conserva la denominación de "psicoanálisis didáctico", lo hace para darle una
significación nueva basada en una inversión: el orden institucional que él (Lacan) denomina
"psicoanálisis en extensión" debe en efecto ser sometido a la primacía de la teoría, es decir, al
"psicoanálisis en intensión", única manera de evitar la esclerosis burocrática generalmente 
inducida por la jerarquía tradicional de maestros y alumnos.
Por otra parte, el procedimiento apunta a eliminar toda idea de jerarquía entre el título de AME y el
de AE; un AME puede ser un excelente clínico sin haberse interrogado sobre el famoso pasaje,
mientras que se supone que un ME sin la menor experiencia terapéutica puede revelarse capaz,
en el pase, de realizar un aporte teórico sobre la cuestión del análisis didáctico.
La proposición de Lacan fue ampliamente discutida en la EFR Seductora para algunos,
incomprensible para otros, suscitó la hostilidad de algunos cuadros de la escuela, elegidos o
nombrados mediante el procedimiento antiguo. Ellos hicieron conocer rápidamente su opinión
sobre el peligro de permisivismo y los riesgos de un procedimiento que le permitía a cualquier
analizante postularse para el título de AE.
El 6 de diciembre de 1967 Lacan respondió a las críticas, pero anunciando su decisión de
permitir que se continuara discutiendo. No quería imponer este procedimiento por la fuerza. No
obstante, después de los acontecimientos de mayo de 1968 optó por hacer votar su propuesta
en la asamblea general, convencido de que obtendría una mayoría de votos: la moción, en
efecto, fue acogida con entusiasmo por las generaciones cuarta y quinta del psicoanálisis
francés, que acababan de participar en la rebelión estudiantil y, como en las otras sociedades
de la IPA, deseaban transformar radicalmente los planes de estudio habituales.
La instauración del pase en la EFP provocó la salida de tres grandes discípulos de Lacan:
François Perrier, Piera Aulagnier y Jean-Paul Valabrega. Ellos fundaron la Organisation
psychanalytique de langue française (OPLF) o Quatrième Groupe. También en desacuerdo con
el pase, Guy Rosolato se había unido a las filas de la Association psychanalytique de France
(APF) algún tiempo antes.
Muy pronto, los defectos de esta propuesta, su falta de precisión y sus ambigüedades hicieron
su aplicación azarosa e irregular. Afectada de gigantismo, la EFP no logró impedir el desarrollo
de la esclerosis que se había considerado que el pase impediría.
En 1973, en el curso de las reuniones de la EFP, se procedió a una primera evaluación. Sin
ocultar su desilusión, Lacan subrayó que por lo menos había "ocurrido algo". En lo cual tenía
razón. Y con ese espíritu dirigió su "nota italiana" a tres de sus discípulos: Muriel Drazien,
Giacomo Contri y Armando Verdiglione. En ella sugería la constitución de un grupo compuesto
únicamente por analistas que hubieran realizado el pase y hubieran sido designados AE a
continuación de ese procedimiento. Sin duda soñaba entonces con una sociedad ideal,
semejante quizás a la célebre Sociedad Psicológica de los Miércoles: una academia de los
elegidos. Sea como fuere, según lo ha subrayado Marie-Magdeleine Chatel, él deseaba que ese
nuevo modelo de grupo no se viera sumergido en los ritos institucionales clásicos.
En 1978, en oportunidad de las nuevas reuniones de la EFP, el fracaso del pase fue constatado 
por el propio Lacan, quien lo comparó a un "impasse", y deploró que la masificación del
lacanismo hubiera obstaculizado la realización de esa hermosa utopía: "¿Qué podía haber en la
cabeza de alguien para que se autorizara a ser analista? He querido tener testimonios,
naturalmente no tuve ninguno [ ... ] desde luego, este pase es un fracaso completo." En cuanto a
las causas de dicho fracaso, nunca fueron objetos de una reflexión teórica. Los diversos
grupos desprendidos de la disolución de la EFP se contentaron con retomar el procedimiento del
pase, o bien con renunciar a él, sin que estas actitudes dieran lugar a algún texto de importancia. 

Pasión
Pasión 
Pasión
fuente(23) 
Jubilosa o dolorosa, entusiasta o melancólica, extática o colérica, toda pasión es una puesta en
tensión del deseo y una intensificación de las emociones, incluso una puesta en escena
dramatizada de lo que se verifica, se exige, se lamenta, se espera. No obstante, en el sentido del
pathos, más se la sufre que se la actúa deliberadamente. Es, en efecto, por el hecho de que no
se posee a si mismo que el sujeto puede ser tomado por una pasión que, si desborda los límites
del yo, lo empuja a la expansión narcisista o lo amenaza con la disolución. De todos modos, el
sujeto pasa cada vez por un momento de fascinación en el que es cautivado y en el que parece
que el destino hiciera signo. Es éste el rasgo común que permite identificar como pasiones una
serie de fenómenos: el enamoramiento, la entrada en trance, la creencia en un oráculo, el
encuentro que deja estupefacto, la excitación súbita, pero también la apuesta del jugador, la
obstinación del coleccionista, etcétera.
Como la pulsión, la pasión puede situarse en el límite entre lo psíquico y lo somático. En tanto que
estado del cuerpo, es reactivación de experiencias primordiales, en la que lo que causa el deseo
y la angustia da lugar a un apego vital marcado por la avidez de los primeros lazos. Pero al
mismo tiempo el sujeto padece en su cuerpo el estar bajo el dominio de un discurso que lo aliena:
es «la pasión del significante», según Lacan, es decir, la inscripción en el inconsciente de la
parte de goce perdido. En este sentido, cada pasión atestigua la intrincación de la vida y la
muerte, es una misma figura capaz de representarlas a las dos.
En cuanto al objeto de una pasión, se lo descubre único o variable, encantador o espantoso,
encontrado fortuitamente o buscado con obstinación, amorosamente idealizado o rechazado con
odio. Lo que está en juego es la identificación de algo que podría colmar la falta o garantizar la
existencia del deseo del Otro. Así, la pasión es búsqueda de certidumbre, lo que no impide que
pueda resultar de un rechazo de saber concerniente a la falta subjetiva que esa necesidad
recubre.
Este último aspecto se destaca particularmente en las formas patológicas de lo pasional, en las
que el ser atormentado por el vacío se consume en la destructividad. En este caso la falta es
experimentada como humillación narcisista, y se intenta anular la pérdida. Se impone entonces
como necesario un lazo fusional, aunque se huya de él o se lo ataque cada vez que interviene la
angustia persecutoria. Entonces el amor se sustenta en la rivalidad celosa, intenta fijarse en el
ideal pero finalmente sólo se sostiene en el odio. En efecto, si la alteridad es insoportable y la
confusión peligrosa, el otro sólo puede ser alcanzado en la violencia. En el límite, el
desconocimiento de las fuentes incestuosas o agresivas de una pasión puede así transformarse
en una certidumbre en la que la prueba se relaciona con el hecho de que alguien debe ser 
sacrificado.
No obstante, la pasión no es mortífera si no procede de una fascinación en la que el sujeto se
remite a una figura del destino que lo condena a lo trágico. En consecuencia, el análisis puede
ser, no la anulación de las pasiones sino su pacificación, en la medida en que permita dilucidar lo
que surge del impase repetitivo y lo que abre a nuevas posibilidades de realización. Pues, como
lo enuncia Freud en ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, «decidir cuándo es más oportuno
dominar las pasiones y plegarse a la realidad, o bien tomar partido por ellas y prepararse para
defenderse del mundo exterior, es el alfa y omega de la experiencia de la vida». 

Patriarcado
Alemán: Patriarchat. 
Francés: Patriarcat. 
Inglés: PatriarchY.
fuente(24) 
El patriarcado es un sistema político-jurídico en el cual la autoridad y los derechos sobre los
bienes y personas dependen de una regla de filiación llamada patrilineal, es decir, que se
concentran en las manos del hombre que ocupa la posición de padre fundador, sobre todo en
las sociedades occidentales. No obstante, el sistema patriarcal pocas veces se presenta con
esa pureza, en la medida en que coexiste en numerosas sociedades con una filiación matrilineal
que decide la pertenencia del individuo con referencia a vínculos genealógicos que pasan por
las mujeres.
El debate sobre la oposición entre el patriarcado y el matriarcado fue contemporáneo de las
hipótesis evolucionistas del siglo XIX, desde Henry Lewis Morgan (1818-1881) hasta Friedrich
Engels (1820-1895), pasando por Johann Jakob Bachofen (1815-1887). Teóricos y juristas
pensaban que el patriarcado era una forma tardía de organización social, que había sucedido a
un estadio más primitivo, o matriarcado. Para Engels, el advenimiento del patriarcado constituía la
gran derrota del sexo femenino, mientras que Bachofen, cuyas ideas influyeron mucho en los
escritores vieneses de fines de siglo, obsesionados por la decadencia del padre, profetizó la
declinación irreversible del patriarcado, símbolo de la conciencia occidental, y estigmatizó los
peligros de un matriarcado que encarnara la omnipotencia irracional de las fuerzas de la
naturaleza.
En realidad, ninguna sociedad ha experimentado un matriarcado definido de este modo. Sin
embargo, esta tesis ha quedado como uno de los mitos fundadores de los sistemas de
pensamiento modernos: a veces el reino del matriarcado es presentado como fuente de caos,
anarquía, desorden, y se opone al patriarcado como sinónimo de razón y cultura, y otras, a la
inversa, el reino del matriarcado es descrito como un paraíso natural que el patriarcado habría
destruido con su despotismo autoritario.
Lo mismo que la del culturalismo y la de la diferencia de los sexos, esta cuestión atraviesa toda 
la historia del psicoanálisis. Pero en Sigmund Freud se plantea menos en términos de oposición
histórica o mítica que como una reflexión estructural en torno al complejo de Edipo.
En las diferentes escuelas varían las actitudes respecto de la estructura edípica, según se
privilegien las posiciones respectivas del padre o la madre en el interior de la configuración
parental. Si el freudismo clásico tendía a privilegiar el rol del padre, el kleinismo, por el contrario,
volcó toda la teoría edípica hacia el polo materno, a través de una concepción nueva de la
relación de objeto. Jacques Lacan, por su lado, integró las dos tendencias: las relaciones
arcaicas con la madre, y la revalorización simbólica de la función paterna. Desde 1938, en Les
Complexes familiaux, subrayó que el psicoanálisis había nacido de la declinación de la función
paterna en la sociedad occidental. Esta tesis era por otra parte compartida por los filósofos de la
Escuela de Francfort, como lo atestigua una carta luminosa de Max Horkheimer (1895-1973)
dirigida en 1942 a Leo Lowenthal: "Es justamente la decadencia de la vida familiar burguesa lo
que le permitió a su teoría llegar a ese nuevo estadio que aparece en Más allá del principio de
placer y los escritos siguientes".
A partir de 1949, influido por los trabajos de Claude Lévi-Strauss, Lacan introdujo en el
psicoanálisis una teoría del significante que desplazaba el estudio de la configuración edípica en
el campo de la reflexión sobre el lugar de los sistemas de parentesco en el inconsciente del
sujeto. 

Peligro (señal de)
Peligro (señal de)
Peligro
(señal de)
fuente(25) 
En la teoría de la angustia desarrollada en 1927 en Inhibición, síntoma y angustia, que sucedía a
una primera concepción, contemporánea de su visión inicial de la génesis de la histeria, Freud
recurre a la noción de una «señal de peligro» emitida por el yo en la eventualidad de la ruptura
inminente de la barrera de defensa que protege su organización, ante la intensificación pulsional
que proviene del ello. 

Pellegrino Hélio (1924-1988). Psiquiatra y psicoanalista brasileño
Pellegrino Hélio (1924-1988). Psiquiatra y psicoanalista brasileño
Pellegrino Hélio
(1924-1988) Psiquiatra y psicoanalista brasileño
fuente(26) 
Nacido en Belo Horizonte e hijo de un médico, Hélio Pellegrino perteneció a la cuarta generación
del freudismo mundial, y fue una de las grandes figuras del psicoanálisis en Brasil.
Profundamente cristiano, le preocupaba el destino de los pobres y los oprimidos, militó contra la
dictadura y se comprometió en un combate de izquierda que realzaba los valores de un
psicoanálisis social, humanista y libertario. Fue a la vez un profesional, un poeta y un hombre de
cultura, próximo a numerosos escritores y en particular a Mario de Andrade (1893-1945), con
quien mantuvo correspondencia. Casado la primera vez por Iglesia, tuvo siete hijos, de los
cuales dos fueron posteriormente psicoanalistas.
En 1952, después de estudiar medicina y psiquiatría, se instaló en Río de Janeiro y realizó su
primer análisis con Iracy Doyle, en el marco del Instituto de Medicina Psicológica; a la muerte de
Doyle, continuó su formación con Ana Katrin Kemper. En 1956 se convirtió en miembro de la
Sociedade Psicanalitica do Rio de Janciro (SPRJ). Siguió siéndolo hasta su muerte, sin ser
reconocido oficialmente como didacta, y por otra parte habiéndose incorporado como miembro
titular en 1968 a la Sociedade de Psicoterapia Analitica de Grupo de Río de Janeiro. Este grupo 
reunía a varios disidentes de la SPRJ.
En 1968, cuatro años después de la instauración del poder militar, comenzó a rebelarse contra el
régimen, situando al psicoanálisis del lado de la lucha por la libertad. Un año más tarde denunció
abiertamente a la dictadura en artículos publicados por Correio da Manha. Esta actitud valiente le
valió que lo encarcelaran durante dos meses, después de un proceso por violación de la ley
llamada "de seguridad nacional". El testimonio del gran dramaturgo Nelson Rodrigues
(1912-1980) y su pertenencia a la grey católica hicieron posible que, por muy poco, Pellegrino
pudiera sustraerse a una condena. Esto no le impidió continuar sus actividades militantes, y en
1971, junto con Ana Katrin Kemper, creó la famosa Clinica Social de Psicanálise, destinada a
promover tratamientos y curas para los más carecientes. Con el mismo enfoque político, en
1979, acompañado de otros militantes, fundó el Partido de los Trabajadores, que se convertiría
en una de las principales componentes de la izquierda brasileña.
Siempre rebelde contra la esclerosis de las instituciones, con dos de sus colegas, Eduardo
Mascarenhas (1942-1997) y Wilson de Lyra Chebabi, decidió criticar con firmeza los principios
del análisis didáctico en la IPA, el precio exorbitante de los tratamientos, la discriminación política
de la que eran víctimas los miembros, y finalmente el hecho generalizado de que no se leyera a
Sigmund Freud. Todas estas críticas fueron resumidas en un artículo resonante de Roberto
Mello, publicado el 23 de septiembre de 1980 en el Journal do Brasil, con el título de "Los
barones del psicoanálisis".
Sin mencionar a la SPRJ, los tres protagonistas denunciaban en las entrevistas que
acompañaban al artículo el estado desastroso de su institución. La respuesta no se hizo
esperar. Un mes más tarde, Pellegrino y Mascarenhas fueron excluidos de la SPRJ por haber
formulado sus críticas fuera de la asociación. En realidad, se los acusaba de hablar de "cosas
prohibidas" (la dictadura), y de poner en peligro una enseñanza académica basada en la rutina y
el clientelismo.
De hecho, Pellegrino había tomado partido en un asunto que hacía estragos en la SPRJ desde
1971: la aceptación por Leáo Cabernite, entre los alumnos de la sociedad, a Amilcar Lobo
Moreira da Silva (1939-1997), teniente de policía y torturador al servicio de la dictadura: "Está
claro -escribió Pellegrino en una carta de marzo de 1981 - que el nombre de la SPRJ ha sido
denigrado y mancillado
Los excluidos apelaron a la justicia, y después de un proceso fueron reintegrados a la SPRL
Cabernite, por su parte, en un artículo de octubre de 1986, replicó que Pellegrino intentaba
denigrarlo por "razones personales" y que el "caso" Lobo era un pretexto de los enemigos del
psicoanálisis para un ataque generalizado.
El compromiso de Pellegrino marcó profundamente a la joven generación brasileña, en particular
a Joel Birman y Jurandir Freire-Costa. 
Aunque escribió más de quinientos artículos, en vida Pellegrino sólo publicó una compilación de
sus principales crónicas, aparecidas en la prensa. Otras dos obras fueron editadas
póstumamente.
En el plano teórico, Pellegrino se alejó del freudismo clásico, combinando una perspectiva
kleiniana de la primacía de las relaciones preedípicas con un análisis político basado en la
necesidad de un pacto social liberador. En el período anterior al Edipo veía una especie de
estado salvaje dominado por pulsiones anárquicas, psicóticas o perversas, comparable a la
dictadura y la barbarie. A su juicio, ese estado debía ser reemplazado por un pacto social
edípico necesario para el florecimiento de la cultura y la democracia.
Conforme a esta posición, Pellegrino proponía una innovación próxima a la de Sandor Ferenczi.
Denominaba "creación de intimidad" (intimizaçao) a una técnica psicoanalítica en virtud de la cual
el terapeuta y el paciente podían abordar la represión a través de una relación afectiva, por
debajo de la comunicación verbal. De allí una concepción del lenguaje en la cual la lengua era
garante simbólico de un orden social, y la palabra, el dominio propio de la intervención subjetiva.
Murió de un ataque cardíaco. 

Pene
(envidia del)
fuente(27) 
La alusión a la envidia del pene (Penisneid) como una de las características de la sexualidad
femenina, es introducida por Freud en el artículo de 1908 «Sobre las teorías sexuales infantiles»,
en un agregado a las observaciones concernientes a la investidura de esa parte del propio
cuerpo en el caso del niño. «Es fácil observar -escribe- que la niña comparte plenamente la
estimación que su hermano concede a los genitales masculinos; ella desarrolla un gran interés
por esa parte del cuerpo del niñito; pero ese interés muy pronto queda regido por la envidia. La
niñita se siente en desventaja, intenta orinar en la misma posición que el hecho de tener pene le
permite adoptar al varón, y cuando ella afirma: preferiría ser un varón, sabemos cuál es la falta
que la realización de ese deseo debería remediar.» No se continúa con el tema en ese mismo
artículo.
En los años siguientes, la importancia que adquirió la cuestión no tiene que ver solamente con
sus incidencias clínicas en el desarrollo de la sexualidad femenina, sino sobre todo con su
función estructurante en el análisis de las relaciones de la niña, y después la mujer, con sus
progenitores de uno y otro sexo y sus sustitutos. Al término de la carrera de Freud, se revelará
como tema decisivo en la perspectiva del problema del final del análisis y en la puesta al día de
las condiciones más generales de la realización humana.
La teorización por Lacan de la distinción de, y las relaciones entre lo imaginario y lo simbólico,
renovará esas primeras hipótesis, en cuanto la envidia del pene será llevada al centro del
primero de tales registros, en tanto que la determinación propiamente simbólica del falo consagra
la irreductibilidad al órgano peniano. En definitiva, la envidia del pene consagra el estatuto de una 
cierta falta, en total oposición a la negatividad fálica designada por la castración del hombre, que
es el soporte de la dialéctica de la subjetividad. 

Pensamiento 

fuente(28) 
En 1900, en su advertencia a los lectores de La interpretación de los sueños, Freud invita a «no
negarle por lo menos a la vida del sueno su libertad de pensamiento (Gedankenfreiheit)». No es
menor su confianza en el determinismo psíquico, y afirmará que «las más complejas actividades
de pensamiento pueden producirse sin que la conciencia tome parte en ellas». Se trata de
procesos y actos psíquicos de pleno derecho, a menudo equivalentes a los del pensamiento de
vigilia o susceptibles de volverse conscientes. Dejar venir las ideas que sobrevienen
súbitamente («libre asociación»), así como los síntomas, los recuerdos, los sueños y las
fantasías, permite en efecto reconocer una red de pensamientos que se entremezclan y
palabras que se entrecruzan, y por lo tanto conjeturar la existencia de una instancia
inconsciente formadora de pensamiento. Lo mismo puede decirse de los pensamientos que
sustituyen a las percepciones, del contenido del sueño que remite a los pensamientos latentes,
de las producciones de la actividad fantasmática inconsciente, o incluso del juego con los
pensamientos del que da testimonio El chiste y su relación con lo inconsciente.
¿En qué consiste esta «forma de pensamiento» que constituye un sueño que se manifiesta como
extraño o absurdo? Y, ¿en qué se relaciona esto con el chiste o la fantasía cuando el
pensamiento alcanza el lugar familiar del juego con las palabras y se libera el sin-sentido? Aquí la
elaboración inconsciente del pensamiento pone de manifiesto un «trabajo» del que Freud declara
que ya no considera que juzgue o calcule, puesto que no hace más que transformar y figurar los
pensamientos en función de transferencias de intensidad del deseo inconsciente. En particular,
este trabajo no tiene en cuenta las relaciones entre los pensamientos o su ensamblaje, y no
representa las relaciones lógicas más que mediante particularidades formales (yuxtaposición,
sucesión, inversión, repetición, equívoco, laguna.. .). También se ve Freud llevado a diferenciar
dos modos del «pensar inconsciente»: uno, preconsciente, corresponde a toda la gama de la
actividad de pensamiento virtualmente accesible; en el otro los pensamientos están inmersos en
el inconsciente en sentido estricto, y sólo retornan bajo la influencia de los procesos llamados
primarios, o sea, por las vías enmascaradas de intentos de realización de deseo.
En numerosas oportunidades Lacan evoca esta realidad paradójica de un «pensamiento
inconsciente» que escapa a la representación. Así, en 1967, en «La equivocación del sujeto
supuesto saber», recuerda que, según Freud, el inconsciente «es pensamientos», lo que
significa también que se trata de un saber que «se deshace» por el goce. Ello piensa allí donde
ello sufre y donde ello goza: pero nadie dispone de esos pensamientos depositados en un Otro
lugar inconsciente, pues «yo» [je] no los pienso. En consecuencia, no se puede sostener con
Aristóteles que el hombre piensa con su alma; en lugar del cogito cartesiano, lo que hace
certeza es el deseo; a pesar de Heidegger, no se trata aquí del ser que piensa, puesto que de
entrada es hablante y, como se dice en Aun (1973), «el yo [je] no es un ser, es un supuesto a
eso que habla». Pues el pensamiento de que se trata tiene por condición el lenguaje y se
relaciona con el goce del cuerpo: al sustituir la falta, el pensamiento no es conocimiento de lo real 
o conformidad con el mundo, sino que se revela más bien como inarmónico, repetitivo y
fragmentador. Y si afecta el cuerpo, lo hace porque el goce perturba el cuerpo cuando el
pensamiento tiene que ver con el acto imposible o irrumpe como extraño al sujeto.
Volviendo entonces a Freud, se pueden encarar los diversos destinos de los pensamientos.
Reprimidos, aislados, incluso negados, se los excluye de la rememoración o bien se cortan sus
conexiones. Sometidos a coacción como en las obsesiones, están sexualizados en tanto que
procesos que deben reemplazar a los actos: de allí las compulsiones a pensar, a dudar, a
contar, etcétera, pero también a creer en la omnipotencia del pensamiento mágicamente
sobrestimado. Inhibidos y limitados en su actividad por «la interdicción de pensar», reproducen el
fracaso de la investigación y no autorizan la crítica. Pero también pueden ser sublimados, su
componente erótica no es en ese caso reprimida aunque la meta esté de sexualizada. Y
además, como lo enuncia Freud en «La negación», en 1925, un contenido de pensamiento
reprimido puede reconocerse bajo la condición de ser negado. «Eso no lo he pensado», pero el
pensamiento condenado es no obstante dicho y parcialmente liberado de las consecuencias de
la represión. Ya opera el juicio, y por lo tanto el «trabajo de pensamiento» que procede por
ensayos y aplaza las descargas motrices pero es también preliminar a la acción. Llega entonces
el momento de la decisión, en el que reconocerse sujeto del inconsciente no excluye un pensar
libre que pueda hacer acto. 

Peraldi François (1938-1993). Psicoanalista francés
Peraldi François (1938-1993). Psicoanalista francés
Peraldi François
(1938-1993) Psicoanalista francés
fuente(29) 
No ha sido en Francia sino en Canadá y en particular en Montreal, donde François Peraldi influyó
sobre la historia del lacanismo. De origen corso, inició estudios de medicina en París, pero muy
pronto se orientó hacia el psicoanálisis, realizando una cura de objetivo didáctico con Simone
Decobert, en el marco de la Société psychanalytique de Paris (SPP). Intelectual brillante, Peraldi
perteneció a esa generación psicoanalítica francesa, la cuarta, para la que el compromiso con el
freudismo se basaba en la pasión intelectual, la crítica radical al orden establecido y la
impugnación violenta de las instituciones psiquiátricas y psicoanalíticas.
Este compromiso debía necesariamente desembocar en la ruptura o el exilio. Alumno de Roland
Barthes (1915-1980), lector de Louis Althusser (1918-1990), de Michel Foucault (1926-1984) y
de Gilles Deleuze (1925-1995), no podía encontrarse en su lugar en el universo estrecho de la
SPR Como homosexual, no tenía en efecto ninguna posibilidad de llegar a ser psicoanalista.
Después de haber sufrido un rechazo categórico, se volvió hacia la École freudienne de Paris
(EFP), más liberal respecto de la homosexualidad. Allí continuó su formación didáctica mediante
un control con Serge Leclaire, y anudó sólidas amistades con Michéle Montrelay, Françoise Dolto
y Luce Irigaray. En 1969 comenzó a practicar el psicoanálisis, después de haber tenido en Jura
una experiencia de psicoterapia institucional con niños psicóticos.
Sensible a todas las formas de exilio y cosmopolitismo, apasionado del cine, del jazz y de la
cultura norteamericana, muy pronto se sintió incómodo en la atmósfera del lacanismo parisiense
de la década de 1970, donde la enseñanza del maestro giraba hacia el dogmatismo y el culto de 
la personalidad. Sobre todo, sus costumbres y su modo de vivir resultaban chocantes para el
conformismo burgués. Se lo sabía amante del sadomasoquismo, y desconcertaba que conviviera
con una serpiente pitón en su departamento parisiense.
Como los pioneros del freudismo, igual que Ernest Jones a principio de siglo, Peraldi soñaba con
conquistar América, para implantar allí la gran renovación del freudismo puesta en marcha por
Jacques Lacan.
Después de considerar la posibilidad de enseñar literatura en la Universidad de Harvard, y de
haber establecido vínculos con intelectuales norteamericanos, en particular William Richardson y
John Muller, futuros fundadores en Boston del Lacanian Forum, salió de Francia en 1974 para
tratar de crear "otra escena" del psicoanálisis. Al año siguiente abrió, en Montreal, un seminario
de iniciación en el pensamiento lacaniano, en el marco del departamento de lingüística y
traducción de la universidad.
Su talento de orador le permitió ejercer un verdadero magisterio con los jóvenes estudiantes de
lengua francesa e inglesa. Peraldi no fue sólo un notable docente, sino que también se reveló
como un clínico sorprendente, capaz de formar discípulos sin prestarse jamás a la idolatría tan
característica de los grupúsculos poslacanianos. Con el correr de los años desempeñó un papel
principal tanto en la universidad, donde apadrinó tesis, como en el hospital o en su práctica
privada, y encontró su lugar en "los márgenes" psicoanalíticos de Quebec, entre todos los que,
psicólogos anónimos o estudiantes desorientados, no lograban incorporarse a la Sociedad
Canadiense de Psicoanálisis (SCP).
Maestro dotado de virtudes socráticas, Peraldi no quiso fundar ninguna institución ni ningún
sistema de pensamiento. A la tiranía del jefe oponía un gusto nietzscheano por la fraternidad
intelectual, cuya huella se encuentra en la mayoría de sus artículos. Al correr de la pluma, y a
veces en dos lenguas, habló de la muerte, de las interdicciones, del sufrimiento colectivo del
pueblo de Quebec, del crimen, del sexo y de las minorías, a la manera de los héroes de las
novelas de John Steinbeck (1902-1968).
Lejos de hacer escuela, se contentó con animar un grupo (fundando en 1986 la Red de Cárteles,
considerablemente abierta a analistas de diversos horizontes) y con participar en la creación de
tres nuevas revistas: Frayages, Trans, Filigrane. Su homosexualidad no le generó ningún
problema en la práctica del psicoanálisis. Peraldi no fue un militante del movimiento gay que
hiciera ostentación de comportamientos extravagantes, ni un homosexual vergonzante deseoso
de normalizarse. De tal modo evitó crear nada parecido a un círculo de jóvenes iniciados, o tomar
en análisis solamente a homosexuales. En este sentido, fue un clínico de un nuevo tipo. Capaz a
la vez de no ruborizarse por su diferencia y de experimentar los extremos en materia sexual,
nunca transgredió las reglas de la ética analítica, lo que le aseguró un gran renombre en una
ciudad obsesionada por los abusos sexuales de todo tipo: "Cuando el rumor dice que soy
homosexual, y usted sabe que no se priva de hacerlo -le explicó a Jean Forest en 1988-, no dice 
nada en cuanto a mi sexualidad, pues precisamente quienes generan este rumor y quienes lo
propagan lo ignoran todo de mi vida privada, que yo siempre he separado radicalmente de mi
vida pública y profesional; en cambio, ese rumor es un intento de dominarlo que mi discurso
"a-doxal" o paradójico puede tener de amenazante, precisamente porque ataco la doxa, a la
palabra especular y alienante de los aparatos de poder."
Françoise Peraldi murió de sida a los 55 años. Al descubrir su enfermedad reaccionó con cólera
y violencia; no aceptaba la muerte. Continuó practicando hasta su último aliento, mientras
redactaba la crónica de su genealogía familiar. Quería transmitir a sus sobrinos y amigos
fragmentos de su historia inmersa en el siglo: Françoise sabía recibir de manera principesca -ha
escrito Régine Robin-. Nos veíamos en las cuatro esquinas del planeta [.---]. Le gustaba hablar
de sus lecturas, nunca de sus pacientes. Los respetaba. Esa era una zona vedada. Nadie se
aventuraba en ella." 

Perrier François (1922-1990). Psiquiatra y psicoanalista francés
Perrier François (1922-1990). Psiquiatra y psicoanalista francés
Perrier François
(1922-1990) Psiquiatra y psicoanalista francés
fuente(30) 
Analizado primero por Maurice Bouvet y después por Jacques Lacan, François Perrier, junto con
Serge Leclaire, Wladimir Granoff, Jean-Bertrand Pontalis y algunos otros, se convirtió en uno de
los más brillantes representantes de la tercera generacion psicoanalítica francesa. En 1960, en
Amsterdam, en un congreso organizado por la Société Françoise de psychanalyse (SFP),
presentó con Granoff un informe sobre la sexualidad femenina inspirado en las tesis de Lacan.
Después de la segunda escisión de la historia del movimiento francés, siguió a Lacan en la
fundación de la École freudienne de Paris (EFP), pero la abandonó en 1969, en razón de un
desacuerdo sobre el pase, para crear con Piera Aulagnier y Jean-Paul Valabrega la Organisation
psychanalytique de la langue française (OPLF), Ilamada también Quatrième Groupe. 

Perrotti Nicola (1897-1970). Médico y psicoanalista italiano
Perrotti Nicola (1897-1970). Médico y psicoanalista italiano
Perrotti Nicola
(1897-1970) Médico y psicoanalista italiano
fuente(31) 
Nicola Perrotti fue el único discípulo de Edoardo Weiss que no era judío y había estudiado
medicina. Primero médico, más tarde se volvió hacia el psicoanálisis, que ejerció inspirándose en
los curanderos de su región natal, los Abruzos, al noreste de Roma.
Atraído por la filosofía de la historia y las cuestiones sociales, muy pronto intervino en la lucha
contra el fascismo; desde 1925, en la revista marxista Critica sociale, publicó artículos sobre la
psicología de las multitudes, en la línea de los trabajos de Signaund Freud.
Discerniendo muy pronto los límites del itinerario de Marco Levi-Bianchini, pero también los del
pensamiento de Pierre Janet, Perrotti colaboró en la revista romana Il Saggiatore, donde conoció
a jóvenes intelectuales que luchaban contra la filosofía idealista. Con ellos se unió a Weiss para
sentar las bases de la nueva Societá Psicanalitica Italiana (SPI).
Bajo la influencia de Weiss, Perrotti acordó un lugar mayor al psicoanálisis en su reflexión social
y política, con el objetivo de ayudar a la conciencia humana en crisis a sustraerse a la influencia
del discurso idealista, que él consideraba un obstáculo para tomar en cuenta la sexualidad.
Combatiente antifascista durante la guerra, Perrotti participó en 1943 en la reorganización del
Partido Socialista Italiano, del que fue uno de los dirigentes una vez producida la Liberación.
Electo diputado en 1948, en 1950 fue nombrado Alto Comisario de Higiene. Paralelamente 
contribuyó al renacimiento del psicoanálisis en la Italia liberada, y fue presidente de la SPI entre
1946 y 1951, fecha en la cual lo sucedió en ese puesto su amigo y camarada de partido Cesare
Musatti. En 1948, cuando dejó de aparecer la revista de Joachini Flescher, Psicanalisi, él fundó
la revista Psiche, la que estuvo relacionada durante un tiempo con su homónima francesa
dirigida por Maryse Choisy (1903-1979), pero que muy pronto puso de manifiesto con más
claridad su sensibilidad de izquierda, desarrollando temas caros a Perrotti, los temas de un
psicoanálisis aplicado vuelto en particular hacia la vida social y artística, el cinematógrafo y la
música. 

Personalidad múltiple 
Personalidad múltiple
Personalidad múltiple
Alemán: Umgtauschte Persónlichkeit. 
Francés: Personnalité multiple. 
Inglés: Multiple Personality (Desorder).
fuente(32) 
Trastorno de la identidad que se traduce por la coexistencia en un sujeto de una o varias
personalidades separadas entre sí, cada una de las cuales puede tomar por turno el control del
conjunto de los modos de ser del individuo, al punto de hacerle vivir vidas diferentes.
La idea de personalidad múltiple proviene del magnetismo y corresponde a una concepción del
inconsciente anterior a la doctrina freudiana. Está ligada a los fenómenos del sonambulismo, el
espiritismo y el automatismo mental, tal como aparecían a mediados y fines del siglo XIX, en la
historia de la primera psiquiatría dinámica. El primer caso fue descrito en 1815 por el médico
norteamericano John Kearsley Mitchell, quien narró la historia de Mary Reynolds, joven de 19
años afectada de una disociación completa de la personalidad. Ella tuvo dos vidas diferentes
hasta los 35 años, y después murió en su segundo estado, sin volver a salir de él. En su primer
estado era calma y más bien depresiva, mientras que en el segundo se mostraba maníaca,
creativa, desbordante de actividad y de imaginación.
En Francia el término fue empleado en 1840 por el doctor Despine, médico generalista de
Aix-en-Provence, quien describió de manera casi idéntica el caso de Estelle, una joven afectada
de diferentes síntomas histéricos. Más tarde, los representantes de la escuela francesa de
psicología -Pierre Janet, Théodule Ribot (1839-1916) y Alfred Binet (1857-1911)- le dieron un
brillo particular a esta noción, describiendo casos de mujeres iluminadas, místicas o médiums
espiritistas, o bien clasificando los diferentes tipos de alteración de la personalidad. Con la
segunda psiquiatría dinámica y la masiva entrada en escena del hipnotismo, que llevaron a la
refundición freudiana y a una nueva descripción de la histeria, la noción de personalidad múltiple
cayó en desuso (hacia 1910) y fue reemplazada por conceptos derivados de la nosografía
bleuleriana o del psicoanálisis: disociación, clivaje, despersonalización. Fue Théodore Flournoy,
en 1900, quien, con la historia de la médium espiritista Catherine-Élise Müller (1861-1929),
proporcionó una de las mejores descripciones del fenómeno de la doble vida. 

Pertenencia
fuente(33) 
Definición
Del latín pertinentia-acción de pertenecer. En Corominas, acción o derecho que tiene a la
propiedad de una cosa o cosa accesoria a la principal que entra con ella en propiedad. 
Desde el psicoanálisis, la pertenencia es un sostén narcisista que ampara al sujeto. El
sentimiento de pertenencia se basa en la necesidad de estar incluido en un vínculo, que opera
como sostén frente a la vivencia de inermidad e indefensión del individuo. Tiene dos vertientes,
una manifiesta, adaptativa a la realidad, y otra imaginaria que se refiere a la necesidad de
sentirse protegido, contenido en un ambiente amparador.
La pertenencia marca una ley entre un adentro y un afuera; el adentro es el área privilegiada que
asegura continuidad, continencia y seguridad. Pertenecer es sentirse sostenido-sujetado, da
permanencia y estabilidad. La necesidad de pertenecer a un vínculo es inherente a la condición
de ser.
El estar ligado a los objetos internos, a una estructura familiar, a un contexto social, protege de
las angustias ligadas al vacío y la soledad. Es un intento de recuperar la sensación oceánica
propia de la vivencia de unicidad. Formar parte de un conjunto, estar en la mente del otro, se
relaciona con el estar vivo. No pertenecer, estar fuera de un vínculo es como estar fuera del
mundo del yo y del sí mismo. La pertenencia es una estructura inconsciente que sólo se hace
consciente en situaciones críticas (Berenstein, 1991). El reconocimiento es ineludible al
sentimiento de pertenencia, la necesidad de pertenecer y ser reconocido como condición de ser,
lleva al individuo en algunas oportunidades a soportar situaciones de extrema exigencia, para
evitar "la angustia de no asignación", de no reconocimiento (Kaës, 1976). Asignarse y ser
asignado a un lugar, en un grupo, es ser para sí y para los otros; es existir en una trama
deseante. Ocupar un lugar, entre un conjunto de semejantes, es la condición a partir de la cual
puede funcionar el campo de la ilusión, de la coincidencia, del entre dos. La pertenencia tiene
que ver con una apropiación del sujeto de un espacio teóricamente existente, de un lugar, y es
dado o confirmado por un otro o un conjunto (Puget, J. 1993). La pertenencia juega como una
promesa que conjuga el presente del decir con un futuro anticipado.
Origen e historia del término
El sujeto se constituye desde sus inicios a partir de su relación con los otros, lo que será
definitorio para su supervivencia y desarrollo. La pertenencia es una etapa inherente al proceso
identificatorio que cada cultura ofrece al individuo. Freud, S. (1926), hace referencia en el recién
nacido a su indefensión, dada su incapacidad de emprender una acción coordinada y eficaz por
sí mismo. El lactante frente al desamparo, necesita de un otro Para satisfacer sus necesidades y
poner fin a sus tensiones ulteriores. El primer objeto amoroso, la madre, brinda el primer sostén.
En este primer modelo de vínculo se apoyan los vínculos posteriores. Klein, M. (1962) acentúa la
relación del bebé con la figura materna, remarca la calidad de la relación introyectada para la
constitución del psiquismo, lo que luego le permitirá extrapolarla a otros vínculos. El tipo de 
relación de objeto favorece las identificaciones, es el referente de vínculos posteriores. La
posibilidad de investir sería proporcional al sentimiento de pertenencia. Winnicott, D. (1971)
plantea en su obra que el lugar de la experiencia cultural es el espacio potencial que existe entre
el individuo y el ambiente, y que la utilización de este espacio lo determinan las experiencias de
las primeras etapas de vida. Este espacio transnacional cuyo heredero es el juego creador
primero Y las realizaciones culturales luego, surgen de la relación con la madre. Diferencia entre
madre ambiente y madre objeto de la pulsión. El bebé es parte de la relación madre-bebé y para
su adecuado desarrollo es necesaria una madre lo suficientemente buena, que a su vez esté
sostenida por un ambiente facilitador (función paterna). Anzieu, D. (1986) define al grupo como
una envoltura gracias a la cual los individuos se mantienen juntos. Está constituida por el
entramado de reglas y códigos que marcan un límite entre los de adentro y los de afuera. Habla
de la ilusión grupal como una etapa necesaria ("estamos bien juntos"), sería una forma de
preservar la unidad yoica amenazada ("somos todos iguales"). Bleger, J. (1967) destaca la
importancia de pertenecer a un grupo como un instrumento dador de identidad. Pichón Riviére,
E. (1968) plantea que la necesidad de afiliación del individuo a un grupo estaría en relación con
sus identificaciones más precoces, dicha necesidad se ve realizada a través de la pertenencia.
La pertenencia sería el logro del vencimiento de la necesidad, un pasaje de la necesidad a la
libertad, que hace posible la planificación. Maldavsky, D. (1992) habla de un sentimiento íntimo de
resguardo, de disponer de un amparo frente a las distintas adversidades. Bernard, M. (1991)
plantea que se puede definir el sentimiento de pertenencia como un "estar dentro", lo que desde
lo manifiesto remite a la posibilidad de compartir metas, normas, leyes y desde lo imaginario haría
referencia a la ilusión de estar contenido en un ambiente amparador ("cómo aquel del que
venimos y al que nunca renunciaremos totalmente de regresar"). Kaës, R. (1984) plantea que el
apuntalamiento es uno de los procesos más importantes en la construcción del psiquismo y da
cuenta de las relaciones iniciales de la psique, del cuerpo, del grupo y de la cultura.
De ahí que la estructuracion psíquica comience a generarse a partir del primer encuentro con la
madre que es el inicio de la historia relacional. Aulagnier, P. (1977) habla de una situación de
encuentro. La madre anticipa en actos y palabras dando significados aún antes que el bebé sea
capaz de reconocer su significación y tomarlo por sí mismo, habla de la función de portavoz de
la madre: enunciante y portavoz de un discurso ambiental y cultural. Es la madre la que en
primera instancia ofrece un mundo, ya que es una forma de ver un mundo. Plantea que para dar
contenido y coherencia al proyecto identificatorio se torna necesario tener referentes estables
de la historia que sirvan de punto de anclaje para investir libidinalmente el futuro y dar sentido al
presente.
Los autores mencionados resaltan la función intermediaria de la madre, entre el individuo y la
cultura. Sería este primer momento fusional la matriz sobre la que operarán los posteriores
enriquecimientos y modificaciones, dando lugar a posteriores identificaciones (como etapas
sucesivas) que hacen posible la pertenencia a distintos espacios. Puget, J. - Berenstein, L
(1988) parten de que el vínculo es precedente a toda organización mental. Proponen la idea de
que el sujeto se va construyendo sobre tres pilares que no dependen uno del otro, si bien 
mantienen relación entre sí: intrasubjetivo, intersubjetivo, transubjetivo. El bebé ya antes de
nacer es un otro para sus padres y les propone sus significados, tanto como éstos a él. Los
padres determinan al hijo como éste a aquellos. El bebé los ubica en la estructura familiar como
padre-madre. Se produce una dependencia mutua, recíproca. Pero los padres no son los únicos
proveedores de subjetividad sino que también lo es el mundo circundante en el que el sujeto está
inmerso. La atribución de un lugar, así como cada uno de los diferentes estímulos, revisten una
fuerza identificatoria que le permiten al sujeto construir su pertenencia al conjunto (Puget, J.,
1996). Para Berenstein (1995) la pertenencia estaría en relación a una representación de lugar,
sector de un espacio psíquico posible de investir, que implica un convencimiento de reciprocidad
entre los yoes. Puget (1993) plantea que el sentimiento de pertenencia proviene de la
representación inconsciente de la ocupación de lugares en las estructuras, para lo cual se
ponen en actividad mecanismos propios a la pertenencia y que son diferentes a los mecanismos
de la identificación. Estos autores plantean que hay distintos niveles de pertenencia: social,
familiar y al propio cuerpo.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
El individuo nace en un vínculo y de un vínculo. Es imposible pensarlo solo, aislado.
A partir de la teoría del narcisismo en Freud (1914) el sujeto aparece siendo por un lado "para sí
mismo su propio fin" y por otro, miembro de una cadena a la que está sujeto desde antes de su
existencia como individuo. Piera Aulagnier (1977), con su concepto de contrato narcisista, alude
al mismo hecho, a esta "atadura" del sujeto humano; el sujeto debe asegurar la continuidad del
linaje y del conjunto social para lo cual la familia debe investir al nuevo miembro al que le asigna
un lugar que le es significado desde las generaciones anteriores como ideales, valores, modos
de interpretar la realidad. Para asegurar la continuidad generacional y la vida institucional el
sujeto se va insertando en el conjunto familiar y en otros grupos de los que irá formando parte y
a cambio recibirá el sostén que le da la pertenencia a los mismos. "La inserción social es
impuesta e incluye al individuo en una historia que lo precede y lo postcede. Tiene una cualidad
inconsciente y transforma al sujeto en transmisor y actor de una organización social, en la cual
es sujeto activo y objeto pasivo a la vez" (Puget, J). Los acuerdos y pactos inconscientes sellan
la pertenencia al conjunto. El grupo precede al individuo singular y le va dando señales de
reconocimiento, asigna lugares, ofrece medios de protección, marca límites, establece
prohibiciones. Su pertenencia al grupo tiene para el individuo un carácter reparatorio; aparece
ligado a la sensación de completud frente a la fragmentación, mitiga la herida narcisista frente a
la omnipotencia perdida, sostiene la función de los ideales y de los ídolos, le brinda la sensación
de permanencia. Kaës plantea que "el grupo brinda al sujeto la imagen de su mismidad perdida y
el apoyo necesario para superar el desamparo, la indivisión, la continuidad, la seguridad, la
mismidad de la coherencia" (Kaës). El grupo es mediador de la trasmisión de identidad, mitos, 
ideologías, ritos, lengua, etcétera.
La institución que precede al individuo, lo introduce en el orden de la intersubjetividad, en el
orden simbólico. La producción de subjetividad se da a través de la pertenencia, a través de la
búsqueda de perdurar, de "ser alguien". El ser se construye y se afianza en la red social. Kaës
propone la noción de "sujeto de grupo". Para él, el sujeto es ante todo un "intersujeto".
Pero toda inserción en un grupo pone en juego cierto grado de renuncia. Kaës (1989) define el
pacto denegativo como un antecedente imprescindible para la construcción del vínculo. Es
necesaria cierta renuncia pulsional para que el vínculo se pueda sostener y poder crear la
ilusión de un espacio compartido que es equivalente a seguridad. Sería lo que hay que dejar
fuera para que ¿I vínculo pueda existir, tiene una función defensiva y organizadora del vínculo.
En algunas oportunidades esta renuncia puede volverse excesiva generando una pertenencia
indiscriminada, indiferenciada, "identidad por pertenencia" (Bleger-Bernard) donde existe falta de
autonomía del sujeto y una dificultad en reconocer la autonomía del mundo exterior. Kaës (1976)
lo define "funcionamiento isomórfico", en contraste a un "funcionamiento homomórfico" que se
caracteriza por una pertenencia discriminada, diferenciada, donde se mantiene una capacidad
crítica, y a la que Puget llama pertenencia madura, donde existe un proceso simbólico. La
pertenencia al vínculo tiene un carácter obligatorio, ya que sin ella no habría vida psíquica, Pero
el individuo tiene la opción de elegir desde que nace la forma y modo de pertenecer. Puget
(1993) plantea la paradoja entre la obligación de pertenecer y la opción de elegir.
La intensa necesidad de pertenecer explicaría situaciones donde el individuo acepta exigencias
extremas para evitar la "angustia de no asignación" (Kaës, 1976), de no reconocimiento. El pacto
denegativo tanto como su contrapartida, el contrato narcisista, son formaciones transubjetivos
que atraviesan tanto al psiquismo individual como el familiar y el social. Permite articular el orden
intrasubjetivo, intersubjetivo y transubjetivo.
La pertenencia se relaciona con la apropiación de un lugar teóricamente existente, y es dado o
confirmado por un otro "reconocer privilegiado" (Puget, J., 1993).
La necesidad de reconocimiento es inagotable y se realiza en forma presente y puntual. Para
cada nueva necesidad, habrá necesidad de un nuevo reconocimiento. La posesión de un lugar
necesita ser permanentemente confirmada. Ser pensado por un otro es una condición necesaria
para la constitución del psiquismo. Puget (1996) plantea la necesidad de diferenciar "ser
pensado" de "ser anulado" por un otro; donde sólo se busca lo semejante, sin dar lugar a la
diferencia. No se tolera la ajenidad, lo no cognoscible del otro. Sería un intento de buscar la
"completud narcisista" en lugar de la "suplementación" (Lewkowicz, 1995), lo que daría lugar a
una pertenencia discriminada, madura.
Plantea que la pertenencia se relaciona con un "compartir", única manera en que se tejerá la
representación vincular y se manifiesta a través de una historia o código compartido (Puget, 
1995). Para Berenstein, I. "una familia es un conjunto de personas vinculadas por la pertenencia
tanto al sistema de parentesco, como al de la lengua. Estos dos sistemas comprenden un
período de tiempo vivido en común, asimismo de cotidianeidad y un supuesto compartir de
sentidos respecto a los afectos que impregnan las relaciones así como las experiencias que en
ellas se dan". (Berenstein, I.) La pertenencia sería aquello que ubica y contiene a los sujetos
ligados en un conjunto. Berenstein, I. propone recurrir al Complejo de Edipo para entender las
relaciones de los sujetos de la Estructura Familiar Inconsciente, pero agregando a sus tres
facetas clásicas "ser, tener y hacer" otras dos, "parecer y pertenecer que tienen que ver con el
profundo sentimiento de compartir valores, significados con los otros, parecerse" (I. Berenstein).
La sensación de no pertenecer invadiría al yo y se expandiría como ansiedad de no ser, no tener
y no pertenecer. Plantea que la pertenencia al medio familiar se sostiene por un discurso
compartido y la palabra singular puede ser vivida como un riesgo. Un excesivo grado de lealtad
no permitiría modificación, transformación o complejización vincular. La pertenencia es una
estructura inconsciente que sólo se hace consciente en situaciones críticas. Para Kaës (1980)
la crisis sería un intervalo entre una pérdida segura y una adquisición incierta. Etapa en la que no
se pueden hacer proyectos. Esto se podría ver en procesos de separación del vínculo
matrimonial, comparable en algunos aspectos a la crisis de la adolescencia, procesos de
emigración y desarrraigo. Donde se pierde una pertenencia, un espacio conocido para pasar a
otro todavía incierto.
Situaciones vividas como extranjería (Aguilar-Nusimovich, 1997) donde no se comparten
códigos, donde no se es reconocido como un otro privilegiado para alguien, generan angustia
de no asignación. Berenstein y Puget (1997), proponen que "la pertenencia del Yo configura una
espacialidad con una geografía cuyos bordes fantasmáticos trascienden el límite del lugar
geográfico, de la lengua, de la identidad religiosa, aún cuando retiene contenidos de los tres.
Plantean que la pertenencia tendría dos bordes: uno hacia lo intrapsíquico y otro hacia el ámbito
de lo sociocultural. Tiene también un sector fijo, mudo, no cuestionable y otro en permanente
reconstrucción, ya que no se adquiere de una vez y para siempre, sino que necesita
permanentes reconocimientos, según los distintos momentos del sujeto. Así el sujeto compondría
un sector del yo constituido por la hipervaloración de la comunidad, e incluyendo el narcisismo
de los padres, así como el del propio cuerpo.
Consideramos que la familia es la mediadora primordial entre la cultura y el sujeto; de modo
análogo la cultura media entre las reglas transculturales, los grupos y los sujetos que la
conforman. Cada cultura ofrece al individuo posibilidades identificatorias, que son mediatizadas y
filtradas a través de la estructura familiar inconsciente.
Se generan así distintos significados familiares, se conciben convicciones, mitos, ideologías, con
lo cual el yo constituirá sus propias producciones. El individuo se siente así, sostenido, sujetado,
"perteneciente", vivo. 
Problemáticas conexas
Algunos autores (Bernard, Kaës, etc.) proponen que el aparato psíquico se constituye en un
acto psíquico inaugural, del cual por sucesivas transformaciones, deriva la instalación de los
ámbitos, intra, inter y transubjetivos. Otros (Berenstein, Puget) consideran que cada espacio
psíquico tiene su propio acto psíquico inaugural. Desde esta perspectiva el sujeto construye su
identidad simultáneamente en distintos ámbitos, teniendo cada uno de ellos su propio acto
fundante. El individuo se estructura en su pertenencia a distintos vínculos. Al intentar definir este
término, por momentos se confunde con el de identidad, por tener en la mayoría de los autores
un desarrollo muy similar. Se encuentran referencias a la pertenencia como dadora de identidad.
Se podría hacer una distinción: la pertenencia se refiere sobre todo a lugares, se vincula con
ansiedades ligadas a mudanzas, migraciones, necesidad de estar incluido en determinados
contextos. Se puede ligar la pertenencia al poder, rivalidades, etcétera, que no necesariamente
pasan por la conflictiva edípica, mientras que la identidad, pasa necesariamente por lo edípico y
aparece en el material con otros referentes. 

Perversión
Perversión
Perversión
Al.: Perversion.
Fr.: perversion.
Ing.: perversion.
It.: perversione.
Por: perversão.
fuente(34) 
Desviación con respecto al acto sexual «normal», definido como coito dirigido a obtener el
orgasmo por penetración genital, con una persona del sexo opuesto.
Se dice que existe perversión: cuando el orgasmo se obtiene con otros objetos sexuales
(homosexualidad, paidofilia, bestialidad, etc.) o por medio de otras zonas corporales (por
ejemplo, coito anal); cuando el orgasmo se subordina imperiosamente a ciertas condiciones
extrínsecas (fetichismo, transvestismo, voyeurismo y exhibicionismo, sadomasoquismo); éstas
pueden incluso proporcionar por sí solas el placer sexual.
De un modo más general, se designa como perversión el conjunto del comportamiento
psicosexual que acompaña a tales atiplas en la obtención del placer sexual.
1. Resulta difícil concebir la noción de perversión si no es por referencia a una norma. Antes de
Freud, e incluso en nuestros días, el término se utiliza para designar «desviaciones» del instinto
definido como un comportamiento preformado, propio de una determinada especie y 
relativamente invariable en cuanto a su realización y a su objeto.
Los autores que admiten una pluralidad de instintos se ven inducidos, por consiguiente, a otorgar
al concepto de perversión una gran extensión y a multiplicar sus formas: perversiones del
«sentido moral» (delincuencia), de los «instintos sociales» (proxenetismo), del instinto de
nutrición (bulimia, dipsomanía). En el mismo orden de ideas, es corriente hablar de perversiones,
o más bien de perversidad, para calificar el carácter y el comportamiento de ciertos sujetos que
indica una crueldad o malignidad especiales(35).
En psicoanálisis sólo se habla de perversión en relación con la sexualidad. Aunque Freud
reconoce la existencia de otras pulsiones además de las sexuales, no habla de perversión en
relación con ellas. En la esfera de lo que llama las pulsiones de autoconservación, como el
hambre, describe, sin utilizar el término «perversión», trastornos de la nutrición, que muchos
autores designan como perversiones del instinto de nutrición. Para Freud, tales trastornos se
deben a la repercusión de la sexualidad en la función de la alimentación (libidinización); podría
decirse, pues, que ésta ha sido «pervertida» por la sexualidad.
2. El estudio sistemático de las perversiones sexuales estaba a la orden del día cuando Freud
comenzó a elaborar su teoría de la sexualidad (Psychopathia sexualis de Krafft-Ebing, 1893;
Studies in the Psychology of Sex, de Havelock Ellis, 1897). Si estos trabajos describían ya el
conjunto de las perversiones sexuales del adulto, la originalidad de Freud consistió en encontrar,
en el hecho de la perversión, un punto de apoyo para poner en tela de juicio la definición
tradicional de la sexualidad, que resume del siguiente modo: «[...] la pulsión sexual falta en el
niño, aparece en el momento de la pubertad, en íntima relación con el proceso de maduración, se
manifiesta en forma de una atracción irresistible ejercida por uno de los sexos sobre el otro, y su
fin sería la unión sexual o, por lo menos, los actos que tienden a este fin». La frecuencia de los
comportamientos perversos definidos, y sobre todo la persistencia de tendencias perversas,
subyacentes en el síntoma neurótico o integradas en el acto sexual normal en forma de «placer
preliminar», conducen a la idea de que «[...] la predisposición a la perversión no es algo raro y
especial, sino una parte de la constitución llamada normal»; lo viene a confirmar y explicar la
existencia de una sexualidad infantil. Ésta, en la medida en que se halla sometida al juego de las
pulsiones parciales, íntimamente ligada a la diversidad de las zonas erógenas, y en tanto que se
desarrolla antes de establecerse las funciones genitales propiamente dichas, puede describirse
como «disposición perversa polimorfa». Desde este punto de vista, la perversión adulta aparece
como la persistencia o reaparición de un componente parcial de la sexualidad. Ulteriormente, el
reconocimiento por Freud, dentro de la sexualidad infantil, de fases de organización libidinal y de
una evolución en la elección de objeto, permitirá precisar esta definición (fijación a una fase, a
un tipo de elección objetal): la perversión sería una regresión a una fijación anterior de la libido.
3. Son evidentes las consecuencias que la concepción freudiana de la sexualidad puede tener
sobre la definición misma del término «perversión». La sexualidad llamada normal no es un don
de la naturaleza humana: « [...] el interés sexual exclusivo del hombre hacia la mujer no es una 
cosa obvia [...] sino un problema que necesita ser aclarado». Así, por ejemplo, una perversión
como la homosexualidad aparece ante todo como una variante de la vida sexual: «El
psicoanálisis se niega en absoluto a admitir que los homosexuales constituyan un grupo dotado
de características particulares, que puedan aislarse de las de los restantes individuos Ha
establecido que todos los individuos, sin excepción, son capaces de elegir un objeto del mismo
sexo, y que todos ellos han efectuado esta elección en su inconsciente». Podría incluso irse
más lejos en este sentido y definir la sexualidad humana como «perversa», en la medida en que
nunca se desprende de sus orígenes, que le hacen buscar la satisfacción, no en una actividad
específica, sino en la «ganancia de placer» que va unida a funciones o actividades
dependientes de otras pulsiones (véase: Apoyo). En el ejercicio mismo del acto genital, basta
que el juego se adhiera excesivamente al placer preliminar para que se deslice hacia la
perversión.
4. Dicho esto, Freud y todos los psicoanalistas hablan ciertamente de sexualidad «normal».
Incluso aunque la disposición perversa polimorfa caracterice toda sexualidad infantil, y aunque la
mayoría de las perversiones se encuentren en el desarrollo psicosexual de todo individuo, y la
culminación de este desarrollo (la organización genital) no sea algo «obvio» y dependa de un
ordenamiento, no de la naturaleza, sino de la historia personal, todo ello no impide que el
concepto mismo de desarrollo suponga una norma.
¿Equivale esto a decir que Freud vuelve a encontrar, al fundarla en bases genéticas, la
concepción normativa de la sexualidad que pone vigorosamente en tela de juicio al principio de
sus Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905)?
¿Clasifica como perversiones lo que desde siempre se ha reconocido como tales?
Ante todo, hagamos observar que si existe una norma para Freud, ésta no se busca jamás en el
consenso social, como tampoco se reduce la perversión a una desviación con respecto a la
tendencia central del grupo social: la homosexualidad no es anormal porque sea condenada, y
no deja de ser una perversión en aquellas sociedades o grupos en que se encuentra muy
extendida y admitida.
¿Es, entonces, el establecimiento de la organización genital el que instaura la normalidad, en la
medida en que unifica la sexualidad y subordina al acto genital las actividades sexuales
parciales que se convierten en simples preparativos? Esta es la tesis explícita de los Tres
ensayos, tesis que ya no será nunca totalmente abandonada, ni siquiera cuando el
descubrimiento de las « organizaciones » pregenitales sucesivas venga a disminuir la distancia
existente entre la sexualidad infantil y la adulta; en efecto, la « plena organización sólo se
alcanza con la fase genital».
Es lícito, sin embargo, preguntarse si es solamente su carácter unificador, su valor de
«totalidad», en contraposición a las pulsiones «parciales», lo que confiere a la genitalidad su
papel normativo. Numerosas perversiones, como el fetichismo, la mayoría de las formas de 
homosexualidad, e incluso el incesto consumado, suponen, en efecto, una organización bajo la
primacía de la zona genital. ¿No indica esto que la norma debe buscarse en algo aparte del
funcionamiento genital propiamente dicho? Conviene recordar que el paso a la plena
organización genital supone, según Freud, la superación del complejo de Edipo, la asunción del
complejo de castración y la aceptación de la prohibición del incesto. Por lo demás, las últimas
investigaciones de Freud sobre la perversión muestran cómo el fetichismo va ligado a la
renegación de la castración.
5. Ya son conocidas las famosas fórmulas que relacionan y contraponen a la vez la perversión
y la neurosis: «La neurosis es una perversión negativa», es el «negativo de la perversión».
Estas fórmulas se expresan con demasiada frecuencia en su forma inversa (perversión,
negativo de la neurosis), que hace de la perversión la manifestación en bruto, no reprimida, de la
sexualidad infantil. Sin embargo, las investigaciones de Freud y de los psicoanalistas acerca de
las perversiones muestran que éstas constituyen afecciones altamente diferenciadas. Freud las
contrapone, con frecuencia, a las neurosis por la ausencia del mecanismo de la represión. Pero
él se dedicó a mostrar que intervienen otros modos de defensa. Sus últimos trabajos,
especialmente sobre el fetichismo, subrayan la complejidad de tales mecanismos: renegación de
la realidad, escisión (Spaltung) del yo, etc., mecanismos que guardan cierta similitud con los de
la psicosis. 
Perversión
Perversión
fuente(36) 
s. f. (fr. perversion; ingl. perversion; al. Perversion). Experiencia de una pasión humana en la
que el deseo se sostiene en el ideal de un objeto inanimado.
La perversión no es una simple aberración de la unión sexual frente a los criterios sociales
establecidos. Pone en juego el primado del falo realizando una fijación del goce a un objeto
imaginario -a menudo errático- en el sitio y en lugar de la función fálica simbólica que organiza el
deseo bajo el efecto de la castración y de la falta.
La perversión aísla bien la función del objeto en su relación con el complejo de castración en
tanto este objeto se enuncia como causa que dicta la dialéctica del deseo en el neurótico. S.
Freud hizo notar que «la predisposición a las perversiones es la predisposición original y
universal de la pulsión sexual» (Tres ensayos de teoría sexual, 1905). Esta proximidad es la
razón de la dificultad para marcar la especificidad de la perversión dentro de su generalidad.
La perversión en su contexto moral. El término, bastante antiguo, de perversión, con su
significación de «vuelco, inversión», sugiere por sí mismo la noción de una norma moral o natural
de la que el perverso se apartaría. Recordemos que la Iglesia, muy tempranamente, relegó la
sexualidad a la estricta finalidad de la reproducción.
Tal apreciación no tiene en cuenta evidentemente la verdadera dimensión del deseo sexual, que,
sometido a las leyes del lenguaje, escapa a toda finalidad directamente aprehensible. Esta
referencia moral, empero, está en el origen del movimiento de integración de las perversiones al
campo de la competencia médica en el siglo XIX. El establecimiento de su catálogo y su
descripción, por R. von Krafft-Ebing y Havelock Ellis, buscaba precisar la incidencia médico-legal
de los actos delictivos y apreciar su relación con la nosografía psiquiátrica. El interés de estas 
publicaciones reside en la cuestión de la existencia de una estructura clínica perversa
individualizada, si bien esto debe matizarse por el hecho de que el acto o el hecho perverso
constituye la mayor parte de las veces una impasse en la organización neurótica. Sin embargo,
puede suceder que el perverso, presintiendo la incompatibilidad de su economía libidinal con la
demanda analítica, evite esta última. Por otro lado, los esfuerzos de ciertos autores por elaborar
un cuadro exhaustivo del «sujeto perverso» son poco convincentes y hasta analíticamente
discutibles.
Una mención especial se debe hacer a propósito de las obras literarias, en las que se distinguen
tres tipos:
los textos de libertinaje erótico (Restif de La Bretonne, Réage, Klossowski), que destacan muy
bien una de las características humanas: llevar la experiencia del deseo hasta sus límites en
tanto experiencia moral;
las obras autobiográficas (abate de Choisy, Sacher-Masoch);
las utopías filosóficas y sociales (Sade, Ch. Fourier), que muestran hasta qué punto puede ser
afectado el lazo social por la promoción de un goce universal de un objeto.
Se ejemplifica así una estructura social capaz de organizar una perversión generalizada por la
vía de una sublimación asumida colectivamente. Estas utopías sugieren entonces que la noción
de perversión depende seguramente más de un lazo social que de un sujeto exclusivo.
Las perversiones ilustran en diversos grados la función del objeto tal como se enuncia en el
fantasma del neurótico pero con una diferencia notable. Al psicoanálisis le corresponde el mérito
de una descripción específica de la perversión, articulada en su forma definitiva por Freud en
1927, a propósito de un caso de fetichismo, el que permanece como modelo a partir del cual
pueden aclararse las otras formas de perversión. Este caso confirma el primado del falo y el
establecimiento de un objeto sustitutivo, metonímico en su relación con la castración simbólica.
Estos elementos se desarrollan en la experiencia primordial del niño durante su encuentro con la
cuestión del sexo, que aparece bajo una luz radicalmente traumática.
Descripción princeps del descubrimiento freudiano. La descripción de Freud observa tres
tiempos.
1. El descubrimiento y luego el reconocimiento, en primer lugar por el varón, y en menor grado
por la niña, de dos categorías de seres: los que están provistos de pene y los que no lo tienen.
El estupor y el espanto de este descubrimiento determinan en el varón el temor a una castración
cuya ejecución es atribuida tradicionalmente a la función del padre.
2. El segundo tiempo es el del rechazo, el de la desmentida de la representación [de la 
castración], que otros autores traducen como renegación (al. Verleugnung): «No es verdad...»,
proposición que combate la angustia y la amenaza de castración.
3. Por último, una solución de compromiso mantiene las dos proposiciones contrarias en el
inconciente, que puede admitirlas, lo que favorece una escisión subjetiva (o escisión del yo
según otros autores; al. Ischspalturig) que incluye tanto la desmentida como el reconocimiento de
la castración. La observación de Freud aclara la razón por la que la perversión es el punto débil
del hombre mientras que sólo se encuentra excepcionalmente en la mujer.
La castración simbólica. La castración imaginada por el varón tanto como la privación
experimentada por la niña dependen específicamente de la castración simbólica, que
universaliza la falta situada en el origen del deseo según las leyes del lenguaje, donde el falo es
el significante originariamente reprimido. A tal título, el falo sólo puede intervenir en su función
simbólica, es decir, bajo la forma de lo que debe permanecer velado o con el privilegio que le otor
-ga la neurosis: el de tener que «reencontrarlo» en el lugar mismo en el que se ejerce la
castración.
Pero, en lo esencial, la castración implica que, en el varón, él se tiene que fundar sobre esa
parte de goce perdido (en verdad proscrito por la interdicción del incesto). Es esta parte
originariamente sustraída la que el perverso se empeña en recuperar a través de un objeto de
goce, a diferencia del neurótico, para quien el interés reside en los efectos de deseo que suscita
la falta. De este modo, el fetiche realiza esta doble operación de una desmentida que al mismo
tiempo provee la garantía última para el goce a través de un objeto concreto (calzado, «brillo
sobre la nariz», etc.) que establece una relación metonímica con el significante falo.
Del mismo modo, el exhibicionista revela la dimensión fálica de lo que es exhibido por medio de un
develamiento inesperado, forzando el pudor del otro, provocando su estupor. Como de ordinario
la relación con el significante fálico está cerrada para el sujeto, sólo puede tener acceso a ella
desde el lugar del Otro. Así es primordialmente al lugar de la madre (Otro primordial) al que se le
requiere este significante que divide inauguralmente al sujeto en su deseo. Este dispositivo
simbólico afecta el lazo social del perverso en la medida en que su voluntad de doblegar al otro
al arbitrio del goce de una parte de su cuerpo («Kant con Sade», 1963; en Escritos, 1966) hasta
llegar hasta el trasfondo de la angustia del otro marca la división del sujeto que le vuelve como
del Otro. Pero también es en el doblegamiento de ese otro donde le vuelve al sujeto su propia
abolición respecto del significante que anima a su deseo. Desvanecimiento que el masoquista
realiza identificándose con el objeto denigrado que condiciona su goce, sin dejar de exigir la
participación de otro en el contrato. De suerte que, si el perverso pone en juego la gama de los
objetos (voz, mirada, seno, heces), igual que el neurótico, su deseo permanece confinado a un
goce clandestino, sujetado a esa parte prohibida del Otro. De ahí la necesidad de asegurarse al
Otro inconciente y de realizar conjuntamente la fijación exclusiva del deseo a ese objeto,
momento de suspensión de la cadena significante. Por este sesgo, todas las perversiones
solicitan, en consecuencia, lo imaginario intersubjetivo de la relación con el otro, no sin que en 
todos los casos se designe la condición simbólica de la referencia al Otro a través del
significante fálico.
El modelo clínico de la homosexualidad masculina. A todo lo que acaba de ser mencionado hasta
aquí, la homosexualidad masculina le agrega una dimensión suplementaria: la imagen del yo
[moi] libidinizada dicta la elección de un objeto en la propia persona a través de otro. Esta
situación hace la complejidad y la vacilación perpetua que caracterizan a la homosexualidad
masculina. Ya en 1915 Freud indicaba que «las pulsiones sexuales se apoyan primeramente en
la satisfacción de las pulsiones del yo» (Pulsiones y destinos de pulsión). De este modo, la
fijación a una herida o al estado de abandono narcisista induce un proceso de restitución en la
vida amorosa a través de una revalorización fálica de la imagen libidinizada del sujeto, imagen a
la cual el otro se verá instado a alienar su libertad. Esta imagen, herida y libidinizada a la vez,
comanda la elección narcisista, hecha de identidad y de fraternidad: esta perversión, gracias a
la sublimación de la que es capaz, deviene el ideal social por excelencia.
La perversión, por lo tanto, no hace más que imitar la apariencia del deseo del neurótico bajo el
efecto de la castración, puesto que apunta a la parte prohibida del goce, con lo que el perverso
se hace tanto más esclavo del Otro cuanto que este lo divide radicalmente en el punto justo en el
que intenta protegerse de la angustia de castración. Ser la presa crucificada por el significante
fálico lo vuelve así accesible a la cura. 
Perversión
Perversión
fuente(37) 
El abordaje de las perversiones requiere una gran prudencia clínica, pues es muy cierto que
todavía se agrupan en esta categoría manifestaciones del todo extrañas al campo de la
psicopatología. En nuestros días, las perversiones son objeto de un enfoque semiológico y
etiológico inaceptable, porque está fundado en criterios morales, sociales y médico-legales (cf.
los artículos «Perversité» y «Perversion» en A. Porot, Manuel alphabétique de psychiatrie, y H.
Ey, Études psychiatriques). Semejante colusión, sancionada por normas morales e ideológicas,
invalida de entrada toda comprensión clínica del proceso perverso, al asignarle un perfil atípico
sin especificidad estructural.
Más allá de las apreciaciones normativas, conviene definir una etiología psicogenética de las
perversiones derivada exclusivamente de la causalidad psíquica y de los procesos
metapsicológicos capaces de objetivarla. En este sentido, la concepción psicoanalítica de las
perversiones revela ser más económica y rigurosa por su carácter operatorio e instrumental. El
enfoque de las perversiones está tanto mejor esclarecido en el plano de la intelegibilidad clínica y
la eficacia terapéutica cuanto que es justamente necesario identificar aquí el sustrato psíquico
de las manifestaciones psicopatológicas que cuestionan sin tregua la normatividad y la
normalidad.
Primera concepción freudiana de las
perversiones 
Una de las primeras bases del proceso perverso puede localizarse en la noción freudiana de
pulsión sexual. La noción de pulsión, central en la metapsicología de Freud, es un elemento
central de la economía psíquica característica de las perversiones.
En Tres ensayos de teoría sexual (1905), Freud especifica las «aberraciones sexuales» según
una doble determinación: como desviaciones relativas al objeto de la pulsión sexual, o como
desviaciones relativas a su meta. Se aparta de este modo de las concepciones nosológicas
tradicionales de las perversiones (cf. Krafft-Ebing, Psychopathia sexualis, 1869). Si bien la
oposición clásica inversión-perversión parece corresponder a la cupla «desviación en cuanto al
objeto-desviación en cuanto a la meta», el término perversión sólo es introducido explícitamente
por Freud en el capítulo de las desviaciones que se relacionan con la meta sexual. Además,
Freud ve en la perversión una inflación del proceso sexual normal: «No obstante, uno encuentra
ya, en el proceso sexual más normal, los gérmenes cuyo desarrollo llevará a las desviaciones
que se describen con el nombre de perversiones» (Tres ensayos). Al presentar el estatuto
particular del objeto de las pulsiones sexuales, Freud arranca definitivamente el proceso
perverso del campo de las discriminaciones que lo inscriben como desviación con relación a las
normas. Con Freud, la perversión se inscribe en la norma misma.
Al incluir todo el proceso sexual en el campo de las fluctuaciones pulsionales, Freud puede
establecer una relación directa entre neurosis y perversión. «Los síntomas mórbidos
representan una conversión de las pulsiones sexuales que deberían llamarse perversas si
pudieran encontrar una expresión en actos imaginarios o reales». Cuando éste no es el caso,
estamos en presencia de una neurosis. Además «La neurosis es, por así decirlo, el negativo de
la perversión». Las pulsiones sexuales, en el curso del desarrollo de la sexualidad infantil, son
parciales, puesto que todas se basan en una desviación en cuanto al objeto (estadio oral:
succión; sádico-anal: retención-expulsión; fálico: masturbación). Tal es el sentido de la idea de
una perversión polimorfa del niño, instalada en el corazón mismo de la sexualidad «llamada»
normal. Estos componentes parciales de la sexualidad, al principio autónomos, se organizan
secundariamente, en el momento de la pubertad, en tomo a la primacía de la zona genital. La
sexualidad infantil es entonces necesariamente «perversa», puesto que impone objetos y metas
que no son el objeto y la meta sexuales «normales». La organización de las perversiones en el
adulto encuentra su explicación legítima en la reaparición de uno o varios componentes parciales
de la sexualidad infantil. Si bien las pulsiones parciales pueden persistir en el adulto como
tendencias perversas en el acto sexual normal, bajo la forma de «placer preliminar», las
perversiones «instaladas» resultarían de una regresión de la evolución libidinal a un estadio
anterior al genital, al que el sujeto quedaría electivamente fijado.
En esta etapa de la reflexión freudiana, la sexualidad perversa es menos una marginalización del
proceso sexual que el fundamento de la sexualidad normal como predisposición inevitable en el
desarrollo psicosexual de todo sujeto. 
Segunda concepción freudiana de las
perversiones
En 1915, Freud aporta un complemento de elucidación teórico-clínica a propósito de las
perversiones. Su estudio «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915) pone el acento en la
plasticidad de los modos de satisfacción pulsional. El objeto de satisfacción de la pulsión sexual
aparece entonces como totalmente variable en función de la historia del sujeto. Al indicar cuatro
tipos de «destinos pulsionales» (represión, sublimación, transformación en lo contrario y vuelta
sobre la propia persona), Freud precisa ciertos aspectos metapsicológicos de las vicisitudes
pulsionales que operan directamente en las perversiones: por una parte, la transformación en lo
contrario, que denota a la vez un retorno de la pulsión desde la actividad hasta la pasividad
(sadismo-masoquismo y voyerismo-exhibicionismo); por otro lado, una inversión del contenido
del proceso pulsional, como el que testimonia la transformación del amor en odio: « ... la
observación analítica no deja duda alguna acerca de este punto: el masoquista también goza del
furor dirigido a su persona, el exhibicionista comparte el goce de quien lo mira desnudarse».
En esta etapa de las elaboraciones freudianas, las perversiones son sólo especificadas en
cuanto aparecen como la «contrapartida de las neurosis» (cf. Tres ensayos de teoría sexual).
Las perversiones actualizarían, en la realidad, modos de satisfacción sexual recusados en las
neurosis, pero activamente presentes en ellas en formas disfrazadas: los síntomas.
Freud abordará más adelante otras cuestiones metapsicológicas esenciales para la comprensión
del proceso perverso: la desmentida [dèni] de la realidad, la denegación [dèni] de la castración y
la escisión del yo.
En sentido estricto, no fue el estudio de las perversiones lo que lo llevó a la elaboración del
concepto de desmentida. En un primer momento, introdujo este concepto en relación directa con
la castración (cf. «La organización genital infantil», 1923). La falta de pene de la niñita es
des-conocida [déni] en tanto diferencia, y abre la vía a elaboraciones secundarias de las que
dan testimonio las teorías sexuales infantiles. La desmentida [déni] ratifica así una contradicción
entre la observación y el prejuicio.
Más allá de la sexualidad infantil, Freud establece una interrelación entre la desmentida [déni] y la
psicosis. Por un tiempo, supone el mecanismo de la desmentida [den¡] como inductor de los
procesos psicóticos. De tal modo lo pone en paralelo con la represión: «La neurosis no
desmiente [déni] la realidad, sólo no quiere saber nada de ella; la psicosis la desmiente y trata de
sustituirla» (cf. «La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis», 1924). No obstante, Freud
reconsiderará esta discriminación inicial. La desmentida de la realidad deja de parecerle
específica de las manifestaciones psicóticas, pues ese mecanismo se encuentra ilustrado en un
caso ejemplar de perversión, como lo es el fetichismo (cf. «Fetichismo», 1927). En esta 
perversión, la desmentida [déni] de la realidad se refiere electivamente a la ausencia de pene en
la madre (en la mujer). Esta disposición remite entonces de una manera general a la denegación
[déni] de la castración. Freud presenta así un mecanismo de defensa (la desmentida [déni]) con
respecto a una realidad percibida (la ausencia de pene) como un proceso constitutivo de la
organización perversa. Esta desmentida, que en el fetichismo está específicamente centrada en
la realidad de la castración, inaugura esa actitud, contradictoria con aquella que tiene en cuenta
la realidad. La elaboración del objeto-fetiche es una formación de compromiso entre dos
corrientes psíquicas conflictivas: una verifica la ausencia de pene en la madre; la otra le atribuye
imaginariamente el pene que se supone faltante, con la forma del objeto fetiche. Esta operación
pone de manifiesto que dos representaciones psíquicas inconciliables entre sí pueden coexistir
perfectamente en el aparato psíquico, sin influirse recíprocamente. Freud extrae de ello una
conclusión en favor de una escisión del yo que, en términos generales, refuerza la dimensión del
clivaje psíquico evidenciado desde el umbral del descubrimiento freudiano a propósito de los
Estudios sobre la histeria (1895). Pero, una vez más, esta propiedad de escisión del yo, que se
pone espectacularmente de manifiesto en el fetichista y en todos los perversos, en ningún caso
podría ser limitada por Freud como un mecanismo operatorio constitutivo de las perversiones.
Muy pronto Freud generaliza esta propiedad al nivel del funcionamiento psíquico de todos los
sujetos. Y de allí el presentimiento de una «tercera tópica», última descripción del aparato
psíquico esbozada por Freud al término de su obra (cf. Esquema del psicoanálisis, 1939).
Desde la desmentida [déni] de la realidad de la castración hasta la escisión del yo, todo sucede
como si, en las perversiones, el sujeto llegara a mantener esa paradoja psíquica que consiste en
saber algo de la castración mientras no se quiere saber nada de ella. En este sentido, las
perversiones no remiten sólo a las teorías sexuales infantiles, sino más en general a la cuestión
de la diferencia de los sexos como tal. Además se diseña el proyecto de examinar las
perversiones a través de los avatares de la apuesta fálica y, como consecuencia, a través de la
cuestión de la identificación perversa que, estrictamente hablando, constituye el punto de anclaje
de la estructura de las perversiones, en los confines de la identificación fálica.
Freud ubica el inicio del proceso constitutivo de las perversiones en tomo a la atribución fálica a
la madre, tal como se produce en el curso del complejo de Edipo. Esta atribución fálica tiene que
ver con la concepción de algo que tendría que haber estado allí y es vivido como faltante. Tal es
el origen del objeto-fálico, un objeto estrictamente imaginario, según lo revelan las teorías
sexuales infantiles (cf. «La organización genital infantil», 1923). Ahora bien, el niño no renuncia
de buena gana a la representación de la madre fálica. La movilización de su deseo con relación
al deseo de la madre se apoya siempre en esta elaboración de un objeto imaginario supuesto
faltar a la madre, y que le permite, por lo menos en un primer momento, identificarse con un
objeto tal, que podría colmar a la madre carente; en sentido propio, ésta es la identificación fálica
del niño. Esta construcción imaginaria lo conduce inevitablemente a aprehender la diferencia de
los sexos a la manera de una alternativa: castrado o no castrado. A justo título, esta concepción
fantasmática de la diferencia de los sexos tiene que ser angustiante, en cuanto lleva a dar
crédito a la amenaza imaginaria de castración. La angustia de castración que resulta de ella 
puede favorecer la movilización de ciertas reacciones defensivas capaces de neutralizarla.
Estos procesos defensivos, si persisten, pueden a su vez predeterminar y orientar el curso de
la economía psíquica en vías de realización estructuralmente estereotipadas. Freud identifica
tres posibilidades de salida ante la angustia de castración. Una salida consiste en que el niño
acepte, de buen o mal grado, la imposición de la castración y la ley de la prohibición del incesto
que ella emplaza simbólicamente, con el riesgo de que más tarde despliegue una inextinguible
nostalgia sintomática por la pérdida soportada. Ésta es la suerte común de los neuróticos. Los
sujetos que sólo aceptan la incidencia de la castración con la reserva de transgredirla
continuamente, encuentran otros dos tipos de salida: esto es lo propio del proceso perverso.
En tal sentido, Freud aísla dos procesos de defensa característicos: la fijación (asociada a la
regresión) y la desmentida [déni] de la realidad; ambos parecen intervenir de manera
preponderante en la organización de dos casos ejemplares de perversión: la homosexualidad y
el fetichismo. La homosexualidad resultaría de una reacción de defensa narcisista ante la
castración. El niño fijaría electivamente la representación de una mujer provista de pene. Esta
representación persistiría después en el inconsciente, y de tal modo influiría en todo el dinamismo
libidinal ulterior: « ... incapaz de renunciar al pene en su objeto sexual, este individuo [.. . ] se
convertirá necesariamente en homosexual, y buscará sus objetos sexuales entre los hombres
que, en razón de otros caracteres somáticos Y psíquicos, le recuerdan a la mujer» (cf. «Sobre
las teorías sexuales infantiles», 1908). El fetichismo supone la intervención de un proceso
defensivo más complejo. El sujeto se niega a reconocer la existencia de la percepción
traumatizante de la ausencia de pene en la madre (en la mujer). Ante esta ausencia reacciona
con la elaboración de una formación sustitutiva. Así, a la desmentida de la realidad (ausencia de
pene) el fetichismo le responde con una formación de compromiso: como la mujer no tiene pene
en la realidad, el fetichista encarna al objeto supuesto faltar, reemplazándolo por otro objeto de la
realidad, es decir, por el objeto fetiche. La elección de ese objeto le permite no renunciar al falo
en la mujer. Además, la angustia de castración se encuentra igualmente neutralizada y, en último
extremo, el fetichista evita de ese modo todo enganche libidinal en la vía de la homosexualidad.
Aporte lacaniano a la comprensión de las
perversiones
Esta descripción freudiana de proceso perverso se puede recentrar a la luz de la dialéctica de
deseo en el niño, tal como Lacan la explica, haciéndola girar en torno a la noción de «punto de
anclaje de la elección perversa» en el contexto de la lógica fálica y sobre el terreno de la
dinámica edípica (cf. J. Dor, Introduction à la lecture de Lacan).
El origen de este «punto de anclaje» debe buscarse en el nivel de la identificación pregenital del
pequeño que, ante todo, es identificación fálica, o sea, esa vivencia identificatoria preedípica en 
la que el deseo del niño lo lleva a instituirse como el único y absoluto objeto posible del deseo de
la madre. De tal modo, el deseo del niño se hace deseo del deseo de un Otro, originalmente
encarnado por la madre investida como omnipotente por una doble circunstancia: por un lado, en
razón de la sujeción del niño a aquella que satisface sus necesidades; por otra parte, por el
hecho de que ella le asegura un capital de goce, más allá de la satisfacción de esas
necesidades. Es esta doble vivencia psíquica la que le asigna a la madre el lugar del Otro y
destina al niño a aprehender el deseo materno como soporte esencial de su propia dimensión
identificatoria. Al hacerse deseo del deseo del Otro, el deseo del niño tiende a transformar al
Otro omnipotente en Otro que falta. El fundamento de la identificación preedípica está fusionado
con la falta en el Otro. Puesto que el niño se identifica con el objeto fálico capaz de colmar esa
falta, esta identificación, en sentido propio, es fálica, y seguirá siéndolo mientras un tercero no
interfiera en esta dialéctica deseante imaginaria. Por otra parte, en tanto el niño adhiere
plenamente a la idea de la autosuficiencia materna como única dimensión que legisla el orden del
deseo, la cuestión de la diferencia de los sexos es recusada.
Pero esta certidumbre imaginaria de la identificación fálica enfrenta inevitablemente un orden de
realidad que no cesará de cuestionarla. Tal cuestionamiento es inducido por la intrusión de la
figura paterna, con la cual, propiamente hablando, se abre la dinámica edípica y lo que ella
supone de posiciones movilizadas en tomo a la diferencia de los sexos y la castración. De
hecho, toda la dinámica edípica se despliega en torno a la asunción de esta diferencia bajo la
égida de la función paterna como instancia mediadora del deseo.
La función paterna sólo es operatoria si cumple con la condición de estar investida como
instancia simbólica. Por lo tanto, no supone sólo un padre en tanto que está presente, sino sobre
todo un padre promovido a la dimensión de padre simbólico. De allí la necesidad de distinguir
claramente la trilogía introducida por Lacan: padre real, padre imaginario, padre simbólico (cf. Las
psicosis, Seminario III, 1955-1956; Les formations de l’Inconscient, sesiones del 15 y 22 de enero
de 1958, inédito; la transferencia, Seminario VIII, 1960-1961; El reverso del psicoanálisis,
Seminario XVII, 1969, 1970; J. Dor, Le Père et sa fonction en psychanalyse). En efecto, abordar
la cuestión del padre en el complejo de Edipo exige que se pueda en todos los casos identificar
la problemática del deseo del niño, según cuál sea, entre estas tres figuras, aquella con
respecto a la cual esa problemática se moviliza. El padre nunca interviene en la dinámica edípica
en el registro de la realidad -con su presencia hic et nunc- Por el contrario, es con la figura del
padre imaginario, es decir, tal como el niño está en condiciones de representárselo
psíquicamente en la economía de su deseo y según el discurso materno sobre él -que es lugar y
polo de las proyecciones significantes de la madre y las proyecciones personales del niño-, que
el padre irrumpe como elemento perturbador, capaz de hacer vacilar la seguridad de la
identificación fálica del niño. Esto basta ya para inscribir el espacio edípico fuera del campo de la
realidad, e inscribir también la trayectoria obligada que el niño sigue allí en cuanto a la diferencia
de los sexos, en un plano esencialmente imaginario, antes de que sea sancionada por la
simbolización de la castración y de la ley. Ésta es otra manera de decir que en el complejo de
Edipo sólo el padre imaginario y el padre simbólico tienen consistencia, en la medida en que los 
hacen presentes los resortes de una exigencia significante que de tal modo pone al niño ante el
valor estructurante de la función paterna.
El discurso materno es entonces soporte de una misión esencial: insiste en designar al padre
como instancia tercera mediadora del deseo del Otro (Las formaciones del inconsciente,
seminario del 22 de enero de 1958). De hecho, la intrusión paterna, bajo la figura del padre
imaginario, sólo puede inducir esta vacilación de la identificación fálica del niño en la medida en
que se presente en el discurso materno que la madre se significa como un objeto potencial del
deseo del padre. El padre imaginario, fantasmatizado por el niño, se le aparece como un
competidor fálico, rival suyo ante la madre: «En este nivel, la cuestión que se plantea es: ser o
no ser, to be or not to be el falo». El niño capta entonces dos órdenes de realidad que en
adelante incidirán en el curso de su deseo: por un lado, se apercibe de que el objeto del deseo
materno no depende exclusivamente de su propia persona; por otra parte, descubre que la
madre está afectada por la falta, y que él, identificado con el falo, no la colma en nada. De allí la
importancia de los mensajes significantes en ese momento decisivo; ellos le permiten al niño
promover el despliegue de su deseo, sea hacia otro horizonte, sea en una dirección obstruida, a
falta de significantes adecuados para lanzar más lejos la cuestión de la diferencia de los sexos.
Detrás de la figura paterna se perfila, en efecto, el universo de un goce nuevo, a la vez extraño
e interdicto, del que el niño no puede sino sentirse excluido. Este presentimiento, a través del
cual adivina el orden irreductible de la castración, constituye el inicio de un saber nuevo con
respecto al deseo del Otro. En la medida en que el discurso significante materno deje en
suspenso la interrogación del niño acerca del objeto del deseo de la madre, esta cuestión podrá
llevar al niño a conducir aquella interrogación mas allá del punto en que su identificación fálica
encuentra un punto de detención. Este «aliento» moviliza al niño hacia un «otro lado» que le
permite desprenderse de la apuesta inmediata del deseo que negocia con la madre, en
competencia con el padre. En cuanto este «aliento» es suspendido, la dinámica del deseo tiende
a un estado en el que la entropía prevalece sobre el esfuerzo psíquico que el pequeño debe
realizar para combatirla. El demorarse en la identificación fálica puede así enquistarse en un
modo particular de economía del deseo que encuentra su cimiento en favor de una identificación
perversa, que induce más tarde la organización de una estructura perversa propiamente dicha.
La identificación perversa, y la organización estructural que ella invoca, cristalizan a menudo en
torno a una cierta cantidad de indicios, testimonios del deseo que encuentra en ellos sus vías de
expresión; esos indicios aparecerán después como rasgos característicos de la estructura.
En el curso de la situación edípica, este estancamiento del deseo en torno a la identificación
fálica es inevitable y tiene una incidencia decisiva, puesto que es a esta insignia, a la que el
perverso juega específicamente la apuesta de su estructura, fijada en ese punto de báscula que
puede o no precipitarlo hacia una etapa ulterior favorable a la asunción de la castración. Por lo
demás, el perverso no cesa de acosar, de asediar la castración, sin encontrarse allí como parte
interesada, es decir sin asumir esa parte perdedora de sí, que sería finalmente falta (a) en
ganar. 
El perverso se encierra en la representación de una falta no simbolizable que se traduce en
impugnación psíquica inagotable, bajo los auspicios de la desaprobación [désaveu] de la
castración en la madre. El recusa así la castración simbólica, cuya única función es hacer
advenir lo real de la diferencia de los sexos como causa del deseo en el sujeto. El padre no
puede ser despojado de su investidura de rival fálico sin la intercesión del significante de la falta
en el Otro, que invita al niño a abandonar el registro del serlo (ser el falo) en beneficio del
registro del tenerlo (tener el falo), Ahora bien, este pasaje del ser al tener sólo se realiza en
cuanto el padre se le aparece al niño como el que es supuesto tener el falo que la madre desea.
Sólo esta atribución fálica le confiere la autoridad de padre simbólico, embajador de la ley de la
prohibición del incesto. El padre simbólico es precisamente esa instancia mediadora de la que el
perverso no quiere saber nada, en cuanto ella le impone reconocer y simbolizar algo de orden de
la falta en el Otro.
Con esta desmentida, el perverso suscribe esa convicción contradictoria identificada por Freud:
puesto que la madre carente sólo desea al padre porque él tiene el falo, basta con proveerla
imaginariamente de ese objeto, y mantener esa atribución, para que queden neutralizados lo real
de la diferencia de los sexos y la falta que ella actualiza. Pero este mismo hecho impugna,
mientras la reconoce, la ley del padre como instancia decisiva que legisla el deseo. Esta ceguera
fantasmática da testimonio de una confusión importante. El perverso confunde renunciar al
deseo con renunciar al objeto primordial de su deseo. Ahora bien, la renuncia al objeto primordial
del deseo es la condición de salvaguardia de la posibilidad del deseo. Justamente es propio de la
función paterna inducir por su mediación el derecho al deseo como deseo del deseo del otro. El
perverso queda cautivo de una economía deseante que lo sustrae a ese derecho al deseo. Se
agota tratando de demostrar, a contrario, que la única ley que él le reconoce al deseo es la ley
imperativa de su propio deseo, y no la del deseo del otro. La desmentida se dirige esencialmente
a la cuestión del deseo de la madre por el padre, y el perverso, más que cualquier otro, se
condena a soportar las angustias del horror de la castración. De tal modo mantiene una relación
sintomática estereotipada con la madre y, más allá de ella, con las mujeres. Al prolongar sin
interrupción la apuesta a una posibilidad de goce desentendida de la diferencia de los sexos
como causa significante del deseo, el perverso no tiene otra salida que suscribir el desafío a la
ley y su transgresión, dos de los rasgos fundamentales de su estructura.
Para el perverso, el drama del horror de la castración se nutre de modo permanente en los
resortes de dos series de producciones psíquicas imaginarias que conciernen a la vez a la
castración de la madre (y de las mujeres) y a la problemática del deseo de la madre por el padre.
Si la madre no tiene pene, es porque ha sido castrada por el padre. A él se lo hace entonces
responsable de una castración supuesta real. Es entonces el agente que ha obligado a la madre
a comprometerse en el crimen del deseo, imponiéndole esa ley inicua que quiere que el deseo de
uno esté siempre sometido a la ley del deseo del otro. Pero, conjuntamente, otro elemento
fantasmático entra en la liza en la construcción perversa. La madre es culpable por estar ella
misma comprometida con el padre al desear su deseo: es por lo tanto cómplice de la castración. 
El horror de la castración no existiría si la madre no se hubiera comprometido deliberadamente
con el padre en el crimen de su deseo.
Este horror de la castración -sostenido por esa doble opción fantasmática- contribuye a que el
goce del perverso no pueda encontrar salida fuera de un compromiso. Como reacción a este
horror, el perverso le opone una construcción imaginaria que contribuye a mantener a la madre
omnipotente en el reino del deseo. El fantasma de una madre no afectada por la falta neutraliza
así la incidencia paterna (y la diferencia de los sexos) y le permite ubicarse en el lugar del objeto
solo y único del deseo que la hace gozar. Este compromiso fantasmático, al que el perverso se
aferra, predetermina inevitablemente ciertos comportamientos estereotipados ante la ley (y más
allá de las leyes y las reglas) y, como consecuencia, ante las mujeres y los hombres en relación
con los cuales es interpelado su deseo.
¿Qué es lo que lleva precozmente al niño a acorazarse en ese fantasma que lo sustrae a asumir
la castración que lo horroriza? La observación clínica y la demarcación metapsicológica del
proceso perverso sacan a luz la intervención de ciertos factores inductores decisivos en el
momento crucial en que el niño pone en tela de juicio la certidumbre de su identificación fálica. La
ruptura de la identificación fálica en beneficio de la identificación perversa debe imputarse a la
naturaleza de esta ambigüedad, nutrida a la vez por la madre y el padre con respecto a ese
cuestionamiento. La esencia del equívoco puede reducirse a la sinergia de dos factores
favorables que capturan al niño en la frontera de la dialéctica del serlo y el tenerlo: por una
parte, la complicidad libidinal de la madre; por la otra, la complacencia silenciosa del padre.
Esta complicidad libidinal materna se desarrolla en el terreno de una seducción auténticamente
mantenida, ante el niño, en la realidad. En la clínica se descubre una verdadera llamada libidinal
de la madre a las solicitaciones eróticas de su hijo. Éste no puede entonces acoger las
respuestas de la madre más que como otros tantos testimonios de reconocimiento de su deseo y
de aliento a su placer. Esta llamada seductora de la madre se organiza tanto en los registros del
darse a ver como en los del darse a oír, a tocar y a oler. Pero si bien el niño percibe en esto una
incitación real a su goce, lo más frecuente es que no por ello la madre sea menos muda en
cuanto al sentido de la intrusión paterna y del deseo que ésta supone. El padre, que aparece
siempre como un intruso, sigue siéndolo tanto más cuanto que la madre no confirma en nada el
compromiso de su deseo de él, pero tampoco confirma más la eventualidad de su deseo del niño.
Esta ambigüedad tiene que atizar necesariamente la actividad libidinal del niño, que entonces se
esforzará por seducir cada vez más al objeto de su goce, con la esperanza de remover esa
duda sobre el sentido de la instancia paterna que la incitación de la madre invita a convertir en
irrisión. Entonces el desafío, rasgo característico de la estructura perversa, encontrará en esa
llamada a la irrisión su impulso esencial. Por lo demás, aunque la madre se refiera a esa instancia
paterna como mediadora de su deseo, el niño no deja jamás de percibir la inconsistencia
significante que en la madre aloja a esa instancia, al prodigar su renuencia bajo la forma de una
amenaza o de una defensa de pacotilla. El niño sigue entonces doblemente cautivo de la
seducción materna y de la interdicción inconsecuente que ella le da a entender con su 
simulación. No hace falta más para que él oiga en ello la prescripción de un verdadero llamado a
la transgresión.
Una ambigüedad materna de este tipo sólo tiene una incidencia determinante en la medida en que
recibe, como eco, cierto refuerzo en la complacencia tácita de un padre que se deja despojar de
buena gana de las prerrogativas simbólicas que le corresponden, delegando sobre todo su
propia palabra en la de la madre, con todo el equívoco que ese mandato supone. Esto no
significa que no se haga ningún caso de la palabra del padre, como lo observamos en ciertas
constelaciones familiares psicotizantes. En las perversiones, el niño permanece confrontado a
un deseo materno referido al padre simbólico, es decir, sometido a la ley del deseo del otro. A lo
sumo, es la significación que recibe de ello lo que ya no es esencialmente portado por la palabra
del padre a la cual debe someterse la madre. La complacencia paterna silenciosa contribuye a
reforzar el equívoco, autorizando al discurso materno a hacerse embajador de la interdicción. El
principio de esta delegación captura al niño en una alternativa inflexible. Alternativa entre una
madre amenazante e interdictora, intermediaria de la palabra simbólica del padre, y una madre
seductora que alienta el goce del niño, convirtiendo en irrisoria la significación estructurante de
la ley del padre.
La alienación del niño en esta ambigüedad no puede sino alentar el fantasma de una madre
omnipotente que, en sentido estricto, es la madre fálica a la cual no renunciará. La imagen de
esta madre fálica lo acompañará sin declinar en todas las estrategias deseantes con respecto a
las mujeres: mujeres fálicas a las que no renunciará, a riesgo de tratar de encontrarlas a veces
en las personas de otros hombres. El perverso se condena de antemano a mantener con las
mujeres una economía deseante, si no imposible, al menos torturante. La encarnación de las
mujeres seguirá siempre parasitada por la representación de una feminidad de doble faz que
traduce la relación estructuralmente ambigua del deseo del perverso con el deseo del otro. Toda
representación de la mujer reactualizará necesariamente los vestigios de su sometimiento a la
doble fantasmatización de la madre no carente o castrada -sea la figura de la virgen en olor de
santidad, sea la de la prostituta repulsiva-
Por un lado, la mujer puede representar a la madre fálica completamente idealizada, que protege
de tal modo al perverso de la madre como objeto de deseo. Al encarnar el ideal femenino, la
mujer es a la vez investida como un ser omnipotente y virgen de todo deseo. Objeto puro y
perverso, su resplandor la ubica en un lugar que no se puede alcanzar, tan interdicto como
imposible. En el mejor de los casos, el perverso no tiene más privilegio que el de esperar de ella
benevolencia y protección.
Por otro lado, la mujer puede metaforizar a la madre repulsiva y abyecta porque sexuada. Ella es
entonces tanto más repugnante cuanto que, a tal título, es deseante y deseable en relación con
el padre. Para el perverso, esta mujer/madre no tiene otra salida que ser relegada al rango de
prostituta, es decir, al lugar de un objeto inmundo, ofrecido a los deseos de todos, puesto que no
está exclusivamente reservada al deseo propio del interesado. Esa es la encarnación femenina 
que remite directamente al perverso al horror de la castración y a la repulsión que él desarrolla
ante la abyección del sexo femenino castrado y fantasmatizado como una herida abierta. En
todos los casos, la mujer deseable y descante es una figura peligrosa. Representa una criatura
de la que hay que huir porque puede condenar a la castración (fantasma castrador de la
«vagina dentata», capaz de mutilar el pene), o bien una criatura a la que hay que someter a
prácticas sádicas como un objeto infame destinado al maltrato, con mayor razón desde que es
posible gozar de su condición repugnante.
El insolente poder de seducción de los perversos tiene que ver sobre todo con la fascinación
comúnmente ligada al soborno y la depravación de las costumbres que constituyen lo habitual de
su sanción ideológica y mediática. En tal sentido, no hay afrenta más ciega que esta defensa
imaginaria por parte del observador o el cronista que goza con el extravío perverso del otro.
Queramos saberlo o no, la perversión nos concierne a todos, por lo menos en nombre de la
dinámica «normal» del deseo que en ella se expresa y al que nadie escapa: «De la cuestión
perversa no podremos jamás decir que no nos concierne, puesto que estamos seguros de que
de todas maneras somos concernidos por ella» (cf. P. Aulagnier, «Remarques sur la féminité et
ses avatars», en Le Désir et la perversion). 
Perversión
Perversión
Alemán: Perversion. 
Francés: Perversion. 
Inglés: Perversion.
fuente(38) 
Término derivado del latín pervertere (dar vuelta), empleado en psiquiatría y por los fundadores
de la sexología para designar, a veces de manera peyorativa, y otras valorizándolas, las
prácticas sexuales consideradas desviaciones respecto de una norma social y sexual. Desde
mediados del siglo XIX, el saber psiquiátrico ubicó entre las perversiones a prácticas sexuales
tan diversas como el incesto, la homosexualidad, la zoorilia, la paidorilia, la pederastia, el
fetichismo, el sadomasoquismo, el transvestismo, el narcisismo, el autoerotismo, la coprorilla, la
necrofilia, el exhibicionismo, el voyeurismo, las mutilaciones sexuales. En 1987 la palabra
perversión fue reemplazada en la terminología psiquiátrica mundial por "parafilia" que incluye las
prácticas sexuales en las cuales el partenaire es un sujeto reducido a la condición de fetiche
(paldorilia, sadomasoquismo), o el propio cuerpo (transvestismo, exhibicionismo), o bien un
animal o un objeto (zoofilia, fetichismo).
Retomado por Sigmund Freud en 1896, el término perversión fue definitivamente adoptado como
concepto técnico por el psicoanálisis, conservando la idea de desviación sexual respecto de
una norma. Sin embargo, en esta nueva acepción el concepto aparece desprovisto de toda
connotación peyorativa o valorizadora, y se inscribe en una estructura tripartita con la psicosis y
la neurosis.
Si el concepto de neurosis pertenece en rigor al dominio predilecto del psicoanálisis, y el de
psicosis participó del origen de la historia de la nosología psiquiátrica, el término perversión
cubre un campo mucho más amplio, en la medida en que los comportamientos, las prácticas e
incluso los fantasmas que abarca sólo pueden ser aprehendidos con relación a una norma
social, a su vez inductora de una norma jurídica. Además la perversión siempre ha estado ligada
a las formas posibles de arte erótico, en Oriente y Occidente; por otra parte, las variaciones 
sobre el tema de la perversión son múltiples según las épocas, los países, la cultura o las
costumbres. A veces son violentamente rechazadas, marginadas o consideradas abyectas, y
otras, por el contrario, son valorizadas por los escritores, los poetas y los filósofos, que las
consideran superiores a las prácticas sexuales llamadas normales.
Por ejemplo, en ciertas regiones de Africa se admitirá un ritual tribal de mutilación sexual
(ablación o infibulación) que, en cambio, en Europa constituye un delito. Lo mismo puede decirse
de la emasculación en el antiguo Egipto o en la India. Si las costumbres tradicionales son
impugnadas por un movimiento de emancipación que aspira a liberar el cuerpo de las mujeres, o
por una política colonial que psiquiatriza prácticas en otro tiempo consideradas habituales, éstas
pueden pasar abruptamente a ser consideradas perversiones. Tal fue el destino de la
homosexualidad. Considerada en la Grecia antigua una forma suprema del amor, vista más tarde
como un vicio satánico por el cristianismo, clasificada finalmente como una degeneración por el
saber psiquiátrico del siglo XIX, ha terminado por ser reconocida, en 1974, como un tipo de
sexualidad entre otras, en la mayor parte de los países democráticos modernos, al punto de no
figurar ya en el catálogo de las nuevas "parafilias- del tercer Diagnostic and Statistical Manual
of Mental Disorders (DSM III), editado en 1987 por la American Psychiatric Association (APA).
A Geza Roheim, y sobre todo a Georges Devereux, les corresponde el mérito de haber
mostrado, a través del etnopsicoanálisis, de qué modo se puede comprender el mecanismo
general de este relativismo cultural en su relación con el universalismo.
En este sentido, la teoría de Freud en materia de perversión (y sobre todo de homosexualidad)
es tan ambivalente como su doctrina de la sexualidad femenina. Por una parte, extiende la
"disposición perversa polimorfa" al hombre en general, y de tal modo rechaza todas las
definiciones diferencialistas y antiigualitarias de la clasificación psiquiátrica de fines de siglo,
según la cual el perverso era un "tarado" o un "degenerado", pero, por otro lado, conserva la
idea de norma y desviación en materia de sexualidad. De allí la imposibilidad en que se encuentra
de considerar la perversión como una estructura universal del psiquismo que supera el marco de
las diversas prácticas sexuales llamadas perversas.
La clasificación de las perversiones (en plural) corresponde- tradicionalmente al dominio de la
psiquiatría y la sexología, mientras que el psicoanálisis se ha aplicado a dar una definición
estructural del concepto de perversión (en singular). Sin embargo, en Freud las cosas no son
tan simples. Como lo atestigua su obra inaugural de 1905, Tres ensayos de teoría sexual, él
empleó el término más bien en plural (las perversiones sexuales), y habló de inversiones más a
menudo que de perversiones. Más tarde su terminología sufrió numerosas inflexiones en el
sentido de una interpretación más estructural de la idea.
Freud siempre definió la perversión con referencia a un proceso de negatividad y en una
relación dialéctica con la neurosis. En efecto, de entrada, en una carta a Wilhelm Fliess del 24 de
enero de 1897, y después en los Tres ensayos, caracterizó la neurosis como "el negativo de la
perversión". De tal manera subrayaba el carácter salvaje, bárbaro, polimorfo y pulsional de la 
sexualidad perversa: una sexualidad infantil en estado bruto, en la cual la libido se limitaba a la
pulsión parcial. A diferencia de la sexualidad de los neuróticos, la sexualidad perversa no
conocía la prohibición del incesto, ni la represión, ni la sublimación.
Si la sexualidad perversa no tiene límites, se debe a que está organizada como una desviación
con relación a un empuje, a una fuente (órgano), a un objeto y a un fin. A partir de estos cuatro
términos, Freud distingue dos tipos de perversiones: las perversiones de objeto y las
perversiones de fin. En las perversiones de objeto, caracterizadas por una fijacion en un solo
objeto en detrimento de los otros, ubica por una parte las relaciones sexuales con un partenaire
humano (incesto, homosexualidad, paidofilia, autoerotismo), y por otro lado las relaciones
sexuales con un objeto no humano (fetichismo, zoofilia, transvestismo). En las perversiones de
fin, distingue tres tipos de prácticas: el placer visual (exhibicionismo, voyeurismo), el placer de
sufrir o hacer sufrir (sadismo, masoquismo), el placer por sobrestimación exclusiva de una zona
erógena (o de un estadio), es decir la boca (fellatio, cunnilingus) o el aparato genital.
A partir de 1915 Freud introdujo numerosas modificaciones en su primera concepción de la
perversión, primero en función de su metapsicología y de su nueva teoría del narcisismo, y
después de su segunda tópica y de su elaboración de la diferencia de los sexos. Pasó de tal
modo de una descripción de las perversiones sexuales a la idea de una posible organización de
la perversión en general como paradigma de una organización del yo basada en el clivaje. En un
artículo de 1923, "La organización genital infantil", y después en otro de 1924, "La pérdida de
realidad en la neurosis y la psicosis", introdujo el concepto de renegación (Verleugnung), para
señalar que los niños niegan la realidad de la falta de pene en las mujeres, y afirmar que ese
mecanismo de defensa caracteriza la psicosis, en oposición al mecanismo de represión que se
encuentra en la neurosis: mientras que el neurótico reprime las exigencias del ello, el psicótico
reniega la realidad.
En 1927, en el marco de una discusión con René Laforgue sobre la cuestión de la
escotomización, Freud abordó la renegación a partir del fetichismo, sosteniendo que en esa
forma de perversión el sujeto hace coexistir dos realidades: la renegación y el reconocimiento de
la ausencia de pene en la mujer. De allí un clivaje del yo característico no sólo de la psicosis, sino
también de la perversión. En consecuencia, la perversión se inscribe en una estructura tripartita.
Junto a la psicosis, que se define como la reconstrucción de una realidad alucinatoria, y de la
neurosis, que es el resultado de un conflicto interno seguido de una represión, la perversión
aparece como una renegación o un desmentido de la castración, con fijación en la sexualidad
infantil.
Entre 1905 y 1927, Freud pasó entonces de una descripción de las perversiones sexuales a una
teorización M mecanismo general de la perversión, que ya no era sólo el resultado de una
disposición polimorfa de la sexualidad infantil, sino la consecuencia de una actitud de sujeto
humano enfrentado a la diferencia de los sexos. En este sentido, la perversión existe tanto en el
hombre como en la mujer, pero no se distribuye de la misma manera en ambos sexos cuando se 
trata del fetichismo y la homosexualidad.
A partir de esta definición de la perversión, basada en el clivaje del yo, los herederos de Freud
no cesaron de estudiar las diferentes formas de prácticas sexuales perversas masculinas y
femeninas, arrancando así a la sexología el privilegio de sus clasificaciones refinadas. Pero en
lugar de conducir el movimiento psicoanalítico a un nuevo enfoque de las perversiones, estos
trabajos, en un primer tiempo, entre 1930 y 1960, tuvieron el efecto contrario. Considerados
incurables, o sometidos en la cura a una supuesta normalización de su sexualidad, los
perversos no fueron autorizados a practicar el psicoanálisis en ninguna de las sociedades
componentes de la International Psychoanalytical Association (IPA). Esta prohibición, que
apuntaba esencialmente a los homosexuales, fue experimentada como una importante
discriminación, sobre todo después de 1972, cuando la homosexualidad dejó de ser asimilada
por la psiquiatría a una enfermedad mental y, quince años más tarde, a una perversión. Tanto
para la psiquiatría como para el psicoanálisis se planteó entonces la cuestión de una redefinición
posible del estatuto de la perversión en general, y de las perversiones sexuales en particular.
La implantación del psicoanálisis en los grandes países occidentales había tenido por
consecuencia la desalienación de los perversos, y la separación de la homosexualidad como tal
del dominio de las perversiones sexuales. La aparición en el DSM III del término "parafilia"
restringió el campo de las anomalías y de las desviaciones a las prácticas sexuales coactivas y
fetichistas, basadas en la ausencia de cualquier partenaire humano libre y consintiente. Se hizo
entonces sentir la necesidad de que el propio psicoanálisis abandonara toda forma de terapia
"normalizadora", en beneficio de una clínica del deseo capaz de comprender las elecciones
sexuales de los sujetos cuyas prácticas libidinales ya no eran todas castigadas por la ley, ni
vividas como un pecado, ni incluso concebidas como una desviación respecto de una norma.
En este sentido, la revisión de la doctrina freudiana original ya se había iniciado hacia 1960,
antes de las transformaciones de la terminología psiquiátrica de las décadas de 1970 y 1980.
En la teoría kleiniana, la perversión es siempre descrita en función de una norma y una patología,
pero descartando cualquier idea de desviación. También es considerada un trastorno de la
identidad de naturaleza esquizoide, ligado a una pulsión salvaje de destrucción de sí mismo y del
objeto. Lejos de ser la expresión de una "aberración" sexual, es la manifestación en estado
bruto de la pulsión de muerte, al punto de dar origen en el marco de la cura a una reacción
terapéutica negativa (o perversión de transferencia). En cuanto a la homosexualidad, se reduce
a una fijación en la posición esquizoparanoide, que puede desembocar en una paranoia. Las
perversiones sexuales son asimiladas a una organización patológica del narcisismo. De modo
que el kleinismo tiende a empujar la perversión hacia la psicosis, alejándose del diagnóstico de
incurabilidad.
A Jacques Lacan y sus discípulos franceses (Jean Clavreul, Franlois Perrier, Piera Aulagnier,
WIadimir Granoff, Guy Rosolato) les corresponde el mérito, único en la historia del freudismo, de 
saber finalmente sacado la perversión del domino de la desviación, para considerarla una
verdadera estructura. Amigo de Georges Bataille (1897-1962), gran lector de Sade, de Henry
Havelock Ellis, de la poesía erótica y de la filosofía platónica, Lacan fue mucho más sensible que
Freud, que los freudianos y los kleinianos, a la cuestión del eros, del libertinaje y sobre todo de la
naturaleza homosexual, bisexual, fetichista, narcisista y polimorfa del amor. Libertino él mismo,
pensaba que solamente los perversos saben hablar de la perversión. De allí el privilegio que
acordó de entrada a dos nociones -el deseo y el goce- para hacer de la perversión una
componente principal del funcionamiento psíquico del hombre en general, una especie de
provocación o desafío permanente en relación con la ley. Su fórmula fue propuesta en 1962 en
un célebre artículo, "Kant con Sade", destinado a servir de presentación a dos obras de Sade,
Justine ou les malheurs de la vertu y La Philosophie dans le boudoir. Lacan hizo del mal en el
sentido sadeano un equivalente del bien en el sentido kantiano, para demostrar que la estructura
perversa se caracteriza por la voluntad del sujeto de transformarse en objeto de goce ofrecido a
Dios convirtiendo la ley en una burla, y por el deseo inconsciente de anularse en el mal absoluto
y en la autoaniqu flación. Al sacar de tal modo la perversión del ámbito de las perversiones
sexuales, la corriente lacaniana abrió el camino a nuevas perspectivas terapéuticas: sobre la
perversión dejaba de caer el diagnóstico de incurabilidad, pero además el perverso, no siendo
ya necesariamente catalogado como perverso sexual, podía muy bien acceder a la práctica del
psicoanálisis, sin ser "un peligro" para la comunidad. Esta concepción de la perversión como
estructura llevaría a Lacan y su escuela a abordar la homosexualidad en el marco de la
perversión.
En la época en que los alumnos de Lacan comentaban en estos términos la teoría clásica de
Freud, el gran psicoanalista Robert Stoller la cuestionó a fondo, introduciendo en particular una
diferenciación entre "sexo" y "género". Su principal libro, Sex and Gender, publicado en 1968 y
traducido al francés diez años más tarde con el título de Recherches sur l'identité sexuelle, así
como muchos otros trabajos, renovaron el enfoque clínico del conjunto de las perversiones (y en
particular del fetichismo femenino y el transexualismo).
En la perspectiva de la Sel-Psychology,, es Joyce McDougali, psicoanalista francesa, quien
desde 1972 ha aportado una de las mejores revisiones de la teoría freudiana de la perversión.
En su Plaidoyer pour une certaine anormalité observa que la estructura tripartita
(neurosis/psicosis/perversión) resulta demasiado rígida para explicar los trastornos sexuales
vinculados con los diferentes desórdenes narcisistas del sí-mismo. En consecuencia, denomina
neosexualidad y sexualidad adictiva a formas de sexualidad perversa, cercanas a la droga y la
toxicomanía, pero que a ciertos sujetos que están al borde de la locura les permiten encontrar el
camino de la curación, la creatividad y la realización de sí mismos. 

Peste
fuente(39) 
En una conferencia pronunciada en Viena en 1955, Jacques Lacan afirmó haber oído de boca
de Carl Gustav Jung, a quien acababa de visitar, la siguiente anécdota: en 1909, al poner pie en
el continente americano para dirigirse a la Clark University de Worcester y dar allí sus cinco
lecciones de psicoanálisis, Sigmund Freud habría murmurado a la oreja de su discípulo: "No
saben que nosotros les traemos la peste". Lacan comentó esas palabras, subrayando que
Freud se había equivocado: creyó que el psicoanálisis sería una revolución para Norteamérica, y
en realidad Norteamérica había devorado su doctrina, quitándole su espíritu de subversión. 
En Francia se cree que estas palabras fueron realmente pronunciadas. Sin embargo, el estudio
de los textos, de las correspondencias y los trabajos de todos los comentadores de la historia
del freudismo demuestra que Jung reservó en exclusividad esa confidencia a Lacan. En todas
partes se sostiene que Freud habría dicho, simplemente, "Se sorprenderán cuando sepan lo que
vamos a decir".
Difundidas por Lacan, esas palabras se han convertido en Francia en un mito fundador del
freudismo y el lacanismo. En efecto, Francia es el único país en el mundo en el cual, a través de
los surrealistas y la enseñanza de Lacan, la doctrina de Freud ha sido considerada "subversiva"
y asimilada a una "epidemia" semejante a la Revolución de 1789, y en todo caso irreductible a
cualquier forma de psicología adaptativa. 

Pfister Oskar
(1873-1956) Pastor y psicoanalista suizo
fuente(40) 
"Oskar Pfister, pastor de Zurich": así se presentaba este hombre original al firmar sus
contribuciones al psicoanálisis. Rechazando todos los dogmas y practicando la cura de una
manera inconformista, tuvo que enfrentar en su país a los adversarios del análisis profano.
Sentía un verdadero amor por Sigmund Freud, quien también lo quería y siempre le tuvo
confianza, a pesar de su recelo respecto de la religión. Pfister supo mantener con el maestro
vienés una relación sin obsequiosidad ni idolatría, y nunca vaciló en polemizar cuando surgía
entre ellos un desacuerdo, sobre todo a propósito de la fe: "Freud sentía por él [Pfister] una
verdadera pasión -escribe Ernest Jones-, admiraba sus costumbres altamente morales, su
altruismo generoso, así como su optimismo respecto de la naturaleza humana. La idea de ser el
amigo de un pastor protestante al que podía enviar cartas que comenzaban con un «Querido
hombre de Dios» debía por cierto divertirlo, en cuanto el «hereje impertinente», como se definía a
sí mismo, podía siempre contar con la tolerancia del pastor."
Pionero del psicoanálisis en la Suiza germana, Pfister mezcló la técnica freudiana con la antigua
"cura de almas" (Seelsorge) protestante, de manera entusiasta. De tal modo quiso también
transformar la pedagogía en un "pedanálisis".
Nacido en Wiedikon, en la periferia de Zurich, Oskar Pfister, hijo de pastor, no tenía aún 3 años
cuando murió el padre. Después de estudiar teología y filosofía, logró su primer puesto en Wald,
donde se instaló con su primera esposa, Erika Wunderli, y su hijo, que sería psiquiatra. En 1902
fue agregado a la Parroquia de los Predicadores de Zurich, donde siguió en funciones hasta
1939. Más tarde se casó por segunda vez con una viuda, Martha Zuppinger-Urner, que tenía
dos hijos, a los cuales él educó como propios.
Perturbado por el espectáculo de la degradación moral vinculada con la industrialización, y sobre
todo por la incapacidad de la vieja teología abstracta y escolástica para responder a las
angustias del hombre moderno, Pfister se volvió hacía la psicología. Tuvo entonces la
oportunidad de pedirle consejo a Carl Gustav Jung a propósito de una madre de familia
atormentada por cartas anónimas e inscripciones insultantes que encontraba en su camino. Jung
diagnosticó un estado crepuscular y manía persecutoria: "La ayuda amistosa de Jung -escribió 
Pfister- me permitió progresar en el análisis que prometía explicar esos comportamientos
anormales". Se anudó entonces una sólida amistad entre ambos hombres, los dos hijos de
pastores.
Por intermedio de Ludwig Binswanger, Oskar Pfister conoció a Freud, en Viena, el 25 de abril de
1909. Le regaló una réplica en plata del monte Cervino, que Freud instaló de inmediato en su
consultorio. "Este pequeño trozo de Suiza, un homenaje del único país donde me siento
ricamente provisto de los bienes que representan la simpatía del corazón y el espíritu de
hombres fuertes y buenos". Después hubo entre ellos una abundante correspondencia, de la
cual Anna Freud y Ernst Freud publicaron sólo un centenar de cartas en 1963. La censura tuvo
por objeto ocultar la encantadora historia de amor de Pfister con una joven de la que él le
hablaba muy libremente a Freud, quien por otra parte, con la misma libertad, se refería al asunto
en su correspondencia con Jung y Sandor Ferenczi.
Muy pronto Pfister se unió a las filas de la Asociación Psicoanalítica de Zurich (ex Sociedad
Freud), creada por Jung. Después participó en la implantación de las tesis freudianas en Suiza,
que los helvecios denunciaron como "perversiones vienesas". Varias veces tuvo que someterse
a severas investigaciones eclesiásticas, de las que siempre salió victorioso. Él empleaba un
método que les disgustaba tanto a las autoridades religiosas como a la jerarquía médica, y
consistía en una combinación de pastoreo de las almas y cura psicoanalítica; esto llevó a Freud
a decir, en un postscríptum a ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, "El analista no médico,
pero que tiene alguna preparación profesional, no tendrá ninguna dificultad en ganarse la estima
y la consideración con las que se le retribuye como pastor de almas secular".
De hecho, Pfister consideraba que el papel del analista-pastor consistía en llevar al paciente
angustiado a reconocer, por medio de la cura, el valor de la fe cristiana, y convertirse a ella
después de haber escapado a la neurosis. De modo que la cura de almas tenía que ser
enriquecida por el psicoanálisis.
En el momento de la ruptura de 1913, Pfister tomó claramente partido por Freud: "He abandonado
completamente la manera junguiana -escribió en una carta de julio de 1922- Estas
interpretaciones de pacotilla que presentan todas las inmundicias como una mermelada espiritual
de tipo elevado, todas las perversidades como oráculos y misterios sagrados, y que introducen
fraudulentamente un pequeño Apolo y un pequeño Cristo en las almas deformadas, no valen
nada. Son hegelianismo traducido a psicología."
En marzo de 1919, junto con Emil Oberholzer, Hermann Rorschach y Hans Walser creó la
Sociedad Suiza de Psicoanálisis (SSP). De tal modo logró reconstruir un movimiento freudiano en
Suiza. El nuevo grupo no tardó en tropezar con dificultades de funcionamiento. En 1927, en
efecto, la práctica inconformista de Pfister fue cuestionada porque no obedecía a las reglas de
la International Psychoanalytical Association (IPA), pero también y sobre todo porque Oberholzer
y Rudolph Brun (1885-1949) eran hostiles al análisis profano. Fundaron entonces una 
asociación médica de psicoanálisis que sólo reconocía a los médicos. También Raymond de
Saussure tomó partido contra la técnica de Pfister, pero sin abandonar la SSP: "Usted practica
psicoanálisis muy breves -le escribió en 1922-, que no corresponden exactamente a lo que
Freud entiende ahora por psicoanálisis. De ello resulta que los médicos de su ciudad, que se
atienen a la técnica de nuestro maestro de Viena, experimentan grandes dificultades."
Este intento de normalizar la práctica de Pfister en nombre del respeto al maestro de Viena fue
totalmente recusado por Freud, quien protegió siempre a su querido pastor, pero sin ahorrarle su
propia opinión: él se oponía tanto -dijo- a la subestimación como a la sobrestimación de la
práctica de Pfister, pero desaprobaba los "análisis abreviados" (curas cortas).
En 1927, cuando Freud publicó El porvenir de una ilusión, Pfister le respondió con un largo
artículo crítico, "La ilusión de un porvenir", en el cual afirmaba que la verdadera fe era una
protección contra la neurosis, y que la posición freudiana era en sí misma una ilusión, puesto
que estaba del lado de la actitud auténtica del cristiano. A lo cual Freud le respondió: "En sí
mismo, el psicoanálisis no es más religioso que irreligioso. Es un instrumento sin partido que
pueden utilizar religiosos y laicos, siempre y cuando lo hagan únicamente al servicio de la
liberación de los seres sufrientes." 

Phantasme
Ing.: Phantasy.
fuente(41) 
Grafía propuesta por Suzan Isaacs y adoptada por diversos autores y traductores para
designar la fantasía inconsciente y señalar su diferencia con la fantasía consciente (véase:
comentario de Fantasía). 
Phantasme
Phantasme
Alemán: Phantasie. 
Francés: Phantasme. 
Inglés: Phantasy.
fuente(42) 
Grafía adoptada en francés para reflejar la distinción trazada por Susan Isaacs en 1948 entre
fantasy con f, fantasma consciente, y phantasy, con ph, considerado inconsciente.
La palabra fantasme (fantasma) fue adoptada en francés por los primeros traductores de Freud
(Marie Bonaparte, Édouard Pichon) a partir del griego phantasma (aparicíón, que pasó al latín
como fantasma o espectro), para traducir lo que en la palabra alemana Phantasie se relaciona
con una formación imaginaria, esto es, con un concepto, y no con una fantasía en el sentido de
actividad imaginativa. De modo que, allí donde Freud emplea una sola palabra alemana
(Phantasie) para designar dos cosas distintas (un concepto y una actividad) la lengua francesa
utiliza dos términos: fantasme o phantasme y fantaisie (fantasía). En este sentido, no hay por lo
tanto en francés ninguna diferencia entre las dos grafías, utilizadas de manera equivalente
incluso por los traductores de la obra de Melanie Klein.
Algunos autores, como Piera Aulagnier, han sistematizado la grafía ph, mientras que otros han
preferido no establecer ninguna distinción. En la terminología inglesa, en la cual la palabra fantasy
significa, como en alemán, fantasma y fantasía a la vez, el empleo de phantasy, se ha
generalizado sólo entre los poskleinianos, por otra parte al punto de reemplazar fantasy. Hay en 
ello una cierta lógica, puesto que el kleinismo tiende a situar toda la clínica psicoanalítica del lado
de la realidad psíquica y de los fenómenos más inconscientes y arcaicos.
En 1967, Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis señalaron que la distinción entre las dos
grafías era inútil, puesto que en Freud el concepto de fantasma pertenece tanto al registro
consciente como al inconsciente. No obstante, se puede decir que hay una diferencia
conceptual entre fantasy y phantasy, es decir, entre los kleinianos de lengua inglesa y los otros
freudianos también de lengua inglesa, mientras que en Francia la
adopción de una u otra grafía no es pertinente, salvo cuando un autor se refiere explícitamente a
la terminología kleiniana. En alemán, la distinción kleiniana tampoco entraña un cambio de
escritura.
En 1989, los responsables de la nueva traducción francesa de las obras de Freud, con el fin de
crear una lengua "freudológica", excluyeron del sistema conceptual psicoanalítico la palabra
fantasme en beneficio de fantaisie. De tal modo redujeron el concepto a una palabra. En francés,
el vocablo fantaisie no puede abarcar la dimensión conceptual de fantasme ni instaurar una
distinción de tipo kleiniano entre consciente e inconsciente. 

Pichon Édouard (1890-1940). Médico y psicoanalista francés
Pichon Édouard (1890-1940). Médico y psicoanalista francés
Pichon Édouard
(1890-1940) Médico y psicoanalista francés
fuente(43) 
Pediatra, médico hospitalario, gramático, monárquico, ideólogo del afrancesamiento absoluto de
la doctrina freudiana y miembro de la liga Action française, Édouard Pichon ha quedado como el
personaje más original, más contradictorio y más inteligente de la primera generación
psicoanalítica francesa. Yerno de Pierre Janet sin ser janetiano, sintió la pasión del psicoanálisis
sin ser realmente freudiano. Después de su análisis con Eugénie SokoInicka casi no formó
didactas, prefiriendo siempre la medicina hospitalaria a la práctica de consultorio. Si bien adhirió
sin reservas a las tesis antisemitas de Charles Maurras (1868-1952), fue dreyfusista. No publicó
ningún texto sospechado de antisemitismo ni tuvo nunca, en la vida cotidiana, la menor actitud
antisemita con sus colegas de la SPP y el grupo de L'Évolution psychiatrique. A diferencia de
Angelo Hesnard y de muchos psiquiatras franceses de su generación, no era germanófobo.
Su creencia en la superioridad de la "civilización" francesa sobre todas las otras culturas
derivaba menos del chovinismo que de la política. Al defender la "civilización" contra la Kultur,
Pichon reivindicaba un catolicismo racionalista, el único capaz a su juicio, contrariamente al
judaísmo y el protestantismo, de encarnar los valores de una espiritualidad occidental que
pudiera actuar como contrapeso frente al bolcheviquismo, el feminismo, el liberalismo, el nazismo
y los ideales de la Revolución de 1789. De allí sus posiciones ultraconservadoras en favor de la
familia tradicional, del matrimonio único, de la virginidad de las jóvenes y de la educación de los
niños.
Por su rigor teórico, y a pesar del fracaso radical de su programa de afrancesamiento de la
doctrina vienesa, desempeñó un papel considerable en la génesis del freudismo francés,
poniendo muy pronto el acento en la relación entre el lenguaje y el inconsciente, animando en el
seno de la Société psychanalytique de Paris (SPP) una comisión para la traducción y la 
unificación del vocabulario freudiano y, finalmente, introduciendo nociones que más tarde
utilizaría Jacques Lacan: por ejemplo, la de forclusión. Fue también el maestro en pediatría de
Françoise Dolto, quien le debía un estilo brillantísimo y una manera de hablar en la que se
mezclaban la tradición de la derecha maurrasiana y un realismo poético derivado directamente
de las películas de Jean Renoir (1894-1979).
Nacido en Sarcelles, en una familia originaria de Borgoña, Édouard Pichon fue educado en un
espíritu laico y republicano. Muy pronto sufrió el embate de un reumatismo articular hereditario
(moriría de esa afección), y ése fue el tema de su tesis de medicina. Junto con el tío, Jacques
Damourette, gran erudito, fanático de la lengua y la literatura, emprendió desde la juventud (entre
1911 y 1940) la tarea más importante de su vida: la edificación de una gramática descriptiva de
la lengua francesa. La obra se titula Des mots à la pensée y comprende siete enormes
volúmenes acompañados de un "Glosario de términos especiales" que cataloga todos los
neologismos inventados por los dos estudiosos.
En 1927 se casó con Héléne Janet, de quien tuvo un hijo, Étienne Pichon, y ese mismo año dirigió
a Charles Maurras su carta de adhesión a la Action française: "Señor y admirable maestro, no
soy un racionalista puro. Aunque la razón tenga alguna belleza, alguna utilidad, me parece que el
corazón, si me atrevo a decirlo, es aún más divino [ ... ]. El Papa está haciéndose protestante, y
ésta es la razón de mi humilde solicitud de adhesión [ ... ]. Un último punto: soy psicoanalista. Los
resultados obtenidos por el método freudiano han obligado a mi buena fe a aceptar esta
disciplina. He escrito recientemente un artículo para demostrar que la adopción del psicoanálisis
como método terapéutico no entrañaría en absoluto la renuncia a ningún estilo metafísico, moral
ni religioso.-
En el período de entreguerras publicó muchos artículos, tres de los cuales llegaron a ser
esenciales para la comprensión del sistema conceptual propio del movimiento psicoanalítico
francés: "la gramática como modo de exploración del inconsciente", "Sobre la significación
psicológica de la negación en francés", y "La persona y la personalidad vistas a la luz del
pensamiento idiomático francés". Estos textos revelan que Pichon fue el primero en advertir,
antes de Lacan, que el descubrimiento freudiano del inconsciente le planteaba a la lingüística
saussureana una cuestión fundamental. También subrayan hasta qué punto su posición de
gramático estaba en contradicción con su lectura psicoanalítica de los textos freudianos. En
efecto, la idea de una primacía de la lengua sobre el pensamiento llevó a Pichon a sostener en la
gramática el principio de una primacía del inconsciente sobre la conciencia, mientras que, en su
enfoque de la obra freudiana, negaba la existencia de un inconsciente "psicológico". De modo
que accedió a la naturaleza del inconsciente freudiano a través de la gramática. Fue entonces el
primero en identificar, a partir de la lengua, una confluencia entre el lenguaje y el inconsciente.
Ésta sería retomada por Lacan.
En 1938 Pichon entabló una polémica con Lacan a propósito de un texto titulado "Los complejos
familiares", encargado al último por Lucien Febvre (1878-1956) y Henri Wallon (1879-1962) para 
la Encyclopédie française. Si bien Pichon compartía con Lacan la idea de que la familia era un
agente de la tradición, y no de la herencia, rechazaba la doctrina de la antropología cultura¡, y
con esta óptica negaba el antropologismo lacaniano, a su juicio "marxista" y "hegeliano". Tanto
como el universalismo de Lacan se basó desde esa época sobre la idea de una universalidad de
la razón y la cultura frente a la naturaleza, el universalismo de Pichon (maurrasiano) reposaba
sobre la pretendida superioridad universalizante de la civilización francesa. Pichon admiraba a
Lacan con lucidez, y pensaba que era el único capaz de asumir después de él la función de
ideólogo de un freudismo que había que afrancesar. 

Pichon Rivière Enrique (1907-1977). Psiquiatra y psicoanalista argentino
Pichon Rivière Enrique (1907-1977). Psiquiatra y psicoanalista argentino 
Pichon Rivière Enrique
(1907-1977) Psiquiatra y psicoanalista argentino
fuente(44) 
Verdadero padre fundador del freudismo argentino, Enrique Pichon-Rivière ejerció por su
enseñanza oral (conferencias, cursos, seminarios), mucho más que por sus escritos, un
extraordinario poder de fascinación sobre sus amigos, sus discípulos y sus contemporáneos.
Fue el más grande analista argentino, e incluso, junto a Marie Langer, de quien era muy distinto,
una de las figuras más eminentes de la escuela psicoanalítica latinoamericana.
Nacido en Ginebra, provenía de una familia de origen francés que se instaló en 1911 en el
Chaco, y después en Goya, al norte del país, ex territorio de los indios guaraníes. Tuvo una
infancia melancólica, y dijo más tarde que su deseo de ser analista provenía de su voluntad de
ver claro entre dos culturas. El padre, propietario de una plantación de algodón, tenía ya cinco
hijos de un primer matrimonio con la hermana de su segunda mujer, la que tuvo uno solo: Enrique.
Ella creó en Goya la escuela profesional y el colegio nacional.
A los 19 años emprendió estudios de medicina en la Universidad de Buenos Aires. Siempre
melancólico, y con depresiones que "curaba" bebiendo, le interesaba tanto la medicina como la
política y la poesía. En 1934 comenzó a escribir críticas de arte para la revista Nervio. Después
de descubrir la obra freudiana leyendo artículos de Carl Gustav Jung y Alfred Adler, abrió en la
revista una sección de psicoanálisis.
En el hospital de Torres, donde ejercía como psiquiatra, organizó un equipo de fútbol mientras
estudiaba los problemas sexuales de los enfermos mentales. Más tarde trabajó en el Instituto
Charcot, y después como crítico de literatura en un diario. A lo largo de sus estudios tuvo a su
lado a su más querido amigo, Federico Aberastury, psiquiatra como él, y con cuya hermana,
Arminda, se casó en 1936. Ese mismo año se comprometió con fervor en el comité de apoyo a
los republicanos españoles, junto al escritor Roberto Arlt (1900-1942).
En 1938 conoció a Arnaldo Rascovsky. Entusiasmados por el psicoanálisis, los dos soñaban con
salvarlo del peligro fascista, ofreciéndole una nueva tierra prometida. Con ese objetivo reunieron
a su alrededor a un círculo de elegidos, que constituyó el núcleo fundador del freudismo
argentino: Luis Rascovsky, el hermano de Arnaldo; Matilde Wencelblat, su esposa; Simón
Wencelbiat, el hermano de esta última; Arminda Aberastury y, finalmente, Guillermo Ferrari
Hardoy y Luisa Gambier Álvarez de Toledo. Con los inmigrantes Celes Cárcamo, Ángel Garma,
Marie Langer y sus amigos, Pichon Rivière fundó en 1942 la Asociación Psicoanalítica Argentina
(APA), de la que se distanció en 1959. Analizado primero por Garma y después controlado por 
Cárcamo, viajó más tarde a Gran Bretaña, donde realizó un segundo control con Melanie Klein.
Como todos los representantes de la tercera generación psicoanalítica mundial, Pichon-Rivière
sólo tuvo acceso a la obra freudiana a través de la lectura, y no mediante un contacto directo
con el maestro vienés. En consecuencia, y también por el gusto de la independencia y la
negativa a encerrarse en un dogma, elaboró una enseñanza muy poco ortodoxa que entreteje
múltiples influencias: una especie de paradigma del freudismo argentino.
A la vez socialista y partidario de la psiquiatría dinámica, desarrolló todas las formas de
psicoterapia de las psicosis que cuestionaban la nosografía clásica, el nihilismo terapéutico y el
encierro. Se orientó entonces hacia diversas formas de práctica grupa], desde la creación en
1947 de lo que él denominó "el grupo operativo", cuya tarea era responder a las dos angustias
fundamentales de la vida social e institucional (el miedo y la pérdida), hasta la fundación, en
1959, de la Escuela de Psicología Social, donde pudo transmitir no sólo su concepción de la
"enfermedad única", sino también una enseñanza original y abierta a las aspiraciones de la
juventud estudiantil.
Como lo ha señalado Hugo Vezzetti, con esa expresión de "enfermedad única", creada en 1947,
le asignaba un marco psicosomático a la psicosis en general, relacionando tres entidades: la
melancolía, la epilepsia y la esquizofrenia. La primera era para él el núcleo central de toda
psicosis; Pichon-Rivière describió la pérdida del objeto como equivalente a una muerte inducida
por un superyó sadomasoquista. De la segunda derivaba a su juicio el prototipo de la crisis
capaz de restaurar provisionalmente el equilibrio pulsional. Finalmente, de la tercera extraía el
modelo de todas las formas de regresión hacia el yo. En este enfoque, la neurosis y la psicosis
se diferencian menos por su estructura que por la profundidad de las posiciones regresivas que
engendran.
De modo que esta denominación de "enfermedad única" reunía varias tradiciones clínicas que se
encuentran a la vez en el kleinismo, la antipsiquiatría y la Self-Psychology.
Influido por el surrealismo, Pichon-Rivière conoció a André Breton (1896-1966) y se interesó por
los dos grandes escritores de la modernidad literaria que habían expresado, a través de una
nueva escritura poética, la idea de cambiar al hombre a partir del "Yo es un otro": Arthur
Rimbaud (1854-1891) y Lautréamont (1846-1870). En este sentido, sus trabajos contribuyeron a
establecer el vínculo entre las dos vías de implantación del psicoanálisis en la Argentina: la
literaria y cultural, por un lado, y por el otro la vía terapéutica (psicología, psiquiatría).
En 1955 conoció a Jacques Lacan, quien lo recibió en su casa acompañado de Tristan Tzara (
1896-1963). Interesado por ese hombre, y por la nueva manera de pensar el freudismo,
Pichon-Rivière desempeñó un papel fundamental, diez años más tarde, en la introducción del
lacanismo en su país, al incitar al joven filósofo Oscar Masotta a leer los textos del maestro
francés. 
Hacia 1965 dejó de interesarle mucho el análisis didáctico, pero su seminario, en el que se
apiñaba la juventud intelectual, continuó asegurándole un lugar incuestionado de maestro de
pensamiento, a pesar del alcohol y los medicamentos: "Su vida era una verdadera deriva
-escribió Masotta- y, de todos modos, nos concernía a todos de una manera u otra. Él tenía algo
de la imagen del Santo a quien se le perdona todo." 

Placer
fuente(45) 
Si la actividad psíquica consiste en primer lugar en evitar el displacer y buscar el placer, se trata
de que ella apunta por una parte a esquivar el dolor o el terror y descargar la excitación, y por la
otra a repetir la experiencia de satisfacción primaria y suprimir de tal modo la tensión pulsional.
Esta concepción de la que parte Freud es influida por el modelo de la acción refleja, y complicada
en cuanto hay un rodeo por el recuerdo y la representación. En lo que respecta a la vida sexual,
ella da testimonio del hecho de que el placer no se reduce a la satisfacción de la necesidad: en
efecto, el erotismo infantil aparece como suplemento del apuntalamiento sobre las funciones
vitales; todas las partes del cuerpo, y no sólo el lugar genital, pueden constituir zonas erógenas,
y el placer preliminar demuestra que una tensión puede ser a la vez placentera e incitadora, lo
que pone en juego una dimensión distinta que la del «placer de órgano». Además, si soñar y
fantasear llevan a obtener placer, sucede en estos casos que lo útil en sí es desviado para
orientarlo en el sentido de una realización de deseo.
De modo que el placer se produce en la confluencia del goce del cuerpo y la actividad
representativa, lo cual vale por otra parte en el campo de lo erógeno, pero también para el placer
de la agresión. Esto supone que hubo un tiempo de constitución de un «yo-placer» (Lust-Ich)
con aceptación y ligadura psíquica de lo pulsional. En consecuencia, este estado da lugar a
reencuentros, tanto cuando el placer acompaña al reconocimiento de lo conocido como cuando
surge ante lo nuevo. En otras palabras, se trate de una reducción de las tensiones o de la
reactivación de un deseo, el placer parece ser función de la variación de intensidad de las
excitaciones, con la condición de que éstas no superen un cierto umbral, marcado por la señal
de la angustia.
No obstante, cada pulsión parcial sigue su propia vía hacia la satisfacción que lo real está lejos
de garantizar. ¿Qué sucede entonces cuando persiste el empuje de las pulsiones sofocadas y
retorna lo reprimido? Allí donde se esperaba placer, el yo experimenta displacer. Además, las
experiencias primarias de displacer también se repiten, y esta compulsión hace aparecer lo
pulsional en obra, como agente de muerte. De ahí los síntomas como compromiso entre el goce
imposible y la satisfacción exigida. De ahí las formaciones del inconsciente como modo
sustitutivo de realización del deseo. Y de ahí también el juego de la lengua en tanto que
posibilidad de reencontrar las fuentes del placer interdicto, de remontar la represión y de
acceder al libre empleo de las palabras y los pensamientos. Queda por decir que el placer no
carece de límites, y que el goce que los excede es rechazado en parte en tanto que extraño al
sujeto. Lacan insiste también en el modo en que la regulación del placer refrena el goce corporal;
no obstante, la falta de este último deja lugar a lo que causa el deseo en el inconsciente. 

Placer de órgano
Placer de órgano
Placer de órgano
Al.: Organlust.
Fr.: plaisir d'organe.
Ing.: organ-pleasure. 
It.: piacere d'organo.
Por.: prazer de órgão.
fuente(46) 
Modalidad de placer que caracteriza la satisfacción autoerótica de las pulsiones parciales: la
excitación de una zona erógena se apacigua en el lugar mismo en que se produce,
independientemente de la satisfacción de las otras zonas y sin relación directa con la realización
de una función.
El término «placer de órgano» es utilizado por Freud en varias ocasiones; no parece constituir
una innovación terminológica por su parte; el término sugiere una oposición con aquel otro, más
corriente, de placer de función o placer funcional, que designa la satisfacción ligada a la
realización de una función vital (por ejemplo, placer de la alimentación).
El término «placer de órgano» es utilizado por Freud sobre todo cuando intenta profundizar en
sus hipótesis relativas al origen y a la naturaleza de la sexualidad, en el sentido dado a ésta por
el psicoanálisis, que la amplía mucho más allá de la función genital. El momento de aparición de la
sexualidad se busca en la fase llamada autoerótica, caracterizada por un funcionamiento
independiente de cada pulsión parcial.
En el lactante, el placer propiamente sexual se separa de la función en la que primeramente se
apoyaba (Véase: Apoyo) y de la que era el «producto marginal» (Nebenprodukt), para ser
buscado por sí mismo: así, por ejemplo, el chupeteo intenta aliviar una tensión de la zona
erógena buco-labial aparte de toda necesidad alimentaria.
En la noción de placer de órgano se condensan los rasgos que, según Freud, definen
esencialmente la sexualidad infantil: «[...] aparece apoyándose en una función corporal de
importancia vital; todavía no conoce objeto sexual: es autoerótica; su meta sexual viene
gobernada por una zona erógena».
En las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einführung in die
Psychoanalyse, 1916-1917), Freud se interroga ampliamente sobre la posibilidad de definir la
esencia misma de la sexualidad a través de aquellas manifestaciones acerca de las cuales el
psicoanálisis ha mostrado su parentesco y continuidad con el placer genital. La definición de
estas manifestaciones como «placer de órgano» Freud la presenta como una tentativa de sus
interlocutores científicos de definir fisiológicamente los placeres infantiles que aquél designa
como sexuales. Freud, en este pasaje, critica dicha definición, por cuanto conduciría a negar o
limitar el descubrimiento de la sexualidad infantil. Pero, aunque se opone a esta utilización 
polémica del concepto, la hará suya de buen grado en cuanto hace recaer el acento sobre la
originalidad del placer sexual infantil en relación con el placer ligado a las funciones de
autoconservación. Así, en Las pulsiones y sus destinos (Triebe und Triebschicksale, 1915)
escribe: «De un modo general, las pulsiones sexuales pueden definirse como sigue: son
numerosas, nacen de fuentes orgánicas diversas, actúan en un principio independientemente
unas de otras y sólo se reúnen tardíamente en una síntesis más o menos completa. El fin al cual
tiende cada una de ellas es la obtención del placer de órgano». 

Placer
(principio de)
fuente(47) 
(fr. principe de plaisir, ingl. pleasure principle; al. Lustprinzip). Principio que rige el
funcionamiento psíquico, según el cual la actividad psíquica tiene como objetivo evitar el
displacer y procurar el placer.
Para Freud, el principio de placer, presentado paralelamente al principio de realidad, es una
certidumbre, pero al mismo tiempo es la fuente de diversas dificultades. Puede ser concebido
según el modelo del apaciguamiento de una necesidad, vinculada a la satisfacción de las
pulsiones de autoconservación, pero más bien tendería por sí mismo a una desrealización; Freud
dice, por ejemplo, que el lactante, bajo la influencia del principio de placer, alucinaría el seno en
vez de alimentarse.
Por otra parte se lo presenta sobre todo como principio de disminución de la tensión, y sin
embargo Freud reconoce la existencia de tensiones agradables. Bajo otro aspecto, la existencia
de un más allá del principio de placer, a partir de la hipótesis de la pulsión de muerte, viene a
plantear el interrogante sobre lo que el hombre efectivamente busca. La noción lacaniana de
goce constituye una tentativa para resolver estas dificultades. 

Plano euclidiano
fuente(48) 
Se llama plano euclidiano al espacio bidimensional R2, dotado de la distancia entre dos puntos
definida en forma usual. Esta distancia, o métrica, se distingue de otras por la validez del
teorema de Pitágoras. 

Plano proyectivo
fuente(49) 
Espacio definido en geometría proyectiva, de acuerdo con la idea intuitiva de agregar al plano
euclidiano un horizonte, de modo tal que dos rectas paralelas determinen un (único) punto. Las
rectas resultan entonces cerradas, es decir, homeomorfas a una circunferencia, hecho
relacionado además con la propiedad que tiene el plano proyectivo de ser compacto. Al
horizonte, que también es una recta, se lo suele llamar recta impropia, pues está compuesta de
puntos impropios, también llamados puntos del infinito. 
En la geometría proyectiva los conceptos de punto y recta son duales, puesto que pueden
intercambiarse. Por ejemplo, el enunciado: Dos puntos determinan una única recta se transforma
en su dual Dos rectas determinan un único punto, que también es válido, aunque no lo es en la
geometría euclidiana. 

Plasticidad de la libido
At.: Plastizität der Libido. 
Fr.: plasticità de la libido. 
Ing.: plasticity of the libido. 
It.: plasticità della libido.
Por.: plasticidade da libido.
fuente(50) 
Capacidad de la libido de cambiar más o menos fácilmente de objeto y de modo de satisfacción.
La plasticidad (o libre movilidad, freie Beweglichkeit) puede considerarse como una propiedad
inversa de la viscosidad. Remitimos al lector a nuestro comentario sobre este último término, que
se encuentra más a menudo que el de plasticidad en los textos de Freud.
La expresión «plasticidad de la libido» ilustra la idea, fundamental en psicoanálisis, de que la
libido es en un principio relativamente indeterminada en cuanto a sus objetos y siempre es
susceptible de cambiarlos.
Plasticidad igualmente en cuanto al fin: la falta de satisfacción de una determinada pulsión parcial
se ve compensada por la satisfacción de otra o por una sublimación. Las pulsiones sexuales
«[...] pueden reemplazarse recíprocamente, una puede asumir la intensidad de las otras; cuando
la realidad impide la satisfacción de una de ellas, se puede encontrar una compensación en la 
satisfacción de otra. Podrían compararse a una red de vasos comunicantes llenos de líquido [...]
».
La plasticidad varía según el individuo, su edad, su historia. Constituye un factor importante en la
indicación y pronóstico de la cura psicoanalítica, puesto que la capacidad de cambio dependería
principalmente, según Freud, de la capacidad de modificar las catexis libidinales. 

Plus-de-gozar
fuente(51) 
s. m. (fr. plus-de-jouir; ingl. increase in enjoy; al. Metirlust). [Debe entenderse como una
renuncia al goce pero también como un franqueamiento que permite un deslizamiento en el goce,
sustentado en el objeto a, paradoja que se apoya en la negación en francés, que se construye
con los adverbios en función auxiliar pas, point, plus, absolument, etc., que Lacan explota en
distintos conceptos.] Neologismo propuesto por Lacan para designar, por homología con la
plusvalía, la función estructural a la que se reduciría generalmente el goce, y que constituye uno
de los modos de presentación del objeto a.
La noción de plus-de-gozar viene a tomar su lugar, para el psicoanálisis, en el marco de una
teoría del objeto causa del deseo, que Lacan denomina objeto a. Para Lacan, el sujeto no puede
asegurar su ser en el nivel de la cadena significante, que empero lo determina. Allí, en efecto, se
ve remitido sin cesar de un significante a otro significante, y en el fondo sólo se sitúa en el corte
entre los significantes. De ahí que se sostenga más bien en el fantasma, o sea, en su relación
con el objeto de deseo. Pero el objeto que causa su deseo se revela él mismo marcado por el
sello formal del corte. De ahí que sea difícil hablar de él, sin errar, precisamente, aquello que le
da su valor particular, y hace de él, según Lacan, un «ser sin esencia».
Por esta razón, sin duda, es que Lacan, a lo largo de toda su obra, busca proponer diversas
vías de presentación de este objeto. Además de su ubicación topológica (véase topología), se
refiere, a partir de una lectura del Banquete de Platón, a la noción de agalma. Y sitúa también al
objeto a como «plus-de-gozar», por homología con el concepto de «plusvalía» [Mehrwert] en
Marx.
Para Marx, la plusvalía se define a partir de una sustracción. Si se abstrae de la amortización del
capital constante (máquinas, etc.), el valor de cambio de una mercancía corresponde al tiempo
de trabajo necesario para su producción. En contrapartida, el salario del obrero corresponde
solamente al valor de su fuerza de trabajo, valor inferior determinado por el tiempo necesario
para su reproducción. De este modo, el capitalista puede realizar una plusvalía, igual a la
diferencia entre el valor de la mercancía y el del trabajo del obrero. Sin embargo, Marx mismo
hace notar que el capitalista no se apropia de esta plusvalía sino muy parcialmente. La lógica del
sistema lo obliga, en efecto, a reinvertir en la producción. De este modo, la plusvalía da el modelo
de un objeto del que nadie puede gozar verdaderamente, aun cuando toda la producción
capitalista parece organizada con vistas a su realización.
Comentando a Marx, Lacan destaca que la plusvalía es posible a partir de efectos de lenguaje, 
en particular de aquellos que determinan una «absolutización del mercado», que hace que el
trabajo mismo se convierta en una mercancía como las otras. E indica, sobre todo, que hay
homología entre lo que revela la obra de Marx y lo que hace aparecer el discurso psicoanalítico:
una renuncia al goce.
Cuando Freud estableció los grandes principios que regulan la existencia del sujeto, definió el
principio de placer como una tendencia a reducir la excitación con el fin de evitar el displacer.
Lacan, por su parte, intenta dar cuenta, al hablar de goce, de un más allá del principio de placer,
de algo que pondría en juego al cuerpo, de una suerte de forzamiento. El goce absoluto, con
todo, es imposible para el hombre, Este más bien se relaciona con una pérdida de goce, como se
ve en el amo, en la teoría de Hegel, que efectivamente no puede hacerse amo si no es
arriesgando su vida, renunciando al goce de la vida. Es más bien esta pérdida la que viene a
simbolizar el objeto a. Lo que causa el deseo del sujeto es el objeto a en tanto signo de un goce
perdido.
Estas tesis, introducidas en el Seminario XVI, «De un Otro al otro», son precisadas el año
siguiente en el Seminario XVIII, «El revés del psicoanálisis». Presentado en el marco de una
teoría de los discursos, el plus-de-gozar viene especialmente a definir, en el discurso del amo, lo
que produce la articulación de lenguaje que nos determina. Es ahí donde la homología entre el
objeto perdido que describe el discurso psicoanalítico y el estatuto de la plusvalía en Marx viene
a tomar todo su sentido. Debe destacarse sin embargo que Lacan establecerá también una
escritura específica destinada a presentar al «discurso capitalista«, escritura que da mejor
cuenta de lo que después de Marx ha podido modificarse, incluso en la esfera de la economía. 

Poder originario y poder de los orígenes
Poder originario y poder de los orígenes
Poder originario
y poder de los orígenes
fuente(52) 
Definición
El poder originario está ligado a la constitución del psiquismo y encarnado en un mujer: la madre.
Personaje dotado del bagaje biológico que la constituye en factor fundamental de la crianza en el
primer año de vida del infans.
El poder de los orígenes, permanece centrado en la cultura y protagonizado por el hombre que
controla los resortes económicos, políticos e ideológicos del mundo social.
Estos enunciados abonan la hipótesis de que en el devenir edípico y en la relación de pareja
existe una lucha de ambos poderes de carácter estructural y que explica ciertos aspectos de la
agresión humana. 
Origen e historia del término
El Diccionario da dos definiciones de poder: "Capacidad que tiene una cosa de efectuar un
cambio en otra cosa" y la segunda asociada a potencia, "capacidad interna de pasar de un
estado a otro estado".
La problemática del poder no presentó mayor interés en el campo psicoanalítico, pese a ser tan
masivo y cotidiano como el deseo, objeto de múltiples teorías.
Marie Langer señalaba "el poder, ese gran olvidado por los psicoanalistas".
Un precursor en el psicoanálisis fue W. Reich que en sus trabajos intentó articular el marxismo
con la concepción freudiana, y relacionaba el poder con la represión sexual, en La lucha sexual
de los jóvenes pensaba, demasiado linealmente que la liberación sexual iba a generar energías
disponibles para la toma del poder por el proletariado.
Entre nosotros J. Puget propone revisar las teorías sobre el poder, y señala que en el ámbito
familiar el poder está determinado por el sexo, mientras que en el área social se apoya en la
capacidad de matar.
Los filósofos que han trabajado esta temática son Nietzche, para quien la voluntad de poder es
la pulsión fundamental y las consecuencias de su inhibición es el sometimiento al otro. En la
llamada genealogía del poder lo asocia con los aspectos dionisíacos (caos, desorden pulsional)
en oposición a lo apolíneo (que representa aquello organizado y disciplinado).
Su continuador Foulcault, quien ilumina acerca de lo constituyente del poder y agrega en
Microfísica del poder "Lo que hace que el poder prenda, que se acepte, es que no es sólo una
fuerza que dice que no, sino algo que produce cosas, induce placer, forma saber, es una red
productiva que atraviesa el cuerpo social más que instancia negativa que implica reprimir".
Desarrollo desde la perspectiva vincular
En 1988 se constituyó en la AAPPG un grupo para trabajar la perspectiva de género (Ver) y
pareja, integrado por N. Inda, Gloria Mendilaharzu, Carlos Pachuk, Cielo Rolfo y Perla López
Loinaz (quien se retiró un año después) escribiendo varios trabajos, de uno de ellos surgió el
título que ilustra este vocablo. Su objetivo era puntuar las correspondencias entre el concepto de
poder y la jerarquización de los géneros sexuales. Cómo éstas quedaban naturalizadas en el 
contexto de la pareja al tiempo que se invisibilizaban sus condiciones de producción. Proponían
entonces deconstruir el discurso cultural.
Luego surgieron las preguntas acerca del status metapsicológico del poder ¿ Cómo se instala el
poder en la psique? ¿Qué relación tiene con el deseo y la fantasía? ¿En qué momento se instala?
¿Tiene algún efecto sobre la pulsión? ¿Cómo se maneja el poder en los capilares de la
intersubjetividad y en la familia?
También trabajaron las ideas de Lacan respecto a narcisismo y agresividad. Desde la estructura
narcisista hay lugar para una sola posición de poder: él o yo. Disyuntiva frecuente en la pareja.
La tesis sobre los dos poderes (originario y de los orígenes) que mantiene la raigambre dualista
freudiana, se nutre de diversas fuentes:
De J. Laplanche y Pontalis a través de fantasías originarias y fantasías de los orígenes toma su
nombre. Del concepto de tres espacios psíquicos (Ver), teoría donde el poder queda adscripto a
lo transubjetivo y se juega en lo intersubjetivo y en la formación del Yo. Correlativos a su vez
con las ideas de J. Puget acerca del "complejo social" y el "complejo edípico" que se encuentran
en correspondencia con el sistema género-sexo. Desarrollando las siguientes hipótesis: "Así
como la ley, el poder pasa de la madre preedípica al padre en la etapa fálica y de éste a la
cultura, pero como la misma está en un nivel de castración imaginaria, donde el hombre es el
ideal, el poder retorna al padre y queda encarnado en él". 
También se agregan ideas de Roger Dorey sobre la pulsión de dominio, que el mismo Freud en
sus primeros trabajos ligaba a un fin no sexual.
Otra vía de acceso del poder a la psique sería a través de aquellas representaciones sociales
que ingresan sin mediación materna (hipótesis a confirmar).
Ambos poderes se observan también en la construcción de la teoría psicoanalítica,
fundamentalmente entre el "mamocentrismo" de M. Klein y el "falocentrismo" de Freud y Lacan.
Respecto al poder originario, la etapa desde el embarazo hasta el fin de la lactancia es
presentada como sinónimo del poder absoluto, lo cual suscitó fuertes críticas, en especial de
corrientes feministas.
Quizás la hipótesis más interesante de los autores es plantear que en la psique se generan
representaciones dobles del poder, (similar a la dualidad pulsional eros-tánatos) el infans
mientras padece el poder originario recibe el poder de los orígenes (cultural) a través de una
misma persona: la madre.
El poder de los orígenes está relacionado con la estructura patriarcal, como ocurría en la 
democracia griega, donde estaban excluidos los esclavos y... las mujeres. La cultura carece de
una representación de la diferencia sexual, se la reemplaza por una jerarquización, la actitud
epistemológica es partir del hombre para entender lo femenino.
En este punto los teóricos del género critican a Levi-Strauss en su tesis acerca de la
"circulación de las mujeres", pues ubica a éstas como objetos de intercambio entre los hombres.
Problemáticas conexas
El tema del poder ha sido revalorizado en el psicoanálisis vincular en los últimos años. 1.
Berenstein plantea que "es la vía regia de acceso al inconsciente vincular" e interpreta que a su
entender el objeto de estudio actual del psicoanálisis son las relaciones de poder, en lugar de la
sexualidad. Subordinando lo pulsional a los vínculos de poder, critica el punto de vista solipsista
y se acerca a la concepción nietzcheana.
A diferencia de los autores de este trabajo destaca el poder del bebé, del cual poco se dice, y
propone que "el pezón es el nombre del vínculo que posiciona a ambos y desde allí impone un
significado a uno y a otro".
En convergencia con las ideas de genealogía, señala que el poder se ejerce desde un
pensamiento por convicciones y disociado del sujeto que no lo reconoce como tal.
Por último en el campo social se infiere su pensamiento acerca de la tiranía, los opositores son
considerados ajenos y se puede representar el mal como aquello que suprime lo inasible del otro,
para convertirlo en semejante al Yo.
Respecto a la problemática de genero, eje de este trabajo, se discute si ambos poderes son
efecto de estructura o responden a una cuestión histórica.
En este punto los autores por un lado señalan que el poder y el deseo se desarrollan a través de
múltiples combinatorias cuyo devenir no está previsto a lo largo de la existencia humana.
Pero a su vez proponen una lucha de poderes en la constitución del Edipo:
"Todo aparato psíquico está sometido a un poder originario, o sea al dominio de lo femenino. Los
varones luego ejercerán en el mundo un poder de los orígenes que someterá a la mujer y ésta se
vengará inconscientemente en los hijos estableciéndose un círculo vicioso" planteo fuertemente
estructuralista. 
En relación a la clínica vincular es importante elaborar los aspectos ideológicos del analista,
especialmente si trabaja con parejas y familias.
Surgen interrogantes sobre ¿Qué es ser hombre, que es ser mujer?, de difícil abordaje. Nuestra
época -fin de la postmodernidad implica crisis de valores, nuevas formas de organización social,
relativización de lugares fijos y seguros para cada sexo.
Además la aceptación social de nuevos géneros sexuales como el travesti o el transexual, y las
parejas homosexuales que inclusive adoptan, impone ampliar el universo conceptual del
terapeuta respecto al punteo de los conflictos vinculares.
Para concluir la temática del poder es mucho más abarcativa y excede con creces el campo de
los géneros sexuales, como bien dice J. Puget es necesario adscribirlo a la cuestión de la
pertenencia, cuyo proceso atributivo tiene el poder de otorgar un lugar posible o el poder de fijar
lugares imposibles. 

Poliedro topológico
Poliedro topológico
Poliedro topológico
fuente(53) 
Generalización de la noción geométrica de poliedro. Consiste en un sistema formado por un
número finito de polígonos topológicos sujetos a ciertas condiciones, entre las cuales se tiene,
por ejemplo, que dos polígonos distintos no tienen puntos interiores comunes, que los lados de
los polígonos del sistema coinciden dos a dos, etc. 

Polígono topológico
Polígono topológico
Polígono topológico
fuente(54) 
Generalización de la noción geométrica de polígono. Consiste en tomar cierto número finito n 1
de puntos en una circunferencia. Los arcos así determinados serán los lados, y los puntos se
llamarán vértices del polígono. El polígono estará formado entonces, por el conjunto de lados y la
región interior a la circunferencia. 

Popescu Sibiu loan
(1901-1974) Psiquiatra y psicoanalista rumano
fuente(55) 
loan Popescu-Sibiu, médico militar, fue, junto con Constantin Viad, uno de los dos pioneros del
psicoanálisis en Rumania. En la Universidad de las¡, en 1927, presentó su tesis de medicina
sobre la doctrina freudiana. Reeditada hasta 1946, esa obra sirvió como fuente principal de
informacion a quienes querían iniciarse en el freudismo. Después de la Segunda Guerra Mundial,
Popescu-Sibiu criticó el pansexualismo freudiano, y se orientó hacia lo que se ha convenido en
denominar el neopsicoanálisis, pero participó con VIad en la creación de la Sociedad Rumana de
Psicopatología y Psicoterapia. 

Porto
Carrero Julio Pires (1887-1936). Psiquiatra y psicoanalista brasileño
Porto Carrero Julio Pires (1887-1936). Psiquiatra y psicoanalista brasileño
Porto Carrero Julio Pires
(1887-1936) Psiquiatra y psicoanalista brasileño
fuente(56) 
Nacido en Olinda, Porto-Carrero fue uno de los fundadores del psicoanálisis en Brasil. Con
Juliano Moreira, creó en 1927, en Río de Janeiro, una filial de la Sociedade Brasileira de
Psicanálise (SBP), fundada a su vez en San Pablo por Durval Marcondes. Psiquiatra de la marina
y criminólogo, en su primera obra, Ensaios de psicanálise, publicada en 1929, estudió las tesis
de Sigmund Freud y sus principales discípulos: Karl Abraharn, Wilhelm Stekel, Carl Gustav Jung,
Alfred Adler, y otros. Cuando Freud recibió la obra, le escribió: Sus hermosos Ensaios que me
han sido dedicados me llegaron justamente el 5 de mayo y fueron para mí el más feliz regalo de
cumpleaños. El doctor [Max] Eitingon de Berlín estaba de visita en mi casa, y yo he podido
mostrarle su carta: nos han alegrado las buenas noticias sobre nuestros jóvenes del grupo
brasileño, y nos ha impresionado la cantidad de temas que su libro toma en consideración."
Como todos los fundadores del freudismo brasileño, Porto-Carrero no fue analizado; se
consideraba públicamente un analista salvaje. Actuó en favor de una reforma de la justicia penal, 
llegando a reclamar que los jueces se sometieran a una cura a fin de sustraerse, en el ejercicio
de su función, a todo sentimiento de venganza. 

Porvenir de una ilusión (el)
Porvenir de una ilusión (el)
Porvenir de una ilusión (el)
fuente(57) 
Obra de Sigmund Freud publicada en 1927 con el título de Die Zukunft einer Illusion. Traducida
por primera vez al francés en 1932 por Marle Bonaparte, con el título de L’Avenir d'une illusion,
y en 1994 por Anne Balseinte, Jean-Gilbert Delarbre y Daniel Hartmann sin cambio de título.
Traducida por primera vez al inglés en 1928 por W. D. Robson-Scott, con el título de The Future
of an Illusion, retomado sin modificaciones por James Strachey en 1961.
La obra de Sigmund Freud El porvenir de una ilusión siguió a la publicación, en 1926, de .
Pueden los legos ejercer el análisis?, y precedió a la aparición, en 1930, de El malestar en la
cultura. En el núcleo de esta trilogía aparece una temática común, como lo demuestra una carta
del autor a Oskar Pfister, del 25 de noviembre de 1928. En ella Freud precisó que, al abordar el
tema del análisis profano, quería proteger al psicoanálisis de los médicos, mientras que en El
porvenir de una ilusión intentaba defenderlo de los sacerdotes.
El título del libro está tomado de la obra de teatro de Romain Rolland titulada Liluli, y a su vez
Rolland se apoyó en la obra de Freud para sostener su tesis de un "sentimiento oceánico", como
primera forma de necesidad de lo religioso en todo hombre. Después, en El malestar, Freud
discutió la validez de la posición de Rolland,
Con El porvenir volvió en todo caso al tema de la religión considerada en su dimensión de acto de
fe y creencia, perspectiva que ya había examinado en 1907 en el artículo "Acciones obsesivas y
prácticas religiosas", donde asimiló la religión a una neurosis obsesiva
Desde los primeros capítulos, Freud aborda un dominio mucho más amplio que el de la religión. En
efecto, trata de la oposición entre la naturaleza y la cultura, entendida como el conjunto de los
saberes y las técnicas adquiridos por el hombre para dominar las fuerzas naturales. Observa
que la cultura, casi siempre impuesta a la masa por una minoría esclarecida, para edificarse tiene
que emplazar un sistema de coacciones destinadas a favorecer la renuncia pulsional. Aunque
los hombres encuentren en la cultura una protección contra las fuerzas amenazantes y
destructoras de la naturaleza, no son por ello menos hostiles a las privaciones que aquélla les
impone, sobre todo en el ámbito de las relaciones humanas, y esto al punto de preguntarse a
veces si la cultura merece ser defendida.
Semejante situación, observa Freud, no es nueva: su modelo original se encuentra en la infancia.
La pareja de progenitores, en particular el padre, asume un rol protector, sin dejar de ser temible
por las interdicciones que enuncia. Además, lo mismo que el niño, el sujeto humano debe
encontrar el modo de precaverse contra ciertas fuerzas de la naturaleza que la cultura no puede
contener: en particular, la muerte. Para ello, trata de humanizar esas fuerzas terroríficas,
convertirlas en padres, y más aún en dioses, que deberán asegurarle un resarcimiento por los
sufrimientos padecidos como consecuencia de las coacciones culturales.
Se plantea entonces la cuestión del sentido de ese movimiento de deificación, del fundamento de 
esas ideas religiosas y las razones por las cuales son a tal punto apreciadas por los hombres.
La segunda parte del libro trata esos tres puntos, tomando la forma de un diálogo con un
interlocutor ficticio que no es otro que el pastor Pfister, psicoanalista y amigo de Freud. Esa
forma, de la que Freud dice que está destinada a evitarle los desacuerdos propios del monólogo,
una seguridad exagerada y el rechazo de toda objeción, parece en realidad haber constituido
para él un medio de manejar la susceptibilidad de Pfister.
Las ideas religiosas constituyen la realización de los anhelos más antiguos de la humanidad, en
primer lugar el de ser protegido de la omnipotencia de la naturaleza, sin tener que soportar las
limitaciones y las privaciones de la cultura. Pero ese resultado es imposible: sólo puede tratarse
de una ilusión. En ese tiempo, sumamente preocupado por la sensibilidad de Pfister, Freud
subraya que una ilusión no es un error, y que tampoco es asimilable a una idea delirante (la cual
se caracteriza por el hecho de estar en total contradicción a la realidad). La ilusión, precisa
Freud, no es necesariamente falsa; se caracteriza por el hecho de ser un producto de los
deseos humanos: que una joven de condición modesta sueñe con casarse con un príncipe es
algo que habla del deseo de esa joven sin ser totalmente falso, puesto que existe siempre una
posibilidad, aunque sea ínfima, de que el sueño se realice. La ilusión, para mantenerse, no tiene
necesidad de ser confirmada por lo real. Freud subraya que las doctrinas religiosas son todas
ilusiones", y que "es tan imposible refutarlas como demostrarlas".
Pero si el hombre tiene una necesidad tal de la religión para ilusionarse, la argumentación
freudiana, que denuncia el procedimiento, "¿no corre el riesgo de desestabilizarlo?" Ante esta
pregunta atribuida a su interlocutor imaginario, Freud se apresura a responder que los filósofos
de las Luces ya dijeron todo sobre el tema, y que el aporte de él consiste simplemente en añadir
una dimensión psicológica a esos argumentos.
Otra cuestión: esa empresa, ¿no corre el riesgo de perjudicar al psicoanálisis? La respuesta,
impregnada de positivismo, es elocuente. El psicoanálisis es un medio de investigación científica,
"un instrumento imparcial, semejante, por así decirlo, al cálculo infinitesimal". Por lo tanto, no es
responsable de lo que pone de manifiesto, así como no lo sería el cálculo infinitesimal si le
permitiera a un físico mostrar la aniquilación futura del planeta.
Con malicia, Freud señala que la lucha contra la ilusión religiosa debería precaverse de los
efectos negativos de la pedagogía contemporánea, la cual, por su preocupación de retardar el
desarrollo sexual y reforzar la influencia religiosa, contribuye a debilitar el pensamiento de
quienes se considera que debe formar.
Finalmente, puesto que la religión es comparable a una neurosis infantil, el psicoanalista,
concluye Freud, puede dar libre curso a su optimismo, suponiendo que, lo mismo que el niño, la
humanidad llegará a superar esa fase neurótica. 
Sin abandonar su humor, ni su admiración por Freud, Pfister le respondió en un artículo titulado
"La ilusión de un porvenir", aparecido en Imago en 1928. Allí explicó que la crítica freudiana
confundía la religión y la fe, y que la posición de Freud era en sí misma una ilusión.
Cincuenta años más tarde, el optimismo freudiano puede parecer liviano en comparación con la
renovación de las fuerzas religiosas a través del mundo. Pero, por el hecho mismo de este
retorno de la religiosidad, esta obra cuya debilidad subrayó el propio Freud, depresivo,
reprochándole a René Laforgue que sobrestimara su alcance, bien podría encontrar una nueva
actualidad, más allá de los límites positivistas y anticlericales en los cuales se la ha encerrado. 

Posición depresiva
Posición depresiva
Posición depresiva
Al.: depressive Einstellung.
Fr.: position dépressive.
Ing.: depressive position.
It.: posizione depressiva.
Por.: posição depressiva.
fuente(58) 
Según Melanie Klein: tipo de relaciones de objeto consecutivo a la posición paranoide; comienza
alrededor del cuarto mes y se supera progresivamente en el curso del primer año, aun cuando
pueda encontrarse también en el curso de toda la Infancia y reactivarse en el adulto,
especialmente en el duelo y en los estados depresivos.
Se caracteriza por los siguientes rasgos: el niño es, en lo sucesivo, capaz de aprehender a la
madre como objeto total; se atenúa la escisión entre objeto «bueno» y «malo», las pulsiones
libidinales y hostiles tienden a relacionarse con el mismo objeto; la angustia llamada depresiva se
refiere al peligro fantaseado de destruir y perder a la madre a consecuencia del sadismo del
sujeto; esta angustia es combatida mediante diversos modos de defensa (defensas maníacas o
defensas más adecuadas: repartición, inhibición de la agresividad) y se supera cuando el objeto
amado es introyectado en forma estable y aseguradora.
En cuanto a la elección del término «posición» por M. Klein, remitimos al lector a nuestro
comentario: Posición paranoide.
La teoría kleiniana ' de la posición depresiva se sitúa en la línea de los trabajos de Freud, Duelo Y
melancolía (Trauer und Melancholie, 1915), y de Abraham, Ensayo de una historia de la
evolución de la libido basada en el psicoanálisis de los trastornos psíquicos (Versuch einer
Entwick1ungsgeschichte der Libido auf Grund der Psychoanalyse seelischer Störungen), 1924,
I parte, titulada Los estados maníaco-depresivos y las fases pregenitales de organización de la
líbido (Die manisch-depressiven Zustände und die prägenitalen Organisationsstufen der
Libido). Estos autores han situado en primer plano, en la depresión melancólica, los conceptos
de pérdida del objeto amado y de introyección, y han buscado para explicarla puntos de fijación
en el desarrollo psicosexual (segunda fase oral según Abraham); por último, han subrayado el 
parentesco existente entre la depresión y procesos normales como el duelo.
La primera originalidad de la aportación kleiniana consiste, a este respecto, en describir una fase
del desarrollo infantil como mostrando una profunda analogía con el cuadro clínico de la
depresión.
El concepto de posición depresiva fue introducido por M. Klein en 1934 en Contribución a la
psicogénesis de los estados maníaco-depresivos (A Contribution to the psychogenesis of
Manic-Depressive States). Con anterioridad, Melanie Klein ya había llamado la atención acerca
de la frecuencia de los síntomas depresivos en el niño: «[...] en los niños se observa
regularmente la transición de la exuberancia al abatimiento, que es característico de los estados
depresivos». La exposición más sistemática que dio la autora de la posición depresiva se
encontrará en las Conclusiones teóricas relativas a la vida emocional en la primera infancia
(Some Theoretical Conclusions regarding the Emotional Life of the Infant, 1952).
La posición depresiva se instaura después de la posición paranoide, hacia la mitad del primer
año. Es correlativa de una serie de cambios que afectan, por una parte, al objeto y al yo, y, por
otra, a las pulsiones.
1) La persona total de la madre puede ser percibida, tomada como objeto pulsional e
introyectada. Los aspectos «bueno» y «malo» ya no se encuentran radicalmente repartidos
entre objetos separados por una escisión, sino que son referidos al mismo objeto. Asimismo se
reduce la separación entre el objeto fantasmático interno y el objeto externo.
2) Las pulsiones agresivas y libidinales se unen para dirigirse hacia un mismo objeto,
instaurándose así la ambivalencia en el pleno sentido de este término (véase: Ambivalencia): «El
amor y el odio se aproximan mucho entre sí, y el pecho "bueno" y "malo", la madre "buena" y
"mala" ya no pueden mantenerse tan ampliamente apartados unos de otros como en la fase
precedente».
Correlativamente con estas modificaciones, cambia el carácter de la angustia: en lo sucesivo se
referirá a la pérdida del objeto total interno o externo y encontrará su motivo en el sadismo
infantil; aunque éste sea ya, según Melanie Klein, menos intenso que en la fase precedente,
ofrece el peligro, en el mundo fantasmático del niño, de destruir, dañar, provocar el abandono. El
niño puede intentar responder a esta angustia mediante la defensa maníaca que utiliza, más o
menos modificados, los mecanismos de la fase paranoide (negación, idealización, escisión,
control omnipotente del objeto). Pero vence y supera efectivamente la angustia depresiva por los
dos procesos de la inhibición de la agresividad y de la reparación del objeto.
Añadamos que, mientras predomina la posición depresiva, la relación con la madre comienza a
no ser ya exclusiva, entrando el niño en lo que Melanie Klein ha llamado las fases precoces del 
Edipo: «[...] la libido y la angustia depresiva se desvían hasta cierto punto de la madre, y este
proceso de distribución estimula las relaciones de objeto al mismo tiempo que disminuye la
intensidad de los sentimientos depresivos». 

Posición depresiva / posición esquizo-paranoide
Posición depresiva / posición esquizo-paranoide
Posición depresiva / posición esquizo-paranoide 
Alemán: Depressive Einstellung / paranoide-schizoide Einstellung. 
Francés: Position djpressive-position paranoide-schizoide. 
Inglés: Depressive position-paranoid-schizoid position.
fuente(59) 
La noción de posición depresiva fue introducida por Melanie Klein en 1934 para designar una
modalidad de relación de objeto consecutiva a una posición persecutoria (o paranoide). Se
produce durante el cuarto mes de vida, es superada en el curso de la infancia y se reactiva en
la vida adulta durante el duelo o, de manera más grave, en los estados depresivos.
En 1942, Melanle Klein, en lugar de la noción de posición persecutoria, introdujo la de posición
esquizoparanoide, lo que, desde el punto de vista evolutivo, permite definir el pasaje de la
posición esquizoparanoide a la posición depresiva como el rasgo fundamental para todo sujeto
del pasaje desde un estado arcaico de psicosis a un funcionamiento normal.
Como Sigmund Freud y Donald Woods Winnicott, Melanie Klein suele construir sus conceptos
sobre la base de una oposición binaria. Éste es en particular el caso de las nociones de objeto
bueno y malo, envidia y gratitud y, finalmente, de las posiciones (depresiva por un lado,
esquizoparanoide por el otro, una introducida en 1934, y la otra ocho años más tarde).
Desde sus primeros trabajos, Melanie Klein recusó la palabra inglesa phase (estadio) para
privilegiar el vocablo "posición". En efecto, la palabra phase supone un inicio, un fin y una
interrupción definitiva del estado descrito, es decir, una duración precisa. La palabra posición,
por el contrario, indica que el estado (depresivo, paranoide, esquizoide) aparece en un momento
dado de la existencia del sujeto, en un estadio preciso del desarrollo, pero puede repetirse más
tarde, de manera estructural, en ciertas etapas de la vida. Además el término expresa la idea de
que el niño cambia de actitud o desplaza su posición en cuanto a la relación de objeto.
Después de haber comenzado a estudiar las relaciones arcaicas del niño con la madre, y de
haber desplazado la clínica freudiana hacia una interrogación sobre los orígenes de la psicosis,
Melanie Klein introdujo el concepto de posición depresiva al mismo tiempo que el de objeto (bueno
y malo), en el curso de una conferencia de 1934 titulada "Contribución a la psicogénesis de los
estados maníaco-depresivos". Ella misma acababa de atravesar un grave período de depresión,
consecutivo a la muerte accidental de su hijo Hans. Inspirándose en los trabajos de Freud (sobre
el duelo y la melancolía), y en los de Karl Abraham (sobre los estados maníacos y depresivos, y
sobre la depresión primaria), introdujo progresivamente en el campo del psicoanálisis el dominio
que la psiquiatría reservaba para la categoría de las enfermedades mentales. No sorprende
encontrar en esa pareja kleiniana (posición depresiva/posición esquizoparanoide) los tres 
adjetivos que remiten a los tres grandes componentes de la psicosis en el siglo XX: la
esquizofrenia (Eugen Bleuler), la paranoia (Emil Kraepelin/Freud), y la psicosis
maníaco-depresiva, heredera de la antigua melancolía.
El concepto de posición depresiva ilustra el hecho de que el desarrollo normal del niño presenta
una analogía con el cuadro clínico de la depresión. Sirve para introyectar en el yo un objeto
interno suficientemente bueno que permita superar el estado persecutorio (paranoide) propio de
la pérdida de la madre como objeto parcial. Si el niño no logra ver a la madre como un objeto total,
y tampoco en la modalidad de un clivaje entre el objeto bueno y el objeto malo, corre el riesgo de
evolucionar hacia la psicosis (paranoia o depresión). En caso contrario, supera ese estado de
destrucción del yo mediante la posición depresiva, que por lo tanto marca, para todo sujeto
tomado en una situación preedípica, un momento capital entre el proceso de fijación de la
neurosis y el de la psicosis.
En 1946, en una comunicación presentada a la British Psychoanalytical Society (BPS) con el
título de "Notas sobre algunos mecanismos esquizoides", Melanie Klein expuso el concepto de
identificación proyectiva, para describir un modo específico de proyección e identificación
consistente en introducir la propia persona en el objeto, a fin de hacerle daño. Al mismo tiempo,
transformó la noción de posición persecutoria en el concepto de posición esquizoparanoide.
Esta expresión había sido empleada en 1941 por Ronald Fairbairn, gran especialista inglés en el
tratamiento de la esquizofrenia, para describir el clivaje original del yo. Se trataba entonces de
ampliar la clínica psicoanalítica, pasando de una teoría del yo a una psicología del self. En 1942,
Melanie Klein le tomó estos términos a Fairbairn para poner de relieve la coexistencia, en la
posición esquizoparanoide, de un clivaje esquizofrénico y una angustia persecutoria, pero sobre
todo a fin de mostrar la coherencia interna de la construcción por el sujeto del conjunto de sus
relaciones de objeto. Melanie Klein precisaría su pensamiento en un artículo de 1952 titulado
"Algunas conclusiones teóricas acerca de la vida emocional de los bebés".
Con la conceptualización de las dos nociones se completaba el edificio de la teoría kleiniana de
las posiciones, que permite pensar la organización subjetiva, no ya en términos de estadios, más
o menos biológicos, sino según un sistema en el que el mundo fantasmático del yo, del self, del
objeto, de la proyección, de la identificación y de la introyección está organizado como
estructura coherente y distinta del mundo de la realidad objetiva. En este sentido, el pensamiento
kleiniano se parece al pensamiento lacaniano, en la medida en que ambos, a diferencia del
sistema freudiano, le acuerdan un lugar preponderante a la construcción de lo imaginario y al
lugar de la locura en el núcleo de la realidad subjetiva. 

Posición paranoide
Posición paranoide
Posición paranoide
Al.: paranoide Einstellung.
Fr.: position paranöide.
Ing.: paranoid position.
It.: posizione paranoide.
Por.: posição paranóide. 

fuente(60) 
Según Melanie Klein, modalidad de las relaciones de objeto específica de los cuatro primeros
meses de la existencia, pero que puede volver a encontrarse durante la Infancia y, en el adulto,
especialmente en los estados paranoico y esquizofrénico.
Se caracteriza por los siguientes rasgos: las pulsiones agresivas coexisten desde un principio
con las pulsiones libidinales y son singularmente intensas; el objeto es parcial (principalmente el
pecho materno) y se halla escindido en dos, el objeto «bueno» y el «malo»; los procesos
psíquicos que predominan son la Introyección y la proyección; la angustia, intensa, es de
naturaleza persecutoria (destrucción por el objeto «malo»).
Comencemos por efectuar algunas observaciones terminológicas: el adjetivo paranoide se
reserva, dentro de la terminología psiquiátrica debida a Kraepelin, para designar una forma de
esquizofrenia, delirante como la paranoia, pero que difiere de ésta principalmente por la
disociación. De todos modos, en el idioma inglés, la distinción entre los adjetivos paranoid y
paranoiac es menos neta, pudiendo cada uno de ellos referirse a la paranoia o a la
esquizofrenia paranoide.
Para M. Klein, aunque no discute la distinción nosográfica entre paranoia y esquizofrenia
paranoide, este último adjetivo designa el aspecto persecutorio del delirio que se observa en las
dos afecciones; en un principio habló Melanie Klein también de fase persecutoria (persecutory
phase). Señalemos, finalmente, que en sus últimos escritos adopta la expresión posición
esquizoparanoide (paranoid-schizoid position), en la cual el segundo calificativo destaca el
carácter persecutorio de la ansiedad, y el primero indica el carácter esquizoide de los
mecanismos que intervienen.
En cuanto al término «posición» M. Klein dice preferirlo al de fase: «[...] estos conjuntos de
ansiedades y defensas, aunque aparecen inicial mente durante las fases más precoces, no se
limitan a este período, si no que resurgen durante los primeros años de la infancia y
ulteriormente bajo determinadas condiciones».
M. Klein establece desde el principio de su obra la existencia de temores persecutorios
fantasmáticos, hallados en el análisis de los niños, especialmente los niños psicóticos. Sólo más
tarde habla de un «estado paranoide rudimentario», que considera como una etapa precoz del
desarrollo; lo sitúa entonces en la primera fase anal de Abraham; ulteriormente lo considera
como el primer tipo de relación de objeto en la fase oral y lo designa con el nombre de posición
paranoide. La descripción más sistemática de ésta, dada por la autora, se encuentra en
Conclusiones teóricas relativas a la vida emocional en la primera infancia (Some Theoretical
Conclusions regarding the Emotional Life of the Infant, 1952). 
Esquemáticamente la posición esquizo-paranoide puede definirse así:
1) desde el punto de vista pulsional, la libido y la agresividad (pulsiones sádico-orales: devorar,
desgarrar) se hallan desde un principio presentes y unidos; en este sentido, para M. Klein existe
ambivalencia desde la primera fase oral de succión. Las emociones ligadas a la vida pulsional
son intensas (voracidad, angustia, etc.);
2) el objeto es un objeto parcial, siendo el prototipo el pecho materno;
3) este objeto parcial se encuentra escindido desde un principio en objeto «bueno» y «malo», y
no sólo en la medida en que el pecho materno gratifica o frustra, sino sobre todo en la medida en
que el niño proyecta sobre él su amor o su odio;
4) el objeto bueno y el objeto malo que resultan de la escisión (splitting) adquieren una
autonomía relativa entre sí y ambos se hallan sometidos a los procesos de introyección y de
proyección;
5) el objeto bueno es «idealizado»: es capaz de procurar «una gratificación ¡limitada, inmediata,
sin fin». Su introyección protege al niño contra la ansiedad persecutoria (reaseguramiento). El
objeto malo es un perseguidor terrible; su introyección hace correr al niño peligros internos de
destrucción;
6) el yo «muy poco integrado» tiene una capacidad limitada de tolerar la angustia. Utiliza como
modos de defensa, aparte de la escisión y la idealización, la negación (denial), que tiende a
rehusar toda realidad al objeto persecutorio, y el control omnipotente del objeto;
7) «estos primeros objetos introyectados constituyen el núcleo del superyó» (véase: Superyó).
Subrayemos, por último, que, en la perspectiva kleiniana, todo individuo pasa normalmente por
fases en las que predominan ansiedades y mecanismos psicóticos: posición paranoide, más
tarde posición depresiva. La superación de la posición paranoide depende especialmente de la
fuerza relativa de las pulsiones libidinales con respecto a las pulsiones agresivas. 

Posterioridad
Alemán: Nachträglichkeit, Nachträglich. 
Francés: Aprés-coup. 
Inglés: Deffiered action, Deffered.
fuente(61) 
Palabra introducida por Sigmund Freud en 1896 para designar un proceso de reorganización o
reinscripción mediante el cual los acontecimientos traumáticos sólo toman significación para un 
sujeto en una posterioridad, es decir, en un contexto histórico y subjetivo posterior, que les da
una significación nueva.
Este término resume el conjunto de la concepción freudiana de la temporalidad, según la cual un
sujeto constituye su pasado reconstruyéndolo en función de un futuro o de un proyecto.
En la historia del freudismo, ha sido Jacques Lacan quien dio su mayor extensión a este término,
en 1953, en el marco de su teoría del significante y de una concepción de la cura basada en "el
tiempo para comprender". 

Posterioridad, posteriormente, con posterioridad
Posterioridad, posteriormente, con posterioridad
Posterioridad, posteriormente, con posterioridad
Al.: Nachträglichkeit (subst.), nachträglich (adj. y adv.).
Fr.: après-coup (subs. m., adj. y adv.).
Ing.: deffered action, deffered (adj.).
It.: posteriore (adj.), posteriormente (adv.).
Por.: posterioridade, posterior, posteriormente.
fuente(62) 
Palabra utilizada frecuentemente por Freud en relación con su concepción de la temporalidad y
de la causalidad psíquicas: experiencias, impresiones y huellas mnémicas son modificadas
ulteriormente en función de nuevas experiencias o del acceso a un nuevo grado de desarrollo.
Entonces pueden adquirir, a la par que un nuevo sentido, una eficacia psíquica.
La palabra nachträglich es de uso corriente en Freud, quien con frecuencia la subraya. También
se encuentra muy a menudo la forma substantiva Nachträglichkeit, lo que viene a demostrar
que, para Freud, esta noción de «posterioridad» forma parte de su aparato conceptual, aun
cuando no la definiera ni diera de ella una teoría de conjunto. A J. Lacan corresponde el mérito
de haber llamado la atención sobre la importancia de este término. Se observará que las
traducciones de Freud, al no utilizar un equivalente único, no permiten darse cuenta de su
frecuente utilización.
No intentamos proponer aquí una teoría de la posterioridad, sino sólo subrayar brevemente el
sentido y el interés que presenta la concepción freudiana de la temporalidad y la causalidad
psíquicas.
1.° Ante todo este concepto impide una interpretación sumaria que reduciría la concepción
psicoanalítica de la historia del sujeto a un determinismo lineal que tendría en cuenta, únicamente,
la acción del pasado sobre el presente. Se suele reprochar al psicoanálisis el reducir el conjunto
de las acciones y deseos humanos al pasado infantil; esta tendencia se habría ido agravando
con la evolución del psicoanálisis; los analistas se remontarían cada vez más lejos: para ellos, 
todo el destino del hombre estaría decidido desde los primeros meses de la vida, o incluso ya en
la vida intrauterina...
Ahora bien, desde un principio Freud señaló que el individuo modifica con posterioridad los
acontecimientos pasados, y que es esta modificación la que les confiere un sentido e incluso
una eficacia o un poder patógeno. El 6-XII-1896 escribió a W. Fliess: «[...] trabajo sobre la
hipótesis de que nuestro mecanismo psíquico se establece por estratificación: los materiales
existentes en forma de huellas mnémicas experimentan de vez en cuando, en función de nuevas
condiciones, una reorganización, una reinscripción».
2.° Tal idea podría conducir a pensar que todos los fenómenos que se encuentran en
psicoanálisis se sitúan bajo el signo de la retroactividad, o incluso de la ilusión retroactiva. Así,
Jung, habla de fantasmas retroactivos (Zurückphantasieren): según él, el adulto reinterpreta su
pasado en sus fantasmas, que constituyen otras tantas expresiones simbólicas de sus
problemas actuales. En esta concepción, la reinterpretación constituye para el individuo un medio
de huir de las «exigencias de la realidad» presente, refugiándose en un pasado imaginario.
Desde otra perspectiva, el concepto de posterioridad podría evocar también una concepción de
la temporalidad que ha sido puesta de relieve por la filosofía y recogida por las diversas
tendencias del psicoanálisis existencial: la conciencia constituye su pasado y modifica
constantemente el sentido de éste, en función de su «proyecto».
La concepción freudiana de la posterioridad aparece mucho más precisa. A nuestro modo de
ver, lo que la define podría agruparse del siguiente modo:
1.° Lo que se elabora retroactivamente no es lo vivido en general, sino electivamente lo que, en
el momento de ser vivido, no pudo integrarse plenamente en un contexto significativo. El prototipo
de ello lo constituye el acontecimiento traumático.
2.° La modificación con posterioridad viene desencadenada por la aparición de acontecimientos
y situaciones, o por una maduración orgánica, que permiten al sujeto alcanzar un nuevo tipo de
significaciones y reelaborar sus experiencias anteriores.
3.° La evolución de la sexualidad favorece notablemente, por los desfasamientos temporales que
implica en el ser humano, el fenómeno de la posterioridad.
Estos puntos de vista quedan ilustrados por numerosos textos en los que Freud utiliza la palabra
nachträglich. Singularmente demostrativos son, a nuestro juicio, dos de estos textos.
En el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologie, 1895), estudiando la 
represión histérica, Freud se pregunta por qué la represión afecta en forma electiva a la
sexualidad. Basándose en un ejemplo, muestra cómo la represión supone dos acontecimientos
claramente separados en la serie temporal. El primero en el tiempo está constituido por una
escena sexual (seducción por un adulto), pero que entonces no tiene para el niño una
significación sexual. El segundo presenta algunas analogías, que pueden ser superficiales, con
el primero; pero esta vez, por haberse presentado entre tanto la pubertad, ya es posible la
emoción sexual, emoción que el sujeto atribuirá conscientemente a este segundo acontecimiento,
mientras que en realidad es provocada por el recuerdo del primero. El yo no puede utilizar aquí
sus defensas normales (por ejemplo, evitación por medio de la atención) contra este afecto
sexual displacentero: «La atención se dirige hacia las percepciones, por ser éstas las que
habitualmente dan lugar a una liberación de displacer. Pero aquí es una huella mnémica y no una
percepción la que, de forma imprevista, libera displacer, y el yo se da cuenta de ello demasiado
tarde». El yo utiliza entonces la represión, modo de «defensa patológica», en el que actúa según
el proceso primario.
Vemos, pues, que la represión halla aquí su condición general en el «retardo de la pubertad» que
caracteriza, según Freud, la sexualidad humana: «Todo adolescente guarda huellas mnémicas
que sólo pueden ser comprendidas por él al aparecer las sensaciones propiamente sexuales».
«La aparición tardía de la pubertad posibilita procesos primarios póstumos».
Desde este punto de vista, únicamente la segunda escena confiere a la primera su valor
patógeno: «Se reprime un recuerdo que sólo posteriormente se volvió traumatizante». El
concepto de posterioridad va también íntimamente ligado a la primera elaboración freudiana de la
noción de defensa: la teoría de la seducción.
Podría objetarse que el descubrimiento de la sexualidad infantil, efectuado algún tiempo después
por Freud, quita todo valor a esta concepción. La mejor respuesta a tal objeción se hallaría en
Historia de una neurosis infantil, donde se invoca constantemente el mismo proceso de la
posterioridad aunque desplazado a los primeros años de la infancia. Se encuentra en el núcleo
del análisis que Freud da del sueño patógeno en sus relaciones con la escena originaria: el
paciente no comprendió el coito «[...] hasta la época del sueño, a los 4 años, y no en la época en
que lo observó. A la edad de un año y medio recogió las impresiones que posteriormente, en la
época del sueño, pudo comprender, gracias a su desarrollo, a su excitación sexual y a su
curiosidad sexual». El sueño, en la historia de esta neurosis infantil, es, como muestra Freud, el
factor desencadenante de la fobia: «[...] el sueño confiere a la observación del coito una eficacia
con posterioridad».
En 1917 Freud añadió dos extensas discusiones a la observación de Historia de una neurosis
infantil, en las que muestra la conmoción que le produjo la tesis de Jung sobre el fantasma
retroactivo. Admite que, siendo la escena originaria, en el análisis, el resultado de una
reconstrucción, aquélla podría muy bien haber sido construida por el propio sujeto, si bien insiste
en que la percepción debió proporcionar por lo menos indicios, aunque sólo fuera una cópula 
entre canes... Pero, sobre todo, en el mismo momento en que parece transigir en cuanto al apoyo
que puede proporcionar una base de realidad (que se muestra tan frágil a la investigación),
introduce un concepto nuevo, el de las fantasías originarias, es decir, un más acá, una
estructura que fundamenta en último término la fantasía, trascendiendo tanto lo vivido individual
como lo imaginado (véase: Fantasías originarias).
Los textos comentados muestran que la concepción freudiana del Nachträglich no puede
reducirse al concepto de «acción diferida», si se entiende por ésta un intervalo temporal
variable, debido a un efecto de sumación, entre las excitaciones y la respuesta. La traducción,
adoptada en ocasiones en la Standard Edition, de deferred action, podría autorizar una tal
interpretación. Los editores de la S. E. se basan en un pasaje de los Estudios sobre la histeria
(Studien über Hysterie, 1895), en el cual, refiriéndose a la llamada histeria de retención, Freud
habla de «la eliminación con posterioridad de los traumas acumulados» durante un cierto período.
Aquí la noción de posterioridad podría interpretarse, en un primer análisis, como una descarga
retardada, pero se observará que, para Freud, se trata de una verdadera elaboración, de un
«trabajo de memoria», que no consiste en la simple descarga de una tensión acumulada, sino en
un complicado conjunto de operaciones psicológicas: «Ella [la enferma] vuelve a recorrer
diariamente cada una de sus expresiones, llora sobre ellas, se consuela de ellas, podríamos
decir a satisfacción [...]». A nuestro modo de ver, resulta preferible explicar el concepto de
abreacción por el de posterioridad, que reducir la noción de posterioridad a una teoría
estrictamente económica de la abreacción. 

Potencialidad en los vínculos
Potencialidad en los vínculos
Potencialidad en los vínculos
fuente(63) 
Definición
Es aquello que aguarda disponible a entrar en juego conforme a ciertas combinatorias posibles
inherentes a los vínculos. Es en ellos donde siempre , en tanto constituyentes de la subjetividad,
la potencialidad anida. El pasaje de la potencialidad a su manifestación en el sujeto y/o en el
funcionamiento vincular se producirá por "efecto de encuentro" en el espacio de la realidad.
Origen e historia del término
El concepto de potencialidad pertenece al corpus teórico de Piera Aulagnier, quien apoya en él
su Psicopatología, ligándolo finalmente al proceso identificatorio. Lo define así: "El concepto de
potencialidad engloba los 'posibles' del funcionamiento del yo y de sus posiciones identificatorias
una vez terminada la infancia". 
Ya en La violencia de la interpretación (1975), este concepto resulta la piedra angular de su
teoría de la psicosis, lo define en términos de enquistamiento de un pensamiento delirante
primario, producto de la relación entre el Yo y el portavoz -el que impone la violencia primaria y
que en su exceso va a ser creador de un "sin sentido".
En Los destinos del placer (1979), aunque lo retorna en los mismos términos pone peso en el
conflicto identificante/identificación, abriendo la vía de la alienación, como resultante del proceso.
En 1983, en un Seminario, incluye la exigencia del Yo de una construcción coherente que
requiere de re-exámenes de conjunto y reconstrucción permanente.
En El aprendiz de historiador y el maestro-brujo (1984) encara la cuestión desde el concepto de
efecto de encuentro, incluyendo entonces, la problemática de la realidad. Esta noción resulta
capital, se trata del encuentro entre lo interno y lo externo, en el que todo se define en función
de un pluralidad de factores y una pluralidad de respuestas. Nunca hay causalidad lineal, ni
término a término. En el particular pasaje de infans a niño, es donde surgirán la totalidad de
respuestas posibles que el Yo puede movilizar ante cualquier situación de la realidad que resulte
una prueba psíquica que pone en peligro su funcionamiento.
En este texto se amplía el concepto de potencialidad, definiendo la potencialidad polimorfa como
aquella capaz de producir cuadros ligados a la perversión, a ciertas formas de somatización, a
algunas formas adictivas y a la relación pasional o alienante y la potencialidad neurótica.
Respecto de efecto de encuentro dice: "A partir de cierto punto de su trayecto, las
'informaciones' que los otros y la realidad envían a un yo que se ha vuelto capaz de
decodificarlas, ya no le permiten, aunque lo quisiera, seguir creyendo en la unicidad de un
identificado. Encuentra unos identificados de él, de los otros, de la realidad, diferentes, móviles".
A esas nuevas miradas, tendrá el Yo, que ser capaz de incluirlas como piezas en el
rompecabezas identificatorio, ya que aunque conoce las formas más aptas para auxiliarse en su
relación con el ello, no es lo mismo imaginable para aquellos compromisos que devengan de
'encuentros' que no puede preconocer . El paso del estado potencial de un conflicto
identificatorio al estado manifiesto puede ser el efecto de un encuentro que sobrevenga mucho
después de la infancia: encuentro entre el sujeto y el otro, al que se atribuye el mismo poder que,
en la infancia, poseyeron los representantes, en la escena de la realidad, de una instancia no
interiorizada". 
Si bien el término potencialidad, fue utilizado con particularidad psicoanalítica por Piera Aulagnier,
tal lo expuesto en el texto que antecede, el concepto encuentra sus raíces en los desarrollos
freudianos, particularmente, en serie complementaria. Laplanche y Pontalis la definen: "Término
utilizado por Freud para explicar la etiología de la neurosis y superar la alternativa que obligaría a
elegir entre factores exógenos o endógenos: estos factores son, en realidad, complementarios,
pudiendo cada uno de ellos ser tanto más débil cuanto más fuerte es el otro, de tal forma que el 
conjunto de los casos puede ser ordenado dentro de una escala en la que los dos tipos de
factores varían en sentido inverso; sólo en los dos extremos de la serie se encontraría un solo
factor".
En Lecciones de introducción al psicoanálisis (1916-1917) afirma la cuestión con máxima
claridad, representándola en el siguiente esquema:

Causación de la neurosis =             Disposición por fijación 
de la libido +
Sucesos accidentales
(traumáticos)

      Constitución sexual
      (sucesos prehistóricos)             Sucesos infantiles
La disposición a enfermar así como el peso relativo de cada uno de los elementos de la serie que
la constituyen, sólo puede ser aquilatada en la singularidad de cada historia y agrega: "Además,
siempre podríamos arriesgarnos a considerar la constitución misma como la cristalización de las
influencias accidentales recaída sobre la serie infinita de nuestros antepasados"
Si bien ambas teorías apuntan a explicar el origen del enfermar y su relación con una disposición
o potencialidad preexistente, son diferentes aquellas condiciones necesarias para el
desencadenamiento de una patología. Freud, define al trauma sobre todo en términos
económicos, caracterizándolo por una flujo excesivo de excitaciones, en relación con la
tolerancia del sujeto y su capacidad de controlar y elaborar psíquicamente dichas excitaciones.
Los sucesos traumáticos pueden por tanto, adquirir categoría de 'factor desencadenante' de la
enfermedad, siempre en el terreno de lo intrasubjetivo. Para Piera Aulagnier, todo encuentro
supone una vivencia intrínsecamente traumática por las exigencias que le plantea al Yo, pero, a
su vez, categoriza de modo prevalente, al otro y a la realidad.
Desarrollo de la perspectiva vincular
El término, fue utilizado en 1991 por Ber1fein, Elena; Lamovsky, Claudia; Lamovsky, Liliana;
Matus, Susana y Moscona, Sara como intento de articular el concepto de potencialidad que
describe Piera Aulagnier con el Psicoanálisis de Configuraciones vinculares.
Apoyadas en la metáfora freudiana 'las líneas de fractura predeterminadas en la estructura del 
cristal' reencuentran iguales líneas de fractura en la tramas vinculares, "marcas que a modo de
huellas imborrables circulan desbordando los límites de la singularidad y atrapan en el
mecanismo repetitivo a los lazos intersubjetivos en su constitución misma, y al efecto
constituyente que de ellos se deriva". Privilegian en su conceptualización el efecto del discurso
identificante que se ofrece y que circula en la urdimbre relacional, sobre las condiciones de
subjetividad. De este modo necesariamente, la potencialidad encuentra un lugar en los vínculos,
sobre todo en la configuración familiar regida por las relaciones de parentesco. Desde esta
perspectiva vincular, los conceptos de pasado y presente, azar y determinación, trama familiar y
posición subjetiva, estructura latente y puesta en acto, requieren articulación teórica y clínica.
Otro modo de pensar el concepto, desde el punto de vista vincular, parte del siguiente
presupuesto teórico: Si la constitución de alguna potencialidad es condición de estructura en el
psiquismo de todo sujeto; decir "la potencialidad en los vínculos" es referirse al despliegue
singular y posible de la mencionada potencialidad en los encuentros entre sujetos, aplicable de
modo más preciso al vínculo conyugal.
Este presupuesto se sostiene en la definición de potencialidad del Diccionario Sopena - Tomo 4.
a, filosof. Estado de disposición o capacidad para producir un efecto / Capacidad de la potencia
independiente del acto. y b, En el concepto de estructura relacional contenido en los desarrollos
teóricos del zócalo inconsciente de la pareja
En uno de sus primeros escritos sobre el tema, Puget, J. enumera la diversidad de proyectos
identificatorios que intervienen en la constitución de un vínculo estable: uno derivado de la línea
individual y edípica, otro derivado del proyecto de la pareja parental y por último 'el que emerge y
es propio de la relación diádica matrimonial que da cuenta de la particular alquimia de la
interacción'. La potencialidad o disposición se pondrá en juego, entonces, en la particular
combinatoria del encuentro amoroso. A su vez, el vínculo mismo -su producto- establecerá
nuevas marcas identificatorias, Para este modelo es posible sistematizar varias combinatorias
cubriendo un espectro amplio que va de lo más regresivo a lo más diferenciado. El vínculo
conyugal es una estructura estable pero no inmutable, las condiciones posibles de
transformación y acomodación, liberarán la disposición a otras identificaciones y elecciones.
Desde este punto de vista, la potencialidad, resultado del proceso identificatorio que se arma en
el pasaje de infans a niño, se pone en juego como efecto de encuentro, es una consecuencia
del mismo y requerirá de pactos y acuerdos para convertirse en una estructura estable y
profunda.
La observación clínica nos permite postular la existencia de una potencialidad de los vínculos.
Esta idea resulta subsidiaria de la gama de posibilidades combinatorias que construyen la
conyugalidad, siendo la 'modalidad vincular' su resultante. Los vínculos son 'capaces de' de
anidar potencialidades eróticas o potencialidades tanáticas. Su emergencia dependerá no sólo
de lo estructural y fundante, sino también, de las vicisitudes que al vínculo mismo le toque
transitar. 
Esta perspectiva, define los caminos de la técnica, ya que en la primera de las posibilidades la
tarea del psicoanalista se centrará en develar, mientras que en la potencialidad tanática habrá
que generar trama vincular.
Problemáticas conexas
La Filosofía también se ha ocupado de la problemática de la potencialidad, concepto enraizado
en las dos grandes matrices del pensamiento: el sustancialismo y el estructuralismo.
Para el sustancialismo todo lo que ocurre es despliegue o combinatoria de lo que está contenido
en la sustancia, contenido en el ser en calidad de 'poder ser'. Ya para Aristóteles el 'ser' se dice
de dos maneras: en potencia y en acto. Siempre es en potencia ya que si no está en potencia,
jamás será acto.
El estructuralismo, se diferencia del concepto de esencia, para ella hay lugares que proyectan
sobre los términos que ocupan esos lugares las propiedades de los mismos. La historia, es para
esta vertiente, la diacronía propia de las mutaciones internas de un conjunto organizado por
algunas invariantes. Sin embargo, esa diacronía, también despliega términos que están
contenidos como potencialidades en las mencionadas invariantes. En síntesis, la lógica de ambas
corrientes filosóficas, es la lógica del 'despliegue', aunque se trate de un despliegue de la
diversidad.
La Teoría Psicoanalítica vincular tiene en su origen apoyatura en el estructuralismo, que en su
Antropología da cuenta de las 'relaciones de parentesco': "Reconocemos una tendencia del ser
humano a organizar su vida vincular en estructuras que van de menor a mayor complejidad". Por
tanto, la estructura a desplegar, así como la repetición -en su doble vertiente de 'otra vez' y 'de
nuevo'-, le dan a la potencialidad un lugar prevalente en el desarrollo teórico. Se trata de la
producción de lo 'fenoménicamente nuevo'.
Nuevos pensadores - Badiou, Deleuze, Castoriadis - han incluido la cuestión de lo 'radicalmente
nuevo' en el análisis de situaciones. Se trata del acontecimiento, sus posibilidades de inscripción
y su irrupción respecto del orden simbólico. El acontecimiento depende siempre de una
'interpretación', no es un dato a recoger como un conocimiento, es una interpretación en la
situación' que la categoriza como tal. Una cualidad nueva empieza a intervenir.
"El acontecimiento no es una cualidad nueva que habla por sí misma, sino un desborde de una
situación que espera que se la nombre". 
Para poder incluir el concepto de acontecimiento dentro del Psicoanálisis de las Configuraciones
vinculares es necesario una transformación en la metapsicología de los vínculos. Supone la
existencia de un aparato mental en situación de extraterritorialidad, capaz de generar un espacio
para la inscripción de lo radicalmente nuevo, que irrumpe sin antecedentes en él, y es fundador
de una nueva serialidad. 

Prados Miguel 
(1894-1969) Psiquiatra y psicoanalista canadiense
fuente(64) 
Nacido en Málaga, España, Miguel Prados fue discípulo de Emil Kraepelin antes de incorporarse,
en 1937, al servicio de transfusión de sangre del ejército republicano.
Después de la victoria del franquismo tomó el camino del exilio y se instaló en Londres con su
mujer y sus dos hijos; allí permaneció hasta 1944. Después se radicó en Montreal y llegó a ser
profesor en la Universidad McGill. En 1946 fundó el Círculo Psicoanalítico de Montreal, primera
institución freudiana de Canadá, que a lo largo de los años se enriquecería con varios
profesionales formados en el extranjero. Seis años más tarde, después de ser elegido miembro
de la British Psychoanalytical Society (BPS), Prados creó la Sociedad de Psicoanalistas
Canadienses, que sucedía al Círculo de Montreal. En 1953 esa sociedad tomó el nombre francés
de Société canadienne de psychanalyse, e inglés de Canadian Psychoanalytic Society
(SCP/CPS). En el Congreso de París de julio de 1957 fue reconocida como sociedad componente
de la International Psychoanalytical Association (IPA).
Después de haber desempeñado un papel pionero en la fundación del movimiento psicoanalítico
canadiense, Miguel Prados volvió a España en 1960, pero retornó a Montreal para hacerse
atender de un cáncer, del que murió a los 74 años. 

Preconciente
fuente(65) 
El término Vorbewusst (preconsciente) era de empleo relativamente común en la psicología
alemana anterior a Freud; se lo utilizaba para designar un contenido o proceso psíquico cuyas
características internas no son diferentes de las que se le reconocen al estado consciente, y sin
embargo, no son efectivamente dadas para el sujeto. Hartmann (cuya Filosofía del inconsciente
domina la segunda mitad del siglo XIX) le consagra desarrollos sustanciales en su Psicología
moderna, de 1901, sobre todo con referencia a J. H. Ficlite (Zur Seelenfrage, 1869): «A la
conciencia en acto -escribe Fichte- debe subyacer una conciencia en estado de simple
potencialidad, es decir, un estado intermedio del espíritu, en el cual éste, aún no consciente, ya
lleva sin embargo en sí, objetivamente, el carácter específico de la inteligencia. Es a partir de las
condiciones de esta existencia preconsciente como la conciencia efectiva puede surgir y
desarrollarse gradualmente».
Sobre el fondo de ese primer cañamazo, la elaboración psicoanalítica del concepto de
preconsciente se realizó en dos tiempos: el primero, del que da testimonio la carta a Fliess de
1896, asocia los puntos de vista genético y estructural, como respuesta a las necesidades de la
clínica, en el marco de una teoría general de la inscripción estratificada de las huellas mnémicas;
el segundo, formulado al término de la carrera de Freud en el fragmento (de publicación
póstuma) del Esquema del psicoanálisis (1938), retorna el problema de inconsciente desde un 
punto de vista energético.
«Parto de la hipótesis -le escribía Freud a Fliess el 6 de diciembre de 1896- de que nuestro
mecanismo psíquico se ha establecido por un proceso de estratificación. Los materiales
presentes en forma de huellas mnémicas sufren cada tanto una reorganización en un nuevo
orden (Umordnung), en una nueva escritura (Umschrift).»
Después de la percepción y el inconsciente, el preconsciente es «el tercer reordenamiento
escritural, ligado a las representaciones verbales, que corresponde a nuestro yo oficial (die
dritte Umschrift, an Wortvorstellungen gebunden, unserem offizielle Ich entsprechend)». En un
pasaje posterior de la misma carta, Freud muestra que el recurso a la noción de preconsciente
tiene fundamentalmente que ver con la concepción genética de las neurosis y la perversión; se
precisan más la «ligazón» con las representaciones verbales y la «correspondencia» con el yo
oficial.
Más tarde, la correspondencia de Freud introduce las precisiones siguientes: represión entre el
preconsciente y el inconsciente (25 de mayo de 1897), «defensa que emana del preconsciente
(el yo), insinuándose en el inconsciente y transformando en multilocular la defensa» (31 de mayo
de 1897).
Tres años después, lo que propiamente hay que atribuir a La interpretación de los sueños es
que haya constituido el preconsciente en «sisterna» (versión de la «instancia», producido a los
fines de una representación intuitiva).
«Llamaremos preconsciente al último de los sistemas previos al extremo motor, para indicar que
desde allí los fenómenos de excitación pueden llegar a la conciencia sin otra demora, siempre y
cuando se cumplan ciertas condiciones, por ejemplo un cierto grado de intensidad, una cierta
distribución de la función que llamamos atención. Al mismo tiempo, es el sistema que contiene la
llave de acceso a la motilidad voluntaria.»
«Le daremos el nombre de inconsciente al sistema ubicado más atrás; éste no podría comunicar
con la conciencia sino pasando por el preconsciente, y en el transcurso de ese pasaje el
proceso de excitación deberá plegarse a ciertas modificaciones. »
Freud plantea entonces una pregunta: «¿En cuál de estos sistemas podemos situar el impulso a
formar el sueño? Respuesta: digamos para simplificar, que en el sistema inconsciente. Veremos
más adelante que esto no es totalmente exacto, que la formación del sueño tiene que ligarse a
pensamientos del sueño que pertenecen al sistema del preconsciente. Pero por otra parte
veremos, al tratar del deseo del sueño, que la fuerza pulsional de este último es provista por el
inconsciente y, a causa de ese elemento, admitimos que es el sistema inconsciente el punto de
partida de la formación del sueño. Desde allí, como en todos los otros hechos de pensamiento, la
excitación tenderá a propagarse al preconsciente y a pasar por medio de éste a la conciencia». 
A continuación se evoca el contenido del preconsciente, lo mismo que sus relaciones con el
inconsciente: «Problemas no resueltos, preocupaciones muy penosas, una superabundancia de
impresiones prolongan la actividad del pensamiento que continúa durante el sueño de la manera
siguiente: 1) lo que durante el día quedó sin terminar a causa de un obstáculo fortuito; 2) lo que
quedó sin resolver como consecuencia de nuestra fatiga psíquica; 3) lo que durante el día es
rechazado y reprimido; 4) lo que el trabajo del preconsciente ha suscitado durante el día en
nuestro inconsciente (grupo particularmente importante); 5) las impresiones del día no liquidadas
porque son indiferentes».
Pero en el análisis iba a prevalecer la consideración dinámica de las «intensidades» de esos
restos diurnos: «No puedo indicar aquí qué modificaciones exactas provoca el dormir en el
sistema preconsciente, pero está fuera de duda que la característica psicológica del dormir debe
buscarse esencialmente en los cambios de investidura de ese sistema, que gobierna también el
acceso a la motilidad paralizada en dicho estado. En cambio, no conozco nada en la psicología
del sueño que pueda llevarnos a creer que el dormir ejerce sobre la naturaleza del sistema
inconsciente una influencia que no sea secundaria. La excitación nocturna desarrollada en el
preconsciente no encuentra otro camino que el seguido por las excitaciones optativas
(Wunschregungen) provenientes del inconsciente; tiene que buscar un refuerzo en el
inconsciente, y seguir los mismos rodeos que las excitaciones inconscientes».
El mismo punto de vista se aplica a esa emanación del preconsciente que es el deseo de dormir.
Esto permite decir que «el deseo de continuar durmiendo secunda en todos los sueños al deseo
inconsciente».
De esta dinámica del preconsciente se desprende una conclusión acerca de la esencia misma
de la psicoterapia.
«Su tarea consiste en aportar a los fenómenos inconscientes la liberación y el olvido. El
borramiento de los recuerdos, el debilitamiento afectivo de las impresiones remotas que nos
parecen totalmente naturales, y que explicamos por la influencia primaria del tiempo sobre las
huellas mnémicas, son en realidad transformaciones secundarias, obtenidas a continuación de
un trabajo penoso. Es el trabajo del preconsciente, y en la psicoterapia no hay otro camino que
someter el inconsciente al preconsciente.»
Más precisamente, «cada proceso inconsciente de excitación dispone entonces de dos salidas:
o bien, librado a sí mismo, termina por abrirse una vía y derrama su exceso de excitación en la
motilidad, o bien se somete a la influencia del preconsciente, que contiene su excitación en lugar
de dejar que se derrame. Esto es lo que se produce en el proceso del sueño. La excitación de la
conciencia ha llevado al preconsciente a investir el sueño convertido en percepción; esta
investidura contiene la excitación inconsciente del sueño y la neutraliza». 
Esta dinámica del preconsciente encontrará su fundamento energético en 1938, en la
prolongación de la segunda tópica, y más allá de ella. El Esquema del psicoanálisis, en el espíritu
de Freud, estaba en efecto destinado a subordinar en la definición del preconsciente la
consideración inicial de la distribución de las huellas, a la consideración de los dos estados,
móvil y ligado, de la energía.
«El interior del yo -escribe Freud-, que comprende ante todo los procesos cogitativos, tiene
calidad de preconciencia. Esta última caracteriza al yo y le corresponde exclusivamente.
Con todo, no sería justo postular el vínculo con las huellas mnémicas de la palabra como
condición del estado preconsciente; éste es más bien independiente de esa condición, aunque el
hecho de que un proceso esté condicionado por la palabra permite concluir con seguridad que
es de naturaleza preconsciente. El estado preconsciente, caracterizado por una parte por su
acceso a la conciencia, y por la otra por su ligazón con las huellas verbales, es por lo tanto algo
particular, cuya naturaleza no queda agotada por estas dos características. Lo prueba el hecho
de que grandes fragmentos del yo, y sobre todo del superyó, a los cuales no se les podría
cuestionar un carácter preconsciente, permanecen en general inconscientes,
fenomenológicamente hablando.»
Así se introducirá la referencia energética: «Confesarnos no saber nada de ello -responde
Freud- y las profundas tinieblas de nuestra ignorancia son apenas iluminadas por un débil
resplandor. Aquí nos aproximamos al verdadero enigma, aún no resuelto, que presentan los
fenómenos psíquicos. Según los datos de las ciencias naturales, admitimos que cierta energía
entra en juego en la vida psíquica, pero faltan las indicaciones que nos permitirían comparar esta
energía con otras. Parece que la energía nerviosa o psíquica existe en dos formas, una
fácilmente móvil, y la otra, al contrario, ligada. Hablamos de investiduras y de sobreinvestiduras
de los contenidos psíquicos, y llegamos incluso a suponer que toda sobreinvestidura determina
una especie de síntesis de diversos procesos, en el curso de la cual la energía libre se
transforma en energía ligada.
Nuestro saber se detiene allí, pero sostenemos firmemente que la diferencia entre el estado
inconsciente y el estado preconsciente se manifiesta en relaciones dinámicas de este tipo, lo
que explicaría por qué, espontáneamente o gracias a nuestros esfuerzos, un estado puede
transformarse en el otro».
En definitiva, el problema del preconsciente aparece entonces como el problema principal de una
epistemología del psicoanálisis que, viendo las cosas desde más cerca, se confunde con la
trayectoria más característica del psicoanálisis en sí: «A pesar de todas estas incertidumbres
-escribe Freud en su texto inconcluso-, la ciencia analítica ha establecido un hecho. Ha
demostrado que los procesos que juegan en el inconsciente o en el ello obedecen a leyes
distintas de las que se despliegan en el yo preconsciente. Al conjunto de estas leyes lo llamamos
proceso primario, en oposición al proceso secundario, que rige los fenómenos del preconsciente 
del yo. De modo que el estudio de las cualidades psíquicas no habrá sido en última instancia
totalmente infructuoso». 
Preconciente
Preconciente
fuente(66) 
s. m. (fr. préconscient; ingl. preconscious; al. [das] Vorbewußte). Instancia psíquica supuesta 
por S. Freud tras su descubrimiento del inconciente para representar en el aparato psíquico un
lugar intermedio entre el conciente y el inconciente, lugar necesario para asegurar el
funcionamiento dinámico de este aparato.
El establecimiento de estos lugares le da a Freud la base de su «nueva psicología», el
psicoanálisis.
Características. El preconciente hace de pantalla entre el inconciente y el conciente. Mantiene en
el inconciente lo que está allí reprimido, imponiendo una censura cuyo levantamiento obedece a
ciertas fuerzas y que es un lugar de resistencia en la cura. Las excitaciones que le llegan del
otro lado se evacuan bajo el control del proceso secundario, tanto en forma de descarga motriz
como de trasformación en fenómeno conciente, pero con ciertas condiciones. Lugar de
almacenamiento donde vienen a inscribirse las representaciones de cosa y las representaciones
de palabra ligadas entre sí, es por consiguiente sede de la memoria y corresponde a nuestro «yo
oficial».
El término preconciente subraya una separación relativa del conciente, del que es «la
antecámara», a tal punto que el hecho de aislar este término desdeña ciertas formulaciones,
como la de «sistema preconciente-conciente». Freud, efectivamente, osciló entre un aparato de
dos y de tres instancias. Y sólo posteriormente el conjunto de las tres instancias diferenciadas
recibió la denominación de primera tópica.
Premisas. En la carta 52 a Fliess, en 1896, abandonando parcialmente sus presupuestos
biológicos, Freud habla de registro, de trascripción, de traducción de las representaciones
verbales en un espacio psíquico: «El preconciente es la tercera trascripción ligada a las
representaciones verbales». Esta tesis se repetirá en todos los textos y se confirmará aun en el
Esquema del psicoanálisis (1938).
El aporte de la Interpretación de los sueños. La publicación de La interpretación de los sueños,
en 1900, hace conocer las teorías freudianas a partir del estudio del sueño, tomado como
paradigma de las formaciones psíquicas anormales, como Freud lo menciona desde la primera
edición. Establece en primer lugar que el sueño es una producción del inconciente. Siempre al
acecho de las contradicciones, se da cuenta, al estudiar la elaboración secundaria del sueño, de
que tropieza «con los sentimientos de crítica en el interior del sueño» y se pregunta de dónde
viene que «en un sueño, podamos tener el sentimiento de que eso es sólo un sueño».
Comprueba que «el contenido del sueño no proviene enteramente de los pensamientos del sueño
sino que una parte de sus elementos puede ser provista por una función psíquica inseparable de
nuestro pensamiento de vigilia» -lo que exige la hipótesis del preconciente- y agrega que «esta
función que censura puede también producir agregados y acrecentamientos», que llama
«pensamientos inter -medios». Destaca su carácter tendencioso, dirigido a «quitarle al sueño su
apariencia de absurdo e incoherencia». 
Identifica «la elaboración secundaria con el trabajo de nuestro pensamiento de vigilia
(pensamiento preconciente), que se comporta hacia los elementos provistos por la percepción
exactamente igual que la elaboración secundaria hacia los contenidos del sueño. Pone orden,
establece relaciones, aporta una cohesión inteligible». Freud estipula además que el
preconciente asegura la creación de compromisos en las formaciones del inconciente que no
son el sueño: el síntoma, el chiste, el lapsus, el acto fallido. Concluye, en esa época, que «la
psicoterapia no puede seguir otro camino que poner al inconciente bajo el dominio del
preconciente».
Los aportes de la metapsicología. Quince años después de La interpretación de los sueños,
Freud precisa, en Trabajos sobre metapsicología (escritos en 1915), ciertas propiedades del
preconciente: «El sistema preconciente-conciente rige la afectividad como también el acceso a la
motilidad», y al preconciente le incumbe el gasto permanente de la represión originaria gracias a
un «contrainvestimiento». En la represión propiamente dicha, se agrega a ello el retiro del
investimiento preconciente sobre los retoños inconcientes. En el preconciente reina el principio
de realidad y, con él, la relación con el tiempo. Es la sede de una cierta memoria cuyo contenido
proviene en parte de la vida pulsional y en parte de la percepción. En 1916, Freud no vacila en
asimilar «la vida psíquica normal al sistema preconciente».
A partir de 1920, la segunda tópica: el ello, el yo y el superyó, sustituye a la primera sin
recubrirla, y el preconciente pierde su referencia tópica para no ser más que una cualidad del
yo. En el Esquema del psicoanálisis, Freud retoma su definición primera del preconciente (carta
52) y agrega que «el hecho de que un proceso sea condicionado por la palabra permite concluir
con seguridad que este proceso es de naturaleza preconciente» y que «el estado preconciente,
caracterizado de un lado por su acceso a la conciencia, de otro lado por su ligazón con las
huellas verbales, es algo particular cuya naturaleza no se agota en estas dos características».
Después de Freud. Sería excesivo afirmar que el concepto de preconciente resultó fallido, pero
son pocos los analistas que lo utilizan. Lacan, en los Escritos, se refiere a él rara vez y no lo
desarrolla. En su Seminario I, 1953-54, «Los escritos técnicos de Freud» (1975), se vale de la
proposición freudiana de comparar el aparato psíquico con una especie de «microscopio
complicado» para dar «libre curso a sus hipótesis», según el consejo de Freud. Es así como
sustituye el esquema freudiano del aparato psíquico por la experiencia del ramo invertido y luego
por un esquema óptico que muestra este objeto. Con la ayuda de esta nueva metáfora, hace el
salto desde la tópica freudiana hasta sus propias categorías: real, imaginario y simbólico,
dándole desde entonces al yo [moi] preconciente su estatuto imaginario. 

Preconsciente
Alemán: Vorbewusst. 
Francés: Préconscient. 
Inglés: Preconscious.
fuente(67) 
Sigmund Freud utilizó el término preconsciente como sustantivo, para designar una de las tres
instancias de su primera tópica (las otras dos son el consciente y el inconsciente). Empleado
como adjetivo, el término califica los contenidos de esa instancia o sistema, que, aunque no
estando presentes en la conciencia, son accesibles para ella, a diferencia de los contenidos del
sistema inconsciente.
En el marco de la segunda tópica freudiana, el preconsciente, distinto del yo y sobre todo de la
parte inconsciente de este último, está no obstante inscrito en el dominio de esa instancia.
Como los términos consciente, inconsciente o yo, la palabra preconsciente existía antes de
Freud. Se la encuentra en las principales obras de los filósofos y psicólogos alemanes del siglo
XIX, en particular en el libro de referencia de Eduard von Hartmann (1842-1906), Filosofía del
inconsciente, aparecido en 1868.
Freud escribió por primera vez este término en la famosa carta a Wilhelm Fliess del 6 de
diciembre de 1896, al mismo tiempo que la expresión aparato psíquico. Desde ese momento, la
palabra fue elevada a la categoría de concepto técnico, y recibió una definición circunstanciada:
el preconsciente está ligado a las representaciones verbales, y corresponde "a nuestro yo
oficial. Las investiduras de este Precs [más tarde Freud escribirá Pcs] se vuelven conscientes
según ciertas leyes." En el último capítulo de La interpretación de los sueños, el preconsciente
es objeto de definiciones mas precisas. En primer lugar, en la reformulación del aparato psíquico,
se lo concibe "como el último de los sistemas del extremo motor, para indicar que desde allí los
fenómenos de excitación pueden llegar a la conciencia sin otra demora, siempre que existan
algunas otras condiciones, por ejemplo, un cierto grado de intensidad, una cierta distribución de
la función que denominamos atención. Es al mismo tiempo el sistema que contiene las claves de
la movilidad voluntaria." En cambio, el inconsciente está situado "más atrás: no podría acceder a
la conciencia sino pasando por el preconsciente y durante ese pasaje el proceso de excitación
debe plegarse a ciertas modificaciones". Al final de ese mismo capítulo, cuando Freud traza la
distinción entre su noción de inconsciente y las concepciones de su predecesores, el
preconsciente es considerado inconsciente en el sentido descriptivo, pero se distingue del
inconsciente en sentido dinámico, freudiano, por el hecho de que sus contenidos pueden llegar a
la conciencia, "quizá sólo después del control de una nueva censura, pero sin tener en cuenta al
sistema inconsciente".
Esta distinción es retomada unos veinticinco años más tarde, en El yo y el ello, donde el
preconsciente es calificado de inconsciente latente, capaz de convertirse en consciente, y
distinto del inconsciente reprimido, "que es en sí mismo, y por decirlo todo, incapaz de volverse
consciente"
Situado entre el inconsciente y el consciente, el preconsciente está separado del primero por
una censura severa. Ésta impide el acceso de los conteniendos inconscientes al preconsciente,
en la medida en que, en el otro extremo, la censura entre el preconsciente y el consciente es 
permeable. Por otra parte, Freud habla al respecto del sistema "preconsciente-consciente"
(Pcs-Cs). En otras palabras, desde el punto de vista de la economía de la organización psíquica,
caracterizada por la búsqueda de la menor tensión y de la adaptación al principio de realidad, el
preconsciente no es muy fiable, puesto que puede dejar pasar con demasiada facilidad las
mociones de deseo inconscientes hacia el consciente.
De modo que el preconsciente actúa como protector del consciente: separa, selecciona, a fin de
descartar las mociones desagradables que podrían importunar al consciente. En este sentido,
está ligado al proceso secundario, pero esta distinción, que implica una correlación entre el
inconsciente y el proceso primario, fue a menudo cuestionada por Freud, precisamente cuando
esa actividad organizadora se ejerce con restos diurnos: nuestra atención, que resulta de la
actividad preconsciente, puede muy bien abandonar ciertos pensamientos, pero no por ello
éstos dejan de seguir su curso y de reaparecer de manera deformada en nuestros sueños:
"Llamamos preconsciente a este proceso -escribe Freud-, y lo consideramos totalmente normal".
Hasta el final de su obra, y sobre todo en el Esquema del psicoanálisis, Freud mantuvo esta
concepción del inconsciente, subrayando siempre que una de sus características es la
proximidad a las "representaciones de palabra", y por lo tanto al lenguaje. 

Preconsciente
(s. y adj.)
Al.: das Vorbewusste, vorbewusst.
Fr.: préconscient.
Ing.: preconscious.
It.: preconscio.
Por.: preconsciente.
fuente(68) 
A) Término utilizado por Freud dentro del marco de su primera típica: como substantivo, designa
un sistema del aparato psíquico claramente distinto del sistema inconsciente (Ics); como adjetivo,
califica las operaciones y los contenidos de este sistema preconsciente (Pcs). Éstos no están
presentes en el campo actual de la conciencia y son, por consiguiente, inconscientes en el
sentido «descriptivo(69)» del término (véase: inconsciente, B), pero se diferencian de los
contenidos del sistema inconsciente por el hecho de que son accesibles a la conciencia (por
ejemplo, conocimientos y recuerdos no actualizados).
Desde el punto de vista metapsicológico, el sistema preconsciente se halla regido por el proceso
secundario. Está separado del sistema inconsciente por la censura, que no permite que los
contenidos y procesos Inconscientes pasen al Pcs sin experimentar transformaciones.
B) Dentro de la segunda tópica freudiana, el término «preconsciente» se utiliza, sobre todo,
como adjetivo, para calificar lo que escapa a la conciencia actual sin ser inconsciente en sentido 
estricto. Desde el punto de vista sistemático, califica los contenidos y procesos relativos
esencialmente al yo y también al superyó.
La distinción entre preconsciente e inconsciente es fundamental para Freud. Sin duda, con
intención apologética, se apoyó en la existencia indiscutible de una vida psicológica que
desborda el campo de la conciencia actual, para defender la posibilidad de un psiquismo
inconsciente en general; y, si se toma la palabra inconsciente en el sentido que Freud llama
«descriptivo» (lo que escapa a la conciencia), desaparece la distinción entre preconsciente e
inconsciente. Asimismo debe entenderse fundamentalmente en sus acepciones tópica (o
sistemática) y dinámica.
El concepto fue muy pronto establecido por Freud durante la elaboración de sus puntos de vista
metapsicológicos. En La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900), el sistema
preconsciente se encuentra situado entre el sistema inconsciente y la conciencia; está separado
del primero por la censura, que intenta prohibir a los contenidos inconscientes el camino hacia el
preconsciente y la conciencia; en el otro extremo, controla el acceso a la conciencia y a la
motilidad. En este sentido, se puede unir la conciencia al preconsciente; así, Freud habla de
sistema Pcs-Cs; pero, en otros pasajes de La interpretación de los sueños, el preconsciente y
lo que Freud llama el sistema percepción-conciencia se hallan claramente delimitados entre sí:
esta ambigüedad obedecería a que la conciencia no se presta, como Freud señaló ulteriormente,
a consideraciones estructurales (véase: Conciencia).
Freud somete el paso del preconsciente al consciente a la acción de una «segunda censura»;
pero ésta se diferencia de la censura propiamente dicha (entre Ics y Pcs) en que selecciona
más que deforma, consistiendo su función esencialmente en evitar la aparición en la conciencia
de preocupaciones perturbadoras. De este modo favorece el ejercicio de la atención.
El sistema preconsciente se define, en relación con el sistema inconsciente, por la forma de su
energía (energía «ligada») y por el proceso que en él se realiza (proceso secundario).
Observemos, sin embargo, que esta distinción no es absoluta: al igual que ciertos contenidos del
inconsciente, como señaló Freud, son modificados por el proceso secundario (por ejemplo, las
fantasías), también los elementos preconscientes pueden ser regidos por el proceso primario
(por ejemplo, restos diurnos en el sueño). De un modo más general, puede reconocerse en las
operaciones preconscientes, bajo su aspecto defensivo, el dominio del principio de placer y la
influencia del proceso primario.
Freud relacionó siempre la diferencia entre Ics y Pcs al hecho de que la representación
preconsciente se encuentra ligada al lenguaje verbal, a las « representaciones de palabras».
Añadamos que la relación entre el preconsciente y el yo es evidentemente muy estrecha.
Resulta significativo el hecho de que la primera vez que Freud introduce el preconsciente, lo 
asimila a «nuestro yo oficial». Y cuando, en la segunda tópica, define de nuevo el yo, aunque el
sistema preconsciente no se confunda con el yo, que es parte inconsciente, se encuentra
naturalmente englobado en él. Finalmente, en la instancia del superyó, recién desglosada,
pueden ponerse en evidencia aspectos preconscientes.
¿Qué comprende, en lo vivido por el sujeto y, más especialmente, en la experiencia de la cura, el
concepto de preconsciente? El ejemplo que más a menudo se da es el de los recuerdos no
actualizados, pero que el sujeto puede evocar. De un modo más general, el preconsciente
designaría lo que se halla implícitamente presente en la actividad mental, aunque sin constituir
objeto de conciencia; esto es lo que quiere decir Freud cuando define el preconsciente como
«descriptivamente» inconsciente, pero accesible a la conciencia, mientras que el inconsciente
está separado de la conciencia.
En El inconsciente (Das Unbewusste, 1915), Freud califica el sistema preconsciente de
«conocimiento consciente» (bewusste Kenntnis); se trata de palabras significativas que
subrayan la distinción con respecto al inconsciente: «conocimiento» implica que se trata de
cierto saber concerniente al sujeto y a su mundo personal; «consciente» indica que estos
contenidos y procesos, aunque no conscientes, se adscriben al consciente desde el punto de
vista tópico.
La distinción tópica se verifica, desde el punto de vista dinámico, en la cura, especialmente por el
siguiente rasgo, en el que insiste D. Lagache: así como la verbalización de contenidos
preconscientes puede provocar reticencias, que la regla de libre asociación tiene por objeto
eliminar, el reconocimiento del inconsciente choca con resistencias, ellas mismas inconscientes,
y que el análisis debe progresivamente interpretar y vencer (en el bien entendido de que las
reticencias se basan casi siempre en resistencias). 

Preedípico
Preedípico
Preedípico
fuente(70) 
ca adj. (fr. préoedipien, enne; ingl. preoedipal; al. präödipial). Se dice del estadio de la relación
del hijo con su madre, anterior a su entrada en el Edipo. La presencia desde el principio de la
vida de la instancia paterna obliga a relativizar esta noción. 
Preedípico
Preedípico
Al.: Präoedipal. - 
Fr.: préoedipien. - 
Ing.: preoedipal. - 
It.: preedipico. -
Por.: pré-edipiano.
      fuente(71) 
Califica el período del desarrollo psicosexual anterior a la instauración del complejo de Edipo; en
este período predomina, en ambos sexos, el lazo con la madre.
Este término no aparece hasta muy tardíamente en Freud, cuando éste se ve inducido a precisar
la especificidad de la sexualidad femenina y, en particular, a insistir en la importancia, la
complejidad y la duración de la relación primaria entre la niña y su madre. Tal fase existe también
en el niño, pero es menos prolongada, menos rica en consecuencias y más difícil de diferenciar
del amor edípico, ya que su objeto sigue siendo el mismo. 
Desde el punto de vista terminológico, conviene distinguir claramente los términos «preedípico» y
«pregenital», que con frecuencia se confunden. El primero se refiere a la situación interpersonal
(ausencia del triángulo edípico), mientras que el segundo alude al tipo de actividad sexual que
interviene. Ciertamente, el desarrollo del Edipo conduce en principio a la instauración de la
organización genital, pero sólo una concepción normativa pretende hacer coincidir la genitalidad
con la plena elección de objeto correlativa del Edipo. Ahora bien, la experiencia muestra que
puede existir una actividad genital satisfactoria sin un Edipo consumado, y también que el
conflicto edípico puede desarrollarse en registros sexuales pregenitales.
¿Puede hablarse, en rigor, de fase preedípica, es decir, de una fase en la que existiría
exclusivamente una relación dual madre-niño? Esta dificultad no escapó a Freud, quien hace
observar que el padre, incluso cuando predomina la relación con la madre, se halla presente
como «rival inoportuno»; según él, los hechos podrían describirse diciendo que «[...] la mujer no
llega a la situación edípica positiva normal hasta haber superado un período previo en el que
impera el complejo negativo», formulación que, en opinión de Freud, tendría la ventaja de
mantener la idea de que el Edipo es el complejo nuclear de las neurosis.
Esquemáticamente puede indicarse que, a partir de este matiz de la tesis de Freud, se abren dos
direcciones: o bien se pone el acento en la exclusividad de la relación dual, o bien se detectan
muy precozmente manifestaciones edípicas, hasta el punto de no poder delimitar una fase
propiamente preedípica.
Como ejemplo de la primera dirección puede citarse el trabajo de Ruth Mack Brunswick, que es el
resultado de una larga colaboración con Freud y que dicha autora considera como expresión del
pensamiento de éste:
1) piensa que, si bien el padre está presente en el campo psicológico, no es percibido como un
rival;
2) reconoce una especificidad a la fase preedípica, que se dedica a describir, sobre todo, el
predominio de la oposición actividad-pasividad.
Por el contrario, la escuela de Melanie Klein, analizando las fantasías más arcaicas, sostiene que
en la relación con la madre interviene precozmente el padre, como lo indica especialmente el
fantasma del pene paterno guardado en el cuerpo de la madre (véase: Imago de los padres
acoplados). Con todo, cabe preguntarse si la presencia de un tercer término (falo) en la relación
primitiva madre-niño justifica el describir este período como «fase precoz del Edipo». En efecto,
el padre no se halla entonces presente como instancia prohibitiva (véase: Complejo de Edipo).
Dentro de esta perspectiva, J. Lacan, examinando las concepciones kleinianas, habla de
«triángulo preedípico» para designar la relación madre-niño-falo, interviniendo este último término 
como objeto fantaseado del deseo de la madre. 

Pregenital
Al.: prägenital. 
Fr.: prégénital.
Ing.: pregenital.
It.: pregenitale.
Por.: pregenital.
fuente(72) 
Adjetivo que califica las pulsiones, las organizaciones, las fijaciones, etc., que se relacionan con
el período del desarrollo psicosexual en el cual no se ha establecido aún la primacía de la zona
genital (véase: Organización).
La introducción de este término por Freud en La predisposición a la neurosis obsesiva (Die
Disposition zur Zivangsneurose, 1913) coincide con la de la idea de una organización libidinaf
anterior a la organización que se efectúa bajo la primacía de los órganos genitales. Ya es sabido
que, mucho antes, Freud había reconocido la existencia de una vida sexual infantil anterior al
establecimiento de esta primacía. Desde la carta a Fliess del 14-XI-97, habla de zonas sexuales
ulteriormente abandonadas; y en los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen
zur Sexualtheorie, 1905), describe el funcionamiento originariamente anárquico de las pulsiones
parciales no genitales.
El adjetivo pregenital ha alcanzado gran extensión. En el lenguaje psicoanalítico contemporáneo,
no califica solamente pulsiones u organizaciones libidinales, sino fijaciones, regresiones a estos
modos precoces del funcionamiento psicosexual. Se habla de neurosis pregenitales cuando
predominan tales fijaciones. Se ha llegado incluso a substantivar el adjetivo y a hablar de
«pregenital» como un tipo definido de personalidad. 

Preiswerk Héléne (1880-1911)
Preiswerk Héléne (1880-1911)
Preiswerk Héléne
(1880-1911)
fuente(73) 
En su tesis de medicina publicada en 1902, Carl Gustav Jung narró la experiencia que había
realizado con una joven médium espiritista que llamó S. W.; el abuelo materno de esta joven, un
pastor protestante, tenía alucinaciones visuales; el hermano era retrasado mental, y la hermana
sufría algunas anomalías psíquicas. En su presentación Jung no omite el lado paterno,
subrayando que la abuela de la paciente era histérica y padecía crisis de sonambulismo durante
las cuales "profetizaba". Los progenitores eran víctimas de trastornos mentales, dos hen-nanos
eran excéntricos, y dos hermanas presentaban síntomas histéricos.
Durante las sesiones de espiritismo, S. W. revivía vidas anteriores. Había leído por azar el libro
de Justinius Kerner (1786-1862) titulado La Vidente de Prevorst, que relataba un caso de transe
magnético, y comenzó a hipnotizarse a sí misma, y después a hablar varias lenguas. Al cabo de 
cierto tiempo se enamoró de Jung, quien dejó de participar en las sesiones al sorprenderla en
flagrante delito de fraude. En su tesis, Jung trataba a esta joven de manera despectiva, como
nuevo objeto de observación. El trabajo, acogido calurosamente por Théodore Flournoy, que
acababa de tener una experiencia idéntica, suscitó no obstante una tempestad de indignación,
en razón del modo en que se presentaba la historia de S. W.
En 1975, Stéfanie Zumstein-Preiswerk reveló la identidad de su tía, S. W.: se trataba de Heléne
Preiswerk, prima de Jung. La tesis de Jung era en realidad una autobiografía enmascarada que
contenía una genealogía familiar. Samuel Preiswerk (1799-1871), el abuelo materno de Jung,
pastor, teólogo, hebraísta y adepto al espiritismo, había pasado toda su vida junto a una silla
especial instalada en su escritorio y reservada al espíritu de su primera mujer, que iba a
"visitarlo" una vez por semana. Cuando redactaba los sermones, su hija Émilie Preiswerk
(1848-1923), futura madre de Carl Gustav, debía permanecer detrás de él para que los espíritus
no leyeran por encima de su hombro. Émilie era una mujer fea y, después del matrimonio, se
convirtió en autoritaria y depresiva; pasaba su tiempo en ejercicios de espiritismo. El hermano,
Rudolf Preiswerk, tenía dos hijas, Héléne y Louise, y con ellas y su madre el joven Jung tomó en
su adolescencia la costumbre de entregarse al espiritismo, sin que lo supiera el padre, el
reverendo Paul Jung (1842-1896), que ignoraba las actividades de las mujeres de la familia. El
padre de Paul, Carl Gustav Jung (1799-1864), llamado el Viejo, personaje ilustre de la ciudad de
Basilea, en su juventud había conocido la cárcel por sus ideas políticas, y después de un
período de exilio se había dedicado al tratamiento de las enfermedades del alma.
Stéphanie Zumstein-Preiswerk reveló también cuál había sido el trágico destino de Héline.
Después de caer en un estado de total desintegración psíquica, murió de tuberculosis en París.
Nunca le perdonó al primo que la hubiera utilizado como cobayo para sus experiencias. En 1993,
Henri F. Ellenberguer redactó un artículo sobre esta cuestión, su último texto antes de morir,
donde una vez más demostró hasta qué punto la suerte de los pacientes es distinta de lo que
dicen los historiales redactados por los científicos. 

Prematuración
Prematuración
Prematuración
fuente(74) 
La noción biológica de prematuración, procedente de las concepciones desarrolladas por Bolk
en la teoría de la evolución, con la idea de inscribir la especie humana en la descendencia de una
mutación animal que se sustrajo a las normas cronológicas de la gestación, ha encontrado
aplicación en psicoanálisis, para recubrir la experiencia de desamparo que ubica al ser humano,
insuficientemente equipado en capacidad instintiva en el momento del nacimiento, en una
dependencia absoluta respecto de su medio. Freud ya hizo alusión a la prematuración en su
correspondencia con Fliess, y a Lacan la noción le ha interesado sobre todo porque confiere al
concepto de necesidad un alcance existencial que amplía el tema trivial de la homeóstasis. 

Presentación autobiográfica
Presentación autobiográfica
Presentación autobiográfica
fuente(75) 
Obra de Sigmund Freud publicada en 1925 con el título de Sigmund Freud presentado por él
mismo, genérico de la colección dirigida por el profesor Dr. L. R. Grote, Die Medizin der
Gegenwart in Selbstdarstellung (La medicina contemporánea presentada por ella misma).
Reeditada en 1928 en los Gesammelte Schriften, y en 1934 en forma de libro, con el título de
Selbstdarstellung. Traducida por primera vez al francés en 1928 por Marle Bonaparte, con el 
título de Ma vie et la psychanalyse, y en 1984 por Fernand Cambon con el título de Sigmund
Freud présenté par lui-méme. Retraducida en 1992 por Pierre Cotet y René Lainé, con el título de
Autoprésentation. Traducida por primera vez al inglés en 1927 por James Strachey con el título
de An Autobiographical Study; reeditada en 1935 con el título de Autobiography, acompañada de
un post scriptum, y en 1959 con el título de An Autobiographical Study.
En las primeras líneas de este ensayo, Freud se explica: su decisión de responder
afirmativamente a la propuesta de la editorial Felix Meiner de que presentara el ámbito médico del
que era creador, el psicoanálisis, le hacía correr el riesgo de contradecir lo que ya había dicho
sobre el tema -en sus conferencias en los Estados Unidos en 1909,
En su "Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico", publicada en 1914.
Bien de caer en una repetición pura y simple, De modo que debía "tratar de encontrar [ ... ] una
nueva dosis entre presentación subjetiva y objetiva, entre interés biográfico e histórico".
De hecho, como lo han señalado la mayoría de los comentadores, Norman Kiell entre otros, la
autopresentación de Freud (ése fue el título finalmente retenido en la segunda edición alemana,
de 1934) resulta sobre todo notable por lo que él no dice. En su "Postscriptum" de 1935, precisó
y justificó la salida elegida: "Dos temas recorren esta obra: el de mi propio destino y el de la
historia del psicoanálisis. Están estrechamente ligados. Mi Autopresentación muestra de qué
modo el psicoanálisis se convirtió en el contenido de mi vida, y después se adecua al principio
justificado de que nada de lo que me sucede personalmente tiene interés para mis relaciones
con la ciencia." Freud recuerda algunas fechas importantes del transcurso de sus estudios y su
vida profesional, y vuelve sobre el tema: "Puedo permitirme poner aquí término a mis
comunicaciones autobiográficas. Por otra parte, en lo que concierne a mis condiciones de vida
personales, a mis luchas, mis decepciones y mis éxitos, el público no tiene ningún derecho a
enterarse más. Y en algunos de mis escritos (La interpretación de los sueños, La vida
cotidiana) he sido más franco y más sincero de lo que acostumbran serlo los personajes que
describen su vida para los contemporáneos o para la posteridad." Freud tenía razón. En materia
de confidencias y revelaciones sobre su vida privada, fue mucho más elocuente en los dos
textos citados, pero también en otros artículos, en particular "Sobre los recuerdos encubridores"
y "Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis", para no hablar de esa cantera de
informaciones que es el conjunto de su correspondencia.
Este libro, casi totalmente silencioso sobre la vida de Freud, es invalorable por la recapitulación
que propone de la historia del psicoanálisis, concebido como el producto de su propio genio.
Poniendo al día sus balances anteriores, Freud le otorga un lugar considerable a la gran
refundación teórica de principios de la década del 20, lanzando al pasar algunas indirectas (a
costa de Pierre Janet, su "pobre competencia" y sus argumentos "inelegantes"); recuerda la
mala acogida que recibieron sus primeros trabajos, denuncia la "barbarie" de la nación alemana
(término que mantuvo a pesar de las presiones de Max Eitingon) y el deshonor de la ciencia 
alemana, incapaz de hacer lugar al psicoanálisis.
Ante varias empresas biográficas que le concernían, Freud dio siempre muestras de una gran
ambivalencia.
En 1993, el psicoanalista francés Alain de Mijolla confeccionó la lista de esas reacciones
freudianas: desde la carta a Martha del 24 de abril de 1885, en la cual se alegraba de antemano
por los errores que podrían cometer sus futuros biógrafos, hasta el proyecto de Amold Zweig
en 1936, cuyo abandono lo llenó de contento, pasando por la muy seca acogida que dio a la
biografía escrita por Fritz Wittels, y sus reticencias amistosas al leer el retrato que Stefan Zweig
bosquejó de él en su libro La curación por el espíritu, sin olvidar la carta del 23 de abril de 1933
al doctor Roy Winn, en la cual rechazó la idea, sugerida por su corresponsal, de que escribiera
una autobiografía más íntima. Pero todas estas reacciones negativas no bastan para explicar el
verdadero sentimiento de Freud respecto de la biografía. Lo caracterizan otras actitudes, que
matizan la posición de rechazo: así, cuando tenía apenas 30 años, pensó ya en los biógrafos
eventuales; más tarde tomó la costumbre de recoger y transmitir a los autores de esas
biografías una larga lista de rectificaciones de los errores y los olvidos que hubieran podido
cometer, en vista de las próximas ediciones de sus libros. Uno de los testimonios más
sorprendentes de esta preocupación por la exactitud es la correspondencia, de una precisión
extraordinaria, que dirigió a su discípulo peruano Honorio Delgado, autor de una biografía de
Freud en honor de su septuagésimo cumpleaños.
De hecho, la reserva y el malestar de Freud se expresaban de distinto modo, como lo ha
observado Alain de Mijolla, según el método adoptado por el autor de la biografía. Cuando el
trabajo se limita a tomar en cuenta hechos objetivos (a los cuales se referían las rectificaciones
de Freud), es decir, cuando el ejercicio biográfico no hace uso del psicoanálisis, él, a pesar de
un cierto displacer, da muestras de tolerancia. En cambio, cuando un biógrafo, o un supuesto
biógrafo, se remite al psicoanálisis y se entrega a interpretaciones más o menos rigurosas,
Freud deja ver su irritación.
¿Hay que ver en ello una contradicción a su propia pasión interpretativa? ¿Justificó él mismo el
recurso a la interpretación en su ensayo Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci? En realidad
la contradicción es sólo aparente, si se consideran las circunstancias que dan legitimidad a la
interpretación analítica. Fuera del marco constituido por la cura, el recurso a la interpretación,
capaz de develar afectos íntimos de la vida de un sujeto, siempre fue objeto de una extrema
vigilancia por parte de Freud. El criterio principal es el respeto debido a la persona viva, o a su
ambiente inmediato cuando esta persona ha fallecido. Por cierto, el propio Freud contravino a
veces esta regla, sobre todo en la época febril de los primeros pasos del psicoanálisis. Por
ejemplo, cuando nació la hija de Wilhelm Fliess, Pauline, él se permitió formular la hipótesis de que
tal vez reemplazara a la hermana muerta de su amigo. De una manera aún más concertada, en la
sesión del 11 de diciembre de 1907 de las reuniones de los miércoles, se lanzó a una conjetura
sobre la presunta hermana con la que Wilhelm Jensen (1837-1911), el autor de la novela que 
había sido objeto de su ensayo. El delirio y los sueños en la "Gradiva" de W Jensen, habría
tenido "una relación plena de intimidad". Sin embargo, más tarde sólo fueron objeto de
interpretación los muertos lejanos, reales o ficticios.
En una carta del 2 de abril de 1928 dirigida a Ludwig Binswanger, que en su libro Sueño Y
existencia había puesto de manifiesto su interés por el trabajo de Edgar Michaelis, Freud, no sin
alguna irritación, indicó su posición con mucha claridad: "Quizá lo sorprenda a usted enterarse
de que no he leído el análisis realizado sobre mí por ese Michaelis que usted tanto admira.
Analizar a un hombre vivo es muy poco admisible y por cierto de mala educación. Dejaremos en
suspenso la cuestión de si se trata de un agravamiento o una disminución de la descortesía que
no se le envíe el resultado de la vivisección a la víctima. No he sentido curiosidad, pues ese
Michaelis no me conoce. Nuestros análisis clínicos presuponen una mayor familiaridad con su
objeto." Unos años más tarde aplicó esta misma regla al exigir que la obra escrita en
colaboración con el embajador norteamericano William C. Bullitt (1891-1967), El presidente
Thomas Woodrow Wilson, no se publicara en vida de la viuda del personaje.
Esta prudencia y estos escrúpulos freudianos no deben sin embargo ocultar otras cuestiones,
más directamente ligadas al devenir de la historiografía psicoanalítica. Incuestionablemente, la
salida elegida por Freud en este ensayo, con lo que implica de omisiones y secretos
conservados, conscientes o no, contiene los gérmenes de la historia oficial (inaugurada por el
primer biógrafo de Freud, Ernest Jones), caracterizada por preocupaciones estratégicas y
opciones afectivas difícilmente compatibles con el rigor y la ética de una historiografía experta. Si
la historia oficial y sus vicisitudes favorecieron la emergencia de una historiografía primero
disidente y después revisionista, que encontró aliados entre los adversarios del psicoanálisis, la
historiografía rigurosa debe por su parte preocuparse por preservar en su itinerario la
especificidad del objeto del psicoanálisis: el inconsciente. 

Presidente Thomas Woodrow Wilson (el)
fuente(76) 
Obra de William Christian Bultitt (1891-1967) escrita en colaboración con Sigmund Freud, y con
un prefacio de este último de 1930. Publicada en inglés en Londres y Boston en 1967 con el título
de Thomas Woodrow Wilson. A Psychlogical Study. Traducida al francés por M. Tadié en 1967
con el título de Portrait psychologique de Thomas Woodrow Wilson. Esta traducción fue
reeditada en 1990 con el titulo de Le Président T W. Wilson.
En 1919, William Bullitt, proveniente de una familia acomodada de Filadelfia y convertido en
consejero del presidente Wilson (1856-1924), fue enviado en misión a Rusia. Se entusiasmó por
la Revolución de Octubre, y negoció con Lenin (1870-1924), con vistas al restablecimiento de las
relaciones diplomáticas entre los dos países. Wilson rechazó sus propuestas, y Bullitt renunció.
Después de casarse con Louise Bryant, la viuda de John Reed (el autor de Los diez días que
conmovieron al mundo), durante diez años fue un peregrino en el desierto. Hizo periodismo,
escribió una novela de éxito y frecuentó el ambiente cinematográfico.
Gracias a su mujer, entonces en análisis con Sigmund Freud, él conoció al maestro en Berlín, en
mayo de 1930. Freud residía en la clínica de Tegel (en la casa de Ernst Simmel), y Bullitt lo
encontró deprimido, atormentado por sus sufrimientos y no pensando más que en la muerte. 
Para distraerlo, le habló de la obra que preparaba sobre los cuatro protagonistas del Tratado de
Versalles: Thomas Woodrow Wilson, Georges Clemenceau (1841-1929), David Lloyd George
(1863-1945) y Vittorio Emanuele Orlando (1860-1952). Entonces el rostro del maestro se iluminó.
Desde su libro Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, para el cual le habían faltado
cruelmente los archivos, soñaba con dedicar un ensayo al destino de un personaje disponiendo
de toda la documentación necesaria. Le propuso entonces a Bullitt que escribieran un libro sobre
Wilson, y además lo tomó en análisis.
¿Por qué le interesaba el vigésimo octavo presidente de los Estados Unidos, un presbiteriano de
cortos alcances, fealdad extremo. y temperamento enfermizo? La respuesta es simple: Freud no
quería a ese hombre, al que consideraba responsable de la desdichas de la Mitteleuropa. Le
reprochaba que hubiera ratificado un tratado inicuo, por el cual los vencedores le dictaron su ley
a los vencidos. En efecto, en virtud de su sumisión a los signatarios franceses e ingleses,
Wilson había sido el artesano de un tratado que, al humillar a Alemania y dislocar los imperios
centrales, favoreció el ascenso del nazismo y llevó a la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado,
Freud había leído una obra publicada en 1920 donde se estudiaba el estilo de los discursos de
Wilson.
En octubre de 1930, Bullitt le entregó a Freud unas mil quinientas páginas dactilografiadas, con
notas sobre la vida y la actividad política de Wilson. Freud las leyó y se convirtió a la vez en
amigo y analista del diplomático. Juntos discutieron punto por punto cada momento importante de
la vida del presidente. Freud redactó entonces un primer borrador de algunas partes del futuro
original, y Bullitt se encargó de los otros. Una vez realizado el trabajo, cada uno leyó los textos
del otro hasta que los fragmentos compusieron una obra común. Para darle resonancia, Freud
aceptó que se publicara en los Estados Unidos, bajo la responsabilidad de Bullitt. A fin de no
hacer pesada la obra, los dos autores decidieron conservar sólo las notas redactadas por el
diplomático acerca de la infancia y la adolescencia de Wilson. Sea como fuere, el 7 de diciembre
de 1930, en una carta a Arnold Zweig, Freud manifestó estar trabajando en Ia introducción a una
obra de otro".
En enero de 1932 Bullitt le remitió a Freud la suma de dos mil quinientos dólares en concepto de
anticipo por la edición norteamericana, pero en la primavera estalló una disputa. Freud manifestó
una fuerte insatisfacción y, de golpe, modificó el texto común, añadiendo pasajes que Bullitt no
aprobaba. Ninguno de los dos reveló nunca el motivo de la querella ni el contenido de las partes
añadidas. El 28 de mayo, Marie Bonaparte anotó en su diario que el libro con Bullitt estaba
terminado, pero que éste aguardaba las elecciones en los Estados Unidos. En efecto, el
diplomático había vuelto a su pais para participar en la campaña de los demócratas en favor de
Roosevelt. La disputa no parecía haber afectado desmesuradamente a Freud, puesto que el 16
de febrero de 1933 le escribió a Jeanne Lampl-De Groot: "Bullitt es el único norteamericano que
comprende algo a Europa y desea hacer algo por ella. Por esto no llego a esperar que se le
confíe un cargo desde el que pueda ser eficaz y actuar a su manera." 
En agosto de 1933 Bullitt fue nombrado por Roosevelt embajador de los Estados Unidos en la
Unión Soviética. En diciembre, Freud le dijo a Marie Bonaparte: "De Bullitt, no hay novedades;
nuestro libro no verá la luz".
Según Bullitt, después de una viva discusión, los dos habían decidido olvidarse del texto durante
tres semanas. Cuando volvieron a verse, en el momento de la partida del diplomático a Moscú,
acordaron dejar que madurara la obra común y retomarla más tarde. Cada uno de ellos puso su
firma al lado de la del otro en los sucesivos capítulos del original. El 20 de mayo de 1935 Bullitt
reapareció en Viena como un meteoro, y Freud ya no habló de la obra.
El 23 de mayo de 1936, Marie Bonaparte pasó el día en Viena con Bullitt, y anotó en su diario:
"¡Está vivo! Quiere ayudar a la Verlag, pero no cesa de quejarse de que el análisis le quita la
alegría de vivir." Defraudado por su estada en la URSS, aguardaba otro destino diplomático. En
agosto fue nombrado embajador en París, y a partir de ese día no dejó de denunciar el peligro
nazi. Desde la anexión de Austria, se aseguró el respaldo personal de Roosevelt para
presentarse en la embajada alemana en París y amenazar a los nazis con el escándalo en el
caso de que tocaran a la familia Freud. Cuando el maestro vienés llegó a París, en junio de 1938,
él lo recibió con Marie Bonaparte y lo acompañó a la estación de Saint-Lazare, punto de partida a
su exilio en Gran Bretaña.
Fue en Londres donde los dos hombres solucionaron finalmente su disputa. Según la versión de
Bullitt, Freud aceptó suprimir los pasajes añadidos, y Bullitt integró las nuevas modificaciones del
maestro (nadie sabe cuáles). Se tomó entonces la decisión común de publicar la obra después
de la muerte de la segunda esposa de Wilson. El 17 de noviembre Marie Bonaparte anotó en su
diario que "los manuscritos de Freud habían sido enviados a Bullitt en América".
La sorprendente aventura de este original inverosímil no se detuvo allí. Cuando los alemanes
invadieron Francia, Bullitt permaneció en Paris y no siguio al gobierno de Paul Reynaud
(1878-1966) en el exilio. Pensaba con justicia que en ese momento no correspondía la
intervención norteamericana, pero subestimaba el poder de resistencia de Inglaterra, no creía en
el de Francia, y se equivocó acerca de las posibilidades de la alianza con la URSS, actitud que
iba a serle reprochada por el general de Gaulle. El 30 de junio de 1940 abandonó París, ciudad a
la que volvió en septiembre de 1944, con el grado de comandante, en el primer ejército francés.
En 1956 puso el original en manos de Ernest Jones, quien dijo que consideraba un privilegio ser
su primer lector: "Aunque éste sea un trabajo compartido -comentó-, no es difícil distinguir la
contribución analítica de uno de los autores, y el aporte político del otro". No añadió nada más. En
1964 Bullitt se dirigió a Max Schur, quien estaba escribiendo su libro sobre Freud. Schur se
mostró interesado, y le preguntó donde estaban las notas y documentos preparatorios
redactados por Freud. El embajador respondió que en junio de 1940 su ayuda de cámara los
había quemado por negligencia, junto con los archivos de la embajada norteamericana, 
De modo que todas las huellas de la colaboración de Bullitt y Freud quedaron reducidas a
cenizas. Schur le sugirió a Bullitt que le enviara una copia del original a Anna Freud, para que el
libro se publicara en el marco muy oficial del Sigmund Freud Copyright. Bullitt envió el texto sin
pedirle ninguna ayuda a Anna, la cual, después de una lectura, declaró que lo único escrito por
el padre era el prefacio. Un veredicto sin apelación. A partir de ese día, el Wilson fue proscrito
de la comunidad psicoanalítica internacional, al punto de ser considerado apócrifo. Bullitt, un año
antes de morir, se encargo, solo, de la publicación en los Estados Unidos: esa edición contiene
una introducción de Freud, en la cual éste subraya claramente que colaboró en la obra, y otra
introducción de Bullitt, notas de Bullitt sobre la infancia de Wilson, y un desarrollo común sobre el
destino político del personaje. Erik Erikson en 1967, e llse Grubrich-Simitis en 1987 (en el prefacio
a la edición alemana), expusieron opiniones coincidentes con la de Anna Freud. En
consecuencia, el libro no figura en las ediciones de las obras completas de Freud (en inglés,
francés y alemán).
De modo que los diferentes relatos del episodio se contradicen entre sí, Mientras que Marie
Bonaparte anotó que los manuscritos de Freud habían sido enviados a Bullitt en América, éste le
declaró a Schur que su ayuda de cámara los había quemado en París. Freud, por su lado, no
aclaró nunca qué parte de la obra había redactado él, pero siempre respaldó el proyecto,
afirmando haber colaborado en el libro. Anna Freud, Schur y Erikson fueron sin duda
imprudentes al zanjar como lo hicieron la cuestión de la atribución de los textos.
La obra en sí es notable. Más allá del vocabulario psicoanalítico y conceptual simplista, debido a
la pluma de Bullitt, propone un sorprendente análisis de la locura de un hombre de Estado,
aparentemente normal, en ejercicio de sus funciones.
Identificado desde su más tierna edad con la figura de su "incomparable padre", pastor
presbiteriano y gran predicador, Wilson se tomó primero por hijo de Dios, antes de convertirse a
una religión de su propia cosecha, en la que se atribuía el lugar de Dios. Escogió la carrera
política para realizar sus sueños mesiánicos. Cuando se convirtió en presidente, nunca había
salido de los Estados Unidos, país al que consideraba el más hermoso del mundo, a igual título
que la Inglaterra de Gladstone. No conocía la geografía de Europa e ignoraba que allí se hablaban
distintos idiomas. Durante las negociaciones del Tratado de Versalles olvidó la existencia del
paso de Brennero y le entregó a Italia los austríacos del Tirol, sin saber que hablaban alemán.
También creyó en la palabra de un allegado, quien le dijo que la comunidad judía contaba con
cien millones de individuos distribuidos en los cuatro rincones del mundo. Odiaba a Alemania, y
pensaba que sus habitantes vivían como bestias salvajes.
Para aplicar su política internacional, Wilson inventó silogismos delirantes. Puesto que Dios es
bueno y la enfermedad es mala, deducía que, si Dios existe, no puede existir la enfermedad. Este
razonamiento le permitía negar la realidad y creer en la omnipotencia de sus discursos. Según
los autores, esa denegación de la realidad lo llevó al desastre diplomático. Creó la Sociedad de
las Naciones antes de discutir las condiciones de la paz, gracias a lo cual los vencedores, 
contando con la garantía norteamericana, pudieron despedazar a Europa y condenar a Alemania
con toda impunidad.
Wilson creía entonces que la clave de la fraternidad universal podía formularse en catorce
puntos. Pero en lugar de tratar con sus asociados discutiendo las cuestiones económicas y
financieras, pronunció un sermón de la montaña. Después dejó Europa, persuadido de haberlos
convencido y de haber instaurado la paz eterna sobre la tierra.
Con independencia de lo que pudo haber sido una disputa entre Freud y Bullitt, esta obra,
desatendida por los historiadores y sospechada de apócrifa por la comunidad freudiana, traduce
no obstante una concepción freudiana de la historia. En efecto, describe el encuentro de un
destino individual, en el que interviene la determinación inconsciente, con una situación histórica
precisa, sobre la cual obra dicha determinación. Pero también lleva a pensar en un ensueño
aristotélico sobre el héroe caído. Freud compara a Wilson con Don Quijote, es decir, con el
reverso ridículo del Príncipe de Nicolás Maquiavelo (1469-1527): lo contrario de un gran hombre. 

Prince Morton
(1854-1929) Psiquiatra y psicoterapeuta norteamericano
fuente(77) 
Contemporáneo de Sigmund Freud y Théodore Flournoy, Morton Prince ocupa en la historia del
psicoanálisis en los Estados Unidos el mismo lugar que Pierre Janet en Francia. Adversario
declarado del freudismo, pero brillante partidario de la hipnosis, fue uno de los pioneros de la
escuela bostoniana de psicoterapia, donde, alrededor de William James (1877-1910), James
Jackson Putnarn, Josiah Royce y algunos otros, entre 1895 y 1909 se elaboró el método de
tratamiento de las enfermedades nerviosas más racional y científico del mundo anglosajón. La
doctrina psicoanalítica pudo más tarde florecer en el continente americano implantándose en ese
terreno bostoniano, y en parte gracias a la conversión al freudismo de Putnam.
Nacido en Boston, en una familia acomodada de Nueva Inglaterra, Prince obtuvo su diploma de
médico en la Universidad de Harvard en 1879. Un año después viajó a Francia con la madre,
para consultar a Jean Martin Chacot por los trastornos psíquicos de ella. Hacia mediados de la
década de 1880 se interesó por la cuesión de la personalidad múltiple, se inició pronto en la
sugestión, conoció a Hippolyte Bernheim y descubrió los trabajos de Janet, y más tarde los
Estudios sobre la histeria, publicados por Freud y Josef Breuer en 1895. En 1902 ingresó en la
Tufts University con el título de profesor en la cátedra de enfermedades del sistema nervioso. En
una serie de artículos elaboró entonces una teoría conductista de las neurosis, sosteniendo que
sus síntomas eran provocados por asociaciones accidentales que después cristalizaba en
modelos rígidos.
En 1901 participó en París en el IV Congreso Internacional de Psicología, en el cual se
encontraron Janet, Flournoy, Théodule Ribot (1839-1916) y muchos otros. Allí presentó el caso
de Sally Beauchamp, una joven de 23 años capaz de adquirir hasta cinco pesonalidades
distintas, y que él había curado mediante hipnotismo. Un año más tarde narró su historia en un
libro dedicado al fenómeno de la disociación, que tuvo un éxito resonante. Trasladado al teatrv,
el relato del caso fue interpretado en Broadway ante salas colmadas. En 1906, ya célebre,
Prince fundó el Journal of Abnormal Psychology, primer períodico de lengua inglesa dedicado 
exclusivamente a la psicoterapia, en el cual se registraron numerosas controversias a proposito
de la nueva doctrina freudiana.
Contrariamente a su amigo Putnam, Prince rechazó el psicoanálisis y le opuso un educational
treatment: "La cura puede hacerse, ha sido hecha y se podrá hacer sin psicoanálisis; por otra
parte, éste se sirve del método educativo y no sólo del «principio de la luz del día». Desafío a
cualquiera a que trate de utilizar el psicoanálisis sin emplear al mismo tiempo el método educativo
tal como lo usamos nosotros." Lo mismo que numerosos científicos de esa época, Prince
rechazaba la teoría freudiana de la sexualidad, no aceptaba el simbolismo del sueño, y seguía
apegado a una concepción subconsciente del inconsciente. Además criticó duramente el
fanatismo de los freudianos, y su tendencia a construir una especie de "Ciencia Cristiana" de
tipo espiritualista. Atacó en particular a Ernest Jones por sostener que sólo el método
psicoanalítico podía dar resultado en el tratamiento de las enfermedades nerviosas. Se entregó a
una interesante controversia con Flumarri, al presentar en mayo de 1912, ante la American
Psychopathological Association, un estudio comparativo sobre el mismo paciente. Después, con
el seudónimo de Fiona McLeod, publicó una crítica radical del freudismo.
En 1913 apareció una voluminosa obra suya sobre el inconsciente, que obtuvo un inmenso éxito
editorial y lo llevó a ser considerado el más grande especialista norteamericano en psiquiatría
dinámica. En 1926 fue nombrado profesor asociado del New Department of Abnormal and
Dynarnic Psychology en la universidad. A pesar de su hostilidad al psicoanálisis, conservó
buenas relaciones con Putnam, gracias al cual moderó sus críticas, al punto de admitir, después
de la Primera Guerra Mundial, que la psiquiatría dinámica le debía a Freud dos conceptos
principales: el de conflicto y el de represión. 

Principio de constancia
Al.: Konstanzprinzip.
Fr.: principe de constance.
Ing.: principle of constance.
It.: principio di costanza.
Por.: principio de constância.
fuente(78) 
Principio enunciado por Freud, según el cual el aparato psíquico tiende a mantener la cantidad de
excitación en él contenida a un nivel tan bajo o, por lo menos, tan constante como sea posible.
Esta constancia se obtiene, por una parte, mediante la descarga de la energía ya existente; por
otra, mediante la evitación de lo que pudiera aumentar la cantidad de excitación, y la defensa
contra este aumento.
El principio de constancia se halla en la base de la teoría económica freudiana. Se encuentra
presente desde los primeros trabajos, y nunca deja de suponerse implícitamente su influencia
regulando el funcionamiento del aparato psíquico: éste intentaría mantener constante la suma de
las excitaciones en su interior, lo cual lograría poniendo en marcha los mecanismos de evitación 
frente a las excitaciones externas, y de defensa y descarga (abreacción) frente a los aumentos
de tensión de origen interno. Llevadas a su última expresión económica, las más diversas
manifestaciones de la vida psíquica deberían interpretarse como tentativas más o menos
logradas de mantener o restablecer esta constancia.
El principio de constancia guarda estrecha relación con el principio de placer, en la medida en
que el displacer puede considerarse, desde un punto de vista económico, como la percepción
subjetiva de un aumento de tensión, y el placer como la disminución de dicha tensión. Sin
embargo, la relación entre las sensaciones subjetivas de placer-displacer y los procesos
económicos que se considera les sirven de base apareció, a la reflexión de Freud, como muy
compleja; así, un aumento de tensión puede acompañarse de una sensación de placer. Tales
hechos obligan a establecer que la relación entre el principio de placer y el principio de
constancia no es de una simple equivalencia (véase: Principio de placer).
Al situar en los fundamentos de la psicología una ley de constancia, Freud, al igual que Breuer,
no hizo más que recoger una exigencia generalmente admitida en los medios científicos de
finales del siglo xix: extender a la psicología y a la psicofisiología los principios más generales de
la física, en la medida en que tales principios se hallan en la base de toda ciencia. Pueden
observarse varias tentativas, ya anteriores (principalmente la de Fechner, que atribuye un
alcance universal a su «principio de estabilidad»), ya contemporáneas a las de Freud, para
encontrar en psicofisiología la intervención de una ley de constancia.
Pero, como el propio Freud hizo observar, bajo la aparente sencillez de la palabra constancia
«[...]pueden entenderse las cosas más diversas».
Cuando se invoca en psicología, basándose en el modelo de la física, un principio de constancia,
se hace con diferentes acepciones, que esquemáticamente pueden agruparse como sigue:
1.° Unas veces nos limitamos a aplicar a la psicología el principio de la conservación de la
energía, según el cual, en un sistema cerrado, la suma de las energías permanece constante. El
someter a este principio los hechos psíquicos lleva a postular la existencia de una energía
psíquica o nerviosa, cuya magnitud no varía a través de las distintas transformaciones y
desplazamientos que experimenta. Su enunciación conduce a establecer la posibilidad de
traducir los hechos psicológicos en lenguaje energético. Se observará que este principio,
constitutivo de la teoría económica en psicoanálisis, no se sitúa al mismo nivel que el principio
regulador designado por Freud con el término «principio de constancia».
2.° Otras veces el principio de constancia se entiende en un sentido que permite compararlo con
el 2.° principio de la termodinámica: dentro de un sistema cerrado, las diferencias de nivel
energético tienden a igualarse, de forma que el estado final ideal es el de un equilibrio. Análoga
significación reviste el «principio de estabilidad» enunciado por Fechner. En una transposición de 
este tipo, es preciso definir el sistema que se considera: ¿se trata del aparato psíquico y de la
energía que circula por su interior?, ¿se trata del sistema constituido por el conjunto: aparato
psíquico-organismo, o incluso del sistema: organismo-medio? En efecto, según los casos, la
noción de tendencia a la igualación puede poseer significaciones opuestas. Así, en la última
hipótesis, tiene por consecuencia la reducción de la energía interna del organismo hasta
conducir a éste al estado inorgánico (véase: Principio de nirvana).
3., Finalmente, el principio de constancia puede interpretarse en el sentido de una
autorregulación: el sistema considerado funciona de tal forma que intenta mantener constante su
diferencia de nivel energético con respecto al ambiente. Dentro de esta acepción, el principio de
constancia afirma que existen sistemas relativamente cerrados (como el aparato psíquico o el
organismo en conjunto) que tienden a mantener y a restablecer, mediante los intercambios con el
medio exterior, su configuración y su nivel energético específicos. En este sentido, el concepto
constancia se ha relacionado útilmente con el de homeostasis, establecido por el fisiólogo
Cannon. (ver nota(79))
De esta pluralidad de acepciones, resulta difícil determinar cuál es la que coincidiría exactamente
con lo que entiende Freud por principio de constancia. En efecto, las formulaciones que dio del
mismo, y de las cuales el propio Freud manifestó no sentirse satisfecho, son con frecuencia
ambiguas o incluso contradictorias: « [...] el aparato psíquico tiene la tendencia a mantener lo
más baja posible la cantidad de excitación existente en el mismo, o por lo menos a mantenerla
constante». Freud parece atribuir a una misma tendencia «[...] la reducción, la constancia, la
supresión de la tensión de excitación interna». Ahora bien, la tendencia a reducir a cero la
energía interna de un sistema no parece asimilable a la tendencia, propia de los organismos, a
mantener constante, a un nivel que puede ser alto, su equilibrio con el ambiente. En efecto, esta
segunda tendencia puede traducirse, según el caso, por una búsqueda de la excitación o
también por una descarga de ésta.
Las contradicciones y las imprecisiones, los deslizamientos de sentido que se encuentran en los
enunciados freudianos sólo podrán esclarecerse si se intenta establecer, más claramente de lo
que lo hizo el propio Freud, a qué experiencia y a qué exigencia teórica responden sus
tentativas, más o menos logradas, de enunciar en psicoanálisis una ley de constancia.
El principio de constancia forma parte del aparato teórico que Breuer y Freud elaboran en común
alrededor de los años 1892-1895, especialmente para explicar los fenómenos que observaron
en la histeria: los síntomas se atribuyen a un defecto de abreacción, y el factor de la cura se
busca en una descarga adecuada de los afectos. Con todo, si comparamos dos textos teóricos
debidos a la pluma de ambos autores, constataremos, bajo el aparente acuerdo, una clara
diferencia de perspectivas.
En las Consideraciones teóricas de los Estudios sobre la histeria (Theoretisches in Studien 
über Hysterie, 1895), Breuer considera las condiciones de funcionamiento de un sistema
relativamente autónomo dentro del organismo, el sistema nervioso central. Distingue dos tipos de
energía en este sistema: una energía quiescente o «excitación tónica intracerebral» y una
energía cinética que circula en el aparato. Lo que regula el principio de constancia es el nivel de
la excitación tónica: « [ . .. ] existe en el organismo una tendencia a mantener constante la
excitación intracerebral». Aquí deben subrayarse tres puntos esenciales:
1.° la ley de constancia se concibe como una ley de óptimum. Existe un nivel energético
favorable que debe restablecerse por medio de descargas cuando tiende a aumentar, pero
también por medio de una recarga (especialmente el sueño) cuando ha descendido demasiado;
2.° la constancia puede hallarse en peligro, ya sea por estados de excitación generalizados y
uniformes (por ejemplo, estado de expectación intensa), ya sea por una distribución desigual de
la excitación en el interior del sistema (afectos);
3.° la existencia y el restablecimiento de un nivel óptimo constituyen la condición que permite una
libre circulación de la energía cinética. El funcionamiento sin trabas del pensamiento, un
desarrollo normal de las asociaciones de ideas, presuponen que no esté perturbada la
autorregulación del sistema.
Freud, en su Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologie, 1895), estudia
también las condiciones de funcionamiento del aparato neuronal. Pero lo que plantea, desde el
comienzo, no es un principio de constancia como mantenimiento de cierto nivel energético, sino
un principio de inercia neuronal, en virtud del cual las neuronas tienden a vaciarse de la cantidad
de excitación, a evacuarla por completo. En consecuencia, Freud supone ciertamente la
existencia de una tendencia a la constancia, pero ve en ella una «función secundaria impuesta
por la necesidad de la vida», una modificación del principio de inercia: «[...] el sistema neuronal
se ve forzado a abandonar la tendencia originaria a la inercia, es decir, al nivel = 0. Debe
decidirse a mantener una provisión de cantidad, para satisfacer las exigencias de la acción
específica. Sin embargo, la forma en que lo hace pone de manifiesto la continuación de la misma
tendencia, transformada en un esfuerzo por mantener lo más bajo posible dicha cantidad y por
defenderse contra sus aumentos, es decir, por mantenerla constante». El principio de inercia
regula, según Freud, el tipo de funcionamiento primario del aparato, la circulación de la energía
libre. La ley de constancia, aun cuando no fue enunciada explícitamente como un principio
independiente, corresponde al proceso secundario, en el cual la energía está ligada, mantenida a
un determinado nivel.
Como puede verse, a pesar de utilizar un aparato conceptual que puede parecer el mismo, los
modelos de Breuer y de Freud son muy distintos. Breuer desarrolla su pensamiento dentro de
una perspectiva biológica que no carece de verosimilitud y que anticipa las ideas modernas
acerca de la homeostasis y los sistemas de autorregulación(80). En contraposición, la 
construcción freudiana puede parecer aberrante desde el punto de vista de las ciencias
biológicas, en la medida en que pretende deducir un organismo, con sus aptitudes vitales, sus
funciones adaptativas, sus constantes energéticas, de un principio que es la negación de toda
diferencia estable de nivel.
Pero esta divergencia, por lo demás no explicitada, entre Breuer y Freud(81) es rica en
significaciones. En efecto, lo que Freud considera regulado por el principio de inercia es un tipo
de proceso cuya existencia se vio inducido a postular por el descubrimiento, a la sazón
recentísimo, del inconsciente: el proceso primario. Éste es descrito desde el Proyecto basándose
en ejemplos privilegiados, como el sueño y la formación de síntoma, especialmente en el
histérico. Lo característico del proceso primario es fundamentalmente una circulación sin trabas,
un «desplazamiento fácil». En el plano del análisis psicológico, se observa que una
representación puede llegar a reemplazar completamente a otra, substrayéndole todas sus
propiedades y su eficacia: «[...] la histérica que llora por A ignora que lo hace a causa de la
asociación A-B, y el propio B no desempeña ningún papel en su vida psíquica. El símbolo ha
sustituido aquí por completo a la cosa». El fenómeno de un desplazamiento total de la
significación de una representación a otra, la comprobación clínica de la intensidad y eficacia
que presentan las representaciones sustitutivas, tienen lógicamente su expresión, según Freud,
en la formulación económica del principio de inercia. La libre circulación del sentido y el flujo total
de la energía psíquica hasta su completa evacuación son, para Freud, sinónimos. Como puede
verse, tal proceso es el opuesto al mantenimiento de la constancia.-
Esta última fue invocada en el Proyecto, pero en el sentido de venir precisamente a moderar e
inhibir la simple tendencia a la descarga absoluta. La función de ligar la energía psíquica y
mantenerla a un nivel más elevado se atribuye al yo; éste realiza dicha función porque él mismo
constituye un conjunto de representaciones o de neuronas en las que se mantiene un nivel
constante de catexis (véase: Yo).
La filiación entre proceso primario y proceso secundario no debe comprenderse, pues, como
una sucesión real, en el orden vital, como si, en la historia de los organismos, el principio de
constancia hubiera venido a suceder al principio de inercia; sólo puede mantenerse a nivel de un
aparato psíquico en el que Freud, desde un principio, reconoció la existencia de dos tipos de
procesos, de dos principios de funcionamiento mental. (ver nota(82))
Como es sabido, el capítulo VII de La interpretación de los sueños (Die Traurndeutung, 1900) se
basa en la existencia de tal oposición. En él desarrolla Freud la hipótesis «[...] de un aparato
psíquico primitivo, cuyo trabajo viene regulado por la tendencia a evitar la acumulación de
excitación y a mantenerse, en lo posible, sin excitación». Tal principio, caracterizado por «[...] el
libre flujo de las cantidades de excitación», lo denomina Freud «principio de displacer». Preside el
funcionamiento del sistema inconsciente. El sistema preconsciente-consciente tiene otro modo
de funcionamiento: «[...] produce, en virtud de las catesis que de él emanan, una inhibición de
este [libre] flujo, una transformación en catexis quiescente, sin duda con elevación del nivel». En 
consecuencia, la oposición entre los modos de funcionamiento de ambos sistemas será
asimilada casi siempre por Freud a la oposición entre principio de placer y principio de realidad.
Pero si, con un deseo de aclaración conceptual, se intenta mantener una distinción entre una
tendencia a reducir a cero la cantidad de excitación y una tendencia a mantener ésta a un nivel
constante, se aprecia que el principio de placer correspondería a la primera tendencia, mientras
que el mantenimiento de la constancia correspondería al principio de realidad.
Hasta 1920, en Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips), Freud no formuló
explícitamente un «principio de constancia». A este respecto deben subrayarse varios puntos:
1.° el principio de constancia se presenta como el fundamento económico del principio de placer;
2.° las definiciones que de él se han propuesto implican siempre un equívoco: el de considerar
equivalentes la tendencia a la reducción absoluta y la tendencia a la constancia;
3.° sin embargo, la tendencia al cero, designada con el nombre de principio de nirvana, se
considera fundamental, siendo los demás principios únicamente modificaciones de aquélla;
4.° al mismo tiempo que Freud parece ver actuar en «[...] la vida psíquica y quizá [en] la vida
nerviosa en general» una única tendencia más menos modificada, introduce un dualismo
fundamental e irreductible nivel de las pulsiones, tendiendo las pulsiones de muerte a la
reducción absoluta de las tensiones, mientras que, por el contrario, las pulsiones de vida
intentan mantener y crear unidades vitales que suponen un nivel elevado de tensión. Este último
dualismo (acerca del cual más de un autor ha subrayado, por lo demás, que debía interpretarse
como un dualismo de principios) puede esclarecerse al ponerse en relación con algunas
oposiciones fundamentales, que se hallan constantemente presentes en el pensamiento
freudiano: energía libre-energía ligada, liberación-ligazón (Entbindung-Bindung), proceso
primario-proceso secundario (véase también: Pulsión de muerte).
Por el contrario, Freud jamás estableció plenamente la oposición que, a nivel de los principios
económicos del funcionamiento mental, correspondería a las oposiciones precedentes. Si bien
es bosquejada en el Proyecto, con la distinción de un principio de inercia y de una tendencia a la
constancia, no constituirá la referencia explícita que permitiría quizás evitar la confusión que
sigue implícita en la noción de principio de constancia. 

Principio de inercia (neurónica)
Principio de inercia (neurónica)
Principio de inercia
(neurónica)
Al.: Prinzip der Neuronenträgheit o Trägheitsprinzip.
Fr.: principe d’inertie neuronique.
Ing.: principle of neuronic inertia.
It.: principio dell'inerzia neuronica.
Por.: princípio de inércia neurônica. 

fuente(83) 
Principio de funcionamiento del sistema neurónico, postulado por Freud en el Proyecto de
psicología científica (Entwurf einer Psychologie, 1895): las neuronas tienden a evacuar
completamente las cantidades de energía que reciben.
En el Proyecto de psicología científica, Freud enuncia un principio de inercia como principio de
funcionamiento de lo que él llama entonces sistema neurónico. No utilizará esta expresión en los
textos metapsicológicos ulteriores. Esta noción pertenece al período de elaboración de la
concepción freudiana del aparato psíquico. Es sabido que Freud describe en el Proyecto un
sistema neurónico que comporta dos conceptos fundamentales: el de neurona y el de cantidad.
Se supone que la cantidad circula por el sistema, siguiendo una determinada vía entre las
bifurcaciones sucesivas de las neuronas en función de la resistencia («barrera de contacto») o
de la facilitación que exista en el paso de un elemento neurónico a otro. Es evidente la analogía
existente entre esta descripción, efectuada en un lenguaje neurofisiológico, y las descripciones
ulteriores del aparato psíquico que también hacen intervenir dos elementos: las representaciones
agrupadas en cadenas o en sistemas y la energía psíquica.
El antiguo concepto de principio de inercia tiene el interés de que contribuye a precisar el sentido
de los principios económicos fundamentales que presiden el funcionamiento del aparato
psíquico.
La inercia, en física, consiste en que «[...] un punto libre de toda conexión mecánica y que no
esté sometido a ninguna acción conserva indefinidamente la misma velocidad en magnitud y en
dirección (incluido el caso en que esta velocidad es nula, es decir, en que el cuerpo está en
reposo).
1. El principio enunciado por Freud respecto al sistema neurónico presenta una indudable
analogía con el principio físico de inercia. Se formula así: «Las neuronas tienden a
desembarazarse de la cantidad».
El modelo de un funcionamiento de este tipo lo proporciona cierta concepción del reflejo: en el
arco reflejo se considera que la cantidad de excitación recibida por la neurona sensitiva se
descarga totalmente en el extremo motor. De un modo más general, para Freud, el aparato
neurónico se comporta como si tendiera no sólo a descargar las excitaciones, sino también a
mantenerse alejado de las fuentes de excitación. Respecto de las excitaciones internas, el
principio de inercia ya no puede funcionar sin experimentar una profunda modificación; en
efecto, para que exista descarga adecuada, es necesaria una acción específica, que, para 
llevarse a cabo, exige una cierta reserva de energía.
2. Es bastante laxa la relación existente entre el empleo freudiano de la noción de principio de
inercia y el que se hace en física:
a) En física, la inercia constituye una propiedad de los cuerpos en movimiento, mientras que,
para Freud, no es una propiedad del móvil considerado, es decir, la excitación, sino una
tendencia activa del sistema en el cual se desplazan las cantidades.
b) En física el principio de inercia constituye una ley universal, inherente a los fenómenos
considerados y que puede verse actuar incluso en las manifestaciones que, para el observador
corriente, la contradicen. Por ejemplo, el movimiento de un proyectil tiende aparentemente a
detenerse por sí mismo, pero la física muestra que este paro es debido a la resistencia del aire y
que, hecha abstracción de este factor contingente, no se discute en absoluto la validez de la ley
de inercia. Por el contrario, en las transposiciones psicofisiológicas de Freud, el principio de
inercia ya no es constitutivo del orden natural considerado; puede ser contrarrestado por otro
modo de funcionamiento que limita su campo de aplicación. Así, la formación de grupos de
neuronas de catexis constante supone la regulación por una ley (ley de constancia) que se
opone al flujo libre de la energía. Sólo mediante una especie de deducción que apela a una
finalidad, Freud puede sostener que el principio de inercia utiliza para sus fines una cierta
acumulación de energía.
c) Este paso del mecanismo a la finalidad vuelve a encontrarse en el hecho de que Freud
deduce del principio de la descarga de la excitación una tendencia a la evitación de toda fuente
de excitación.
3. Se concibe que Freud, en la medida que intentaba mantenerse a un cierto nivel de verosimilitud
biológica, se viera obligado inmediatamente a introducir considerables alteraciones en el principio
de inercia. En efecto, ¿cómo podría sobrevivir un organismo que funcionase según este
principio?; ¿cómo podría existir, si la noción misma de organismo supone el mantenimiento de
una diferencia estable de nivel energético con respecto a su ambiente?
Sin embargo, a nuestro modo de ver, las contradicciones que se aprecian en el concepto
freudiano de principio de inercia neurónica, no deben invalidar la intuición básica subyacente a
su empleo. Esta intuición va ligada al descubrimiento del inconsciente; lo que Freud traduce en
términos de libre circulación de energía en las neuronas no es más que la transposición de su
experiencia clínica: la libre circulación del sentido que caracteriza el proceso primario.
En tal medida, el principio de nirvana, aparece mucho más tarde en la obra de Freud, puede
considerarse como una reafirmación, en un momento decisivo del pensamiento freudiano
(«vuelta» de los años 20), de la intuición fundamental que guiaba ya la enunciación del principio 
de inercia. 

Principio de Nirvana
Al.: Nirwanaprinzip. 
Fr.: principe de nirvana.
Ing.: Nirvana principle. 
It.: principio del Nirvana.
Por.: principio de nirvana.
fuente(84) 
Término propuesto por Barbara Low y recogido por Freud para designar la tendencia del aparato
psíquico a reducir a cero o, por lo menos, a disminuir lo más posible en sí mismo toda cantidad de
excitación de origen externo o Interno.
El término «nirvana», difundido en Occidente por Schopenhauer, está tomado de la religión
budista, en la cual designa la «extinción» del deseo humano, la aniquilación de la individualidad,
que se funde en el alma colectiva, un estado de quietud y felicidad perfectas.
En Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), Freud, recogiendo la
expresión propuesta por la psicoanalista inglesa Barbara Low, enuncia el principio de nirvana
como una «[...] tendencia a la reducción, a la constancia, a la supresión de la tensión de
excitación interna». Esta formulación es idéntica a la que Freud da, en el mismo texto, del
principio de constancia, e implica, por consiguiente, la ambigüedad de considerar como
equivalentes la tendencia a mantener constante un cierto nivel y la tendencia a reducir a cero
toda excitación (para la discusión de este punto, véase: Principio de constancia).
Con todo, no es indiferente observar que Freud introduce el término «nirvana», con su
resonancia filosófica, en un texto en el que se adentra ampliamente en un camino especulativo;
en el nirvana hindú o schopenhaueriano Freud ve una correspondencia con la noción de pulsión
de muerte. Esta correspondencia se subraya en El problema económico del masoquismo (Das
ökonomische Problem des Masochismus, 1924):
«El principio de nirvana expresa la tendencia de la pulsión de muerte». En este sentido, el
«principio de nirvana» designa algo distinto a una ley de constancia o de homeostasis: la
tendencia radical a llevar la excitación al nivel cero, como Freud la había ya enunciado con el
nombre de «principio de inercia».
Por otra parte, la noción de nirvana sugiere una profunda ligazón entre el placer y la aniquilación,
ligazón que Freud consideró siempre problemática (véase: Principio de placer). 
Principio de Nirvana
Principio de Nirvana
Alemán: Nirwanaprinzip. 
Francés: Principe de nirvana. 
Inglés: Nirvana principle.
fuente(85) 
Término derivado del budismo y de la filosofía de Arthur Schopenhauer (1788-1860) propuesto 
por la psicoanalista inglesa Barbara Low (1877-1955) y retomado por Sigmund Freud en Más
allá del principio de placer, para designar la tendencia del aparato psíquico a anular toda
excitación y todo deseo. 

Principio de placer
Al.: Lustprinzip.
Fr.: principe de plaisir.
Ing.: pleasure principle.
It.: principio di piacere.
Por.: principia de prazer.
fuente(86) 
Uno de los dos principios que, según Freud, rigen el funcionamiento mental: el conjunto de la
actividad psíquica tiene por finalidad evitar el displacer y procurar el placer. Dado que el
displacer va ligado al aumento de las cantidades de excitación, y el placer a la disminución de las
mismas, el principio de placer constituye un principio económico.
La idea de basar en el placer un principio regulador del funcionamiento mental dista de ser propia
de Freud. Fechner, cuyas ideas ya es sabido hasta qué punto pudieron influir sobre Freud, había
enunciado un «principio del placer de la acción». Por él entendía, a diferencia de las doctrinas
hedonistas tradicionales, no que la finalidad perseguida por la acción humana sea el placer, sino
que nuestros actos vienen determinados por el placer o displacer producidos en el presente por
la representación de la acción a realizar o de sus consecuencias. Hace observar también que
estas motivaciones pueden no ser percibidas conscientemente: «[...] es natural que, cuando los
motivos se pierden en el inconsciente, lo mismo sucede con el placer y el displacer(87)».
Esta característica de motivación actual se encuentra también en el centro de la concepción
freudiana: el aparato psíquico viene regulado por la evitación o la evacuación de la tensión
displacentera. Se observará que el principio es designado primeramente como «principio de
displacer»: la motivación es el displacer actual y no la perspectiva del placer a obtener. Se trata
de un mecanismo de regulación «automática».
El concepto de principio de placer persistió sin grandes variaciones a todo lo largo de la obra
freudiana. En cambio, lo que constituye un problema para Freud y recibe distintas respuestas, es
la situación de este principio en relación con otras referencias teóricas.
Una primera dificultad, que ya se aprecia en la enunciación misma del principio, se relaciona con
la definición del placer y del displacer. Una de las hipótesis constantes de Freud, dentro del
marco de su modelo del aparato psíquico, pretende que, en los comienzos de su funcionamiento,
el sistema percepción-conciencia sería sensible a una gran diversidad de cualidades
provenientes del mundo exterior, mientras que del interior sólo percibiría los aumentos y 
disminuciones de tensión, que se traducen en una sola gama cualitativa: la escala
placer-displacer(88). ¿Podemos entonces atenernos a una definición puramente económica,
según la cual placer y displacer sólo serían la traducción cualitativa de modificaciones
cuantitativas? Por otra parte, ¿cuál es la correlación exacta entre estos dos aspectos, cualitativo
y cuantitativo? Freud subrayó cada vez más la dificultad que él había encontrado en dar una
respuesta sencilla a este problema. Si bien, en una primera etapa, se contentó con enunciar una
equivalencia entre el placer y la reducción de tensión, y entre el displacer y el aumento de esta
última, muy pronto dejó de considerar esta relación como evidente y simple: «[...] no olvidemos el
carácter altamente impreciso de esta hipótesis, mientras no logremos descubrir la naturaleza de
la relación existente entre placer-displacer y las variaciones en las cantidades de excitación que
actúan sobre la vida psíquica. Lo que es seguro es que, si tales relaciones pueden ser muy
diversas, en todo caso no pueden ser muy simples».
Apenas hallamos en Freud unas cuantas indicaciones referentes al tipo de función de que se
trata. En Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), señala la
conveniencia de distinguir entre displacer y sentimiento de tensión: existen tensiones
placenteras. «La sensación de tensión no podría relacionarse con la magnitud absoluta de la
catexis, eventualmente con su nivel, mientras que la gradación placer-displacer indicaría la
modificación de la cantidad de catexis en la unidad de tiempo». Asimismo un factor temporal, el
ritmo, se toma en consideración en un texto ulterior, al mismo tiempo que se vuelve a conceder
valor al aspecto esencialmente cualitativo del placer.
A pesar de las dificultades existentes en encontrar equivalentes cuantitativos exactos a los
estados cualitativos que son el placer y el displacer, es evidente el interés que tiene, para la
teoría psicoanalítica, una interpretación económica de estos estados; permite enunciar un
principio válido tanto para las instancias inconscientes de la personalidad como para sus
aspectos conscientes. Así, por ejemplo, el hablar de un placer inconsciente en relación con un
síntoma manifiestamente penoso puede plantear objeciones a nivel de la descripción psicológica.
Al situarse en el punto de vista de un aparato psíquico y de las modificaciones energéticas que
en él se producen, Freud dispone de un modelo que le permite considerar cada subestructura
como regulada por el mismo principio que el conjunto del aparato psíquico, dejando en suspenso
el difícil problema de determinar, para cada una de estas subestructuras, la modalidad y el
momento en que un aumento de tensión se vuelve efectivamente motivante como displacer
sentido. Este problema, sin embargo, no fue descuidado en la obra freudiana. Fue directamente
considerado, a propósito del yo, en Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Symptom und
Angst, 1926) (concepción de la señal de angustia como motivo de defensa).
Otro problema que, por lo demás, no deja de hallarse en conexión con el anterior, es el referente
a la relación entre placer y constancia. En efecto, incluso una vez admitida la existencia de una
significación económica, cuantitativa, del placer, persiste el problema de saber si lo que Freud
denomina principio de placer corresponde a un mantenimiento de la constancia del nivel
energético o a una reducción radical de las tensiones al nivel más bajo. Numerosas 
formulaciones de Freud, que asimilan principio de placer y principio de constancia, hablan en el
sentido de la primera solución. Pero, por el contrario, si se hace intervenir el conjunto de las
referencias teóricas fundamentales de Freud (como se desprenden especialmente de textos
como el Proyecto de psicología científica [Entwurf einer Psychologie, 1895] y Más allá del
principio del placer), se aprecia que el principio de placer se halla más bien en oposición al
mantenimiento de la constancia, ya sea porque corresponda al flujo libre de la energía, mientras
que la constancia corresponde a la ligazón de ésta, ya sea porque, en último extremo, Freud
llegue a preguntarse si el principio de placer no se encuentra «al servicio de la pulsión de
muerte». Este problema lo discutimos más extensamente en el artículo «Principio de constancia».
El problema, frecuentemente debatido en psicoanálisis, de la existencia de un «más allá del
principio de placer» sólo puede plantearse con validez una vez destacada plenamente la
problemática que hace intervenir los conceptos de placer, constancia, ligazón, reducción de las
tensiones a cero. En efecto, la existencia de principios o de fuerzas pulsionales que trascienden
el principio de placer sólo es defendida, por Freud cuando opta por una interpretación de éste
que tiende a confundirlo con el principio de constancia. Cuando, por el contrarío, se tiende a
asimilar el principio de placer a un principio de reducción a cero (principio de nirvana), no se
discute su carácter último y fundamental (véase especialmente: Pulsión de muerte).
La noción de principio de placer interviene principalmente en la teoría psicoanalítica en conexión
con el de principio de realidad. Asimismo, cuando Freud enuncia en forma explícita los dos
principios de funcionamiento psíquico, lo que propone es este gran eje de referencia. En un
principio las pulsiones sólo buscarían descargarse, satisfacerse por los caminos más cortos.
Progresivamente efectuarían el aprendizaje de la realidad, que es el único que permite, a través
de los rodeos y aplazamientos necesarios, alcanzar la satisfacción buscada. En esta tesis
simplificada se ve cómo la relación placer-realidad plantea un problema que a su vez depende de
la significación que se atribuya, en psicoanálisis, a la palabra placer. Si entendemos
esencialmente por placer la satisfacción de una necesidad, cuyo modelo lo constituiría la
satisfacción de las pulsiones de autoconservación, la oposición principio de placer-principio de
realidad no ofrece nada de radical, tanto más cuanto que fácilmente puede admitirse la
existencia en el organismo vivo de una dotación natural, de predisposiciones que hacen del
placer una guía de vida, subordinándolo a comportamientos y funciones adaptativas. Pero si el
psicoanálisis ha situado en primer plano la noción de placer, lo ha hecho en un contexto
totalmente distinto, en el que aparece, por el contrario, como ligado a procesos (experiencia de
satisfacción), a fenómenos (el sueño) cuyo carácter arreal es evidente. Dentro de esta
perspectiva, los dos principios aparecen como fundamentalmente antagonistas, por cuanto la
realización de un deseo inconsciente (Wunscherfüllung) respondería a diferentes exigencias y
funcionaría según otras leyes que la satisfacción (Befriedigung) de las necesidades vitales
(véase: Pulsiones de autoconservación). 

Principio (de placer, de realidad)
Principio (de placer, de realidad)
Principio
(de placer, de realidad)
fuente(89) 
Al redactar en 1911 el artículo «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico»,
Freud sin duda quería subrayar que se trataba efectivamente de dos principios, y que la
neurosis no podía caracterizarse, como Jung tendía a sostenerlo, por el desconocimiento del
privilegio (que sería propio del sujeto humano) de conciliarse con las tareas que le solicita la
realidad.
Lo que por el contrario apunta a demostrar el artículo es que en lo que concierne al psicoanálisis,
las exigencias gobernadas por el principio de placer son imprescriptibles, y que el desarrollo de
una «función de lo real», sobre la cual Pierre Janet había esperado fundar una teoría de la
neurosis, sólo adquiere sentido si se asumen sus impases.
Además, las «formulaciones» freudianas barcan desde lo ya formulado acerca de la economía
psíquica (sobre todo en La interpretación de los sueños), hasta la puesta en evidencia de los
recursos creados a partir de las carencias de la satisfacción. 

Principio de Placer / Principio de Realidad
Alemán: Lustprinzip - Realitätsprinzip. 
Francés: Principe de plaisir - principe de réalité. 
Inglés: Pleasure principle - principle of reality.
fuente(90) 
Expresiones introducidas por Sigmund Freud en 1911 para designar los dos principios que rigen
el funcionamiento psíquico. El primero tiene por fin procurar el placer y evitar el displacer, sin
trabas ni límites (por ejemplo, el lactante al seno de su madre), y el segundo modifica al anterior,
imponiéndole las restricciones necesarias para la adaptación a la realidad externa. 

Principio de realidad
Al.: Realitätsprinzip.
Fr.: principc de réalité.
Ing.: principle of reality.
It.: principio ùi realtà. 
Por.: princípio de realidade.
fuente(91) 
Uno de los dos principios que, según Freud, rigen el funcionamiento mental. Forma un par con el
principio del placer, al cual modifica: en la medida en que logra imponerse como principio
regulador, la búsqueda de la satisfacción ya no se efectúa por los caminos más cortos, sino
mediante rodeos, y aplaza su resultado en función de las condiciones Impuestas por el mundo
exterior.
Considerado desde el punto de vista económico, el principio de realidad corresponde a una
transformación de la energía libre en energía ligada; desde el punto de vista tópico, caracteriza
esencialmente el sistema preconsciente-consciente; desde el punto de vista dinámico, el
psicoanálisis Intenta basar el principio de realidad sobre cierto tipo de energía pulsional que se 
bailaría más especialmente al servicio del yo (véase: Pulsiones del yo).
Implícito desde las primeras elaboraciones metapsicológicas de Freud, el principio de realidad es
enunciado como tal en 1911 en Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento
psíquico (Formulierungen über die zwei Prinzipien des psychischen Geschehens); desde un
punto de vista genético, se relaciona con el principio de placer, al que sucede. El lactante
intentaría primeramente encontrar, en forma alucinatoria, una posibilidad de descargar de un
modo inmediato la tensión pulsional (véase: Experiencia de satisfacción): «[...] sólo la ausencia
persistente de la satisfacción esperada, la decepción, ha conducido a abandonar esta tentativa
de satisfacción por medio de la alucinación. En su lugar, el aparato psíquico hubo de decidirse a
representar el estado real del mundo exterior y a buscar una modificación real. Se introduce así
un nuevo principio de la actividad psíquica: lo que se representa no es más lo agradable, sino lo
real, incluso aunque sea desagradable». El principio de realidad, principio regulador del
funcionamiento psíquico, aparece secundariamente como una modificación del principio de
placer, que en los comienzos es el que domina; su instauración corresponde a una serie de
adaptaciones que debe experimentar el aparato psíquico: desarrollo de las funciones
conscientes, atención, juicio, memoria; sustitución de la descarga motriz por una acción
encaminada a lograr una transformación apropiada de la realidad; nacimiento del pensamiento, el
cual se define como una «actividad de prueba» en la que se desplazan pequeñas cantidades de
catexis, lo que supone una transformación de la energía libre, que tiende a circular sin trabas de
una representación a otra, en energía ligada (véase: Identidad de percepciónIdentidad de
pensamiento). El paso del principio de placer al principio de realidad no suprime, sin embargo, el
primero. Por una parte, el principio de realidad asegura la obtención de las satisfacciones en lo
real; por otra parte, el principio de placer continúa imperando en todo un campo de actividades
psíquicas, especie de territorio reservado, entregado al fantasma y que funciona según las
leyes del proceso primario: el inconsciente.
Tal es el modelo más general elaborado por Freud en el marco de lo que él mismo denominó
«psicología genética». Freud indica que este esquema se aplica de distinta forma según que se
considere la evolución de las pulsiones sexuales o la de las pulsiones de autoconservación. Así
como éstas, en su desarrollo, llegan progresivamente a reconocer de un modo pleno el dominio
del principio de realidad, las pulsiones sexuales se «educarían» con retraso y siempre en forma
imperfecta. De ello resultaría, secundariamente, que las pulsiones sexuales seguirían siendo el
dominio preferente del principio de placer, mientras que las pulsiones de autoconservación
representarían rápidamente, dentro del aparato psíquico, las exigencias de la realidad. En
definitiva, el conflicto psíquico entre el yo y lo reprimido tendría su raíz en el dualismo pulsional,
correspondiendo éste al dualismo de los principios.
A pesar de su aparente simplicidad, esta concepción plantea dificultades sobre las que ya
llaman la atención numerosas indicaciones dadas en su obra por el mismo Freud. 
1.ª En lo que respecta a las pulsiones, resulta poco satisfactoria la idea de que pulsiones
sexuales y pulsiones de autoconservación evolucionan según un mismo esquema. Es difícil ver
cuál sería para las pulsiones de autoconservación esta primera etapa regulada únicamente por
el principio de placer: ¿no se hallan orientados desde un principio hacia el objeto real
satisfactorio, como el propio Freud indicó para diferenciarlas de las pulsiones sexuales?. Y a la
inversa, el nexo entre la sexualidad y la fantasía es tan fundamental que la idea de un
aprendizaje progresivo de la realidad resulta aquí muy discutible, como atestigua, por lo demás,
la experiencia analítica.
A menudo se ha planteado la cuestión de cómo el niño, si es capaz de satisfacerse a voluntad
en forma alucinatoria, ha de recurrir alguna vez a buscar un objeto real. Este difícil problema se
esclarece mediante la concepción que hace surgir la pulsión sexual de la pulsión de
autoconservación en una relación doble de apoyo y de separación. Esquemáticamente, las
funciones de autoconservación ponen en marcha dispositivos de comportamiento, esquemas
perceptivos que desde un principio apuntan, aunque sea en forma torpe, hacia un objeto real
adecuado (el pecho, el alimento). La pulsión sexual nace de forma marginal durante la realización
de esta función natural; sólo se vuelve verdaderamente autónoma en el movimiento que lo
separa de la función y del objeto, repitiendo el placer en forma de autoerotismo y apuntando en
lo sucesivo a las representaciones electivas que se organizan en forma de fantasía. Desde este
punto de vista, como puede apreciarse, la ligazón entre los dos tipos de pulsiones consideradas
y los dos principios, no constituye en modo alguno una adquisición secundaria: desde el
comienzo existe un íntimo nexo entre autoconservación y realidad; y a la inversa, el momento en
que emerge la sexualidad coincide con el de la fantasía y la realización alucinatoria del deseo.
2.ª A menudo se ha atribuido a Freud, y se ha criticado, la idea de que el ser humano debería
salir de un hipotético estado en el que realizaría una especie de sistema cerrado consagrado
sólo al placer «narcisista», para llegar, no se sabe por qué camino, a la realidad. Esta suposición
es desmentida por varias formulaciones freudianas: desde un principio existe, por lo menos en
ciertos sectores, especialmente el de la percepción, un acceso a lo real. ¿Esta contradicción no
tiene su origen en el hecho de que, en el campo de la investigación psicoanalítica, la problemática
de lo real se plantea en términos totalmente distintos de los de una psicología que tiene por objeto
el análisis del comportamiento del niño? Lo que Freud establecería indebidamente como una
generalidad válida para el conjunto de la génesis del sujeto humano, recobraría su valor al nivel,
desde un principio arreal, del deseo inconsciente. En la evolución de la sexualidad humana, en
su estructuración por el complejo de Edipo, Freud busca las condiciones del acceso a lo que él
denomina «pleno amor de objeto». Difícilmente puede captarse la significación de un principio de
realidad capaz de modificar el curso del deseo sexual aparte de esta referencia a la dialéctica
del Edipo y a las identificaciones correlativas de éste (véase: Objeto).
3.ª Freud atribuye un papel importante a la noción de prueba de realidad, aunque no elaboró
nunca una teoría coherente de ella ni mostró bien su relación con el principio de realidad. En el 
empleo de este concepto se ve todavía de un modo más manifiesto cómo puede abarcar dos
direcciones muy distintas de pensamiento: una teoría genética del aprendizaje de la realidad, de
un sometimiento de la pulsión a la prueba de la realidad (como si aquél procediera por «ensayos
y errores») y una teoría casi trascendental que trata de la constitución del objeto a través de
toda una serie de oposiciones: interior-exterior, placentero-displacentero,
introyección-proyección. (Para la discusión de este problema, véase: Prueba de realidad y
Yo-placer, Yo-realidad.)
4.ª En la medida en que Freud, con su última tópica, define el yo como una diferenciación del elle
que resultaría del contacto directo con la realidad exterior, hace de él la instancia cuya misión
sería garantizar el imperio del principio de realidad. El yo «[...] intercala, entre la reivindicación
pulsional y la acción que procura la satisfacción, la actividad de pensamiento, que, orientada en
el presente y utilizando las experiencias anteriores, intenta adivinar, mediante acciones de
prueba, el resultado de los proyectos considerados. De este modo el yo llega a descubrir si la
tentativa de obtener la satisfacción debe efectuarse o aplazarse, o si la exigencia pulsional no
debe ser simplemente suprimida como peligrosa (principio de realidad)». Esta formulación
representa la expresión más franca de la tentativa de Freud de hacer depender del yo las
funciones adaptativas del individuo (véase: Yo, comentario VI). Esta concepción despierta dos
tipos de reservas: por una parte, no es seguro que el aprendizaje de las exigencias de la
realidad deba atribuirse enteramente a una instancia de la personalidad psíquica cuya génesis y
función se hallan también marcadas por identificaciones y conflictos; por otra, en el campo
propio del psicoanálisis, la noción de realidad ¿no ha sido profundamente renovada por
descubrimientos tan fundamentales como la del complejo de Edipo y la de una constitución
progresiva del objeto libidinal? Lo que en psicoanálisis se entiende por «acceso a la realidad» no
puede reducirse a la idea de un poder de discriminación entre lo irreal y lo real ni a la de una
puesta a prueba de los fantasmas y deseos inconscientes al contacto con un mundo exterior
que, en definitiva, sería el único soberano. 

Privación
Privación
Privación
fuente(92) 
La distinción terminológica expuesta por Freud en El porvenir de una ilusión (1927) enre la
frustración, la prohibición [l’interdit] y la privación, se complica a causa de una indicación
consignada anteriormente (1916) en el artículo «Algunos tipos de carácter dilucidados por el
trabajo psicoanalítico».
En la hipótesis -escribía Freud- de que la libido quiera lanzarse hacia metas o vías proscriptas
por el yo y que éste ha en consecuencia prohibido [interdit] (Verboten) para siempre, y en
ausencia de una satisfacción ideal grata al yo, «la privación (Entbehrung) -frustración
(Versagung) de una satisfacción real (reale)- se convierte en la condición primera de la génesis
de la neurosis». Surge aquí una dificultad, por la sucesión un tanto abrupta de los términos
«privación» y «frustración».
Retomemos entonces, para comenzar, las definiciones comparativas de El porvenir de una 
ilusión. Caracterizaremos en primer lugar la frustración (Versagung) como «el hecho de que una
pulsión no es satisfecha»; a continuación la prohibición [l'interdit] (Verbot) como dispositivo
(Einrichtung) en virtud del cual la satisfacción es impedida, y finalmente la privación (Entbehrung)
como la situación (Zustand) resultante de la prohibición [interdiction]».
Así, en 1916, la privación (Entbehrung) designaba una frustración (Versagung) de un tipo
determinado (la frustración de una satisfacción real) y, en 1927, el resultado de una prohibición
[interdiction]. ¿Es posible conciliar ambas definiciones?
Continuemos con la lectura de El porvenir de una ilusión. Vamos a distinguir entre las privaciones
(Entbehrungen) que alcanzan a todo el mundo, y las que sólo tocan a ciertos grupos, a ciertas
clases, incluso a ciertos individuos.
Las primeras, las privaciones comunes a todos, son las más antiguas. Con las prohibiciones
[interdits] que ellas tienen en su origen inició la cultura la ruptura con respecto al estado animal
originario. Después de unos cuantos renglones, aparece no obstante un cambio terminológico. Al
referirse a los anhelos pulsionales en los cuales se perpetúa este estado primitivo, Freud evoca
«esa clase de hombres los neuróticos» que reaccionan de manera asocia] a esa «frustración»
(Versagung) que resulta de los desarrollos de la cultura.
Esta sustitución del término privación (Entbehrung) por el de frustración (Versagung) es
significativa.
De hecho, se observará en primer lugar que la proximidad, subrayada en 1916, entre la
«privación» y la «frustración real» tomaba en cuenta el desarrollo de yo. El mismo texto remitía
además a la especificación de la frustración como «real». Esto nos induce a suponer que la
«privación» (Entbehrung) tiene por marca distintiva el ordenarse correlativamente a uno y otro de
estos dos puntos de referencia: el yo por una parte, la realidad por la otra. Además, según este
modo de ver se fijará la función común atribuida a la prohibición [l'interdit] en ambos textos: la
prohibición [interdiction] (concebida en su mayor generalidad) interesa al yo que ella coacciona,
en su relación con la realidad, de la que es mantenido aparte. Desde este punto de vista, una tal
experiencia, ¿puede calificarse no obstante como «frustración real»? La definición de la
privación como «situación derivada de la prohibición [l'interdit] nos permite comprenderlo, en el
contexto de El porvenir de una ilusión.
En esa fecha (1927), ella nos sitúa, en efecto, en la perspectiva de la segunda tópica, en un
plano en el que el superyó interviene no sólo como capa superficial de la organización del ello
que es el yo, sino sobre todo en tanto que representa la realidad. El progreso de El porvenir de
una ilusión con relación al artículo «Algunos tipos de carácter ... » encuentra su razón en este
punto. Es cierto que Freud no impulsó su elaboración. Una formulación de Lacan nos ayudará no
obstante a explicitar su alcance. Según el texto relativamente antiguo de Las formaciones del
inconsciente (1957) hay privación real de un objeto simbólico, castración simbólica de un objeto 
imaginario y frustración imaginaria de un objeto real. Esta concepción de la privación prolonga la
de Freud, en el sentido de que el interdicto [l'interdit] hace valer su objeto como proveniente de
una negación y, en consecuencia, como objeto simbólico, en la acepción de Lacan; la privación
es «real» en tanto que representa precisamente ese agujero en el ser que figura en Lacan la
ex-sistencia de lo real. 
Privación
Privación
fuente(93) 
s. f. (fr. privation; ingl. privation; al. Entbehrung). Ausencia real de un objeto que, según el sujeto
lo entiende, es algo que le debe pertenecer, o que debe pertenecer a aquel a quien él percibe
indebidamente despojado de ese objeto.
Si para el psicoanálisis un sentimiento de falta está ligado a todo deseo, esto no significa que
toda falta sea real. En contrapartida hay efectivamente a veces falta real. El descubrimiento de la
diferencia de los sexos por el niño pasa por el reconocimiento del hecho de que la madre no
tiene pene, que está realmente privada de él. Conviene sin embargo destacar que aun aquí
interviene lo simbólico. Para Lacan, que presenta paralelamente castración, frustración y
privación, el objeto de la privación es simbólico. Lo real, en efecto, es lo que es. Para que un
objeto pueda faltar en lo real, hace falta que esté determinado simbólicamente como algo que
debe estar allí presente. Así, un libro no falta en una biblioteca sino en tanto su sitio está
previsto, determinado, por ejemplo, en un fichero.
La privación puede ser concebida como uno de los tiempos del Edipo. Si la madre parece
apropiarse al principio del niño en lo que se presenta como una relación fusional, es necesario
empero que sea privada de ello para que aquel pueda acceder a su propio deseo.
Esta privación es atribuida al padre, un padre que no se confunde ni con el padre real ni con el
padre simbólico (o Nombre-del-Padre): proviene del padre imaginario. 

Problema de los cuatro colores
fuente(94) 
Famosa conjetura formulada por de Morgan a mediados del siglo XIX, que dice que dado un mapa
geográfico plano cualquiera, son suficientes cuatro colores para pintarlo de modo tal que dos
zonas con frontera común tengan colores diferentes. Es inmediato ver que tres colores no
siempre bastan, y poco tiempo después de planteado el problema se demostró que cinco colores
alcanzan siempre. Sin embargo, la prueba definitiva de que son suficientes cuatro colores recién
pudo efectuarse en 1976, con la ayuda de computadoras. 

Problema de los puentes de Königsberg
Problema de los puentes de Königsberg
Problema de los puentes de Königsberg
fuente(95) 
Célebre acertijo que tiene su origen en los siete puentes que atraviesan el río de la ciudad de
Königsberg, uniendo entre sí a las dos costas, y a dos pequeñas islas. El problema, que consiste
en la pregunta de si es posible recorrer todos los puentes una (y sólo una) vez, fue resuelto en
forma muy simple por Euler, dando origen a la teoría de grafos. 


Proceso primario, proceso secundario
Proceso primario, proceso secundario
Proceso primario,
proceso secundario
fuente(96) 
(fr. processus primaire, processus secondaire; ingl. primary process, secondary process; al.
Primärvorgang, Sekundärvorgang). Modos de funcionamiento del aparato psíquico que
caracterizan respectivamente al sistema inconciente y al sistema preconciente-conciente.
S. Freud designó como «proceso primario» un modo de funcionamiento caracterizado, en el
plano económico, por el libre flujo de la energía y por el deslizamiento del sentido. El inconciente
es por excelencia el lugar de esos procesos, cuyos mecanismos específicos son el
desplazamiento y la condensación como modos de pasaje de una representación a otra. A la
inversa, los procesos secundarios se caracterizan en el plano económico por estar ligados y
por un control del flujo energético sometido al principio de realidad. El sistema
preconciente-conciente es el lugar de estos procesos secundarios, que son el verdadero
soporte del pensamiento lógico y de la acción controlada. Por el contrario, los procesos primarios
corresponden a un pensamiento libre, imaginativo, en el que el movimiento de los significantes no
sufre el peso de los conceptos, como ocurre en el caso del sueño. 
Proceso primario, proceso secundario
Proceso primario,
proceso secundario
Al.: Primärvorgang, Sekundärvorgang.
Fr.: processus primaire, processus secondaire.
Ing.: primary process, secondary process.
It.: processo primario, processo secondario.
Por.: processo primário, processo secundário.
fuente(97) 
Son los dos modos de funcionamiento del aparato psíquico, tal como fueron descritos por Freud.
Pueden ser radicalmente distinguidos:
a) desde el punto de vista tópico: el proceso primario caracteriza el sistema Inconsciente,
mientras que el proceso secundario caracteriza el sistema preconsciente-consciente.
b) desde el punto de vista económico-dinámico: en el caso del proceso primario, la energía
psíquica fluye libremente, pasando sin trabas de una representación a otra según los
mecanismos del desplazamiento y de la condensación; tiende a recatectizar plenamente las
representaciones ligadas a las experiencias de satisfacción constitutivas del deseo (alucinación
primitiva). En el caso del proceso secundario, la energía es primeramente «ligada» antes de fluir
en forma controlada; las representaciones son catectizadas de una forma más estable, la 
satisfacción es aplazada, permitiendo así experiencias mentales que ponen a prueba las
distintas vías de satisfacción posibles.
La oposición entre proceso primario y proceso secundario es correlativa de la existente entre
principio de placer y principio de realidad.
La distinción freudiana entre proceso primario y proceso secundario es contemporánea del
descubrimiento de los procesos inconscientes, al que aporta su primera expresión teórica. Se
presenta a partir del Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologie, 1895), es
desarrollada en el capítulo VII de La interpretación de los sueños (Die Traunideutung, 1900) y
continuará siendo una referencia inmutable del pensamiento freudiano.
El estudio de la formación de los síntomas y el análisis de los sueños conducen a Freud a
reconocer un tipo de funcionamiento mental que presenta sus mecanismos propios, regido por
ciertas leyes y muy diferente de los procesos de pensamiento que se ofrecen a la observación
psicológica tradicional. Este modo de funcionamiento, que el sueño pone especialmente en
evidencia, no se caracteriza, como afirmaba la psicología clásica, por una ausencia de sentido,
sino por un deslizamiento incesante de éste. Los mecanismos que intervienen son, por una
parte, el desplazamiento, en virtud del cual a una representación, a menudo de apariencia
insignificante, puede atribuírsele el valor psíquico, la significación, la intensidad originalmente
atribuidas a otra; por otra parte, la condensación: en una representación única pueden confluir
todas las significaciones expresadas por las cadenas asociativas que vienen a cruzarse en ella.
La sobredeterminación del síntoma ofrece otro ejemplo de este modo de funcionamiento propio
del inconsciente.
También fue el modelo del sueño el que condujo a Freud a postular que el objetivo del proceso
inconsciente consistía en establecer, por las vías más cortas, una identidad de percepción, a
saber, reproducir, en forma alucinatoria, las representaciones a las que ha conferido un valor
privilegiado la experiencia de satisfacción original.
En oposición a tal tipo de funcionamiento mental, pueden describir se como procesos
secundarios las funciones clásicamente descritas en psicología como el pensamiento vigil, la
atención, el juicio, el razona miento, la acción controlada. En el proceso secundario, lo que se
busca es la identidad de pensamiento: «El pensamiento debe interesarse en las vías de ligazón
entre las representaciones, sin dejarse engañar por su intensidad». Desde este punto de vista,
el proceso secundario constituye una modificación del proceso primario. Cumple una función
reguladora, que se ha vuelto posible por la constitución del yo, cuyo principal papel consiste en
inhibir el proceso primario (véase: Yo). Con todo, no pueden describirse como proceso
secundario todos los procesos en los que interviene el yo. Desde un principio Freud señaló
cómo el yo sufría la influencia del proceso primario, especialmente en los tipos de defensa
patológicos. En tales casos, el carácter primario de la defensa se caracteriza clínicamente por
su aspecto compulsivo y, en términos económicos, por el hecho de que la energía puesta en 
juego busca descargarse de forma total, inmediata, por las vías más cortas(98) :
«La catexis del deseo que llega hasta la alucinación, el pleno desarrollo de displacer que implica
que la defensa sea plenamente consumida, los designamos con el término procesos psíquicos
primarios; por el contrario, los procesos que hacen posible únicamente una buena catexis del yo
y que representan una moderación de los anteriores, los designamos como procesos psíquicos
secundarios».
La oposición entre proceso primario y proceso secundario corresponde a la existente entre los
dos modos de circulación de la energía psíquica: energía libre y energía ligada. Asimismo guarda
un paralelismo con la oposición entre principio de placer y principio de realidad.
Los términos «primario» y «secundario» poseen implicaciones temporales, es decir, genéticas.
Estas implicaciones se acentúan en Freud dentro del rriarco de la segunda teoría del aparato
psíquico, en la cual el yo se define, como el resultado de una diferenciación progresiva con
respecto al ello.
Pero el problema se halla presente ya desde el primer modelo teórico freudiano. Así, en el
Proyecto, los dos tipos de procesos parecen corresponder, no solamente a los modos de
funcionamiento a nivel de la representación, sino a dos etapas en la diferenciación del aparato
neuronal e incluso en la evolución del organismo. Freud distingue una «función primaria», en la
que el organismo, y aquella parte especializada del mismo que es el sistema neuronal, funcionan
según el modelo del «arco reflejo»: descarga inmediata y total de la cantidad de excitación, y una
«función secundaria»: huida de las excitaciones externas, acción específica que es la única
capaz de poner término a la tensión interna y que presupone un cierto almacenamiento de
energía: «[...] todas las realizaciones del sistema neuronal deben ser consideradas ya desde el
punto de vista de la función primaria, ya desde el de la función secundaria impuesta por la
necesidad de la vida [Not des Lebens]. Difícilmente Freud podía escapar a lo que se le aparecía
como una exigencia científica fundamental: insertar su descubrimiento de los procesos psíquicos
primario y secundario en una concepción biológica que hace intervenir los modos de respuesta
de un organismo al aflujo de excitación. Esta tentativa trae como consecuencia afirmaciones
poco sostenibles desde el punto de vista biológico: por ejemplo, el arco reflejo concebido como
transmitiendo a su extremidad motriz la misma cantidad de excitación que ha recibido en su
extremidad sensorial, o, a un nivel más fundamental, la idea de que un organismo atraviese una
etapa durante la cual funcionaría según el único principio de la evacuación total de la energía que
recibe, de tal forma que, paradójicamente, sería la «necesidad de la vida» la que posibilitaría el
advenimiento del ser vivo (véase: Principio de constancia).
Con todo, se observará que, incluso cuando Freud se halla más cerca de sus modelos
biológicos, no asimila las «funciones» primaria y secundaria del organismo a los «procesos»
primario y secundario, de los cuales hace dos modalidades de funcionamiento del psiquismo, del
sistema ?. 

Procesos primario y secundario
fuente(99) 
La distinción trazada por Freud entre proceso primario y proceso secundario aparece en La
interpretación de los sueños, en el quinto apartado del capítulo titulado «Sobre la psicología de
los procesos oníricos». Ese séptimo y último capítulo de la obra apunta a proporcionar una
representación teórica de la organización y el funcionamiento del aparato psíquico, que permita
comprender el alcance de las marchas interpretativas anteriormente expuestas, es decir, la
traducción del contenido latente del sueño en las tramas del contenido manifiesto.
Surge entonces que, en el pensamiento de Freud, esta distinción tenía inicialmente el interés de
que permitía discernir las condiciones de comunicación entre las diferentes instancias psíquicas:
además, el subtítulo del apartado al que hacíamos referencia se completa con una mención de la
represión. Sucede que estos procesos que se despliegan en cada una de estas instancias
encuentran precisamente sus condiciones de comunicación en las características de sus
constituciones respectivas, y estas características traducen efectivamente la función que
cumplen en el psiquismo.
Freud insiste en particular en el papel del desplazamiento de intensidades --característico de la
organización del contenido latente- en la génesis de la sensación de presencia cuasi alucinatoria
con la cual se cumple la función propia del deseo que apunta a la reiteración de la experiencia
originaria de satisfacción. El «proceso primario» se definirá entonces como ese modo de
desarrollo del curso de las representaciones que fija el término del proceso de regresión bajo su
triple aspecto: tópico, temporal y formal; más precisamente, le aporta a las otras dos formas de
regresión el sello de la regresión formal, que tiene por función consagrar el primado de la
condición de la intensidad en el funcionamiento inconsciente del aparato psíquico. 

Protector o protección contra las excitaciones
Protector o protección contra las excitaciones
Protector o protección contra las excitaciones
Al.: Reizschutz.
Fr.: pare-excitations.
Ing.: protective shield.
It.: apparato protettivo controlo stimolo.
Por.: pára excitações.
fuente(100) 
Término utilizado por Freud, dentro del marco de un modelo psicofisiológico, para designar una
determinada función y el aparato que le sirve de soporte. La función consiste en proteger
(schützen) al organismo contra las excitaciones provenientes del mundo exterior que, por su
Intensidad, ofrecerían el peligro de destruirlo. Este aparato se concibe como una capa superficial
que envuelve al organismo y filtra pasivamente las excitaciones.
El término Reizschutz significa literalmente protección contra la excitación; Freud lo introduce en 
Más allá del principio del placer (Jenseits des Lutsprinzips, 1920) y lo utiliza especialmente en
Nota sobre el «bloc de notas mágico» (Notiz über den «Wunderb1ock», 1925) en Inhibición,
síntoma y angustia (Hemmung, Symptom und Angst, 1926) para explicar una función protectora
y, sobre todo, para designar un aparato especializado. Los traductores ingleses y franceses no
siempre recurren al mismo término para estos diversos empleos. Nosotros consideramos
preferible, para hacer resaltar mejor el concepto, buscar un equivalente del término freudiano, y
proponemos el de protector contra las excitaciones.
Desde el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologie, 1895), Freud postula la
existencia de aparatos protectores frente a las excitaciones externas (Quantitätsschirme). Las
cantidades de energía que actúan en el mundo exterior no son del mismo orden de magnitud que
las que el aparato psíquico tiene por función descargar: de ahí la necesidad de que existan, en el
límite entre lo externo y lo interno, «aparatos de terminación nerviosa» que «[...] sólo dejen pasar
fracciones de las cantidades exógenas». Frente a las excitaciones provenientes del interior del
cuerpo, tales aparatos serían innecesarios, ya que las cantidades de energía que aquí
intervienen son desde un principio del mismo orden de magnitudes que las que circulan entre las
neuronas.
Observemos que Freud relaciona la existencia de aparatos protectores con la tendencia
originaria del sistema neuronal a mantener la cantidad a cero (Trägheitsprinzip: Principio de
inercia).
En Más allá del principio del placer, Freud se basa, para ofrecer una teoría del trauma, en la
representación simplificada de una vesícula viva. Ésta, para subsistir, debe rodearse de una
capa protectora que pierde sus cualidades de substancia viva y se convierte en una barrera
cuya función consiste en proteger la vesícula frente a las excitaciones exteriores,
incomparablemente más intensas que las energías internas del sistema, aunque dejándolas
pasar en una relación proporcional a su intensidad, de forma que el organismo reciba
informaciones del mundo exterior. Dentro de esta perspectiva, el trauma puede definirse, en su
primer tiempo, como una efracción, sobre una amplia extensión del protector contra las
excitaciones.
Esta hipótesis de un protector contra las excitaciones forma parte de una concepción tópica: por
debajo de esta capa protectora se encuentra una segunda capa, la capa receptora, definida en
Más allá del principio del placer como el sistema Percepción-Conciencia. Freud comparará esta
estructura por pisos a la de un «bloc de notas mágico».
Se observará que, si Freud, en los textos citados, niega la existencia de una protección frente a
las excitaciones internas, ello se debe a que describe el aparato psíquico en una fase
lógicamente anterior a la constitución de las defensas.
¿Qué sentido debe darse al protector contra las excitaciones? Para responder a esta pregunta, 
sería necesario tratar en su conjunto el problema del valor que debe concederse a los modelos
fisiológicos. Limitémonos a señalar que frecuentemente Freud le atribuye una significación
material: en el Proyecto alude a los órganos sensoriales receptores; en Más allá del principio
del placer sitúa los órganos de los sentidos bajo «el protector contra las excitaciones de todo el
cuerpo (allgemeiner Reizschutz)», que aparece entonces como un tegumento. Pero también
atribuye al protector contra las excitaciones una significación psicológica más amplia, que no
implica un soporte corporal determinado, hasta reconocerle un papel puramente funcional: la
protección contra la excitación viene asegurada por una catexis y un retiro de la catexis
periódicos del sistema percepción-conciencia. Así, éste sólo extraería «muestras» del mundo
exterior. El fraccionamiento de las excitaciones sería entonces el resultado, no de un dispositivo
puramente espacial, sino de un modo de funcionamiento temporal que garantizaría una
«inexcitabilidad pediódica». 

Proyección
Proyección
Proyección
Al.: Projektion.
Fr.: projection.
Ing.: projection.
It.: proiezione.
Por.: projeção.
fuente(101) 
A) Término utilizado, en un sentido muy general, en neurofisiología y en psicología para designar
la operación mediante la cual un hecho neurológico o psicológico se desplaza y se localiza en el
exterior, ya sea pasando del centro a la periferia, ya sea del sujeto al objeto. Este sentido Implica
acepciones bastante diferentes
B) En sentido propiamente psicoanalítico, operación por medio de la cual el sujeto expulsa de sí y
localiza en el otro (persona o cosa) cualidades, sentimientos, deseos, incluso «objetos», que no
reconoce o que rechaza en sí mismo. Se trata de una defensa de origen muy arcaico que se ve
actuar particularmente en la paranoia, pero también en algunas formas de pensamiento
«normales», como la superstición.
I. La palabra proyección tiene en la actualidad un empleo muy extenso, tanto en psicología como
en psicoanálisis; comporta diversas acepciones que se distinguen mal unas de otras, como
hemos señalado a menudo. Conviene enumerar, manteniéndonos primeramente en un plano
semántico, lo que se quiere significar por «proyección»:
a) En neurología se habla de proyección en un sentido que deriva del de la geometría, donde
esta palabra designa una correspondencia punto por punto entre, por ejemplo, una figura en el
espacio y una figura plana. Así, se dice que una determinada zona cerebral constituye la
proyección de cierto aparato somático, receptor o efector: con ello se designa una 
correspondencia que puede establecerse según leyes definidas, ya sea punto por punto, ya sea
de estructura a estructura, y tanto en una dirección centrípeta como centrífuga.
b) Una segunda acepción deriva de la anterior, si bien implica un movimiento del centro a la
periferia. Así, en lenguaje psicofisiológico, se dice que las sensaciones olfativas, por ejemplo, se
localizan por proyección a nivel del aparato receptor. En este mismo sentido Freud habla de una
«sensación de comezón o de excitación de origen central proyectada en la zona erógena
periférica». Dentro de esta perspectiva, puede definirse la proyección «excéntrica» como lo
hacen H. B. English y A. C. English, como «la localización de un dato sensorial en la posición que
ocupa el objeto-estímulo en el espacio, y no en el punto de estimulación sobre el cuerpo».
En psicología se habla de proyección para indicar los siguientes procesos:
c) El sujeto percibe el medio ambiente y responde al mismo en función de sus propios intereses,
aptitudes, hábitos, estados afectivos duraderos o momentáneos, esperanzas, deseos, etc. Una
tal correlación entre el Innenwelt y el Umwelt constituye una de las adquisiciones de la biología y
de la psicología modernas, especialmente bajo el impulso de la «psicología de la forma». Se
verifica a todos los niveles del comportamiento: un animal destaca en su campo perceptivo
ciertos estímulos privilegiados que orientan todo su comportamiento; un hombre de negocios
considerará todos sus objetos desde el punto de vista de lo que puede comprarse o venderse
(«deformación profesional»); el hombre de buen humor tiende a ver la vida «de color de rosa»,
etc. De un modo más profundo, las estructuras o rasgos esenciales de la personalidad pueden
aparecer en el comportamiento manifiesto. Tal es el hecho que se encuentra en la base de las
técnicas llamadas proyectivas: el dibujo del niño revela su personalidad; en las pruebas
normalizadas que son los tests proyectivos propiamente dichos (por ejemplo Rorschach, T. A.
T.), se sitúa al sujeto en presencia de situaciones poco estructuradas o de estímulos ambiguos,
lo que permite «[...] leer, según las normas de desciframiento propias del tipo de material y de
actividad creativa propuestos, ciertos rasgos de su carácter y ciertos sistemas de organización
de su conducta y de sus emociones».
d) El sujeto muestra, por su actitud, que asimila una determinada persona a otra: en tal caso se
dice, por ejemplo, que «proyecta» la imagen de su padre sobre su jefe. De este modo se
designa, en forma poco apropiada, un fenómeno que el psicoanálisis ha descubierto con el
nombre de transferencia.
e) El sujeto se asimila a personas extrañas o, por el contrario, asimila a sí mismo otras personas
o seres animados o inanimados. Así, se dice con frecuencia que el lector de novelas se
proyecta en tal o cual protagonista y, en el otro sentido, que La Fontaine, por ejemplo, proyectó
en los animales de sus Fábulas sentimientos y razonamientos antropomórficos. Este proceso
debería incluirse más bien dentro de lo que los psicoanalistas llaman identificación.
f) El sujeto atribuye a otros las tendencias, deseos, etc., que él no reconoce en sí mismo; así, por 
ejemplo, el racista proyecta sobre el grupo odiado sus propios defectos y sus tendencias
inconfesadas. Este sentido, que English y English designan como disowning projection, parece
ser el más semejante a lo que Freud describió con el nombre de proyección.
II. Freud recurrió al concepto de proyección para explicar diversas manifestaciones de la
psicología normal y patológica:
1) Inicialmente la proyección fue descubierta en la paranoia. Freud consagra a esta afección, a
partir de 1895-1896, dos breves trabajos y el capítulo III de sus Nuevas observaciones sobre
las psiconeurosis de defensa (Weitere Bemerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen,
1896). En ellos la proyección se describe como una defensa primaria que constituye un abuso
de un mecanismo normal consistente en buscar en el exterior el origen de un displacer. El
paranoico proyecta sus representaciones intolerables, que vuelven a él desde fuera en forma
de reproches: « [...] el contenido efectivo permanece intacto, pero hay un cambio en el
emplazamiento del conjunto».
Siempre que Freud vuelve a ocuparse de la paranoia, recurre a la proyección, especialmente en
el Caso Schreber. Pero no debe perderse de vista la forma como Freud limita en ella el papel de
la proyección: ésta es sólo una parte del mecanismo de la defensa paranoica y no se halla
igualmente presente en todas las formas de la enfermedad.
2) Freud describe en 1915 el conjunto de la construcción fóbica como una auténtica
«proyección» en lo real del peligro pulsional: «El yo se comporta como si el peligro de desarrollo
de la angustia no viniera de una moción pulsional, sino de una percepción, y en consecuencia
puede reaccionar frente a este peligro exterior mediante las tentativas de huida que representan
las precauciones fóbicas».
3)Freud ve intervenir la proyección en lo que designa como «celos proyectivos», que distingue
tanto de los celos «normales» como del delirio celotípico paranoico: el sujeto se defiende de sus
propios deseos de ser infiel atribuyendo la infidelidad a su cónyuge; al hacerlo así, desvía su
atención de su propio inconsciente, la desplaza sobre el inconsciente del otro, y lo que gana en
clarividencia sobre lo que concierne al otro es equiparable a su ignorancia respecto de sí mismo.
En consecuencia, resulta a veces imposible y siempre ineficaz denunciar la proyección como
una percepción errónea.
4) En varias ocasiones Freud insistió en el carácter normal del mecanismo de la proyección. Así,
ve en la superstición, en la mitología, en el «animismo», una proyección. «El oscuro conocimiento
(por así decirlo, la percepción endopsíquica) de los factores psíquicos y de las relaciones
existentes en el inconsciente se refleja [...] en la construcción de una realidad suprasensible
que debe ser retransformada por la ciencia en psicología del inconsciente». 
5) Finalmente, sólo en raras ocasiones Freud menciona la proyección en relación con la
situación analítica. Nunca designa la transferencia en general como una proyección y sólo
emplea este último término para indicar un fenómeno particular en relación con aquélla: el sujeto
atribuye a su analista palabras o pensamientos que son en realidad los suyos propios (por
ejemplo: «pensará usted que..., pero no es verdad»).
De esta enumeración se deduce que, si bien Freud encuentra la proyección en diversos
campos, le atribuye un sentido bastante estricto. La proyección aparece siempre como una
defensa, como la atribución a otro (persona o cosa) de cualidades, sentimientos, deseos, que el
sujeto rechaza o no reconoce en sí mismo. El ejemplo del animismo es el que mejor demuestra
que Freud no usa la palabra proyección en el sentido de una simple asimilación del otro a sí
mismo. En efecto, muy a menudo se ha intentado explicar las creencias animistas por la
supuesta incapacidad de los primitivos de concebir la naturaleza de forma distinta según un
modelo humano; asimismo, refiriéndose a la mitología, se dice con frecuencia que los antiguos
«proyectaban» sobre las fuerzas de la naturaleza las cualidades y pasiones humanas. Freud (y
ésta es su principal aportación) sostiene que una tal asimilación tiene su origen y su fin en un
desconocimiento: los «demonios», los «aparecidos» encarnarían los malos deseos
inconscientes.
III. En la mayoría de las ocasiones en que Freud habla de proyección, evita tratar el problema en
su conjunto. Da una explicación de ello en el Caso Schreber: «[...] dado que la comprensión de la
proyección implica un problema psicológico más general, nos decidimos a dejar de lado, para
estudiarlo en otro lugar, el problema de la proyección y, junto con éste, el mecanismo de la
formación del síntoma paranoico en general». Tal estudio es posible que fuera escrito, pero
jamás fue publicado. Con todo, en varios trabajos Freud dio indicaciones sobre la metapsicología
de la proyección. Los elementos de su teoría y los problemas que ésta plantea podrían
agruparse del siguiente modo:,
1) La proyección encuentra su principio más general en la concepción freudiana de la pulsión.
Ya es sabido que, según Freud, el organismo se halla sometido a dos tipos de excitaciones
generadoras de tensión: unas de las que puede huir y protegerse, y otras de las que no puede
escapar y frente a las que no existe, en principio, un aparato protector o «protección contra las
excitaciones». Tal es el primer criterio de lo interior y de lo exterior. La proyección aparece
entonces como el medio de defensa originaria frente a las excitaciones internas que por su
intensidad se convierten en excesivamente displacenteras: el sujeto las proyecta al exterior, lo
que le permite huir (precaución fóbica, por ejemplo) y protegerse de ellas. Existe «[...] una
tendencia a tratarlas como si no actuasen desde el interior, sino desde el exterior, para poder
utilizar contra ellas el medio de defensa representado por el protector contra las excitaciones.
Tal es el origen de la proyección». Tal beneficio tiene como contrapartida el hecho de que, como 
hizo observar Freud, el sujeto se ve obligado a conceder pleno crédito a lo que, en lo sucesivo,
queda sometido a las categorías de lo real.
2) Freud atribuye un papel esencial a la proyección, asociada a la introyección, en la génesis de
la oposición sujeto (yo)-objeto (mundo exterior). El sujeto «[...] incorpora a su yo los objetos que
se le presentan en tanto que son fuente de placer, los introyecta (según expresión de Ferenczi)
y, por otra parte, expulsa de él lo que en su propio interior es motivo de displacer (mecanismo de
la proyección)». Este proceso de introyección y de proyección se expresa «en el lenguaje de la
pulsión oral», por la oposición ingerir-rechazar. Es ésta la etapa de lo que Freud denominó el
«yo-placer purificado» (véase: Yo placer, Yo realidad). Los autores que consideran esta
concepción freudiana en una perspectiva cronológica se preguntan si el movimiento
proyección-introyección presupone la diferenciación entre dentro y fuera, o si aquél constituye a
ésta. Así, escribe Anna Freud: «Creemos que la introyección y la proyección aparecen en la
época siguiente a la diferenciación del yo con respecto al mundo exterior». Se opone, por lo
tanto, a la escuela de Melanie Klein, que sitúa en primer plano la dialéctica de la
introyección-proyección del objeto «bueno» y «malo» y ve en ésta el verdadero fundamento de
la diferenciación entre interior y exterior.
IV. Así, pues, Freud indicó ya cuál era, en su opinión, el ámbito metapsicológico de la proyección.
Pero su concepción deja sin resolver una serie de problemas fundamentales, que no encuentran
en sus obras una respuesta unívoca.
1) La primera dificultad se refiere a lo que se proyecta. Con frecuencia Freud describe la
proyección como la deformación de un proceso normal que nos induce a buscar en el mundo
exterior la causa de nuestros afectos: así es como parece concebir la proyección cuando se
ocupa de ella en el caso de la fobia. Por el contrario, en el análisis del mecanismo paranoico,
como se encuentra en el estudio del Caso Schreber, la apelación a la causalidad aparece como
una racionalización a posterior¡ de la proyección: «[...] la afirmación "yo lo odio" se transforma
por proyección en esta otra: "él me odia" (él me persigue), lo cual entonces me dará derecho a
odiarlo». En este caso es el afecto de odio (podríamos decir, la pulsión misma) lo que se
proyecta. Finalmente, en algunos textos metapsicológicos, como Las pulsiones y sus destinos
(Triebe und Triebschicksale, 1915) y La negación (Die Verneinung, 1925), es lo «odiado», lo
«malo» lo que se proyecta. Nos acercamos aquí a una concepción «realista» de la proyección,
que adquirirá su pleno desarrollo en M. Klein: para ésta, lo que se proyecta es el objeto «malo»
(fantaseado), como si la pulsión o el afecto, para poder ser verdaderamente expulsados,
debieran encarnarse necesariamente en un objeto.
2) Otra gran dificultad se pone de manifiesto en la concepción freudiana de la paranoia. En
efecto, Freud no siempre sitúa en el mismo lugar la proyección en el conjunto del proceso
defensivo de esta enfermedad. En los primeros trabajos en que trata de la proyección paranoica, 
la concibe como un mecanismo de defensa primario, cuya naturaleza se esclarece por oposición
a la represión, que actúa en la neurosis obsesiva: en esta neurosis, la defensa primaria consiste
en una represión en el inconsciente del conjunto del recuerdo patógeno y en la sustitución de
éste por un «síntoma primario de defensa», la desconfianza de sí mismo. En la paranoia, la
defensa primaria debe comprenderse en forma simétrica a la anterior: también hay represión,
pero hacia el mundo exterior, y el síntoma primario de defensa lo constituye la desconfianza de
los demás. El delirio se concibe como el fracaso de esta defensa y como el «retorno de lo
reprimido», que vendría del exterior.
En el Caso Schreber, el lugar que ocupa la proyección es muy distinto; ésta se describe en el
tiempo de la «formación del síntoma». Tal concepción llevaría a relacionar el mecanismo de la
paranoia con el de las neurosis: en un primer tiempo, el sentimiento intolerable (amor
homosexual) sería reprimido hacia el interior, en el inconsciente, y transformado en su opuesto;
en un segundo tiempo, sería proyectado hacia el mundo exterior: la proyección es aquí la forma
en que retorna lo que ha sido reprimido en el inconsciente.
Esta diferencia en la concepción del mecanismo de la paranoia permite distinguir dos acepciones
de la proyección:
a) un sentido comparable al cinematográfico: el sujeto envía fuera la imagen de lo que existe en
él de forma inconsciente. Aquí la proyección se define como una forma de desconocimiento, que
tiene por contrapartida el reconocimiento, en otra persona, de lo que precisamente se
desconoce dentro del sujeto;
b) como un proceso de expulsión casi real: el sujeto arroja fuera de sí aquello que rechaza,
volviéndolo a encontrar inmediatamente en el mundo exterior. Esquemáticamente podría decirse
que aquí la proyección no se define como un «no querer saber», sino como un «no querer ser».
La primera perspectiva relaciona la proyección con una ilusión; la segunda, con una bipartición
originaria del sujeto y del mundo exterior (véase: Repudio).
Este segundo enfoque no falta, por lo demás, en el estudio del Caso Schreber, como lo
atestiguan las siguientes líneas: «No era exacto decir que la sensación suprimida en el interior se
proyectaba al exterior; más bien reconocemos que lo que ha sido abolido [aufgehobene] en el
interior vuelve desde el exterior». Se observará que, en este pasaje, Freud designa con el
nombre de proyección lo que acabamos de describir como una forma de simple
desconocimiento; pero, en la misma medida, estima precisamente que aquélla ya no basta para
explicar la psicosis.
3) Otra dificultad se encuentra en la teoría freudiana de la alucinación y del sueño como 
proyección. Si, como insiste Freud, es lo displacentero lo que se proyecta, ¿cómo explicar la
proyección de un cumplimiento de deseo? Este problema no escapó a Freud, el cual le dio una
respuesta que podría formularse así: si bien, en su contenido, el sueño realiza un deseo
agradable, en su función primaria es defensivo: tiene por fin ante todo mantener a distancia lo
que amenaza con perturbar el sueño: « [...] en lugar de la solicitación interna que aspiraba a
ocupar [al durmiente] por completo, se ha instalado una experiencia externa, y él [el durmiente]
se ha desembarazado de la solicitación de ésta. Un sueño es pues, también, entre otras cosas,
una proyección: una exteriorización (le un proceso interno».
V. 1) Como vemos, a pesar de estas dificultades de fondo, la utilización freudiana del término
«proyección» se halla claramente orientada. Se trata siempre de arrojar fuera lo que no se
desea reconocer en sí mismo o ser uno mismo. Al parecer, este sentido de rechazo, de arrojar
fuera, no era el preponderante antes de Freud en el empleo lingüístico, como lo atestiguan, por
ejemplo, las siguientes líneas de Renan: «El niño proyecta sobre todas las cosas lo maravilloso
que lleva en sí mismo». Este empleo ha sobrevivido, como es natural, a la concepción freudiana
y explica algunas ambigüedades actuales de la noción de proyección en psicología e incluso a
veces entre los psicoanalistas(102).
2) Aunque nos esforcemos en conservar para la noción de proyección el sentido preciso que le
da Freud, no es posible negar la existencia de todos los procesos que hemos clasificado y
distinguido más arriba (véase I). Por otra parte, el psicoanalista no deja de señalar que la
proyección, como rechazo, como desconocimiento, interviene en estos diversos procesos.
Ya la proyección, en un órgano corporal, de un estado de tensión, de un sufrimiento difuso,
permite fijar éste y desconocer el verdadero origen.
Asimismo es fácil mostrar, a propósito de los tests proyectivos, que no se trata aquí solamente
de una estructuración de los estímulos en concordancia con la estructura de la personalidad: el
sujeto, de modo especial en las láminas del T. A. T., proyecta seguramente lo que él es, pero
también lo que él no quiere ser. Cabría preguntarse si la técnica proyectiva no suscita en forma
electiva el mecanismo de proyección de lo «malo» afuera.
Se observará también que un psicoanalista no asimilará la transferencia en su conjunto a una
proyección; en cambio, reconocerá que la proyección puede intervenir en la transferencia. Así,
por ejemplo, dirá que el sujeto proyecta sobre su analista su superyó, logrando, mediante esta
expulsión, una situación más ventajosa, un alivio de su conflicto interno.
Finalmente, las relaciones entre la identificación y la proyección son muy complejas, en parte por
la utilización imprecisa de la terminología. En ocasiones se dice indistintamente que el histérico,
por ejemplo, se proyecta en o se identifica con un determinado personaje. La confusión es tal
que Ferenczi habló incluso de introyección para designar este proceso. Sin que pretendamos en 
modo alguno exponer aquí la articulación de los dos mecanismos de la identificación y la
proyección, cabe pensar que en el caso citado se efectúa un empleo abusivo del término
«proyección». En efecto, sólo encontramos en él lo que se halla siempre implícito en la definición
psicoanalítica de la proyección: una bipartición en el seno de la persona y el arrojar sobre otro la
parte de sí mismo que ha sido rechazada. 
Proyección
Proyección
fuente(103) 
s. f. (fr. projection; ingl. projection; al. Projektion). Operación por la cual un sujeto sitúa en el
mundo exterior, pero sin identificarlos como tales, pensamientos, afectos, concepciones,
deseos, creyendo así en su existencia exterior, objetiva, como un aspecto del mundo.
En un sentido más estricto, la proyección constituye una operación por la que un sujeto expulsa
hacia afuera y localiza en otra persona una pulsión que no puede aceptar en su persona, lo que
le permite desconocerla en sí mismo. La proyección, a diferencia de la introyección, es una
operación esencialmente imaginaria. 
Proyección
Proyección
fuente(104) 
La definición de la proyección que daba en 1904 el Diccionario de conceptos filosóficos de
Rudolf Eisler, como proyección de la sensación (Empfindung) o desplazamiento hacia el exterior
(Hinausverlegung) de los contenidos sensoriales táctiles o visuales, permite rastrear el trayecto
por el cual esta noción -lugar común en el contexto psico-filosófico de la época, según lo
atestiguan unas cincuenta-, referencias llegó a conquistar sus títulos en la teoría psicoanalítica.
Desde esta última perspectiva, el primer mojón aparece con el esbozo de un análisis de la
paranoia en la correspondencia con Fliess (manuscrito H, del 24 de enero de 1895). Basándose
en la observación de una perseguida que decía ser compadecida por sus vecinos porque la
consideraban abandonada por un hombre con el que había tenido un contacto sexual fugaz,
Freud define una defensa paranoica caracterizada precisamente por el mecanismo de
proyección, «abuso», escribe además, de un mecanismo psíquico muy corriente en la vida
normal. Él relaciona su origen y función con la constitución de la expresión en efecto, «estamos
acostumbrados a ver que nuestros estados interiores se le revelan al prójimo, lo que da lugar a
la idea normal de ser observado y a la proyección normal. Estas reacciones no dejan de ser
normales mientras permanezcamos conscientes de nuestras propias modificaciones interiores.
Si las olvidamos, si sólo tomamos en cuenta el término del silogismo que desemboca en el
exterior, tenemos una paranoia con sus exageraciones relativas a lo que la gente sabe de
nosotros y a lo que nos hace; ¿qué conoce de nosotros que nosotros ignoramos o no podemos
admitir? Se trata de un abuso del mecanismo de proyección, utilizado como defensa».
De la fijación narcisista al estadio del espejo
Así se establecen los primeros elementos teóricos de la interpretación de la autobiografía de
Schreber, que será desarrollada veinte años más tarde, y cuyo aporte consistirá esencialmente
en la conexión establecida entre la proyección y la fijación narcisista. Con la elaboración del
narcisismo, la teoría de la proyección y la oposición del «afuera» y el «adentro» se situarán
como dependientes del análisis del yo. Entonces la concepción de este tipo particular de defensa
que representa la proyección se formulará en los términos de que «lo suprimido adentro vuelve
desde afuera». Así queda abierto el camino para la distinción entre los dos tipos de relación que
el yo mantiene con la realidad: según que traslade a ella «por proyección» una parte de él mismo
que quiere tener por extraña, o que asimile «por introyección» una realidad que le es ajena. La 
interpretación psicoanalítica que da Lacan de las funciones arcaicas del estadio del espejo le
aportará a esta dialéctica un complemento nuevo. 
Proyección
Proyección
Alemán: Projektion. 
Francés: Projection. 
Inglés: Projection. 
fuente(105) 
Término utilizado por Sigmund Freud a partir de 1895, esencialmente para definir el mecanismo
de la paranoia, pero retomado más tarde por el conjunto de las escuelas psicoanalíticas como
designación de un modo de defensa primaria, común a la psicosis, la neurosis y la perversión,
mediante el cual el sujeto proyecta sobre otro sujeto o sobre un objeto algunos deseos que
provienen de él pero cuyo origen él mismo desconoce y atribuye a una alteridad exterior. 

Proyección (topología)
Proyección (topología)
Proyección (topología) 
fuente(106) 
Dada una relación de equivalencia en un conjunto cualquiera, se llama proyección a aquella
función que asigna a cada elemento x su clase de equivalencia, es decir, el conjunto de todos
los puntos que son equivalentes a x. Por ejemplo, si X es un subconjunto del plano, podemos
proyectarlo sobre el eje de las abscisas, considerando equivalentes a todos los puntos de X que
tienen el mismo valor en su primera coordenada. 
X

p(X)


Prueba de realidad
Al.: Realitätsprüfung.
Fr.: épreuve de réalité.
Ing.: realitytesting.
It.: esame di realtà. 
Por.: prova de realidade.
fuente(107) 
Proceso postulado por Freud, que permite al sujeto distinguir los estímulos procedentes del
mundo exterior de los estímulos internos, y prevenir la posible confusión entre lo que el sujeto
percibe y lo que meramente se representa, confusión que se hallaría en el origen de la
alucinación.
El término Realitäisprüfung no aparece hasta 1911 en Formulaciones sobre los dos principios
del funcionamiento psíquico (Formulierung über die zwei Prinzipien des psychischen
Geschehens), pero el problema que comporta se planteó a partir de los primeros escritos
teóricos de Freud.
Uno de los presupuestos fundamentales del Proyecto de 1895 es el de que, en su origen, el
aparato psíquico no dispone de un criterio para distinguir entre una representación, fuertemente
catectizada, del objeto satisfactorio (véase: Experiencia de satisfacción) y la percepción de
éste. Ciertamente, la percepción (que Freud adscribe a un sistema especializado del aparato
neuronal) se halla en relación directa con los objetos exteriores reales y proporciona «signos de
realidad», pero éstos pueden igualmente ser provocados por la catexis de un recuerdo, la cual,
cuando es lo bastante intensa, conduce a la alucinación. Para que el signo de realidad (también 
llamado signo de cualidad) posea el valor de un criterio cierto, es necesario que se produzca
una inhibición de la catexis del recuerdo o de la imagen, lo que supone la constitución de un yo.
Como puede verse, en esta etapa del pensamiento freudiano, no es una «prueba» lo que decide
sobre la realidad de lo que se representa, sino un modo de funcionamiento interno del aparato
psíquico. En La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900), el problema se plantea
en términos similares: la realización alucinatoria del deseo, especialmente en el sueño, se
concibe como el resultado de una «regresión» tal que el sistema perceptivo se encuentra
cargado por las excitaciones internas.
Solamente en el Complemento metapsicológico a la teoría de los sueños (Metapsychologische
Ergänzung zur Traumlehre, 1917) se discute el problema en forma más sistemática:
1.° ¿Cómo una representación, en el sueño y en la alucinación, implica la creencia en su
realidad? La regresión únicamente constituye una explicación en la medida en que existe no sólo
una recatectización de imágenes mnémicas, sino también del propio sistema Pc-Cs.
2.° La prueba de realidad se define como un dispositivo (Einrichtung) que permite efectuar una
discriminación entre las excitaciones externas, que pueden ser controladas por la acción motriz,
y las excitaciones internas, que aquélla no puede suprimir. Este dispositivo se adscribe al
sistema Cs, en tanto que éste gobierna la motilidad; Freud lo incluye «entre las grandes
instituciones del yo(108)».
3.° La prueba de realidad puede dejar de funcionar en las enfermedades alucinatorias y en el
sueño, en la medida en que la desviación parcial o total de la realidad es correlativa de un estado
de retiro de la catexis del sistema Cs: éste se encuentra entonces libre para cualquier catexis
que le llegue desde dentro. «Las excitaciones que [...] han seguido la vía de la regresión
encuentran esta vía libre hasta el sistema Cs, en el que adquirirán el valor de una realidad
incontestable».
Al parecer coexisten en este texto dos concepciones distintas de lo que permite discriminar
entre percepción y representación de origen interno. Por una parte, una concepción económica:
la diversa distribución de las catexis entre los sistemas explica la diferencia entre el sueño y el
estado de vigilia. Por otra parte, dentro de una concepción más empirista, tal discriminación se
efectuaría mediante una exploración motriz.
En uno de sus últimos trabajos, Esquema del psicoanálisis (Abriss der Psychoanalyse, 1938),
Freud vuelve a este problema. La prueba de realidad se define como un «dispositivo especial»
que sólo se vuelve necesario cuando ha aparecido la posibilidad de que los procesos internos
informen a la conciencia en forma distinta a las simples variaciones cuantitativas de placer y de
displacer. «Dado que las huellas mnémicas, sobre todo por su asociación a los restos verbales, 
pueden volverse conscientes al igual que las percepciones, subsiste aquí una posibilidad de
confusión capaz de conducir a un desconocimiento de la realidad. El yo se protege de ella
haciendo intervenir el dispositivo de prueba de realidad [...] ».
En este texto, Freud se aplica en deducir la razón de ser de la prueba de realidad, pero no a
describir en qué consiste.
El término «prueba de realidad», muy a menudo utilizado en la literatura psicoanalítica con
aparente acuerdo sobre su sentido, sigue siendo, de hecho, impreciso y confuso: se emplea en
relación con diversos problemas, que conviene distinguir:
I. Si nos atenemos estrictamente a la formulación de Freud:
1.° la prueba de realidad es la más generalmente invocada a propósito de la distinción entre
alucinación y percepción;
2.° no obstante, sería un error suponer que la prueba de realidad sea capaz de efectuar para el
sujeto la discriminación entre la alucinación y la percepción. Cuando se ha instaurado el estado
alucinatorio o el sueño, ninguna «prueba» permite suprimirlos. Parece, pues, que en los casos en
los que la prueba de realidad debería teóricamente desempeñar una función discriminativa, se
halla desprovista de eficacia (así, en el paciente alucinado, la acción motriz resulta inútil como
medio de distinguir lo subjetivo de lo objetivo);
3.° en consecuencia, Freud se vio inducido a determinar las condiciones capaces de evitar la
aparición misma del estado alucinatorio, es decir, de impedir el paso de la reviviscencia de la
imagen a la creencia en la realidad de ésta. Pero aquí no se trata ya de una «prueba», ya que
esta palabra lleva implícita la idea de una tarea que se desarrolla en el tiempo y que es
susceptible de aproximación, ensayos y errores. Freud recurre entonces como principio
explicativo a un conjunto de condiciones metapsicológicas, fundamentalmente económicas y
tópicas.
II. Para salir de esta aporía, se podría intentar ver en el modelo freudiano de la satisfacción
alucinatoria del lactante, no una explicación del hecho alucinatorio como aparece en clínica, sino
una hipótesis genética en relación con la constitución del yo a través de las distintas
modalidades de la oposición entre el yo y el no-yo.
Si se intenta esquematizar, con Freud, esta constitución (véase: Yo-placer, yo-realidad), pueden
reconocerse en ella tres tiempos: un primer tiempo en el que el acceso al mundo real se halla 
fuera de toda problemática; «el yo-realidad del comienzo distingue lo interior de lo exterior según
un buen criterio objetivo». Existe una «ecuación percepciónrealidad (mundo exterior)». «Al
principio, la existencia de la representación es una garantía de la realidad de lo representado»,
mientras que, desde el interior, el yo sólo es informado, por las sensaciones de placer y de
displacer, de los cambios cuantitativos de la energía pulsional.
En un segundo tiempo, llamado del «yo-placer», el par antitético ya no es el de lo subjetivo y lo
objetivo, sino el de lo placentero y lo displacentero, siendo el yo idéntico a todo lo que constituye
una fuente de placer, y el no-yo a todo lo displacentero. Freud no relaciona explícitamente esta
etapa con la de la satisfacción «alucinada», pero parece que se está autorizado a hacerlo,
puesto que, para el «yo-placer» no existe un criterio que permita distinguir si la satisfacción está
o no ligada a un objeto exterior.
El tercer tiempo, denominado «yo-realidad definitivo» sería correlativo a la aparición de una
distinción entre lo que es simplemente «representado» y lo que es «percibido». La prueba de
realidad sería lo que permitiría esta distinción, y por su medio la constitución de un yo que se
diferencia de la realidad exterior en el movimiento mismo que lo instituye como realidad interna.
Así, en La negación (Die Verneinung, 1925), Freud describe la prueba de realidad como algo
que se halla en el principio del juicio de existencia (que afirma o niega que una representación
tenga su correlato en la realidad). Esta prueba se ha vuelto necesaria por el hecho de que « [...]
el pensamiento posee la capacidad de traer de nuevo a presencia, por su reproducción en la
representación, algo que ha sido percibido en otro momento, sin necesidad de que el objeto
exista todavía en el exterior».
III. Bajo el término «prueba de realidad» parecen confundirse también dos funciones bastante
distintas: una, fundamental, que consistiría en diferenciar lo que es simplemente representado de
lo que es percibido y, por ende, instituiría la diferenciación entre el mundo interior y el mundo
exterior; la otra consistiría en comparar lo objetivamente percibido con lo representado, con
vistas a rectificar las eventuales deformaciones de esto último. El propio Freud incluyó estas dos
funciones bajo el mismo epígrafe de prueba de realidad. Así, llama prueba de realidad no
solamente la acción motriz, única capaz de asegurar la distinción entre lo externo y lo interno,
sino también, como, por ejemplo, en el caso del duelo, el hecho de que el sujeto, enfrentado a la
pérdida del objeto amado, aprende a modificar su mundo personal, sus proyectos, sus deseos,
en función de esta pérdida real.
Dicho esto, Freud no explicitó en ningún sitio tal distinción, y al parecer, en el empleo actual, ha
persistido o incluso se ha reforzado la confusión inherente al concepto «prueba de realidad». En
efecto, esta expresión puede inducir a considerar la realidad como aquello que pone a prueba,
mide y atestigua el grado de realismo de los deseos y fantasías del sujeto, les sirve de patrón.
Entonces se tiende, en último extremo, a confundir la cura analítica con una reducción
progresiva de lo que ofrecía de arreal el mundo personal del sujeto. Esto equivaldría a olvidar 
uno de los principios constitutivos del psicoanálisis: «Que no se debe introducir en las
formaciones psíquicas reprimidas el patrón de realidad; ya que entonces se correría el peligro de
subestimar el valor de las fantasías en la formación de los síntomas aduciendo precisamente que
aquéllas no son realidades, o hacer derivar un sentimiento de culpabilidad neurótico de otro
origen, porque no puede probarse la existencia de un crimen realmente cometido. También
expresiones como «realidad de pensamiento» (Denkrealität) y «realidad psíquica» implican la
idea de que las estructuras inconscientes no sólo debe considerarse como dotadas de una
realidad específica que obedece a sus leyes propias, sino que pueden adquirir para el sujeto un
pleno valor de realidad (véase: Fantasía). 

Psicastenia
fuente(109) 
Término introducido por Pierre Janet en 1903 para reemplazar el de neurastenia y designar una
neurosis comparable, con el plano clínico, a lo que Sigmund Freud llama neurosis obsesiva. 

Psicoanálisis
Psicoanálisis
Psicoanálisis
Al.: Psychoanalyse.
Fr.: psychanalyse.
Ing.: psycho-analysis.
It.: psicoanalisi o psicanalisi.
Por.: psicanálise.
fuente(110) 
Disciplina fundada por Freud y en la que, con él, es posible distinguir tres niveles:
A) Un método de investigación que consiste esencialmente en evidenciar la significación
inconsciente de las palabras, actos, producciones imaginarias (sueños, fantasías, delirios) de un
individuo. Este método se basa principalmente en las asociaciones libres del sujeto, que
garantizan la validez de la interpretación. La interpretación psicoanalítica puede extenderse
también a producciones humanas para las que no se dispone de asociaciones libres.
B) Un método psicoterápico basado en esta investigación y caracterizado por la interpretación
controlada de la resistencia, de la transferencia y del deseo. En este sentido se utiliza la palabra
psicoanálisis como sinónimo de cura psicoanalítica; ejemplo: emprender un psicoanálisis (o un
análisis).
C) Un conjunto de teorías psicológicas y psicopatológicas en las que se sistematizan los datos
aportados por el método psicoanalítico de investigación y de tratamiento.
Freud utilizó primeramente los términos análisis, análisis psíquico, análisis psicológico, 
análisis hipnótico, en su primer artículo Las psiconeurosis de defensa (Die
Abwehr-Neuropsychosen, 1894). Sólo más tarde introdujo el término psico-análisis en un
artículo sobre la etiología de las neurosis, publicado en francés. En alemán, Psychoanalyse
figura por vez primera en 1896 en Nuevas observaciones sobre las psiconeurosis de defensa
(Weitere Bernerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen). El empleo del término
«psicoanálisis» consagró el abandono de la catarsis, practicada bajo hipnosis y de la sugestión,
y el recurrir a la única regla de la asociación libre para obtener el material.
Freud dio varias definiciones del psicoanálisis. Una de las más explícitas se encuentra al
principio del artículo de la Encyc1opédie aparecido en 1922: «Psicoanálisis es el nombre:
l.° de un método para la investigación de procesos mentales prácticamente inaccesibles de otro
modo;
2.° de un método, basado en esta investigación, para el tratamiento de los trastornos neuróticos;
3.° de una serie de concepciones psicológicas adquiridas por este medio y que en conjunto van
en aumento para formar progresivamente una nueva disciplina científica».
La definición propuesta al principio reproduce, en forma más detallada, la que Freud dio en este
texto.
Acerca de la elección del término « psicoanálisis », nada mejor que ceder la palabra a quien forjó
el término en la misma época en que efectuaba su descubrimiento: «Llamamos psicoanálisis al
trabajo mediante el cual traemos a la conciencia del enfermo lo psíquico reprimido en él. ¿Por qué
"análisis", que significa fraccionamiento, descomposición, y sugiere una analogía con el trabajo
que efectúa el químico en las substancias que encuentra en la naturaleza y que lleva a su
laboratorio? Porque tal analogía es efectivamente fundada, en un importante aspecto. Los
síntomas y manifestaciones patológicas del paciente son, como todas sus actividades psíquicas,
de naturaleza altamente compuesta; los elementos de esta composición son, en último término,
motivaciones, mociones pulsionales. Pero el paciente nada sabe, o muy poco, de estas
motivaciones elementales. Le enseñamos, pues, a comprender la composición de estas
formaciones psíquicas altamente complicadas, referimos los síntomas a las mociones pulsionales
que los motiva, señalamos al enfermo en sus síntomas la intervención de motivaciones
pulsionales hasta entonces ignoradas por él, en forma similar a como el químico separa la
substancia fundamental, el elemento químico, de la sal en la cual, al combinarse con otros
elementos, resultaba irreconocible. De igual modo mostramos al enfermo, basándonos en las
manifestaciones psíquicas consideradas como no patológicas, que él sólo era imperfectamente
consciente de su motivación, que otras mociones pulsionales, que permanecían ignoradas para
él, han contribuido a producirlas. 
»También hemos explicado la tendencia sexual del ser humano fraccionándola en sus
componentes, y, cuando interpretamos un sueño, prescindimos de considerar el sueño como
una totalidad y hacemos partir las asociaciones de sus elementos aislados.
»Esta comparación justificada de la actividad psicoanalítica con un trabajo químico podría sugerir
una nueva dirección a nuestra terapia [...]. Se nos ha dicho: al análisis del psiquismo enfermo
debe seguir su síntesis. Y pronto se experimentó inquietud por la posibilidad de que el enfermo
recibiese demasiado análisis y no bastante síntesis, y se insistió en que la acción psicoterápica
dependería de esta síntesis, de esta especie de restauración de lo que, por así decirlo, había
sido destruido por la vivisección.
»[...] La comparación con el análisis químico encuentra su límite en el hecho de que, en la vida
psíquica, nos enfrentamos con tendencias que se hallan sometidas a una compulsión a la
unificación y a la combinación. Cuando llegamos a descomponer un síntoma, a liberar una moción
pulsional de un conjunto de relaciones, aquél no permanece aislado, sino que entra
inmediatamente a formar parte de un nuevo conjunto.
»[...] También en el sujeto que se halla bajo tratamiento analítico, la psicosíntesis se realiza sin
nuestra intervención, en forma automática e inevitable».
La Standard Edition contiene una lista de las principales exposiciones generales sobre el
psicoanálisis, publicadas por Freud. ,
La boga alcanzada por el psicoanálisis ha inducido a numerosos autores a designar con este
término ciertos trabajos cuyo contenido, método y resultados, no tienen más que una relación
muy remota con el psicoanálisis propiamente dicho. 
Psicoanálisis
Psicoanálisis
Alemán: Psychoanalyse. 
Francés: Psychanalyse. 
Inglés: Psychoanalysis.
fuente(111) 
Término creado por Sigmund Freud en 1896 para denominar un método particular de psicoterapia
(o cura por la palabra) derivado del procedimiento catártico (catarsis) de Josef Breuer, y basado
en la exploración del inconsciente con la ayuda de la asociación libre por parte del paciente, y de
la interpretación por parte del psicoanalista.
Por extensión, se da el nombre de psicoanálisis a:
1. El tratamiento realizado con este método.
2. La disciplina fundada por Freud (y sólo ella) en cuanto comprende un método terapéutico, una
organización clínica, una técnica psicoanalítica, un sistema de pensamiento y una modalidad de
transmisión del saber (análisis didáctico, control) que se basa en la transferencia y permite
formar profesionales del inconsciente. 
3. El movimiento psicoanalítico, es decir una escuela de pensamiento que engloba a todas las
corrientes del freudismo.
Como lo ha subrayado Henri E Ellenberger, el psicoanálisis es heredero de las antiguas curas
magnéticas inauguradas por Franz Anton Mesmer, las cuales, a través de los debates sobre la
hipnosis y la sugestión de fines del siglo XIX, dieron origen a la segunda psiquiatría dinámica. No
obstante, entre todas las escuelas de psicoterapia derivadas de Hippolyte Bernheim y la Escuela
de Nancy, es el único método que reivindica el inconsciente y la sexualidad como los dos
grandes universales de la subjetividad humana. En el plano clínico, es también el único que sitúa
la transferencia como formando parte de esa misma universalidad, y que propone su análisis en
el interior mismo de la cura, como prototipo de las relaciones de poder entre el terapeuta y el
paciente y, más en general, entre maestro y discípulo. En este sentido, el psicoanálisis remite a la
tradición socrática y platónica de la filosofía. Por ello ha aplicado el principio iniciático del análisis
didáctico, exigiendo que quien quiera convertirse en psicoanalista se someta a su vez a una
cura.
En la historiografía oficial se ha dado una versión legendaria del nacimiento del psicoanálisis,
atribuyendo su origen a dos mujeres: Bertha Pappenheim y Fanny Moser. A la primera, atendida
por Josef Breuer, se le ha atribuido la invención de la cura por la palabra, y de la segunda,
tratada por Freud, se ha dicho que hizo posible una clínica de la escucha al obligar al médico a
renunciar a la observación directa y a mantenerse retirado, detrás del paciente. Esta leyenda, en
la que se mezclan los nombres de los dos autores de los Estudios sobre la histeria, vehiculiza
una genealogía del psicoanálisis que no es extraña a los enunciados freudianos. Freud, en
efecto, fue el iniciador de un cambio total de la mirada médica, un cambio consistente en tomar
en cuenta en el discurso de la ciencia las teorías elaboradas por los propios enfermos sobre sus
síntomas y su malestar. Con ese cambio el psicoanálisis originó los grandes trabajos históricos
del siglo XX sobre la locura y la sexualidad.
Freud empleó por primera vez la palabra psicoanálisis en un artículo de 1896, redactado en
francés y titulado "La herencia y la etiología de las neurosis": "Debo mis resultados al empleo de
un nuevo método de psicoanálisis, el procedimiento de exploración de Josef Breuer, un poco
sutil pero irreemplazable, a tal punto ha demostrado ser fértil para aclarar las vías oscuras de la
ideación inconsciente".
Ocho años más tarde, en un texto destinado a una obra colectiva, proporcionó una excelente
definición de su propio método, hablando por otra parte en tercera persona y refiriéndose
siempre a Breuer: "El método catártico había ya renunciado a la sugestión y Freud dio un paso
más, rechazando también la hipnosis. Trata por igual a sus enfermos de la manera siguiente: sin
intentar influirlos de ningún modo, los hace tender cómodamente sobre un diván, mientras él,
sustraída su mirada, se sienta detrás de ellos. No les pide que cierren los ojos y evita tocarlos o
emplear cualquier otro procedimiento que pueda recordar la hipnosis. Este tipo de sesión se 
desarrolla a la manera de una entrevista entre dos personas en estado de vigilia, a una de las
cuales se le ahorra cualquier esfuerzo muscular, cualquier impresión sensorial capaz de apartar
su atención de su propia actividad psíquica." Después de muchas vacilaciones, cuyas huellas
pueden seguirse en la correspondencia entre Freud y Carl Gustav Jung, en alemán quedó
acuñada, ya en 1909, la denominación Psychoanalyse (en lugar de Psychanalyse) en francés
se impuso psychanalyse (en lugar de psycho-analyse) en 1919, y en inglés psychoanalysis (a
menudo escrita Psycho-analysis o Psycho-Analysis). Entre 1905 y 1914, el propio Freud realizó
tres grandes curas psicoanalíticas: con Ida Bauer (Dora), Ernst Lanzer (el Hombre de las Ratas)
y Serguei Constantinovich Pankejeff (el Hombre de los Lobos). Además dirigió a la manera de un
control el análisis de Herbert Graf (Juanito), realizado por su padre, Max Graf, abriendo el
camino al psicoanálisis de niños. Finalmente, en 1911, publicó un estudio sobre las Memorias de
Daniel Paul Schreber, que consideró un caso de paranoia. Esos cinco psicoanálisis serían
comentados interminablemente a lo largo de la historia del freudismo, sirviendo como corpus
clínico al conjunto del movimiento, a igual título que los casos reunidos en los Estudios.
Ya en 1910, en "Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica", Freud delimitó un marco
"técnico" para la cura, afirmando que ésta tenía por objetivo vencer las resistencias. La tesis fue
muchas veces discutida, y los problemas de técnica dieron origen a otros artículos, y después a
debates y escisiones en la historia del movimiento psicoanalítico, desde Sandor Ferenczi hasta
Jacques Lacan.
En 1922, en "Dos artículos de enciclopedia: «Psicoanálisis» y «Teoría de la libido»", Freud
proporcionó la definición más precisa del marco psicoanalítico, al subrayar que sus "pilares"
teóricos eran el inconsciente, el complejo de Edipo, la resistencia, la represión y la sexualidad:
"Quien no los acepte no debería contarse entre los psicoanalistas".
Si bien los freudianos de todas las tendencias siempre aceptaron reconocerse en esta definición
del psicoanálisis, no han cesado de combatir entre ellos y dividirse acerca de la cuestión de la
técnica psicoanalítica y el análisis didáctico. Inspirándose en el modelo darwiniano, Freud quiso
ubicar el psicoanálisis entre las ciencias de la naturaleza, o al menos asignarle un estatuto de
ciencia "natural". Ahora bien, como heredero de las medicinas del alma, pertenecía a otra
tradición científica, según la cual el arte de curar consiste menos en demostrar la validez de una
deducción que en elaborar un discurso capaz de dar cuenta de una verdad simbólica y
subjetiva. A causa de esta doble pertenencia del psicoanálisis (al dominio de las ciencias de la
naturaleza y al de las artes de la interpretación), sus refutaciones "científicas" se desplegaron
en el terreno de la terapia. Entre ellas se cuenta la de Karl Popper (1902-1994) en 1962, en la
que se basará el conjunto de la historiografía revisionista; Popper intentó demostrar que la
doctrina freudiana se reduce a una simple hermenéutica, y que su método es una técnica
chamánica de influencia, consistente en actuar sobre el enfermo por simple sugestión.
El argumento no era nuevo y, desde 1917, en el capítulo de sus Conferencias de introducción al
psicoanálisis dedicado a la terapia psicoanalítica, Freud había intentado responder a él, 
insistiendo una vez más en la distancia radical que separaba al psicoanálisis de todos los otros
métodos de psicoterapia basados en la sugestión. En particular, refutó la idea de que el médico,
en la cura por la palabra, pudiera sugestionar al enfermo; en ese ámbito reivindicaba una
racionalidad basada en la interpretación verdadera, subrayando que la solución de los conflictos
y la supresión de las resistencias (la "curación") sólo se producían cuando el terapeuta podía
darle al paciente representaciones de él mismo que correspondieran a la realidad: "Lo que en las
suposiciones del médico no corresponde a esa realidad es espontáneamente eliminado en el
curso del análisis, y debe ser retirado y reemplazado por suposiciones más exactas".
La historia del psicoanálisis demuestra que las resistencias que se le opusieron, así como sus
conflictos internos, fueron siempre el síntoma de su progreso activo, de su propensión a fabricar
dogmas y de su capacidad para refutarlos. 

Psicoanálisis aplicado
Psicoanálisis aplicado
Psicoanálisis aplicado
Alemán: Angewandte Psychoanalyse. 
Francés: Psychanalyse appliquée. 
Inglés: Applied psychoanalysis.
fuente(112) 
El hecho de que Sigmund Freud tuvo muy pronto la inquietud de desarrollar las ideas capaces de
extenderse a ámbitos exteriores al estudio del funcionamiento psíquico, como por ejemplo la
creación literaria o artística, lo atestiguan por lo menos dos cartas a Wilhelm Fliess, En la primera,
del 15 de octubre de 1897, observó que cada lector o espectador de la pieza de Sófocles había
sido alguna vez, "en gérmen, en imaginación, un Edipo", añadiendo: "Pero una idea atravesó mi
mente: ¿no se encontrarían hechos análogos en la historia de Hamlet?" En la segunda carta, del
5 de diciembre de 1898, donde habla del narrador suizo Conrad Ferdinand Meyer (1828-1898) y
del entusiasmo que le suscita la lectura de sus libros, le pidió a Fliess "informaciones sobre la
existencia de ese escritor, sobre el orden de publicación de sus obras, lo que es indispensable
para interpretarlas".
Primero fue la Sociedad Psicológica de los Miércoles la que sirvió de marco a las exposiciones y
discusiones, a menudo apasionadas, sobre la aplicación del psicoanálisis a los ámbitos de la
literatura, las artes plásticas, la mitología y la historia. Por ejemplo, en la sesión del 10 de octubre
de 1906, después de que Otto Rank hablara de los fundamentos de una psicología de la creción
literaria, Adolf Häutler (1872-1938) lo criticó, afirmando que no se podía---aplicarla noción de
represión más que a los individuos, y no a la vida psíquica de un pueblo". En esa misma sesión,
Häutler rechazó la idea de una correspondencia automática entre la vida personal del creador y
sus obras, y previno contra el exceso de interpretación. Freud criticó a su vez el empleo
incorrecto que se había hecho del concepto de represión. En la sesión del 24 de octubre de
1906, dedicada a la segunda parte de la exposición de Rank, Häutler reiteró sus críticas, pero
declarando que "aplicar las teorías de Freud a otros dominios, y descubrir la ramificación de la
sexualidad en la literatura y la mitología, es una actividad que merece ser alentada".
Después fue Alfred Meisl (1868-1942) quien señaló su desacuerdo; Meisl sostuvo que las tesis
de Rank eran demasiado frágiles, y que ese tipo de publicación podía constituir un peligro: "1)
para la psicología como cie-ncia y 2) para las teorías de Freud"; la gente podría utilizar las 
"debilidades de los libros de Rank para rechazar igualmente las teorías de Freud". Max Graf
recomendó prudencia en la interpretación de las obras literarias, precisando que "sólo cuando
ciertos temas se desprenden muy claramente y se repiten a menudo, se los puede relacionar
con la vida sexual". Un año más tarde, el 4 de diciembre de 1907, una exposición de Isidor
Sadger dedicada a Meyer provocó un severo enfrentamiento, preludio a la elaboración de una
especie de documento, enunciado la semana siguiente, el 11 de diciembre de 1907, en ocasión
de la exposición de Graf sobre "la metodología de la psicología de los escritores". Graf se
entregó primero a una crítica radical de las tesis de Cesare Lombroso (1836-1909) y de las
desarrolladas por la escuela francesa de psicología, partidaria de la teoría de la
herencia-degeneración. Desde ese punto de vista, explicaba Graf, se han escrito patografías,
"análisis de escritores sobre la base de experiencias patológicas [ ... ]. El método de Freud
-añadía Graf- es muy diferente; lleva al inconsciente y demuestra que la enfermedad psiquica no
es más que una variante de la pretendida salud psíquica, que las enfermedades mentales son
una disociación de los elementos psíquicos de la persona sana." Antes de exponer los principios
del método psicoanalítico y las reglas de "su aplicación a los artistas", Graf concluía: "Lombroso
trata a los escritores de la misma manera que a un tipo criminal particularmente interesante"; en
cuanto a los "psicólogos franceses, [ellos] en el escritor no ven más que un neurótico".
La discusión le dio a Freud la oportunidad de respaldar una vez más a Graf, quien acababa de
recordar con fuerza: "Quien quiere conocer al escritor, tiene que buscarlo en sus obras".
Retornando la tesis expuesta unos días antes en una conferencia, "El creador literario y el
fantaseo", pronunciada en la sede de la editorial de Hugo Heller, tesis que postulaba la identidad
de los procesos de producción literaria con los mecanismos del sueño despierto, Freud sostuvo:
"Todo escritor que presente tendencias anormales puede ser objeto de una patografía. Pero la
patografía no nos enseña nada nuevo. El psicoanálisis, en cambio, informa sobre el proceso de
la creación merece ser colocado por encima de la patografía."
La empresa del psicoanálisis aplicado, distinta de la patografía, se inició por lo tanto muy pronto.
Daría lugar a los ejercicios de interpretación más diversos, a la psicobiografía (interpretación de
las obras en función de la vida del autor), a la psicocrítica (interpretación psicoanalítica de los
textos), pasando por la psicohistoria (interpretación de la historia con ayuda del psicoanálisis). El
objetivo de esta extensión de la teoría psicoanalítica y de su campo interpretativo no tardó en ser
puntualizado. Ludwig Binswanger lo registró en sus notas sobre su segunda visita a Freud, en
1909: "Freud encara siempre el psicoanálisis como una ciencia total, como el gran y nuevo
método de investigación que le gustaría ver aplicado a la religión, la historia y el arte". En 1914,
en su artículo "Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico", Freud, a propósito de La
interpretación de los sueños y de otro libro, El chiste y su relación con lo inconsciente, escribió
que esas dos obras habían "demostrado de entrada que las enseñanzas del psicoanálisis no
pueden limitarse al dominio médico, sino que es posible aplicarlas a otras ciencias del espíritu".
Ése era el objetivo esencial: liberarse de la tutela médica, sustraerse al registro exclusivo del
método terapéutico, y no quedar reducido a servir a la psiquiatría. Pero la idea era que el 
psicoanálisis -sobre el que Freud insistía en que no era una de esas ciencias del espíritu
(Geisteswissenschaften) a las que sin embargo podía enriquecer- encontrara su lugar en el
orden de las ciencias de la naturaleza (Naturwissenschaften). Más de una vez Freud se aplicó a
procurarle a este objetivo su legitimidad teórica, recordando, en particular en la trigésimo cuarta
de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, que, habiendo comprendido el
alcance del psicoanálisis como "psicología de las profundidades", se vio llevado a admitir que, en
cuanto "nada de lo ejecutado o creado por los hombres es comprensible sin el concurso de la
psicología", de ello resultaban "espontáneamente las aplicaciones del psicoanálisis a numerosos
ámbitos del saber, en particular los de la ciencia del espíritu, aplicaciones que se imponían y
reclamaban su elaboración".
Esencial para el desarrollo del psicoanálisis y la adquisición del estatuto pleno de disciplina
científica, la aventura del psicoanálisis aplicado fue vivida por Freud como una conquista militar y
colonial. Lo atestigua la correspondencia con Carl Gustav Jung, Oskar Pfister o Sandor Ferenczi.
Hubo por lo tanto una logística, reflejada en proclamas institucionales (el psicoanálisis aplicado
figura en un buen lugar en la declaración de los fines de la International Psychoanalytical
Association [IPA]), en la investigación sistemática en colaboración con especialistas de las
ciencias del espíritu, que los psicoanalistas conocían sólo superficialmente, y finalmente en
actividades editoriales. Fue así como, en 1907, con la publicación del ensayo de Freud titulado El
delirio y los sueños en la "Gradiva " de W Jensen, se creó la colección de los Schriften zur
Angewandten Seelenkunde (Monografías de psicoanálisis aplicado).
Muy pronto esta serie demostró ser demasiado estrecha para permitir el desarrollo de un sector
en plena expansión. Surgió entonces la idea de una revista totalmente dedicada a trabajos de
psicoanálisis aplicado, "no médicos", como precisaría Freud en una carta a Jung del 29 de junio
de 1911; una revista que Hamis Sachs y Otto Rank iban a fundar en 1912, que llevaría el nombre
de Imago, y a la cual Freud dedicó muchos recursos y energía. En particular, publicó en ella las
primeras versiones de Tótem y tabú, así como su estudio "El Moisés de Miguel Ángel", que hizo
aparecer sin firma. Con independencia de lo que haya podido decir Freud, quien en una carta a
Edoardo Weiss del 12 de diciembre de 1933 habló al respecto de un "hijo del amor" que era
también un "hijo no analítico", ese anonimato era el signo de sus vacilaciones sobre la validez del
psicoanálisis aplicado. En una carta a Karl Abraham del 6 de abril de 1914 se refirió a dicho
estudio, criticando su "carácter diletante" y añadiendo que ese diletantismo era algo difícil de
evitar "en los trabajos para Imago".
En otra carta a Abraham del 4 de marzo de 1915, hablando de su "Guerra y muerte", calificó ese
ensayo de "charla de actualidad", precisando: "Por supuesto, no faltan en esto reticencias
interiores".
La ambivalencia freudiana respecto del psicoanálisis aplicado se refleja tanto en las
contribuciones del propio Freud como en las reacciones contrastantes que este ámbito suscita
en la comunidad psicoanalítica. 
En primer lugar, es preciso observar que, a pesar del entusiasmo provocado por el psicoanálisis
aplicado en el círculo freudiano y más allá, el propio Freud practicó muy poco la psicobiografía
(que por otra parte execraba cuando pretendía aplicársele a él). Con la excepción de una breve
colaboración incluida en el libro de Rank El mito del nacimiento del héroe, donde desarrolló la
noción de la novela familiar, acerca de estas cuestiones Freud adoptó una posición singular. En
todos sus trabajos considerados propios del ámbito del psicoanálisis aplicado, se puede en
efecto constatar la existencia de un segundo objetivo, puramente teórico, que casi siempre
reemplaza a la aplicación pura y simple.
Por ejemplo, el estudio sobre Leonardo da Vine¡ (1452-1519) se distancia de las psicobiografías
habituales para dar un paso hacia la teoría de la sexualidad, en particular en el enfoque de la
homosexualidad. También Tótem y tabú supera los límites de sus referencias etnológicas, ya
perimidas en el momento de su publicación. En Psicología de las masas y análisis del yo Freud
recurrió a la psicosociología francesa de Gustave Le Bon (1841-1931), pero muy pronto
abandonó ese marco para elaborar el primer ensayo teórico dedicado a los aspectos de lo que
se denominaría el fenómeno totalitario, y plantear, teórica e históricamente, los fundamentos de la
segunda tópica. Y la obra que firmó con William C. Bullitt (1891-1967) sobre el presidente
Thomas Woodrow Wilson sigue siendo hasta hoy el único intento de comprender los procesos
subyacentes en la emergencia del fenómeno del "gran hombre", tema que se vuelve a encontrar
en la última obra de Freud publicada durante su vida, Moisés y la religión monoteísta.
En la actualidad, el psicoanálisis aplicado es objeto de juicios particularmente contrastantes. En el
mundo de lengua inglesa, autores tan diferentes como Ernest Jones y Peter Gay ubican por igual
una parte importante de las obras de Freud bajo el rótulo de psicoanálisis aplicado, sin que ello
suscite el menor debate; en cambio, en la comunidad psicoanalítica francesa esa expresión es
objeto de un rechazo particularmente violento.
Se pueden proponer dos explicaciones para la reacción francesa: la primera corresponde a la
preocupación de algunos psicoanalistas, entre ellos Daniel Lagache, de recobrar para el
psicoanálisis una respetabilidad que la ligereza de numerosos ensayos de psicoanálisis aplicado
le hicieron perder. Al mantenerse a distancia de ese tipo de proyectos -ilustrado sobre todo en
Francia por la psicobiografía de Edgar Allan Poe (18091849) debida a Marie Bonaparte y por las
diversas obras de René Laforgue-, y desarrollando trabajos articulados especialmente con la
teoría y la clínica de la cura, estos psicoanalistas apuntaban a obtener para su disciplina el
reconocimiento universitario que hasta allí le había faltado. La otra razón fue expuesta por
Jacques Lacan en su intervención sobre la cuestión del psicoanálisis aplicado, en su reseña
crítica de la obra de Jean Delay titulada La Jeunesse d’André Gide.
En ese artículo, Lacan afirmó en particular que "El psicoanálisis, en sentido propio, sólo se aplica
como tratamiento, y por lo tanto a un sujeto que habla y escucha"; cualquier otra forma de
aplicación sólo podía serlo en sentido figurado, es decir, imaginario, sobre la base de analogías, 
y como tal sin eficacia. 
Psicoanálisis aplicado
Psicoanálisis aplicado
fuente(113) 
La expresión «psicoanálisis aplicado» designa, en la acepción corriente, al psicoanálisis cuando 
«se aplica» su saber teórico y su método a objetos exteriores al campo de la cura (tales como
las obras literarias o artísticas, pero también las religiones, las instituciones, la medicina, la
economía, la política, la justicia, el deporte y cualquier otra disciplina).
La expresión proviene del título Ensayos de psicoanálisis aplicado dado a la recopilación de una
serie de artículos de Freud sobre el tema. De estos artículos, escritos en su mayor parte entre
1910 y 1923, citemos El Moisés de Miguel Angel, Sobre el sentido antitético de las palabras
primitivas, El motivo de la elección del cofre, Un recuerdo de infancia en «Poesía y verdad».
El término «aplicado» pegado al de «psicoanálisis» no siempre tuvo consecuencias felices, en
tanto pudo llevar a privilegiar la idea del apoderamiento por parte de un saber totalmente
constituido de un objeto pasivo que no tendría ningún efecto de retorno sobre dicho
psicoanálisis. Tal concepción del psicoanálisis «aplicado» puede encontrarse por cierto en
algunas obras de los psicoanalistas de la primera hora, que no contenían su entusiasmo militante
por un instrumento teórico capaz de abrazar «totalmente» la significación «escondida» de una
obra y las motivaciones «profundas» del autor puestas al desnudo por un diagnóstico
colonizador (cf. Edgar Poe de Marie Bonaparte, que además tradujo al francés en 1933 los
Ensayos mencionados en el párrafo anterior).
Esta acepción no es la de Freud, que, en El delirio y los sueños en la «Gradiva» de W Jensen,
nos dice de entrada: «(...) los poetas y los novelistas son aliados preciosos (...) Son, en el
conocimiento del alma, los maestros de nosotros, hombres vulgares, pues abrevan en fuentes
que todavía no hemos podido hacer accesibles a la ciencia». Esta perspectiva freudiana será
retomada por Lacan en su Hommage fait à Marguerite Duras du ravissement de Lol V. Stein
[Homenaje hecho a Marguerite Duras por el encantamiento de Lol V. Stein]. «Sería una grosería
-dice- atribuir la técnica confesa de un autor a alguna neurosis (...) la única ventaja que un
analista tiene derecho a tomar de su posición es recordar con Freud que en su materia el artista
siempre lo precede y que por lo tanto no tiene que hacerse el psicólogo allí donde el artista le
franquea el camino».
Pero Lacan también dirá: «El psicoanálisis no se aplica, en el sentido estricto, más que como
tratamiento, por consiguiente, a un sujeto que habla y escucha»; y agrega, dándonos los límites
del llamado psicoanálisis aplicado: «Sólo puede tratarse, fuera de este caso, del método
psicoanalítico, aquel que procede al desciframiento de los significantes sin consideración por
ninguna forma de existencia presupuesta del significado».
Si tomamos el ejemplo de la obra literaria, y si retenemos la acepción común del «psicoanálisis
aplicado», no se trata por consiguiente de abordar la obra como un síntoma neurótico, no se
trata de «comprender», de remitir el discurso del escritor a un saber constituido, sino de confiar
en el escritor, en el trabajo de la escritura y la coherencia interna de la obra, en su desarrollo
lógico. Y, lejos de un discurso manifiesto que esconde un sentido profundo, se trata de operar
un desciframiento de los significantes en juego, o sea, de tomar el texto a la letra. 
«La práctica de la letra converge con el uso del inconciente», nos dice Lacan. Edipo nos hace oír
lo que dice todo sujeto y «Hamlet no es un caso clínico. No es un ser real, es un drama que se
presenta como una plataforma giratoria en la que se sitúa el deseo». La práctica del llamado
psicoanálisis aplicado comienza en general en el analista por un interrogante que tiene su
elaboración en el encuentro con una obra, un acontecimiento o una disciplina particular. Lo que
constituye el punto de encuentro entre el psicoanalista «aplicante» y la obra es la manera en que
la obra va a cernir un mismo punto de imposible, un efecto de real, con la lógica de los
instrumentos que le son propios. Por eso, si el psicoanálisis aplicado a una obra o a otra
disciplina ha permitido a veces ilustrar o ejemplificar la teoría, para ofrecer didácticamente una
presentación de ella a un público más amplio, el apoyo tomado en la obra, el hecho de servirse
de un saber para interrogar a otro saber, está allí para permitir franqueamientos, para ofrecer
vados a los avances teóricos.
Esto es totalmente coherente con la teoría lacaniana de los cuatro discursos, en la cual el
discurso psicoanalítico es el que interroga y pone a trabajar a los otros discursos.
Citemos, entre los ejemplos más famosos de psicoanálisis «aplicado» en Freud, al Edipo por
supuesto, a la Gradiva de Jensen, al motivo de los tres cofres, a Hamlet, a Goethe, al Moisés de
Miguel Angel, a Leonardo da Vinci, pero también a Moisés, a las religiones, a la Iglesia, al ejército,
a la civilización moderna, etcétera.
Del lado de Lacan, La carta robada de Edgar Poe, Booz dormido [La leyenda de los siglos,
Victor Hugo], El balcón de Genet, Hamtet, Antígona y Edipo en Colona de Sófocles, la trilogía de
Claudel, El encantamiento de Lol V. Stein, Joyec, pero también la pintura, la lingüística, las
matemáticas.
Y a propósito de James Joyce, ¿no se puede, por otra parte, remitir al encuentro de Jacques
Lacan con la topología y el nudo borromeo (véase topología), que menciona por primera vez en
1972, en el seminario Aún? Psicoanálisis «aplicado» al nudo borromeo, por cierto, pero en tanto
este es portador de respuestas potenciales a cuestiones cruciales y a obstáculos del
psicoanálisis.
Gracias a Jacques Lacan, el nudo borromeo recibe nuevos títulos de nobleza, es reconocido en
su justo valor y llega así a su destino. En retorno, «se aplica» a la teoría psicoanalítica, la
cuestiona y la hace avanzar. Tomemos el ejemplo del seminario de Lacan sobre Joyce, donde
Lacan postula el nudo de cuatro redondeles, siendo el cuarto el del «sinthome» como suplencia
de una «falta» en el anudamiento borromeo. ¿Y qué decir del hecho de que, gracias al nudo, el
objeto a ya no puede ser considerado como el resultado de un corte sino de un encaje por
medio de este mismo anudamiento? Todas estas postulaciones cuestionan al psicoanálisis en
cuanto a su fin y tienen notables incidencias o «aplicaciones» en la práctica de la cura, En este
sentido, por ejemplo, ¿qué decir de la interpretación en análisis y del escrito poético, si 
recordamos que en 1977 Lacan dice: «sólo la poesía permite la interpretación»? ¿Cómo hacer
pasar no sólo al dicho o al escrito la verdad de la estructura, sino también cómo hacerla
consecuente, como obtener efectos de sentido reales en la cura e incluso en nuestros
intercambios cotidianos y en el campo social? ¿No nos podrá ayudar el nudo borromeo en estas
cuestiones que se le plantean al psicoanálisis y, por lo tanto, a todo aquel que habla y escucha? 

Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares
Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares 
Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares
fuente(114) 
Definición
La expresión Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares -que da título a este diccionario-
plantea al menos dos cuestiones:
A) el significado de la expresión "configuraciones vinculares" (C.V.)
B) un nuevo campo clínico-teórico para el psicoanálisis.
A) 1) Los términos configuración y configurar tienen en lengua vulgar significados que interesa
reproducir. Configuración es la acción de configurar(se), la forma o el aspecto exterior de las
cosas. Configurar viene del latín configurare, compuesto en parte por figurare, derivado de
figura que a la vez deriva de fingere que significa fingir, conformar, dar a una cosa forma.
2) Aplicado a vínculos menciona entonces las figuras, las formas prototípicas en que se
organizan los conjuntos multipersonales por efecto de determinaciones del orden inconsciente.
La C.V. es una hipótesis de nivel intermedio entre lo manifiesto y los contenidos fantasmáticos
inconscientes y en un sentido más amplio y general designa la modalidad misma del
agrupamiento dentro del encuadre terapéutico: pareja, institución, familia o grupo.
B) Como intenta mostrar este diccionario, el nuevo campo clínico lleva a una ampliación de la
teoría. En ésta, las alianzas, acuerdos, pactos, trama fantasmática serán expresiones que
aluden a un nuevo objetivo psicoanalítico: el develamiento de lo inconsciente que estructura al
conjunto.
Origen e historia del término 
I. En general hay coincidencia bibliográfica en cuanto a que la psicoterapia de grupo es iniciada
en E.E.UU. por Pratt en 1905 en una sala de tuberculosos como método terapéutico auxiliar. Su
técnica activa sentimientos de rivalidad, emulación y solidaridad entre pares y estimula la
identificación con un terapeuta idealizado. Se la denomina Terapia Exhortativa Patemal que actúa
"por el grupo"; maneja las emociones colectivas sin intentar comprenderlas.
De esta corriente se separan las Terapias de Estructura Fraternal, que si bien actúan también
"por el grupo", buscan abolir todo liderazgo externo a favor de un par que se propone como
modelo (ej.; Asociación de Alcohólicos Anónimos).
También en la corriente de Psicodrama creada por Moreno, quien trabaja originalmente en Viena
y luego en E.E.UU. tras su migración, hay ciertos elementos del segundo tipo de terapia "por el
grupo", si bien se trata de un instrumento terapéutico más sofisticado. Consiste en la
dramatización de los conflictos psicológicos de un paciente por parte de un equipo de
psiquiatras y ayudantes que ofician de "Yo auxiliares".
II. Slavson, Schilder y Klapman abandonan las técnicas de apoyo y sugestión y transportan la
técnica psicoanalítica al grupo. Las prácticas en salud mental son actos médicos y éstos
clásicamente se ejercen dentro de una relación bipersonal. Esto será una de las dificultades
para la difusión de las terapias grupales señaladas por Wolf, A. y Schwartz, E. El primero ya en
1938, en Nueva York, agrupa pacientes para dar respuesta a una demanda numerosa con el
beneficio adicional de bajar el costo del tratamiento. Las expresiones que utiliza al relatar la
experiencia "buscar ayuda y brindarla en público"... "pacientes y analista expuestos al escrutinio
de los otros" llevan a pensar que este "psicoanálisis en grupo" poco repara en lo que concierne
a los efectos del agrupamiento mismo. No obstante diez años después cuando publiquen sus
trabajos sobre la experiencia han de abordar algunos fenómenos propios del grupo como lo que
hoy llamaríamos "difracción de la transferencia"
En 1948 Bion, W., en Inglaterra, trabajando con veteranos de guerra convoca y se instala como
psicoanalista utilizando la transferencia-contratransferencia en abstinencia y mediante
intervenciones interpretativas. Con sutileza y frescura sus descripciones y teorizaciones sobre
la clínica de[ agrupamiento (4) toman a éste como una totalidad.
III. En la Argentina durante la década de los cincuenta Pichon Rivière, E. desarrolló una práctica
de grupos en su trabajo con pacientes psicóticos en el hospicio. Más tarde extendió la
experiencia grupal al ámbito de la enseñanza. Entre sus conceptualizaciones aparece la idea de
vínculo como una ampliación del concepto de relación de objeto (v. Vínculo)
En 1957 Langer, M, Grinberg, L. y Rodrigué, E. introducen la "Micro-sociología" o "Técnica 
Interpretativa de Grupo" al tomarlo como fenómeno al que se dirige la interpretación y concebir lo
individual como efecto de la participación en el marco colectivo.
El interés por el abordaje clínico de familias cobra nuevo impulso cuando, a mediados de los años
sesenta en E.E.UU., surgen desarrollos ---con gran repercusión en nuestro medio--- sobre lo
que se denominó Teoría de la Comunicación, algunos de cuyos conceptos, como "doble vínculo",
"cerco de goma", etcétera son, a la vez, utilizados para construir una teoría psicógena
ambientalista de la psicosis.
Paralelamente a nivel internacional y en nuestro medio despiertan interés los estudios
antropológicos de Lévi-Strauss, C. (V. Estructuralismo) y comienza a pensarse el traslado de
sus concepciones estructuralistas a la clínica.
En lo que respecta a parejas, en los años cincuenta ya existían en el medio psicoanalítico
trabajos escritos sobre el conflicto matrimonial desde las referencias de pacientes tratados en el
dispositivo clásico.
Dos décadas después tendremos abordajes de la pareja en forma conjunta, con marcos
referenciales diversos. 
Finalmente, en la clínica Tavistock, durante la post-guerra en Inglaterra, se desarrolla una línea
de trabajos psicoanalíticos sobre institución.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
I. A principios de los años ochenta Puget, J. Games Chaves, G., Romano, E. y Bernard, M.
publican "El grupo y sus configuraciones. Terapia psicoanalítica". Este libro incluye un capítulo
sobre pareja, al igual que el publicado por Langer, M. Grinberg, L. y Rodrigué, E. en 1961.
Los autores desarrollan un modelo propio con referencias a ideas de otras escuelas grupalistas
como por ejemplo el C.E.F.F.R.A.P. (Círculo de Estudios Franceses para la Formación y la
Investigación Activa en Psicología Dinámica de la Personalidad y Grupos Humanos). Citamos del
prólogo : "El grupo terapéutico es un grupo secundario primarizado mediante la regresión y el
encuadre. Despierta ansiedades básicas grupales --caos y masificación- con sus
correspondientes defensas, lo que nos llevó a formular la hipótesis de configuraciones diádicas,
triádicas y triangulares".
En apretada síntesis este dispositivo de "terapia psicoanalítica" -aún ha de transcurrir un tiempo
para que se utilice el nombre de psicoanálisis- propone el mismo rehusamiento o abstinencia 
simbolizante presente en el dispositivo bipersonal. Pero a diferencia de aquél, la posición
asimétrica del analista aquí sólo se sostiene en la función normativa y de interpretación.
En una transferencia con multiplicidad de depositarios la regresión no sólo transcurre en tiempos
diferentes al dispositivo clásico sino que los contenidos han de ser distintos. Esta cuestión es
planteada cuando al desarrollar "fantasía inconsciente" se afirma que "...(el grupo) hace posible
el abordaje a una conflictiva intersubjetiva y dificulta el abordaje a partes de la personalidad a las
que sólo se tiene acceso en una terapia bipersonal ......
Años más tarde Puget, J. ha de desarrollar una ampliación de la teoría del inconsciente a partir
de esta observación clínica.
La afirmación guarda también relación con las consideraciones sobre "organizadores del grupo"
de la escuela francesa.
En lo que refiere al par asociación libre - atención flotante, el primer término adopta una forma
peculiar en el agrupamiento pues, a partir del relato de un miembro los demás han de sentirse o
no convocados a "encadenar" lo suyo. El analista, dispuesto a la atención flotante, tiene frente a
sí un exceso de estímulos (ver adelante Problemáticas Conexas) aunque a la vez puede tomar
otra distancia de la escena.
Consideremos por último conflicto y configuración. Respecto del primero, tenemos una modalidad
que pasa por la clásica problemática inclusión-exclusión debido a ..."las expectativas narcisistas
de establecer vínculos diádicos". Y complementariamente el deslizamiento del rol manifiesto al de
un lugar -personaje- en el fantasma del otro (doble estructura de roles). En base a las
características atributivas-distributivas de la fantasía inconsciente de cada miembro hay una
"propuesta" a los otros de que ocupen un lugar en ella.
En lo que refiere a configuración, frente a las "ansiedades básicas grupales de caos o
masificación", la defensa pasará por adoptar configuraciones diádicas, triádicas o triangulares.
Caos o masificación son las dos situaciones de máxima indefensión del individuo en un grupo
habiendo pérdida del intercambio (ver adelante Problemáticas Conexas). Se le llamó
configuración a las estructuras comunicacionales en las que a) diádica: no hay hiancia entre el
sujeto y sí mismo (monólogo), dos miembros, o dos subgrupos, etcétera b) triádica: la exclusión
de la terceridad tiende a caer c) triangular: en este momento de la teoría el acento se pone en el
predorninio del fantasma sexual edípico y su correlato, las ansiedades de castración. Más
adelante la triangularidad-terceridad implicará reconocer un espacio entre cada individuo y la
posibilidad de intercambio de significaciones en un código común.
II. El desarrollo de la teoría de las C.V. ha tenido una interlocución permanente con el
C.E.F.F.R.A.P. y particularmente con la obra de Kaës, R. Éste será continuador y ha de ampliar la 
tarea iniciada por Pontalis, J.B. (1963) y Anzieu, D. (1965) los primeros en interrogarse en
Francia sobre si el grupo constituye un objeto para el psicoanálisis". En este trabajo afirma: "No
es obvio que en un grupo un psicoanalista como tal tenga lugar..." aún cuando allí ..."se
produzcan experiencias específicas del inconsciente y de sus formaciones."
Efecto paradójico del grupo: ilusionar encontrar afuera aquello que complete el grupo interno y a
la vez descentrar el yo imaginario de su propia representación omnipotente, autónoma y
unificada. De aquí desprende el autor una de las mayores dificultades clínicas cuando, oscilando
hacia el primer postulado de la paradoja el grupo funcione como resistencia "manteniendo en
estado las relaciones internas entre los objetos, las instancias, los sistemas".
Además partiendo de una idea de Major, R., sostiene que "el dispositivo de la cura psicoanalítica
fue inventado contra el efecto de ligadura imaginario del grupo histérico" y que "Freud designa el
lugar del psicoanalista por detrás de la escena, fuera del espacio de la representación especular
en la que se precipitan seducción y dominio". Por último recuerda la afirmación de Lacan, J . yo
diría que mido el efecto de un grupo por lo que añade de obscenidad imaginaria al efecto del
discurso".
En suma, respecto del dispositivo freudiano el grupal es regresivo y en relación a la afirmación
de Lacan, J. -si ha de ser tomada como interdicción y no como desafío clínico- el trabajo
psicoanalítico con grupos es transgresivo. Regresión y transgresión han de situar en riesgo el
-contrato narcisista" del analista de grupos con la institución psicoanalítica.
Interesa señalar que, dadas las condiciones de encuadre (estudiadas exhaustivamente por
Bleger, J.) "...que hagan justicia a las características del inconsciente..." el grupo produce un
"discurso asociativo significante", "cadena asociativa grupal" donde se ha de oír la palabra de
uno distinta a la del otro, lo que tienen de propio y de común", lo no dicho y lo no decible. Esto
último remite a su teoría sobre las distintas formas de negatividad.
En el grupo serán analizables: "los efectos de ligadura... sucesión mimética, de asociación
identificatoria, de ilusión... de transferencia etcétera; los efectos catárticos relacionados con la
descarga de pulsionalidad y los efectos de análisis,..."desligamiento y re-articulación de
significaciones ... efectos de individuación y de interdependencia subjetivante".
III. A partir de los años setenta podemos citar un conjunto de autores argentinos y extranjeros
que hacen avances en la clínica de familia y de pareja: Willi, J., Teruel, G., Liendo, E. y Gear, M.
C.
La originalidad del Psicoanálisis de las C.V. estuvo en tomar como objeto de estudio y tratamiento
el vínculo (V. Vínculo), ubicándolo además, en el caso de pareja y familia, dentro de las
estructuras de parentesco. 
El vínculo transcurre en la intersubjetividad, y da origen a representaciones mentales
inconscientes por efecto de la presencia del otro (imposición). Posee una estructura -lo cual le
confiere una estabilidad aunque susceptible de transformaciones- y sus elementos y
representación (V. Representación Vincular) guardan entre sí relaciones de correlación y
oposición. Es bidireccional y le es inherente toda la problemática de la ajenidad y el exceso.
Los desarrollos psicoanalíticos respecto del inconsciente clásico y sus representaciones
sujetas a condensación y desplazamiento producidas en ausencia del objeto quedan adscriptas
a lo que se denominó intrasubjetivo.
La pertenencia del sujeto al conjunto está adscripta a representaciones conscientes,
preconscientes e inconscientes propias de lo transubjetivo (Transubjetividad y Tres Espacios).
Podemos señalar, como problemáticas de la intersubjetividad, los motivos de la elección mutua de
la pareja, los pactos y acuerdos fundantes en el zócalo inconsciente (V. Zócalo Inconsciente),
la forma en que la alianza semantiza la relación con las familias de origen (V. Estructura Familiar
Inconsciente y Avúnculo) y cómo se realiza la transmisión de significados a lo largo de las
generaciones. En su libro de 1988, Puget, J. y Berenstein, I. acuñan la noción de parámetros
definitorios. Éstos son: la cotidianeidad, las relaciones sexuales, la tendencia monogámica y el
proyecto vital compartido.
Las C.V. diádicas, triádicas y triangulares se constituirán en un operador teórico al describir una
tipología de las parejas en función de tres elementos: 1) modalidad y significado que cada pareja
le da a los parámetros, 2) grado de discriminación entre los yoes -lugar de la terceridad y 3)
emociones circulantes.
En la clínica de familia el concepto de C.V. como operador técnico ha sido menos utilizado que en
la clínica de pareja. No ha encontrado aún un lugar en el trabajo psicoanalítico con instituciones.
Problemáticas conexas
A partir de la clínica de los dispositivos multipersonales se abren diversidad de consideraciones
sobre la condición humana y el psiquismo. Pensamos que el hilo conductor es una ampliación del
concepto de narcisismo.
Kaës, R. afirma que no se trata de comprender cómo se expresa el inconsciente en el grupo sino
más bien de sostener que el campo psíquico se estructura en el grupo, en la red grupal de la
palabra y en la corporeidad. En el grupo el sujeto apuntala su narcisismo, al mismo tiempo que 
sufre por el descentramiento que el agrupamiento provoca. Doble es la sujeción: a) a la cadena
transgeneracional -grupo vertical- marcado por lo negativo, los sueños no realizados en cada
eslabón y b) al grupo horizontal, contemporáneo, que también demanda su sacrificio.
Puget, J. destaca la imposibilidad de no pertenecer a una estructura vincular, así como la
posibilidad siempre existente de elegir cómo hacerlo, lo cual tiene interesantes consecuencias
éticas.
Al trabajo de representación ligado al desamparo originario, la pulsión y el deseo se agregan los
efectos de la imposición de lo otro, de lo ajeno, un exceso que también provoca trabajo psíquico.
Puget, J. señala dos excesos: el que constituye el otro en sí mismo y un exceso propio, ligado a
la necesidad del otro para construir la subjetividad.
Lo distinto del otro puede clasificarse en tres categorías: a) aquello que ayuda a construir la
subjetividad, en la medida en que puede ser transformado en semejante, b) aquello que
constituye lo desconocido pero dinamiza el vínculo con el otro y c) aquello que permanecerá por
siempre ajeno, con características amenazantes, en cuanto produce alteración en la estabilidad
de la estructura, y que sin embargo, debe ser aceptado y recibir un lugar en el vínculo.
La subjetividad es un proceso nunca acabado que requiere del intercambio en la
intersubjetividad. El resguardo del narcisismo como baluarte en las parejas y las familias será la
adhesión a las significaciones provenientes de las familias de origen. 

Psicoanálisis de niños
Psicoanálisis de niños
Psicoanálisis de niños
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El psicoanálisis de niños no es un ámbito separado del psicoanálisis. En todos los países del
mundo, la formación requerida para poder ser psicoanalista de niños es la misma exigida para la
práctica con los adultos. Si bien el psicoanálisis de niños mantiene desde siempre una relación
particular con la pedagogía, la medicina (la pediatría), la psiquiatría (la paidopsiquiatría) y la
psicología, no se ha creado ningún término técnico (precisamente del tipo de "pediatría" o
"paidopsiquiatría") que lo designe como especialidad. Oskar Pfister, que practicó muy pronto el
psicoanálisis de niños en Suiza según la tradición de los pastores, inventó el término
"pedanálisis" como denominación de la pedagogía psicoanalítica, Pero la palabra no se impuso. A
pesar de ésto, los psicoanalistas de niños, que son también psicoanalistas de adultos, tienen a
menudo la impresión de ser distintos de los otros psicoanalistas.
Así como el psicoanálisis nació de la medicina y después de la psiquiatría (y de la psiquiatría
dinámica), la práctica del psicoanálisis de niños es heredera de la filosofía de las Luces. En
todos los países se introdujo por cuatro vías: la medicina, la psiquiatría, la psicología y la
pedagogía. En Francia tomó la vía de la psiquiatría o la psicología, mientras que en otros países
de Europa (en general protestantes) se difundió más bien sobre el terreno de la pedagogía, y por
lo tanto del análisis profano. En los otros lugares se mezcló con las disciplinas conexas. 
Fue el oficial de sanidad francés Jean-Marc-Gaspard Itard (1774-1838), admirador de Philippe
Pinel (1745-1826), quien realizó la primera descripción de un tratamiento moral aplicado a un
niño: Victor del Aveyron (1789-1828). El caso de este "niño salvaje" sería considerado el
prototipo de una cura de la psicosis infantil con autismo. Suscitó numerosos comentarios, y fue
llevado a la pantalla por François Truffaut (19321984). Capturado en el bosque en 1800, a los 12
años, Victor fue llevado a la Institución de Sordomudos de París. Itard trató de enseñarle a
hablar, sin lograrlo nunca.
Los trabajos de Philippe Ariés (1914-1984) sobre el niño y la familia en el Antiguo Régimen, los
de Michelle Perrot sobre la familia y la vida privada, y los de Élisabeth Badinter sobre el amor
materno han demostrado que el lugar acordado al niño en la familia varía según las sociedades,
y sobre todo que se ha modificado considerablemente desde el siglo XIX, bajo el efecto del culto
a la maternidad. En esta época terminó de imponerse una visión rousseauniana de la infancia, y
el niño se convirtió en objeto de un apego específico que crecería con los progresos de la
medicina, y después con la generalización de la anticoncepción de las sociedades industriales.
Parece evidente que cuanto más desciende la tasa de mortalidad infantil, más dolorosa resulta la
pérdida de un hijo. Asimismo, cuanto más el hijo es conscientemente deseado o "programado",
más importante se considera su lugar en el afecto parental.
En este contexto, y más tarde en el de la crisis de la familia burguesa, el psicoanálisis de niños
tomó impulso a principios de siglo, cuando Sigmund Freud, que había puesto de manifiesto el
papel principal de la sexualidad infantil en el destino humano, le propuso a su amigo Max Graf
que analizara a su hijo Herbert Graf (Juanito).
En la historia del psicoanálisis, la función de analizar a los niños le cupo primeramente a las
mujeres. Esa función, llamada "educativa", no las obligaba a estudiar medicina (carrera en
general reservada a los hombres), y les permitía adquirir muy pronto una gran libertad, así como
ocupar un lugar importante en el movimiento freudiano. En este sentido, el análisis de niños
favoreció la emancipación femenina. Pero fue también el ámbito de múltiples dramas. Las
psicoanalistas de la primera y la segunda generación analizaron a menudo a sus propios hijos, o
confiaron esa tarea a colegas allegados. Entre las mujeres psicoanalistas de niños hubo un
número impresionante de muerles violentas: cuatro suicidios (Arminda Aberastury, Sophie
Morgenstern, Tatiana Rosenthal, Eugénie Sokolnicka), y un asesinato (Hermine von
Hug-Hellmuth).
Después de Sandor Fereenzi, que fue uno de los más grandes clínicos de la infancia a principios
de siglo, y de August Aichhorn que se ocupó de los niños delincuentes en Viena, también otros
hombres se dedicaron a esta rama del psicoanálisis: en particular Erik Erikson, René Spitz,
Donald Woods Winnicott y John Bowlby.
En el área del análisis de niños (como en la de la sexualidad femenina), dentro de la International
Psychoanalytical Association (IPA) se enfrentaron dos grandes concepciones, después de la 
publicación, en 1909, del historial de Juanito: la concepción de la escuela vienesa, representada
por Anna Freud, su padre y los primeros discípulos de este último, y la de la escuela inglesa,
representada desde 1924 por Melanie Klein. Para la escuela vienesa, el análisis de niños no
debe comenzar antes de los cuatro años, ni ser realizado "directamente", sino con la mediación
de la autoridad parental considerada protectora. Sigmund Freud sostuvo esta postura con
argumentos perfectamente coherentes, como lo demuestra su correspondencia con Joan
Riviere: "Nosotros planteamos como algo previo -escribió el 9 de octubre de 1927- que el niño es
un ser pulsional, con un yo frágil y un superyó que está sólo en vías de formación. En el adulto
trabajamos con ayuda de un yo fortalecido. Por lo tanto, no somos infieles al análisis si tomamos
en cuenta en nuestra técnica la especificidad de niño, en el cual, en el análisis, el yo debe ser
sostenido contra un ello pulsional omnipotente. Ferenczi ha hecho la observación muy ingeniosa
de que si la señora Klein tiene razón, ya no hay verdaderamente niños. Naturalmente, la
experiencia tendrá la última palabra. Hasta el momento, mi única constatación es que un análisis
sin objetivo educativo no hace mas que agravar el estado del niño y tiene efectos
particularmente perniciosos con los niños abandonados, asociales."
Para Melanie Klein, por el contrario, había que abolir todas las barreras que impedían que el
psicoanalista accediera de modo directo al inconsciente del niño. A su juicio, la protección de la
que hablaba Freud era un señuelo al cual había que oponer una verdadera doctrina del infans (el
niño entre los 2 y 3 años), es decir, del niño que aún no habla, pero que ya no es un lactante,
porque ha reprimido al lactante en él.
Si Freud fue el primero en descubrir en el adulto al niño reprimido, Melanie Klein, a través del
interés por la psicosis y por las relaciones arcaicas con la madre, fue la primera que identificó en
el niño lo que ya está reprimido, es decir, el lactante. En consecuencia, ella propuso no sólo una
doctrina, sino también un marco necesario para la realización de curas específicamente
infantiles: "Le proporcionó al niño un marco analítico apropiado -escribió Hanna Segal-, es decir
que los horarios de las sesiones son fijados de manera estricta: cincuenta y cinco minutos,
cinco veces por semana. El consultorio está especialmente adaptado para recibir a un niño. Sólo
hay en él muebles simples y robustos, una pequeña mesa y una silla para el niño, otra silla para
el analista, un pequeño diván. Las paredes son lavables. Cada niño debe tener su caja de
juguetes reservada para el tratamiento. Los juguetes son escogidos cuidadosamente. Hay
casitas, pequeños personajes de uno y otro sexo, preferentemente de dos tamaños distintos,
animales de granja y animales salvajes, cubos, pelotas, bolitas, y otros materiales
indispensables, tijeras, hilos, lápices, papel, pasta de moldear. Además, en la habitación debe
haber un vertedero, pues el agua desempeña un papel importante en ciertas fases del análisis."
Freud dijo en 1927 que la experiencia tendría la última palabra. Ahora bien, la experiencia parece
haberle dado la razón en todo el mundo a las teorías kleinianas, que se impusieron con fuerza
entre todos los profesionales de la infancia. Pero en todas partes han sido revisadas,
corregidas, transformadas, modificadas, en el sentido de una mayor participación de los
progenitores en el despliegue de la cura. Por otro lado, la herencia de la escuela vienesa fue 
recogida por los partidarios de las experiencias sociales y educativas, desde Margaret Mahler
hasta Bruno Bettelheim.
Francia es uno de los pocos países donde el kleinismo no hizo escuela; han influido en cambio
dos fuertes tradiciones: la primera, vinculada con la psiquiatría hospitalaria y la Société
psychanalytique de Paris (SPP), fue conducida por Serge Lebovici y René Diatkine. La segunda
se forjó a partir de la herencia de las grandes pioneras: Eugénie SokoInicka, y después Sophie
Morgenstern. Fue primero representada por Françoise Dolto, y más tarde por Jenny Aubry,
Ginette Raimbault y Maud Mannoni, todas ellas ligadas a Jacques Lacan y a la École freudienne
de Paris (EFP).
Muy influida por Winnicott, Maud Mannoni, cuyos trabajos son conocidos en todo el mundo, creó
en 1969 la École expérimentale de Bonneuil-sur-Marne, que recibe a niños y adolescentes
psicóticos. 

Psicoanálisis del niño
Psicoanálisis del niño
Psicoanálisis del niño
fuente(116) 
(fr. psychanalyse de l’enfant; íngI. psychoanalysis of children; al. Kinderpsychoanalyse).
Aplicación del psicoanálisis a los niños.
Considerado a menudo como una forma menor del psicoanálisis delegada a las mujeres no
médicas o a los aprendices de psicoanalistas, el psicoanálisis del niño se ha impuesto como un
campo de investigación y de creación excepcionales.
Su notable extensión a la psiquiatría del niño, cuyo cuerpo teórico alimenta [debemos hacer notar
que esto sucede así en el marco hospitalario francés, y no en otros lados], pero también a
campos conexos como la educación y la prevención, ha contribuido a la difusión del
psicoanálisis y a la trivialización de algunos de sus conceptos. Este éxito y la doxa que ha
generado, por ejemplo con respecto al desarrollo pretendidamente armonioso del niño y a un
ideal de normalidad, son indisociables de la acción de los analistas de niños en las instituciones y
en el terreno de la formación.
Los analistas de niños, efectivamente, han sido a menudo creadores de instituciones para niños
y formadores proselitistas. Comprometidos con la vida de las ciudades, ya sea en la Viena de
1920 (Aichhorn con los delincuentes, Anna Freud que funda una escuela modelo, o luego la
Jackson Nursery) o en la Londres de posguerra (la Hampstead Clinic de Anna Freud, la
Tavistock Clinic de Melanie Klein) o en los Estados Unidos (la Escuela Ortogenética de Chicago
de Bruno Bettelheim, la Child Analytic Clinic de Cleveland) o en Francia (el Centro Claude Bernard
en 1946, los C.M.P.P. a partir de 1964, la Escuela Experimental de Bonneuil de Maud Mannoni, las
Casas Verdes de Françoise Dolto), han tendido siempre a promover lugares específicos, una
práctica específica, una formación específica, han buscado trasmitir su saber, su experiencia, y
mantener vivas estas cuestiones en las sociedades de psicoanálisis a las que pertenecían.
¿Constituye sin embargo el psicoanálisis de niños, con todo ello, una disciplina aparte, una 
especialidad aparte?
Freud y el niño. Para dar cuenta de la etiología de las neurosis, ya desde los Estudios sobre la
histeria (1895), Freud supone la existencia de un trauma sexual precoz ocurrido en la infancia.
Aunque ya había descrito las zonas erógenas y las formas pregenitales de la excitación sexual
en 1897, sólo muy lentamente terminó por reconocer la sexualidad infantil y por hacer de ella el
verdadero pivote de la organización neurótica. En 1905, con los Tres ensayos de teoría sexual,
Freud indica precisamente a sus alumnos la orientación a seguir: «Puesto que la fórmula según
la cual los neuróticos han permanecido en el estado infantil de su sexualidad o han sido llevados
a este estado comienza a dibujarse en nuestro espíritu, nuestro interés se volverá hacia la vida
sexual del niño y pondremos nuestra energía en seguir el juego de las influencias que gobiernan
el proceso evolutivo de la sexualidad infantil hasta su culminación bajo la forma de perversión,
de neurosis o de vida sexual normal». El pedido que Freud hace a los primeros analistas de que
verifiquen directamente en los niños la validez de sus teorías suscita numerosas observaciones,
en particular la de Herbert Graf, llamado «el pequeño Hans». Conducido por su padre, bajo la alta
autoridad de Freud, este constituye el caso princeps del análisis de niños, publicado por Freud
en 1909: Análisis de la fobia de un niño de cinco años (el pequeño Hans). (Véanse Hans,
fobia.)
La observación de Hans confirma las tesis de Freud sobre la sexualidad infantil, la angustia de
castración y el complejo de Edipo. Permite afirmar la normalidad de la neurosis infantil y propone
una comprensión de la fobia. Demuestra, además, la posibilidad de llevar adelante la cura de un
niño pequeño y permite imaginar una profilaxis de las neurosis gracias a una educación basada
en el psicoanálisis. Por primera vez, la palabra de un niño de cinco años es escuchada, trascrita
por su padre analista, y relatada a Freud; el niño ya no es sólo un objeto de cuidados, de
educación o de amor, sino también la fuente de un nuevo saber. De este modo, a semejanza del
neurótico, el niño deviene sujeto de estudio del psicoanálisis; es él quien da testimonio de la
realidad de la neurosis infantil y quien, al mismo tiempo, suscita la inmensa esperanza de poder
prevenirla. En el texto de 1915, De la historia de una neurosis infantil (el Hombre de los
Lobos), Freud compara «el análisis que se realiza en el niño neurótico con el del adulto, en el
que la enfermedad del niño va a resurgir a través de los recuerdos». De este modo, el
psicoanálisis de niños es de entrada una parte integrante del psicoanálisis: no se distingue de él,
pues la teoría sobre el niño se elabora indisociablemente de la teoría analítica misma,
Hermine Hug-Hellmuth (1871-1924) es la primera en Viena en tener una práctica casi exclusiva
con niños y en elaborar cuestiones teóricas precisas concernientes al análisis del niño, Fiel
alumna de Freud, escribe desde 1912 numerosos artículos, publicados en Imago, entre los
cuales una memoria en 1913, La vida psíquica del niño, y, en 1920, en A propósito de la técnica
del análisis del niño, introduce el uso del juego. Pero es sobre todo el Diario de una niña el que
suscitó un verdadero escándalo: fue acusada, como también el psicoanálisis, de arrebatar a los
niños su inocencia (Entharmlosung). Caída en el olvido, su obra fue suplantada por las obras de
Anna Freud (en Viena) y Melanie Klein (en Berlín), las que aparecen en la escena analítica a 
partir de 1920.
Anna Freud y Melanie Klein. El antagonismo célebre entre Anna Freud y Melanie Klein, si bien es
por cierto fruto de una sólida enemistad, encuentra también su fundamento lógico en la
naturaleza misma de sus investigaciones y de su objeto de estudio: una y otra no se interesan
en el mismo «niño»; bien por el contrario, ellas exploran dos campos heterogéneos con
instrumentos conceptuales radicalmente diferentes, aunque provenientes de la teoría de Freud.
A Anna Freud (véase Freud, Anna), pedagoga de formación, el psicoanálisis le permite ante todo
llevar a cabo «una observación psicoanalítica» del niño y «verificar» las hipótesis de su padre. El
niño que le interesa es en primer lugar el de la fase de latencia y el de la pubertad; es el niño que
habla, en el que se puede ver la neurosis in statu nascendi; pero es también el niño víctima de
sus padres, de la educación, de la pedagogía, de la miseria social y, luego, de la guerra.
Preocupada por «observar» a los niños, siempre creyó imposible analizarlos antes de que se
estableciesen los procesos secundarios y la verbalización. De la misma manera, las patologías
graves son excluidas de su campo de estudio, que permanece exclusivamente centrado en la
neurosis y las variaciones de la normalidad (El yo y los mecanismos de defensa, 1936). A lo
largo de toda su vida, intentó promover una «educación psicoanalítica» del niño, formando
educadores y maestros, creando lugares específicos «capaces de asegurar una prevención de
la neurosis» (Normalidad y patología en el niño, 1965).
Su elaboración teórica pretende estar en continuidad con la de Freud; se apoya en particular en
los Tres ensayos, en Inhibición, síntoma y angustia y en la teoría del yo de la segunda tópica. Su
primera obra, El tratamiento psicoanalítico del niño, que agrupa sus primeras conferencias de
1926-27, tiene el mérito de desarrollar los puntos singulares de la práctica con niños (los padres,
la trasferencia, la dificultad de las asociaciones verbales) y de poner de manifiesto el ideal de
omnipotencia que anima a esta práctica.
Desde ese momento, la línea divisoria entre Anna Freud y Melanie Klein queda establecida
virtualmente. Si Anna Freud permanece reticente a la cura psicoanalítica del niño, Melanie Klein
(véase Klein, Melanie) encara desde un principio la cura analítica de niños muy pequeños, antes
incluso del lenguaje. Para ella, no es la educación lo que puede provocar cambios en un niño,
sino el trabajo analítico, que permite la exploración del inconciente. El niño que le interesa es el de
antes del lenguaje, el de antes de la neurosis infantil (tal como Freud la define): se trata del
terreno del infans, situado más acá de la amnesia infantil, y por extensión, de la psicosis infantil
y el autismo (Psicoanálisis de niños, Desarrollos en psicoanálisis, Contribuciones al
psicoanálisis).
Melanie Klein afirma que el inconciente de un niño de 2 a 3 años ya está constituido, ya está ahí,
y que puede desplegarse en la trasferencia en la cura. El mundo interno del niño está compuesto
para ella por ¡magos primitivas, resultado del proceso de introyección de las diferentes imágenes
de la realidad; está poblado de monstruos, de demonios, y su sexualidad es fuertemente sádica. 
Para tener acceso al inconciente del niño, Melanie Klein recurre a la técnica del juego; el juego
libre del niño es para ella el equivalente de las asociaciones libres; los elementos del juego
pueden ser considerados análogos a los elementos del sueño en el adulto y sometidos al
análisis, pues son la expresión simbólica de los fantasmas, los deseos y las experiencias del
niño, cuyo contenido latente puede ser interpretado. En 1935, publica un artículo fundamental,
Contribución al estudio de la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos, en el que aísla
la posición depresiva infantil como posición central del desarrollo del niño; pone en evidencia las
angustias psicóticas que subtienden la neurosis infantil, de la que elabora una nueva definición
(hace de ella una estructura precoz de defensa contra las angustias). El objeto parcial y la
pulsión de muerte constituyen los pilares de su elaboración teórica: descubre la importancia de
los mecanismos de escisión y propone un cambio radical de perspectivas al insistir en los
aspectos creadores de la posición depresiva.
Melanie Klein situó siempre su obra en continuidad con la de Karl Abraham, de la que fue
discípula de 1921 a 1924. Su aporte teórico es reducido frecuentemente a la expresión de una
dialéctica basada en los pares antagónicos: objeto bueno/objeto malo, objeto total/objeto parcial,
introyección /proyección, paranoide/depresivo, cuando en cambio le ha abierto al psicoanálisis el
terreno hasta entonces inexplorado del infans y de la psicosis. Lacan le ha rendido homenaje a
menudo en sus seminarios, saludando su justeza clínica y su espíritu creador, al mismo tiempo
que puntualiza los callejones sin salida de su teoría.
De estos dos cuerpos teóricos se pueden, con todo, desprender algunas cuestiones
recurrentes que parecen específicas del psicoanálisis del niño: la cuestión de los padres y del
campo social (como alternativa de ser tomados en cuenta o ignorados), la cuestión del uso de
una técnica específica (el juego) y del manejo de la trasferencia (hacer una alianza con el niño o
interpretar su trasferencia negativa), la de la finalidad de la cura y del imperativo terapéutico, la
de la psicogénesis y el desarrollo del niño. Cada grupo responde de manera singular a estas
cuestiones: así, mientras que para Anna Freud la profilaxis de la neurosis se sitúa en el nivel de
la educación, para Melanie Klein depende de un psicoanálisis sistemático preventivo, hecho a
partir de los tres años de edad. Sólo la definición del encuadre técnico del psicoanálisis del niño
parece serles común: debe desarrollarse a razón de cinco sesiones semanales de cincuenta
minutos. Winnicott (véase Winnicott, Donald Woods), independiente de las dos orientaciones,
mantiene la misma definición. De este modo, es el encuadre ante todo el que para los
anglosajones permite hablar de análisis o de psicoterapia.
Originalidad e invención. Si las teorías kleinianas fueron introducidas en Francia recién hacia
1960 y si la influencia de Anna Freud fue modesta, el éxito de Winnicott fue, por el contrario, muy
grande, y su aporte teórico muy extensa e incluso abusivamente incorporado [observemos que
en Argentina la influencia de M. Klein fue enorme desde la década de 1940, muy poca la de A.
Freud, y fuerte la de toda la escuela inglesa siempre, en el psicoanálisis, con gravitación social
pero escasa proyección hacia el campo de la psiquiatría y la educación]. Su teoría del self (falso
self/verdadero self) y sobre todo la del objeto transicional y del espacio potencial constituyen 
referencias importantes. Para él, el juego del niño es una experiencia cultural esencial que abre
el camino de la sublimación. Se interesa particularmente en las interrelaciones madre/hijo, e
introduce la noción de «ambiente facilitador», insistiendo en la evolución de la dependencia a la
independencia. Citemos por ejemplo El papel de espejo de la madre y de la familia en el
desarrollo del niño y La capacidad de estar solo. Sus textos De la pediatría al psicoanálisis y
Juego y realidad dan testimonio de un acercamiento original al otro, de un pensamiento muy
elaborado y de un estilo inimitable que hacen particularmente delicada la posibilidad de la
trasmisión de su práctica con los niños.
Los analistas franceses que se interesaron en los niños desarrollaron su actividad en
numerosas instituciones; no se trató de análisis en sentido estricto, sino de psicoterapias
dispensadas por analistas. Algunos crearon lugares de cuidados específicos como los C.M.P.P.
(Centros Médicos Psicopedagógicos), o el Centro Alfred Binet, otros se incorporaron a lugares
de cuidados pediátricos o neurológicos,
El servicio de neuropsiquiatría infantil del profesor Heuyer en la Salpêtrière [conocido hospital de
París donde en su momento Freud asistió a las clases de Charcot] acogió de 1934 a 1940 a
Sophie Morgenstern, psicoanalista polaca que desarrolló la técnica del dibujo infantil y que, en
1937, publicó Psicoanálisis infantil.
Después de la guerra, el trabajo de Françoise Dolto (véase Dolto, Françoise) en el hospital
Trousseau es muy notable. Lejos del marco confortable del análisis, escucha el sufrimiento de
los niños y elabora todo un trabajo con ellos: más que ninguna otra, ilustra la fórmula que dice
que «el análisis del niño es el trabajo hecho por un analista con un niño». Supo hacer valer la
palabra de los niños, escucharlos, responderles, situar su síntoma en relación con los Otros
reales encarnados por los padres. Conoció un éxito mediático resonante, justificado por su
presencia, su carisma, y por un sentido de la interpretación fuera de lo común y por ello
difícilmente trasmisible. Su libro El caso Dominique y sus seminarios sobre el dibujo infantil son
buenos testirnonios de su estilo y de sus interpretaciones. Tenía también una preocupación por
la prevención y hubiera querido ver multiplicarse las «Casas Verdes» donde pudiesen
encontrarse los padres con sus hijos para hacer circular la palabra y para que se abriese una
dimensión dialéctica entre los adultos y los niños. Esperaba así intervenir precozmente, antes
incluso del surgimiento de los síntomas, fuera de todo marco terapéutico.
En el seno de su escuela, Lacan le permitió a Françoise Dolto y a otras (Maud Mannoni, Rosine
Lefort) llevar adelante sus investigaciones de manera independiente y hacer valer su práctica.
Lacan. Si bien Lacan no se interesó nunca directamente en el psicoanálisis del niño, el niño sin
embargo forma parte de su elaboración. Inaugura de este modo referencias teóricas que
modifican radicalmente las concepciones psicoanalíticas sobre los niños. Así, El estadio, del
espejo (Congreso de Marienbad, 1936) constituye una referencia tópica, un momento lógico en
el que se originan el yo [moi] y la alienación imaginaria al semejante. La formalización del Otro y 
del objeto a va a permitir situar diversamente el lugar del niño y su relación con los Otros reales.
Pero es el seminario La relación de objeto (1956-57) el que constituye un verdadero manual
clínico del psicoanálisis del niño; propone allí un modelo teórico del desarrollo del niño que se
sitúa en ruptura con las ideas dominantes de la época (los estadios instintivos). Demostrando las
carencias de las diferentes teorías existentes, va a situar, por su parte, el lugar central de la
falta en la subjetividad, y gracias a los tres registros, real, simbólico e imaginario, define y
articula entre ellos los conceptos de privación, frustración y castración. A través del modelo
dialéctico madre-hijo-falo, intenta dar cuenta de la organización preedípica, es decir, de la
intersubjetividad en la que se basa la subjetividad del niño, en tanto no está solo, en tanto es
dependiente de esos Otros reales que son los padres. Es esta dialéctica imaginaría
madre-hijo-falo, referida a la dimensión simbólica del padre, la que va a llevar al sujeto al
complejo de castración. Lacan elabora allí la teoría del significante y retorna cuestiones clínicas
tales como la fobia, la perversión o la anorexia.
En otros seminarios, como Las formaciones del inconciente y El deseo y su interpretación,
intenta formalizar el advenimiento del sujeto a la palabra y su capacidad de enunciación, y el niño
es situado así en la teoría como un tiempo mítico, como una ficción, como el lugar de una
suposición lógica que permite dar cuenta de la estructura y de la dialéctica imaginaria de la
alienación al otro.
Estos señalamientos teóricos nos posibilitan pensar la práctica con los niños de otro modo que
como una intuición genial. El niño está por cierto en una posición particular con respecto al
psicoanálisis: está incluido en la teoría y es a la vez objeto singular de una práctica. Sujetos de
una palabra propia, de deseos sexuales, del inconciente que el psicoanálisis les ha reconocido,
para algunos niños el síntoma sigue siendo el único medio de hacerse oír. Pero, ¿a quién
pertenece el síntoma? ¿Se trata acaso del síntoma del niño que da testimonio de su propia
estructura o se trata de síntomas reactivos al inconciente parental?
A través de esta cuestión recurrente puede ser inscrita una especificidad de la práctica con
niños: esta supone en efecto que la escucha analítica se despliega en el nivel de la dialéctica
padres/hijos, de sus bloqueos, de sus impasses, tanto como en el nivel de los propios procesos
psíquicos del niño. Apreciar su valor, el sentido del síntoma, y poder plantear las indicaciones
justas, tal es la apuesta de este trabajo, de la que da testimonio el libro de J. Bergès y G. Balbo,
L'enfant et la psychanalyse (Masson, 1994). 

Psicoanálisis salvaje
Psicoanálisis salvaje
Psicoanálisis salvaje
Al.: wilde Psychoanalyse. 
Fr.: psychanalyse sauvage.
Ing.: wild analysis.
It.: psicoanalisi selvaggia.
Por.: psicanálise selvagern, o inculta.
fuente(117) 
En sentido amplio, tipo de intervenciones de «analistas» aficionados o Inexpertos, que se basan 
en conceptos psicoanalíticos a menudo mal comprendidos para interpretar síntomas, sueños,
palabras, actos, etc. En sentido más técnico, se califica de salvaje una interpretación que no
tiene en cuenta una determinada situación analítica, en su singularidad y en su dinámica actual,
en especial revelando directamente el contenido reprimido sin tener en cuenta las resistencias y
la transferencia.
En el artículo que consagró al análisis salvaje Psicoanálisis «silvestre» (Über «wilde»
Psychoanalyse, 1910), Freud lo definió ante todo por la ignorancia; el médico cuya intervención
critica había cometido errores científicos (referentes a la naturaleza de la sexualidad, de la
represión, de la angustia) y técnicos: «constituye un error de técnica lanzar bruscamente al
rostro del paciente, durante la primera visita, los secretos que el médico ha adivinado». Así,
puede decirse que todos aquellos que tienen «alguna noción de los descubrimientos del
psicoanálisis», pero no han recibido la formación teórica y técnica necesaria(118) efectúan un
análisis salvaje.
Pero la crítica de Freud va aún más lejos: se extiende a los casos en que el diagnóstico
formulado es correcto y la interpretación del contenido inconsciente exacta. «Ya hace mucho
tiempo dejamos atrás la concepción según la cual el enfermo sufre de una especie de
ignorancia: suprimiendo ésta mediante la comunicación (acerca de las relaciones causales entre
su enfermedad y su biografía, los acontecimientos de su infancia, etc.), la curación sería segura.
Pero no es este desconocimiento en sí el factor patógeno, sino el hecho de que esta ignorancia
se basa en resistencias internas que le dieron origen y que continúan manteniéndola [...].
Comunicando a los enfermos su inconsciente, se provoca siempre en ellos una reactivación de
sus conflictos y una agravación de sus dolencias». Es por esto que tales revelaciones exigen
que la transferencia esté bien establecida y que los contenidos reprimidos se hayan aproximado
a la conciencia. De lo contrario, crean una situación de ansiedad no controlada por el analista. En
este sentido, el método analítico en sus comienzos, todavía mal diferenciado, como subrayó
Freud con frecuencia, de ¡as técnicas hipnóticas y catárticas, puede calificarse hoy en día de
salvaje.
Sin embargo, sería presuntuoso considerar el análisis salvaje como algo propio de
psicoterapeutas no cualificados o como algo perteneciente a épocas pasadas del psicoanálisis,
lo que constituye un modo cómodo de creerse a salvo del mismo. En efecto, lo que Freud
denuncia en el análisis salvaje no es tanto la ignorancia como cierta actitud del analista que
encontraría en su «ciencia» la justificación de su poder. En un artículo en que Freud aborda la
cuestión del análisis salvaje, aunque sin utilizar este término, cita el Hamlet: «¿Creéis que es más
fácil servirse de mí que de una flauta?». En este sentido, es evidente que el análisis de las
defensas o de la transferencia puede efectuarse de un modo tan salvaje como el del contenido.
Ferenczi definía el análisis salvaje como la «compulsión a analizar», compulsión que puede
manifestarse tanto dentro como fuera de la situación analítica; lo contrapone a la elasticidad que 
exige todo análisis desde el momento en que no se ve en él una estructura edificada según un
plan preestablecido. Glover hace observar que el analista que «salta» sobre un lapsus, aísla un
sueño o uno de sus fragmentos, halla en ello ocasión de experimentar una «frágil omnipotencia».
Continuando tales observaciones, veríamos en el análisis salvaje, «sabio» o ignorante, una
resistencia del analista al análisis singular en el que está implicado, resistencia que ofrece el
peligro de conducirla a desconocer la palabra de su paciente y a «imponer» sus
interpretaciones. 

Psicoanalista
fuente(119) 
Un abordaje de la cuestión del psicoanalista es de entrada múltiple y moviliza de inmediato
numerosos conceptos y categorías psicoanalíticas. Es difícil realizarlo con independencia de la
concepción de la cura, que se ha modificado profundamente, y de la evolución de la teoría de las
neurosis de transferencia y de su resolución por la cura.
No obstante, se pueden distinguir metodológicamente dos aspectos: la función del psicoanalista
en la cura y, por otra parte, su formación y su estatuto con relación a los campos del saber, el
«psicoanálisis profano».
La función del analista
En Freud, la definición de las tareas del psicoanalista va acompañando a la comprensión
progresiva de la concepción de la cura analítica (lo que en términos más actuales se denomina el
marco analítico: un cierto número de puntos de referencia relativamente fijos y definidos, tanto
para el analista como para el analizante, que condicionan el proceso, la dinámica de la cura
analítica). Pero también depende de los momentos de la construcción de la metapsicología, que
determina, por ejemplo, cierta declinación de la interpretación concebida como tarea del analista,
en beneficio de la reelaboración concebida como actividad del analizante.
Las tareas del analista resultan entonces diferentes según los descubrimientos clínicos y las
invenciones metapsicológicas a las que Freud recurre para pensar la novedad que tiene que
enfrentar. En los términos de uno de sus últimos textos, «Sin especular ni teorizar -por poco digo
fantasear- metapsicológicamente, no se avanza ni un paso. Lamentablemente, las informaciones
de la bruja -metapsicología- no son esta vez ni muy claras ni muy explícitas».
Importa aquí demarcar algunas etapas, ya coyunturales, ya definitivas, en el establecimiento de
las tareas y las funciones del analista. 
La historia del sufrimiento
Fue en un texto de 1893, al final del caso de Elisabeth von R,, donde Freud definió por primera
vez la tarea del analista (der Analytiker), que él llama todavía psicoterapeuta, y que los escritos
ulteriores sobre técnica analítica designan sobre todo con el término de «médico» (der Arzt).
Con este texto escrito al final de la primera cura analítica (que se desarrolló desde el otoño de
1892 hasta el verano de 1893), Freud se desprende de la neuropatología y la neuropsicología de
las enfermedades nerviosas, y subraya la relación interna y significante entre la historia
subjetiva de un sufrimiento y los síntomas clínicos.
«Yo no he sido siempre exclusivamente psicoterapeuta (Psichotherapeut), sino que he
practicado el diagnóstico local y las reacciones eléctricas como los otros neuropatólogos, y aún
me sorprende singularmente que los historiales clínicos (Krankengeschichten) que escribo se
lean como novelas (Novellen) y estén desprovistos, por así decirlo, del carácter serio de la
cientificidad (Wissenschaftlichkeit). Tengo que consolarme con el hecho de que lo
manifiestamente responsable de este resultado es la naturaleza del objeto de estudio, y no mi
preferencia personal: el diagnóstico local y las reacciones eléctricas no tienen ningún valor para
el estudio de la histeria, mientras que una presentación (Darstellung) profundizada de los
procesos psíquicos (seelischen Vorgänge), a la manera de la que nos proporcionan los poetas
(Dichter), me permite, mediante el empleo de unas pocas fórmulas psicológicas, obtener una
cierta comprensión del origen y despliegue de una histeria. Estas historias de enfermos
(Krankengeschichten) deben considerarse psiquiátricas, pero tienen una ventaja sobre estas
últimas: precisamente la relación estrecha entre la historia del sufrimiento (Leidengeschichte) y
los síntomas de la enfermedad (Krankheitssymptomen), relación que buscamos en vano en las
biografías de otras psicosis.»
Con este texto, Freud toma distancia, e incluso se despide, de la hipnosis, de la catarsis, y de
una concepción neurofisiológica de la histeria. Para advertir la novedad de este texto, basta
compararlo con un fragmento de la séptima lección de los martes de Charcot, que interroga a
una madre sobre su hija histérica:
«La madre: Sí, ella habla de una cosa y después de otra; a veces me llama, o bien me dice que
ve un hombre barbudo.
Charcot: ¿Un hombre?
La madre: Sí, a veces un hombre, pero a veces una mujer. ¡El hombre que ve es feo, horrible!
Charcot: Ésta es quizás una historia que resulta inútil profundizar en este momento». (Salpêtrère,
Lección del martes 17 de enero de 1888; las cursivas son mías.) 
El interés inicial de Freud por la historia singular del paciente lo lleva a renunciar a buscar
localizaciones parestésicas; por el contrario, interroga a Elisabeth von R. sobre la fuente
representativa de sus dolores, sobre el origen de las representaciones de su cuerpo, e incluso
sobre el origen de los libretos que lo ponen en escena de un modo doloroso: «¿De dónde
provienen los dolores (Woher rühren die Schmerzen) cuando camina, cuando está de pie,
cuando está acostada?».
De manera que la definición que él da de la histeria -«el histérico sufre sobre todo de
reminiscencias»- puede ampliarse a la fórmula «el neurótico sufre de representaciones
psíquicas inconscientes y/o reprimidas, es decir, de fantasmas o de escenas históricas
reprimidas».
La regla fundamental y su correlato
En los escritos técnicos redactados a partir de 1910 para uso de los analistas sobre la
conducción de la cura analítica, Freud precisa la tarea del analista, ubicada como correlato de la
regla fundamental para el analizante, que consiste en «comunicar sin crítica y sin elección todo
lo que le pasa por la cabeza». La expresión «asociación libre», utilizada inapropiadamente,
implica una posición más activa que la regla de pasividad impuesta al analizante, en el sentido de
comunicar los pensamientos y las representaciones que surjan (Einfall) en su mente.
El correlato para el analista propuesto por Freud en este mismo texto, «como haciendo pareja
(Gegenstück) con la regla psicoanalítica fundamental», es el siguiente: «El comportamiento justo
que el analista mantendrá consiste en pasar de una posición psíquica (psychische Einstellung) a
otra según las necesidades, en no especular o rumiar mientras analiza, y en no someter el
material adquirido a un trabajo intelectual de síntesis antes de que el análisis haya terminado».
Lo que Freud propone aquí, en 1912, es en verdad suspender la actividad intelectual en
beneficio de la actividad psíquica, una epojé teórica e intelectual, que posibilita el objetivo ideal de
una comunicación «de inconsciente a inconsciente», según la teorizará en 1915 en «Lo
inconciente». Por ello la función de interpretación inicialmente atribuida al analista pasará
progresivamente al analizante, y en 1938 sólo subsistirá la «construcción» como hipótesis
intelectual sometida a la apreciación del analizante.
Esta recusación de una posición de saber para el analista aparece además subrayada y
teorizada en un escrito técnico del año siguiente, 1913, «Sobre la iniciación del tratamiento
(Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, l)». 
«En la primera época de la técnica analítica, es cierto que, desde una posición de pensamiento
intelectualista (in intellektualistischer Denkeinstellung), nosotros sobrestimábamos el saber sobre
el enfermo y lo que él había olvidado, y por eso no diferenciábamos nuestro saber del suyo.»
La tarea del analista se realiza a partir de una posición de saber. No diferenciar entre el saber de
uno y otro es, de alguna manera, consumar un incesto psíquico con un solo aparato psíquico
para dos cuerpos, como en la relación madre/hijo. Mientras que imponer un saber, introducir un
saber exterior al paciente (aufgedrängter ausserte Wissen), representa una posición
hegemónica, fuera de transferencia, análoga a lo que puede ser un traumatismo psíquico.
En adelante, lo que prima es la aptitud del analista para reconocer la transferencia, para
identificarla -«se debe ante todo comenzar por el descubrimiento de la transferencia»-, para
poder situarse en el lugar y el momento en que el paciente revive tal escena o tal relación a fin
de que pueda operar el proceso psicoanalítico. Las cualidades psíquicas que se eligen al
analista son indispensables para que la transferencia se elabore como neurosis de
transferencia.
Reelaborar
Con el texto capital de 1914 titulado «Recordar, repetir, reelaborar» se abre una nueva etapa
sobre el objetivo de la cura y una nueva articulación entre transferencia, repetición, actuar y
resistencia, en cuanto todas estas nociones adquieren un nuevo sentido. También se encuentra
modificada la función del analista.
La transferencia es entonces definida como un «fragmento de repetición». Ya no se la
considera una relación con objetos (posición que Ferenczi sostiene en 1912 en su texto
«Transferencia e introyección», según el cual la transferencia es sólo una modalidad de las
introyecciones del sujeto), sino un desplazamiento de representaciones insistentes y repetitivas
cuyo soporte es el analista, y cuya escena de actuación es el espacio analítico. Esta concepción
de la transferencia privilegia la relación analítica misma por sobre los otros dos polos que son el
analizante y el analista.
En adelante, la esencia de la transferencia es más temporal que afectiva; es el desplazamiento
temporal de una escena del pasado, olvidada como pasado, y cuya insistencia en resurgir no es
más que una forma de la compulsión de repetición (concepto que aparece por primera vez en
este texto, según la Standard Edition, tomo XII). Del lado del analizante, la compulsión de
repetición en la cura aparece como el intento de abolir ese doble saber, marca de la separación
de dos psiques, para hacer coincidir el pasado y el presente en el espacio de la cura. 
La tarea del analista consiste entonces en la reconducción al pasado (Zurückführung auf die
Vergangenheit) de aquello que el enfermo experimenta como algo real y actual. Esto es lo que,
con otras palabras, Freud llama el análisis de la resistencia, la resistencia del paciente a
rememorar su pasado y a introducirlo en la escena del presente. «Cuanto más grande es la
resistencia, más la rememoración es reemplazada por el actuar (la repetición).»
Desde el punto de partida, la enfermedad psicoanalítica fue definida por Freud como el sufrir de
recuerdos que no llegan a constituirse como pasado y que continúan parasitando el presente. La
reelaboración es esta actividad intrapsíquica del analizante que puede llevar a su término las
repeticiones mantenidas en el dominio psíquico. Y esto en la medida en que el analista es el
guardián del marco analítico y de la arena de la transferencia, donde las repeticiones sólo
pueden actuar en forma de recuerdos.
La transferencia adquiere entonces un sentido nuevo, el de «neurosis de transferencia», y
sobre todo el de «reino intermedio» entre la enfermedad y la vida real, lo que permitirá, si es
reelaborada, separar pasado y presente. La finalidad de la cura analítica no es entonces
separable del medio para llegar a ese término, curar del pasado mediante un trabajo
intrapsíquico.
De lo psíquico a lo somático
En «Análisis terminable e interminable», Freud define el final del análisis en los términos
siguientes: «sustituir, gracias al refuerzo del yo, por una solución correcta, la decisión
inadecuada que se remonta a la primera época de la vida». Esta formulación remite al yo como
totalidad psíquica y corporal («el yo es el cuerpo»), y sobre todo como instancia del presente, de
lo actual, de la posibilidad de estar presente en el presente, por oposición a la insistencia
repetitiva del pasado, que es la neurosis.
No obstante, esta concepción del final de análisis sigue siendo intrapsíquica, y omite considerar
dos tipos de realidades de alguna manera externas a la psique: la realidad del cuerpo, sobre la
que Freud, trasponiendo un adagio de Napoleón («la geografía es el destino») escribirá «la
anatomía es el destino», y la diferencia de los sexos. Éste es el tema de uno de sus últimos
textos metapsicológicos, «Análisis terminable e interminable», que relanza la cuestión del final del
análisis, como término, como objetivo, y también el principio mismo de la analizabilidad.
Con el deseo de pene en la mujer y la protesta viril en el hombre (es decir, el rechazo de la
feminidad y de la bisexualidad psíquica tanto en el hombre como en la mujer), Freud tiene la
impresión de haber alcanzado la roca de origen de lo inanalizable, de lo que no puede ser
analizado y ante lo cual sólo cabe «modificar [la propia] posición con respecto a ese factor» 
(biológico). El complejo de castración no sería analizable porque remite a la roca de lo biológico y
de la diferencia de los sexos: esto escaparía a la representación y por lo tanto a una inscripción
psíquica, pero pondría de manifiesto una realidad externa al sujeto.
Situación del psicoanálisis
La dificultad del ejercicio de la práctica del psicoanálisis, para el analista mismo, es a la vez tan
singular y tan específica que le permite a Freud verificar que esa práctica «rompe todas las
estructuras artificiales del analista [lo que Winnicott llamó posteriormente el "falso self", una
especie de protección del sujeto mediante un caparazón teórico] y eventualmente anula en él
incluso el recurso de la sublimación» (carta a Lou Andreas-Salomé de 17 de noviembre de
1924).
Este riesgo, inherente a la práctica del psicoanálisis, está en el origen de las principales
escisiones del movimiento psicoanalítico, de las reflexiones y de las tomas de posición
circunstanciales de Freud acerca del psicoanálisis y el psicoanalista.
En lo que concierne al psicoanálisis, Freud intervino en varias oportunidades pero nunca de
manera sistemática, para especificar el lugar de esta disciplina en el campo del saber y de la
ciencia. En 1913, en una revista científica internacional, Scientia, publicó un artículo titulado «El
interés por el psicoanálisis», texto en el que precisa que el psicoanálisis no forma parte de las
«ciencias del espíritu» (Geisteswissenschaft), cuyo equivalente actual serían las «ciencias
humanas», sino de las «ciencias de la naturaleza». Esta formulación es sorprendente, pero para
Freud significa sobre todo que el psicoanálisis no es un sistema cerrado de representaciones,
como puede serlo un sistema filosófico, sin¿ esencialmente un método con un objetivo práctico,
la cura analítica. Desde este punto de vista, está construido sobre el modelo de las ciencias,
siempre abiertas y nunca acabadas ni acabables, según la concepción de su época.
En cuanto es eventualmente un espacio de interlocución y de enunciación en el que las
transferencias, las repeticiones del pasado, pueden organizarse metodológicamente como
neurosis de transferencia y regresión psíquica, el psicoanálisis no hace sistema. Freud utilizará
también reiteradas veces el término bíblico Shibboleth, como signo de reconocimiento entre
analistas, no para designar los artículos de una doctrina analítica, sino mecanismos psíquicos: el
carácter dinámico del inconsciente, el complejo de Edipo como apuesta identificatoria, la etiología
sexual de las neurosis.
Los mecanismos psíquicos, esos principios de modalidades referenciales del funcionamiento
psíquico, se formulan para permitir que en el espacio analítico propio de cada sujeto se verifique
individualmente de qué modo se ha constituido el mundo de sus pensamientos, cómo está 
construido su mundo interior. Precisamente en este sentido el psicoanálisis no es una nueva
visión del mundo, ni entra en competencia o en rivalidad con la medicina o la filosofía, con la
religión o con la ética.
De modo que la regla de conducta del analista, ante el estado amoroso que surge en la cura,
debe apreciarse, no con relación a los «decretos de la moral», sino «según el respeto debido a
la técnica psicoanalítica». Esta observación, que aparece reiteradas veces en los escritos de
Freud, significa que la ética y la moral existen en forma separada, exteriores al proceso
psicoanalítico, y que no coinciden con éste, si no se quiere reintroducir subrepticiamente una
visión del mundo en el campo de la cura analítica. En este nivel, esto es corroborado por El
malestar en la cultura, en cuyo capítulo VII Freud bosqueja una psicogénesis del sentimiento de
culpa, a partir de la manera como se constituye subjetivamente el sentimiento de la falta y de la
deuda en su sujeto en lugar de entregarse a una sociogénesis diferencial que tomaría partido
por o contra tal formación cultural o religiosa.
Freud introducirá el término «profano», «Laie», para definir, no al psicoanalista, sino el
psicoanálisis, porque el psicoanálisis no es del orden de un nuevo discurso, ni un simple
discurso fuera de escuadra, sino la teorización de una práctica de interlocución que le hace
posible a un sujeto descubrir la constitución de su subjetividad a través de su historia.
En la acepción freudiana, Laie se opone tanto a lo médico como a lo religioso, pero también a lo
erudito y lo científico.
Freud emplea por primera vez esta palabra en 1914, en «El Moisés de Miguel Ángel». «Yo no soy
un especialista en arte -dice-, sino un profano (sonder Laie)». En 1926, en razón de un proceso
por ejercicio ilegal de la medicina al que fue sometido Theodor Reik, en Viena, precisa su
pensamiento y define el análisis como profano ante la medicina; lo hace desde la primera frase
del texto: «Lo explicaré: profano = no médico; y se trata de saber si se le debe permitir a los no
médicos que también ellos practiquen el análisis». Pero si bien opone profano a médico en lo que
concierne al ejercicio profesional, en la continuación el texto tiene el cuidado de oponer profano
a psicología y a religión como campos del saber.
De la concepción misma del análisis como profano, se desprende para Freud la definición del
psicoanalista y de su formación. En cambio, su definición profesional -y esto se ha observado
poco- depende de las circunstancias de tiempo y de país, en cuanto lo profano es el
psicoanálisis como método, y no el analista respecto de la profesión.
Que para convertirse en analista el analista emprenda un análisis es una necesidad que se fue
instaurando progresivamente, y hacia el final de su vida Freud llegó incluso a sugerir que el
analista repitiera circunstancialmente su análisis cada cinco años. De modo que la concepción
de un análisis didáctico o de formación era extraña a su pensamiento; ningún análisis tiene
efecto terapéutico más que en la medida en que es una investigación psíquica personal. Hay una 
sola forma de análisis.
En cuanto a la formación, Freud declara firmemente «que no se trata de saber si el analista tiene
un diploma de médico, sino si ha adquirido la formación particular que necesita para la práctica
del análisis». En efecto, tanto el interés de la medicina como su «manera de pensar» son ajenos
a la aprehensión de los fenómenos psíquicos».
En cuanto a la «formación más apropiada», sería una que abarque «historia de la civilización,
mitología, psicología de las religiones y literaturas», así como «sociología, anatomía, biología e
historia de la evolución». Y llega a la conclusión de que sólo los «Institutos de Psicoanálisis»
realizan ya en parte ese ideal en 1926.
Esta concepción de la formación analítica puede parecer demasiado vasta o ambiciosa; ahora
bien, su especificidad no se basa en la extensión de los conocimientos y la multiplicidad de los
campos del saber abiertos a la investigación, sino en la posición particular del psicoanálisis, que
indaga el impacto de la cultura sobre un sujeto singular.
En un texto contemporáneo de ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, titulado «Los límites de la
interpretabilidad» (1925), en «Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su
conjunto», Freud precisa que «nadie puede ejercer la interpretación de los suenos como una
actividad aislada», independientemente de un espacio analítico y como si fuera exportable al
campo social; ella «no es mas que una parte del trabajo analítico».
Este acotamiento de la actividad analítica, que es un límite, da testimonio de la preocupación de
Freud por analizar en singular. 

Psicoanalítica (técnica)
Psicoanalítica (técnica)
Psicoanalítica
(técnica)
fuente(120) 
(fr. technique psychanalytique; ingl. psychoanalitic technique; al. psychoanalytische Technik).
Método original inventado por Freud para facilitar la verbalización de lo que es inaccesible para el
sujeto en tanto está reprimido.
Hay que ver en ella una descripción de los medios que se ponen en práctica efectivamente en la
conducción de una cura y no la codificación a priori de procedimientos tendientes a ritualizarse.
El descubrimiento freudiano supone la existencia de un psiquismo inconciente que nos determina
sin saberlo nosotros, inconciente que no es una simple ausencia de conciencia sino el efecto
estructural de una represión. Y establece que numerosas dificultades propias del sujeto,
numerosos síntomas, no pueden desaparecer a no ser que la represión sea levantada al menos
parcialmente y que el sujeto tenga acceso a lo que de ordinario es inaccesible. Hay a partir de allí
una paradoja que parece difícilmente superable. ¿Cómo puede el sujeto tomar conciencia de lo
que por definición es inconciente en sí mismo? El proyecto parece irrealizable, a menos que se
promueva un método enteramente particular, una técnica apropiada para vencer la represión. 
Asociación libre y atención flotante. La primera técnica utilizada por Freud, en la cual, por otra
parte, hay que ver más bien un procedimiento preanalítico, otorga un lugar predominante a la
hipnosis, ya empleada por J. Breuer en el tratamiento de Bertha Pappenheim, designada en los
Estudios sobre la histeria con el seudónimo de Anna O. Pero Freud no estaba cómodo en la
posición de hipnotizador, demasiado aleatoria y expuesta a menudo a la oposición de los
pacientes. El abandono de la hipnosis, al que tuvo que decidirse, acentuó la paradoja incluida en
el proyecto original: ¿cómo acceder a lo inaccesible privándose de un medio aparentemente
apropiado para el objetivo buscado (al menos por la semejanza supuesta entre el estado que
produce la hipnosis y la parte del psiquismo que se encuentra inaccesible)?
Fueron las histéricas, esas enfermas brillantes que constituyeron la primera clientela de Freud,
las que sugirieron la solución. Ya Anna O. había puesto en evidencia que lo esencial del método
empleado por Breuer residía en la verbalización: talking cure, decía, cura por la palabra, o
también chimney sweeping, limpieza de chimenea. Breuer dio a este método el nombre más noble
de catharsis (véase catártico (método)). Fue otra paciente, Emmy von N., de la que Freud nos
habla en los Estudios sobre la histeria, la que lo incitó a Freud a confiar en las leyes que rigen
esta palabra: cuando los obstáculos ordinarios, como la preocupación por la decencia y los
modos de pensamiento constreñidos por una «racionalidad» demasiado estrecha, no impiden el
funcionamiento de la asociación libre, se presentan otros pensamientos que poco a poco van a
ligar -se, a tomar sentido y a dar una idea de los contenidos inconcientes que representan. Pero,
para permitir su emergencia, es necesario incitar al sujeto a respetar lo que debía aparecer como
la regla fundamental del psicoanálisis, o sea, a decir todo lo que se le presenta a la mente, en el
momento mismo en que se presenta, aun cuando le parezca sin importancia, sin relación con lo
que habla o embarazoso para decir por la razón que sea: en resumen, incitarlo a abstenerse de
toda crítica, de toda selección.
Conviene además situar lo que corresponde a la regla fundamental del lado del psicoanalista.
Freud le recomienda que permanezca por su parte en un estado de receptividad, en una
apertura, en una disponibilidad tan grande como le sea posible hacia lo que el paciente pueda
decir. En el plano de la práctica cotidiana, esto implica que no debe privilegiar un tipo de
enunciado por sobre otro. Debe prestarle a todo la misma atención, lo que se designa, de una
manera sin duda un poco imprecisa, como «atención flotante». Notemos por otra parte que este
método instala del lado del psicoanalista una forma de pensamiento que se emparienta con la del
paciente, en cuanto trata de favorecer los procesos inconcientes al menos tanto como la
reflexión conciente. El terapeuta debe así, por ejemplo, para captar lo que se le ha dicho, fiarse
más de su «memoria inconciente» que de un esfuerzo voluntario de atención.
Por otro lado, uno podría sorprenderse de la importancia que Freud da a esta regla que propone
a los analistas, puesto que, en un texto como Consejos al médico sobre el tratamiento
psicoanalítico, 1912, no vacila en decir que todas las reglas que debe emplear el terapeuta
pueden reducirse a esta. Uno podría preguntarse por qué el consejo principal dado al analista 
consiste en evitar lo que podría hacer obstáculo a su escucha, antes que darle medios positivos,
teóricamente fundados, para la comprensión del sentido de los síntomas o de las formaciones
del inconciente. Es verdad que Freud, por otra parte, pudo describir por ejemplo bastante
precisamente el método del que se servía para la interpretación de los sueños. Pero la
interpretación de los sueños no constituye por sí misma lo esencial del psicoanálisis. Más aún, si
el analista se preocupa sólo de ir lo más lejos posible en el análisis de cada sueño en particular,
se arriesga a contrariar el proceso de la cura en su conjunto, ya sea por privilegiar de manera
indebida un elemento intelectualmente interesante, ya sea por suscitar resistencias allí donde el
sujeto no está todavía dispuesto a admitir concientemente los deseos que su sueño vehiculiza.
El análisis de las resistencias y la crítica de Lacan. La noción de resistencia, justamente, ha sido
el centro de uno de los debates más vivos sobre la técnica psicoanalítica. Ya desde el principio,
Freud había reconocido que la represión tiene efectos en la cura misma. Cuando el análisis se
acerca mucho al «núcleo patógeno» del conflicto inconciente fundamental, el discurso del
paciente se hace más dificultoso o aun se interrumpe. Y casi siempre, en el momento en que ya
no puede enfrentarse con su propia verdad, traspone sus dificultades a la relación con su
analista, repitiendo en la trasferencia lo que no puede verbalizar en su discurso.
En el nivel descriptivo, nadie puede negar que la experiencia impone reconocer estas
dificultades. El problema se sitúa más allá, en el nivel de los deslizamientos de la teoría y de la
práctica que produjo lo que se llamó el «análisis de las resistencias».
Si la lectura de los textos de Freud permite plantear claramente, a pesar de algunas
ambigüedades, el origen de la resistencia en el nivel de las dificultades que encuentra el sujeto
para abordar lo real de sus conflictos inconcientes, no ocurre lo mismo con los planteos de los
analistas que lo siguieron. Insistiendo en lo que se manifiesta en el nivel de la trasferencia, estos
hicieron de la resistencia una dificultad de la relación de persona a persona, de yo a yo [moi à
moi] (véase yo) y, sobre todo, codificaron una técnica que buscaba en lo esencial analizar
predominantemente en ese plano. W. Reich, por ejemplo, que dirigió el seminario técnico de Viena
durante varios años, exigía que se analizaran las resistencias antes de analizar el «contenido»
de los conflictos constitutivos de la problemática del paciente. Si el analista no podía vencer la
agresividad del paciente (y antes que nada hacer manifiesta la agresividad latente), agresividad
dirigida contra aquel que intentaba llevarlo a reconocer sus pulsiones reprimidas, fracasaría
inevitablemente. Una interpretación dada antes de haber reconocido y vencido todas las
resistencias era inútil. Al proponerla, el analista no haría más que perder sus «municiones» en un
momento inadecuado, arriesgándose con ello a encontrarse escaso de argumentos en el
momento en que debiesen encararse las cosas más serias.
J. Lacan iba a oponerse firmemente a esta técnica que después de la Segunda Guerra Mundial
había alcanzado universal aceptación. Mostró que todo análisis de la resistencia en el nivel de la
relación imaginaria con el analista, toda interpretación que situase los problemas en el nivel del
ego, del yo, no podía sino incrementar las dificultades porque no hacía sino reforzar las 
reacciones de prestancia, de celos, de amor o de odio, al analizarlas en este plano. El análisis no
es una relación de yo a yo, supone siempre un tercero, aunque más no sea el discurso mismo.
El acto psicoanalítico. Tal toma de posición tiene efectos inmediatos y constantes en la práctica.
Por ejemplo, sobre la interpretación: interpretar no consiste en proponer al sujeto un sentido que
vaya contra lo que cree comprender, y sobre todo no consiste en intentar imponerse a su
aceptación conciente, a su yo oficial, sino más bien en hacer jugar el enigma que la propia
enunciación vehiculiza. De este modo, la escansión, la detención de la sesión fuera de la
jurisdicción del reloj, no sólo permite que surja en el discurso algún término esencial que así
recorta: impide también al sujeto, descaminado por lo que ha podido decir, reasegurarse en su
completud imaginaria, pone fuera de juego la resistencia, antes que combatirla o analizarla. Todo
esto no es posible evidentemente si se considera que las reglas técnicas de Freud son las
prescripciones, deducidas de una vez para siempre, de una ciencia acabada. Freud mismo decía
por otra parte que su técnica sólo era un instrumento, un instrumento adaptado a su mano, pero
que otros quizá podrían servirse de otros instrumentos. De este modo, ninguna regla técnica
dispensa al analista de asumir a su manera la responsabilidad de su acto. 

Psicoanalítico (historia del movimiento)
Psicoanalítico (historia del movimiento)
Psicoanalítico
(historia del movimiento)
fuente(121) 
I. Viena y el «Comité». Fue en Viena donde Freud pasó casi toda su vida, salvo los años de su
primera infancia (nació en Freiberg, Moravia, en 1856; su familia residió allí hasta 1859, y luego
se detuvo por algunos meses en Leipzig) y el último año de su existencia, cuando, echado por la
persecución nazi, tuvo que refugiarse en Londres.
La ciudad. La juventud y la madurez de Freud son contemporáneas del reino de Francisco José
(1848-1916). Se trata de una época de desarrollo considerable de la ciudad y, en primer lugar,
de un desarrollo demográfico sin precedentes (unos 900.000 habitantes en 1869, más de dos
millones en 1910). Es un período de florecimiento de la industria y la banca. Es también la época
en que ocurrieron las trasformaciones más considerables del marco urbano mismo, con la
sustitución de las antiguas defensas por un bulevar circular, el Ring, en el que iban a alternarse
edificios públicos monumentales (museos, la Opera, el Parlamento, la Universidad) y ricas
mansiones privadas. Pero sobre todo, sin duda, es una época de desarrollo cultural
considerable, tanto en la ciencia como en la literatura y en la música. El psicoanálisis surgió, por
consiguiente, en un mundo donde las necesidades vitales de la población empezaban a estar
mejor garantizadas, en un mundo también donde las aspiraciones intelectuales mismas podían
encontrar cierta satisfacción. Esto constituyó quizás una condición necesaria para que pudiese
al fin ser interrogada la cuestión del deseo, si se la quiere distinguir de la cuestión de la
necesidad, aunque fuese necesidad espiritual. Debe decirse sin embargo que, a pesar de ese
clima favorable, fueron muchos los intelectuales vieneses de la época que criticaron la vida
cultural de la gran ciudad, a veces en duros términos. Algunos, como Musil, reprocharon a Viena
su dependencia de Berlín, sobre todo en el plano editorial. Otros, como Hofmannstahl, criticaron
con severidad ciertos aspectos estrechos del pensamiento vienés: «En lo intelectual-escribe-
somos como cocottes que sólo se alimentan de champagne y de caviar». Hay que decir que, por 
considerable que fuese el desarrollo cultural, podía parecer a veces carente de autenticidad, o
de originalidad, ya sea, por ejemplo, que en la arquitectura de fines del siglo XIX se hiciese un
pastiche de los estilos anteriores (antiguo, gótico, renacentista), ya sea que se buscara
inspiración en formas y conceptos tomados de otras grandes capitales europeas, y en particular
de Berlín. Así, hacia fines del siglo XIX, Viena ofrecía ese aspecto convencional que, en cierto
modo, el psicoanálisis cuestiona en la existencia individual. Es verdad que los primeros decenios
del siglo XX debían asistir al surgimiento de formas artísticas nuevas: la «secesión» en
arquitectura, el simbolismo de un Klimt en pintura; y en música, sobre todo, la evolución
anunciada por Bruckner o Maliler se ve confirmada en Schönberg, Berg y Webern. Es verdad
también que los días que siguieron a la Gran Guerra hicieron aparecer mejor una profundidad e
incluso una gravedad que los valses de Strauss y el gusto vienés por la opereta disimulaban en
el período anterior: basta con pensar aquí en Hofmannstahl o en Schnitzler. Pero, precisamente
en ese momento, el público vienés no encontraba en ello la ocasión de serenarse
espiritualmente. La época era más bien de inquietud, inquietud sobre los límites de la civilización,
que los decenios posteriores confirmarían trágicamente.
La Sociedad Psicológica de los Miércoles. Freud, en todo caso, fue siempre ambivalente con
respecto a Viena. Es cierto que residió en ella durante setenta y nueve años y no aceptó de
buen grado partir, ni aun cuando la ocupación de Austria lo puso en peligro. Pero no dejó de
criticarla durante su vida y de considerar la posibilidad de ir a instalarse en otra parte, por
ejemplo Roma, como se lo confía en una carta a su mujer fechada en setiembre de 1907.
Esta ambivalencia (se ha llegado a hablar inclusive de un verdadero odio) se debía en parte a
ese carácter un poco provinciano de Viena, pero más, sin duda, a la forma del poder político,
puesto que la modernización de la sociedad, curiosamente, estaba acompañada del
mantenimiento de una monarquía neo-absolutista. Y sobre todo, esa ambivalencia se debía al
antisemitismo casi oficial que reinaba en Viena. Si, hacia sus doce años, época del ministerio
burgués, Freud puede escuchar que le predicen que será ministro sin que esto sorprenda a su
entorno, las cosas, en cambio, ya han variado mucho en el momento de su madurez, y son
conocidas las dificultades que tendrá para obtener un puesto de profesor en la universidad, que,
por otra parte, nunca ocupará plenamente.
A todo esto hay que agregarle todavía el tiempo que le requirió a Freud ser reconocido en su
ciudad. Se sabe que durante casi diez años, en la época en que introdujo la teoría de la etiología
sexual de las neurosis, Freud conoció el aislamiento y la incomprensión.
Sin embargo fue en Viena donde comenzaron a reunirse, a partir de 1902, sus primeros
discípulos. Al principio, se trataba de un grupo muy pequeño: dos médicos que habían tenido
ocasión de oír las conferencias de Freud, M. Kahane y R. Reitler, otro que había sido tratado por
Freud por una afección neurótica, W. Steke1, y por último A. Adler constituyeron con Freud el
primer núcleo. Aquello fue «la Sociedad Psicológica de los Miércoles», así llamada porque el
grupo tomó la costumbre de reunirse, cada semana, los miércoles, en la sala de espera de 
Freud. En los años siguientes, otros se unieron a ellos, a veces transitoriamente. En 1906, la
primera sesión del año reúne a diecisiete personas, pero por aquella época sólo una decena de
miembros asisten a las sesiones y habrá que esperar a 1910 para que el grupo alcance un
número demasiado grande como para poder continuar reuniéndose en casa de Freud.
Entretanto, en 1908, ha tomado el nombre de «Sociedad Psicoanalítica de Viena».
Los informes detallados de las reuniones, cuya redacción desde 1906 estuvo a cargo de O.
Rank, se han conservado [Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena]. Ellos nos muestran
bien la composición, el trabajo y el funcionamiento de este pequeño grupo. Muy pronto no se
limitó sólo a médicos sino que incluyó a docentes, escritores, y un musicólogo. Durante los
primeros años, de todas maneras, era Freud solo, o casi, el que podía beneficiar al grupo con su
experiencia del psicoanálisis. Pero los otros estaban lejos de ser únicamente receptores
pasivos. Se los ve interesarse por todo, analizar las obras más importantes que se publicaban,
de literatura, de historia o de etnología. Se los ve discutir francamente, sin cuidarse unos de
otros, lo que no será siempre el caso en las sociedades psicoanalíticas. Se los ve a veces
evocar su propia vida, como cuando Urbantschitsch describe su vida sexual hasta su
matrimonio. Freud interviene siempre, aun cuando no exponga: rectifica lo que le parece erróneo
pero no deja nunca de subrayar la calidad de las intervenciones.
El comité. En resumen, la sociedad de los miércoles, y luego la Sociedad Psicoanalítica de Viena,
fueron lugares de real actividad intelectual donde personalidades diversas pero en muchos
casos originales comenzaron a retomar de manos de Freud la teoría y la práctica del
psicoanálisis. Pero curiosamente el grupo de los primeros discípulos dio muestras a mentido de
insatisfacción con respecto a Freud, a quien acusaron de manera más o menos explícita de
relegarlos para preferir a los extranjeros que comenzaban a adherir a las tesis del maestro
vienés. Esto sucedió, en particular, cuando Freud decidió confiar la presidencia de la Asociación
Psicoanalítica Internacional a C. G, Jung, idea que en efecto mostró ser mala porque muy
rápidamente este iba a criticar las tesis de Freud, en particular sobre la etiología sexual de las
neurosis, y a descuidar por completo su función de presidente para desarrollar sus propias
opciones y separarse finalmente del grupo freudiano. Se ha creído poder explicar la excesiva
confianza que Freud depositó en Jung a partir de algunas observaciones de Freud mismo: le
preocupaba que el psicoanálisis quedase confinado a un medio restringido como el medio judío
vienés, y el hecho de que Jung, un célebre terapeuta de Zurich, hubiese adherido al
psicoanálisis podía llegar a constituir un comienzo brillante de reconocimiento oficial. Pero tal
explicación es sin duda por entero insuficiente.
Más bien es probable que Freud haya sentido las dificultades a las que podían llevar las
relaciones en el interior de un grupo cuando estas tienden a anular toda diferencia y cada uno
se reconoce con demasiada absorción en el otro, mientras todos buscan estar en un acuerdo
absoluto con el maestro. Sin duda, Freud estaba preocupado por preservar las tesis esenciales
que había introducido y no dejaba de elevar su voz cuando le parecía que sus discípulos
renunciaban a ellas. Pero también alentaba a sus seguidores a labrar por sí mismos, a su 
manera, el terreno que él abría, antes que buscar una conformidad absoluta con él. Eso es por
ejemplo lo que le escribe a Ferenczi en febrero de 1924: «En cuanto a su deseo de permanecer
en un perfecto acuerdo conmigo (...) estimo que no es un objetivo deseable ni fácil de alcanzar
(...)¿Por qué no tendría usted el derecho de tratar de ver si las cosas no funcionan de una
manera distinta de la que me ha parecido? Si al hacerlo se extravía, se dará cuenta solo (...) o yo
me tomaré la libertad de hacérselo ver no bien esté seguro de ello».
Se puede exponer esta dificultad a la luz del mismo psicoanálisis. Cuando la personalidad de un
maestro domina considerablemente a la de sus discípulos, estos a menudo no tienen otro
recurso que intentar inscribirse en una filiación, con todos los avatares que entonces se
avizoran: ya sea buscar una conformidad total con lo que representa el padre, ya sea rebelarse
contra su autoridad, en tanto que las elaboraciones «teóricas» sólo vienen a dar un pretexto a la
rebelión. Esto no podía dejar de producirse en el entorno de Freud.
¿Cómo evitarlo entonces? Habiéndose mostrado insuficiente el recurso a alguna personalidad
exterior, como se vio en el episodio con Jung, E. Jones tuvo la idea del «comité», o sea, de un
pequeño grupo de amigos fieles, una especie de «vieja guardia» alrededor de Freud que le
asegurase la prolongación de su obra. El único compromiso de los miembros sería no cuestionar
públicamente los principios fundamentales del psicoanálisis, como el inconciente o la sexualidad
infantil, antes de discutirlo con los otros. Este comité se reunió efectivamente por primera vez en
mayo de 1913, y Freud le dio a este acontecimiento un peso simbólico particular al ofrecer a
cada uno de los que lo componían con él (K. Abraham, S. Ferenczi, Rank, Sachs, luego Eitingon)
una piedra tallada griega que cada uno hizo luego montar en un anillo.
Si su objetivo era evitar el retorno de las formas desagradables de conflicto, como las
producidas con Jung o con Adler, está claro que el comité fracasó en su tarea. Los años
siguientes vieron todavía la defección de Rank, que ni siquiera ocurrió de la forma atemperada
que Jones había imaginado para los desacuerdos eventuales futuros. Pero lo esencial no está
quizás allí. La idea del comité da cuenta indudablemente de una cuestión esencial para el
psicoanálisis. Si la cura analítica a la que cada analista se somete lleva a cada uno a sostener su
deseo con menos dependencia, quizá, de las formas convencionales de la vida social, ¿puede
imaginarse una forma nueva de lazo social en el grupo analítico que responda a lo que, en la
cura, permite prestar atención a aquello que está reprimido en otra parte? La pregunta sigue
planteada hoy para las diversas asociaciones de analistas, tal como se le había planteado ya a
la Sociedad Psicológica de los Miércoles o a la Sociedad Psicoanalítica de Viena.
II. Algunos hitos en la historia de las instituciones psicoanalíticas. Los conceptos freudianos no
fueron todos aceptados en bloque por aquellos que se consideran pertenecientes al movimiento
psicoanalítico. La historia del movimiento, efectivamente, está ornada de escisiones por
cuestiones teóricas desde el principio.
A partir de 1902, se reunía en Viena, los miércoles, en el domicilio de Freud, un grupo de 
médicos con el fin de estudiar el psicoanálisis, grupo al que se unirán rápidamente A. Adler, S.
Ferenczi, O. Rank y W. Stekel. E. Bleuler, psiquiatra suizo de renombre, y luego su asistente, C.
G. Jung, muestran enseguida interés por los descubrimientos freudianos. Jung participa en el
primer congreso de psicoanálisis en Salzburgo en 1908 y acompaña a Freud en su viaje a los
Estados Unidos (1908). En 1910, durante el segundo congreso de psicoanálisis, en Nuremberg,
queda fundada la International Psychoanalytical Association (IPA), «con el fin -escribe Freud- de
prevenir los abusos que podrían cometerse en nombre del psicoanálisis una vez que este se
haya vuelto popular». El propio Freud dicta después algunas exclusiones: por una parte, las de
Adler (1911) y Jung (1913); por otra, la de Rank (1924). Con los primeros, el diferendo recae
sobre el papel de la sexualidad como referencia primordial de la causalidad en psicoanálisis; con
Rank, sobre cuestiones prácticas, ligadas a la teoría de la regresión y al trauma. Los discípulos
más fieles de Freud son K. Abraham, que funda en Berlín el primer instituto de psicoanálisis, y E.
Jones, en Londres. Viena, la ciudad de Freud, permanece en el centro del movimiento -al que W.
Reich se une en 1920- hasta que el nazismo obliga a una gran parte de los psicoanalistas a
emigrar, principalmente a los Estados Unidos. Es en este país, al que se dice que Freud creía
haber llevado la peste, donde el psicoanálisis se dejará domesticar más fácilmente: con H.
Hartmann, por ejemplo, se convertirá en una especie de psicología adaptativa. En los países
socialistas, a despecho de una implantación en los comienzos de la revolución socialista (sobre
todo por la actividad de Ferenczi en Budapest, en 1919), pronto el psicoanálisis es excluido
totalmente por considerárselo una ciencia burguesa y reaccionaria; esta situación permanece
inalterable hasta 1990, donde, de subterráneo y clandestino que era, comienza a hacer algunas
apariciones en el mundo de los escritores y en cierta intelligentsia.
En Gran Bretaña, el psicoanálisis tiene un repunte teórico importante: con Melanie Klein, que se
opone a Anna Freud con respecto al análisis de niños, se da un paso esencial en la teoría de los
estadios preedípicos. Más tarde, los trabajos de D. W. Winnicott, de W. Bion y de D. Meltzer se
inscriben en la dimensión desarrollada por Klein, y permiten especialmente el abordaje de las
psicosis.
En Francia, habrá que esperar a 1923 para que algunas de las obras de Freud sean traducidas
y a 1926 para que Marie Bonaparte, Eugénie Sokolnicka, A. Hesnard, R. Allendy, A. Borel, R.
Laforgue, R. Loewenstein, G. Parcheminey y E. Pichon funden la Sociedad Psicoanalítica de
París. Esta sociedad tiene como objetivo agrupar a todos los médicos de lengua francesa en
condiciones de practicar el método terapéutico freudiano y de dar a los médicos deseosos de
hacerse psicoanalistas la ocasión de pasar por el psicoanálisis didáctico indispensable para el
ejercicio del método. La sociedad es reconocida por la IPA. J. Lacan es aceptado como miembro
adherente en noviembre de 1934, y expone su primer estudio sobre el estadio del espejo en el
Congreso Internacional de Psicoanálisis en Marienbad en 1936. La primera escisión del
movimiento psicoanalítico francés se produce en 1953 a propósito de lo que se llama la
«cuestión del Instituto». Ya desde 1933 existía un Instituto de Psicoanálisis en el seno de la
Sociedad Psicoanalítica de París. Después de la guerra, S. Nacht, rodeado por S. Lebovici y M.
Bénassy, elabora un proyecto de separación del Instituto de Psicoanálisis (reservado a la 
enseñanza y la formación de los futuros analistas) de la Sociedad Psicoanalítica de París, y
propone también reglamentos para la formación de los candidatos a analistas. Las oposiciones a
estos reglamentos se cristalizan alrededor de Lacan, que funda la Sociedad Francesa de
Psicoanálisis (S.F.P.), cuyos miembros, por el hecho de su salida de la Sociedad Psicoanalítica
de París, no son reconocidos por la IPA. Es también desde esta época cuando la enseñanza de
Lacan, que insiste especialmente en el lugar de la palabra y del lenguaje en el psicoanálisis,
adquirirla una importancia de primer plano.
En 1963, una nueva escisión, llamada «de la Internacional», ve la luz en el seno de la Sociedad
Francesa de Psicoanálisis: un grupo, compuesto sobre todo por universitarios, aspira al
reconocimiento de la IPA, la que dicta la condición sine qua non para la renovación de su
reconocimiento: la corrección de la manera en que Lacan conduce sus análisis didácticos.
Muchos miembros dan vuelta su posición de 1953. La S.F.P. es disuelta. El 21 de junio de 1964,
Lacan funda la Escuela Freudiana de París (E.F.P.), seguido por P. Aulagnier, J. Clavieul, S.
Leclaire, F. Perrier, G. Rosolato y J. -P. Valabrega. También se forma otro grupo, la Asociación
Psicoanalítica de Francia, que pide y obtiene su afiliación a la IPA. Otra escisión, concerniente al
análisis didáctico, se produce en marzo de 1969, alrededor de P. Aulagnier, que deja la E.F.P.
para formar el Cuarto Grupo. En 1980, Lacan disuelve la Escuela Freudiana de París. Hará falta
sin duda algún tiempo todavía para apreciar correctamente lo que estuvo en juego en esta
disolución, así como en la consiguiente constitución de varios grupos que invocan la enseñanza
de Lacan. En contrapartida, lo que se ve claramente es que la trasmisión no se opera en el
psicoanálisis de una manera simple y directa, como un padre lega su herencia a sus hijos. El
psicoanálisis pone a cada uno frente a algo real difícil de aceptar, se trate de la pulsión de
muerte o de lo que en la sexualidad se acomoda mal. La tentación es grande en cada uno de
olvidar eso real, deslizándose hacia teorías o prácticas edulcoradas, o de intentar amaestrarlo
en instituciones burocráticas. A partir de todo esto es comprensible que las renegaciones y los
retornos a la inspiración original puedan alternarse: estas dificultades no han impedido, sin
embargo, hasta el presente, que el psicoanálisis mantuviese vigente lo más vivo de su
experiencia. 

Psicodrama
Alemán: Psychodrama. 
Francés: Psychodrame. 
Inglés: Psychodrama.
fuente(122) 
Método de psicoterapia creado por Jacob Levy Moreno, derivado de la catarsis y consistente en
que el sujeto, con un objetivo curativo, ponga en escena una situación conflictiva, es decir, que
la interprete en una escena improvisada de teatro.
Jacob Levy Moreno creó el psicodrama después de su emigración a los Estados Unidos en
1925, para develar teatralmente la verdad del paciente en sus relaciones con el prójimo. La
sesión psicodramática está dividida en tres partes: el comienzo, en el que el paciente es invitado 
a explicar cómo ve su papel; la acción, durante la cual presenta su vida en forma de drama, y el
retorno, donde debe explicar como ha sido "alcanzado" por el drama. La sesión apela a todo tipo
de técnicas teatrales: inversión de roles, juego de espejos, desdoblamientos de la personalidad,
utilización del coro o del soliloquio. Moreno creó también el sociodrama, que se despliega "entre
grupo y grupo" y pone en escena conflictos colectivos: las vicisitudes de las minorías negras, de
los prisioneros, de los marginales, etcétera.
En psicoanálisis, el psicodrama es utilizado como técnica de apoyo en el tratamiento de la
psicosis y de los trastornos narcisistas del niño. De allí la creación de la expresión "psicodrama
psicoanalítico", que ha prosperado en numerosos países, integrando algunos conceptos
freudianos, como los de transferencia, proyección y fantasma. 

Psicología clínica
Psicología clínica
Psicología clínica
Alemán: Klinische Psychologie. 
Francés: Psychologie clinique. 
Inglés: Clinical psychology.
fuente(123) 
Práctica terapéutica basada en la entrevista directa y en el examen del caso a partir de la
observación de las conductas individuales.
La expresión psicología clínica fue empleada por primera vez en 1896 por el psicólogo
norteamericano Lightner Witmer, quien la definió como un método de investigación consistente en
examinar, con una perspectiva generalizadora, las aptitudes de los sujetos y sus deficiencias.
Freud la utilizó una sola vez, en una carta a Wilhelm Fliess del 30 de enero de 1899: "Ahora
-escribió- la conexión con la psicología tal como se presenta en los Estudios [sobre la histeria]
sale del caos. Advierto las relaciones con el conflicto, con la vida, todo lo que me gustaría
denominar psicología clínica." Si bien el método psicoanalítico se basa en una clínica, renuncia no
obstante a la observación directa del enfermo, para interpretar los síntomas en función de la
escucha del inconsciente. En vista de la vía abierta por La interpretación de los sueños, la
noción no podía encontrar un lugar en el vocabulario freudiano.
Pierre Janet retomó este concepto con el nombre de clínica psicológica, como herencia directa
de la escuela francesa de psicología y de la enseñanza de Théodule Ribot (1839-1916). Para él
se trataba de constituir el ámbito de la psicopatología y dotar a la psicología de una competencia
llamada clínica, retirándole a la medicina el privilegio de esa famosa mirada en el lecho del
enfermo. Basada en la investigación y el enfoque de las conductas, el análisis de Janet se
ocupa menos de estructuras que de funciones. Excluye de su ámbito dos términos esenciales
para la práctica psicoanalítica: el inconsciente y la transferencia.
La noción cayó más tarde en desuso, a medida que la psicología como ciencia del sentido íntimo
fue reemplazada por un saber freudiano introducido en el terreno mismo de la psicología, la
psiquiatría y la medicina. 
Sin embargo, a partir de la década de 1960, con el desarrollo del psicoanálisis de masas y la
generalización de los estudios de psicología, experimentó un nuevo impulso. Daniel Lagache
volvió a darle un vigor particular en 1949, al imponer su programa de integración del psicoanálisis
a la psicología. Su objetivo era separar en la universidad la enseñanza de la psicología de la
enseñanza de la filosofía, y favorecer el acceso de los no-médicos al psicoanálisis. Pero esto
terminó simplemente con la liquidación de una verdadera enseñanza del freudismo en la
universidad, en beneficio de la psicología o de un freudismo edulcorado. En este marco, la
psicología enseñada se definía como el estudio de casos individuales con un método basado en
tres postulados: la dinámica, la totalidad, la génesis. El primer punto tiene que ver con la
investigación de los conflictos, el segundo encara la totalidad inacabada del ser según un
modelo sartreano, y el tercero quiere aprehender la historia del sujeto en términos de evolución y
balance. De estos tres postulados derivan metas prácticas: el psicólogo clínico cura enfermos,
educa niños, aconseja a los adultos y reclasifica a los inadaptados. 

Psicología colectiva [o de las masas]
Psicología colectiva [o de las masas]
Psicología colectiva
[o de las masas]
fuente(124) 
(fr. psychologie collective; ingl. group psychology; al. Massenpsychologie). Estudio racional de
las relaciones sociales en tanto están determinadas por factores psíquicos.
Las relaciones de lo individual y de lo colectivo (de lo «social») constituyen uno de los objetos
triviales de la epistemología de las ciencias humanas. Hay que admitir que este tema suscita
controversias generalmente bastante estériles, sobre todo cuando se busca hacer valer la
preeminencia de un abordaje psicológico o de un abordaje sociológico de los hechos humanos.
El psicoanálisis es en cierto modo más radical. Según él, lo colectivo y lo individual obedecen a
las mismas leyes, son producidos por mecanismos idénticos, aun cuando esto sólo pueda ser
demostrado por ahora en un número reducido de ejemplos.
Es concebible que haya una continuidad entre lo colectivo y lo individual, desde que se observa,
con Freud, «que el otro desempeña siempre en la vida del individuo el papel de modelo, de objeto,
de asociado o de adversario». Así, la psicología individual se presenta desde el principio, al
mismo tiempo y bajo cierto aspecto, como una psicología social, en el sentido amplio, pero
plenamente justificado de la palabra» (Psicología de las masas y análisis del yo, 1921). J.
Lacan mostrará después que el inconciente está formado por lo que no pudo ser dicho en un
discurso dirigido al Otro, o no pudo ser oído en un discurso proveniente del Otro. El inconciente
está constituido por la parte faltante de un discurso transindividual, y así incluye de entrada una
referencia a una instancia social.
¿De qué fenómenos colectivos, sin embargo, está en mejores condiciones de dar cuenta el
psicoanálisis? Freud le ha dedicado numerosas páginas a la constitución de esos grupos ligados
por un ideal común, al funcionamiento de esas «masas» frecuentemente conducidas por un líder
indiscutido. Toma así de Gustave Le Bon (Psicología de las masas) la descripción de una
multitud «impulsiva, móvil e irritable», «inclinada a todos los extremos», influenciable y voluble. Y 
propone una teorización rigurosa de ella poniendo en serie el estado de enamoramiento, la
hipnosis y la masa. En la hipnosis, como en el enamoramiento, el objeto ha tomado el lugar del
ideal del yo y se convierte así en el único objeto digno de atención (aun cuando por otra parte «la
hipnosis se distingue (...) del enamoramiento por la ausencia de tendencias sexuales directas»).
Del otro lado, la hipnosis está tan cerca de la masa (con su fascinación por el líder) que se
puede decir que constituye una «formación colectiva de dos». A partir de allí Freud va a
presentar lo que pasa en la masa con ayuda de un esquema.
Este esquema permite observar que «una masa primaria se presenta como una reunión de
individuos que han remplazado su ideal del yo por el mismo objeto, lo que ha tenido como
consecuencia la identificación [recíproca] de sus propios yoes».
El estudio fue escrito en 1921. Se puede estimar que, aparte de su alcance general, anticipa
elementos que permitirán captar lo que podrá unir a las masas fanatizadas del nazismo algunos
años más tarde. En este sentido, es prolongado por el que constituye sin duda uno de los
mejores libros de W. Reich: La psicología de masas del fascismo (1933). Reich resitúa el amor
por el jefe (der Führer) en el marco más general de la familia patriarcal. Muestra que las
pulsiones sexuales, desviadas de su objetivo, pueden fácilmente trasformarse en sadismo; y
que pueden, al mismo tiempo, ser proyectadas sobre el otro, el extranjero acusado de
contaminar a la «madre Alemania» (la asimilación del judío a la enfermedad venérea se lee en
numerosos textos nazis).
Se puede lamentar que el psicoanálisis contemporáneo no dé mayor espacio a este tipo de
investigaciones. Sin embargo, un autor como Lacan, con su teoría de los «discursos», ha
suministrado algunos elementos teóricos nuevos que podrían favorecer estas búsquedas. 

Psicología de las masas y análisis del yo
Psicología de las masas y análisis del yo
Psicología de las masas
y análisis del yo
fuente(125) 
Obra de Sigmund Freud publidada en 1921 con el titulo de Massenpsychologie und Ich-Analyse.
Traducida por primera vez al francês en 1924 por Samuel Jankélévitch con el titulo de
Psychologie collective et analyse du moi, revisada por Angelo Hesnard en 1966. Nueva
traduccién en 1981 por Pierre Cotet, André Bourguignon (1920-1996), Odile Bourguignon, Janine
Aitounian y Alain Rauzy, con el tituIo de Psychologie des foules et analyse du moi, y en 1991
con el titulo de Psychologie des masses et analyse du moi. Traducida ai inglés por James
Strachey en 1922 con el titulo de Group Psychology and the Analysis of the Ego, retomado sin
modificaciones en 1955.
Escrita en 1920, a continuación de Más allá del principio de placer, Psicología de las masas y
análisis del yo constituye el segundo tiempo de la gran refundación teórica de la década de
1920, cuya tercera parte fue El yo y el ello, publicado en 1923.
En una carta a Romain Rolland del 4 de marzo de 1923, Freud definió su objetivo: "No se trata de
que yo considere este escrito particularmente logrado -precisó-, pero él indica el camino que 
lleva desde el análisis del individuo a la comprensión de la sociedad".
La explicación psicológica de algunos aspectos del funcionamiento de las sociedades humanas,
y en particular de lo que sucede con el psiquismo del individuo insertado en la masa, respondía a
la preocupación que tenían en esa época escritores como Arthur Schnitzler y Hugo von
Hofmannsthal (1874-1929): aclarar las relaciones entre la psique y la política. El objeto
sociológico y político de este ensayo, en el que Freud se refiere explícitamente a la concepción
aristotélica del hombre como animal político, fue en varios casos eclipsado por traducciones
aproximativas. James Strachey, al traducir el término alemán Massen por el inglés group, y no
por mass -lo que deplora la Encyclopedia of Psychoanalysis de Ludwig Eidelberg (1898-1970)-,
optó por una concepción reduccionista de lo social, característica de la psicología social
norteamericana, según la cual el grupo constituye el modelo, reducido o experimental, de la
sociedad. Las diversas traducciones francesas no fueron más precisas. Hasta 1981 se
privilegió la dimensión cuantitativa (a pesar de que Freud la había refutado), hablándose de
psicología colectiva. Un disfraz tanto más notable cuanto que, para traducir el término francés
foule utilizado por Gustave Le Bon (1841-1931), Freud empleó el término alemán Massen, y no
Menge, privilegiando de tal modo la connotación política. Deseoso de mantener el vínculo con la
obra de Le Bon, los autores de la nueva traducción francesa escogieron primero la palabrafoule
para traducir Massen, antes de volver a "masse" (masa) en su última versión, conforme a la
elección freudiana.
Desde las primeras líneas de su obra, Freud rechaza la oposición clásica entre psicología
individual y psicología social, o psicología de las masas, destacando que en la vida psíquica del
individuo hay constantemente un otro (modelo, objeto, rival), y que por lo tanto la psicología
individual es siempre social. Existe no obstante una diferencia, pero en el interior de la psicología
individual, entre las acciones sociales y las acciones narcisistas, en las cuales la satisfacción
pulsional se sustrae a los efectos de la alteridad.
¿Qué es una masa, de dónde extrae su capacidad para cambiar al individuo, en qué consiste
ese cambio? Freud registra en primer lugar las respuestas aportadas a estos interrogantes por
Gustave Le Bon, en su célebre obra La Psychologie desfoules, cuya primera edición data de
1895, y por uno de los fundadores de la psicología social norteamericana, William McDougall, en
su libro The Group Mind, aparecido en 1920.
Freud toma nota de los aportes positivos de estos dos autores, pero tiene reservas respecto de
las explicaciones que ellos dan de la modificación psicológica del individuo en la masa. Observa
que este fenómeno se traduce por un acrecentamiento del afecto y una inhibición del
pensamiento. Propone reemplazar la "palabra mágica" sugestión -que treinta años antes ya había
encontrado en Hippolyte Bernheim y que Le Bon y McDougall consideraban capaz de dar cuenta
de los procesos constitutivos de una masa- por el concepto de libido, fuente energética de las
pulsiones actuante en todo lo que tiene que ver con el amor. Formula entonces la hipótesis de
que las relaciones amorosas son la esencia del alma de las masas, y enfatiza la función del 
conductor, parámetro que Le Bon y McDougall habían pasado por alto. Freud se ve así llevado a
distinguir entre las masas sin conductor, que él llama masas espontáneas, cercanas al estado
de naturaleza, y las masas con conductor, o masas artificiales, que son el producto de la
cultura. La Iglesia y el ejército son dos ejemplos de esas masas organizadas con conductor,
masas artificiales, puesto que están construidas a partir de coacciones que obstaculizan su
disolución espontánea.
Del examen de estos dos ejemplos surge la existencia de dos ejes estructurales: un eje vertical
según el cual se organiza la relación de los miembros de la masa con el conductor, y un eje
horizontal que representa la relación de los miembros de la masa entre ellos. Diversas
observaciones dan testimonio en favor de la naturaleza amorosa de esos vínculos. En primer
lugar, en cada uno de esos dos ejemplos se piensa que el conductor (Cristo o comandante en
jefe) profesa el mismo amor por cada miembro de la masa. En segundo lugar, en caso de
disolución de la masa, aparece un fenómeno de pánico, en el cual se mezclan sentimientos de
soledad y abandono, ligados al debilitamiento de los lazos constitutivos de la masa, y
generadores de angustia. Finalmente, siempre en apoyo de la hipótesis acerca de la naturaleza
libidinal de los vínculos constitutivos de la masa, Freud observa la existencia de un sentimiento
de hostilidad, incluso de odio, dirigido a quienes no son miembros de la masa, y que por ello
representan un peligro para su cohesión.
Estas observaciones demuestran que el eje vertical, el vínculo con el conductor, es determinante
para el eje horizontal, el de la relación entre los miembros de la masa. Y surgen otras cuestiones.
Si bien el conductor es indispensable para el mantenimiento de la masa, puede no obstante ser
reemplazado por una idea, o por un sentimiento negativo y unificador respecto del objeto exterior
a la masa, y el examen de todos estos temas queda subordinado a la demostración, distinta de la
simple observación, del carácter libidinal de los vínculos que forman la masa.
En el curso de esa demostración, Freud se ve llevado a abandonar por un tiempo su objeto, la
psicología de las masas, para remitirse a reflexiones teóricas anteriores, expuestas sobre todo
en un artículo de 1914 ("Introducción del narcisismo"), y otro de 1915 ("Duelo y melancolía"). En
consecuencia, por una parte propondrá la teorización acabada de la cuestión de la
identificación, proceso que él considera el fundamento del eje horizontal, y por otro lado la
reconsideración de la diferenciación del yo, para trazar una distinción clara entre el yo y el ideal
del yo. Esta conceptualización llevará en 1923 al emplazamiento, en El yo y el ello, de la segunda
tópica, donde el ideal del yo se convierte en el superyó.
Al término de su reflexión, Freud establece que una masa organizada es el producto de un
proceso doble. Por un lado, resulta de la instalación por numerosos individuos de un mismo
objeto exterior en el lugar de su ideal del yo, o sea de la constitución del eje vertical, que él
asimila al vínculo entre el hipnotizado y el hipnotizador. Por otra parte, la genera la identificación
recíproca entre esos mismos individuos, o sea el eje horizontal, que Freud considera asimilable a
un vínculo amoroso cuya dimensión sexual habría sido sublimada. 
Desconfiando de la explicación por el fenómeno de la sugestión, Freud, para dar cuenta de la
transformación psíquica del individuo en la masa, saca a luz tres mecanismos. La
transformación, dice, es el producto de una limitación del narcisismo, aceptada por cada uno de
los miembros de la masa. Esta limitación es consecuencia de la instalación del conductor en la
posición del ideal del yo para cada uno de esos individuos. El vínculo amoroso que se establece
entre los miembros de la masa actúa como una compensación de la lesión narcisista aceptada.
Más que ningún otro, este ensayo de Freud ha sido objeto de múltiples interpretaciones acerca
del contexto en el que fue elaborado y del esclarecimiento que se considera que aportó sobre
ciertos tipos de regímenes políticos.
Sobre los orígenes del texto, Jacques Lacan, en "Situación del psicoanálisis y formación de
psicoanalistas en 1956", ha señalado que Freud teorizó en ese ensayo los fenómenos cuyas
consecuencias negativas, de haber aparecido diez años antes, lo habrían quizá llevado a
desconfiar de la organización creada por él mismo, la International Psychoanalytical Association
(IPA), con el propósito de preservar y transmitir la verdad de su descubrimiento. Para Lacan, la
naturaleza de los vínculos de masa reconocidos por Freud había dado lugar, en cuanto al
psicoanálisis y su transmisión, al establecimiento de un imperativo que asignaba como criterio del
fin del análisis didáctico la identificación del yo con el analista, fuente de un conformismo y de
una suficiencia capaces de edulcorar el carácter subversivo del descubrimiento freudiano.
Se advertirá en este sentido que Freud elaboró su texto en el momento en que un diferendo lo
oponía a Karl Abraham. El desacuerdo se refería a un punto de la organización y el
funcionamiento de la comunidad analítica. En mayo de 1920, Abraham le había propuesto a Freud
que se detuviera en Berlín en septiembre, al volver del Congreso de La Haya, a fin de participar
en un ciclo de conferencias cuyo éxito quedaría entonces asegurado. Freud se refirió a un
"Trabajo difícil" en curso (se trataba de Psicología de las masas), y respondió subrayando que
la creación de un comité debía tener el efecto de que se pudiera "prescindir cada vez más de
[su] presencia". Abraham insistió en la necesidad absoluta de que él estuviera en Berlín,
explicando que Jones y Ferenczi eran aún desconocidos, y que la presencia de Freud
constituiría "el punto de mira de la atención". Freud le respondió el 4 de julio con algo de
impaciencia: "Para agosto, tengo un tema difícil en trabajo, que me exigirá una concentración total
[ ... ]. Usted dice que el acto de ustedes no tendrá ninguna posibilidad de éxito si yo no estoy allí,
pero ésta es justamente la actitud contra la cual quiero luchar." De modo que, precisamente en el
momento en que se aprestaba a reflexionar sobre la naturaleza de la psicología de las masas,
sobre la función de los jefes, de los conductores y otros personajes supuestamente
"carismáticos", Freud se vio llevado a negarse a ocupar ese lugar. Vale la pena subrayar esta
coincidencia, aunque, en tal sentido, hay que recordar que a Fritz Wittels, que postulaba la
existencia de una relación entre la muerte de Sophie Halberstadt, la hija de Freud, y la redacción
de Más allá del principio de placer, el maestro le respondió: 'Trobabilidad no siempre significa
verdad". 
Los comentadores de la Psicología de las masas se entregaron por otra parte a
interpretaciones ambiguas. En el texto ya citado, Lacan circunscribe con una frase definitiva el
alcance de la exposición de Freud, revelando en ella "un descubrimiento sensacional",
anticipatorio de "las organizaciones fascistas que lo hicieron patente". Poco tiempo después,
Jean-Bertrand Pontalis asumió a su vez la apreciación lacaniana, y habló de una "primera
explicación psicológica -anticipada- del nazismo". Contemporáneos del clima ideológico de la
posguerra en Francia, donde la sombra de los regímenes del Eje aún acosaba a todos los
discursos, en especial después de la aparición del libro de Max Horkheimer (1895-1973) y
Theodor Adorno (1903-1969) titulado La dialéctica de la razón, en realidad estos juicios se
tomaban libertades con la historia. Si bien el texto de Freud anticipó "por poco" una forma de
autoritarismo político, no fue tanto la de las organizaciones fascistas futuras como la que se
instalaba en la URSS en el momento mismo en que Freud redactaba este ensayo. El autoritarismo
se concretó sobre todo con la adopción de la demasiado célebre "Resolución sobre la unidad del
Partido", votada en el X Congreso del Partido Comunista de marzo de 1921, que prohibía la
formación de fracciones en el interior del partido, y hacía imposible el debate democrático. Esa
resolución se convertiría en la principal herramienta para el ejercicio de la dictadura estalinista
que acompañó la instalación del "culto de la personalidad".
Un pasaje del texto, al final del capítulo V, permite por otra parte pensar que Freud tenía perfecta
conciencia de la evolución del comunismo soviético. Al referirse al debilitamiento del sentimiento
religioso, causa primera de la disminución de la intolerancia y la crueldad que anteriormente
habían caracterizado a la Iglesia, escribió: "Si otro vínculo de masa ocupa el lugar del vínculo
religioso, como parece estar lográndolo actualmente el vínculo socialista [sozialistischen], de ello
resultará hacia quienes están afuera la misma intolerancia que en la edad de las luchas de
religión..."
Observemos que los primeros traductores franceses, Samuel Jankélévitch y Angelo Hesnard,
utilizaron la expresión "partido extremista" para verter el sozialistischen de Freud, mientras que
Strachey, fiel en este punto al texto original, habla de socialistic tie. Hubo que aguardar hasta
198 1, fecha de la nueva traducción, para que el lector francés pudiera volver a encontrar el
sentido de esas líneas escritas cerca de quince años antes de la llegada de los nazis al poder.
No obstante, fuera cual fuere la forma del régimen político en el que Freud pensaba, su
insistencia en privilegiar el eje vertical de la relación con el jefe lo llevó a desatender otros modos
del funcionamiento de lo social y la política, estudiados en particular por Maurice Merleau-Ponty
(1908-1961) a partir de las nociones de lo improbable y lo incierto, nociones éstas que Myriam
Revault d'Allonnes, filósofa francesa, ha examinado recientemente.
En 1938 Lacan estudió el funcionamiento de la familia, constatando la declinación, en la
civilización occidental, de la ¡mago paterna, y subrayó ya el carácter caricaturesco de la
revalorización de esta ¡mago en la ideología de las organizaciones fascistas, que para él 
ubicaban la pulsión de muerte en el fundamento del vínculo social. Siete años más tarde, en un
viaje de estudio a Inglaterra, Lacan descubrió los trabajos de Wilfred Ruprecht Bion, y su
utilización por el ejército inglés para consolidar su unidad. Advirtió entonces, como ha escrito
Élisabeth Roudinesco, que "una teoría del poder del grupo sin jefe basada en la prevalencia del
eje horizontal era superior a una teoría del poder del jefe sobre el grupo basada en el privilegio
del eje vertical". Con este enfoque exploró el funcionamiento del eje horizontal, un tanto
descuidado por Freud, para demostrar que la libertad inscrita en él dependía de una temporalidad
que le dejaba a cada sujeto la posibilidad de hacer suya una decisión lógica. Esta posibilidad era
en sí misma función de un tiempo para comprender, tiempo de meditación que precede al
momento de concluir, que es el de la decisión propiamente dicha. 

Psicología del yo
Psicología del yo
Psicología del yo
fuente(126) 
(fr. égopsychologie; ingl. ego psychology; al. IchPsychologie). Doctrina psicoanalítica de origen
norteamericano, representada por E. Kris, H. Hartmann y R. Loewenstein, a la que se podría
vincular también a Anna Freud, que hizo del ego el centro de la realidad del sujeto.
La psicología del yo se ha situado en la perspectiva de una psicología de adaptación a la
realidad. El libro sobre el cual se basa la psicología del yo es La psicología del yo y el problema
de la adaptación de H. Hartmann (1930), que se apoya en los trabajos de Freud posteriores a
1920, que dan una importancia creciente al yo y sus mecanismos de defensa, desinteresándose
del estudio del ello y las pulsiones, centro de sus primeras investigaciones.
Las tesis de la psicología del yo, que restablecen en el ser humano una suerte de equivalente de
la conciencia en el sentido filosófico y modifican sensiblemente el sentido de la práctica analítica,
han sido vivamente discutidas por Lacan en sus primeros seminarios. 

Psicología institucional
Psicología institucional
Psicología institucional
fuente(127) 
Definición
Es un campo de investigación y una práctica profesional consistente en abordajes o
intervenciones en instituciones que consultan por conflictos en las relaciones interpersonales y
en la tarea. Dado que su objeto son las instituciones debe sintéticamente puntualizarse una
diferenciación (ver términos de Organización e Institución) Existe una doble acepción del
término institución: 1) En sentido amplio alude a la sociedad que mediante sus marcos
regulatorios (jurídicos, políticos, económicos, etc.) predetermina formas de actuar y pensar de
los individuos en las organizaciones. 2) En sentido restringido es sinónimo de organización o
establecimiento.
Su objeto de análisis y abordaje son: las organizaciones y las prácticas instituidas para
diagnosticar e intervenir principalmente con técnicas grupales y recursos discursivos, con la
finalidad de resolver los conflictos existentes, considerando los factores sociales determinantes. 
En los diccionarios de psicología y psicoanálisis consultados no se encuentran estos términos
unidos, aunque aparecen definidos campos conexos.
Origen e historia del término
El origen de este término en la década del 60 marca el inicio de su desarrollo en la Argentina, De
aquí en adelante seguiremos, en forma somera, un eje histórico-académico centrados
particularmente en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, dado que el
proceso de institucionalización que allí se produce tiene un valor significativo, si bien no
exclusivo, para el pensamiento y la práctica institucionalista. Es precisamente en aquella donde
se institucionaliza el término aquí tratado con sus contenidos específicos y en la que se
producen transformaciones a lo largo de estos casi cuarenta años.
De la década del 50 al 60 provienen los aportes precursores del Dr. Enrique Pichón Riviére,
padre profesional de grupalistas e institucionalistas como los Dres. Bleger, Ulloa, Liberman
Bauleo, Pav1ovsky, entre otros, que tuvieron un alto nivel de producción intelectual en distintos
dispositivos y técnicas (instituciones, grupos, familia, psicoterapias breves, psicodrama) y que
introdujeron a futuros institucionalistas en el "campo de las psicoterapias colectivas relacionadas
con el psicoanálisis".
La mirada institucionalista del Dr. Pichon Rivière a través de cuestionamientos a la organización
manicomial en Argentina y sus aportes a una psicología de la vida cotidiana, son antecedentes
fundamentales de este campo.
Construyó una particular psicología con la concepción grupalista, las técnicas de grupos
operativos, la inclusión del psicoanálisis freudiano y kleiniano en el ámbito grupal, la dialéctica
materialista, ciertas concepciones lacanianas y la influencia de los literatos "malditos" y del arte
pictórico no convencional. Dejó una huella abierta a sucesivos desarrollos que los Dres. Bleger y
Ulloa produjeron para la Psicología Institucional en la vida académica.
Por la función formadora en el ámbito universitario y la importante producción de conocimiento
que ambos asumieron, es que son considerados fundadores y pioneros en este campo en la
Argentina. Sin desconocer la íntima relación de la dimensión sociodinámica de los grupos con la
dimensión institucional, fueron profundizando en una caracterización diferencial esclarecedora.
En el año 1966 el Dr. José Bleger, verdadero creador pionero, afirmaba que este campo era un
desarrollo reciente de la Psicología como disciplina. Publica "Psicohigiene y Psicología
Institucional", que constituye un texto central para la psicología institucional donde dedica un
capítulo al tema específico. El alto nivel y la vigencia de los conceptos allí desarrollados lo hace 
permanecer aún hoy como referente bibliográfico imprescindible.. El texto fue producto de un
seminario dictado en la Carrera mencionada, donde se proveía a los psicólogos de los elementos
fundamentales para la comprensión y el abordaje institucional. Definía la Psicología Institucional
como un campo que requería de un modelo conceptual propio de la psicología social y de un
ámbito específico y amplio: las instituciones. Afirmaba que los modelos conceptuales debían
referir al uso de categorías adecuadas a los fenómenos de las agrupaciones humanas
(comunicación, interacción, identificación, etc.). Consideraba para su especificidad el estudio de:
a) la estructura y dinámica de las instituciones; b) la psicología de las instituciones; c) estrategia
del trabajo del psicólogo institucional que comprende: 1. el encuadre de la tarea y la
administración de los recursos, que establece la relación del psicólogo con la institución en la
contratación, programación y realización del trabajo profesional. 2. teoría del encuadre que
establece los criterios de dicha relación. Para este autor teoría y estrategia constituían una
unidad.
El Dr. Fernando Ulloa en el mismo año produce un trabajo escrito sobre Psicología Institucional
presentado en la A.P.A., que constituye un texto fundacional en tanto apertura del psicoanálisis
al campo social, aportando definiciones pioneras en la Argentina para un tipo de práctica
psicológica centrada en las instituciones.
En tanto el Dr. Ulloa a partir de 1962 incluía esta temática en las asignaturas electivas de
"Psicología Clínica de Adultos I" y "Psicología Clínica de Adultos II" en la misma Carrera, con una
perspectiva clínica dirigida a las agrupaciones humanas.
Como consecuencia del golpe de estado del General Onganía, que interrumpe el gobierno
democrático a cargo del Dr. Illia, la Universidad de Buenos Aires sufre un impacto institucional
por la intervención a la que fue sometida. Este hecho político provoca un corte en la temática
referida a la psicología institucional.
En el año 1967, intentando reorganizar la vida universitaria, se abrió una cátedra con el nombre
de "Psicología Institucional" en la entonces Carrera de Psicología de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, con carácter de optativa en el plan de
estudios. Se institucionalizó entonces la temática al dársele carácter de materia. Otro cambio de
importante significación fue la designación, por primera vez un psicólogo, el Licenciado Ricardo
Malfé, en calidad de profesor titular. Se realizaron consultas institucionales desde la Cátedra. La
bibliografía incluía: los trabajos sociales de Freud, el aporte institucional de Elliot Jaques cuyo
referente psicoanalítico era Melanie Klein, los conceptos organizacionales de Etzioni y de Schein,
más los textos anteriormente señalados de Bleger y Ulloa.
Acontecimientos políticos de movimientos obreros y universitarios en Córdoba en la Argentina y
el "Mayo del 68" francés en los claustros universitarios, cuestionando las formas pedagógicas
tradicionales, son factores sociopolíticos de alta incidencia en el institucionalismo argentino y
marcan hitos en sus cuerpos teórico-prácticos. 
En la Argentina, los primeros tres años de la década del 70, por dentro y por fuera de la
Universidad, fueron de gran actividad en el estudio y en las prácticas sociales institucionalistas.
Fue un tiempo de cruce de esta práctica con los ideales utópicos en busca de una mejor
sociedad, alcanzando desarrollos conceptuales y realizando numerosas prácticas sociales en el
campo de la prevención así como en trabajos institucionales y comunitarios.
En 1972 y 1973 se agregaron, a la bibliografía de la Cátedra antes mencionada, autores
franceses como Pagés, Tort, Lourau, con lo cual se introducían conceptualizaciones sobre la
vida afectiva de los grupos, el psicoanálisis, el materialismo histórico y el análisis institucional.
En 1974 no se llegó a dictar la materia, en un contexto político turbulento que preanunciaba el
próximo golpe de estado en el país.
En 1975 cambió el titular de la cátedra; el Licenciado Luis María Bick permaneció hasta 1985.
Mantuvo los autores clásicos como Freud, Etzioni, Bleger, Ulloa, Schein, Crozier, entre otros y
continuó agregando en su línea bibliográfica autores diversos como Foucault, Kristeva, Derrida,
Bunge y otros de la psicología industrial.
Otra vez la historia política del país va a dejar su marca en el ámbito académico como en el extra
académico en ¡o que atañe a todo el movimiento institucionalista: la nueva ruptura de la
democracia, debido al golpe militar de 1976, bajo la forma de represión social, detiene el
desarrollo de las prácticas en el campo social que la materia había llegado a producir.
Hasta 1985 la materia se dictó con el mismo profesor, sin que consten en sus programas
trabajos de extensión universitaria, ni surja ese dato de informantes claves. Entonces, sólo se
mantuvo dentro del claustro el conocimiento institucional teórico, debe rescatarse el hecho de no
haber sido excluida del plan de estudios. Una línea de investigación abierta fue sobre el
"Desarrollo institucional en la gran y mediana empresa".
Luego de un proceso de normalización la Carrera de Psicología pasó a ser Facultad de
Psicología. Se concursó en 1985 -por primera vez- la materia "Psicología Institucional", que poco
después pasó a ser obligatoria, perteneciendo al área profesional del plan de estudios. El
profesor titular de la Cátedra concursada fue el Licenciado Ricardo Malfé, que produjo textos de
profundización sobre la materia en la línea psicoanalítica freudiana. En sus contenidos se
delineaban dos grupos temáticos: a) una psicología de los campos y procesos históricos,
relacionada con el concepto amplio de institución, b) modelos de prácticas de intervención
institucional y organizacional, referida a la acepción restringida.
La bibliografía incluía distintas perspectivas institucionalistas, de autores nacionales (Malfé,
Schlemenson, entre otros) y extranjeros (Guattari, Lourau, Kaës, etc.) clásicos y
contemporáneos. Se llevaron a cabo numerosas consultas por parte del equipo docente. La 
metodología de enseñanza práctica consistía en trabajos exploratorios en terreno.
En 1993 se concursa la materia para conformar dos cátedras. En una de ellas la profesora titular
es la Lic. Virginia Schejter y en la otra la Lic. Alicia Corvalán de Mezzano, autora de este texto
Para la segunda cátedra nombrada la Psicología Institucional se ocupa de reconocer las
instituciones fundantes de toda sociedad tales como el lenguaje, la sexualidad, la religión y los
sistemas de producción, para centrarse -operativamente- en las formas organizacionales que
se corresponden con el concepto de organización.
Se propone la aplicación de dos metáforas sociales: 1) La Tolva: alude a la Psicología
Institucional que intenta comprender interdisciplinariamente el objeto institucional y aplicar
recursos metodológicos y técnicos provenientes de diversas disciplinas del campo social,
particularmente el psicoanálisis, la antropología y la historia oral. 2) El Obrador: remite al lugar de
trabajo grupal que construyen los consultores o institucionalistas para su intercambio
profesional, donde se analizan los factores transferenciales-contratransferenciales y las
implicaciones suscitadas por las consultas en curso.
Ambas metáforas intentan constituir redes epistémico-prácticas que guarden analogía con la
compleja realidad institucional del objeto y el trabajo institucional.
Siendo preciso acompañar la comprensión estructural de las organizaciones con el propio
devenir o movimiento histórico que permite anudar historia libidinal e historia social en
configuraciones que se nos ofrecen para ser develadas-ocultadas, la cátedra prioriza el eje
histórico. El eje histórico es hoy en Argentina ineludible, aunque nos parece indispensable
siempre, en tanto las instituciones son reservorios de memoria social.
El propio desarrollo del conocimiento institucional como cuerpo teórico y práctico, presenta una
difícil pero perceptible tensión a reconocer entre lo instituido y lo instituyente. Se evidencia en el
proceso mismo de transmisión académica y en el camino de profesionalización que ha ido
realizando, según se intentó mostrar en esta escueta historia del término aquí trabajado.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
El "movimiento institucionalista", del que habla Gregorio Baremblit, se refiere a una serie de
tendencias que incluyen líneas institucionales diferenciadas por responder a distintas
ubicaciones ideológicas, teóricas y técnicas, que sintéticamente pueden reconocerse en la línea
francesa (Lourau, Lapassade, Mendel) y en la línea argentina -entre otras- que se afirma
básicamente en el psicoanálisis coincidiendo con la temática hasta aquí desarrollada. 
La Psicología Institucional puede incluirse en el "movimiento institucionalista", en tanto es una de
las diversas perspectivas conceptuales y metodológicas del campo institucional, que recibe la
herencia conceptual de los pioneros institucionalistas argentinos más los aportes de
reconocidos autores como Castoriadis, Lourau, Baremblit.
La Psicología Institucional hoy, en tanto teoría y práctica, tiene el desafío de comprender e
intentar transformar -a pedido de los actores sociales- el escenario complejo de las instituciones,
que implica tan diversas dimensiones.
Los recortes de las instituciones sociales, plasmadas en la singularidad de las organizaciones
consultantes, enfrentan al institucionalista con un doble requerimiento:
a) Abordar los vínculos intersubjetivos en ámbitos donde los aspectos conscientes,
preconscientes e inconscientes constituyen una trama libidinal signada por objetivos sociales.
b) Abordar, en el recorte particular de las organizaciones, aspectos sociohistóricos que incluyen
la política, la economía, la ecología, la tecnología, etcétera.
Este campo específico brinda la posibilidad de descifrar el cruce de los significados vinculares
con inclusión de las dimensiones de lo real, lo imaginario y lo simbólico en una interacción
constante.
No puede desconocerse la organización racional ni la organización fantasmática con sus
intrínsecos y mutuos grados de coherencia y contradicción, siempre presentes en la estructura
y dinámica institucional.
La Psicología Institucional constituye una práctica que requiere continuar desarrollando
teóricamente su campo considerando distintos paradigmas que, en red epistémica, nos
conduzca hacia la construcción también de una intervincularidad disciplinaria. Y como tal
-porque nuestro ámbito de investigación y práctica así lo marca- eluda los paradigmas
hegemónicos que sólo consiguen parcializar la sustancialidad estructural y dinámica de las
instituciones y las organizaciones.
Desde la perspectiva vincular se remarca el carácter fundante de las instituciones tanto en el
plano social como en la constitución del psiquismo. Así lo transmitieron S. Freud particularmente
en sus escritos sociales, Pichón Riviére al hablar de estructura de vínculo, Bleger en relación al
encuadre y Kaës en sus teorizaciones acerca de la función de apuntalamiento psíquico de las
instituciones, las formaciones intermediarias, el sufrimiento institucional, el pacto de negación, el
contrato narcisista, los organizadores socioculturales, etcétera. 
Problemáticas conexas
Las instituciones básicas de toda sociedad, y las singulares formas organizacionales
específicas tal como la familia, la escuela, la empresa, etc.) constituyen el macro contexto
moldeador de los psiquismos desde la incidencia histórico-cultural.
Los temas conectados íntimamente provienen del psicoanálisis (identidad, procesos de
identificación, ideal del yo, sublimación, sufrimiento institucional, entre tantos otros) y de
disciplinas del campo social tales como la antropología (cultura, mitos, ritos); la historia (historia
oral y vida cotidiana, historia de vida); ecología (intercambios con el medio ambiente); economía
(asignación y distribución de recursos); sociología (agrupamientos humanos); psicología del
trabajo (división técnica y jerárquica, condiciones de trabajo); entre otras. 

Psiconeurosis
Al.: Neuropsychose.
Fr.: psychonévrose.
Ing.: psychoneurosis, o neuro-psychosis.
It.: psiconevrosi.
Por.: psiconeurose.
fuente(128) 
Término utilizado por Freud para caracterizar, contraponiéndolas a las neurosis actuales, las
afecciones psíquicas cuyos síntomas constituyen la expresión simbólica de los conflictos
infantiles, a saber, las neurosis de transferencia y las neurosis narcisistas.
El término «psiconeurosis» aparece muy pronto en Freud, por ejemplo, en el artículo Las
psiconeurosis de defensa (Die Abwehr-Neuropsychosen, 1894), que, según nos indica el
subtítulo, intenta dar «una teoría psicológica de la histeria adquirida, de numerosas fobias y
obsesiones y de ciertas psicosis alucinatorias».
Cuando Freud habla de psiconeurosis, hace recaer el acento en la psicogénesis de las
afecciones incluidas bajo este epígrafe. Utilizará el término sobre todo contraponiéndolo al de
neurosis actuales, por ejemplo en La herencia y la etiología de las neurosis (1896); La
sexualidad en la etiología de las neurosis (Die Sexualität in der Ätiologie der Neurosen, 1898).
Esta oposición se vuelve a encontrar en las Lecciones de introducción al psicoanálisis
(Vorlesungen zur Einfi¡hrung in die Psichoanalyse, 1916-1917).
Como puede verse, el término «psiconeurosis» no es sinónimo de neurosis; por una parte, no
incluye las neurosis actuales, y, por otra, comprende las neurosis narcisistas, que Freud llamará 
también psicosis, siguiendo un estilo psiquiátrico que más tarde se fue afianzando cada vez
más.
Se observará también que, en el lenguaje psiquiátrico corriente, en ocasiones una ambigüedad
respecto al término «psiconeurosis», como si el radical «psico» evocase para algunos autores el
término de «psicosis»: se llega incluso a hablar de psiconeurosis con la errónea intención de
conferir a la neurosis un matiz suplementario de gravedad o incluso de organicidad. 
Psiconeurosis
Psiconeurosis 

fuente(129) 
s. f. (fr. psychonévrose; ingl. psychoneurosis; al. Psychoneurose). Freud introdujo el término
para designar las neurosis determinadas por los conflictos infantiles y sus modos de defensa
específicos (la histeria, la neurosis obsesiva, la fobia) y ciertas psicosis, entre ellas la paranoia,
en oposición a las neurosis actuales [en las que no habría elaboración psíquica de la tensión
sexual].
El término ya no se utiliza, a partir de la distinción entre neurosis y psicosis. 

Psiconeurosis de defensa
Al.: Abwehr-Neuropsychose.
Fr.: psychonévrose de defense.
Ing.: defence neuro-psychosis.
It.: psiconevrosi da difesa.
Por.: psiconeurose de defesa.
fuente(130) 
Término utilizado por Freud durante los años 1894-1896 para designar cierto número de
afecciones psiconeuróticas (histeria, fobia, obsesión, ciertas psicosis), poniendo en evidencia
en ellas el papel, descubierto en la histeria, del conflicto defensivo.
Una vez adquirida la idea de que, en toda psiconeurosis, la defensa desempeña una función
esencial, el término «psiconeurosis de defensa», que estaba justificado por su valor heurístico,
desaparece a expensas del de psiconeurosis.
El término fue introducido en un artículo de 1894, Las psiconeurosis de defensa (Die
Abwehr-Neuropsychosen), en el que Freud se dedica a destacar el papel de la defensa en el
campo de la histeria, y luego a encontrar también la intervención de otras formas de defensa en
las fobias, las obsesiones y algunas psicosis alucinatorias. En esta fase de su pensamiento,
Freud no intenta generalizar la noción de defensa ni al conjunto de la histeria (véase: Histeria de
defensa), ni al conjunto de las psiconeurosis, como hará algún tiempo después. En efecto, en el
artículo de 1896, Nuevas observaciones sobre las psiconeurosis de defensa (Weitere
Bernerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen), se considera ya como un hecho adquirido el
de que la defensa constituye «el punto nuclear del mecanismo psíquico de las neurosis en
cuestión». 

Psicopatología
Psicopatología
Psicopatología
Alemán: Psychopathologie. 
Francés: Psychopathologie. 
Inglés: Psychopathology.
fuente(131) 
Este término fue utilizado a fines del siglo XIX por la medicina, la psicología, la psiquiatría y el
psicoanálisis para designar los sufrimientos del alma, y más en general, los trastornos del
psiquismo humano, a partir de una distinción o un deslizamiento dinámico entre lo normal y lo
patológico, variable según las épocas. 

Psicopatología de la vida
cotidiana
Psicopatología de la vida cotidiana
Psicopatología de la vida cotidiana 

fuente(132) 
Obra de Sigmund Freud publicada en 1901 con el título de Zur Psychopathologie des
Alltagslebens. Traducida por primera vez al francés por Samuel Jankélévitch en 1922 con el
titulo de Psychopathologie de la vie quotidienne. Retraducida en 1997 por Denis Messier con el
titulo de La psychopathologie de la vie quotidienne. Traducida por primera vez al inglés en 1914
por Abraham Arden Brill con el título de Psychopatology of Everday Life, y por Alan Tyson en
1960 con el título de The Psychopathology of Everyday Life.
En su biografía de Freud, Peter Gay se pregunta si el creador M psicoanálisis, para marcar el
"punto de partida" de su obra, no quiso escoger la interpretación de esos hechos menudos de la
vida cotidiana, que son los olvidos, los lapsus y los otros actos fallidos, más bien que la del
sueño. Incluso mientras redactaba La interpretación de los sueños, Freud puso de manifiesto un
interés creciente por esos fenómenos de apariencia anodina. El 26 de agosto de 1898, en una
carta a Wilhelm Fliess, dijo haber finalmente captado un "pequeño hecho" cuya naturaleza había
sospechado desde mucho antes: el olvido de un nombre y su reemplazo "por algún elemento de
otro que uno juraría que es exacto y que una y otra vez revela ser falso". Deplora no obstante
no poder registrar públicamente esa observación. Un mes más tarde, también dirigiéndose a
Fliess, se alegra de haber "podido incluso explicar fácilmente un segundo ejemplo de olvido de
nombre", pero vuelve a preguntarse: "¿Cómo y ante quién hacer todo esto plausible?" Al cabo de
ocho días, anuncia haber escrito un pequeño artículo sobre ese ejemplo: se trata del texto
"Sobre el mecanismo psíquico de la desmemoria", que apareció, a fines de ese año de 1898, en
la revista Monatschriftfür Psychiatrie und Neurologie. Al año siguiente, en ese mismo periódico,
publicó su artículo "Sobre los recuerdos encubridores", y en 1901 un tercer artículo, "Psicología
de la vida cotidiana" ("Zur Psychopathologie des Alltagslebens"), homónimo del volumen que más
tarde reuniría lo esencial de esas tres contribuciones.
Psicopatología de la vida cotidiana constituye, junto con La interpretación de los sueños y El
chiste y su relación con lo inconsciente, un tríptico que Ernest Jones agrupa bajo el rótulo de
psicoanálisis aplicado, trazando así una distinción con otros textos de la misma época, más
precisamente dedicados a la teoría y la clínica, como los Tres ensayos de teoría sexual y el
relato del caso "Dora" (Ida Bauer). La decisión de Jones se justifica, en cuanto esas tres obras
presentan efectivamente características de psicoanálisis aplicado.
Por ejemplo, al estudiar los fenómenos corrientes, el sueño, el chiste o los actos fallidos,
manifestaciones psíquicas que Jacques Lacan denominará "formaciones del inconsciente",
Freud quiere demostrar, como lo recuerda en varias oportunidades en el libro, que el campo de
acción del psicoanálisis no podía limitarse al dominio de la patología.
Se trataba también de indicar, mediante el estudio de los lapsus, los olvidos y los actos fallidos,
la influencia permanente del inconsciente sobre el conjunto de la vida consciente. Freud subrayó 
entonces que su meta era "precisamente atraer la atención sobre cosas que todo el mundo sabe
y que comprende de la misma manera; en otras palabras, reunir hechos de todos los días y
someterlos a un examen científico. No veo por qué, a esta suerte de sabiduría, que es la
cristalización de las experiencias de la vida cotidiana, habría que negarle un lugar en las
adquisiciones de la ciencia."
Finalmente, Freud sostiene la tesis del determinismo psíquico absoluto, que abre el camino a un
empleo ¡limitado de la interpretación, contra el cual trató más tarde de rebelarse, recurriendo en
particular al procedimiento de la construcción.
A pesar de las apreciaciones negativas de Freud sobre las primeras versiones de su trabajo,
formuladas, entre otros lugares, en una carta a Fliess del 8 de mayo de 1901, donde dice
esperar que la obra les disgustará aún más a los otros que a él mismo, Psicopatología de la vida
cotidiana recibió, desde su publicación, una acogida favorable en el gran público. Objeto de
dieciséis artículos, en su mayoría elogiosos, en el curso de los cuatro años siguientes a su
aparición, el libro fue reeditado en 1907 y reseñado en Francia por Henri Claude en 1913, en
L'Encéphale, en ocasión de la cuarta edición alemana.
En cada reedición, Freud, que había acumulado desde 1908 una cantidad considerable de
ejemplos de olvidos y lapsus (habla en tal sentido de su "colección"), añadía casos nuevos al
texto inicial, algunos proporcionados por colegas (Alfred Adler, Carl Gustav Jung, Viktor Tausk,
Ernest Jones, Sandor Ferenczi, Eduard Hitschmann, Lou Andreas-Salomé, Otto Rank, Hanns
Sachs, Wilhelm Stekel, Theodor Reik), y otros por lectores anónimos.
Psicopatología de la vida cotidiana está dividido en doce capítulos, dedicados a las diferentes
formas de olvido, a los lapsus, errores, torpezas y actos fallidos más variados. Freud reconocía
que esta distribución era esencialmente descriptiva, pues los fenómenos estudiados tenían una
unidad interna de la que todo libro daba testimonio. En sus Conferencias de introducción al
psicoanálisis señaló por otra parte que esa unidad se ponía de manifiesto en la lengua alemana
por el prefijo ver común a todas las palabras que designaban esos "accidentes": das Vergessen
(olvido), das Versprechen (lapsus linguae), das Vergreifen (errores de la acción), das Verlieren
(el hecho de extraviar un objeto), etcétera.
El primer capítulo, sobre el olvido de los nombres propios, se inicia con un ejemplo célebre, que
constituyó el objeto de un artículo de 1898 dedicado al mecanismo psíquico del olvido. Mientras
viajaba con un compañero casual hacia una ciudad de Herzegovina, Freud no pudo recordar el
nombre de Luca Signorelli (1441-1523), el autor de los frescos de la catedral de Orvieto que
representan las cuatro "últimas cosas". En su lugar, le venían a la mente otros nombres de
pintores, el de Sandro Botticelli (1444/45-1510) y el de Giovanni Boltraffio (1466/67-1516), que
reconocía como incorrectos. Cuando el compañero de viaje pronunció el nombre que él buscaba,
Freud no se sorprendió, pero trató de encontrar las razones de su olvido. Recordó entonces
que, antes de hablar de Italia con su interlocutor, habían comentado la mentalidad de los turcos 
de Bosnia Herzegovina, en particular su resignación frente al destino, por ejemplo su reacción
cuando un médico les anunciaba que el caso de algún allegado era desesperado: "Herr [Señor]
-decían entonces-, no hablemos más de ello, sé que si fuera posible salvarlo, tú lo habrías
hecho", Freud observó que los nombres Bosnia y Herzegovina, así como la palabra Herr,
encontraban su lugar en una cadena asociativa entre Signorelli-Botticelli y Boltraffio. El Bo de
Bosnia se volvía a encontrar en los nombres de los dos pintores que reemplazaban al olvidado y
buscado; en cuanto a Herr, se lo encontraba en Herzegovina, pero también, con su traducción
italiana, en Signorelli. Para explorar las razones inconscientes de este olvido, Freud procedió
como lo hacía en el análisis de sus sueños. Trató de asociar a partir del material manifiesto. En el
curso de la conversación, había pensado a menudo en otro aspecto de las costumbres de los
turcos de Bosnia: la importancia que tenía para ellos el placer sexual, y su desesperación
cuando experimentaban dificultades en ese aspecto, tema éste que Freud no había querido
abordar con un desconocido; recordó también que en ese momento había pensado en la noticia,
Tecibida en Trafoi, en el Tirol, del suicidio de uno de sus pacientes, afectado de trastornos
sexuales incurables. La proximidad entre Trafoi y Boltrafflo "me obliga a admitir -escribe Freud-
que, a pesar de la distracción intencional de mi atención, yo sufría la influencia de esta
reminiscencia". Se observará en este ejemplo la especificidad de la lógica inconsciente, que lleva
a reemplazar el nombre de Signorelli por el de un pintor de la misma nacionalidad y la misma
época, Boltraffio, que contiene los fonemas de Trafoi, reenviando a los temas de la muerte y la
sexualidad, reprimidos por Freud en la conversación que precedió a su olvido. "Ya no me es
posible ver en el olvido del nombre Signorelli un hecho accidental. Me veo obligado a ver en este
acontecimiento el efecto de móviles psíquicos. [...] Es cierto que yo quería olvidar otra cosa, y no
el nombre del maestro de Orvieto; pero entre esa «otra cosa» y el nombre se estableció un
vínculo asociativo, de manera que mi acto de voluntad no dio en el blanco, y yo, a pesar de mí
mismo, olvidé el nombre, siendo que lo que quería intencionalmente era olvidar la otra cosa." De
modo que -comenta Octave Mannoni- "el nombre del pintor italiano, asociado a ciertas ideas de
muerte y sexualidad reprimidas, había sido arrastrado con ellas al inconsciente. Desde luego,
las ideas de muerte y sexualidad por sí mismas no tienen ese efecto: Freud no había olvidado el
tema de los frescos, ni las cuatro últimas cosas, una de los cuales era la muerte. Ni tampoco las
historias sexuales turcas: la represión no estaba allí (estaba ligada a la noticia recibida en
Trafoi)."
Freud enuncia entonces las condiciones necesarias para hablar del olvido no accidental de un
nombre, que son tres: la tendencia a olvidar ese nombre, la existencia de una represión
relativamente reciente, y la posibilidad de establecer una asociación exterior entre el nombre del
que se trata y el objeto de la represión. No obstante, Freud no abandona una cierta prudencia,
precisando, para cerrar ese primer capítulo, que no todos los casos de olvido de un nombre
propio se pueden incluir en la categoría ilustrada por el olvido del nombre de Signorelli.
Fueran cuales fueren los ejemplos presentados y el rótulo bajo el cual Freud los cataloga, el
procedimiento es el mismo, y consiste en recurrir al método de las asociaciones libres para
relacionar el contenido del olvido o el objeto del acto fallido con un elemento reprimido. 
En el cuarto capítulo, al abordar los recuerdos de infancia y los recuerdos encubridores, Freud
se refiere a su artículo de 1899, que modifica notoriamente. Los primeros recuerdos, o los
recuerdos más antiguos, suelen tener que ver con cosas secundarias, mientras que los
acontecimientos importantes no parecen haber dejado ninguna huella en la memoria. Todo
ocurre, observa Freud, como si, a través de un recuerdo anodino, se produjera una
representación sustitutiva de otras impresiones importantes, cuya reproducción tropezaría con
una resistencia. De allí la expresión recuerdo encubridor, que pone en juego, a la manera de lo
que sucede en los sueños, un mecanismo de desplazamiento.
La misma analogía se aplica a la formación de los lapsus. En este sentido, Freud evoca trabajos
anteriores que consideraban al lapsus un proceso de contaminación, resultado de la proximidad
y la semejanza entre dos palabras, explicación muy cercana a la basada en el mecanismo de la
condensación que él había puesto de manifiesto en su estudio de los sueños. El lapsus, por sus
efectos de hilaridad y desconcierto, por su estructura, la de una abreviatura, presenta
afinidades con el chiste; como este último, y como el sueño, es una herramienta preciosa en la
cura, una herramienta "que yo uso -escribe Freud- para deshacer y suprimir los síntomas
neuróticos".
En una de las síntesis recapitulativas que puntúan el libro, Freud observa que "en todos los
casos, el olvido estaba motivado por un sentimiento desagradable". Y habla entonces de un
conflicto doloroso, al mismo tiempo que deja que emerja una astucia de su propio inconsciente.
En efecto, narra que, durante el verano de 1901, olvidó que no había sido él, sino Wilhelm Fliess,
el autor de la hipótesis de la bisexualidad. Aunque al evocar este recuerdo Freud afirma haberse
vuelto "más tolerante", no por ello deja de omitir en ese relato el nombre de Fliess; habla de "un
amigo", con el cual dice haber tenido entonces "discusiones muy vivas sobre cuestiones
científicas". En 1904 la amistad con Fliess no era más que un recuerdo lejano, aunque en lo
esencial la gestación del libro se había realizado en el contexto de esa relación. Quizá fue esa
amistad extinguida (o bien las huellas de culpa que su destrucción pudo dejar) lo que se puso de
manifiesto en la aparición, unas páginas más adelante, del nombre de Fliess, con respecto al
olvido de un proyecto anodino. Se trataba del olvido reiterado de comprar papel secante.
Buscando las razones de ese olvido, Freud se ve obligado a reconocer que cuando escribe
"papel secante" utiliza el término alemán Lúschpapier, pero oralmente utiliza un sinónimo, ¡el
vocablo Fliesspapier! "Ahora bien, Fliess -dice Freud- es el nombre de uno de mis amigos de
Berlín, un nombre al que en mi mente se encuentran asociadas, estos últimos días, ideas y
preocupaciones penosas."
En la medida en que los actos fallidos, calificados más rigurosamente de actos sintomáticos,
"expresan algo que el propio actor no sospecha, y tiene por lo general la intención de
reservarse, en lugar de hacerlo conocer a los otros", se puede afirmar que en realidad son
"actos logrados", que traducen la realización de un deseo inconsciente. Pero las equivocaciones
y las torpezas pueden a veces, por sus consecuencias, exceder el registro de lo anodino. Y se 
plantea entonces la cuestión de si el análisis permite descubrir una intención inconsciente cuanto
tales actos generan consecuencias cuya gravedad puede llegar a poner en peligro la vida del
sujeto. Sobre este punto, Freud se muestra prudente, y sólo formula hipótesis.
Psicopatología de la vida cotidiana termina con un capítulo dedicado a la cuestión del
determinismo, de la creencia y la superstición, temas que Freud abordará de nuevo en una de
las conferencias pronunciadas en los Estados Unidos y reunidas en un pequeño volumen
titulado Cinco conferencias sobre psicoanálisis. Observa que el determinismo psíquico -que
denomina por antífrasis "azar interior" (opuesto al "azar exterior" en el cual las determinaciones
psíquicas están totalmente ausentes)-, es a menudo el objeto de una ignorancia espontánea del
ser humano. El supersticioso, subraya Freud, funciona al revés: cree en el azar interior, el azar
psíquico, demostrando con ello que no quiere saber nada de las manifestaciones inconscientes,
pero se niega a creer en el azar externo, convencido de poder revelar intenciones o relaciones
por lo común ocultas. En este sentido, la superstición constituye una prueba a contrario del
conocimiento inconsciente y reprimido de la motivación de los actos fallidos. La superstición es el
producto de una inversión, comparable en más de un sentido al modo del funcionamiento del
paranoico, quien niega que en las manifestaciones del prójimo pueda haber algo accidental, pero
es incapaz de dar prueba de una perspicacia equivalente en lo que concierne a su propio
inconsciente. El paranoico, continúa Freud, proyecta sobre la vida psíquica de los otros lo que
ocurre en su propia vida en estado inconsciente, y de tal modo produce la impresión frecuente
de que en parte tiene razón.
Desarrollando su argumentación, Freud expone ideas que apuntalará más tarde, en El porvenir
de una ilusión y El malestar en la cultura. Según él, el razonamiento que opera en la
superstición se encuentra también en las concepciones mitológicas del mundo y en las religiones
modernas, las cuales no son otra cosa, subraya, que "una psicología proyectada en el mundo
externo". Añade que se podría "abordar la tarea de descomponer, desde este punto de vista, los
mitos relativos al paraíso y el pecado original, al mal y el bien, a la inmortalidad, etcétera, y
traducir la metafísica a la metapsicología".
El paralelismo establecido entre los mecanismos que operan en los actos fallidos, por una parte,
y en los sueños por la otra, demuestra que no existe una diferencia fundamental entre el
neurótico y el hombre normal. Freud se ve así llevado a declarar que "todos somos más o menos
neuróticos", subrayando de tal modo la proximidad indicada por el título mismo del libro entre lo
"patológico" y lo "cotidiano".
Esta proximidad, así como el anclaje en la vida de todos los días, motivaron el proyecto de
Psicopatología de la vida cotidiana. En este sentido, se trata sin duda de la obra de Freud cuya
acogida se adecuó más al espíritu con el que fue concebida, como lo atestiguan dos anécdotas.
La primera tiene que ver con la elaboración del libro. Un mozo de café había estado a punto de
hacerle pagar a Freud más de lo que correspondía. Simultáneamente con este acto fallido, el
mozo cometió otro, dejando caer una moneda de un valor equivalente al aumento injustificado. 
Freud se lo señaló y el mozo, confuso, se retiró precipitadamente, antes de volver a disculparse.
Freud relata que le dejó entonces la suma excedente, como recompensa por "su contribución a
la psicopatología de la vida cotidiana". La segunda anécdota ilustra el éxito del libro, mucho más
allá del círculo de los especialistas: describe el placer que Freud experimentó al descubrir, en el
barco que lo llevaba, junto con Jung y Ferenczi, a los Estados Unidos, a un camarero absorto en
la lectura de Psicopatología de la vida cotidiana. 

Psicopatología vincular
Psicopatología vincular 
Psicopatología vincular
fuente(133) 
Definición
La psicopatología vincular estudia los modos de organización psíquica en un tiempo y un espacio
relacional. El análisis del despliegue de la estructura psíquica y sus perturbaciones describe una
historia en la que el recorrido de la pulsión, los modos de composición, transformación,
inscripción y significación de la vida mental se plasman en las vicisitudes del vínculo.
La psicopatología es un trastorno vincular, por lo tanto la lectura clínica es abordada desde las
variadas organizaciones del vínculo que hacen a la singularidad de cada sujeto.
El papel que juega el otro y la configuración vincular establecida en esa singularidad, se ve
expresada dramáticamente en las manifestaciones de la sintomatología de la niñez y la
adolescencia. Las perturbaciones psicológicas en estas etapas denotan claros observables en
la organización vincular. En la infancia, el despliegue de un aparato psíquico en formación, se
caracteriza por la dependencia originada en la inmadurez del ser humano y su desamparo inicial,
en la que la relación con un otro es indispensable para sobrevivir. Esta relación con ese otro
significativo imprime sobre el psiquismo características particulares en cada individuo.
Origen e historia del término
Autores interesados en la temática de la niñez y adolescencia buscaron modelos que permitieran
explicar los mecanismos del vínculo madre-hijo y su participación en la producción de síntomas.
Muchos trabajos científicos se centraron en el estudio de las actitudes maternas precoces o
bien en la observación aislada del desarrollo del niño.
Los distintos desarrollos conceptuales acerca de la psicopatología infanto-juvenil tomaron en
cuenta diversas variables que, según el marco teórico utilizado, privilegiaron ya sea la
importancia de los factores innatos o en el otro extremo, la influencia ambiental como único
generador de las características psíquicas. 
M. Klein enfatizó el aspecto pulsional y el destino de las pulsiones en relación a los mecanismos
básicos de proyección e introyección en la constitución de la relación de objeto.
La línea experimental que inauguran Bowlby y Spitz, descubre la importancia de un factor básico
para el desarrollo psíquico: la permanencia estable de una figura significativa para el niño, cuya
ausencia tiene consecuencias devastadoras para su psiquismo e incluso para la posibilidad de
vida, como lo demuestran los casos de hospitalismo y marasmo.
Margaret Mahler, siguiendo la línea de Spitz, describió el proceso de individuación- separación
poniendo el énfasis en los mecanismos y vicisitudes de los despegues que realizan el niño y su
madre, y sus consecuencias para la salud física y mental.
Es Winnicott el que resalta el papel fundamental de la madre como proveedora emocional y
sostén de la vida.
El holding y el handling, conjuntamente con las características de iniciativa del bebé, van a
determinar la constitución de tres objetos, cada uno de los cuales dará lugar a la inauguración de
un espacio: a) el espacio del Mundo Interno; b) el de la realidad compartida; c) el de la
creatividad.
Kaës también señala en relación al apuntalamiento necesario para la formación del psiquismo,
que la pérdida de éste produce graves perturbaciones a consecuencia de la falta o ruptura de
soportes. De la misma manera, cuando desaparece el espacio del apuntalamiento, provoca una
sutura del soporte y de la formación psíquica, como en los casos de vínculos psicóticos.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
La acumulación de evidencias clínicas acerca de la importancia del vínculo, promovió el
desarrollo de variados abordajes terapéuticos que centran el trabajo en el tratamiento del
conjunto.
Los desarrollos actuales de autores como Piera Aulagnier, René Kaës, Philippe Gutton, Didier
Anzieu y otros han profundizado el estudio del vínculo inicial entre madre-hijo, destacando su
papel fundamental en la organización del psiquismo.
Si bien la organización mental del bebé está inconclusa, la interrelación madre-hijo apuntala su
economía mental y somática a través del primer vínculo fusional, donde se cubre el desamparo y 
desvalimiento inicial del niño.
Un aspecto relevante de este encuentro es que ambos necesitan de él.
Este encuentro es esencialmente corporal.
Precisamente P. Aulagnier plantea el cuerpo como mediador y como apuesta relacional entre dos
psiques y entre la psique y el mundo.
La idea del Yo-Piel que propone Anzieu responde "a la necesidad de una envoltura narcisística
que asegura al aparato psíquico la certeza y la constancia de un bienestar básico".
Estos autores subrayan, entonces, el concepto de encuentro centrado en la unidad narcisística
primaria del vínculo madre-hijo, configurando las características que marcarán los vínculos en
general y la singularidad psíquica de cada sujeto.
No nos parece adecuado centrar los trastornos exclusivamente en la insuficiente libidinización
del vínculo por parte de la madre, ya que el concepto de vínculo plantea exigencias libidinales
recíprocas. Si nos referimos a las perturbaciones ocasionadas en estas primeras etapas de la
vida, seguramente detectaremos inadecuación en las demandas de ambos miembros del vínculo.
Gutton señala el aspecto vincular de la psicopatología en las así llamadas enfermedades
psicosomáticas. La presencia de una fuerte unidad madre-hijo contiene un niño que no es meta
del deseo sexual de la madre, sino un objeto valorizado socialmente. Estos niños presentan una
falla radical en las representaciones, mientras que los sistemas defensivos y adaptativos son de
tipo neurótico o normal. Esta pobreza de los instrumentos fantasmáticos los deja sin más
expresión que la somática.
Problemáticas conexas
A la luz del papel fundante que tiene el vínculo para la organización psíquica, muchos de los
trastornos en la infancia son el resultado de la particular tarea de significación que apuntala el
ejercicio de las funciones, como se observa en las perturbaciones del sueño, del aprendizaje, de
las alteraciones alimenticias, en los trastornos esfinterianos, del lenguaje, de las conductas
motoras.
Por otro lado, es necesario señalar que los profundos cambios que se vienen produciendo en el
contexto sociocultural se reflejan en las características de los cuadros clínicos actuales. 
Se pone en evidencia la importancia de considerar en la evaluación psicopatológica la mutua
implicancia de los espacios intra, inter y transubjetivos, como fuera destacado por los Dres. J.
Puget e I. Berenstein, quienes definen "...un modelo de aparato psíquico en el cual se organizan
zonas diferenciables que hemos llamado espacios psíquicos, metáfora de un tipo de
representación mental y vincular que el yo establece con su propio cuerpo, con cada uno o
varios otros y con el mundo circundante."
La cultura es productora de sentidos, y los sujetos tienen distintas formas de apropiación de
esos sentidos. Sería necesario redefinir los mecanismos psíquicos solicitados en la
metabolización de la experiencia vital, para evaluar la producción de patología a la luz de la
estimulación que propone la cultura actual.
Uno de los efectos del ritmo de aceleración de los cambios culturales en los procesos
constitutivos del aparato psíquico se ve reflejado por datos de la observación clínica en
adolescentes que desarrollan una máxima dependencia de los objetos externos, quedando éstos
ligados en una relación de superficie, obstaculizando la interiorización de los mismos.
Cuando el proceso de pensamiento no se sustenta en una actividad generadora de argumento
psíquico, que se apoya en la adjudicación de palabra, la descarga pulsional se produce en la
acción quedando desligada del afecto y de cualquier contenido representacional. Es imposible
detectar motivación o argumento psíquico en juego quedando depositado en el objeto externo la
capacidad de ser el único dador de sentidos.
La parálisis del deseo, el aburrimiento y el tedio que pueden parecer cuadros depresivos,
reflejan muchas veces un intento de aislamiento como cobertura del vacío. Es así que se
produce fácilmente una confusión de la tristeza con el aburrimiento, como también la
equiparación de la excitación con la alegría.
Retraimiento, evitación del contacto con el afuera, cansancio, aburrimiento, desasosiego,
descontrol o apatía general cubren un amplio espectro de síntomas propios de la adolescencia,
que observamos potenciados en la actualidad ya que sirven también a la defensa contra el
exceso de estímulos del exterior.
La cultura de la inmediatez promueve la excitación y la descarga a través de la acción. En estos
adolescentes se presenta un grado intenso de vulnerabilidad que lleva a cercenar funciones de
traspaso de la experiencia vincular a la construcción representacional, en aras de sostener una
adhesión fluctuante a objetos externos que se constituyen en únicos garantes y soportes de su
identidad.
En los cuadros a predominio de las impulsiones como en la anorexia, bulimia, adicciones,
descontrol y violencia, se ven plasmadas estas características. La acción en relación al propio 
cuerpo o la descarga violenta hacia el afuera, evitan el procesamiento simbólico necesario para
la emergencia de la subjetividad.
En los cuadros patológicos se observa este funcionamiento, ya no como recurso defensivo sino
como resultado de la ausencia de aquellas funciones de base que no se han desarrollado.
Es aquí donde el protagonismo del otro significativo adquiere mayor relevancia. Protagonismo
que puede ser caracterizado desde la perspectiva vincular por el grado de incumbencia del
objeto en las etapas de formación de las funciones psíquicas:
a) Ausencia del objeto
b) Pobreza del objeto significador
c) Cualidad de exceso del objeto.
Cualquiera de estas situaciones van a producir perturbaciones en el armado del aparato
psíquico, siendo una de sus principales consecuencias la dilución o fragmentación de los bordes
protectores del aparato.
El problema del origen, organización y transformación de los vínculos abre en la psicopatología
un modelo de pensamiento en el que no puede entenderse la intimidad de las formaciones del
inconsciente, independientemente de la cultura en la que tanto sujeto como sociedad se hallan
inscriptos.
Los cuadros clínicos descriptos por la nosología tradicional, entendidos a la luz de los modelos
vinculares, reflejan una perspectiva en la que las perturbaciones en la infancia y adolescencia
están teñidas por las características singulares del entramado vincular, que construye la historia
psíquica del sujeto. 

Psicosíntesis
Psicosíntesis
Psicosíntesis
Alemán: Psychosynthese. 
Francés: Psychosynthése. 
Inglés: Psychosynthesis.
fuente(134) 
Este término fue creado en 1907 por el psiquiatra suizo Dourneng Bezzola (1868-1936), e
institucionalizado en 1926 por el psiquiatra italiano Roberto Assagioli (1888-1966), en el marco
del Instituto de Cultura y Terapia Psíquica de Roma, para designar una variedad de psicoterapia
basada en una concepción integral y dinámica del ser humano, que no se basa en los tres
conceptos freudianos en torno de los cuales se realiza el psicoanálisis: el inconsciente, la
sexualidad y la transferencia. El término fue también reivindicado en 1924 por el médico sueco
Poul Bjerre. 

Psicosis
fuente(135) 
s. f. (fr. psychose; ingl. psychosis; al. Psychose). Organización de la subjetividad en la que
Freud ve una forma específica de pérdida de la realidad con regresión de la libido sobre el yo y
con, eventualmente, la constitución de un delirio como tentativa de curación; para Lacan, el
mecanismo constitutivo de la psicosis es la forclusión del Nombre-del-Padre.
No hay una definición propiamente psicoanalítica de la psicosis. Pero ha sido tarea del
psicoanálisis haberse esforzado a través de sus teorías en iluminar los mecanismos psíquicos
que conducen a la psicosis, delimitando con ello su campo en relación con el de la neurosis.
Si Freud sigue siendo el adelantado incuestionable e ineludible de los avances teóricos en
materia de psicosis, fue seguido sin embargo de maneras distintas en los desarrollos teóricos
posteriores de los otros adelantados que fueron Lacan, M. Klein y, con ella, Winnicott.
La concepción de Freud. Freud, como Kraepelin en aquella época, veía un lazo entre paranoia y
catatonía (la esquizofrenia de E. Bleuler, alumno de los dos), pero, contrariamente a este, no
aceptaba la organogénesis que se les suponía. Por lo que se esforzó, a partir de su propia teoría
de la libido, en poner en evidencia el fundamento sexual de toda psicosis, dando la clave de los
diferentes tipos de delirio [véase delirio] en un magistral análisis lingüístico.
Fue en el análisis de las Memorias de un neurópata, publicadas en 1903 por el presidente de la
Corte de Apelaciones de Saxe, el doctor en derecho P. D. Schreber, donde Freud encontró los
fundamentos de su teoría de las psicosis (1911), cuando acababa de explorar la libido infantil
(1907- 1910) y justo antes de elaborar su concepción del narcisismo (1914).
La psicosis del presidente Schreber se desencadenó al ser nombrado presidente de la Corte de
Apelaciones. Se ha mencionado de su vida el verdadero terrorismo pedagógico ejercido por su
padre, que era médico (M. Mannoni, La educación imposible, 1973). Este padre es el autor de
un tratado de educación donde se dedica un gran espacio al enderezamiento postural con el
concurso de una «gimnasia terapéutica», cuyo objetivo era erradicar lo malo en el niño y aplastar
todo lo que podía ser del orden del deseo. Tuvo un hermano que se suicidó a los treinta y ocho
años. Su vida conyugal, feliz, se vio empañada por la ausencia de hijos. Estos elementos
presentan un gran interés en la lógica de su proceso mórbido. La enfermedad de Schreber
comienza en 1893 con algunos sueños donde algunos síntomas experimentados nueve años
antes (hipocondría grave, se dijo) se repiten, y donde se impone la idea súbita e insólita de que
«sería hermoso ser una mujer en el momento del coito». Los malestares físicos son interpretados
como persecuciones ejercidas por el doctor Flechsig, el mismo que lo había tratado y curado
anteriormente, que es acusado de «asesinato del alma». El presidente Schreber permanecerá
internado en un sanatorio hasta 1902, y el juicio que le devuelve la libertad, relata Freud,
contiene el resumen de su sistema delirante en el siguiente pasaje: «Se consideraba llamado a
procurar la salvación del mundo y devolverle la felicidad perdida, pero sólo podría hacerlo tras
haberse trasformado en mujer». Schreber estimaba que tenía un papel redentor que cumplir,
convirtiéndose en la mujer de Dios y procreando un mundo schreberiano, al precio de su 
emasculación. Pues ese Dios, sustituto del doctor Flechsig, sólo estaba rodeado de cadáveres.
Freud observa que el perseguidor designado, el doctor Flechsig, había sido antes objeto de amor
de Schreber (y también de su mujer, que, en señal de reconocimiento, había conservado por
años su foto sobre el escritorio), y emite la hipótesis de un empuje [«poussée»; término
igualmente presente en la expresión de Lacan: «poussée a la femme» = empuje a (ser) mujer] de
libido homosexual como punto de partida de toda la enfermedad. Se apoya en el hecho de que
Flechsig fue para el paciente un sustituto de sus objetos de amor infantiles, a saber, el padre y el
hermano, ambos muertos ya en el momento de la explosión del delirio. «El fondo mismo del
fantasma de deseo se convierte en el contenido de la persecución», escribe Freud.
Las afirmaciones teóricas de Freud sobre la libido infantil le hacen llevar el punto débil de los
paranoicos a la fijación en el estadio del autoerotismo, del narcisismo y de la homosexualidad,
etapa obligada de toda construcción libidinal en la que el niño toma como objeto de amor a aquel
que detenta órganos genitales similares a los de él, pues se ha amado primero a sí mismo con
sus propios órganos genitales.
Freud agrega que esto mismo ocurre en la esquizofrenia: los psicóticos tienen en esencia una
libido vuelta sobre el propio cuerpo.
La libido, de un modo general, se sublima en las relaciones sociales, pero su ejercicio es
peligroso para el psicótico que, en todo otro, sea cual sea, se las tiene que ver con una
duplicación de sí mismo que desconoce. El genio de Freud fue haber hecho notar que, en los
diferentes delirios que se constituyen, todo se remitía a contradecir una única proposición: «yo,
un hombre, lo amo a él, un hombre», y que las diferentes formas clínicas de los delirios agotan
todas las maneras posibles de formular esta contradicción.
Por medio de un análisis lingüístico, Freud muestra tres maneras de contradecir la proposición:
contradicción del sujeto, del verbo o del objeto. El delirio de persecución operará una inversión
del verbo: «yo no lo amo, él me odia, lo odio porque me persigue»; el erotomaníaco rechazará el
objeto: «no es a él a quien amo, es a ella a quien amo», que se trasformará en un «es a ella a
quien amo porque ella me ama»; por último, el celoso delirante no reconocerá al sujeto y
trasformará la proposición en «no soy yo quien ama al hombre, es ella quien lo ama; no soy yo la
que ama a las mujeres, él las ama». La proposición, agrega Freud, puede también ser rechazada
en bloque: «no amo a nadie, sólo me amo a mí», y se trata entonces del delirio de grandeza.
El problema teórico a resolver para Freud es entonces el de aclarar los lazos entre proyección y
represión, puesto que, en la economía libidinal del psicótico, una percepción interna es sofocada,
y en su lugar aparece una percepción venida de¡ exterior.
Se plantea así la cuestión de un mecanismo que sería propio de la psicosis. Apoyándose en la
convicción de Schreber de la inminencia del fin del mundo, convicción que se encuentra muy a 
menudo en la paranoia, Freud estima que la represión consistiría en un retiro de los
investimientos libidinales colocados en las personas u objetos antes amados y que la producción
mórbida delirante sería una tentativa de reconstrucción de estos mismos investimientos, una
especie de tentativa de curación. Hace entonces la observación, extremadamente importante, de
que lo abolido del adentro (Verwerfung) vuelve del afuera; agrega que el desprendimiento de la
libido debe de ser el mecanismo esencial y regular de toda represión, pero deja en suspenso el
problema mismo del desprendimiento de la libido.
Después de haber elaborado su segunda tópica, Freud deslindará el campo de la psicosis en un
conflicto entre el yo y el mundo exterior, y el campo de la neurosis, en un conflicto entre el yo y
el ello (Neurosis y psicosis, 1924).
La pérdida de la realidad, consecuencia de estos conflictos, que se ve en ambos casos, sería
un dato inicial en la psicosis, en la que es mejor decir entonces que un sustituto de la realidad ha
venido en lugar de algo forcluido, mientras que, en la neurosis, la realidad es reacomodada
dentro de un registro simbólico.
Las perspectivas de Lacan. En línea directa con la empresa freudiana, Lacan retomará la
perspectiva sobre el narcisismo de 1914 y la cuestión de la Verwefung (como forclusión) para
construir su teoría del fracaso de la metáfora paterna en la base de todo proceso psicótico. El
narcisismo no es sólo la libido investida sobre el propio cuerpo, sino también una relación
imaginaria central en las relaciones interhumanas: uno se ama en el otro. Es allí donde se
constituye toda identificación erótica y donde se juega toda tensión agresiva (Lacan, Seminario
III, 1955-56, «Las psicosis»).
La constitución del sujeto humano es inherente a la relación con su propia imagen; esto es lo que
Lacan conceptualizó con el estadio del espejo, etapa en que el niño se identifica con su propia
imagen. Esta imagen es su yo [moi], con tal que un tercero la reconozca como tal. Así, por un
lado, le permite diferenciar su propia imagen de la de otro, y le evita, por otro lado, la lucha
erótica o agresiva que provoca la colusión no mediatizada de un otro con otro, donde la única
elección posible es «él o yo». En esta ambigüedad esencial en la que puede estar el sujeto, la
función del tercero, por lo tanto, es regular esta inestabilidad fundamental de todo equilibrio
imaginario con el otro. Este tercero simbólico es lo que Lacan llama el «Nombre-del-Padre», y por
ello la resolución del complejo de Edipo tiene una función normativa.
Para comprender este mecanismo, hay que referirse al juego del deseo que es inherente al
psiquismo humano, sujetado de entrada en un mundo simbólico por el hecho de que el lenguaje lo
preexiste. El juego del deseo capturado en las redes del lenguaje consistirá en la aceptación por
parte del niño (al. Bejahung) de lo simbólico, que lo apartará para siempre de los significantes
primordiales de la madre (represión originaria), operación que en el momento del Edipo hará lugar
a la metáfora paterna: en tanto sustitución de los significantes ligados al deseo de ser el falo
materno por los significantes de la ley y del orden simbólico (el Otro). Así quedará asegurada la 
perpetuación del deseo, que recaerá sobre un objeto distinto de la madre. Si hay fracaso de la
represión originaria, hay forclusión, rechazo de lo simbólico, que resurgirá entonces en lo real
-dice Lacan- en el momento en que el sujeto se vea confrontado con el deseo del Otro dentro
una relación simbólica. El Otro, de la misma manera que el otro, el semejante, será arrojado
entonces al juego especular.
Lacan indica que en todo el delirio de Schreber se observa la disolución del otro en tanto
identidad en una subjetividad especular en disolución. Es así como la homosexualidad de
Schreber no tiene nada que ver con una perversión sino que se inscribe en el proceso mismo de
la psicosis. El perseguidor, en efecto, no es sino una simple imagen de un otro con el cual la
única relación posible es la agresividad o el erotismo, sin mediación de lo simbólico. Lo que no ha
sido simbolizado en Schreber es el significante padre, la relación con la mujer en el símbolo de la
procreación, y bien podría ser que el fracaso de la metáfora paterna se debiese al hecho de que
el padre real de Schreber se había instaurado como figura de la ley del deseo y no como
representante de esa ley, bloqueando así toda sustitución significante.
En el campo de la neurosis, nunca hay pérdida de la relación simbólica. Todo síntoma es una
palabra que se articula; y la relación con la realidad no está obturada por una forclusión sino por
una renegación (al. Verneinung).
La concepción de Melanie Klein y de Donald Woods Winnicott. Muy otra es la posición de Melanie
Klein, Ella otorga un papel esencial a la madre como proveedora de objetos buenos y malos y, en
tanto tal, como generadora de todos los males y todos los bienes. En el sistema de conceptos
que forjó para el desarrollo libidinal, dentro de las diferentes etapas que llevan a la resolución del
conflicto edípico, la noción de escisión es fundamental: consiste en una oscilación perpetua
entre agresividad y angustia donde los objetos de deseo se juegan a la vez en el interior y en el
exterior del cuerpo; Lacan, admirador de sus experiencias, la denomina «tripera genial», sin
adherir a su manera de teorizar.
Para Klein, dentro del juego perpetuo de introyección de los objetos buenos y los objetos malos
en el interior del cuerpo, subtendido por la agresividad y la angustia inherentes a la libido, que
ella designa como posición esquizoparanoide, la psicosis es la huida hacia el objeto interno
bueno, y la neurosis, la huida hacia el objeto externo bueno.
Distinguiéndose ligeramente de Klein, Winnicott, aunque también adjudica un papel muy
importante a la madre, denuncia el proceso psicótico como una enfermedad de la falla del
entorno; el prematuro desinvestimiento de la madre, al no permitir la sustitución de los objetos
buenos, fija al niño en la posición esquizoparanoide, de donde la importancia del objeto
transicional en la conquista de la independencia del niño pequeño. Klein y Winnicott estuvieron
en el origen de todo el movimiento de la antipsiquiatría (R. Laing y D. Cooper) y tienen un vasto
público en los países anglosajones. La influencia de Lacan es preponderante en los países
francófonos, con una vasta penetración del otro lado del Atlántico, especialmente en América 
Latina. 
Psicosis
Psicosis
Al.: Psychose.
Fr.: psychose.
Ing.: psychosis.
It.: psicosi.
Por.: psicose. 

fuente(136) 
l.° En clínica psiquiátrica, el concepto «psicosis» se toma casi siempre en una extensión
extremadamente amplia, comprendiendo toda una serie de enfermedades mentales, tanto si son
manifiestamente organogenéticas (como la parálisis general progresiva) como si su causa última
es problemática (como la esquizofrenia).
2.° El psicoanálisis no se ocupó desde un principio de construir una clasificación que abarcara la
totalidad de las enfermedades mentales de las que trata la psiquiatría; su interés se dirigió
primero sobre las afecciones más directamente accesibles a la investigación analítica y, dentro
de este campo, más restringido que el de la psiquiatría, las principales distinciones se
establecieron entre las perversiones, las neurosis y las psicosis.
Dentro de este último grupo, el psicoanálisis ha intentado definir diversas estructuras: paranoia
(en la que incluye, de un modo bastante general, las enfermedades delirantes) y esquizofrenia,
por una parte; por otra, melancolía y manía. Fundamentalmente, es una perturbación primaria de
la relación libidinal con la realidad lo que, según la teoría psicoanalítica, constituye el denominador
común de las psicosis, siendo la mayoría de los síntomas manifiestos (especialmente la
construcción delirante) tentativas secundarias de restauración del lazo objetal.
La aparición del término «psicosis» en el siglo xix marca una evolución que condujo a erigir las
enfermedades mentales en un dominio autónomo, diferenciándolas no sólo de las enfermedades
del cerebro o de los nervios, como enfermedades del cuerpo, sino también de lo que la tradición
filosófica consideraba como «enfermedades del alma(137)»: el error y el pecado.
Durante el siglo xix, la noción de psicosis se difunde, sobre todo en la literatura psiquiátrica de
lengua alemana, para designar las enfermedades mentales en general, la locura, la alienación,
aunque ello no presuponga una teoría psicogenética de las mismas. Sólo a finales del siglo xix se
establece el par de términos opuestos neurosis-psicosis, que se excluyen entre sí, por lo menos
desde el punto de vista conceptual. En efecto, la evolución de estos dos términos se realizó en
planos diferentes: el grupo de las neurosis se fue limitando poco a poco a partir de cierto número
de afecciones consideradas como enfermedades de los nervios; ora se tratase de afecciones
que se manifestaran en un determinado órgano, pero en las cuales, por faltar lesiones, se
incriminara a un mal funcionamiento del sistema nervioso (neurosis cardíaca, neurosis digestiva,
etc.), ora porque existieran signos neurológicos sin lesión detectable y sin fiebre (corea,
epilepsia, manifestaciones neurológicas de la histeria). Esquemáticamente puede decirse que
este grupo de enfermos consultaba al médico y no era enviado al asilo y, por otra parte, el
término «neurosis» implicaba una clasificación de tipo etiológico (enfermedades funcionales de
los nervios). 
A la inversa la noción de psicosis designa entonces las afecciones que pertenecen al alienista y
se traducen por una sintomatología esencialmente psíquica, lo que en modo alguno implica que,
para los autores que utilizan este término, las psicosis no tengan su causa en el sistema
nervioso.
En Freud, desde sus primeros trabajos y en su correspondencia con W. Fliess, se encuentra
una distinción bien establecida entre psicosis y neurosis. Así, en el manuscrito H del 244-1894,
en el que propone una clasificación de conjunto de las defensas psicopatológicas, Freud
designa como psicosis la confusión alucinatoria, la paranoia y la psicosis histérica (que
diferencia de la neurosis histérica); asimismo, en los dos textos que dedica a las psiconeurosis
de defensa, parece considerar como establecida la distinción entre psicosis y neurosis y habla,
por ejemplo, de «psicosis de defensa».
De todos modos, en este período, la principal preocupación de Freud consiste en hacer resaltar
el concepto de defensa y descubrir sus diversas modalidades que intervienen en las distintas
afecciones; desde el punto de vista nosográfico, la principal distinción es la que se establece
entre psiconeurosis (de defensa) y neurosis actuales. Será mantenido por Freud ulteriormente,
pero cada vez se insistirá más en la diferenciación que conviene establecer dentro del grupo de
las psiconeurosis, lo que conduce a conferir un valor axial a la oposición neurosis-psicosis.
(Acerca de la evolución de la clasificación freudiana, véase especialmente: Neurosis; Neurosis
narcisista.)
En la actualidad existe gran unanimidad en clínica psiquiátrica, independientemente de la
diversidad de escuelas, acerca de los dominios respectivos de la psicosis y de la neurosis: a
este respecto puede consultarse, por ejemplo, la Encyc1opédie médico-chirurgicale
(Psychiatrie), dirigida por Henri Ey. Resulta evidentemente muy difícil determinar el posible papel
desempeñado por el psicoanálisis en esta fijación de las categorías nosográficas, ya que, desde
E. Bleuler y la escuela de Zurich, su historia ha estado íntimamente inmiscuida con la evolución
de las ideas psiquiátricas.
Considerado en su comprensión, el concepto de psicosis sigue estando definido en psiquiatría,
de un modo más intuitivo que sistemático, por medio de datos tomados de los más diversos
registros. En las definiciones más usuales coexisten a menudo criterios como la incapacidad de
adaptación social (problema de la hospitalización), la mayor o menor «gravedad» de los
síntomas, la perturbación de la facultad de comunicación, la falta de conciencia de enfermedad,
la pérdida de contacto con la realidad, el carácter «incomprensible» (según término de Jaspers)
de los trastornos, el determinismo orgánico o psicogenético, las alteraciones más o menos
profundas e irreversibles del yo.
En la medida en que puede sostenerse que el psicoanálisis se halla en gran parte en el origen de
la oposición neurosis-psicosis, no puede pedir a otras escuelas psiquiátricas la tarea de aportar 
una definición coherente y estructural de la psicosis. En la obra de Freud, esta preocupación, sin
que sea central, se halla, no obstante, presente y se traduce en diversos momentos por
tentativas de las que aquí solamente podemos indicar sus direcciones.
1.° En los primeros trabajos Freud intenta poner de manifiesto la intervención, basándose en el
ejemplo de ciertas psicosis, del conflicto defensivo contra la sexualidad, cuya función acaba de
descubrir en el síntoma neurótico; pero simultáneamente intenta especificar los mecanismos
originales que operan desde un principio en la relación del sujeto con el exterior: «rechazo»
(verwerfen) radical fuera de la conciencia en el caso de la confusión alucinatoria (véase:
Repudio), o incluso una proyección originaria del «reproche» al exterior (véase: Proyección).
2.° Dentro de su primera teoría del aparato psíquico y de las pulsiones, Freud, durante los años
1911-1914 (análisis del Caso Schreber; Introducción al narcisismo), vuelve a examinar el
problema desde el punto de vista de la relación entre las catexis libidinales y las catexis de las
pulsiones del yo («interés») sobre el objeto. Este enfoque explicaría, en forma matizada y
flexible, ciertas constataciones clínicas que indican que en las psicosis no debe recurrirse a la
idea de la «pérdida de realidad» de un modo total y sin discriminación.
3.° En la segunda teoría del aparato psíquico, la oposición neurosispsicosis tiene en cuenta la
posición intermedia del yo entre el ello y la realidad. Así como, en la neurosis, el yo, obedeciendo
las exigencias de la realidad (y del superyó) reprime las reivindicaciones pulsionales, en la
psicosis se produce al principio una ruptura entre el yo y la realidad, que deja al yo bajo el
dominio del ello; en un segundo tiempo, el del delirio, el yo reconstruiría una nueva realidad,
conforme a los deseos del ello. Como puede verse, al estar aquí todas las pulsiones agrupadas
en un mismo polo del conflicto defensivo (el ello), Freud se ve inducido a atribuir a la realidad
misma el papel de una verdadera fuerza autónoma, casi como el de una instancia del aparato
psíquico. Se pierde de vista la distinción entre catexis libidinal e interés, siendo este último, en la
concepción precedente, el encargado de mediatizar, dentro del aparato, una relación adaptativa
a la realidad.
4.° Este esquema simplificado, en el cual se pretende con demasiada frecuencia encerrar la
teoría freudiana de la psicosis, no fue considerado por el propio Freud como enteramente
satisfactorio. En la última etapa de su obra, volvió a ocuparse de la investigación de un
mecanismo original de rechazo de la realidad o más bien de cierta «realidad» particular, la
castración, e insistió en el concepto de renegación (véase este término). 
Psicosis
Psicosis
Alemán: Psychose. 
Francés: Psychose. 
Inglés: Psychosis.
fuente(138) 
Término introducido en 1845 por el psiquiatra austríaco Ernst von Feuchtersleben (1806-1849)
para reemplazar el de locura y definir las enfermedades del alma desde una perspectiva
psiquiátrica. Las psicosis se oponen entonces a las neurosis, consideradas enfermedades 
nerviosas pertenecientes al ámbito de la medicina, la neurología y después la psicoterapia. Por
extensión, el término psicosis designó primero el conjunto de las enfermedades llamadas
mentales, en sentido propio, fueran ellas orgánicas (como la parálisis general) o más
específicamente mentales, para restringirse más tarde a las tres grandes formas modernas de la
locura: la esquizofrenia, la paranoia y la psicosis maníaco-depresiva. La palabra apareció en
Francia en 1869.
Retomado por Sigmund Freud como concepto técnico en 1894, el término fue primero empleado
para designar la reconstrucción inconsciente por el sujeto de una realidad delirante o
alucinatoria. Más tarde fue incorporado a una estructura tripartita, en la cual se diferencia por
una parte de la neurosis, y por la otra de la perversión.
El concepto de neurosis es parte integrante del vocabulario del psicoanálisis, pero el de psicosis
aparece de entrada como una pieza agregada, proveniente del saber psiquiátrico y propio de
una medicina asilar basada en una concepción del sujeto organizada alrededor de la idea de
alienación y pérdida de la razón.
Nacido de una escucha "privada" del sufrimiento humano, creada por un hombre que no era
psiquiatra y al que no le gustaban los psicóticos (como él mismo se lo dijo a Istvan Hollos) ni la
locura carcelaria, el psicoanálisis se desarrolló en el terreno de una medicina de consultorio,
donde el diálogo secreto entre el terapeuta y el enfermo primaba sobre la preocupación
nosográfica. En este sentido, la neurosis histérica de las mujeres de la burguesía vienesa
atendidas por Freud y Josef Breuer no se parecía en nada a la locura histérica, tan cercana a la
psicosis, puesta en escena por Jean Martin Charcot en la Salpêtrière. No obstante, desde el
punto de vista doctrinario, las dos formas de enfermedad nerviosa fueron clasificadas como
neurosis.
Freud dedicaba toda su atención a la neurosis, considerada curable, en detrimento de la
psicosis, que estimaba casi siempre incurable. Las tres grandes curas realmente realizadas por
él fueron publicadas como casos de neurosis -la neurosis histérica de Dora (Ida Bauer), la
neurosis obsesiva del Hombre de las Ratas (Ernst Lanzer), la neurosis infantil del Hombre de los
Lobos (Serguei Constantinovich Pankejeff)-, mientras que el único estudio que escribió sobre un
caso de psicosis fue el comentario de un libro, las Memorias de un neurópata, del que era autor
un hombre afectado de paranoia, Daniel Paul Schreber.
Desde el primer momento Freud supo que su doctrina del inconsciente iba a conquistar lo que él
denominaba "la tierra prometida de la psiquiatría, al aportar una nueva mirada sobre la locura y la
organización de las enfermedades mentales. Y fueron sus discípulos psiquiatras (en primer
lugar Karl Abraham en Berlín, y Carl Gustav Jung en Zurich) quienes se ocuparon de ese
dominio, en una época en la que la nosografía elaborada por Emil Kraepelin regía aún el discurso
psiquiátrico de lengua alemana. Más tarde, sus herederos norteamericanos, ingleses, franceses
y japoneses, desde Melanie Klein hasta Jacques Lacan, pasando por Paul Federn y Heisaku 
Kosawa, tomaron el relevo de una escucha psicoanalítica de la locura, después de haberse
formado en el marco de la corriente berlinesa, o bajo los auspicios de la Clínica del Burghölzli
dirigida por la familia Bleuler, o bien según los principios de la fenomenología psiquiátrica
derivada de los trabajos de Karl Jaspers (1883-1969) o Ludwig Binswanger.
Es en la correspondencia de Freud con Jung donde se capta mejor la manera en que se elaboró
la doctrina freudiana de la psicosis entre 1909 y 1911. Contra Eugen Bleuler, Freud escogió la
terminología de Kraepelin, adoptando la idea de una disociación de la conciencia (que él llamaría
clivaje del yo), pero privilegiando el concepto de paranoia, contra la noción de esquizofrenia. En
consecuencia, hizo de la paranoia una especie de modelo estructural de la psicosis en general,
así como convirtió la histeria en el prototipo de la neurosis en el sentido psicoanalítico. En 1911,
en el momento en que Bleuler publicaba su gran obra Dementia praecox, Freud hizo editar sus
"Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia". Ahora bien, este estudio
proporciona una teoría casi completa del mecanismo del conocimiento paranoico, que le sirve
para definir la psicosis como un trastorno entre el yo y el mundo externo. Más tarde, en el marco
de su segunda tópica, y después de haber elaborado una nueva teoría del narcisismo, Freud
inscribió la psicosis en una estructura tripartita, oponiéndola por un lado a la neurosis y por el
otro a la perversión. La definió entonces como la reconstrucción de una realidad alucinatoria en
la cual el sujeto está vuelto exclusivamente hacia sí mismo, en una situación sexual autoerótica:
literalmente, toma su propio cuerpo (o una parte de él) como objeto de amor (sin alteridad
posible). Al lado de la psicosis, la neurosis aparecía como el resultado de un conflicto
intrapsíquico, mientras que la perversión se presentaba como una renegación de la castración.
De modo que, de la herencia de Kraepelin, Freud conserva la noción de paranoia, que es para él
la componente principal de toda psicosis. Más tarde, después de haber rechazado la definición
bleuleriana de la esquizofrenia, la aceptó con una restricción que lo llevaba a ubicar sus
síntomas en el marco de la histeria. De hecho, al exponer una nueva representación de la
psicosis, Freud renunció a cualquier ambición nosográfica. De allí la paradoja de que diferenciara
cuidadosamente la psicosis de las otras dos entidades (perversión, neurosis), pero suprimiendo
al mismo tiempo el foso trazado por la psiquiatría entre la norma y la patología. Sandor Ferenczi
caracterizó de manera notable la eliminación de esa frontera en un texto de 1926 dedicado al
aporte del psicoanálisis al movimiento de la higiene mental: "Fue el análisis de la actividad
psíquica en el sueño el que hizo desaparecer por completo el foso entre enfermedad mental y
salud mental, hasta entonces considerado insuperable. El hombre más normal se vuelve
psicótico durante la noche: tiene alucinaciones, su personalidad, tanto en el plano lógico como en
los planos ético y estético, sufre una transformación fundamental, y adquiere en general un
carácter más primitivo."
Durante cincuenta años los herederos de Freud se aplicaron a revisar el conjunto de su
doctrina, insistiendo como Lacan en el lugar de la paternidad en la génesis de la psicosis, o bien,
al contrario, como Melanie Klein, situando el origen de la psicosis en una relación arcaica con la
madre. 
A partir de la década de 1960 la reflexión sobre la naturaleza de la locura prevaleció sobre el
enfoque de la enfermedad mental en términos de psicosis. Lo atestiguan sobre todo los trabajos
de Michel Foucault (1926-1984), Henri F. Ellenberger, Georges Devereux y diversos
representantes del movimiento culturalista y antipsiquiátrico. 

Psicosis alucinatoria
fuente(139) 
En un artículo de 1881, Meynert había propuesto llamar «confusión alucinatoria aguda» a una
forma esencialmente alucinatoria de la «locura primaria» descrita en 1876 por Westphal. En 1890
aparecieron las Lecciones clínicas del mismo Meynert, que incluían su exposición sobre la
amentia o confusión, de la cual la especie alucinatoria descrita antes se convertía en una de las
formas más corrientes, pero no la única. El autor oponía la amentia a la dementia. La confusión
era presentada como un proceso deficitario, en el que faltaba la asociación sensata y
coordinada. El cuadro complejo de Meynert ponía en primer plano la ilusión: «la confusión no
necesariamente se acompaña de alucinaciones. Por el contrario, la ilusión está en una relación
mucho más estrecha con el trastorno asociativo puro de la confusión». La primera observación
presentada en la larga monografía sobre la amentia registra manifestaciones de angustia, de
pavor extremo, de rabia autodestructora (la joven de que se trata temblaba de cuerpo entero,
lanzaba grandes gritos, se arrancaba los cabellos -que le habían dicho que eran diablos-, se
cubría de equimosis por arrojarse contra las paredes, se embadurnaba con excrementos y
trataba de comerlos, etc.). Muchos otros rasgos enriquecen el síndrome, que sorprende por la
ininteligibilidad, la furia, la agitación maníaca, los delirios de envenenamiento, de persecución, de
traición. La imagen de un hombre, «sentado en el suelo, con la cara excesivamente amenazante
y tensa, la mirada temible, que por miedo trataba de volverse espantoso», es quizá la que mejor
ilustra el personaje, esbozado por Meynert, del confuso alucinado que se esfuerza por rechazar
lejos de sí a los perseguidores que lo acosan.
En 1894, Freud toma el concepto de amentia para convertirlo en algo totalmente distinto. En el
único ejemplo clínico que da entonces de la confusión alucinatoria (que también llama y llamará
en adelante «psicosis alucinatoria») el autor del ensayo sobre las «neuropsicosis de defensa»
narra la profunda decepción de una joven enamorada que había esperado en vano, durante una
fiesta familiar, al objeto de su pasión. Al revelarse insuficiente la defensa histérica, «ella entró en
una confusión alucinatoria. El hombre llegó, ella oyó su voz en el jardín, corrió en camisa de
dormir para recibirlo. A partir de ese día, vivió durante dos meses en un sueño feliz». Aunque
Freud sólo dispone entonces de un «muy pequeño número de análisis de psicosis de este tipo»,
estima que debe tratarse de una enfermedad mental muy frecuente. Poco estudiada por sí
misma, la confusión es separada por Freud del cuadro sombrío y complejo bosquejado por
Meynert, y reducida a «una especie mucho más enérgica y eficaz de defensa» que las
empleadas en las neurosis. Allí donde no ha triunfado el «olvido» de la representación
inconciliable, se debe admitir que ésta es rechazada al mismo tiempo que su afecto. Pero
estando esta representación indisolublemente ligada a un fragmento de realidad, el yo se separa,
en todo o en parte, de la realidad, a la cual sustituye por un «sueño feliz». 
Esta idea de una locura cuerda que apunta a restablecer de modo oniroide aquello cuya pérdida
irreparable ha sido infligida por la realidad a un ser amante, no se encuentra en absoluto en
Meynert. En cambio había sido claramente formulada en 1845 por Griesinger, que sin embargo no
empleaba la expresión «psicosis alucinatoria». Ahora bien, en sus «Formulaciones sobre los dos
principios del acaecer psíquico», Freud escribió que «el neurótico se extraña de la realidad
efectiva porque la encuentra intolerable en todo o en parte. El tipo más extremo de esta manera
de apartarse de la realidad nos es propuesto por ciertos casos de psicosis alucinatoria, en los
cuales debe ser recusado [dénié] el acontecimiento que provocó la locura (Griesinger)». La
mención de este autor (que trazó un paralelo entre el sueño y la locura, ambos reparadores de
los daños infligidos por la realidad) revela claramente el sentido de la referencia freudiana a la
amentia. Ésta pierde su significación clínica original, para servir de argumento nosológico a una
presentación de los diversos grados del extrañamiento de la realidad. Desde el ensayo sobre el
presidente Schreber (que sigue inmediatamente a las «Formulaciones» de 1911), la expresión
«amentia de Meynert» es empleada para designar las formas de psicosis alucinatorias en las
que el paciente se desinteresa integralmente del mundo exterior (por contraste con la paranoia,
en la que ese mundo es percibido y escrutado). La misma expresión aparece en el
«Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños», donde la formación de la fantasía
de anhelo y su regresión a la alucinación son consideradas las partes esenciales del trabajo del
sueño, que se vuelven a encontrar en «la confusión alucinatoria aguda o amentia (de Meynert) y
en la fase alucinatoria de la esquizofrenia. El delirio alucinatorio de la amentia -añade Freud- es
una fantasía de anhelo nítidamente reconocible, a menudo tan completamente ordenada como un
hermoso sueño diurno. De una manera totalmente general, se podría hablar de una psicosis de
anhelo alucinatoria, y reconocerla por igual en el sueño y en la amentia».
De este modo, el infierno de la confusión descrito por Meynert se ha convertido, según el
ejemplo simplísimo de 1899, en un «bello ensueño diurno»... El interés de la creación de este mito
nosológico consiste en que representa un caso extremo de retiro por el yo [Je] de las
investiduras del sistema de percepciones (sistema Cs), con lo cual se hace a un lado la prueba
de realidad. La amentia sería la única afección capaz de producir en el estado de vigilia ese
«espectáculo interesante de una desunión entre el yo y uno de sus órganos, el que quizá le
servía más fielmente y estaba más íntimamente ligado con él». Este caso económico tipo, en el
que -contrariamente a lo que ocurre en el sueño- se mantienen las investiduras de los otros
sistemas (preconsciente e inconsciente), permite completar la configuración distributiva del retiro
de investiduras que caracteriza la tópica de la represión. En efecto, «en el sueño -concluye
Freud-, el retiro de la investidura (libido, interés) afecta a todos los sistemas en igual medida; en
las neurosis de transferencia, lo retirado es la investidura del sistema Pcs; en la esquizofrenia,
se retira la investidura del sistema les, y en la amentia, es retraída la investidura del sistema Cs».
Al disociar la forma de la amentia respecto del contenido clínico que Meynert le había asignado,
Freud vierte en ella la «locura del sueño» tal como se la concebía mucho antes del
descubrimiento de la confusión alucinatoria. La notable constancia de la referencia freudiana a
esta forma mítica se explica por la función paradigmática que se le asignó, tanto con respecto a 
la realización onírica del Wunsch, como con relación a otros procesos psicóticos. Se la
encuentra aún en «Neurosis y psicosis» ( 1924), donde la amentia aparece de entrada en el
primer plano, como «la forma de psicosis más extrema y más impresionante», reducida de hecho
a la creación autocrática de un «nuevo mundo, exterior e interior a la vez», erigido siguiendo los
deseos del ello, por el único motivo de que «la realidad se rehusó al deseo de una manera grave,
que pareció intolerable». Treinta años después de «Las neuropsicosis de defensa», la amentia
no ha perdido nada de su bella simplicidad ni de su posición ilustrativa artificial pero privilegiada.
Sólo en el Esquema del psicoanálisis la simplicidad se encuentra un tanto erosionada, desde el
momento en que la escisión del yo [jel se generaliza, «incluso en estados también alejados de la
realidad del mundo exterior». 

Psicosis maníaco - depresiva
Psicosis maníaco - depresiva
Psicosis maníaco - depresiva
Alemán: Manisch-depressive Psychose. 
Francés: Psychose maniaco-dépressive. 
Inglés: Manic-depressive psychosis.
fuente(140) 
Término creado por el saber psiquiátrico de principios del siglo XX, a partir de los vocablos
psicosis, manía y depresión, para designar la tercera gran forma moderna de la psicosis en
general (las otras dos son la paranoia y la esquizofrenia). Se caracteriza por las irregularidades
del estado de ánimo, que se presentan como una alternancia entre la agitación maníaca (o
exaltación) y los estados melancólicos (tristeza y depresión).
El médico inglés Thomas Willis (1621-1675) fue el primero en vincular dos formas de locura ya
descritas en la Antigüedad (la manía y la melancolía) para definir un ciclo maníaco-depresivo, lo
que más tarde permitió reunir en una misma enfermedad mental la manía y la melancolía. En 1852
el alienista francés Jean-Pierre Falret (1794-1870) le dio el nombre de locura circular a esta
identidad única y, en 1899, Emil Kraepelin designó como locura maníaca depresiva a esa locura
circular que, en el marco de una nosografía general de la psicosis, se convertiría en la psicosis
maníaco-depresiva.
La génesis de la noción de psicosis maníaco-depresiva en la nosografía psiquiátrica y en la
clínica psicoanalítica, desde Sigmund Freud hasta Melanie Klein, pasando por Ludwig
Binswanger, está relacionada con la historia general de la melancolía. 

Psicosis maníaco-depresiva
Psicosis maníaco-depresiva
Psicosis maníaco-depresiva
fuente(141) 
(fr. psychose maniaco-dépressive; ingl. manic-depressive psychosis; al. manisch-depressive
Psychose). Psicosis que se manifiesta por accesos de manía o por accesos de melancolía, o por
unos y otros, con o sin intervalos de aparente normalidad.
Bajo la apariencia de un trastorno biológico de la regulación del humor, modelo de la enfermedad
endógena e incluso hereditaria, esta psicosis corresponde a una disociación de la economía del
deseo de la del goce. Totalmente confundido con su ideal en la manía, puro deseo, el sujeto se 
reduce totalmente al objeto en la melancolía, puro goce.
La melancolía. Recordemos solamente aquí un rasgo clínico que distingue la culpa del
melancólico (véase melancolía) de la de otros estados depresivos, cualquiera sea su gravedad:
la acusación dirigida contra sí mismo toma aquí el carácter de una comprobación, antes que de
una queja, comprobación que no lo divide (no hay duda ni dialéctica posible); que no recae
nunca sobre la imagen de sí mismo (Lacan, Seminario VIII, 1960-61, «La trasferencia»). Se trata
de un odio que se dirige al ser mismo del sujeto, desprovisto de toda posesión, hasta la de su
propio cuerpo (síndrome de Cotard) y denunciado como la causa misma de esta ruina, sin la
modestia que implicaría tal indignidad.
La manía clínica. El síntoma patognomónico de la crisis maníaca es la fuga de ideas. La expresión
verbal o escrita está acelerada, es incluso brillante, pero parece haber perdido toda resistencia
y toda orientación, como si el pensamiento sólo estuviese organizado por puras asociaciones o
conexiones literales (juegos de palabras, dislates). Otro síntoma notable es la extrema capacidad
del maníaco para distraerse, su respuesta inmediata a toda solicitación, como si su
funcionamiento mental hubiera perdido todo carácter privado. En contraste con la riqueza de los
pensamientos, las acciones son inadecuadas y estériles: gastos ruinosos, empresas
excesivamente audaces que ponen de manifiesto la pérdida del sentimiento de lo imposible.
Existe una tendencia a hacer participar a los semejantes en esta fiesta apremiante con abolición
del sentimiento de la alteridad así como de la diferencia de los sexos. La fisiología se ve
modificada: ausencia de fatiga a pesar de la falta de sueño, agitación, etc. El humor,
incontestablemente exaltado, no es por fuerza bueno y se muestra precario, siendo todo estado
maníaco potencialmente un estado mixto (maníaco y melancólico).
La manía: estudio psicoanalítico. La manía sólo fue abordada al comienzo por el psicoanálisis (K.
Abraham, 1911; Freud, 1915) secundariamente y en su relación con la melancolía: ambas
dependerían de «un mismo complejo, al que el yo ha sucumbido en la melancolía, mientras que en
la manía lo ha dominado o apartado» (Freud, Duelo y melancolía, 1915). En Psicología de las
masas y análisis del yo (1921), Freud afirma: «No es dudoso que en el maníaco yo e ideal del yo
hayan confluido». Por último, en El yo y el ello (1923), Freud incidentalmente pudo considerar la
manía como una defensa contra la melancolía. Esta noción de defensa maníaca fue retomada y
extendida a otros campos por M. Klein (Contribuciones al estudio de la psicogénesis de los
estados maníaco-depresívos, 1934) y Winnicott (La defensa maníaca, 1935), especialmente. Sin
embargo es objetable, en la manía, por el dominio que supone en el sujeto de los mecanismos de
su psicosis.
Para comprender el humor maníaco, conviene recordar las condiciones del humor normal (muy
influido, por lo demás, por las convenciones sociales). En ausencia de inscripción en el
inconciente de una relación entre los sexos, no existe, para suplirla y guiar el deseo sexual, más
que una relación con los objetos de la pulsión que la castración va a hacer funcionar como
causas del deseo. Estos objetos funcionan desde entonces como faltantes a la imagen del 
cuerpo. El hecho de deber así el deseo a la castración da a cada uno un humor más bien
depresivo. Además, que el sujeto sólo asuma esta castración en nombre del padre muerto,
alimenta su culpabilidad tanto por faltar al ideal que este encarnaba como por pretender
realizarlo. A través de la fiesta, con todo, se ofrece la ocasión de celebrar colectivamente cierta
realización imaginaria del ideal en un ambiente de consumación, e incluso de trasgresión, que
recuerda a la manía pero que permanece cargado de sentido (se trata de conmemorar) y
reconoce un límite (la fiesta tiene un término). A la inversa, el maníaco triunfaría totalmente sobre
la castración: él ignora las coerciones de lo imaginario (el sentido) y de lo real (lo imposible).
Alcanzaría así dentro del orden simbólico una relación al fin lograda con el Otro, a través de una
consumación desenfrenada hecha posible por la riqueza inagotable de su nueva realidad. En
esta «gran comilona» [«bouffe»: también bufonada], aparece sin embargo más «devorado» por
el orden simbólico desencadenado en él que entregado a las satisfacciones de un festín. Por
otra parte, esta «devoración» no significa fijación o regresión al estadio oral. Se trata aquí de un
levantamiento general del mecanismo de inercia que lastra el funcionamiento normal de las
pulsiones (la castración). Los orificios del cuerpo pierden entonces su especificidad (M.
Czermak, Oralité et manie, 1989) para venir a presentificar indiferenciadamente la «gran boca»
del Otro, la deficiencia estructural de lo simbólico, desenmascarada por el desanudamiento de lo
real y de lo imaginario
Especificidad de la psicosis maníaco - depresiva. ¿Cómo situar la psicosis maníaco-depresiva?
Freud propone para ella, en 1924 (Neurosis y psicosis), un marco particular, el de las neurosis
narcisistas, donde el conflicto patógeno surge entre el yo y el superyó, mientras que en la
neurosis se sitúa entre el yo y el ello, y en la psicosis, entre el yo y el mundo exterior. El mismo
año, en su Esquema de una historia del desarrollo de la libido, K. Abraham se dedica a
distinguirla de la neurosis obsesiva. Mientras que el obsesivo lucharía constantemente contra el
asesinato edípico no cumplido, «en la melancolía y la manía, el crimen es perpetrado a intervalos
en el plano psíquico, del mismo modo como es realizado ritualmente en el curso de las fiestas
totémicas de los primitivos». En esta perspectiva, propia de la evolución del sujeto, M. Klein
insiste en el acceso del melancólico a una relación con un objeto completo (que correspondería
al yo [moi] lacaniano), cuya pérdida podría ser sentida como una pérdida total.
Para Ch. Melman (Seminario, 1986-87), la existencia posible de dos cuadros clínicos así
contrastados traduce «una disociación específica de la economía del deseo de la del goce». Cita
el ejemplo de aquellos que, a consecuencia de la inmigración y del cambio de lengua de sus
padres, tienen un inconciente «formado» en una lengua que, para los padres, era extranjera. En
esta lengua de adopción, el deseo no está ligado a una interdicción simbólica, inscrita en el
inconciente, sino solamente a una distancia imaginaria del sujeto, tanto de su ideal como de su
objeto, susceptible por lo tanto de ser abolida para cometer el «crimen». Este caso ejemplar
muestra cómo podría aparecer una psicosis maníaco-depresiva aun cuando los padres tuviesen
entre ellos una relación correcta con la ley simbólica. Lo que daría cuenta de la conservación en
esta psicosis de cierta relación con el Nombre-del-Padre, como lo manifiesta la ausencia
generalmente comprobada en ella de alucinaciones, de construcciones delirantes o de 
trastornos específicamente psicóticos del lenguaje. 

Psicosomática (medicina)
Psicosomática (medicina)
Psicosomática
(medicina)
Alemán: Psychosomatische (Medizin). 
Francés: Psichosomatique (Médecine). 
Inglés: Psychosomatic (Medecine).
fuente(142) 
Nacida con Hipócrates, la medicina psicosomática aborda a la vez el cuerpo y el espíritu y, más
específicamente, la relación entre soma y psique. Describe por lo tanto la manera en que las
enfermedades orgánicas son provocadas por conflictos psíquicos en general inconscientes.
Dentro de la historia del psicoanálisis, varias corrientes de medicina psicosomática se
desarrollaron en el mundo, primero con Georg Groddeck, su principal inspirador, y después
alrededor de Franz Alexander (Escuela de Chicago) en los Estados Unidos, Alexander
Mitscherlich en Alemania y Pierre Marty (1918-1993) y Michel de M'Uzan en Francia (Escuela de
París).
Mientras que la psiquiatría (dominio de las enfermedades mentales) ha servido de trampolín para
la implantación de las teorías psicoanalíticas sobre las psicosis, fue a menudo a través de la
medicina llamada psicosomática como la clínica freudiana se introdujo en la medicina (general o
especializada), y en particular en los grandes servicios hospitalarios (hematología, urología,
oncología general, unidades especializadas en sida, etcétera), donde el enfoque psicoanalítico
es indispensable para el tratamiento de los problemas psíquicos (específicos o no) de los sujetos
(niños o adultos) afectados de enfermedades orgánicas crónicas o agudas. 

Psicosomático
Psicosomático
Psicosomático
fuente(143) 
ca adj. y s. f. (fr. psychosomatique, ingl. psychosomatic; al. psychosomatisch). Se dice de
fenómenos patológicos orgánicos o funcionales cuando su desencadenamiento y evolución son
comprendidos como la respuesta del cuerpo viviente a una situación simbólica crítica pero que
no sido tratada como tal por el inconciente del sujeto, lo que los distingue de los síntomas de
conversión histéricos, que son, por su parte, formaciones del inconciente.
Para los psicoanalistas, la psicosomática consiste en tomar en cuenta en el determinismo de las
enfermedades la situación del sujeto con respecto al goce y al deseo inconcientes. Lo que la
medicina, en tanto saber científico, no puede en efecto captar, no es el psiquismo, sino el cuerpo
en tanto goza. Existe un corte, irreductible para la ciencia, que pasa por el cuerpo: entre el
cuerpo de los conocimientos médicos y el cuerpo del inconciente, un saber sobre el goce que
sólo cuenta para el sujeto.
La palabra «psicosomática», ausente en Freud y Groddeck, aparece en los Estados Unidos
hacia 1930, con Alexander y Dumbar. Alexander se refiere a un esquema energético. Las
neurosis «ordinarias» implican una estasis de la energía en el aparato psíquico. Pero esta
energía puede también estancarse en un órgano o un aparato específicamente investido por la 
vida psíquica, creando así una neurosis de órgano y, en ciertos casos, lesiones orgánicas.
Dumbar relaciona ciertas enfermedades con ciertos tipos de personalidad. Cree, por otra parte,
que la exclusión del conflicto fuera de la conciencia produce una especie de cortocircuito a
través de mecanismos subcorticales. Esta noción de exclusión del conflicto ha sido retomada
por la Escuela Psicosomática de París, que sitúa el proceso de somatización ya en el nivel de
una deficiencia del funcionamiento mental. Marquemos aquí la diferencia que nos separa de esta
escuela, que inauguró la investigación psicosomática en Francia, pues tiene consecuencias
sobre la actitud del psicoanalista. Esta escuela mantiene la metáfora energética,
indiscutiblemente freudiana, como fundamento de la teoría psicosomática. De lo que se sigue
que, para ella, el peligro provendría de un real constituido por el «cuerpo de los comportamientos
arcaicos y automáticos que podrían actualizarse en cualquier momento por efecto de un exceso
de estimulación o de un desfallecimiento del funcionamiento mental» (C. Dejours). Con Lacan,
más bien se hace evidente que el efecto psicosomático proviene de la notable aptitud del cuerpo
al condicionamiento, o sea, a someterse al imperativo de signos, que en la experiencia
pav1oviana son de hecho significantes del experimentador. El peligro viene del Otro.
En el hombre, a causa de la gran prematurez de su nacimiento, su cuerpo empalma inicialmente
con esa máquina extracorporal (J. Bergés) que es la madre. En consecuencia, la satisfacción de
las necesidades vitales se ve sometida a su omnipotencia. Ahora bien, lo que regula su capricho
o su deseo, su saber inconciente, está estructurado como un lenguaje.
Nuestro cuerpo, privado de instinto, es invadido así progresivamente por otro cuerpo, el de la
lengua materna, que va a hacer de él un cuerpo humano. La regulación de su fisiología
dependerá de la posición del sujeto con respecto a la constelación significante que le dicta las
condiciones de su existencia, y especialmente del significante fálico, cuyo privilegio es significar
la relación de su cuerpo viviente con el deseo del Otro.
Si se examinan las circunstancias de desencadenamiento de los fenómenos psicosomáticos, por
ejemplo de las crisis de rectocolitis hemorrágica, se comprueba que son acontecimientos
bastante diversos: separación, duelo, examen, compromiso, cruce de fronteras, etc., pero que
tienen como punto en común la imposición de una pérdida, la instauración de un límite; dicho de
otro modo, ponen en juego la significación fálica (V. Nusinovici). Muy a menudo, la respuesta
somática a este acontecimiento castratorio no ha sido precedida por una angustia, señal que se
desencadena en presencia del deseo inconciente, ni por una vacilación, sino solamente a veces
por un pensamiento obsesivo, sin límite, sin corte. Esta ausencia de angustia es tanto más
significativa cuanto que el mismo sujeto puede experimentarla en otras circunstancias.
Por otra parte, a partir de 1963, Marty y M’Uzan describen en numerosos pacientes
psicosomáticos un modo de pensamiento particular, calificado de «pensamiento operatorio»,
cuyos rasgos principales son los siguientes: este pensamiento no tiende a significar la acción
sino a duplicarla, tiene los rasgos del superyó, supone que el otro es considerado como idéntico,
presenta fenómenos de seudo desplazamientos que no son metáforas concientes ni lapsus, 
parece saltar o soslayar toda la actividad fantasmática, el sujeto está presente pero es vacío,
etcétera.
Esta descripción traduce una especie de toma de distancia del orden fálico, que implica límite,
disimetría, equívoco, sobrentendido (pues toda significación puede ser remitida a una
significación sexual), y el predominio, en estos pacientes, de un modo de identificación
imaginaria cuasi transitivista, en detrimento de la identificación simbólica: con un rasgo que sólo
vale por su diferencia.
Su búsqueda de una garantía de la verdad no se hará por medio del recurso a la fe en un padre
simbólico, y estos pacientes manifiestan una reticencia notoria hacia la trasferencia. Se
preocupan más bien por encontrar esta garantía en el mantenimiento de un lugar imaginario
totalitario con el cuerpo de alguien cercano (padre, madre, cónyuge) y se muestran ávidos de
una relación de amor con el terapeuta situado como un semejante. Todo ocurre como si ellos
actuasen en función de un fantasma de una lengua materna (Ch. Melman), es decir, con la idea
de que toda desgracia provendría de la introducción de un extraño corruptor, el significante amo
(es decir, fálico), en una lengua que de otro modo sería perfecta, purificada de todo equívoco,
que aseguraría la satisfacción total de las demandas y daría acceso a un goce sin límite,
Precisamente cuando las circunstancias vienen a denunciar la falsedad de este fantasma, se
desencadena la enfermedad. No perder nada es condenarse a no existir: un significante amo S,
sólo representa a un sujeto para otro significante S2 (el saber del Otro) al precio de una pérdida,
la del objeto a, fragmento de goce perdido en la puesta en palabras de la demanda. Este objeto
fija la separación entre los dos significantes y produce el equívoco fálico. Por no consentir
ninguna pérdida, se produce el mecanismo llamado por Lacan «holofrase». En la holofrase, el
sujeto ya no aparece más como equívoco sino que deviene inseparable de una especie de
monolito S1-S2, La inscripción de ese bloque, de ese uno totalizante, sobrepasa las posibilidades
de lo simbólico. Este corte se inscribe fuera del cuerpo simbólico (a diferencia del síntoma
histérico), entre cuerpo imaginario y cuerpo real, en lenguaje binario: una crisis o una ausencia
de crisis mórbida. La lesión del órgano o de la función conserva sin embargo una dimensión
imaginaría en su forma o su proceder que autoriza a veces una tentativa de desciframiento (del
modo en que una letra sacada del texto vuelve a encontrar su forma). Notemos sin embargo que
los efectos benéficos de la cura se deben en primer lugar a la reconstitución del lazo protector,
y luego al enfrentamiento progresivo del sujeto con el muro del lenguaje, a través del cual es
llevado a tomar en cuenta la dimensión de lo imposible. 

Psicoterapia
Al.: Psychotherapie.
Fr.: psychothérapie.
Ing.: psychotherapy.
It.: psicoterapia.
Por.: psicoterapia.
fuente(144) 
A) En sentido amplio, todo método de tratamiento de los desórdenes psíquicos o corporales que
utilice medios psicológicos y, de manera más precisa, la relación del terapeuta con el enfermo:
hipnosis, sugestión, reeducación psicológica, persuasión, etc.; en este sentido, el psicoanálisis
es una forma de psicoterapia.
B) En sentido más estricto, a menudo se opone el psicoanálisis a las diversas formas de
psicoterapia, por diversas razones, especialmente: la función primordial que en él desempeña la
Interpretación del conflicto inconsciente y el análisis de la transferencia, que tiende a su
resolución.
C) Con el nombre de «psicoterapia analítica» se designa una forma de psicoterapia basada en
los principios teóricos y técnicos del psicoanálisis, aunque sin realizar las condiciones de una
cura psicoanalítica rigurosa. 
Psicoterapia
Psicoterapia
Alemán: Psychotherapie. 
Francés: Psychothérapie. 
Inglés: Psychotherapy.
fuente(145) 
Método de tratamiento psicológico de las enfermedades psíquicas que utiliza como medio
terapéutico la relación entre el médico y el enfermo, bajo la forma de un rapport o una
transferencia. El hipnotismo, la sugestión, la catarsis, el psicoanálisis y todos los métodos
terapéuticos propios de la historia de la psiquiatría dinámica quedan incluidos en la noción de
psicoterapia.
La palabra psicoterapia como tal se generalizó en el vocabulario clínico a partir de 1891, cuando
Hippolyte Bernheim publicó Hypnotisme, suggestion, psychothérapie.
Históricamente, la psicoterapia deriva a la vez del antiguo "tratamiento moral" puesto a punto por
el alienista francés Philippe Pinel (1745-1826), y de la cura magnética creada por Franz Anton
Mesmer. En el primer caso, el médico apelaba a "un resto de razón" del enfermo, gracias al cual
una conciencia alienada podía sustraerse a la locura, y en el segundo atribuía el trastorno
psíquico a la existencia de un "fluido" (o magnetismo animal).
En 1784, el marqués Armand de Puységur (1751-1825) demostró por primera vez la naturaleza
psicológica, y no fluídica, de la relación terapéutica, reemplazando la cura magnética por un
estado de "sueño despierto" o sonambulismo, que el médico escocés James Braid (1795-1860)
denominaría hipnosis en 1843. Más tarde Berriheim reemplazó el hipnotismo (como método de
inducción de hipnosis) por la sugestión, abriendo así el camino a la idea de una terapia basada
en una pura relación psicológica.
Al abandonar la hipnosis, la sugestión y la catarsis, y después al llamar transferencia a la
relación entre el médico y el enfermo, Sigmund Freud elaboró con el psicoanálisis el único
método moderno de psicoterapia fundado en una exploración del inconsciente y la sexualidad
(libido), considerados los dos grandes universales de la subjetividad humana. En el plano clínico,
el psicoanálisis es también el único que reivindica la transferencia como parte integrante de esa 
universalidad, y que propone su análisis en el interior mismo de la cura, como prototipo de
cualquier relación de poder entre terapeuta y paciente, y por lo tanto entre maestro y discípulo.
En este sentido el psicoanálisis es el heredero de la tradición filosófica socrática y platónica.
Desde esta perspectiva, la psicoterapia analítica (o psicoanalítica) es una psicoterapia que se
basa en los principios teóricos de la cura freudiana, sin adoptar todas las condiciones de la
técnica psicoanalítica clásica.
Desde su nacimiento, el psicoanálisis se encontró en conflicto, en todos los países del mundo,
con las otras formas de psicoterapia, sea porque se fue amalgamando con ellas al punto de
desaparecer en su especificidad, sea porque les opuso una fuerte resistencia, provocando
escisiones o disidencias. Las otras dos grandes escuelas de psicoterapia del siglo XX son la
escuela de psicología analítica fundada por Carl Gustav Jung y la escuela de psicología individual
creada por Alfred Adler, ambas producto de disidencias con la doctrina de Freud.
Las otras escuelas de psicoterapia del siglo XX salieron en general del molde freudiano. Tienen
en común que rechazan los tres grandes conceptos freudianos, que son el de inconsciente, el
de sexualidad y el de transferencia. Al inconsciente freudiano oponen un subconsciente de
naturaleza biológica, o una conciencia de tipo fenomenológico; a la sexualidad en el sentido
freudiano prefieren una teoría culturalista de la diferencia de los sexos, o bien una biología de los
instintos; finalmente, a la transferencia le oponen una relación terapéutica derivada de la
sugestión. De allí la tentación permanente del retorno al hipnotismo. Con esta base originaria del
hipnotismo y la sugestión se relacionan, por una parte, el método llamado del "ensueño dirigido"
(creado en 1945 por el médico francés Robert Desoille [1890-1966], que dio nacimiento a un
movimiento, el Groupe international du rêve éveillé dirigé de Desoille [GIREDD]), y por la otra el
narcoanálisis, o método de exploración del psiquismo mediante la inyección de barbitúricos que
provocan un estado de somnolencia. Practicado a partir de 1932, y renovado después de la
Segunda Guerra Mundial, el narcoanálisis no es un tratamiento exclusivamente psíquico, puesto
que añade una farmacología y una investigación casi policial del inconsciente del sujeto.
Todas las escuelas de psicoterapia del siglo XX (en 1995 había quinientas en el mundo) están
organizadas del mismo modo. Hayan nacido de disidencias, escisiones o separaciones del
freudismo, a todas las representa un jefe que oficia a la vez de curandero, terapeuta y maestro
de pensamiento para su grupo. Creadas por hombres o mujeres con doctrinas propias y que,
estando vivos, se presentan, igual que Freud, como fundadores de sistemas de pensamiento,
estas escuelas desaparecen en general después de la muerte del iniciador, del que sólo queda
entonces la obra. Si bien en algunos casos transmiten una tradición clínica, lo más frecuente es
que se extingan por completo, para dejar lugar a otras escuelas organizadas siguiendo el mismo
modelo. En efecto, al morir el maestro la mayoría de los terapeutas formados en su redil se
dispersan y crean nuevas escuelas (cada una de ellas con un nuevo maestro, nuevas técnicas,
nuevos métodos) o bien se unen a otras escuelas existentes.
Entre los principales representantes de las múltiples escuelas de psicoterapia, algunos han 
tenido un impacto importante, ligado a la fuerza de su doctrina, como en los casos de Wilhelm
Reich, Karen Horney, Jacob Levy Moreno, el creador del psicodrama, o incluso el
norteamericano Carl Rogers (1902-1987), quien elaboró el análisis llamado no directivo, que trata
de liberar al yo de todo sus aspectos psicopatológicos mediante entrevistas informales. A estos
se añaden los culturalistas inspirados por el neofreudismo (Abram Kardiner, Erich Fromm), la
escuela de Palo Alto (en la cual, bajo la dirección del antropólogo Gregory Bateson, tomaron
cuerpo las primeras experiencias de terapia familiar que apuntaban a tratar colectivamente a los
miembros de la familia del enfermo), y la terapia de grupo propiamente dicha, con sus múltiples
variantes (sus principales representantes en la historia del freudismo han sido Trigant Burrow y
Wilfred Ruprecht Bion).
En cambio, otros terapeutas se han destacado más por su extravagancia que por la calidad de
su doctrina: por ejemplo Poul Bjerre, o incluso Harry Stack Sullivan, brillante psiquiatra disidente
de todas las escuelas, a la vez culturalista y sostenedor de un enfoque original de la
esquizofrenia. Hay que observar también que dos colaboradores del Göring-Institut, Harald
Schultz-Hencke y Johannes Heinrich Schultz, fueron iniciadores de dos corrientes de
psicoterapia: el neopsicoanálisis en el primer caso, y el entrenamiento autógeno, o método de
relajación, en el segundo. 

Psicoterapia institucional
fuente(146) 
Expresión forjada en 1952 por el psiquiatra francés Georges Daumezon (1912-1979) para
designar una terapia de la locura basada en la idea de la causalidad psíquica de la enfermedad
mental (o psicogénesis), que apunta a reformar la institución asilar privilegiando una relación
dinámica entre el personal de salud y los pacientes.
Como su nombre lo indica, la psicoterapia institucional es una forma de psicoterapia que se
realiza en el marco de una institución: hospital general, hospital psiquiátrico, clínica, escuela,
hospital de día, departamento terapéutico, etcétera. En este sentido, la psicoterapia institucional
pertenece a la historia de la psiquiatría dinámica. La experiencia princeps fue la de la Clínica del
Burghölzli, en Zurich, a principios del siglo XX. En ese lugar, que se ha vuelto legendario, Eugen
Bleuler elaboró un nuevo enfoque dinámico de la locura (o esquizofrenia), en contacto con Carl
Gustav Jung y Sigmund Freud. Después de la creación por Georg Simmel y Max Eitingon de las
primeras clínicas psicoanalíticas alemanas, se desarrollaron numerosas experiencias de este
tipo, sobre todo en los Estados Unidos y Gran Bretaña, donde el psicoanálisis se había
implantado en el terreno de la psiquiatría y la higiene mental, y a través de los lugares de
atención abiertos a todos los enfermos mentales, como la Menninger Clinic o la Tavistock Clinic.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la liberalización generalizada de la institución
psiquiátrica dio origen a numerosos movimientos de impugnación del asilo, desde la experiencia
de las comunidades terapéuticas realizadas por el psiquiatra anglonorteamericano Maxwell
Jones (1907-1990), en las que se experimentó con nuevas relaciones jerárquicas entre el
personal de atención y los enfermos, hasta la antipsiquiatría.
En Francia la psicoterapia institucional tuvo un desarrollo particular, en cuanto tomó impulso en
1940 en el núcleo de la resistencia antinazi, y por lo tanto de un compromiso político para el cual
el tratamiento de la locura estaba asociado con una lucha contra la barbarie y la tiranía. También 
fue de entrada menos reformista que las otras corrientes -alemana, inglesa, suiza o
norteamericana-.
Nacido en Reus, Cataluña, François Tosquelles (1912-1994), militante libertario, fue el primer
inspirador de este movimiento. Después de huir del franquismo, aceptó un cargo en el hospital
psiquiátrico de Saint-Alban, en Lozére, dirigido entonces por Paul Bavet, un psiquiatra católico,
pronto reemplazado, en 1942, por Lucien Bonnafé, un psiquiatra comunista. Allí se encontraron
mezclados resistentes, locos, terapeutas e intelectuales de paso, entre ellos el filósofo Georges
Canguilhem (1904-1995) y el poeta Paul Éluard (1895-1952). En mitad de la guerra, la esperanza
de una liberación próxima llevó al equipo del hospital a reflexionar sobre los principios de una
psiquiatría comunitaria que permitiera transformar las relaciones entre el personal de atención y
los alienados en el sentido de una mayor apertura al mundo de la locura. Así se inventó la
psicoterapia institucional francesa: Georges Daumezon le dio este nombre diez años más tarde.
Por su anclaje en la psiquiatría dinámica, y su rechazo al asilo petrificado, participó de ese gran
movimiento de higiene mental generado a principios de siglo por la integración de la clínica
psiquiátrica al psicoanálisis. Inspiró numerosas experiencias en el país, en particular la de la
psiquiatría de sector, y después la de la clínica de La Borde, en Cour-Cheverny, a partir de 1953,
donde alrededor de Jean Oury y Félix Guattari se elaboró un enfoque a la vez lacaniano y
libertario de la locura. 

Psiquiatría dinámica
Psiquiatría dinámica
Psiquiatría dinámica
Alemán: Dynamische Psychiatrie. 
Francés: Psychiatrie dynamique. 
Inglés: Dynamic psychiatry.
fuente(147) 
Utilizada primero por Gregory Zilboorg en 1941, y después por Henri F. Ellenberger, la expresión
"psiquiatría dinámica" es empleada en general por los historiadores para designar el conjunto de
las escuelas y corrientes que se interesan en la descripción y la terapia de las enfermedades
del alma (locura, psicosis), de los nervios (neurosis) y del estado de ánimo (melancolía), desde
una perspectiva dinámica, es decir, haciendo intervenir un tratamiento psíquico en cuyo
transcurso se instaura una relación transferencial entre médico y enfermo. La psiquiatría
dinámica abarca todas las formas de cura psíquica que privilegian una psicogénesis (en
desmedro de la organogénesis) de las enfermedades del alma y los nervios, desde el
magnetismo de Franz Anton Mesmer hasta el psicoanálisis, pasando por el hipnotismo y las
diversas psicoterapias.
En este sentido, la psiquiatría dinámica tiene que ver, en primer lugar, con la psiquiatría, de la que
toma sus clasificaciones y sus técnicas; en segundo término, con la psicología, que plantea un
dualismo de alma y cuerpo y propone técnicas de observación del sujeto, y finalmente con la
tradición de los antiguos curanderos, de la que surgió la idea misma de la curación
transferencial.
Aparecido en 1802, el término psiquiatría se generalizó a principios del siglo XIX para reemplazar
a la antigua medicina alienista, de la que Philippe Pinel (1745-1826), fundador francés del asilo
moderno, había sido uno de los grandes representantes en la época clásica, junto con William 
Tuke (1732-1822) en Inglaterra, y Benjamin Rush (1746-1813) en los Estados Unidos.
Como rama de la medicina, con el transcurso del tiempo, en todos los países donde la psiquiatría
se implantó, reemplazando a la demonología, la brujería y las diversas técnicas chamánicas, fue
convirtiéndose en una disciplina específica cuyo objeto es el estudio, el diagnóstico y el
tratamiento del conjunto de las enfermedades mentales.
En cuanto a la psicología, después de haber constituido una rama de la filosofía dedicada al
estudio del alma, en el siglo XIX se transformó en una disciplina fragmentada, a veces ligada a la
biología, otras a la fisiología, a la medicina (psiquiatría, neurología) o incluso a las ciencias
llamadas "sociales". Como saber impartido en las universidades de todo el mundo, en la segunda
mitad del siglo XX se convirtió, junto con la psiquiatría y la medicina, en una de las principales
vías de acceso a las diferentes prácticas terapéuticas transmitidas por las escuelas de
psiquiatría dinámica, entre ellas el psicoanálisis. 

¿Pueden los legos ejercer el
análisis?
¿Pueden los legos ejercer el análisis?
¿Pueden los legos ejercer el análisis?
fuente(148) 
Obra de Sigmund Freud publicada en alemán en 1926 con el título de Die Frage der
Laienanalyse. Traducida por primera vez al francés en 1928 por Marie Bonaparte, con el título de
Psychanalyse et Médecine, y retraducida en 1985 por Janine Altounian, André Bourguignon
(1920-1996), Odile Bourguignon, Pierre Cotet y Alain Rauzy, con el título de La Question de
l'analyse profane. Esta traducción fue ligeramente revisada en 1994 por el mismo equipo de
traductores. Traducida al inglés por primera vez en 1927 por A. P. Maerker-Branden, con el título
de The Problem of Lay-Analysis; en 1947 por Nancy Procter-Gregg con el título de The
Question of Lay-Analysis, y en 1959 por James Strachey, con el título de The Question of
Lay-Analysis.
El posfacio, "Nachtwort zur Frage der Laienanalyse", publicado en alemán en 1927, y agregado
a la obra en 1928, fue traducido por primera vez al francés en 1985, e incorporado a la segunda
edición del libro. La traducción francesa de 1994 lo presenta íntegramente, incluyendo el pasaje
que Freud suprimió por consejo de Max Eitingon y Ernest Jones, quienes lo consideraban
demasiado ofensivo para los norteamericanos. Esta última edición contiene además las notas de
1935, así como un post scriptum del mismo año, destinados a una edición norteamericana que
nunca se publicó. Estos documentos, encontrados por llse Grubrich-Simitis, no figuran en
ninguna edición inglesa o norteamericana. El posfacio fue traducido por primera vez al inglés en
1927, con el título de "Concluding remarks on the question of lay analysis", y en 1950 por James
Strachey con el titulo de "Postscript to a discussion on lay analysis".
En la primavera de 1926, como consecuencia de la acusación de un ex paciente, Theodor Reik
sobrellevó un juicio por ejercicio ¡legal de la medicina, en virtud de una antigua ley austríaca que
reprimía el "charlatanismo". Los problemas de Reik habían comenzado dos años antes, cuando el
fisiólogo Arnold Durig (1872-1961), miembro del Consejo Superior de Sanidad de la Ciudad de
Viena, le solicitó a Freud una opinión experta sobre la cuestión del análisis practicado por los
no-médicos. Freud registró esos primeros incidentes en una carta a Karl Abraham del 11 de
noviembre de 1924, inédita, en francés, en la cual manifiesta su esperanza de que el asunto no 
tenga consecuencias. Aparentemente la opinión de Freud no convenció a sus interlocutores, y el
24 de febrero de 1925 a Reik, entonces miembro de la Wiener Psychoanalytische Vereinigung
(WPV), se le prohibió el ejercicio del psicoanálisis. Esta interdicción se inscribía en un clima
represivo, ilustrado por la limitación del acceso al policlínico psicoanalítico de Viena, en el que
sólo podían ingresar los médicos, a continuación de un informe del profesor Wagner-Jauregg y
de los ataques incesantes de la Asociación de los Analistas Médicos Independientes, dirigida por
Wilhelm Stekel, contra la WPV«
Después de la sanción aplicada a Reik, Freud intervino de nuevo, en este caso ante Julius
Tandler, profesor de anatomía e informante de salud pública ante la Municipalidad de Viena. En lo
que se cree fue el texto de esa intervención epistolar, Freud invirtió de entrada la formulación
habitual de la cuestión: el "lego" o "profano" no era el analista no médico, sino "quien no haya
adquirido una formación tanto teórica como técnica suficiente en psicoanálisis, tuviera o no un
diploma médico". "El psicoanálisis, aunque nacido en el terreno médico -afirmó Freud-, hace ya
mucho tiempo que no es un asunto puramente médico", y si bien a nadie se le podía impedir que
se interesara en él, sólo "haciéndose analizar uno mismo y ejerciendo el análisis con otros" se
adquiría la "experiencia y convicción" necesarias.
A juzgar por la reanudación del procedimiento contra Reik, esta segunda actitud no tuvo más
éxito que la anterior. Sin duda por ello, sin aguardar, en un contexto emocional signado por el
proceso del episodio Hug-Hellmuth (que se había producido en marzo de 1925 y la prensa
vienesa reflejó generosamente), Freud redactó su texto ¿Pueden los legos ejercer el análisis?,
subtitulado Entrevistas con un interlocutor imparcial, interlocutor que parece haber sido el
fisiólogo Arnold Durig, el cual, inicialmente, le había pedido su opinión sobre el tema.
La obra se publicó en el otoño de 1926. Iba mucho más allá de la defensa de Reik y, en general,
de los analistas no médicos. Las palabras de Freud se inscriben en otro debate que, para
abordar la cuestión del análisis profano, trata de hecho de la formación de los psicoanalistas, y
concierne en primer lugar al movimiento psicoanalítico internacional en sí. En efecto, en 1925 el
presidente de la New York Psychoanalytic Society (NYPS), Abraham Arden Brill, anunció su
intención de romper con Freud por esta cuestión, y en el otoño de 1926, en el momento de la
publicación del texto de Freud, el Estado de Nueva York declaró ¡legal la práctica del análisis por
los no-médicos. Lo que estaba en juego en el conflicto que acababa de estallar, y que no iba a
concluir pronto, concernía entonces, más allá de la relación con la medicina, a los contornos
institucionales del psicoanálisis, sus fundamentos epistemológicos y su carácter universalista,
garante de una cuestión que la actualidad geopolítica pronto haría arder: la de la emigración. En
pocas palabras, las de Jean-Bertrand Pontalis en su prólogo a la edición francesa de 1985, se
puede decir que, "para Freud, seguramente, la cuestión del análisis profano era la cuestión del
análisis mismo".
Una breve introducción le da a Freud la oportunidad de subrayar, no sin humor, que durante
mucho tiempo no existió la preocupación de saber quién practicaría el psicoanálisis, porque el 
deseo unánime era que "no lo ejerciera nadie"; a continuación, los cinco primeros capítulos del
libro presentan la teoría psicoanalítica de una manera didáctica, a través de interrogantes
variados y precisos, observaciones críticas y objeciones, que Freud atribuye a su "interlocutor
imparcial---.
Al final del quinto capítulo se aborda el ámbito institucional, cuando el interlocutor, al que Freud
acaba de exponerle los principios y las reglas que gobiernan el desarrollo de la cura, pregunta:
"¿Dónde se aprende entonces lo necesario para practicar el análisis?" Freud menciona la
existencia del Berliner Psychoanalytisches Institut (BPI) dirigido por Max Eitingon, se refiere a la
formación impartida en Viena, evoca al pasar las múltiples dificultades que las autoridades le
crean "a esta joven empresa", y anuncia la inauguración, "dentro de poco", de un tercer instituto
de enseñanza en Londres, bajo la dirección de Ernest Jones.
La cuestión de la relación con la medicina comienza a discutirse cuando el interlocutor señala
que el psicoanálisis bien podría ser considerado una especialidad médica entre otras. Freud
responde que cualquier médico que comparta el conjunto de las concepciones teóricas y
observe las reglas que él acaba de enumerar sería bien recibido, pero que no se podía ignorar
una realidad totalmente distinta, caracterizada por la lucha que el conjunto de los médicos habían
emprendido contra el análisis. Esta actitud, además de que bastaba para negarle al cuerpo
médico cualquier título histórico para pretenderse propietario del psicoanálisis, lleva a Freud a
dirigirse, más allá de su interlocutor, al legislador austríaco. "Charlatán" es "quien emprende un
tratamiento sin tener los conocimientos y las capacidades requeridas". Por lo tanto, precisa, en
materia de análisis son los médicos los que constituyen el grueso del contingente de los
"charlatanes", puesto que casi siempre "practican el tratamiento analítico sin haberlo aprendido y
sin comprenderlo". Freud ha pasado con resolución a la ofensiva, subrayando que la formación
médica es particularmente mala como preparación para el ejercicio del psicoanálisis. Con el
deseo de no abandonar totalmente el terreno del asunto Reik, Freud se refiere a la cuestión
general de la intervención de los poderes públicos en la reglamentación de la práctica del
análisis, y previene contra la propensión a reglamentar y prohibir, característica de lo que
sucedía en Austria. Recuerda que, en materia de psicoanálisis, e incluso de parapsicología,
importa respetar la libertad intelectual; las prohibiciones, dice, nunca han conseguido ahogar el
interés de los hombres por cosas real o supuestamente misteriosas.
Consciente de que respecto de esas cuestiones estaba lejos de haberse llegado a la unanimidad
en el seno del movimiento psicoanalítico, Freud se adelanta: traza una distinción teórica (cuyo
alcance minimizará más tarde) entre el diagnóstico, acto médico previo a la prescripción de una
terapia psicoanalítica, y el tratamiento en si, que siempre debe ser hecho por un psicoanalista,
médico o no médico. ¿No se podría entonces -propone el interlocutor- autorizar a los analistas no
médicos que ya hayan demostrado su competencia, pero en adelante exigir una formación
médica? Ante este último intento de transacción, Freud aborda de frente la cuestión de la
formación de los analistas, y afirma que su objetivo, la creación de una escuela superior de
psicoanálisis, supone una enseñanza que, lejos de limitarse a los conocimientos médicos, 
englobaría la historia de las civilizaciones, la mitología, la literatura, y se basaría en el postulado
de la autonomía del registro psíquico respecto del sustrato fisiológico.
Pero el conocimiento libresco no podría bastar para que los especialistas en las ciencias del
espíritu, en particular los pedagogos, tuvieran éxito en la empresa de la aplicación; ellos mismos
tendrían que someterse a un análisis, para lo cual se necesitarían analistas didactas con una
formación particularmente completa, muy distante de los conocimientos médicos.
Si Freud insiste tanto en la cuestión de la formación, lo hace porque, lejos de tratar de instalar el
psicoanálisis en una torre de marfil, quiere confrontarlo con todas las formas de conocimiento.
De modo que, al recusar el modelo de la formación médica, no se trata de propugnar la
improvisación o la práctica salvaje, sino de construir y desarrollar la especificidad de la
formación analítica. Ésta es una de las cuestiones más cruciales de la historia del movimiento
psicoanalítico: en el núcleo de los conflictos y las escisiones, atestiguó a posterior¡ la justeza de
la posición freudiana. En efecto, Freud no se equivocaba: la alternativa médico-no médico no era
para él más que una "máscara de la resistencia al psicoanálisis, y la más peligrosa de todas",
como escribió en una carta a Sandor Ferenczi del 11 de mayo de 1920.
Finalmente Reik fue sobreseído, pero ello se debió más a la descalificación del acusador que al
efecto producido por el libro de Freud.
Lejos de reducir las contradicciones que comenzaban a manifestarse en los ambientes
psicoanalíticos a propósito de estos temas, el libro de Freud no hizo más que reforzarlas.
Entonces, como preludio al Congreso de Psicoanálisis que se realizaría en 1927 en Innsbruck, se
decidió organizar una discusión general sobre la cuestión. Introducido por Jones, el debate
opuso sobre todo a Freud y Eitingon. El conjunto de las intervenciones se publicó ese mismo año
en el Internationale Zeitschriftfür Psychoanalyse y en el International Journal of
Psycho-Analysis. El legajo atestigua lo capcioso de los enfrentamientos y la hostilidad que
suscitaba la posición de Freud. Allí se dibujó una primera división entre los norteamericanos,
unánimemente opuestos a la práctica del análisis por los no-médicos, y los europeos, a su vez
divididos entre ellos. Ferenczi, Edward Glover, John Rickman, entre otros, defendieron la
posición freudiana de un psicoanálisis totalmente autónomo respecto de la medicina; Jones y
Eitingon, también entre otros, aunque rechazaban que el psicoanálisis se sometiera a cualquier
autoridad ajena, deseaban que siguiera siendo una profesión médica.
A continuación del Congreso de Innsbruck, Freud, cada vez más aislado, redactó lo que se
convertiría en el posfacio de este ensayo. En esa última intervención no realizaba ninguna
concesión, y atacaba en particular a sus "colegas norteamericanos", a quienes les reprochaba
una argumentación inconsistente, que él compara con "un intento de represión".
Esta preocupación por defender la especificidad de su descubrimiento, de mantenerlo
irreductible a cualquier otro enfoque, ya fuera científico (la medicina) o espiritual (la religión), fue 
reafirmada por Freud, sin la menor ambigüedad, en 1938, cuando en los Estados Unidos corrió el
rumor de que él había cambiado de opinión. "No puedo imaginar -respondió- de dónde proviene
ese estúpido rumor acerca de mi cambio de opinión sobre el tema del análisis practicado por los
no-médicos. Es un hecho que nunca he repudiado mis ideas al respecto, y las sostengo aun con
más fuerza que antes, ante la evidente tendencia que tienen los norteamericanos a transformar
el psicoanálisis en una criada para todo servicio de la psiquiatría."
La posición de Jacques Lacan acerca de este tema y, más allá, los contornos de la "excepción
francesa" tienen que considerarse en la perspectiva freudiana.
En el plano clínico, la práctica del análisis profano se discutió en Francia en oportunidad del
proceso a Clark-Williams, que, por sus consecuencias, fue uno de los puntos en juego en la que
sería la primera escisión del movimiento psicoanalítico francés, en 1953. En un primer momento,
Margaret Clark-Williams, psicoanalista no médica que realizaba análisis de niños en el Centro
Claude-Bernard, fundado por Georges Mauco, fue dejada en libertad. Pero a continuación de que
la Orden de los Médicos apelara esa decisión, la novena cámara de la corte de París la condenó
a una pena de principio, aunque pidiendo homenaje a su moral y su competencia. Su proceso
sentó jurisprudencia hasta la finalización del juicio del tribunal correccional de Nanterre, a cuyo
término, el 9 de febrero de 1978, quedó jurídicamente reconocida la independencia del
psicoanálisis respecto de la medicina. Lacan, que no había declarado durante el proceso, no por
ello defendió menos a los no-médicos, en el curso de las discusiones que tuvieron lugar al
respecto en los círculos analíticos y psiquiátricos, reprochándole a Sacha Nacht, entonces
presidente de la Société psychanalytique de París (SPP), que quisiera abandonarlos
completamente. De hecho, esta posición de Lacan era coyuntural, dictada por los que él
consideraba intereses inmediatos del psicoanálisis. Muy pronto les aconsejó a sus discípulos
que emprendieran estudios de medicina o filosofía, considerando que la protección de la
formación de los analistas y del propio psicoanálisis debía ejercerse prioritariamente contra la
psicología y el psicologismo que él denunciaba como un peligro mayor que la medicina. Más
tarde, en la perspectiva abierta por Freud, Lacan, en particular a través de los textos dedicados
a la enseñanza y formación de los analistas, trató de delimitar la especificidad del acto
psicoanalítico y demostrar que, si el psicoanalista es necesariamente "profano", ello se debe en
primer lugar a que su acto se inscribe en la experiencia psicoanalítica que ha atravesado. 

Pulsión
Pulsión
Pulsión
Al.: Trieb.
Fr.: pulsion.
Ing.: instinct o drive.
It.: istinto o puIsione.
Por.: impulso o pulsão.
fuente(149) 
Proceso dinámico consistente en un empuje (carga energética, factor de motilidad) que hace
tender al organismo hacia un fin. Según Freud, una pulsión tiene su fuente en una excitación
corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión que reina en la fuente 
pulsional; gracias al objeto, la pulsión puede alcanzar su fin.
I. Desde el punto de vista terminológico, el término «pulsión» fue introducido en las traducciones
de Freud como equivalente al alemán Trieb. Las traducciones francesas utilizan la palabra
pulsión, para evitar las implicaciones de términos de uso más antiguo, como «instinto» y
«tendencia». Este convenio no ha sido siempre respetado, a pesar de estar justificado.
1.° En lengua alemana existen las dos palabras Instinkt y Trieb. El término Trieb es de raíz
germánica, se utiliza desde muy antiguo y sigue conservando el matiz de empuje (treiben =
empujar); el acento recae menos en una finalidad precisa que en una orientación general, y
subraya el carácter irrepresible del empuje más que la fijeza del fin y del objeto.
Algunos autores emplean, al parecer, indistintamente los términos Instinkt y Trieb(150); otros
parecen efectuar una distinción implícita, reservando Instinkt para designar, por ejemplo en
zoología, un comportamiento hereditariamente fijado y que aparece en una forma casi idéntica en
todos los individuos de una misma especie.
2.° En Freud, se encuentran ambos términos con acepciones claramente distintas. Cuando Freud
habla de Instinkt, es para calificar un comportamiento animal fijado por la herencia, característico
de la especie, preformado en su desenvolvimiento y adaptado a su objeto (véase: Instinto).
En francés, el término instinct posee las mismas implicaciones que Instinkt en Freud y, por lo
tanto, en nuestra opinión, debe reservarse para traducir este último; sí se le utiliza para traducir
Trieb, falsea el sentido del concepto en Freud.
El término «pulsión», aunque no forma parte del lenguaje corriente como Trieb en alemán, tiene,
no obstante, el mérito de que pone en evidencia el sentido de empuje.
Observemos que la Standard Edition inglesa ha preferido traducir Trieb por instinct, presciendo
de otras posibilidades tales como drive y urge(151). Este problema se discute en la Introducción
general del primer volumen de la Standard Edition.
II. Si bien la palabra Trieb no aparece en los textos freudianos hasta 1905, tiene su origen, como
noción energética, en la distinción que Freud establece muy pronto entre dos tipos de excitación
(Reiz) a los que se halla sometido el organismo y que debe descargar según el principio de
constancia. Junto a las excitaciones externas, de las que el sujeto puede huir o protegerse,
existen fuentes internas que aportan constantemente un aflujo de excitación al cual el organismo
no puede escapar y que constituye el resorte del funcionamiento del aparato psíquico. 
En los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905) se
introduce la palabra Trieb, así como las distinciones entre fuente, objeto, fin, que en lo sucesivo
Freud seguirá siempre utilizando.
Así, pues, el concepto freudiano de la pulsión se establece en la descripción de la sexualidad
humana. Freud, basándose especialmente en el estudio de las perversiones y de las
modalidades de la sexualidad infantil, refuta la concepción popular que atribuye a la pulsión
sexual un fin y un objeto específico y lo localiza en las excitaciones y el funcionamiento del
aparato genital. Por el contrarío, muestra que el objeto es variable y contingente y sólo es elegido
en su forma definitiva en función de las vicisitudes de la historia del sujeto. Muestra además
cómo los fines son múltiples, parciales (véase: Pulsión parcial) e íntimamente dependientes de
fuentes somáticas; éstas también son múltiples y susceptibles de adquirir y mantener para el
sujeto una función prevalente (zonas erógenas), de tal forma que las pulsiones parciales no se
subordinan a la zona genital y no se integran a la realización del coito más que al final de una
evolución completa que no viene garantizada por la simple maduración biológica.
El último elemento que introduce Freud a propósito de la noción de pulsión es el de empuje,
concebido como un factor cuantitativo económico, una «exigencia de trabajo impuesta al aparato
psíquico». En Las pulsiones y sus destinos (Trieb und Triebschicksale, 1915), Freud agrupa
estos cuatro elementos (empuje, fuente, objeto, fin) y da una definición de conjunto de la pulsión.
III. ¿Cómo situar esta fuerza que ataca al organismo desde el interior y lo empuja a realizar
ciertos actos susceptibles de provocar una descarga de excitación? ¿Se trata de una fuerza
somática o de una energía psíquica? Esta pregunta, efectuada por Freud, recibe respuestas
distintas en la medida en que la pulsión se define como «un concepto límite entre lo psíquico y lo
somático». Va ligado, según Freud, a la noción de « representante », entendiendo por tal una
especie de delegación enviada por lo somático al psiquismo. El lector hallará un examen más
completo de este problema en nuestro comentario del artículo Representante psíquico.
IV. Como ya hemos indicado, el concepto de pulsión fue analizado sobre el modelo de la
sexualidad, pero desde un principio en la teoría freudiana la pulsión sexual se diferenció de otras
pulsiones. Como es sabido, la teoría de las pulsiones en Freud fue siempre dualista; el primer
dualismo invocado fue el de las pulsiones sexuales y pulsiones del yo o de autoconservación;
por estos últimos Freud entiende las grandes necesidades o las grandes funciones
indispensables para la conservación del individuo, siendo su modelo el hambre y la función de la
alimentación.
Este dualismo se halla presente, según Freud, desde los orígenes de la sexualidad, superándose
la pulsión sexual de las funciones de autoconservación, en las cuales al principio se apoyaba
(véase: Apoyo); intenta explicar el conflicto psíquico afirmando que el yo encuentra en la pulsión 
de autoconservación la mayor parte de la energía necesaria para la defensa contra la
sexualidad.
El dualismo pulsional introducido en Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips,
1920) opone pulsiones de vida y pulsiones de muerte y modifica la función y la situación de las
pulsiones en el conflicto.
1.° El conflicto tópico (entre la instancia defensiva y la instancia reprimida) prescinde ya del
conflicto pulsional, concibiéndose el ello como el reservorio pulsional que incluye los dos tipos de
pulsiones. La energía utilizada por el yo la toma éste de aquel fondo común, especialmente en
forma de energía «desexualizada y sublimada».
2.° En esta última teoría, los dos grandes tipos de pulsiones se conciben, más que como
motivaciones concretas del funcionamiento del organismo, como principios fundamentales que
presiden, en último análisis, la actividad de aquél: «Llamamos pulsiones a las fuerzas cuya
existencia postulamos en el trasfondo de las tensiones generadoras de las necesidades del
ello». Este cambio del acento es singularmente apreciable en el famoso texto: «La teoría de las
pulsiones es, por así decirlo, nuestra mitología. Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en
su indeterminación».
La concepción freudiana de la pulsión conduce (como puede apreciarse en esta breve revisión)
al desmantelamiento de la noción clásica de instinto, y ello en dos direcciones opuestas. Por una
parte, el concepto «pulsión parcial» subraya la idea de que la pulsión sexual existe al principio en
estado «polimorfo» y tiende principalmente a la supresión de la tensión a nivel de la fuente
corporal; que, en la historia del sujeto, se liga a representantes que especifican el objeto y el
modo de satisfacción: el empuje interno, al principio indeterminado, experimentará un destino que
le confiere rasgos altamente individualizados. Pero, por otra parte, Freud, lejos de postular, como
fácilmente tienden a hacer los teóricos del instinto, detrás de cada tipo de actividad, la
correspondiente fuerza biológica, introduce el conjunto de las manifestaciones pulsionales
dentro de una sola gran oposición fundamental, tomada de la tradición mítica: oposición entre el
Hambre y el Amor, y más tarde entre el Amor y la Discordia. 
Pulsión
Pulsión
fuente(152) 
s. f. (fr. pulsion; ingl. drive o instinct; al. Trieb). Concepto fundamental del psicoanálisis,
destinado a dar cuenta, a través de la hipótesis de un montaje específico, de las formas de
relación con el objeto y de la búsqueda de la satisfacción.
Dado que esta búsqueda de la satisfacción tiene múltiples formas, conviene hablar en general
más bien de pulsiones que de la pulsión, excepto en el caso en que interese su naturaleza
general: las características comunes a todas las pulsiones. Estas características son cuatro:
fueron definidas por Freud como la fuente, el empuje, el objeto y el fin. Determinan la naturaleza
de la pulsión: ser esencialmente parcial, así como sus diferentes avatares (sus diferentes
destinos: inversión, reversión, represión, sublimación, etc.).
Historia del concepto en Freud. La pluralidad pulsional supone la noción de oposición o de 
dualidad. Para el psicoanálisis, las diferentes pulsiones se reúnen al fin en dos grupos que
fundamentalmente se enfrentan. De esta oposición nace la dinámica que soporta al sujeto, es
decir, la dinámica responsable de su vida. Esta noción de dualidad fue considerada siempre por
Freud como un punto esencial de su teoría y, en buena parte, está en el origen de la divergencia,
y luego ruptura, con Jung, que, por su lado, se mostraba cada vez más partidario de una visión
monista de las cosas.
Una primera dificultad en el abordaje del concepto de pulsión consiste en resistir la tentación
psicologizante, la tentación de comprender rápidamente, que tendería por ejemplo a asimilar la
pulsión al instinto, a darle el nombre de pulsión a lo que quedaría de animal en el ser humano. Las
primeras versiones, en castellano, inglés y francés, de los textos freudianos han favorecido
este malentendido, proponiendo casi sistemáticamente traducir como instinto el término alemán
Trieb.
Una segunda dificultad proviene del hecho de que la noción de pulsión no remite directamente a
un fenómeno clínico tangible. Si el concepto de pulsión da buena cuenta de la clínica, es porque
constituye una construcción teórica forjada a partir de las exigencias de ella, y no porque dé
testimonio de alguna de sus manifestaciones particulares.
Desde un punto de vista epistemológico, el término pulsión aparece bastante pronto en la obra
freudiana, donde viene a dar el rango de concepto a una noción bastante mal definida, la de
energía. A partir de ese momento, este concepto pasa a ocupar enseguida una posición esencial
en la teoría analítica, hasta llegar a ser verdaderamente su clave de bóveda, lugar que ocupará
aun en los últimos textos de Freud. Pero este lugar no se debe sólo al papel fundador de la
metapsicología que tiene este concepto: está motivado también por la dificultad misma del
concepto y por su resistencia intrínseca, en cierto modo, para entregarle a Freud lo que este
espera de él, para develarle ciertos horizontes misteriosos. «La teoría de las pulsiones --escribe
en 1915- es la cuestión más importante pero también la menos acabada de la doctrina
psicoanalítica».
En J. Lacan, la pulsión conserva e incluso acrecienta todavía este lugar teórico. Para él es uno
de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, junto al inconciente, la trasferencia y la
repetición, y justamente el que se muestra más delicado en su elaboración. La pulsión constituye
también el punto límite donde captar la especificidad del deseo del sujeto, del que revela, por su
estructura en bucle, la aporía. Permite además erigir una verdadera topología de los bordes y
aparece, por último, como uno de los principales modos de acceso teórico al campo de lo real,
ese término de la estructura lacaniana que designa lo que para el sujeto es lo imposible.
La concepción freudiana. Es en 1905, en los Tres ensayos de teoría sexual, donde Freud usa
por primera vez el término pulsión y hace así de él un concepto determinante. Pero, desde la
década de 1890, como lo atestiguan la correspondencia con W. Fliess y el Proyecto de
psicología, Freud está muy preocupado por aquello que da al ser humano la fuerza para vivir y 
también por lo que le da a los síntomas neuróticos la fuerza para constituirse. Sospecha ya que
esas fuerzas son las mismas y que su desvío es lo que en ciertos casos provoca los síntomas.
En esta época, trata de distinguir entre estas fuerzas dos grupos, a los que refiere la «energía
sexual somática» y la «energía sexual psíquica», y llega a introducir incluso la noción de libido.
Luego, su interés lo lleva ya hacia las teorías del fantasma y de la represión, y descubre las
formaciones del inconciente. En 1905, entonces, habiendo ya explorado debidamente el «cómo»
de la neurosis, vuelve a la cuestión fundamental que se planteaba antes, la del «por qué», la de
las energías operantes en los procesos neuróticos.
El problema, justamente, es que los mecanismos de formación de los síntomas neuróticos
disimulan la naturaleza de las fuerzas sobre las que se ejercen. De este modo, para acceder a la
comprensión de estas últimas, Freud se ve obligado a tomar un camino indirecto. Hay dos
terrenos, piensa, que permiten observar «a cielo abierto» -o sea, suficientemente libre de la
represión- este juego de las pulsiones que constituye el motor de las neurosis y el motor del
sujeto humano. Estos dos terrenos son, respectivamente, el de las perversiones -donde la
represión es apenas eficaz- y el de los niños, esos «perversos polimorfos» -antes de que la
represión haya operado demasiado.
El estudio de las perversiones va a proveerle por lo tanto el medio para asir las características y
los modos de funcionamiento de las pulsiones. Pero, incidentalmente, también le da los
argumentos en apoyo de la tesis sobre la sexualidad infantil -que se juzgará totalmente
inaceptable en la época- y los medios para elaborar una teoría general de la sexualidad.
En Tres ensayos de teoría sexual, Freud precisa en primer lugar la naturaleza de la pulsión
sexual: la libido. Le parece que no hay lugar ya para repartirla entre las vertientes «somática» y
«psíquica». Por el contrario, le parece que se reparte por estas dos vertientes y entre ellas y
que es esta posición fronteriza la que mejor la define, como, finalmente, a toda pulsión. «La
pulsión -escribe- es el representante psíquico de una fuente continua de excitación proveniente
del interior del organismo». Muestra luego que, en el plano sexual, cualquier punto del cuerpo
puede estar tanto en el origen de una pulsión como en su término, como lo muestran las
«perversiones de objeto». En otras palabras, cualquier lugar del cuerpo puede ser o devenir
zona erógena a partir del momento en que una pulsión lo inviste. Esta comprobación tiene varias
implicaciones: en primer lugar, la de la multiplicidad de las pulsiones, puesto que sus orígenes y
sus objetivos son muy numerosos; en segundo lugar, el de su dificultad en tender hacia un fin
común, es decir, en verdad, su casi imposibilidad para unificarse, puesto que pueden
conformarse con objetivos parciales y muy diferentes unos de otros; en tercer lugar, la de la
precariedad de sus avatares, puesto que estos se muestran finalmente tan variados y
movientes como los objetivos mismos.
Por último, propone distinguir bien el grupo de las pulsiones sexuales (que, en ciertas
condiciones, entre otras cuando no son «desviadas» hacia una de las vías que se califican de
perversas, permiten al ser humano reproducirse) de otro grupo de pulsiones, que, por su parte, 
tiene por función mantener en vida al individuo. Este segundo grupo engloba las pulsiones que
empujan al sujeto a alimentarse, a defenderse, etc., es decir, las pulsiones de autoconservación
que Freud no tardará en denominar más bien pulsiones del yo, para insistir no tanto en su
función (la supervivencia) como en el objeto de esa función: el individuo mismo.
Freud define así las pulsiones en la interfase de lo somático y de lo psíquico, destaca su
diversidad (y por consiguiente su pluralidad), indica lo frecuente de su carácter inacabado (por
consiguiente su carácter parcial, su falta de unificación y la incertidumbre de sus destinos) y
postula dos tipos principales y opuestos de pulsiones: las pulsiones sexuales y las pulsiones del
yo.
Algunos años después, en 1914, Freud adelanta una nueva noción, la del narcisismo, el amor
que el sujeto dirige a un objeto muy particular: él mismo. Este nuevo concepto le ofrece una clave
suplementaria para abordar una parte del campo de las psicosis (psicosis narcisistas, como las
llama en esa época) pero lo obliga también a reconsiderar esa oposición que tenía por
fundamental entre pulsiones sexuales y pulsiones del yo. En efecto, a partir del momento en que
admite que existe una verdadera relación de amor entre el sujeto y su propio yo, le es necesario
también admitir que hay una libidinización del conjunto de las funciones del yo (que estas no
responden simplemente a la lógica de la autoconservación sino que también están
erogeneizadas), que la preservación del yo no entra únicamente en el registro de la necesidad,
sino además, y en definitiva sobre todo, en el del deseo. Por consiguiente, desde que el yo es
también un objeto sexual, se desprende de ahí que la distinción entre pulsiones sexuales y
pulsiones del yo ya no tiene razón de ser. Freud la remplaza entonces por la de pulsiones del yo
y pulsiones de objeto. Muy provisionalmente, porque pronto se le hará evidente que esta
segunda oposición no es sostenible: la desmiente la teoría misma del narcisismo, ya que esta
precisamente muestra que el yo es un verdadero objeto para el sujeto. Por lo tanto, yo y objeto
deben ponerse de hecho en el mismo plano, en todo caso en lo concerniente a las pulsiones.
En otra etapa, casi simultánea, se ve llevado a precisar exactamente las características de las
pulsiones. Esto ocurre con Trabajos sobre metapsicología (1915), recopilación inicial de doce
artículos que se proponen suministrar los fundamentos del psicoanálisis. El artículo princeps
-uno de los cinco que no fue destruido por el mismo Freud- se titula Pulsiones y destinos de
pulsión. En la primera parte, tras una muy bella advertencia epistemológica, define la naturaleza
de la pulsión: una fuerza constante, de origen somático, que representa «una excitación» para lo
psíquico. Luego se enuncian las características de la pulsión: fuente, empuje, objeto y fin. La
fuente, como se acaba de decir, es corporal; procede de la excitación de un órgano, que puede
ser cualquiera. El empuje es la expresión de la energía pulsional misma. El fin es la satisfacción
de la pulsión, dicho de otro modo, la posibilidad de que el organismo alcance una descarga
pulsional, o sea, reconduzca la tensión a su punto más bajo y obtenga así la extinción
(temporaria) de la pulsión. En cuanto al objeto, es todo aquello que permita la satisfacción
pulsional, o sea, alcanzar el fin. De todo esto surge que los objetos pulsionales son innumerables
pero también, y sobre todo, que el fin de la pulsión no puede ser alcanzado sino de manera 
provisional, que la satisfacción nunca es completa porque la tensión renace enseguida, y que, al
fin de cuentas, el objeto siempre es en parte inadecuado y su función nunca se cumple
definitivamente.
Queda así reafirmado el carácter múltiple y opuesto entre sí de las pulsiones. Pero Freud es
mucho menos claro sobre la naturaleza de esta oposición, que por otra parte considera poco
importante precisar. La distinción yo/objeto que preconizaba le parece ya mucho menos
pertinente y, si todavía se refiere a la de las pulsiones del yo/pulsiones sexuales, es más para
mostrar que los dos grupos tienen finalmente cada uno por función garantizar la supervivencia
de algo y que este algo es lo que los especifica: supervivencia del individuo para el primero,
supervivencia de la especie para el segundo. Pero, a partir de aquí, la pulsión sexual, que
demuestra la continuidad del germen más allá del individuo, tiene una afinidad esencial con la
muerte.
La segunda parte del artículo se refiere a las vicisitudes de las pulsiones: sus suertes [sortsI,
como propone Lacan traducir el término Triebschicksale [destinos de pulsión], No son suertes
felices; y, por otra parte, sólo existen por el hecho de que las pulsiones no pueden alcanzar su
fin. Freud enumera cinco, que son, en cierto modo, cinco maneras, para la pulsión, de organizar
el fiasco [ratage: también falla, pifiada] de la satisfacción. La primera es el proceso más corriente
en el campo de las neurosis, el responsable de la formación de los síntomas: la represión. La
segunda, propia de las pulsiones sexuales, sigue siendo quizá la más misteriosa, también es
ejemplar en cuanto a la distancia que puede separar un origen pulsional de su devenir último: se
trata de la sublimación. Las otras tres (la trasformación en lo contrario, la vuelta contra la
propia persona y el pasaje de la actividad a la pasividad) son de hecho constitutivas de la
gramática que organiza el campo de las perversiones, y más particularmente, de las oscilaciones
que se operan de una posición perversa a otra. Por último, para ser totalmente exhaustivos,
habría que agregar dos maneras más, mencionadas en Introducción del narcisismo (1914), que
parecen más específicas de las psicosis: la introversión y las regresiones libidinales
narcisistas.
En 1920, en Más allá del principio de placer, a partir de los indicios suministrados por la
repetición, Freud termina por forjar la hipótesis de una pulsión de muerte (véase pulsión de vida -
pulsión de muerte). La opone a las pulsiones de vida y hace de esta dualidad la pareja
fundamental en la que reposa toda la teoría pulsional. Las pulsiones sexuales, del yo o de objeto,
vienen entonces a situarse, según su función, en una u otra de estas dos categorías, con la
importante idea de que la supervivencia de la especie puede ser antagónica a la del individuo. A
partir de allí, queda reafirmado el principio general del funcionamiento psíquico, a saber, que el
aparato psíquico tiene como tarea reducir al mínimo la tensión que crece en él, especialmente por
obra de las pulsiones. Pero ahora este funcionamiento está subsumido a la pulsión de muerte, es
decir, a una tendencia general de los organismos no sólo a reducir la excitación vital interna, sino
también, por ese camino, a volver a un estado primitivo inorganizado, o sea, en otros términos, a
la muerte primera. Y en 1924, en El problema económico del masoquismo, Freud corroborará 
esta visión de las cosas, viendo allí la expresión del principio de Nirvana.
La concepción lacaniana. Lacan, en particular en el Seminario XI, «Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis» (1973), se dedica a radicalizar estas concepciones. El hecho
de que las pulsiones siempre se presentan como pulsiones parciales le parece determinante, en
tanto introduce el lazo necesario entre sexo y muerte y en tanto funda una dinámica de la que el
sujeto es el producto. Este sujeto está en lucha con dos lógicas de tendencias antagónicas: la
que lo hace diferente de cualquier otro ser viviente, y preocupado entonces ante todo por su
propia supervivencia, y la que lo considera uno entre otros, y entonces, aun cuando no se dé
cuenta de ello, lo pone al servicio de su especie. Por otra parte, al volver sobre las
características de las pulsiones, Lacan va a insistir en el hecho de que lo propio del objeto
pulsional es no estar jamás a la altura de lo esperado. Este carácter del objeto tiene toda clase
de consecuencias: en primer lugar, hace que sea imposible realizar directamente el fin pulsional,
y por motivos no contingentes sino estructurales, en segundo lugar, sitúa la razón de la
naturaleza parcial de la pulsión en este carácter inacabado; en tercer lugar, permite también
poder describir el trayecto de la pulsión: al errar su objeto, la pulsión describe una especie de
bucle alrededor de él que la lleva de nuevo a su lugar de origen y la dispone a reactivar su
fuente, es decir, la prepara para iniciar entonces un nuevo trayecto casi idéntico al primero; por
último, permite agregar otros dos objetos pulsionales a la lista establecida por Freud: la voz y la
mirada.
Pero este carácter parcial de la pulsión, este fiasco y este aspecto inacabado incitan a Lacan a
inscribir allí el origen del despedazamiento corporal fundamental del sujeto y a denunciar el
engaño que representa la noción de una genitalidad unificada, o sea, de un estadio subjetivo
donde las pulsiones estarían todas reunidas para responder al unísono a una función global
como la de la procreación. Este estado, dice, sólo puede ser un ideal, en flagrante contradicción
con los principios que rigen a las pulsiones; y esto lo lleva a recusar la noción misma de estadio
entendida en la perspectiva de tina progresión genética. 
Pulsión
Pulsión
fuente(153) 
Los añadidos sucesivos realizados por Freud al texto inicial de 1905 de los Tres ensayos de
teoría sexual bastan para comentar su reflexión un tanto desengañada de 1924: «La teoría de
las pulsiones es la parte más significativa pero también la más inacabada (unfertigste) de la
teoría psicoanalítica».
Incide en esta indecisión la diversidad de las líneas de pensamiento que se siguieron en la
construcción del concepto: legado antiguo, en primer lugar estoico y de la termodinámica;
referencia sexual de la primera teorización freudiana; repercusión de la crítica junguiana y
elaboración de la segunda tópica; inflexión sociológica e historicista del último pensamiento
freudiano; articulación de la pulsión con el registro del significante (Lacan).
Para dar cuenta de la confusión entre la acepción física y la acepción psicológica del término
Trieb en el uso alemán, habría que remontarse a la elaboración estoica de una energética
general bajo la categoría de la opun. La disociación de ambas acepciones sancionará la
precisión técnica obtenida en el dominio de la termodinámica (en el cual se determina con 
Helmholtz la oposición entre energía libre y energía ligada) y en el dominio de la psicología (donde
la noción está llamada a designar un principio de acción independiente de la voluntad). Desde
este último punto de vista se elaboró la distinción trazada por Breuer entre la energía «tónica» y
la energía «libre». No obstante, esta conceptualización no hace ninguna referencia a la
sexualidad. En Freud, el concepto de pulsión presentará el interés de especificar en tanto
«pulsión sexual» la energía propia de la libido, distinta de la pulsión del yo o de conservación.
Esta sexualización de un tipo de pulsión encontrará su primera base en la noción de zona
erógena. De la pulsión (Trieb) proveniente de fuentes no sexuales -simplemente motrices- se
distinguirá, en efecto, bajo la forma de pulsiones parciales, la contribución de los órganos
receptores de excitación (piel, mucosa, órganos de los sentidos), y -escribe Freud- se puede
describir como «zona erógena» al órgano «cuya excitación le presta a la pulsión un carácter
sexual».
El pasaje al punto de vista explicativo favorece después la ampliación del dominio de
investigación: «Podemos llegar a un conocimiento mayor de la pulsión sexual en ciertos sujetos
bastante próximos a lo normal, estudiándolos con la ayuda de un método particular. Sólo hay un
modo de llegar a conclusiones útiles acerca de la pulsión sexual en las neuropsicosis (histeria,
neurosis obsesiva, la llamada neurastenia), y consiste en someterlas a investigaciones
psicoanalíticas, siguiendo el método practicado por primera vez por Breuer y en 1893, y que
entonces denominamos tratamiento "catártico"».
En el centro de la conceptualización aparece entonces el problema de la energía: «Diremos en
primer lugar, repitiendo lo que hemos publicado en otra parte, que estas neuropsicosis, por lo
que hemos podido verificar, deben relacionarse con la fuerza de las pulsiones sexuales.
Con esto no entiendo sólo que la energía de la pulsión sexual constituye una parte de las
fuerzas que sostienen las manifestaciones patológicas, sino también que ese aporte es la fuente
de energía más importante de la neurosis, y la única constante. De manera que la vida sexual de
los enfermos se manifiesta exclusivamente, en gran parte, o parcialmente, por estos síntomas.
Estos no son, como ya lo he dicho en otro lugar, más que la actividad sexual del enfermo. La
prueba de lo que digo está en las observaciones psicoanalíticas realizadas durante veinticinco
años, sobre histéricos y otros neuróticos, observaciones cuyos resultados están consignados
en otros escritos o serán publicados más adelante».
La diferenciación de los síntomas remite entonces a la noción de pulsión parcial: «Entre las
causas de los síntomas de las neuropsicosis es preciso atribuir un rol importante a las pulsiones
parciales, que forman por lo común pares antagónicos y que nosotros conocemos ya como
capaces de constituir nuevas metas: tales son la pulsión de ver y de mostrar en los voyeurs y
los exhibicionistas, la pulsión de crueldad en sus formas activa y pasiva. No se puede
comprender lo que hay de sufrimiento en los síntomas mórbidos si no se tiene en cuenta la
pulsión de crueldad. Ésta, casi siempre, determina una parte de la actitud social del enfermo. Es
este elemento de crueldad en la libido lo que causa la transformación del amor en odio, de 
emociones tiernas en movimientos hostiles, que se encuentra en la sintomatología de muchas
neurosis y forma, casi en su totalidad, la sintomatología de la paranoia».
Así tendremos una primera idea de la pulsión, al caracterizar el trabajo del aparato psíquico en
su naturaleza y en su relación con el cuerpo.
Desde el primer punto de vista, La interpretación de los sueños y El chiste sugieren una
dirección: este trabajo deberá estudiarse y comprenderse como reducción del proceso
secundario al proceso primario.
Se observará además que, desde ese momento, Freud tiende a subrayar la relatividad de su
construcción. «He propuesto distinguir dos grupos de estas pulsiones originarias, el de las
pulsiones del yo o de autoconservación, y el de las pulsiones sexuales. Pero esta distinción no
tiene la importancia de un supuesto necesario como lo es, por ejemplo, la hipótesis concerniente
a la tendencia biológica del aparato psíquico; es una simple construcción auxiliar, que sólo
conservaremos mientras resulte útil y que podrá reemplazarse por otra sin que ello cambie
mucho en los resultados de nuestro trabajo de descripción y ordenamiento de los hechos. El
motivo de esta distinción se encuentra en la historia del desarrollo del psicoanálisis, que ha
tomado como primer objeto las neuropsicosis o, más exactamente, entre ellas, el grupo que se
puede denominar "neurosis de transferencia" (histeria y neurosis obsesiva): ellas han permitido
comprender que en la raíz de toda afección de este tipo tiene que encontrarse un conflicto entre
las reivindicaciones de la sexualidad y las del yo. Es siempre posible que un estudio profundo de
las otras afecciones neuróticas (sobre todo de las neuropsicosis narcisistas: las
esquizofrenias) nos obligue a cambiar esta fórmula y, al mismo tiempo, a agrupar de otro modo
las pulsiones originarias.»
Pero la crítica puede tomar una forma más radical. «Finalmente, dudo que algún día sea posible,
sobre la base de la elaboración del material psicológico, recoger indicios decisivos para separar
y clasificar las pulsiones. Para elaborar este material, parece más bien necesario aplicarle
ciertas hipótesis concernientes a la vida pulsional, y sería deseable tomar estas hipótesis de otro
dominio y transferirlas a la psicología. Sobre este punto, lo que nos aporta la biología no
contradice seguramente la separación de las pulsiones del yo y las pulsiones sexuales. La
biología nos enseña que la sexualidad no puede ponerse en el mismo plano que las otras
funciones del individuo, pues sus tendencias superan al individuo y tienen por fin la producción
de nuevos individuos, es decir, la conservación de la especie. La biología nos muestra además
la coexistencia codo a codo de dos concepciones de la relación entre el yo y la sexualidad,
igualmente justificadas; según una, el individuo es lo esencial: la sexualidad se considera una de
sus actividades, y la satisfacción sexual, una de sus necesidades; según la otra concepción, el
individuo es un apéndice temporario y pasajero del plasma germinativo, casi inmortal, que le ha
sido confiado para la generación.»
De hecho, el destino de las pulsiones, es decir, la historia de su desarrollo, se limitará a las 
pulsiones sexuales, encaradas según las polaridades sujeto-objeto, placer-displacer y
activo-pasivo.
Además, esta noción del destino de las pulsiones es totalmente modificada cuando Freud
reemplaza la oposición de pulsiones del yo y pulsiones sexuales por la oposición de pulsiones
de vida y pulsiones de muerte.
Aporte de las afecciones narcisistas
Según el propio reconocimiento de Freud, la crisis que se produjo en la concepción de la pulsión
puede atribuirse a la ampliación de la investigación al dominio de las afecciones narcisistas.
Desde la época de sus primeros trabajos, en efecto, Freud había subrayado la parte que en la
paranoia le corresponde a los desplazamientos del yo. No obstante, se abrió una perspectiva
nueva al profundizarse de manera decisiva el análisis del yo bajo la égida del narcisismo: por
este hecho, el «destino de las pulsiones» fue llamado a inscribirse, no sólo en la dimensión
prospectiva del desarrollo, sino también en la dimensión de una «regresión narcisista».
Correlativamente, la puesta en evidencia del conflicto lleva a considerar, en oposición a las
pulsiones sexuales, otro grupo de pulsiones, las pulsiones del yo. La noción es introducida -o
mejor precisada- por Freud en 1910, a propósito del análisis del trastorno psicógeno de la visión.
«Si el trastorno psicógeno de la visión, como lo hemos aprendido, se basa en el hecho de que
ciertas representaciones relacionadas con la visión quedan separadas de la conciencia,
entonces el modo de pensar psicoanalítico obliga a admitir que estas representaciones
sucumben a la represión porque están en oposición a otras que se han vuelto más fuertes y
para las cuales empleamos el concepto colectivo de "yo", compuesto cada vez de modo
diferente. Pero ¿de dónde puede provenir esta oposición entre el yo y los grupos aislados de
representaciones, que causa la represión? Observarán ustedes que este tipo de interrogante no
era posible antes del psicoanálisis, pues entonces no se sabía nada del conflicto psíquico ni de
la represión. Por nuestras investigaciones estamos ahora en condiciones de dar la respuesta
esperada. Ahora prestamos atención a la importancia de las pulsiones para la vida
representativa; la experiencia nos ha enseñado que cada pulsión trata de imponerse dando vida
a representaciones conformes a sus metas. Estas pulsiones no se concilian siempre entre ellas;
a menudo entran en conflicto de intereses; las oposiciones entre las representaciones no son
más que la expresión de los combates entre diferentes pulsiones. La oposición innegable entre
las pulsiones que sirven a la sexualidad, a la obtención de placer sexual, y las otras, que tienen
por meta la autoconservación del individuo, las pulsiones del yo, tiene una importancia muy
particular para nuestro intento de explicación. Todas las pulsiones orgánicas que actúan en
nuestra alma pueden clasificarse, siguiendo las palabras del poeta, en "hambre" y "amor".» 
Sucede además que esta heterogeneidad se duplica con una estrecha solidaridad entre los
vehículos orgánicos de los que surgen esos dos grupos. «De una manera general, son los
mismos órganos y los mismos sistemas de órganos los que están a disposición de las pulsiones
sexuales y las pulsiones del yo. El placer sexual no está simplemente vinculado a la función de
los órganos genitales; la boca sirve para besar tanto como para comer y comunicar la palabra;
los ojos no perciben sólo las modificaciones del mundo exterior importantes para la conservación
de la vida, sino también las propiedades de los objetos por las cuales éstos son elevados al
rango de objetos de la elección amorosa, y que constituyen sus "encantos". Se confirma
entonces que no es fácil para nadie servir a dos amos al mismo tiempo. Cuanto más íntima es la
relación que un órgano dotado de esta función bilateral establece con una de las grandes
pulsiones, más se rehúsa a la otra. Este principio conduce necesariamente a consecuencias
patológicas si las dos pulsiones fundamentales se desunen, si el yo mantiene una represión
contra la pulsión sexual parcial interesada.»
Sobre este fundamento se constituyó, hacia 1913 («Pulsiones y destinos de pulsión») una
energética de la pulsión, considerada como un «concepto fundamental» de la metapsicología.
Construcción teórica, apertura crítica
Para especificar el punto de vista propiamente psicoanalítico hay que distinguir tres aspectos de
la noción de pulsión.
a) Aspecto fisiológico: si se considera la pulsión en su generalidad, se distinguirá la excitación
pulsional de la excitación refleja por tres características: origen interno, forma constante,
imposibilidad de escapar de ella mediante acciones de fuga.
b) Aspecto biológico: en ausencia de una eventualidad de fuga, se impondrá la tarea de un
«dominio» de las excitaciones, cuyas fluctuaciones se manifestarán por el automatismo de las
variaciones en la serie placer-displacer.
c) Aspecto psicológico o biopsicológico: «Si, ubicándonos en un punto de vista biológico,
consideramos ahora la vida psíquica, el concepto de "pulsión" se nos aparecerá como un
concepto límite entre lo psíquico y lo somático, como el representante psíquico de las
excitaciones provenientes del interior del cuerpo y que llegan al psiquismo, como una medida de
la exigencia de trabajo que se le impone a lo psíquico como consecuencia de su ligazón con el
cuerpo». Exigencia de trabajo que se pone de manifiesto en la búsqueda de la satisfacción
libidinal. 
Aporte de las afecciones narcisistas
Ya hemos dicho que al profundizarse el análisis del yo bajo la égida del narcisismo, el «destino
de las pulsiones» se inscribió también en la dimensión inversa de una «regresión narcisista».
Pero ¿cuál es el resorte de esta regresión? ¿Hay que admitir simplemente que la investidura del
yo prevalece en intensidad sobre la del objeto? El proceso sería entonces regido por el principio
de placer. ¿0 bien el retomo a un estadio anterior del desarrollo pone en juego una relación
esencial del sujeto con el tiempo, a saber: la prevalencia de la anterioridad en tanto que tal? En
Freud, esta última hipótesis se justifica por la analogía entre diferentes procesos, en los que el
desarrollo parece no sólo escapar sino incluso a menudo contradecir la jurisdicción del principio
de placer: por ejemplo, los procesos observables en las neurosis traumáticas, el juego infantil, la
transferencia. En estos casos, la tendencia a la repetición se ejerce a la manera de una
«compulsión» (Zwang). Vayamos más lejos. Esta «compulsión» ¿en qué relación está con lo
«pulsional», tomado en su generalidad?
«Se nos impone la idea de que estamos aquí sobre las huellas de una propiedad general de los
instintos, quizás incluso de la vida orgánica en su conjunto, una propiedad todavía poco
conocida o que, por lo menos, no ha sido aún formulada explícitamente. Un instinto no sería más
que la expresión de una tendencia inherente a todo organismo vivo, que lo empuja a reproducir,
a restablecer un estado anterior al que se vio obligado a renunciar bajo la influencia de fuerzas
perturbadoras exteriores; la expresión de una especie de elasticidad orgánica o, si se lo
prefiere, de la inercia en la vida orgánica.»
«De modo que no haremos más que llevar nuestra hipótesis al límite al postular que la meta (Ziel)
de toda vida debe estar representada por un estado antiguo, un estado de partida que la vida
abandonó otrora y hacia el cual tiende a volver por todos los rodeos de la evolución. Si
admitimos, como hecho experimental sin excepciones, que todo lo que vive vuelve al estado
inorgánico, muere, por razones internas, podemos decir que el fin hacia el que tiende toda vida
es la muerte y, a la inversa, que lo inanimado es anterior a lo animado.»
Se observará además que no por ello la definición en sí de la pulsión se encuentra modificada.
En los términos del artículo «Pulsiones y destinos de pulsión», la pulsión es la medida del trabajo
impuesto al aparato psíquico por el hecho de su dependencia del cuerpo. Al caracterizar más en
general el proceso pulsional por «la elasticidad de la vida orgánica», la concepción de la pulsión
de muerte de 1920 mantiene que la sede de la tensión que el aparato psíquico está llamado a
reducir ya no es el «cuerpo» (en su dependencia en primer lugar de la zona erógena), sino el
«ser vivo orgánico» como tal. En síntesis, a la oposición de la pulsión sexual al yo la sucederá la
oposición de pulsión de muerte y pulsión de vida, en cuanto esta última consagra la tensión
derivada del advenimiento de la organización en su relación retrospectiva con lo inanimado. El 
propio Freud confirma que la noción de pulsión de muerte es en última instancia de orden
esencialmente especulativo; subraya que ninguna experiencia nos permite captar su acción en
estado puro, salvo quizá la epilepsia; además su alcance operatorio se manifiesta mejor cuando
se encuentra imbricada con la pulsión de vida, sobre todo bajo la forma de pulsión de agresión.
La pulsión de muerte contribuye así a justificar una noción derivada de Adler, durante mucho
tiempo recusada por Freud. En su nueva versión, la pulsión de agresión conservará un carácter
compuesto. Interiormente, en efecto, en la agresión se oponen dos tendencias: la tendencia a
apropiarse del objeto (que surge del registro de la pulsión de vida, puesto que apunta en primer
lugar a unirse a ese objeto), y la tendencia a destruirlo (que surge de la pulsión de muerte). Pero
la pulsión de agresión, a su vez, se compone con el Eros: asistimos aquí a la génesis de la culpa
y a su desarrollo a través de los diferentes estratos de la sociabilidad, desde la sociedad
restringida hasta la sociedad extendida. «El hecho de matar al padre, o de abstenerse de
hacerlo, no es decisivo; uno tiene que sentirse necesariamente culpable en ambos casos, pues
ese sentimiento es la expresión del conflicto de la ambivalencia, de la lucha eterna entre el Eros
y la pulsión de destrucción o de muerte.»
«Este conflicto se encendió en el instante en que se impuso a los hombres la tarea de vivir en
común. Mientras esta comunidad conoce sólo la forma familiar, el conflicto se manifiesta
necesariamente en el complejo de Edipo, instituye la conciencia moral y engendra el primer
sentimiento de culpa. Cuando la comunidad tiende a ampliarse, este mismo conflicto persiste
revistiendo formas dependientes del pasado, se intensifica y provoca una acentuación de aquel
primer sentimiento. Como la civilización obedece a un empuje erótico interno que apunta a unir a
los hombres en una masa mantenida por lazos estrechos, sólo puede llegar a hacerlo por un
único medio, reforzando siempre más el sentimiento de culpa.»
Construida por etapas en respuesta al desarrollo progresivo de la experiencia, esta noción de
pulsión encontró el inicio de una sistematización estructural en el pensamiento de Lacan. No es
que no haya sufrido modificaciones desde la época en que aparecía como equivalente de la
«demanda». Pero nunca dejó de conformarse en sus progresos a la interpretación de la
definición freudiana de la pulsión como «medida del trabajo exigido al aparato psíquico por el
hecho de su ligazón con el cuerpo». Simplemente se trata en este caso del hacerse cargo del
organismo por parte del sujeto hablante.
Con este modo de ver podrían en efecto articularse las representaciones freudianas de la
pulsión sexual y la pulsión de muerte; lo esencial de la construcción se encuentra asegurado por
la representación de la cadena significante como «buclada», a fin de contornear el objeto a. En
su noción propia, este objeto o causa del deseo, a, se perfila a través de los intersticios de la
cadena. En cuanto la cadena vuelve sobre sí misma, el campo de ese objeto o causa de deseo
es representable como situado -aunque no localizable- en una zona interior de un bucle. Pero, en
virtud de su dependencia de la palabra, nos es devuelto desde el Otro. Así se comprende el
acoplamiento formulado por Freud en su artículo de 1913; así se comprende también la
fenomenología del proceso pulsional, por ejemplo en la pulsión escópica: «Lo que uno mira, es lo 
que no puede verse. Si, gracias a la introducción del Otro, aparece la estructura de la pulsión,
ella sólo se completa en su forma invertida, en su forma de retorno que es la verdadera pulsión
activa. En el exhibicionismo, aquello a lo que apunta el sujeto es lo que se realiza en el Otro. El
objetivo verdadero del deseo es el Otro, en tanto que forzado, más allá de su implicación en la
escena. No es sólo la víctima la interesada en el exhibicionismo, es la víctima en tanto que
referencia a algún otro que la mira».
¿Qué hay entonces de la dependencia del trabajo pulsional frente al cuerpo? La construcción
topológica de Lacan se basa aquí en indicación proporcionada por Freud en El yo y el ello:
«El yo es ante todo una entidad corporal, no sólo una entidad en superficie, sino además una
entidad que corresponde a la proyección de una superficie. Para servirnos de una analogía
anatómica, lo compararíamos de buena gana con el "homúnculo cerebral" de los anatomistas,
ubicado en la corteza cerebral, con la cabeza abajo, los pies arriba, los ojos atrás y la zona del
lenguaje a la izquierda.» «No sólo lo más bajo puede ser inconsciente, sino también lo que hay de
más elevado. Tenemos aquí como una nueva demostración de lo que hemos dicho antes con
respecto al yo, es decir, que es ante todo un ser corpóreo.»
De modo que las zonas erógenas tendrán que figurarse sobre esta «superficie» del cuerpo. La
originalidad de la presentación de Lacan consiste en «abrir» las zonas erógenas -oral, anal-
para caracterizarlas como estructuras «de borde». Entendemos que la excitabilidad descrita por
Freud en Tres ensayos de teoría sexual interesa al borde del tegumento del contorno interno de
un orificio.
Así, en definitiva, queda preservada una conexión entre los aportes respectivos de la segunda y
la primera tópica a la concepción de la pulsión; la primera tópica señala la zona erógena como
fuente de la pulsión sexual, y la segunda tópica somete de manera general la pulsión al principio
de repetición. De un registro al otro, la estructura de borde de la zona erógena se proyecta en el
trayecto en bucle del proceso, consagrado a contornear su objeto sin jamás satisfacerse, lo que
expresa además la pertenencia de este objeto a la esfera del Otro, conforme a la constitución
antitética de los pares pulsionales de Freud. 
Pulsión
Pulsión
Alemán: Trieb, Instinkt. 
Francés: Pulsion. 
Inglés: Drive, instinct.
fuente(154) 
Término que apareció en Francia en 1625, derivado del latín pulsio para designar la acción de
empujar, impulsar.
Empleado por Sigmund Freud a partir de 1905, se convirtió en un concepto técnico principal de la
doctrina psicoanalítica, como designación de la carga energética que está en la fuente de la
actividad motriz del organismo y del funcionamiento psíquico del inconsciente del hombre.
La elección de la palabra "pulsión" para traducir el alemán Trieb respondió a la preocupación de
evitar cualquier confusión con "instinto" y "tendencia". Esta opción se correspondía con la de
Sigmund Freud, quien, a fin de señalar la especificidad del psiquismo humano, reservó Instinkt 
para las componentes animales. Tanto en alemán como en francés, los términos Trieb y pulsion,
respectivamente, remiten, por su etimología, a la idea de un empuje, independiente de la
orientación y de la meta. En la traducción inglesa, lo que guió la elección por James Strachey de
la palabra instinct, en lugar de drive, parece haber sido la fidelidad a la idea freudiana de una
articulación del psicoanálisis con la biología.
La noción de pulsión (Trieb) estaba ya presente en las concepciones de la enfermedad mental y
su tratamiento desarrolladas por los médicos de la psiquiatría alemana del siglo XIX,
preocupados, lo mismo que sus colegas ingleses y franceses, por la cuestión de la sexualidad.
Autores como Karl Wilhelm Ideler (1795-1860) o Heinrich Wilhelm Neumann (1814-1884)
insistieron en el papel central de las pulsiones sexuales; el segundo consideraba la angustia
como producto de la insatisfacción de las pulsiones.
Se sabe por otra parte que Friedrich Nietzsche (1844-1900) concebía el espíritu humano como
un sistema de pulsiones que podían entrar en colisión o fundirse unas con otras, y que también
él le atribuía un rol esencial a los instintos sexuales, distinguidos de los instintos agresivos y de
autodestrucción.
Freud nunca hizo un misterio de estos antecedentes. En su autobiografía de 1925 se refirió a
Nietzsche, confesando que lo había leído muy tarde por temor a sufrir su influencia.
Sea que se trate de su aparición, de su importancia o de las revisiones de las que sería objeto, el
concepto de la pulsión está estrechamente ligado a los de libido y narcisismo, así como a sus
transformaciones; estos conceptos constituyen tres grandes ejes de la teoría freudiana de la
sexualidad.
En la época prepsicoanalítica de la correspondencia con Wilhelm Fliess y del "Proyecto de
psicología" (1895), Freud desarrolló la idea de una libido psíquica, forma de energía que él
ubicaba en la fuente de la actividad humana. Trazaba ya una distinción entre ese "empuje", que
por su origen interno el individuo no puede detener, y las excitaciones externas de las que el
sujeto puede huir o que puede evitar. En esa época atribuía la histeria a una causa sexual
traumática, una seducción sufrida en la infancia.
A partir de 1897, cuando abandonó esta teoría, Freud comenzó a revisar su concepción de la
sexualidad, pero conservando la idea de que la represión de las mociones sexuales era la causa
de un conflicto psíquico que llevaba a la neurosis.
En 1898 expuso la concepción de la sexualidad infantil. El texto "La sexualidad en la etiología de
las neurosis" le dio la oportunidad de refutar la tesis de una predisposición neuropática particular
basada en una degeneración general, y de insistir en el hecho de que la etiología de la neurosis
no podía estar más que "en las experiencias vividas de la infancia, y esto de nuevo -y
exclusivamente- en impresiones concernientes a la vida sexual. Se ha cometido un error al 
desatender por completo la vida sexual de los niños; por lo que sé, ellos son capaces de todas
las realizaciones sexuales psíquicas, y de numerosas realizaciones somáticas." Después de
observar que esas experiencias sexuales infantiles sólo desplegaban lo esencial de su acción
en periodos madurativos ulteriores, Freud precisa: "En el intervalo entre la experiencia de estas
impresiones y su reproducción (o más bien el refuerzo de los impulsos libidinales que se
desprenden de ella), no sólo el aparato sexual somático, sino también el aparato psíquico, han
experimentado un desarrollo considerable; por ello, de la influencia de estas experiencias
sexuales precoces resulta entonces una reacción psíquica anormal, y aparecen formaciones
psicopatológicas".
Más tarde, el material clínico acumulado en sus curas llevó a Freud a constatar que la sexualidad
no siempre aparecía explícitamente en los sueños y los fantasmas, sino a menudo bajo disfraces
que había que saber descifrar. Así se vio llevado a estudiar las aberraciones, las perversiones
sexuales y los orígenes de la sexualidad, es decir, la sexualidad «infantil.
Ése era el propósito de los Tres ensayos de teoría sexual, publicados en 1905. En la versión
inicial del libro, Freud recurrió por primera vez a la palabra pulsión. En un pasaje añadido en 1910
expuso una definición general que, en lo esencial, no sufriría ninguna modificación: "Por pulsión
no podemos designar en primer lugar más que la representación psíquica de una fuente
endosomática de estimulaciones, que fluyen de manera continua, por oposición a la estimulación
producida por excitaciones esporádicas y externas. De modo que la pulsión es uno de los
conceptos de la demarcación entre lo psíquico y lo somático." Desde la primera edición de los
Tres ensayos, se trató esencialmente de la pulsión sexual, cuya definición da por sí sola la
medida de la revolución que Freud generó en la concepción dominante de la sexualidad, fuera
ella la del sentido común o la de la sexología. Para Freud, la pulsión sexual, diferente del instinto
sexual, no se reducía a las actividades sexuales habitualmente catalogadas con sus metas y
sus objetos, sino que era un empuje al que la libido proveía de energía.
Entre la infancia y la pubertad, la pulsión sexual no existe como tal, sino que toma la forma de un
conjunto de pulsiones parciales, que es importante no confundir con las pulsiones categoriales
(cuya existencia Freud rechazó siempre, como lo atestigua, por ejemplo, su refutación de la idea
de una pulsión gregaria en Psicología de las masas y análisis del yo). El carácter sexual de las
pulsiones parciales, cuya suma constituye el fundamento de la sexualidad infantil, se define en
un primer momento por un proceso de apuntalamiento por otras actividades somáticas, ligadas a
zonas particulares del cuerpo que de esta manera adquieren el estatuto de zonas erógenas.
Así, la satisfacción de la necesidad de nutrirse, que se satisface mediante la succión, es
también una fuente de placer, y los labios se convierten en una zona erógena, origen de una
pulsión parcial. En un segundo momento, esa pulsión parcial, cuyo carácter sexual está de tal
modo ligado al proceso de erotización de la zona corporal considerada, se separa del objeto
inicial de apuntalamiento, y se vuelve autónoma. Funciona entonces de manera autoerótica. Este
registro del autoerotismo constituye la fase preparatoria del emplazamiento de lo que Freud,
algunos años después, denominará narcisismo primario, a su vez resultado de la convergencia 
de las pulsiones parciales sobre la totalidad del yo, y ya no sólo sobre una zona corporal
particular. Ulteriormente, la pulsión sexual podrá encontrar su unidad mediante la satisfacción
genital y la función procreativa.
En los Tres ensayos Freud bosqueja una distinción entre las pulsiones sexuales y las otras,
ligadas a la satisfacción de necesidades primarias. Cinco años más tarde, en "La perturbación
psicógena de la visión según el psicoanálisis", enunció su primer dualismo pulsional, oponiendo
las pulsiones sexuales, cuya energía es de tipo libidinal, a las pulsiones de autoconservación,
que tienen por fin la conservación del individuo: "Todas las pulsiones orgánicas que actúan en
nuestra alma pueden clasificarse, como ha dicho el poeta, en hambre y amor". Esta clasificación
no debe eclipsar lo que opone a estos dos tipos de pulsiones entre sí, puesto que las pulsiones
de autoconservación, también llamadas pulsiones del yo, participan de la defensa del yo contra
su invasión por las pulsiones sexuales.
En un texto de 1911, "Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico", Freud
distribuyó esos dos grupos pulsionales según las modalidades de funcionamiento del aparato
psíquico: las pulsiones sexuales son gobernadas por el principio de placer, y las de
autoconservación están al servicio del desarrollo psíquico determinado por el principio de
realidad.
En 1914, el desarrollo del concepto de narcisismo trastornó ese dualismo. A partir de sus
propias observaciones sobre las psicosis, y de la lectura de los trabajos de Eugen Bleuler, Karl
Abraham y Emil Kraepelin, Freud llegó a la conclusión de que en esas formas patológicas se está
en presencia de un retiro de la libido de los objetos externos, y de una vuelta de esa libido hacia
el yo, que se convierte en tal caso en objeto de amor. Esta revisión teórica consistió entonces en
una distribución nueva de las pulsiones sexuales, asignadas por una parte al yo (de allí la
denominación de libido del yo, o libido narcisista), y por la otra a los objetos exteriores (de allí la
denominación de libido de objeto u objetal).
Poco a poco se fue imponiendo esta nueva concepción. En "Introducción del narcisismo" Freud
indicó explícitamente que "la distinción en la libido de una parte propia del yo y otra que se apega
a los objetos es la consecuencia inevitable de una primera hipótesis que separaba entre sí las
pulsiones sexuales y las pulsiones del yo".
Aparentemente, en 1914 Freud intentó abandonar la concepción dualista para volver a una
perspectiva monista, lo que, lo habría acercado a la idea junguiana de la libido originaria. Jean
Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis han señalado que el propio Freud no tomó nota de esa
deriva hasta después de haber emplazado, en 1920, un nuevo dualismo, que opuso las
pulsiones de vida a las pulsiones de muerte. De hecho, sólo en 1923, en "Dos artículos de
enciclopedia", Freud se refirió a ese momento de duda entre la hipótesis dualista y la concepción
monista. 
En 1915, con el marco de su gran proyecto de metapsicología, Freud, en "Pulsiones y destinos
de pulsión", procedió a una recapitulación de los conocimientos adquiridos acerca del concepto
de pulsión, del cual precisa que no por ser "todavía bastante confuso" es menos indispensable
"en psicología". Recuerda en primer término el carácter limítrofe (entre lo psíquico y lo somático)
de la pulsión, representante psíquico de las excitaciones provenientes del cuerpo que llegan al
psiquismo. A continuación enumera y define las cuatro características de la pulsión. El "empuje"
constituye su esencia, y la ubica como motor de la actividad psíquica. El "Fin", es decir la
satisfacción, supone la supresión de la excitación que está en el origen; este proceso puede
implicar "fines intermedios- o incluso fracasos, ilustrados por las pulsiones denominadas
"inhibidas en su fin", que se han apartado parcialmente de su trayectoria. "El objeto" de la
pulsión, es el medio por el cual la pulsión alcanza su fin, y no siempre estuvo ligado originalmente
a ella. (Alfred Adler, citado por Freud, lo había observado al hablar de "intrincación" o
"entrecruzamiento de las pulsiones": un mismo objeto puede servir simultáneamente para la
satisfacción de varias pulsiones.) Finalmente, la "fuente" de las pulsiones es el proceso
somático localizado en una parte del cuerpo o en un órgano, cuya excitación es representada en
el psiquismo por la pulsión.
Pero ese texto de 1915 dio también la oportunidad para un nuevo desarrollo sobre el "devenir de
las pulsiones sexuales". Freud conserva el dispositivo teórico basado en el dualismo, pero no
advierte aún la magnitud del cambio que está realizando, y que llevará a la oposición de libido del
yo/libido de objeto. Escribe entonces: "Es siempre posible que un estudio profundizado de las
otras afecciones neuróticas (sobre todo las psiconeurosis narcisistas: las esquizofrenias) nos
obligue a cambiar esta fórmula y, al mismo tiempo, a agrupar de otro modo las pulsiones
originarias. Pero por el momento no conocemos esa nueva fórmula, ni tenemos ningún argumento
que contradiga nuestra oposición entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales."
Las pulsiones sexuales pueden tener cuatro destinos: transformación en lo contrario, la vuelta
sobre la propia persona, represión y sublimación. En este marco, Freud aborda los dos primeros
destinos, y deja de lado la sublimación. En cuanto a la represión, le dedicó un texto específico en
su compilación de metapsicología.
Al tratar de la transformación de la pulsión en su contrario, distingue dos casos típicos. En el
primero, ilustrado por la oposición sadismo /masoquismo y voyeurismo/ exhibicionismo, hay una
inversión del fin. El segundo caso, ilustrado por la transformación del amor en odio, se
caracteriza por la inversión del contenido. Este último ejemplo permite observar que el odio no
puede reducirse a una figura invertida del amor. Sin duda hay que postular en tal sentido la
existencia de una configuración más antigua que el amor, "arquetipo" de lo que en la pluma de
Freud será más tarde la pulsión de muerte. El análisis de la vuelta de la pulsión sobre la propia
persona le permite a Freud ceñir la relación entre el sadismo y el masoquismo, visualizado
entonces como la vuelta sobre la propia persona de un sadismo originario. En 1924 Freud
transformaría radicalmente esta concepción en un texto titulado "E] problema económico del
masoquismo". 
En 1920, con la publicación de Más allá del principio de placer, Freud formuló un nuevo
dualismo pulsional que oponía pulsiones de vida y pulsiones de muerte: la repercusión iba a ser
inmensa, tanto por sus efectos sobre el pensamiento filosófico del siglo XX, como por las
polémicas y rechazos que esta tesis suscitaría en el seno mismo del movimiento psicoanalítico.
La particularidad de esta nueva elaboración conceptual residía en su carácter especulativo, a
menudo denunciado como una debilidad grave por sus adversarios. No obstante, Freud pensó
en teorizar lo que denominó pulsión de muerte a partir de la observación de la compulsión de
repetición. De origen inconsciente, y por lo tanto difícilmente controlable, esa compulsión lleva al
sujeto a situarse de manera repetitiva en situaciones dolorosas, réplicas de experiencias
antiguas. Aunque en este proceso existe siempre alguna huella de satisfacción libidinal (lo que
contribuye a hacerlo difícilmente observable en estado puro), el principio de placer no basta por
sí solo para explicarlo.
De modo que Freud reconocía un carácter "demoníaco" en esta compulsión de repetición, que él
comparó con la tendencia a la agresión identificada por Adler en 1908. Sin embargo, en esa
época Freud se había negado a tomarla en cuenta, aunque el análisis de Juanito (Herbert Graf)
le había demostrado su existencia. También la relacionó con la tendencia destructiva y
autodestructiva que había advertido en sus estudios sobre el masoquismo. La vinculación de
estas observaciones con la constatación filosófica de que la vida es inevitablemente precedida
por un estado de no-vida condujo a Freud a la hipótesis de que existe una pulsión cuya finalidad,
tal como la expresó en el Esquema de psicoanálisis, "es llevar lo que vive al estado inorgánico".
La pulsión de muerte se convierte entonces en prototipo de la pulsión, cuya especificidad reside
precisamente en ese movimiento regresivo de retorno al estado anterior. Pero la pulsión de
muerte es imposible de localizar o incluso aislar, salvo tal vez, como se precisa en El yo y el ello,
en la experiencia de la melancolía. Por otra parte, Freud subrayó en 1933, en las Nuevas
conferencias de introducción al psicoanálisis, que la pulsión de muerte no puede "estar
ausente de ningún proceso de la vida": enfrenta permanentemente al eros, las pulsiones de vida,
agrupamiento de las pulsiones sexuales y de las reunidas hasta entonces bajo el rótulo de
pulsiones del yo. "De la acción conjugada y opuesta" de los dos grupos de pulsiones -las
pulsiones de muerte y las pulsiones de vida-, "proceden las manifestaciones de la vida, a las que
la muerte pone término".
A pesar de las objeciones y la oposición, Freud nunca se dejó impresionar. Perfectamente
consciente de que "la doctrina de las pulsiones es un dominio oscuro incluso para el
psicoanálisis" (según escribió en 1926 en el artículo de la enciclopedia titulado "Psicoanálisis"),
reivindica esa opacidad como una característica de la pulsión. "La teoría de las pulsiones es, por
así decirlo, nuestra mitología -afirmó en 1933- Las pulsiones son seres míticos, formidables en
su imprecisión." Se comprende entonces que las críticas, basadas sobre todo en la ausencia de
pruebas empíricas que validaran la existencia de una pulsión de muerte, le parecieran
inconsistentes, y que lo hayan llevado a sostener, en El malestar en la cultura: "No comprendo 
que podamos seguir ciegos a la ubicuidad de la agresión y la destrucción no erotizadas, y dejar
de asignarles el lugar que merecen en la interpretación de los fenómenos de la vida". En 1937
reafirmó una vez mas, en Análisis terminable e interminable, que basta evocar el masoquismo,
las resistencias terapéuticas y la culpa neurótica para sostener la existencia en la vida del alma
de un poder que por sus fines denominamos pulsión de agresión o destrucción, y que derivamos
de la pulsión originaria de muerte de la materia animada".
Los descendientes de Freud no han sido unánimes en el rechazo de la última elaboración de la
teoría de las pulsiones. Por ejemplo, Melanie Klein realizó una inversión total M segundo dualismo
pulsional, considerando que las pulsiones de muerte participan del origen de la vida, tanto en la
vertiente de la relación de objeto como en la del organismo. En el organismo, las pulsiones de
muerte, a través de la angustia, contribuyen a instalar al sujeto en la posición depresiva, hecha
de miedo y destrucción.
En su seminario de 1964, Jacques Lacan consideró la pulsión como uno de los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis. Guiado por una lectura exigente del texto freudiano de 1915,
cuyo título cambió por "Las pulsiones y sus vicisitudes", Lacan desprendió la conceptualización
freudiana de sus cimientos biológicos, e insistió en el carácter constante del movimiento de la
pulsión, un movimiento arrítmico, que la distingue de todas las concepciones funcionales. La
pulsión tal como la ve Lacan se inscribe en un enfoque del inconsciente en términos de
manifestación de la falta y de lo no-realizado. En tal carácter, la pulsión es vista bajo la categoría
de lo real. Recordando lo que había dicho Freud acerca de la independencia del objeto, y en
cuanto a que cualquier objeto puede ser llevado a llenar la función de otro por la pulsión, Lacan
subrayó que el objeto de la pulsión no puede ser asimilado a ningún objeto concreto. Para captar
la esencia del funcionamiento pulsional hay que concebir el objeto como del orden de un hueco,
un vacío, dibujado de manera abstracta y no representable: el objeto (pequeño) a.
Para Lacan, la pulsión es por lo tanto un montaje caracterizado por la discontinuidad y la
ausencia de lógica racional, por medio del cual la sexualidad participa de la vida psíquica al
conformarse a la "hiancia" del inconsciente.
En realidad, Lacan desarrolla la idea de que la pulsión es siempre parcial. Hay que entender el
término en un sentido más general que el pensado por Freud. Al adoptar la expresión "objeto
parcial", proveniente de Karl Abraham y los kleinianos, Lacan introdujo dos nuevos objetos
pulsionales, además de las heces y el pecho: la voz y la mirada. Los denominó objetos del
deseo. 

Pulsión agresiva
Pulsión agresiva
Pulsión agresiva
Al.: Aggressionstrieb.
Fr.: pulsion d'agression.
Ing.: aggressive instinct.
It.: istinto o pulsione d'aggressione.
Por.: impulso agressivo o pulsáo agressiva, o de agressão.
fuente(155) 
Designa, para Freud, las pulsiones de muerte, en tanto que dirigidas hacia el exterior. El fin de la
pulsión agresiva es la destrucción del objeto.
Alfred Adler introdujo el concepto de una pulsión agresiva en 1908, al mismo tiempo que el de un
«entrelazamiento pulsional» (Triebverschränkung) (véase: Unión-Desunión). Aunque el análisis
del pequeño Hans pone en evidencia la importancia y extensión de las tendencias y conductas
agresivas, Freud se resiste a atribuirlas a una «pulsión agresiva» específica: «No puedo
decidirme a admitir la existencia, junto a las pulsiones de autoconservación y a las pulsiones
sexuales, que conocemos bien, y al mismo nivel que ellas, de una pulsión agresiva especial». El
concepto de pulsión agresiva se apropiaría indebidamente, en su propio beneficio, de lo que es
una característica de toda pulsión (véase: Agresividad).
Cuando Freud vuelve a utilizar más tarde, a partir de Mas allá del principio del placer (1920), el
término Aggressionstrieb, lo hace dentro del marco de la teoría dualista de las pulsiones de vida
y pulsiones de muerte.
Si bien los textos no permiten deducir un empleo absolutamente unívoco del término ni un reparto
preciso entre pulsión de muerte, pulsión destructiva y pulsión agresiva, se aprecia, sin embargo,
que este último término rara vez se utiliza en el sentido más extenso y que la mayoría de las
veces designa la pulsión de muerte dirigida hacia el exterior. 

Pulsión de apoderamiento
Pulsión de apoderamiento
Pulsión de apoderamiento
Al.: Bernächtigungstrieb.
Fr.: pulsion d'emprise.
Ing.: instinct to master (o for mastery).
It.: istinto o pulsione d'impossessamento.
Por.: impulso o pulsáo de apossar-se.
fuente(156) 
Término utilizado ocasionalmente por Freud, sin que su empleo pueda codificarse con precisión.
Entiende por tal una pulsión no sexual, que sólo secundariamente se une a la sexualidad, y cuyo
fin consiste en dominar el objeto por la fuerza.
El término Bemächtigungstrieb resulta difícil de traducir(157). Los términos «pulsión de
sometimiento» o «instinto de posesión», a los que suele recurrirse, no parecen muy adecuados:
sometimiento hace pensar en una dominación controlada, posesión evoca la idea de tener que
conservar, mientras que sich bemächtigen significa apoderarse o dominar por la fuerza. Hemos
creído que hablando de pulsión de apoderamiento(158) respetábamos mejor este matiz.
¿Qué es esta pulsión para Freud? La investigación terminológica permite destacar
esquemáticamente dos concepciones: 
1.ª En los trabajos anteriores a Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips,
1920), el Bemächtigungstrieb se describe como una pulsión no sexual que sólo
secundariamente se une a la sexualidad; al comienzo se dirige hacia un objeto exterior y
constituye el único elemento presente en la crueldad primitiva del niño.
En los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905) Freud
invoca por vez primera tal pulsión: el origen de la crueldad infantil se atribuye a una pulsión de
apoderamiento que en su origen no tendría como fin el sufrimiento del otro, sino que simplemente
no lo tendría en cuenta (fase previa tanto a la compasión como al sadismo); sería independiente
de la sexualidad, «[...] aun cuando puede unirse a ella en una fase precoz merced a una
anastomosis próxima a sus puntos de origen».
En La predisposición a la neurosis obsesiva (Die Disposition zur Zwangsneurose, 1913) se
trata del problema de la pulsión de apoderamiento a propósito del par antitético
actividad-pasividad, que predomina en la fase anal-sádica: así como la pasividad se apoya en el
erotismo anal, « [...] la actividad se debe a la pulsión de apoderamiento en sentido amplio, pulsión
que especificamos con el nombre de sadismo cuando la encontramos al servicio de la pulsión
sexual».
En la edición de 1915 de los Tres ensayos, volviendo a examinar el problema de la actividad y de
la pasividad en la fase anal-sádica, Freud considera la musculatura como el soporte de la pulsión
de apoderamiento.
Por último, en Las pulsiones y sus destinos (Trieb und Triebschicksale, 1915), donde se
expone claramente la primera tesis freudiana acerca del sadomasoquismo, se define el primer fin
del sadismo como la humillación y el dominio por la violencia (überwältigung) del objeto. El hacer
sufrir no forma parte del fin originario; el fin de producir dolor y la unión con la sexualidad
aparecen en la vuelta hacia el masoquismo: el sadismo, en el sentido erógeno del término,
constituye el efecto de una segunda vuelta, el del masoquismo sobre el objeto.
2.ª Con la obra Más allá del principio del placer y la introducción del concepto «pulsión de
muerte», el problema de una pulsión específica de apoderamiento se plantea en forma diferente.
La génesis del sadismo se describe como una derivación hacia el objeto de la pulsión de muerte
que originariamente apunta a destruir el propio sujeto: «¿No nos vemos inducidos a suponer que
este sadismo, hablando en propiedad, es una pulsión de muerte que ha sido expulsada del yo
por la influencia de la libido narcisista, de forma que sólo se pone de manifiesto al referirse al
objeto? Entonces entra al servicio de la función sexual».
En cuanto a la meta del masoquismo y del sadismo (que a partir de entonces se conciben como 
avatares de la pulsión de muerte), ya no se hace recaer el acento en el apoderamiento, sino en
la destrucción.
¿Qué sucede con la tendencia a asegurarse el apoderamiento del objeto? Ya no se atribuye a
una pulsión específica; aparece como una forma que puede adoptar la pulsión de muerte cuando
ésta «entra al servicio» de la pulsión sexual: «En la fase oral de la organización de la libido, el
apoderamiento en el amor (Liebesbemächtigung) coincide todavía con la aniquilación del objeto;
más tarde la pulsión sádica se separa y finalmente, en la fase en que se ha instaurado la
primacía genital, con vistas a la reproducción, asume la función de dominar el objeto sexual en la
medida en que le exige la realización del acto sexual».
Por otra parte, conviene señalar que, junto al término Bemächtigung, se encuentra con bastante
frecuencia el de Bewältigung, de significación bastante similar. Esta última palabra, que
proponemos traducir por «control», Freud la utiliza casi siempre para designar el hecho del
control de la excitación, sea ésta de origen pulsional o externo, y ligarla(159) (véase: Ligazón).
Con todo, esta distinción terminológica no es absolutamente rigurosa, y sobre todo, desde el
punto de vista de la teoría analítica, existen más de un punto de conexión entre el apoderamiento
asegurado sobre el objeto y el control de la excitación. Así, en Más allá del principio del placer
para explicar la repetición, tanto en el juego del niño como en la neurosis traumática, Freud
propone, entre otras, la hipótesis de que podría «[...] atribuirse esta tendencia a una pulsión de
apoderamiento [...]». Aquí el apoderamiento sobre el objeto (estando éste simbólicamente a la
total disposición del sujeto) corre parejas con la ligazón del recuerdo traumático y de la energía
que lo catectiza.
Uno de los pocos autores que intentó utilizar las indicaciones dadas por Freud acerca del
Bemächtigungstrieb fue Ives Hendrick, quien, en una serie de artículos, trató de replantear el
problema dentro de una psicología genética del yo inspirada en las investigaciones sobre el
aprendizaje (learning). Sus tesis pueden resumirse esquemáticamente así:
1) existe un instinet to master, necesidad de controlar el ambiente, que los psicoanalistas han
descuidado a expensas de los mecanismos de búsqueda del placer. Se trata de una «pulsión
innata a hacer y a aprender a hacer»;
2) esta pulsión es originariamente asexual; puede libidinizarse secundariamente, aliándose al
sadismo;
3) comporta un placer específico, el placer de realizar una función con éxito: « [...] se busca un
placer primario en la utilización eficaz del sistema nervioso central para la realización de
funciones integradas del yo, que permite al individuo controlar o modificar su ambiente»; 
4) ¿por qué hablar de instinct de control y no considerar el yo como una organización que
procura formas de placer que no son gratificaciones instintivas? Ello es debido a que el autor
pretende «[...] establecer un concepto que explique cuáles son las fuerzas que hacen funcionar
el yo» y « [... ] definir el yo en términos de instinto», ya que, por otra parte, se trata, según él, de
«[...] un instinto, definido psicoanalíticamente como fuente biológica de tensiones que empujan a
esquemas (patterns) específicos de acción».
Esta concepción no deja de hallarse en relación con el sentido de la pulsión de apoderamiento tal
como hemos intentado deducirlo de los textos freudianos; pero aquí se trata de un control de
segundo grado, consistente en un control progresivamente adaptado de la acción misma.
Por lo demás, Freud no dejó de considerar esta idea de un dominio del propio cuerpo, de una
tendencia primaria a la dominación de sí misma, invocando como base de la misma «[...]los
esfuerzos que hace el niño por hacerse dueño (Herr werden) de sus propios miembros». 

Pulsión destructiva o
destructora
Pulsión destructiva o destructora
Pulsión destructiva o destructora
At.: Destruktionstrieb.
Fr.: pulsion de destruction.
Ing.: destructive instinct.
It.: istinto o pulsione di distruzione.
Por.: impulso destrutivo o pulsão destrutiva.
fuente(160) 
Término utilizado por Freud para designar las pulsiones de muerte, desde una perspectiva más
cercana a la experiencia biológica y psicológica. En ocasiones su extensión es la misma que la
del término «pulsión de muerte», pero más a menudo califica la pulsión de muerte en tanto que
orientada hacia el mundo exterior. En este sentido más específico, Freud utiliza también el
término «pulsión agresiva» (Aggressionstrieb).
El término «pulsión de muerte» fue introducido en Más allá del principio del placer (Jenseits des
Lustprinzips, 1920), dentro de un enfoque francamente especulativo; pero, a partir de este
trabajo, Freud se preocupó de reconocer sus efectos en la experiencia. También en textos
ulteriores habla a menudo de pulsión destructiva, lo que le permite definir más exactamente el fin
de las pulsiones de muerte.
Dado que, según Freud, éstas operan « fundamentalmente en silencio», y no pueden apenas
reconocerse más que cuando actúan en el exterior, se comprende que el término «pulsión
destructiva» califique sus efectos más accesibles y manifiestos. La pulsión de muerte se desvía
de la propia persona en virtud de la catexis de ésta por la libido narcisista y se dirige hacia el
mundo exterior por intermedio de la musculatura; «[...] entonces se manifestaría (sin duda sólo 
en forma parcial) como pulsión destructiva, dirigida contra el mundo y los otros seres vivos».
En otros textos no se hace resaltar tan claramente este sentido restrictivo de la pulsión
destructiva en comparación con la pulsión de muerte, al incluir Freud dentro de la pulsión
destructiva la autodestrucción (Selbstdestruktion). En cuanto al término «pulsión agresiva», lo
reserva para designar la destrucción dirigida al exterior. 

Pulsión de vida - pulsión de
muerte 
Pulsión de vida - pulsión de muerte
Pulsión de vida - pulsión de muerte
fuente(161) 
(fr. pulsion de vie - pulsion de mort; ingl. life instinct, death instinct; al. Lebenstrieb,
Todestrieb). Grupo de pulsiones cuya combinación y enfrentamiento producen la dinámica
subjetiva misma.
A partir de 1919, Freud remplaza la oposición pulsiones sexuales/pulsiones del yo y la de
pulsiones del yo/pulsiones de objeto por la oposición pulsiones de vida/pulsiones de muerte, que
considera mucho más fundamental y que, durante todo el final de su obra, le parecerá cada vez
más pertinente. La correspondencia entre las primeras oposiciones pulsionales y esta última no
siempre es estricta; pero se puede decir que las pulsiones de vida reagrupan una parte de las
pulsiones sexuales (la que permite la supervivencia de la especie) y una parte de las pulsiones
del yo (la que busca la supervivencia del individuo). Por otro lado, una cara de las pulsiones
sexuales (la que pone en peligro al individuo al estar exclusivamente al servicio de la especie),
de las pulsiones del yo (la que amenaza a la especie porque privilegia al individuo) y de las
pulsiones de objeto (la que preside la destrucción del objeto asegurándose su incorporación al
seno del sujeto): una cara oculta, de hecho, debe verse como integrante de la pulsión de muerte.
Cuanto más avanza Freud en su obra, tanto más considera que la noción de pulsión de muerte
es indispensable para el psicoanálisis, hasta el punto de llegar casi a constituir su fundamento
conceptual. En particular, considera que forma la base del principio primero del funcionamiento
del aparato psíquico. Este último consiste en la tarea (nunca acabada y siempre por recomenzar)
de disminuir la excitación y, por consiguiente, la tensión del organismo al grado más bajo posible.
A primera vista, es la búsqueda de la satisfacción (el principio de placer) la que vuelve a llevar al
sujeto, por medio de la descarga pulsional, a este punto de estiaje. Pero, más fundamentalmente,
Freud ve allí también la expresión de la pulsión de muerte, porque este retorno al punto de
partida, al nivel mínimo de excitación, es en cierto modo el eco de la tendencia que empuja al
organismo a volver a su origen, a su estado primero de no vida, es decir, a la muerte. Véase
pulsión. 

Pulsión parcial
Pulsión parcial
Pulsión parcial
Al.: Partialtrieb.
Fr.: pulsion artielle.
Ing.: component (o partial) instinct.
It.: istinto o pulsione parziale.
Por.: impulso o pulsão parcial.
fuente(162) 
Se designan con este término los elementos últimos a los que llega el psicoanálisis en el análisis
de la sexualidad. Cada uno de estos elementos viene especificado por una fuente (por ejemplo, 
pulsión oral, pulsión anal) y un fin (por ejemplo, pulsión de ver, pulsión de apoderamiento).
La palabra «parcial» no significa solamente que las pulsiones parciales constituyan especies
pertenecientes a la clase de la pulsión sexual en general; debe tomarse sobre todo en un sentido
genético y estructural: las pulsiones parciales funcionan al principio independientemente y
tienden a unirse en las diferentes organizaciones libidinales.
Freud siempre criticó toda teoría de los instintos o de las pulsiones que conduzca a establecer
un catálogo de las mismas postulando la existencia de tantas pulsiones como tipos de actividad
pueden reconocerse, por ejemplo, invocando la existencia de un «instinto gregario» para
explicar la vida en comunidad. Freud distingue únicamente dos grandes tipos de pulsiones: las
pulsiones sexuales y las pulsiones de autoconservación, o, en una segunda concepción, las
pulsiones de vida y las pulsiones de muerte.
No obstante, desde la primera edición de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei
Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), introduce el concepto de pulsión parcial. Lo que le guía
entonces, en esta diferenciación de la actividad sexual, es la preocupación por separar
componentes, que él se esfuerza en relacionar con fuentes orgánicas y en definir por sus fines
específicos.
La pulsión sexual en su conjunto puede analizarse en cierto número de pulsiones parciales: la
mayoría de ellas pueden fácilmente relacionarse con una zona erógena determinada(163); otras
se definen más bien por su fin (por ejemplo, la pulsión de apoderamiento), aunque pueda
asignárseles una fuente somática (en el ejemplo citado, la musculatura).
La acción de las pulsiones parciales en el niño puede observarse en las actividades sexuales
parciales («perversidad polimorfa»), y en el adulto en forma de placeres preliminares al acto
sexual y en las perversiones.
El concepto de pulsión parcial es correlativo del de conjunto, de organización. El análisis de una
organización sexual pone de manifiesto las pulsiones que en ella se integran. La oposición es
también genética, ya que la teoría freudiana admite que las pulsiones funcionan al principio en
forma anárquica, para organizarse secundariamente(164).
En la primera edición de los Tres ensayos, Freud admite que la sexualidad no encuentra su
organización hasta el momento de la pubertad, lo cual tiene como consecuencia que el conjunto
de la actividad sexual infantil se caracteriza por el funcionamiento desorganizado de las
pulsiones parciales.
La idea de una organización pregenital infantil conduce a hacer retroceder todavía más en el
tiempo esta fase de libre funcionamiento de las pulsiones parciales, fase autoerótica «[...] en la 
cual cada pulsión parcial, de por sí, busca su satisfacción placentera [Lustbefriedigung] en el
propio cuerpo» (véase: Autoerotismo). 

Pulsión sexual
Pulsión sexual
Pulsión sexual
Al.: Sexualtrieb. 
Fr.: pulsion sexuelle.
Ing.: sexual instinct.
It.: istinto o pulsione sessuale.
Por.: impulso o pulsão sexual.
fuente(165) 
Empuje interno que el psicoanálisis ve actuar en un campo mucho más extenso que el de las
actividades sexuales en el sentido corriente del término. En él se verifican eminentemente
algunos de los caracteres de la pulsión, que la diferencian de un instinto: su objeto no está
predeterminado biológicamente, sus modalidades de safisfacción (fines) son variables, más
especialmente ligadas al funcionamiento de determinadas zonas corporales (zonas erógenas),
pero susceptibles de acompañar a las más diversas actividades, en las que se apoyan. Esta
diversidad de las fuentes somáticas de la excitación sexual implica que la pulsión sexual no se
halla unificada desde un principio, sino fragmentada en pulsiones parciales, que se satisfacen
localmente (placer de órgano).
El psicoanálisis muestra que la pulsión sexual en el hombre se halla íntimamente ligada a un juego
de representaciones o fantasías que la especifican. Sólo al final de una evolución compleja y
aleatoria, se organiza bajo la primacía de la genitalidad y encuentra entonces la fijeza y la
finalidad aparentes del instinto.
Desde el punto de vista económico, Freud postula la existencia de una energía única en las
transformaciones de la pulsión sexual: la libido.
Desde el punto de vista dinámico, Freud ve en la pulsión sexual un polo necesariamente
presente del conflicto psíquico: es el objeto privilegiado de la represión en el inconsciente.
Nuestra definición resalta la transmutación aportada por el psicoanálisis a la idea de un «instinto
sexual», y ello tanto en extensión como en comprensión (véase: Sexualidad). Esta
transformación afecta tanto al concepto de la sexualidad como al de la pulsión. Cabe pensar
incluso que la crítica de la concepción «popular» o «biológica» de la sexualidad, que hace que
Freud encuentre una misma «energía», la libido, interviniendo en fenómenos muy diversos y a
menudo muy alejados del acto sexual, coincide con lo que, en el ser humano, diferencia
fundamentalmente la pulsión del instinto. Dentro de esta perspectiva, se puede anticipar que la
concepción freudiana de la pulsión, elaborada a partir del estudio de la sexualidad humana, sólo
se verifica plenamente en el caso de la pulsión sexual (véase: Pulsión; Instinto; Apoyo; Pulsiones
de autoconservación).
A lo largo de toda su obra Freud sostuvo que la acción de la represión se ejercía en forma 
electiva sobre la pulsión sexual, en consecuencia, debía atribuirle un papel fundamental en el
conflicto psíquico, aunque dejando sin resolver el problema de qué es lo que, en definitiva,
determina tal privilegio. «Teóricamente nada impide pensar que toda exigencia pulsional,
cualquiera que sea, puede provocar las mismas represiones y sus consecuencias; pero la
observación nos revela invariablemente, en la medida en que podemos enjuiciarlo, que las
excitaciones que desempeñan este papel patógeno emanan de las pulsiones parciales de la
sexualidad» (véase: Seducción; Complejo de Edipo; Posterioridad).
La pulsión sexual, que Freud, en la primera teoría de las pulsiones, contrapone a las pulsiones
de autoconservación, es asimilada en el último dualismo a las pulsiones de vida, al Eros. Así
como en el primer dualismo la pulsión sexual era la fuerza sometida al solo principio de placer,
difícilmente «educable», que funcionaba según las leyes del proceso primario y que
constantemente amenazaba desde dentro el equilibrio del aparato psíquico, ahora se convierte,
con el nombre de pulsión de vida, en una fuerza que tiende a la «ligazón», a la constitución y
mantenimiento de las unidades vitales; y, en compensación, su antagonista, la pulsión de muerte,
es la que funciona según el principio de la descarga total.
Un cambio de este tipo resulta difícil de comprender si no se tiene en cuenta todo el conjunto de
transformaciones conceptuales efectuadas por Freud después de 1920 (véase: Pulsiones de
muerte; Yo; Ligazón). 

Pulsiones de
autoconservación
Pulsiones de autoconservación
Pulsiones de autoconservación
Al.: Selbsterhaltungstriebe.
Fr.: pulsions d'auto-conservation.
Ing.: instincts of self-preservation.
It.: istinti o pulsioni d'autoconservazione.
Por.: impulsos o pulsões de autoconservação.
fuente(166) 
Término mediante el cual Freud designa el conjunto de las necesidades ligadas a las funciones
corporales que se precisan para la conservación de la vida del individuo; su prototipo viene
representado por el hambre.
Dentro de su primera teoría de las pulsiones, Freud contrapone las pulsiones de
autoconservación a las pulsiones sexuales.
Si bien el término «pulsión de autoconservación» no aparece en Freud hasta el año 1910, la idea
de oponer a las pulsiones sexuales otro tipo de pulsiones es anterior a dicha fecha. Se halla, en
efecto, implícita en lo que Freud afirma, a partir de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei
Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), acerca del apoyo de la sexualidad sobre otras
funciones somáticas (véase: Apoyo); por ejemplo, a nivel oral, el placer sexual encuentra su 
apoyo en la actividad de nutrición: «La satisfacción de la zona erógena se hallaba asociada, al
principio, a la satisfacción de la necesidad de alimento»; dentro del mismo contexto, Freud habla
todavía de «pulsión de alimentación».
En 1910 Freud enuncia la oposición que seguirá siendo central en su primera teoría de las
pulsiones: «De singular importancia [...] es la oposición innegable existente entre las pulsiones
que sirven a la sexualidad, a la obtención del placer sexual, y los que tienen por fin la
autoconservación del individuo, las pulsiones del yo: todas las pulsiones orgánicas que actúan
en nuestro psiquismo pueden clasificarse, según las palabras del poeta, en "Hambre" o en
"Amor"». Este dualismo ofrece dos aspectos, puestos en evidencia simultáneamente por Freud
en sus trabajos de esa época: el apoyo de las pulsiones sexuales sobre las pulsiones de
autoconservación y el papel fundamental que desempeña su oposición en el conflicto psíquico.
El ejemplo de los trastornos histéricos de la visión ilustra este doble aspecto: un mismo órgano, el
ojo, constituye el soporte de dos tipos de actividad pulsional; en él se localizará el síntoma si
existe conflicto entre dichas actividades.
En lo referente al problema del apoyo, remitimos al lector a nuestro comentario acerca de este
término. En cuanto al modo en que llegan a oponerse en el conflicto defensivo los dos grandes
tipos de pulsiones, uno de los pasajes más explícitos figura en las Formulaciones sobre los dos
principios del funcionamiento psíquico (Formulierungen über die zwei Prinzipien des
psychischen Geschehens, 1911). Las pulsiones del yo, en tanto que sólo pueden satisfacerse
con un objeto real, efectúan muy pronto el tránsito del principio de placer al principio de realidad,
hasta el punto de convertirse en agentes de la realidad, oponiéndose así a las pulsiones
sexuales, que pueden satisfacerse en forma fantasmática y permanecen durante más tiempo
bajo el dominio del solo principio de placer: «Una parte esencial de la predisposición psíquica a la
neurosis proviene del retardo de la pulsión sexual en tener en cuenta la realidad».
Esta concepción se condensa en la siguiente idea, ocasionalmente enunciada por Freud: el
conflicto entre pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación proporcionaría la clave para
la comprensión de las neurosis de transferencia (acerca de este punto véase nuestro
comentario a: Pulsiones del yo).
Freud nunca dio una exposición de conjunto acerca de los diversos tipos de pulsiones de
autoconservación; cuando habla de ellas, suele hacerlo en forma colectiva o tomando como
prototipo el hambre. Con todo, parece admitir la existencia de numerosas pulsiones de
autoconservación, tantas como las grandes funciones orgánicas (nutrición, defecación, emisión
de orina, actividad muscular, visión, etc.).
La oposición establecida por Freud entre pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación
puede llevar a preguntarnos sobre la legitimidad de usar la misma palabra Trieb para designar
unos y otros. Ante todo se observará que, cuando Freud habla de la pulsión en general, se
refiere, más o menos explícitamente, a la pulsión sexual, atribuyendo, por ejemplo, a la pulsión 
características tales como la variabilidad del fin y la contingencia del objeto. Por el contrario, para
las «pulsiones» de autoconservación las vías de acceso están preformadas y el objeto que las
satisface se halla determinado desde un principio; usando una expresión de Max Scheler, el
hambre del lactante implica «una intuición del valor alimento». Según muestra la concepción
freudiana de la elección objetal por apoyo, son las pulsiones de autoconservación las que
indican a la sexualidad el camino hacia el objeto. Es sin duda esta diferencia la que condujo a
Freud a utilizar repetidamente el término «necesidad» (Bedürfnis) para designar las pulsiones de
autoconservación. Desde este punto de vista, sólo cabe subrayar lo que hay de artificial en
pretender establecer, dentro de una perspectiva genética, un estricto paralelismo entre
funciones de autoconservación y pulsiones sexuales, considerando a unas y otras sometidas
inicialmente al solo principio de placer, para obedecer más tarde progresivamente 'al principio de
realidad. En efecto, las primeras deberían situarse más bien, desde sus comienzos, en el lado
del principio de realidad, y las segundas en el lado del principio de placer.
Las sucesivas reformas efectuadas por Freud en la teoría de las pulsiones le obligarían a situar
de otro modo las funciones de autoconservación. Ante todo se observará que, en estas
tentativas de reclasificación, los conceptos de pulsiones del yo y pulsiones de
autoconservación, que anteriormente coincidían, experimentan transformaciones que no son
exactamente las mismas. En lo referente a las pulsiones del yo, es decir, a la naturaleza de la
energía pulsional que se halla al servicio de la instancia del yo, remitimos al lector a los
comentarios a los artículos: Pulsiones del yo, Libido del yo - libido objetal, Yo. Respecto de las
funciones de autoconservación, puede decirse esquemáticamente que:
1.° Con la introducción del concepto de narcisismo (1915), las pulsiones de autoconservación
siguen oponiéndose a las pulsiones sexuales, si bien estas últimas se encuentran ahora
subdivididas, según que apunten al objeto exterior (libido objetal) o al yo (libido del yo).
2.° Cuando Freud, entre 1915 y 1920, efectúa un «acercamiento aparente a las concepciones de
Jung» y se siente inclinado a admitir la idea de un monismo pulsional, las pulsiones de
autoconservación tienden a considerarse como un caso particular del amor a sí mismo o libido
del yo.
3.° Después de 1920 se introduce un nuevo dualismo, el de pulsiones de vida y pulsiones de
muerte. En una primera fase, Freud dudará respecto a la situación de las pulsiones de
autoconservación, clasificándolas primeramente dentro de las pulsiones de muerte, ya que no
representarían más que rodeos que expresarían el hecho de que «el organismo sólo quiere morir
a su manera», pero rectifica pronto esta idea para ver en la conservación del individuo un caso
particular de la manifestación de las pulsiones de vida.
En lo sucesivo mantendrá este último punto de vista: «La oposición entre pulsión de
autoconservación y pulsión de conservación de la especie, al igual que la existente entre amor al 
yo y amor objetal, debe situarse todavía dentro del Eros». 

Pulsiones de muerte
Al.: Todestriebe. 
Fr.: pulsions de mort.
Ing.: death instincts.
It.: istinti o pulsioni di morte.
Por.: impulsos o pulsões de morte.
fuente(167) 
Dentro de la última teoría freudiana de las pulsiones, designan una categoría fundamental de
pulsiones que se contraponen a las pulsiones de vida y que tienden a la reducción completa de
las tensiones, es decir, a devolver al ser vivo al estado inorgánico.
Las pulsiones de muerte se dirigen primeramente hacia el Interior y tienden a la autodestrucción;
secundariamente se dirigirían hacia el exterior, manifestándose entonces en forma de pulsión
agresiva o destructiva.
El concepto de pulsión de muerte, introducido por Freud en Más allá del principio de placer
(Jenseits des Lustprinzips, 1920) y constantemente reafirmada por él hasta el fin de su obra, no
ha logrado imponerse a los discípulos y a la posteridad de Freud a igual título que la mayoría de
sus aportaciones conceptuales. Sigue siendo una de las nociones más controvertidas. Para
captar su sentido, creemos que no basta remitirse a las tesis de Freud acerca de la misma, o
encontrar en la clínica las manifestaciones que parecen más aptas para justificar esta hipótesis
especulativa; sería necesario, además, relacionarla con la evolución del pensamiento freudiano y
descubrir a qué necesidad estructural obedece su introducción dentro de una reforma más
general («vuelta» de los años 20). Sólo una apreciación de este tipo permitiría encontrar, más
allá de los enunciados explícitos de Freud e incluso de su sentimiento de innovación radical, la
exigencia de la cual este concepto es testimonio, exigencia que, bajo otras formas, ya pudo
ocupar un puesto en modelos anteriores.
Resumamos primeramente las tesis de Freud referentes a la pulsión de muerte. Esta representa
la tendencia fundamental de todo ser vivo a volver al estado inorgánico. En este sentido, «Si
admitimos que el ser vivo apareció después que lo no-vivo y a partir de esto, la pulsión de
muerte concuerda con la fórmula [...] según la cual una pulsión tiende al retorno a un estado
anterior». Desde este punto de vista, «todo ser vivo muere necesariamente por causas
internas». En los seres pluricelulares, «[...] la libido sale al encuentro de la pulsión de muerte o de
destrucción que domina en ellos y que tiende a desintegrar este organismo celular y a conducir
cada organismo elemental (cada célula) al estado de estabilidad inorgánica [...]. Su misión
consiste en volver inofensiva esta pulsión destructora, y se libera de ella derivándola en gran
parte hacia el exterior, dirigiéndola contra los objetos del mundo exterior, lo cual se hace pronto
con la ayuda de un sistema orgánico particular, la musculatura. Esta pulsión se denomina
entonces pulsión destructiva, pulsión de apoderamiento, voluntad de poder. Parte de esta pulsión 
se pone directamente al servicio de la función sexual, donde desempeña un papel importante. Se
trata del sadismo propiamente dicho. Otra parte no sigue este desplazamiento hacia el exterior;
persiste en el organismo, donde se halla ligado libidinalmente [...]. En ella debemos reconocer el
masoquismo primario, erógeno».
En el desarrollo libidinal del individuo, Freud describió el juego combinado de la pulsión de vida y
la pulsión de muerte, tanto en su forma sádica como en su forma masoquista.
Las pulsiones de muerte se incluyen en un nuevo dualismo, en el cual se contraponen a las
pulsiones de vida (o Eros), que en lo sucesivo comprenderán el conjunto de las pulsiones
anteriormente distinguidas por Freud (véase: Pulsiones de vida; Pulsión sexual; Pulsiones de
autoconservación; Pulsiones del yo). Así, pues, en la conceptualización freudiana, las pulsiones
de muerte aparecen como un nuevo tipo de pulsiones, que no tenía un puesto en las
clasificaciones anteriores (así, por ejemplo, el sadismo y el masoquismo se explicaban por una
compleja interacción de pulsiones de tendencia totalmente positiva); pero al mismo tiempo Freud
los considera como las pulsiones por excelencia, en la medida en que, en ellas, se realiza
eminentemente el carácter repetitivo de la pulsión.
¿Cuáles son los motivos más manifiestos que indujeron a Freud a establecer la existencia de una
pulsión de muerte?
1) La consideración, en muy diversos registros, de los fenómenos de repetición (véase:
Compulsión a la repetición), que difícilmente pueden reducirse a la búsqueda de una satisfacción
libidinal o a una simple tentativa de dominar las experiencias displacenteras; Freud ve en ello la
marca de lo «demoníaco», de una fuerza irrepresible, independiente del principio de placer y
capaz de oponerse a éste. Partiendo de este concepto, Freud va a parar a la idea de un
carácter regresivo de la pulsión, idea que, seguida sistemáticamente, le conduce a ver en la
pulsión de muerte la pulsión por excelencia.
2) La importancia adquirida, en la experiencia psicoanalítica, por las nociones de ambivalencia,
agresividad, sadismo y masoquismo, tal como se desprende, por ejemplo, de la clínica de la
neurosis obsesiva y de la melancolía.
3) Desde un principio el odio se le apareció a Freud como imposible de deducir, desde el punto
de vista metapsicológico, de las pulsiones sexuales. Jamás hará suya la tesis según la cual «[...]
todo lo que se encuentra en el amor de peligroso y hostil debería atribuirse más bien a una
bipolaridad originaria de su propio ser». En Las pulsiones y sus destinos (Triebe und
Triebschicksale, 1915), el sadismo y el odio son puestos en relación con las pulsiones del yo:
«[...] los verdaderos prototipos de la relación de odio no provienen de la vida sexual, sino de la
lucha del yo por su conservación y afirmación»; Freud ve en el odio una relación con los objetos
«más antigua que el amor». Cuando, como consecuencia de la introducción del concepto de 
narcisismo, tiende a borrar la distinción entre dos tipos de pulsiones (pulsiones sexuales y
pulsiones del yo) convirtiéndolos en modalidades de la libido, cabe pensar que halló especial
dificultad en hacer derivar el odio dentro del marco de un monismo pulsional. El problema de un
masoquismo primario, que se había planteado desde 1915, era como el índice que señalaba el
polo del nuevo gran dualismo pulsional que se acerbaba.
La exigencia dualista es, como se sabe, fundamental en el pensamiento freudiano; se pone de
manifiesto en numerosos aspectos estructurales de la teoría y se traduce, por ejemplo, en la
noción de pares antitéticos. Es particularmente imperiosa cuando se trata de las pulsiones, por
cuanto éstos proporcionan, en último término, las fuerzas que se enfrentan en el conflicto
psíquico.
¿Qué papel atribuye Freud a la noción de pulsión de muerte? Ante todo debe notarse que, según
subraya el propio Freud, tal noción se basa fundamentalmente en consideraciones especulativas
y que, por así decirlo, se le fue imponiendo progresivamente: «Al principio presenté estas
concepciones con la única intención de ver adónde conducían, pero, con los años, han adquirido
tal poder sobre mí que ya no puedo pensar de otro modo». Al parecer fue sobre todo el valor
teórico del concepto y su concordancia con una determinada concepción de la pulsión lo que
hizo que Freud insistiera tanto en mantener la tesis de la pulsión de muerte, a pesar de las
«resistencias» que encontró en los propios medios psicoanalíticos y la dificultad que plantea el
intento de basarla en la experiencia concreta. En efecto, como subrayó Freud en repetidas
ocasiones, los hechos muestran que, incluso en los casos en que la tendencia a la destrucción
de otro o de uno mismo es más manifiesta, en que la furia destructiva es más ciega, puede
existir siempre una satisfacción libidinal, satisfacción sexual dirigida hacia el objeto o gozo
narcisista. «Lo que encontramos siempre no es, por así decirlo, mociones pulsionales puras,
sino asociaciones de dos pulsiones en proporciones variables». En este sentido dice a veces
Freud que la pulsión de muerte «[...]se substrae a la percepción cuando no va teñido de
erotismo».
Esto se traduce también en las dificultades que encuentra Freud para sacar partido del nuevo
dualismo pulsional en la teoría de las neurosis o en los modelos del conflicto: «Siempre seguimos
experimentando que las mociones pulsionales, cuando logramos reconstruir su curso, se nos
aparecen como derivados del Eros. Si no fuera por las consideraciones propuestas en Más allá
del principio del placer y finalmente por las contribuciones del sadismo al Eros, nos resultaría
difícil mantener nuestra concepción dualista fundamental». En el artículo Inhibición, síntoma y
angustia (Hemmung, Symptom und Angst, 1926), que reconsidera el conjunto del problema del
conflicto neurótico y sus diversas modalidades, sorprende efectivamente ver el poco lugar que
Freud concede a la oposición entre los dos grandes tipos de pulsiones, oposición a la que no
atribuye papel dinámico alguno. Cuando Freud se plantea explícitamente el problema de la
relación entre las instancias de la personalidad que acaba de diferenciar (ello, yo, superyó) y los
dos tipos de pulsiones, se observa que el conflicto entre instancias no es superponible al
dualismo pulsional; aunque Freud se esfuerza en determinar la parte correspondiente a las dos 
pulsiones en la constitución de cada instancia, en compensación, cuando se trata de describir
las modalidades del conflicto, no se ve intervenir la supuesta oposición entre pulsiones de vida y
pulsiones de muerte: «No se trata de limitar una u otra de las pulsiones fundamentales a una
determinada provincia psíquica. Es necesario poderlas encontrar por todas partes». Con
frecuencia el «hiatus» entre la nueva teoría de las pulsiones y la nueva tópica es todavía más
sensible: el conflicto se convierte en un conflicto entre instancias, en que el ello termina por
representar el conjunto de las exigencias pulsionales, en oposición al yo. En este sentido Freud
pudo decir que, desde un punto de vista empírico, la distinción entre pulsiones del yo y pulsiones
de objeto seguía conservando su valor; es solamente «[...] la especulación teórica [la que] nos
ha hecho admitir la existencia de dos pulsiones fundamentales [Eros y pulsión destructiva] que
se ocultan tras las pulsiones manifiestas, pulsiones del yo y pulsiones de objeto». Como puede
verse, aquí reasume Freud, incluso en el plano pulsional, un modelo de conflicto anterior a Más
allá del principio del placer (véase: Libido del yo - libido objetal), suponiendo simplemente que
cada una de las dos fuerzas presentes que vemos efectivamente enfrentarse («pulsiones del
yo», «pulsiones de objeto») comprende ella misma una unión de pulsiones de vida y de muerte.
Finalmente, sorprende ver la pequeñez de los cambios manifiestos que la nueva teoría de las
pulsiones aporta, tanto en la descripción del conflicto defensivo como en la de la evolución de
las fases pulsionales.
Si Freud afirma y mantiene hasta el fin de su obra la noción de pulsión de muerte, no lo hace
como una hipótesis impuesta por la teoría de las neurosis. Lo hace porque tal noción es, por una
parte, el resultado de una exigencia especulativa que éste considera fundamental, y, por otra, le
parece inevitablemente sugerida por la insistencia de hechos muy precisos, irreductibles, que
adquieren a sus ojos una importancia creciente en la clínica y en la cura: «Si se abarca en
conjunto el cuadro que forman las manifestaciones del masoquismo inmanente en tantas
personas, la reacción terapéutica negativa y el sentimiento de culpabilidad de los neuróticos,
resulta imposible adherirse a la creencia de que el funcionamiento psíquico viene dominado
exclusivamente por la tendencia al placer. Estos fenómenos indican, de una forma que no puede
ignorarse, la presencia en la vida psíquica de un poder que, según sus fines, denominamos
pulsión agresiva o destructiva, y que hacemos derivar de la pulsión de muerte originaria de la
materia animada».
La acción de la pulsión de muerte podría incluso entreverse en estado puro cuando tiende a
desunirse de la pulsión de vida, por ejemplo, en el caso del melancólico, en el cual el superyó
aparece como «[...] una cultura de la pulsión de muerte».
El propio Freud indica que, dado que su hipótesis « descansa esencialmente sobre bases
teóricas, es preciso admitir que no se halla tampoco al abrigo de objeciones teóricas». En efecto,
numerosos analistas han trabajado en este sentido, sosteniendo, por una parte, que la noción de
pulsión de muerte era inaceptable y, por otra, que los hechos clínicos invocados por Freud
debían interpretarse sin recurrir a esta noción. En forma muy esquemática, estas críticas pueden 
clasificarse según distintos niveles:
1) desde un punto de vista metapsicológico, se rehusa considerar la reducción de tensiones
como el patrimonio de un grupo determinado de pulsiones;
2) tentativas de describir una génesis de la agresividad: ya sea haciendo de ésta un elemento
correlativo, al comienzo, de toda pulsión, en la medida en que ésta se realiza en una actividad
que el sujeto impone al objeto, ya sea considerándola como una reacción secundaria a la
frustración proveniente del objeto;
3) reconocimiento de la importancia y de la autonomía de las pulsiones agresivas, pero sin que
éstas puedan adscribirse a una tendencia autoagresiva; negación a hipostasiar, en todo ser
vivo, del par antitético: pulsiones de vida - pulsión de autodestrucción. Puede muy bien afirmarse
que existe desde un principio una ambivalencia pulsional, pero la oposición entre amor y odio, tal
como se manifiesta desde los comienzos en la incorporación oral, sólo debería entenderse en la
relación con un objeto exterior.
Por el contrario, la escuela de Melanie Klein reafirma con toda su fuerza el dualismo de las
pulsiones de muerte y pulsiones de vida, atribuyendo incluso un papel fundamental a las
pulsiones de muerte desde los comienzos de la existencia humana, no sólo en la medida en que
están orientadas hacia el objeto exterior, sino también en cuanto operan en el organismo y dan
lugar a la angustia de ser desintegrado y aniquilado. Pero cabe preguntarse si el maniqueísmo
kleiniano recoge todas las significaciones que Freud había atribuido a su dualismo. En efecto, los
dos tipos de pulsión invocados por Melanie Klein se contraponen ciertamente por su fin, pero no
existe entre ellos una diferencia fundamental en cuanto a su principio de funcionamiento.
Las dificultades que ha encontrado la posteridad freudiana en integrar la noción de pulsión de
muerte inducen a preguntarse qué es lo que considera Freud, con el nombre de Trieb, en su
última teoría. En efecto, produce cierto embarazo designar con la misma palabra pulsión lo que
Freud, por ejemplo, describió y mostró en su acción al detallar el funcionamiento de la sexualidad
humana (Tres ensayos sobre la teoría sexual [Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905]) y
estos «seres míticos» que él ve enfrentarse, no tanto a nivel del conflicto clínicamente
observable como en una lucha que va más allá del individuo humano, puesto que se encuentra
en forma velada en todos los seres vivos, incluso los más primitivos: «[...] las fuerzas
pulsionales que tienden a conducir la vida hacia la muerte podrían muy bien actuar en ellos
desde el principio; pero sería muy difícil efectuar la prueba directa de su presencia, ya que sus
efectos están enmascarados por las fuerzas que conservan la vida».
La oposición entre las dos pulsiones fundamentales guardaría relación con los grandes 
procesos vitales de asimilación y desasimilación; en último extremo, desembocaría incluso «[...]
en el par antitético que impera en el reino inorgánico: atracción y repulsión». Este aspecto
fundamental o incluso universal de la pulsión de muerte fue también subrayado por Freud de
muchas formas. Se pone de manifiesto especialmente en la referencia a concepciones
filosóficas como las de Empédocles y Schopenhauer.
Algunos traductores franceses de Freud se han dado perfecta cuenta de que la última teoría de
las «pulsiones» se situaba en un plano distinto al de sus teorías anteriores, como indica el hecho
de que prefieren hablar de «instinto de vida» y de «instinto de muerte», mientras que, en los
restantes textos, traducen el Trieb freudiano por «pulsión». Pero esta terminología es criticable,
ya que la palabra instinto se halla más bien reservada por el uso (y esto en el propio Freud) para
designar comportamientos preformados y fijos, susceptibles de ser observados, analizados, y
específicos del orden vital.
De hecho, lo que Freud intenta explícitamente designar con el término «pulsión de muerte» es lo
que hay de más fundamental en la noción de pulsión, el retorno a un estado anterior y, en último
término, el retorno al reposo absoluto de lo inorgánico. Lo que así designa, más que un tipo
particular de pulsión, es lo que se hallaría en el principio de toda pulsión.
A este respecto, resulta instructivo observar las dificultades que experimenta Freud para situar
la pulsión de muerte en relación con los «Principios de funcionamiento psíquico» que había
establecido mucho tiempo antes, y sobre todo en relación con el principio de placer. Así, en Más
allá del principio del placer, como indica el mismo título de la obra, se postula la existencia de la
pulsión de muerte a partir de hechos que parecen contradecir dicho principio, pero al mismo
tiempo Freud termina afirmando que «el principio de placer parece, de hecho, hallarse al servicio
de las pulsiones de muerte».
Por lo demás, se dio cuenta de esta contradicción, lo que le condujo a continuación a distinguir
del principio de placer el principio de nirvana; este último, como principio económico de la
reducción de las tensiones a cero, «[...]se hallaría enteramente al servicio de las pulsiones de
muerte». En cuanto al principio de placer, cuya definición se vuelve entonces más cualitativa que
económica, «representa la exigencia de la libido».
Cabe preguntarse si la introducción del principio de nirvana, «expresando la tendencia de la
pulsión de muerte», constituye una innovación radical. Fácilmente puede mostrarse cómo las
formulaciones del principio de placer dadas por Freud a todo lo largo de su obra confundían dos
tendencias: una tendencia a la descarga completa de la excitación y una tendencia al
mantenimiento de un nivel constante (homeostasis).
Por lo demás, se observará que en la primera etapa de su construcción metapsicológica
(Proyecto de psicología científica [Entwurf einer Psychologie, 1895]) Freud había diferenciado
estas dos tendencias hablando de un principio de inercia y mostrando cómo éste se convertía en 
una tendencia «a mantener constante el nivel de tensión».
Por lo demás, estas dos tendencias han continuado distinguiéndose, en la medida en que
corresponden a dos tipos de energía, libre y ligada, y a dos modos de funcionamiento psíquico
(proceso primario y proceso secundario). Desde esta perspectiva, la tesis de la pulsión de
muerte puede verse como una reafirmación de lo que Freud consideró siempre como la esencia
misma del inconsciente en lo que éste ofrece de indestructible y de arreal. Esta reafirmación de
lo que hay de más radical en el deseo inconsciente es correlativa con una mutación en la función
última que Freud asigna a la sexualidad. En efecto, ésta, con el nombre de Eros, ya no se define
como una fuerza disruptora y eminentemente perturbadora, sino como principio de cohesión: «El
fin de [el Eros] consiste en crear unidades cada vez mayores y mantenerlas: es la ligazón; el fin
de [la pulsión destructiva] es, por el contrario, disolver los conjuntos y, de este modo, destruir las
cosas» (véase: Pulsiones de vida).
Con todo, aun cuando en la noción de pulsión de muerte se pueda descubrir un nuevo avatar de
una exigencia fundamental y constante del pensamiento freudiano, no puede dejarse de
subrayar que aporta una nueva concepción: hace de la tendencia a la destrucción, como
aparece, por ejemplo, en el sadomasoquismo, un dato irreductible, es la expresión privilegiada
del principio más radical del funcionamiento psíquico, y por último liga indisolublemente, en la
medida en que es «lo que hay de más pulsional», todo deseo, agresivo o sexual, al deseo de
muerte. 

Pulsiones de vida
Al.: Lebenstriebe.
Fr.: pulsions de vie.
Ing.: life instincts.
It.: istinti o pulsioni di vita.
Por.: impulsos o pulsões de vida.
fuente(168) 
Gran categoría de pulsiones que Freud contrapone, en su última teoría, a las pulsiones de
muerte. Tienden a constituir unidades cada vez mayores y a mantenerlas. Las pulsiones de vida,
que se designan también con el término «Eros», abarcan no sólo las pulsiones sexuales
propiamente dichas, sino también las pulsiones de autoconservación.
En Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), Freud introdujo la gran
oposición, que mantendría hasta el fin de su obra, entre pulsiones de muerte y pulsiones de vida.
Las primeras tienden a la destrucción de las unidades vitales, a la nivelación radical de las
tensiones y al retorno al estado inorgánico, que se considera como el estado de reposo
absoluto. Las segundas tienden, no sólo a conservar las unidades vitales existentes, sino
también a constituir, a partir de éstas, unidades más amplias. Así existiría, incluso a nivel celular,
una tendencia « [...]que aspira a producir y mantener la cohesión de las partes de la substancia
viva». Esta tendencia vuelve a encontrarse en el organismo individual, en tanto que éste aspira a
mantener su unidad y su existencia (pulsiones de autoconservación, libido narcisista). La misma 
sexualidad, en sus formas manifiestas, se define como principio de unión (unión de los
individuos en la cópula, unión de los gametos en la fecundación).
Pero lo que mejor permite comprender lo que entiende Freud por pulsiones de vida es su
oposición a las pulsiones de muerte: se oponen unas a otras como dos grandes principios que
actuarían ya en el mundo físico (atracción-repulsión) y que se hallarían sobre todo en la base de
los fenómenos vitales (anabolismo-catabolismo).
Este nuevo dualismo pulsional no deja de plantear dificultades:
1) La introducción por Freud del concepto de pulsión de muerte es correlativa con una reflexión
acerca de lo que hay de más fundamental en toda pulsión: el retorno a un estado anterior. Dentro
de la perspectiva evolucionista explícitamente elegida por Freud, esta tendencia regresiva sólo
puede apuntar a restablecer formas menos diferenciadas, menos organizadas, que en último
extremo ya no comporten diferencias de nivel energético. Si esta tendencia se expresa
eminentemente en la pulsión de muerte, en contraposición, la pulsión de vida se caracteriza por
un movimiento inverso, a saber, el establecimiento y mantenimiento de formas más diferenciadas
y más organizadas, la constancia e incluso el aumento de las diferencias de nivel energético
entre el organismo y el medio. Freud se declara incapaz de poner de manifiesto, en el caso de
las pulsiones de vida, bajo qué aspecto obedecen a lo que él definió como la fórmula general de
toda pulsión, su carácter conservador o, mejor, regresivo. «Para el Eros (la pulsión de amor) no
podemos aplicar la misma fórmula, ya que ello equivaldría a postular que la substancia viva,
habiendo constituido primeramente una unidad, se fragmentó más tarde y tiende a reunirse de
nuevo». Freud se ve obligado entonces a referirse a un mito, el mito de Aristófanes en El
banquete de Platón, según el cual la unión sexual tendería a restablecer la unidad perdida de un
ser originariamente andrógino, anterior a la separación de los sexos.
2) En el plano de los principios del funcionamiento psíquico correspondientes a los dos grandes
grupos de pulsiones, se vuelven a encontrar la misma oposición y la misma dificultad: el principio
de nirvana, que corresponde a las pulsiones de muerte, se halla claramente definido; pero el
principio de placer (y su modificación en principio de realidad), que se supone representa la
exigencia de las pulsiones de vida, difícilmente puede captarse en su acepción económica y es
reformulado por Freud en términos «cualitativos» (véase: Principio de placer; Principio de
constancia).
Las últimas formulaciones de Freud (Esquema del psicoanálisis [Abriss der Psychoanalyse,
1938]) indican que el principio subyacente a las pulsiones de vida es un principio de ligazón. «El
fin del Eros consiste en establecer unidades cada vez mayores, y por consiguiente
conservarlas: es la ligazón. El fin de la otra pulsión, por el contrario, consiste en romper las
relaciones y por consiguiente destruir las cosas». 
Como puede verse, también en el plano económico la pulsión de vida armoniza mal con el modelo
energético de la pulsión como tendencia a la reducción de las tensiones. En algunos pasajes,
Freud sitúa el Eros en oposición al carácter conservador general de la pulsión.
3) Por último, si Freud pretende reconocer en las pulsiones de vida lo que anteriormente había
designado como pulsión sexual, cabe preguntarse si esta asimilación no es correlativa con un
cambio en cuanto a la posición de la sexualidad en la estructura del dualismo freudiano. En los
grandes pares antitéticos establecidos por Freud: energía libre-energía ligada, proceso primario -
proceso secundario, principio de placer-principio de realidad, y, en el Proyecto de psicología
científica (Entwurf einer Psychologie, 1895), principio de inercia - principio de constancia, la
sexualidad correspondía hasta entonces a los primeros términos, apareciendo como una fuerza
esencialmente disruptora. Con el nuevo dualismo pulsional, es la pulsión de muerte la que pasa a
convertirse en esta fuerza «primaria», «demoníaca» y propiamente pulsional, mientras que la
sexualidad, paradójicamente, pasa del lado de la ligazón. 

Pulsiones del Yo
AI.: Ichtriebe.
Fr.: pulsions du moi.
Ing.: ego instincts.
It.: istinti o pulsioni dell'io.
Por.: impulsos o pulsões do ego.
fuente(169) 
Dentro del marco de la primera teoría de las pulsiones (tal como fue formulada por Freud en los
años 1910-1915), las pulsiones del yo designan un tipo específico de pulsiones cuya energía se
sitúa al servicio del yo en el conflicto defensivo; son asimiladas a las pulsiones de
autoconservación y se oponen a las pulsiones sexuales.
En la primera teoría freudiana de las pulsiones, que opone pulsiones sexuales y pulsiones de
autoconservación, estas últimas reciben todavía el nombre de pulsiones del yo.
Como es sabido, el conflicto psíquico fue descrito al principio por Freud como la oposición entre
la sexualidad y una instancia represora, defensiva, el yo. Pero todavía no se atribuía al yo un
soporte pulsional determinado.
Por otra parte, desde los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur
Sexualtheorie, 1905), Freud contrapuso las pulsiones sexuales a lo que él llamó «necesidades»
(o «funciones de importancia vital»), mostrando cómo las primeras nacían apoyándose en las
segundas, y luego se separaban, especialmente en el autoerotismo. Al enunciar su «primera
teoría de las pulsiones», Freud trata de hacer coincidir estas dos oposiciones: oposición clínica,
en el conflicto defensivo, entre el yo y las pulsiones sexuales; oposición genética, en el origen
de la sexualidad humana, entre funciones de autoconservación y pulsión sexual. 
Sólo en 1910, en El trastorno psicógeno de la visión en la concepción psicoanalítica (Die
psychogene Sehstörung in Psychoanalytischer Auffassung), Freud, por un lado, reúne el
conjunto de estas «grandes necesidades» no sexuales con el nombre de «pulsiones de
autoconservación» y, por otro, las señala, con el nombre de «pulsiones del yo», como parte
integrante del conflicto psíquico, cuyos dos polos se deben definir, en último análisis, igualmente
en términos de fuerzas: «De muy especial importancia para nuestra tentativa de explicación es la
oposición innegable existente entre las pulsiones que sirven a la sexualidad, a la obtención del
placer sexual, y los otros, que tienen como fin la autoconservación del individuo, las pulsiones
del yo. Todas las pulsiones orgánicas que actúan en nuestro psiquismo pueden clasificarse,
según el poeta, en «hambre» o en «amor».
¿Qué significa la sinonimia, anticipada por Freud, entre pulsiones de autoconservación y
pulsiones del yo? ¿En qué sentido un determinado grupo de pulsiones puede considerarse
inherente al yo?
1.° A nivel biológico, Freud se apoya en la oposición entre las pulsiones que tienden a la
conservación del individuo (Selbsterhaltung) y las que sirven a los fines de la especie
(Arterhaltung): «El individuo lleva, en realidad, una doble existencia, como fin de sí mismo y como
miembro de una cadena a la que se encuentra sometido en contra de su propia voluntad o, por lo
menos, sin contar con ella [...]. La distinción entre pulsiones sexuales y pulsiones del yo no hará
más que reflejar esta doble función del individuo» (2 a). Desde esta perspectiva, «pulsiones del
yo» significa «pulsiones de conservación de sí mismo», siendo el yo como la instancia psíquica
encargada de la conservación del individuo.
2.° En el marco del funcionamiento del aparato psíquico, Freud muestra cómo las pulsiones de
autoconservación, proposición de las pulsiones sexuales, son especialmente aptas para
funcionar según el principio de realidad. Es más, define un «yo-realidad» por las características
mismas de las pulsiones del yo: « [...] el yo-realidad no tiene más misión que tender hacia lo útil y
prevenirse contra los daños».
3.° Por último, se observará que, desde la introducción de la noción de pulsiones del yo, Freud
señala que éstas (simétricamente a las pulsiones sexuales, con las que se hallan en conflicto)
se encuentran fijadas a un grupo determinado de representaciones, grupo «para el que
utilizamos el concepto global de yo, el cual está compuesto de diversas formas según el caso».
Si concedemos todo su sentido a esta última indicación, nos veremos inducidos a pensar que las
pulsiones del yo catectizan el «yo» tomado como «grupo de representaciones », que apuntan al
yo. Vemos que se introduce aquí una ambigüedad en el sentido de la contracción del (pulsiones
del yo): las pulsiones del yo se conciben, por una parte, como tendencias que emanan del
organismo (o del yo como instancia psíquica encargada de asegurar la conservación de aquél) y
que apuntan hacia objetos exteriores relativamente específicos (por ejemplo, alimento). Pero, por 
otra parte, se fijarían al yo como a su objeto
Cuando, entre 1910 y 1915, Freud establece la oposición entre pulsiones sexuales y pulsiones
del yo, raramente deja de declarar que se trata de una hipótesis que se vio «[...] obligado a
establecer por el análisis de las neurosis de transferencia (histeria y neurosis obsesiva)». A
este respecto cabe señalar que, en las interpretaciones dadas por Freud del conflicto, casi
nunca vemos intervenir las pulsiones de autoconservación como fuerza motivadora de la
represión:
1.° En los estudios clínicos publicados antes de 1910, a menudo se señala el lugar que ocupa el
yo en el conflicto, pero no se indica su relación con las funciones necesarias para la
conservación del individuo biológico (véase: Yo). Más tarde, después de haberlo clasificado
explícitamente, en teoría, como pulsión del yo, la pulsión de autoconservación es, no obstante,
raras veces invocada como energía represora: En Historia de una neurosis infantil (Aus der
Geschichte einer infantilen Neurose, 1918), redactada en 1914-1915, la fuerza que provoca la
represión se busca en la «libido genital narcisista».
2.° En los trabajos metapsicológicos de 1914-1915 (El inconsciente [Das Unbewusste], La
represión [Die Verdrängung], Las pulsiones y sus destinos [Trieb und Triebschicksale]), la
represión, en los tres grandes tipos de neurosis de transferencia, se atribuye a un juego
puramente libidinal de catexis, de retiro de la catexis y de contracatexis de las
representaciones: «podemos reemplazar aquí la palabra "catexis" por libido", ya que, según
sabemos, se trata del destino de las pulsiones sexuales».
3.° En el texto que introduce la noción de pulsión del yo, uno de los pocos trabajos en los que
Freud intenta hacer intervenir esta pulsión como parte del conflicto, se tiene la impresión de que
la función de «autoconservación» (en este caso la visión) constituye lo que está en juego y el
terreno del conflicto defensivo más que uno de los términos dinámicos de éste.
4.° Cuando Freud intenta justificar la introducción de este dualismo pulsional, no lo considera
como un «postulado necesario», sino únicamente como una «construcción auxiliar» que va
mucho más allá de los simples datos psicoanalíticos. Éstos, en efecto, sólo imponen la idea de un
«conflicto entre las exigencias de la sexualidad y las del yo». Así, pues, en último análisis, el
dualismo pulsional se basa en consideraciones «biológicas»: «[...] deseo hacer constar aquí
expresamente que la hipótesis de una separación entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales
[...] sólo en una pequeña parte tiene una base psicológica, encontrando su principal apoyo en la
biología» .
La introducción del concepto de narcisismo no invalida, en principio, para Freud la oposición
entre pulsiones sexuales o pulsiones del yo, pero introduce en ella una distinción suplementaria: 
las pulsiones sexuales pueden cargar su energía sobre un objeto exterior (libido objetal) o sobre
el yo (libido del yo o libido narcisista). La energía de las pulsiones del yo no es libido, sino
«interés». Como puede verse, esta nueva reagrupación intenta suprimir la ambigüedad que
hemos señalado más arriba a propósito del término «pulsiones del yo». Las pulsiones del yo
emanan del yo y se refieren a objetos independientes (por ejemplo, el alimento); pero el yo puede
ser objeto para la pulsión sexual (libido del yo).
Con todo, la oposición libido del yo - libido objetal muy pronto, en el pensamiento de Freud,
restará interés a la oposición entre pulsiones del yo - pulsiones sexuales.
En efecto, Freud cree poder referir la autoconservación al amor de sí mismo, es decir, a la libido
del yo. Escribiendo a posteriori la historia de su teoría de las pulsiones, Freud interpreta el
cambio en virtud del cual introdujo el concepto de libido narcisista como una aproximación a una
teoría monista de la energía pulsional, «[...] como si la lenta progresión de la investigación
psicoanalítica hubiera seguido los pasos de las especulaciones de Jung sobre la libido primitiva,
tanto más cuanto que la transformación de la libido objetal en narcisismo se acompaña
inevitablemente de cierta desexualización».
Con todo, se observará que Freud no descubre esta fase «monista» de su pensamiento hasta el
momento en que ya ha establecido un nuevo dualismo fundamental, el de las pulsiones de vida y
las pulsiones de muerte.
Tras la introducción de este dualismo, el término «pulsión del yo» desaparecerá de la
terminología freudiana, no sin que Freud intentase primeramente, en Más allá del principio del
placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920) situar lo que hasta entonces había denominado
pulsiones del yo, dentro de este nuevo marco. Esta tentativa se efectúa en dos direcciones
contradictorias:
1.ª En la medida en que las pulsiones de vida se asimilan a las pulsiones sexuales, Freud intenta,
simétricamente, hacer coincidir pulsiones del yo y pulsiones de muerte. Cuando lleva hasta sus
últimas consecuencias la tesis especulativa según la cual la pulsión, en el fondo, tiende a
restablecer el estado inorgánico, ve en las pulsiones de autoconservación «[...] pulsiones
parciales destinadas a asegurar al organismo su propio camino hacia la muerte». Sólo se
diferencian de la tendencia inmediata a retornar a lo inorgánico en la medida en que «[...] el
organismo sólo quiere morir a su modo; los guardianes de la vida fueron en su origen agentes de
la muerte».
2.ª En el curso de su propio texto, Freud se ve obligado a rectificar estos puntos de vista,
retornando la tesis según la cual las pulsiones de autoconservación son de naturaleza libidinal.
Finalmente, dentro de su segunda teoría del aparato psíquico, Freud ya no hará coincidir un 
determinado tipo cualitativo de pulsión con una determinada instancia (como había intentado
hacer al asimilar pulsión de autoconservación y pulsión del yo). Si bien las pulsiones tienen su
origen en el ello, pueden verse actuar todas ellas en cada una de las instancias. El problema de
saber cuál es la energía pulsional que el yo utiliza más especialmente seguirá existiendo (véase:
Yo), pero sin que Freud hable entonces de pulsión del yo. 

Punto (topología)
Punto (topología)
Punto (topología)
fuente(170) 
En topología se denomina punto a cualquier elemento de un espacio topológico X, más allá de la
idea intuitiva de punto que da Euclides en sus Elementos, que dice que punto es aquello que no
tiene partes. Por ejemplo, en el plano proyectivo los puntos son, en realidad, rectas del espacio
tridimensional. 

Punto impropio (topología)
Punto impropio (topología)
Punto impropio (topología)
fuente(171) 
Se llama así a cada uno de los puntos del infinito que se agregan al espacio n- dimensional para
construir el llamado espacio proyectivo. Por ejemplo, si al plano común se le agrega una recta de
puntos impropios, se obtiene el plano proyectivo, topológicamente equivalente al crosscap. 

Putnam James Jackson
(1846-1918). Médico y psicoanalista norteamericano
Putnam James Jackson (1846-1918). Médico y psicoanalista norteamericano
Putnam James Jackson
(1846-1918) Médico y psicoanalista norteamericano
fuente(172) 
Pionero del psicoanálisis en los Estados Unidos, militante de la causa de las mujeres (y en
particular de su derecho a recibir una formación médica), James Jackson Putnam nació en
Boston y, lo mismo que el escritor Nathaniel Hawthorne (1804-1864), descendía de una ilustre
familia puritana de la Nueva Inglaterra, en otro tiempo instalada en Salem, lugar prominente de los
terrores sexuales y la caza de brujas. Educado en la confesión unitaria, negaba el pecado
original, pero, como lo ha subrayado el historiador Nathan G. Hale, aceptaba la realidad del mal, la
necesidad de una lucha moral y el juicio de Dios. Pensaba que el hombre alcanza toda su altura
en el esfuerzo por hacerse mejor y contribuir al progreso -definido como el «bien del mayor
número» y el «descubrimiento de la verdad»-. Esta concepción del progreso englobaba por igual
el conocimiento científico y las verdades no reconocidas."
Estudió primero en la Harvard Medical School, y después viajó a Europa, donde fue alumno de
Theodor Meynert y Hughlings Jackson. Más tarde se dedicó a la neurología. Gracias a su amigo
William James (1877-1910), primer norteamericano que prestó atención a los Estudios sobre la
histeria, Putnam se volvió hacia el freudismo, convirtiéndose en uno de los protagonistas de la
escuela bostoniana de psicoterapia, junto a Josiah Royce, el mismo William James y muchos
otros.
A partir de 1880, al estudiar las neurosis traumáticas en enfermos de origen popular, observó
que los trastornos no eran de naturaleza fisiológica, sino que respondían a causas psicológicas.
De allí su interés por las tesis dinámicas de fines de siglo: hipnotismo, sugestión y psicoanálisis.
Con respecto a la teoría de la sexualidad, siempre tuvo reservas. Pero no la rechazó nunca, y
libró un combate valiente contra la moral sexual de la sociedad norteamericana, particularmente
represiva con quienes transgredían las leyes consideradas sagradas del matrimonio
monogámico, o se negaban a limitar el acto sexual a la procreación. 
Espiritualista y moralista, Putnam no apreciaba el materialismo freudiano y recusaba el
biologismo, en beneficio de una teoría de la voluntad creadora. Por ello, en 1906 calificó de
conversión su adhesión a la doctrina vienesa, a la cual aportó todo el peso de su ideal religioso y
puritano. Sigmund Freud no compartía sus opiniones filosóficas y, en una carta del 8 de julio de
1915, a propósito de su libro Human Motives, le expuso lo que pensaba de la moral en general y
de la moral sexual norteamericana en particular: "La moral sexual tal como la sociedad (y en el
más alto grado la sociedad norteamericana) la define me parece extremadamente despreciable
Cuando me pregunto por qué me he esforzado siempre en tener miramientos honestos con el
prójimo, y ser benévolo con él dentro de lo posible, y por qué no he renunciado al observar que
ese comportamiento es perjudicial [ ... ], no encuentro verdaderamente ninguna respuesta [ ... ].
Usted podría por lo tanto citar mi caso como prueba de su hipótesis de que estos impulsos son
una parte esencial de nuestra naturaleza."
En 1908 Putnam conoció a Ernest Jones, entonces asistente de psiquiatría en Toronto, Canadá, y
diez meses más tarde asistió a las cinco conferencias que dio Freud en la Clark University de
Worcester, en presencia de William James, Adolf Meyer, Stanley Grandville Hall y el gran
antropólogo Franz Boas (1858-1942). Invitó entonces a Freud a hospedarse en su rancho de
Keene Valley, en los Adirondacks, en compañía de Sandor Ferenczi y Carl Gustav Jung. Sobre
este viaje un poco rudo al corazón de los paisajes tan bien descritos por Jack London
(1876-1916), Freud envió a su familia una carta humorística: "Uno se lava en una palangana,
bebe en grandes vasos como los de cerveza, etcétera. Pero, naturalmente, no falta nada, y
hemos descubierto que existen manuales especiales de camping para aprender a servirse de
todo ese equipamiento primitivo."
A partir de 1909, Putnam mantuvo una correspondencia fluida con Freud y publicó cuarenta y
tres artículos (veintidós de los cuales versaban exclusivamente sobre psicoanálisis), que
desempeñaron un papel importante en la introducción del freudismo en el suelo norteamericano,
sobre todo en el ámbito médico. Por otra parte, Putriam continuó ocupándose de la neurología
mientras practicaba el psicoanálisis con una veintena de pacientes que sufrían neurosis de
angustia, histeria y trastornos obsesivos.
En 1911, a los 65 años, atravesó el Atlántico, en viaje a Weimar, con motivo del Congreso de la
International Psychoanalytical Association (IPA). En el camino se detuvo en Zurich, donde Freud,
albergado por Jung, lo recibió para una cura psicoanalítica de unas seis horas. La amistad que
unía a estos dos hombres en el respeto de sus divergencias duró aún algunos años. En todo
caso, da testimonio de una especie de edad de oro del psicoanálisis, en la que las relaciones
conflictivas no se volcaban necesariamente a la lucha institucional.
El idealismo de Putnam estaba demasiado cerca de la mentalidad de viejo trampero higienista, y
no podía imponerse como componente principal del movimiento psicoanalítico norteamericano,
entonces en plena expansión. En 1911 Putnam se incorporó como miembro a la American
Psychoanalytic Association (APsaA), creada un año después de la fundación de la IPA. En 1914 
precidió los destinos de la Boston Psychoanalytic Society (BoPS). Para ese entonces la época
heroica ya había pasado, y fue un nuevo actor, Abraham Arden Brill, quien inclinó el movimiento
norteamericano hacia su segunda componente: el pragmatismo adaptativo. 

Notas finales


Nota 1
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 2
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 3
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 4
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 5
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 6
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 7
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 8
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 9
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 10
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 11
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 12
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 13
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 14
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 15
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 16
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 17
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 18
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 19
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 20
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 21
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 22
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 23
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 24
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 25
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 26
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 27
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 28
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano 
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 29
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 30
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 31
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 32
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 33
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 34
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 35
Se ha hecho observar la ambigüedad del adjetivo «perverso», que corresponde a los dos substantivos
«perversidad» y «perversión».


Nota 36
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 37
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis 
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 38
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 39
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 40
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 41
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 42
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 43
Diccionario de Psicoanálisis. 

      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 44
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 45
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 46
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 47
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 48
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 49
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 50
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 51
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 52
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 53
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 54
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 55
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 56
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco 
y
Michel Plon


Nota 57
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 58
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 59
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 60
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 61
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 62
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 63
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares 



Nota 64
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 65
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 66
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 67
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 68
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 69
Esta palabra de Freud no parece una elección muy feliz. En efecto, incluso manteniéndose en el plano de la
descripción y sin recurrir a distinciones tópicas, pueden establecerse diferencias entre lo que es preconsciente
y lo que es inconsciente. La expresión «inconsciente en sentido descriptivo» designa sin discriminación el
conjunto de los contenidos y procesos psíquicos que tienen en común el único carácter, negativo, de no ser
conscientes.


Nota 70
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 71
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 72
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 73
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 74
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano 
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 75
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 76
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 77
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 78
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 79
W. B. Cannon, en su libro La sabiduría del cuerpo (Wisdom of the Body, 1932), designó con el nombre de
homeostasis los procesos fisiológicos mediante los cuales el cuerpo tiende a mantener constante la
composición del medio sanguíneo. Describió este proceso para el contenido de la sangre en agua, cloruro
sódico, glucosa, proteínas, grasa, calcio, oxígeno, iones hidrógeno (equilibrio ácido-base) y para la temperatura.
Esta lista puede evidentemente ampliarse a otros elementos (minerales, hormonas, vitaminas, etc.).
Como puede verse, la idea de la homeostasis es la de un equilibrio dinámico característico del cuerpo vivo y,
en modo alguno, la de una reducción de tensión a un nivel mínimo.


Nota 80 
Como es sabido, Breuer colaboró en los trabajos del neurofisiólogo Hering sobre uno de los más importantes
sistemas de autorregulación del organismo, el de la respiración.


Nota 81
Podríamos hallar vestigios de la dificultad de ambos autores en ponerse de acuerdo acerca de una formulación
del principio de constancia, en las sucesivas elaboraciones que han llegado hasta nosotros de la Comunicación
preliminar de los Estudios sobre la histeria.
En La teoría del ataque histérico (Zur Theorie des hysterischen Anfalles, 1892), manuscrito enviado a Breuer
para su aprobación, así como en una carta dirigida a éste del 29-VI-1892, Freud habla de una tendencia a «[...]
mantener constante» lo que puede llamarse la «suma de excitación» en el sistema nervioso.
En la conferencia pronunciada por Freud diez días después de la publicación de la Comunicación preliminar, y
publicada con el mismo título en Wiener medizinische Presse, 1893, n.° 4, Freud se refiere sólo a una tendencia
a disminuir [...] la suma de excitación».
Por último, en la Comunicación preliminar de los Estudios sobre la histeria, no se enuncia el principio de
constancia.


Nota 82
Cierto esclarecimiento en los problemas sobre los que discrepaban Breuer y Freud, puede lograrse
distinguiendo varios planos:
1.º El nivel del organismo, regulado por mecanismos homeostáticos y que funciona según un principio único, el
principio de constancia. Tal principio no sólo es válido para el organismo en conjunto, sino también para el
aparato especializado que es el sistema nervioso. Éste sólo puede funcionar si en él se mantienen y
restablecen condiciones constantes. A esto se refería Breuer cuando hablaba de un nivel constante de la
excitación tónica intracerebral.
2.° A nivel del psiquismo humano, que constituye el objeto de la investigación freudiana:
a) los procesos inconscientes, que, en último término, suponen un deslizamiento indefinido de las
significaciones o, expresado en un lenguaje energético, un flujo totalmente libre de la cantidad de excieación;
b) el proceso secundario, tal como se observa en el sistema preconscienteconsciente, que supone una ligazón
de la energía, la cual está regulada por una cierta «forma» que tiende a mantener y a restablecer sus límites y
su nivel energético: el yo.
En un primer análisis podría decirse, pues, que Breuer y Freud no consideran las mismas realidades: Breuer
plantea el problema de las condiciones neurofisiológicas de un funcionamiento psíquico normal, mientras que
Freud se pregunta cómo está limitado y regulado en el hombre el proceso primario.
A pesar de todo, persiste un equívoco en Freud, tanto en el Proyecto como en algunas obras posteriores, como
Más allá del principio del placer: se trata del equívoco entre la deducción del proceso psíquico secundario a
partir del proceso primario, y una génesis casi mítica del organismo como forma constante y que tiende a
perseverar en el ser a partir de un estado puramente inorgánico.
Este equívoco fundamental del pensamiento freudiano sólo podrá interpretarse, nuestro modo de ver, si se
comprende al yo como una «forma», una Gestalt construida sobre el modelo del organismo o, si se prefiere,
como una metáfora realizada del organismo. 


Nota 83
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 84
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 85
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 86
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 87
Resulta interesante hacer observar que Fechner no puso explícitamente en relación su «principio de placer»
con su «principio de estabilidad». Freud se refiere sólo a este último.


Nota 88
Se trata de un modelo simplificado. En efecto, Freud se vio obligado a explicar una serie de fenómenos
«cualitativos», que no provienen de una percepción externa actual: lenguaje interior, imagen-recuerdo, sueño y
alucinación. En un último análisis, para él, las cualidades vienen siempre proporcionadas por una excitación
actual del sistema perceptivo. Las dificultades de esta concepción (que, entre el lenguaje interior y la
alucinación, apenas deja lugar para lo que, desde Sartre, se llama «imaginario») se ponen especialmente de
manifiesto en la Adición metapsicológica a la teoría de los sueños (Metapsychologische Ergänzung zur
Traumlehre, 1915) (véase también: Huella mnémica).


Nota 89
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 90
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 91
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 92
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 93
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama 

      


Nota 94
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 95
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 96
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 97
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 98
En el Proyecto, Freud califica asimismo el proceso primario de proceso «pleno» o total (voll).


Nota 99
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 100
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 101
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 102
Una anécdota ilustrará esta confusión. Durante un coloquio entre filósofos de dos tendencias distintas, uno de
los participantes declara: «¿No tenemos el mismo programa?». «I hope not» responde uno de los
pertenecientes al grupo opuesto. En sentido psicológico corriente, se dirá que el primero ha «proyectado»; en
sentido freudiano, cabe suponer que es el segundo el que ha proyectado, en la medida en que su actitud revela
un hechazo radical de las ideas de su interlocutor, ideas que él teme encontrar en sí mismo.


Nota 103
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 104
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 105
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 106
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 107
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 108
Se observa en Freud cierta vacilación en cuanto a la situación tópica de la prueba de realidad. En cierto
momento de la evolución de su pensamiento emitió la interesante idea de que dicha prueba podría depender del
ideal del yo.


Nota 109
Diccionario de Psicoanálisis. 

      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 110
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 111
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 112
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 113
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 114
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 115
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 116
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 117
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 118
Precisamente en 1910, año de la aparición de este artículo, se creó la Asociación Internacional de
Psicoanálisis.


Nota 119
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 120
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 121
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 122
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 123
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 124
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama 

      


Nota 125
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 126
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 127
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 128
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 129
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 130
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 131
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 132
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco 

      y
Michel Plon


Nota 133
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 134
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 135
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 136
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 137
Según R. A. Hunter e I. Macalpine, el término «psicosis» fue introducido en 1845 por Feuchtersleben en su
Manual de psicología médica (Lehrbuch der ärztlichen Seelenkinide). Para este autor, la palabra psicosis designa
la enfermedad mental (Seelenkranklieit), mientras que la palabra neurosis designa las enfermedades del
sistema nervioso, de las cuales sólo algunas pueden traducirse por los síntomas de una «psicosis». «Toda
psicosis es al mismo tiempo una neurosis, puesto que, sin la intervención de la vida nerviosa, no se manifiesta
ninguna modificación de lo psíquico; pero no toda neurosis es igualmente una psicosis».


Nota 138
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 139
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 140
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon 


Nota 141
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 142
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 143
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 144
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 145
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 146
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 147 

Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 148
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 149
Diccionario de Psicoanálisis
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      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 150
Véase, por ejemplo, El concepto de instinto antes y ahora (Der Begriff des Instinktes einst und jetz, Jena, 3.°
ed., 1920), obra en la que Ziegler habla unas veces de Geschlechtstrieb, otras de Geschlechtsinstinkt.


Nota 151
Algunos autores anglosajones prefieren traducir Trieb por drive.


Nota 152
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 153
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 154
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
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Nota 155
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      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 156
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      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
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Nota 157
En las traducciones francesas resulta difícil aislar este concepto, por cuanto el mismo término se traduce en
formas distintas.


Nota 158
Traducción ya adoptada por B. Grunberger


Nota 159
Acerca de estos empleos de Bewältigung, consúltense, por ejemplo, cierto número de textos de Freud. También
se encuentran palabras como bändigen (domar), Triebbeherrschung (dominio sobre la pulsión)


Nota 160
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      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 161
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 162
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 163
«¿No ve usted que la multiplicidad de las pulsiones nos conduce a la multiplicidad de los órganos erógenos?»
Carta de Freud a Oskar Pfister del 9 de octubre de 1918.


Nota 164
Véase, por ejemplo, este pasaje de Freud en Psicoanálisis y Teoría de la libido (Psychoanalyse und
Libidotheorie, 1923): «la pulsión sexual, cuya manifestación dinámica en la vida psíquica puede denominarse
libido, se compone de pulsiones parciales, en las cuales puede descomponerse de nuevo y que sólo
gradualmente se unen en organizaciones determinadas Las distintas pulsiones parciales tienden, en un principio,
a la satisfacción independientemente unas de otras, pero en el curso del desarrollo se agrupan y se centran
cada vez más. Como primera fase de organización (pregenital) puede reconocerse la organización oral».


Nota 165
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 166
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 167
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 168 
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 169
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 170
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 171
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 172
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon 


 
 
     

 

 

 

 

 

                                                                                                                     

 

 

 

 

 

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

 

 

 

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