Last updated: 9, August, 2007 

     THALASSA. Portolano of Psychoanalysis

 

 

TEXTS ON LINE:

"De quoi témoignent les mains des survivants? De l'anéantissement des vivants, de l'affirmation de la vie" de Janine Altounian

"Adriatico" di Predrag Matvejevic

"Mon Adriatique" de Predrag Matvejevic

"Les cachés de la folie" de J.-P. Verot  

  "La difficoltà di dire io. L'esperienza del diario nel conflitto inter-jugoslavo di fine Novecento" di Nicole Janigro (source: "Frenis Zero" web site)

 

"Civilization, Man-Made Disaster and Collective Memory" by W. Bohleber (A.S.S.E.Psi. web site)

  "I Balcani" di Predrag Matvejevic (sito "Frenis Zero")

  "La Shoah e la distruttività umana" di A. A. Semi (sito web A.S.S.E.Psi. )

"Breve storia della psicoanalisi in Italia" di Cotardo Calligaris (source: A.S.S.E.Psi. web site)

"The Meaning of Medication in Psychoanalysis" by Salomon Resnik (source: A.S.S.E.Psi. web site)

"Note sulla storia italiana dell'analisi laica" di Giancarlo Gramaglia (source: "Frenis Zero" web site)

 

Austria/Hungary
Balkans

* Serbia (History of Psychoanalysis in)
Eastern Europe
EU
France
Germany
Greece/Malta
Italy
Spain/Portugal
Switzerland
Turkey, Armenia and Caucasian Rep.
Vatican

Tatiana Rosenthal and Russian Psychoanalysis

 History of Russian Psychoanalysis by Larissa Sazanovitch

- Israel/Palestine

- Syria

 - Jordan

- Lebanon

- Egypt 

-Morocco

 -Tunisia

- Algeria

- Libya

 

Questo testo è tratto dal discorso pronunciato da J.-P. Vernant (morto il 9.01.2007) nel 1999, in occasione del 50° anniversario del Consiglio d'Europa, e che è inscritto sul ponte che collega Strasburgo a Kehl:

<<Passare un ponte, traversare un fiume, varcare una frontiera, è lasciare lo spazio intimo e familiare ove si è a casa propria per penetrare in un orizzonte differente, uno spazio estraneo, incognito, ove si rischia - confrontati a ciò che è altro - di scoprirsi senza "luogo proprio", senza identità. Polarità dunque dello spazio umano, fatto di un dentro e di un fuori. Questo "dentro" rassicurante, turrito, stabile, e questo "fuori" inquietante, aperto, mobile, i Greci antichi hanno espresso sotto la forma di una coppia di divinità unite e opposte: Hestia e Hermes. Hestia è la dea del focolare, nel cuore della casa. Tanto Hestia è sedentaria, vigilante sugli esseri umani e le ricchezze che protegge, altrettanto Hermes è nomade, vagabondo: passa incessantemente da un luogo all'altro, incurante delle frontiere, delle chiusure, delle barriere. Maestro degli scambi, dei contatti, è il dio delle strade ove guida il viaggiatore, quanto Hestia mette al riparo tesori nei segreti penetrali delle case.  Divinità che si oppongono, certo, e che pure sono indissociabili. E' infatti all'altare della dea, nel cuore delle dimore private e degli edifici pubblici che sono, secondo il rito, accolti, nutriti, ospitati gli stranieri venuti di lontano. Perché ci sia veramente un "dentro", bisogna che possa aprirsi su un "fuori", per accoglierlo in sé. Così ogni individuo umano deve assumere la parte di Hestia e la parte di Hermes. Tra le rive del Medesimo e dell'Altro, l'uomo è un ponte>>.

 


 

 


Diccionario de Psicoanàlisis

  T-Z

                                                                          



Tamm Alfhild
(1876-1959) Psiquiatra y psicoanalista sueca
fuente(1) 
Primera mujer psiquiatra en Suecia, Alfhild Tamm se interesó primero por los trastornos del
lenguaje y después por los pedagógicos. En 1914 creó en Estocolmo una clínica para niños
afásicos, mientras se acercaba a la Wiener Psychoanalytische Vereinigung (WPV), de la que
pasó a ser miembro en 1926. Realizó tres análisis muy breves: con Paul Federn, August
Aichhorn y Helene Deutsch; luego abrió un consultorio privado en 1909. Mujer moderna y
esclarecida, fue una pionera del psicoanálisis en su país. Vivió en pareja con otra mujer en una
epoca en que el movimiento psicoanalítico no toleraba la homosexualidad entre sus
profesionales.
En 1930 publicó un libro sobre la sexualidad que fue recibido con escándalo. En agosto de 193 1,
junto a Harald Schjelderup y Sigurd Naesgaard, representó a Suecia en un grupo de estudio que,
en 1934, conduciría a la creación de la Sociedad Psicoanalítica Fino-Sueca, de la que sería
presidenta, y de la que siguió siendo miembro hasta su muerte, mientras continuaba con una
actividad didáctica limitada. Desde la publicación de sus primeros trabajos, esta profesional se
interesó por el tartamudeo, que consideraba una neurosis ligada a la culpa y a la incapacidad
para sublimar (sublimación). 


Tánatos
Al.: Thanatos.
Fr.: Thanatos.
Ing.: Thanatos.
It.: Thanatos.
Por.: Tinatos.
fuente(2) 
Palabra griega (la Muerte) utilizada en ocasiones para designar las pulsiones de muerte, por
simetría con el término de Eros; su empleo subraya el carácter radical del dualismo pulsional,
confiriéndole una significación casi mítica.
El término «Tánatos» no se encuentra en los escritos freudianos, pero, según Jones, lo utilizó en
la conversación. Federn lo habría introducido en la literatura psicoanalítica. 
Ya es sabido que Freud empleó el término «Eros» dentro de su teoría de las pulsiones de vida y
de las pulsiones de muerte. Se refiere entonces a la metafísica y a los mitos antiguos para situar
sus especulaciones psicológicas y biológicas dentro de una concepción dualista de mayor
alcance.
Remitimos al lector principalmente al capítulo VI de Más allá del principio del placer (Jenseits des
Lustprinzips, 1920) y a la VII sección de Análisis terminable e interminable (Die endliche und
die unendliche Analyse, 1937), en los que Freud hace converger su propia teoría con la
oposición establecida por Empédocles entre "amor" y "discordia": «Los dos principios
fundamentales de Empédocles, "amor" y "discordia" son, tanto por su nombre como por su
función, los equivalentes de nuestras pulsiones originarias, Eros y destrucción».
El empleo del término «Tánatos» realza el carácter de principios universales que adquieren, en la
última concepción freudiana, las dos grandes clases de pulsiones. 


Tandler Julius
(1869-1936) Médico vienés
fuente(3) 
Judío originario de Moravia, Julius Tandler se instaló en Viena como médico. Se encontró con
Sigmund Freud en varias oportunidades, primero como experto, a propósito de las neurosis de
guerra, mientras era miembro de la comisión de la que formaba parte Julius Wagner-Jauregg, y
después con relación al análisis profano. Siempre muy abierto al psicoanálisis, intervino en su
favor como consejero de la ciudad de Viena. 


Tausk Viktor
(1879-1919). Abogado, psiquiatra y psicoanalista austríaco
Tausk Viktor (1879-1919). Abogado, psiquiatra y psicoanalista austríaco
Tausk Viktor
(1879-1919) Abogado, psiquiatra y psicoanalista austríaco
fuente(4) 
Ha sido sin duda Lou Andreas-Salomé, de quien él fue amante, la que en su Diario de un año
proporcionó el retrato de Viktor (o Victor) Tausk que impresiona con más fuerza. Lou percibió en
él una energía primitiva, el "animal de presa", como decía Sigmund Freud, y fue sensible al modo
en que Tausk se obligaba a pensar "analíticamente": "Desde el principio yo sentí en Tausk esa
lucha de la criatura humana, y fue eso lo que me tocó más profundamente. Animal, hermano mío,
tú."
Nacido en Zsilina, Eslovaquia, en una familia judía de lengua alemana, Tausk pasó su infancia en
Croacia, educado por un padre tiránico y una madre masoquista y perseguida. Ya abogado y
padre de dos hijos (Marius y Victor-Hugo), se separó de su esposa Martha Frisch-Tausk
(1881-1957), y se instaló en Berlín, donde trató de hacer carrera en la literatura. Víctima de una
enfermedad pulmonar, se internó en una clínica, y después cayó en una profunda depresión. Al
salir viajó a Viena para encontrarse con Martha y sus hijos, e iniciar un juicio de divorcio.
Como muchos pioneros de su generación, Tausk se volvió hacia el psicoanálisis esperando que
la nueva ciencia lo ayudara a superar los fracasos de su vida amorosa e intelectual. Lleno de
entusiasmo, en 1908 comenzó a estudiar medicina, con la ayuda económica de miembros de la
Sociedad Psicológica de los Miércoles: Ludwig JekeIs, Paul Federn y Eduard Hitschmann. Tausk
se convirtió entonces en uno de los freudianos más brillantes de la primera generación.
Obsesionado por el odio al padre, adoptó respecto de Freud una actitud hecha a la vez de 
rebelión, adoración y sumisión. Tomado en el torbellino de esta relación ambivalente, terminó por
acusarlo de que le robaba sus ideas.
La Primera Guerra Mundial lo llevó al frente serbio. Después volvió a Viena, y presenció el
derrumbe del Imperio Austro-Húngaro. Sus múltiples relaciones amorosas terminaban a menudo
en rupturas violentas, lo que lo hundía cada vez más en la desdicha. Además, cuando la crisis
económica lo golpeó de frente se encontró en un atolladero. Le pidió entonces a Freud que lo
tomara en análisis. Freud se negó categóricamente. Sin embargo, ante la obstinación y el
sufrimiento de su discípulo, puso en marcha uno de esos enredos transferenciales a los que
estaba acostumbrado en esa época: en enero de 1919 envió a Tausk a analizarse con Helene
Deutsch, que a su vez estaba realizando una cura con él.
De tal modo pensaba "controlar", a través de su alumna, el desarrollo del análisis de Tausk. El
episodio terminó en un desastre. Tausk, en efecto, dedicaba la mayor parte de sus sesiones a
desahogar sus agresiones contra Freud, sabiendo perfectamente que Helene Deutsch se las
repetía al maestro. En marzo de 1919, por consejo de Freud, ella detuvo la cura en el momento
en el que Tausk estaba por casarse con llde Loewi, una de sus ex pacientes a la que había
embarazado.
Tres meses más tarde, el 3 de julio, Tausk puso fin a sus días estrangulándose con un cordón
de cortina y disparándose un balazo en la sien. Acababa de redactar un texto admirable, que se
convertiría en clásico, titulado "De la génesis del aparato de influir en el curso de la
esquizofrenia". Entre líneas aparecía la trágica despersonalización que él mismo había padecido
en el curso de su relación triangular con Freud y Deutsch.
Freud escribió sobre Tausk una nota necrológica elogiosa, y en una carta a Lou
Andreas-Salomé incluyó las siguientes palabras: "El pobre Tausk, que su amistad ha distinguido
durante cierto tiempo, se suicidó de la manera más radical. Había vuelto cansado, minado por los
horrores de la guerra-, se había visto en la obligación de tratar de restablecerse en Viena en las
circunstancias más desfavorables de una existencia arruinada por la entrada de las tropas; trató
de introducir una nueva mujer en su vida, tenía que casarse ocho días más tarde... pero decidió
otra cosa. Sus cartas de adiós a la novia, a su primera mujer y a mí mismo son igualmente
afectuosas, dan testimonio de su perfecta lucidez, no acusan a nadie sino a su propia
insuficiencia y a su vida frustrada, y por lo tanto no arrojan ninguna luz sobre su acto supremo."
Después añadió: "Confieso que no lo echo verdaderamente de menos. Hacía ya mucho tiempo
que lo consideraba inútil e incluso una amenaza para el futuro."
En 1926, cuando estudiaba medicina, Marius Tausk se encontró con Federn, quien lo recibió con
calidez y le habló del padre emotivamente. Más tarde, Victor-Hugo Tausk realizó un análisis
gratuito con Hitschmann. Como ocurría a menudo, la comunidad psicoanalítica vienesa tomaba a
su cargo a los hijos de un compañero desdichado. Con la intención de saldar las deudas de su
padre, Marius Tausk se dirigió a Freud, quien le respondió que no tenía la menor idea de la suma 
que le había prestado a Viktor Tausk, y que por otra parte el hecho carecía de importancia.
En 1938, en el momento de la entrada de los nazis en Viena, Jelka, la hermana de Tausk, se
suicidó con su marido y el hermano de este último.
Las circunstancias del suicidio de Tausk fueron cuidadosamente ocultadas por la historiografía
oficial, y la última frase de Freud, censurada por su hija Anna (Anna Freud), no apareció en la
edición de la correspondencia del maestro con Lou AndreasSalomé. Anna temía que Marius
Tausk se sintiera ofendido por la dureza de Freud respecto de su padre.
En 1969 Paul Roazen sacó a luz esta horrenda historia en un libro discutible, en el que Tausk
aparecía como la víctima de un complot transferencia¡ fabricado totalmente por Freud. Dos años
más tarde, en Talent and Genius, y posteriormente en 1983, en otra obra, Kurt Eissler le
respondió, glorificando la bondad de Freud y presentando a Tausk como un personaje odioso,
sádico, exhibicionista, y sobre todo enteramente "responsable" de su suicidio. Fue Marius Tausk
quien supo encontrar las mejores palabras para hablar de su padre y restablecer la verdad.
Este episodio demuestra hasta qué punto Freud era ambivalente cuando enfrentaba ese tipo de
rebelión frente al padre, o situaciones que le recordaban los "robos de ideas" de Wilhelm Fliess.
También da testimonio de los extravíos M psicoanálisis frente al suicidio en general. 


Técnica activa
At.: aktive Technik.
Fr.: technique active.
Ing.: active technique.
It.: tecnica attiva.
Por.: técnica ativa.
fuente(5) 
Conjunto de procedimientos técnicos recomendados por Ferenczi: el analista no se limita a dar
Interpretaciones, sino que formula órdenes y prohibiciones referentes a ciertos comportamientos
repetitivos del analizado durante la cura y fuera de ella, cuando éstos procuran al sujeto
satisfacciones tales que impiden la rememoración y el progreso de la cura.
La idea y el término «técnica activa» van asociados, en la historia del psicoanálisis, al nombre de
Sandor Ferenczi. Los menciona por vez primera en relación con formas larvadas de
masturbación, halladas en el análisis de casos de histeria, y que convendría prohibir; en efecto,
el paciente «[...] corre el peligro de relacionar con ellas sus fantasmas patógenos y de hacer un
cortocircuito constante descargándolos en forma motriz en lugar de llevarlos a la conciencia».
Ferenczi subraya que el recurrir a tales prohibiciones va únicamente destinado a facilitar la
superación de los puntos muertos del trabajo analítico; por otra parte, se refiere al ejemplo de
Freud, que ordenaba a los fóbicos, en cierto momento de su análisis, afrontar la situación
fobógena. 
En el Congreso de La Haya, en 1920, Ferenczi, alentado por la aprobación de Freud, que, en el
Congreso de Budapest, en 1919, había formulado la regla de abstinencia, efectúa una
descripción de conjunto de su terapia activa. Esta implica dos fases, que deben permitir la
activación y el control de las tendencias eróticas, incluso aunque hayan sido sublimadas. La
primera fase está constituida por órdenes destinadas a transformar las mociones pulsionales
reprimidas en una satisfacción manifiesta y a convertirlas en formaciones plenamente
conscientes. La segunda está constituida por prohibiciones referentes a estas mismas
formaciones; el analista puede entonces poner en relación las actividades y los afectos,
evidenciados por la primera fase, con situaciones infantiles.
Teóricamente, el recurrir a medidas activas, se justificaría del siguiente modo: a la inversa del
método catártico, en el cual el surgimiento de un recuerdo provoca una reacción emocional, el
método activo, provocando el actuar y la manifestación del afecto, facilita el retorno de lo
reprimido. «Es posible que ciertos contenidos infantiles precoces no puedan ser rememorados,
sino solamente revividos».
Desde el punto de vista técnico, Ferenczi considera que sólo se debe recurrir a las medidas
activas en casos excepcionales y durante un tiempo muy limitado, cuando la transferencia se ha
convertido en una compulsión y, fundamentalmente, al final del tratamiento. Por último, subraya
que no pretende modificar la regla fundamental; los «artificios» que propone están destinados a
facilitar su observancia.
A continuación, Ferenczi ampliaría considerablemente el campo de aplicación de las medidas
activas. En una pequeña obra escrita en colaboración con Otto Rank (Los fines de desarrollo
del Psicoanálisis [Entwick1ungsziele der Psychoanalyse], 1924), da una interpretación tal del
proceso de la cura en términos libidinales que, especialmente en la última fase («destete de la
libido»), hace necesario el recurrir a medidas activas (fijación de un término al tratamiento).
En una última etapa de su evolución, Ferenczi corregiría este punto de vista. Las medidas
activas aumentan considerablemente las resistencias del paciente; al formular órdenes y
prohibiciones, el analista desempeña el papel de un superyó parental, o incluso de un maestro de
escuela; en cuanto a la fijación de un término al tratamiento, los fracasos observados muestran
que raramente conviene recurrir a esta medida y, caso de hacerlo, debe ser, al igual que con
toda otra medida activa eventual, de acuerdo con el paciente y con la posibilidad de renunciar a
ella. Finalmente Ferenczi se vio inducido a abandonar las medidas activas: « [...] debemos
contentarnos con interpretar las tendencias ocultas del paciente a actuar y sostenerlo en los
débiles esfuerzos que efectúa para superar las inhibiciones neuróticas de las que hasta
entonces ha sufrido, pero esto sin obligarle a adoptar medidas violentas ni incluso
aconsejárselas. Si tenemos suficiente paciencia, el enfermo abordará por sí mismo el problema
de efectuar tal esfuerzo, por ejemplo, afrontar una situación fóbica [...]. Corresponde al propio
enfermo el decidir el momento de la actividad o, por lo menos, proporcionar indicaciones
evidentes de que tal momento ha llegado». 
A menudo se opone la técnica activa a la actitud puramente «expectante», pasiva, que exigiría el
método analítico. En realidad, esta oposición es forzada; por una parte, porque Ferenczi siempre
consideró las medidas por él preconizadas como un auxiliar y no una variante del método
analítico; por otra, porque éste no excluye una cierta actividad por parte del analista (preguntas,
espaciamiento de las sesiones, etc.), siendo la propia interpretación activa en la medida en que
modifica necesariamente el curso de las asociaciones. Lo característico de la técnica activa
sería el acento que pone en la repetición, en tanto que opuesta por Freud a la rememoración;
para superar esta compulsión a la repetición y hacer posible finalmente la rememoración o, por lo
menos, el progreso del trabajo analítico, Ferenczi consideró necesario, no sólo permitir, sino
alentar la repetición. Tal es el móvil de la técnica activa(6). 


Técnica psicoanalítica
(o del psicoanalista)
Alemán: Psychoanalytische Technik. 
Francés: Technique psychanalytique (ou de la psychanalyse). 
Inglés: Technique of psychoanalysis.
fuente(7) 
En la historia del movimiento freudiano, se llama técnica del psicoanálisis a los procedimientos de
intervención clínicos, terapéuticos e interpretativos que permiten definir el marco de la cura
psicoanalítica. Junto a la reflexión sobre la transferencia, la contratransferencia, la regla
fundamental y la abstinencia, y en el interior mismo de las modalidades de aparición del análisis
didáctico y de control, este marco quedó delimitado por reglas denominadas técnicas. La
duración de las sesiones y de la cura en sí, el número de sesiones por semana, el modo de
intervención (activo o pasivo) del analista, la posición del analizante (tendido o cara a cara):
todas estas cuestiones han sido objeto de múltiples debates que llevaron siempre a la definición
de nuevas maneras de conducir los tratamientos conforme se tratara de niños, neuróticos,
psicóticos o psicoanalistas en formación, o según la pertenencia del analista a una u otra de las
grandes corrientes del freudismo: el annafreudismo, la Ego Psychology, la Self Psychology, el
lacanismo.
Al respecto, la historia del psicoanálisis en el sentido terapéutico y clínico de la palabra es
siempre la historia de las innovaciones técnicas aportadas por sus grandes clínicos, disidentes o
no de la International Psychoanalytical Association (IPA).
El psicoanálisis nació de la impugnación del nihilismo terapéutico que dominaba la psiquiatría
alemana de fines de siglo a través de la nosografía de Emil Kraepe!in. La actitud nihilista llevaba a
observar al enfermo sin escucharlo, y a clasificar las enfermedades del alma sin tratar de
curarlas. Freud puso de manifiesto desde sus inicios de profesional una voluntad feroz de curar
a los hombres de sus sufrimientos psíquicos, y sobre todo de demostrar que su método era el
más eficaz, por ser el más científico y el más coherente. En otras palabras, el psicoanálisis tuvo
en primer término el objetivo terapéutico de curar rápido y bien: de allí el nacimiento de una nueva 
utopía correlativa a una nueva doctrina.
Pero muy pronto hubo que cambiar de tono: como todos los métodos terapéuticos, como toda
medicina, el psicoanálisis no llegó a definir los cánones de la cura perfecta. Había fracasos,
desfallecimiento, desastres provocados por la rutina, la lentitud, la esclerosis de la escucha. De
allí la idea de reflexionar sobre una nueva temporalidad de la cura, y por lo tanto organizar de
otro modo su duración. Así surgió la noción de la "prisa terapéutica" que signaría el conjunto de
las innovaciones técnicas del freudismo durante cien años: "La tentación -escribió Jean-Baptiste
Fagés- sería doble: abreviar el tratamiento y precipitarlo para obtener una eficacia tangible".
El primero en impugnar el carácter interminable de la cura freudiana y en aplicar un método
llamado "activo" fue Wilhelm Stekel. Él propuso limitar las curas, que tendrían entre cincuenta y
ciento cincuenta sesiones, al ritmo de tres a seis por semana. Después de Stekel, Sandor
Ferenczi, el clínico más brillante de toda la historia del psicoanálisis, introdujo en 1919 el principio
de la "técnica activa", según la cual, en lugar de limitarse a interpretaciones, el analista debía
intervenir en el curso de la sesión con mandatos y prohibiciones. Más tarde Ferenczi impulsó el
activismo al punto de permitir a ciertos pacientes que lo abrazaran o acariciaran, a fin de
instaurar una identificación con un progenitor amante que les había faltado durante la infancia.
En 1932 fue aún más lejos con la idea del análisis mutuo, que permitía una inversión de roles: ir a
la casa del paciente en lugar de recibirlo en el consultorio, y dejarlo conducir la cura a su
manera, o incluso tenderse en el diván en lugar de él, o pagarle. En síntesis, se trataba de
establecer una reciprocidad maternante, siempre con el objeto de obtener los mejores
resultados. Freud denunció el furor sanandi (locura de curar) de su discípulo preferido.
Otto Rank, por su lado, desarrolló la idea de una "terapia activa": las curas debían ser breves (de
algunos meses) y limitadas de antemano en el tiempo. Sostuvo asimismo que, en lugar de
conducir sin cesar al paciente a su historia pasada y a su inconsciente, interpretando los
sueños y el complejo de Edipo, era preferible apelar a la voluntad consciente de aquél, a su
situación presente y a su deseo de curarse, como única manera de sacarlo de la pasividad
masoquista. Después llegaron, sucesivamente, las innovaciones de Wilhelm Reich, Franz
Alexander y la Escuela de Chicago, y finalmente las de Michael Balint, en gran medida inspiradas
por su filiación ferencziana.
Freud tomó en cuenta las modificaciones aportadas por sus discípulos, y subrayó, hacia el final
de su vida, el carácter "interminable" del psicoanálisis. Renunciando a todo ideal de cura
perfecta o curación lograda, propuso que tanto los analistas como los pacientes renovaran la
experiencia de la cura al infinito, en reanálisis sucesivos, siempre que fuera necesario.
Entre los sucesores de Freud partidarios de la "prisa terapéutica", Jacques Lacan fue el único
que aplicó una innovación técnica consistente en abreviar la duración de la sesión, más bien que
la de la cura. Lacan invocó la necesidad de puntuar el discurso del analizante a partir del
enunciado de un significante. Esta innovación llevó a la corriente lacaniana a una prolongación 
considerable de la duración de las curas, y para el propio Lacan concluyó en un desafío
fáustico: la disolución radical del tiempo de la sesión.
Estas innovaciones técnicas demostraron que el psicoanálisis, lejos de seguir coagulado en una
doctrina monolítica, supo modificar su práctica a lo largo de los años, enfrentando tanto la
competencia de las otras psicoterapias como las transformaciones radicales debidas a la
demanda y el deseo de los analizantes.
Una de las grandes revoluciones del psicoanálisis ha consistido en abolir la división tradicional
entre el médico y el enfermo. Al dar la palabra al paciente más bien que a la nosografía, y al
considerar que el propio sujeto podía verbalizar sus síntomas, la doctrina freudiana ha permitido
que ex pacientes se conviertan a su vez en terapeutas. De alguna manera ha borrado la
frontera tradicional entre el saber y la verdad, entre la ciencia y el dolor, entre la razón y la
locura. En consecuencia, el estatuto mismo de la curación psíquica se ha modificado
considerablemente en el último siglo. En lugar de remover los síntomas o pretender erradicarlos,
el psicoanálisis ha señalado la vía de una cierta sabiduría: la curación equivale tanto a una
transformación como a una aceptación de sí mismo. 


Telepatía
Alemán: Telepathie. 
Francés: Télépathie. 
Inglés: Telepathy.
fuente(8) 
Término creado por Frederick Myers en 1882, a partir del griego télé ("lejos") y pathos
("emoción") para designar una comunicación mental a distancia (o transmisión de pensamiento)
entre dos personas que se suponen en relación psíquica. El fenómeno fue descrito por Sigmund
Freud en 1921 como una transferencia de pensamiento.
En la historia del psicoanálisis y sus orígenes, se ubican la telepatía y el espiritismo
(comunicación con los muertos a través de un médium) en la categoría de los fenómenos propios
del ocultismo.
En 1921, en una carta dirigida al psiquiatra norteamericano Hereward Carrigton, que le había
solicitado su opinión sobre los fenómenos ocultos, Sigmund Freud respondió con las siguientes
palabras: "Si yo me encontrara en el principio de mi carrera científica, en lugar de estar en el
final, quizá no elegiría otros ámbitos de investigación". Después le pidió a su destinatario que no
mencionara su nombre, porque él no creía en la "supervivencia de la personalidad después de la
muerte", y sobre todo porque deseaba instaurar una línea de separación muy clara entre el
psicoanálisis como ciencia y "ese campo de conocimiento aún inexplorado", a fin de no generar
el menor malentendido al respecto.
El hecho de que Freud haya querido siempre mantener alejada su doctrina de lo que él solía
llamar "la marea negra del ocultismo" no le impidió sentirse fascinado por ese ámbito, al punto de
demostrar acerca del tema una extrema ambivalencia. Esa fascinación que ejercían sobre él los
fenómenos del mundo de lo extraño, lo irracional o lo inexplicable, confirma que Freud perteneció
al linaje de los descubridores del inconsciente y de los hombres de ciencia herederos del 
"Aufklärung sombrío", para retomar las palabras del filósofo israelí Yirmiyahu Yovel. Fue un
sabio atravesado por la división entre el cogito y la locura, que se encaminó por el camino de la
duda desde el error hasta la verdad, abrazando las teorías más extravagantes de su época (por
ejemplo las de Wilhelm Fliess), para después transformarlas o asimilarlas. En cuanto al
psicoanálisis, que tomó impulso a partir de una inmersión interpretativa en el dominio del sueño,
según la bella fórmula de Thomas Mann fue "un romanticismo convertido en científico".
La historia de las relaciones de Freud con la telepatía debe comprenderse en ese movimiento de
vacilación permanente de la doctrina psicoanalítica entre la sombra y la luz, la pasión y la razón,
lo irracional y la ciencia, pero también entre Sandor Ferenczi y Ernest Jones.
Este "episodio" del ocultismo comenzó en Viena en 1909, cuando Carl Gustav Jung, bajo la
mirada espantada de Freud, desplegó sus talentos de ilusionista, haciendo crepitar objetos
posados sobre los muebles del departamento de 19 Berggasse. Después de tratar de imitar a su
joven discípulo, Freud olvidó el asunto, que resurgió en 1910, cuando Ferenczi empezó a buscar
videntes y adivinas en las afueras de Budapest para demostrarle a su maestro la existencia de
la transmisión del pensamiento. Freud cambió entonces de opinión, y le narró a su discípulo la
historia de un astrólogo muniqués capaz de predecir el futuro a partir de la fecha de nacimiento.
Encantado, Ferenczi le respondió: "Cuando vaya a Viena, me presentaré como astrólogo de
corte de los psicoanalistas". En 1913, nuevo cambio de opinión: Freud cerró el debate
condenando de manera despiadada, en nombre de la ciencia, las experiencias telepáticas de un
cierto profesor Roth que Ferenczi había llevado a la Wiener Psychoanalytische Vereinigung
(WPV).
A partir de 1920, y hasta 1933, la cuestión de lo oculto surgió de nuevo cuando el movimiento
psicoanalítico, bajo la dirección de Max Eitingon, estableció las grandes reglas del análisis
didáctico que hicieron de la International Psychoanalytical Association (IPA) un movimiento
organizado según los principios del racionalismo positivista. En ese contexto, en el que el ideal
de una posible cientificidad del psicoanálisis iba de la mano con la institucionalización progresiva
de los principios de la cura, Freud asumió la defensa de la telepatía. Con su hija Anna y Ferenczi
hizo "dar vuelta mesas" y se entregó a experiencias de transmisión de pensamiento en el curso
de las cuales asui-nía el papel de médium, analizando sus asociaciones verbales. Jones y
Eitingon trataron entonces de frenar sus ardores, aduciendo que la. conversión del psicoanálisis
a la telepatía acrecentaría las resistencias del mundo anglosajón a la doctrina freudiana, y la
presentaría como la obra de un charlatán. Con el objetivo de hacer ingresar al psicoanálisis en la
era de la ciencia, y de marcar el fin definitivo de su anclaje en el viejo mundo austrohúngaro,
poblado de gitanos y magos, Jones propuso desterrar de los debates de la IPA todas las
investigaciones sobre el ocultismo. Freud aceptó, e impidió que Ferenczi presentara en el
Congreso de Bad-Homburg una comunicación acerca de sus experiencias telepáticas.
No obstante, en 1921 volvió a cambiar de opinión, redactando un artículo sin título que se
proponía presentar en 1922 en el Congreso de Berlín. Eitingon y Jones lo disuadieron. Freud 
retiró el texto, que sería finalmente publicado en 1941 con carácter póstumo, y titulado
"Psicoanálisis y telepatía". Después de ese rechazo volvió a la carga, ese mismo año, con otro
artículo, "Sueño y telepatía", que iba en el mismo sentido. Lo hizo publicar en Imago. Diez años
más tarde dio una conferencia sobre el tema "Sueño y ocultismo", a la que incorporó el material
aportado en 1921, sobre todo el célebre caso de David Forsyth, que iba a figurar en
"Psicoanálisis y telepatía". Esa conferencia fue publicada en 1933, en el marco de las Nuevas
conferencias de introducción al psicoanálisis.
Desde el principio de "Psicoanálisis y telepatía", Freud explica su interés por el tema. El
psicoanálisis y el ocultismo tienen, según él, un punto en común: ambos han sufrido el
tratamiento desdeñoso Y altanero de la ciencia oficial. El progreso de las ciencias (el
descubrimiento del radium y la relatividad), añade en sustancia, puede haber tenido el doble
efecto de hacer pensable lo que la ciencia anterior rechazaba en el ocultismo, y al mismo tiempo
suscitar nuevas fuerzas oscurantistas. De allí el peligro: era posible que personas
irresponsables se obstinaran en manipular ciertas técnicas ocultistas para usufructuar la
credulidad de los hombres en provecho propio. Más adelante en el texto, Freud narra varias
supuestas experiencias de telepatía, en particular la de un adivino cuyas profecías no se
realizaron nunca.
Narra también la historia de un joven que consultó a una adivina, dándole la fecha de nacimiento
de su cuñado. La adivina afirmó que el cuñado moriría de un envenenamiento con ostras y
cangrejos. Estupefacto, el joven recordó que lo que se le anunciaba en realidad ya se había
producido: gran aficionado a los frutos de mar, el cuñado había estado a punto de morir de un
envenenamiento con ostras el año anterior. Freud llega a la conclusión de que en el origen de la
predicción había un fenómeno de telepatía entre el joven y la vidente: "Ese saber le fue
transferido a ella, la supuesta adivina, por vías ignotas, que excluyen los modos de
comunicación que conocemos. Es decir que debemos concluir que hubo transferencia de
pensamiento."
Vemos entonces que Freud abandona el terreno de lo oculto y de la creencia en la telepatía por
el de la interpretación psicoanalítica. De tal modo presenta uno de los aspectos más fascinantes
de su talento de clínico, que encontramos tanto en su texto sobre Leonardo da Vinci
(1452-1519) como en los análisis de Serguei Constantinovich Pankejeff o de Marie Bonaparte. En
efecto, Freud no vacila nunca en asumir, en nombre del psicoanálisis, y porque él lo considera
una ciencia, un verdadero papel de hechicero, chamán o vidente. Lo mismo que Fausto, juega
con el Diablo.
Pero para Jones esas historias de videncia eran puras elucubraciones que ponían en peligro la
política racional de la IPA: "Usted podría ser bolchevique -le escribió a Freud-, pero no
favorecería la aceptación del psicoanálisis anunciándolo". Freud le respondió: "Es
verdaderamente difícil no herir las susceptibilidades inglesas. No veo ninguna perspectiva de
apaciguar a la opinión pública en Inglaterra, pero al menos me gustaría explicarle a usted mi 
aparente inconsecuencia en lo que respecta a la telepatía [ ... ]. Cuando sostengan ante usted
que he caído en el pecado, responda con calma que mi conversión a la telepatía es un asunto
personal mío, como el hecho de que soy judío, de que fumo con pasión y muchas otras cosas, y
que el tema de la telepatía es en esencia extraño al psicoanálisis."
Estos conflictos demuestran que las incoherencias de Freud eran menos el síntoma del rechazo
o la aceptación de la telepatía en sí misma, que el signo de su estatuto de sabio visionario y de
su resistencia pasiva a la línea política preconizada por Jones. Ésta consistía en apoyar a los
norteamericanos en la defensa del análisis medicalizado, en detrimento del análisis profano, y en
llevar el conjunto de la doctrina freudiana a una especie de cientificismo evacuado de todas las
escorias de su "irracionalismo" original: espiritismo, sonambulismo, magnetismo, etcétera. En este
sentido, la crisis ocultista que atravesó el movimiento freudiano entre 1920 y 1930 remite al gran
debate sobre el abandono de la hipnosis, también recurrente en la historia del psicoanálisis.
Freud había abandonado la práctica del hipnotismo y la sugestión para basar el psicoanálisis
sobre el método de la asociación libre y el análisis de la transferencia, es decir, sobre una
concepción del sujeto en la cual éste aceptaba conscientemente la existencia de su
inconsciente. De la misma manera, tranformó la telepatía -fenómeno oculto que supone la
intervención del más allá (los astros, la videncia o lo demoníaco)- en una pura transferencia de
pensamiento a la que convenía dar una interpretación psicoanalítica. Pero, al fingir que adhería a
la telepatía, jugaba a volver a una visión de algún modo "prefreudiana", prehipnótica o magnética
de la relación transferencial. Si la transmisión de pensamiento se podía dar fuera de una
situación analizable en términos de transferencia, sólo podía comprenderse postulando un
"fluido" capaz de llevar a los sujetos a un estado de hipnosis: un estado por cierto virtual y sin
ningún soporte fisicoquímico, pero con todo un fluido, un fluido oculto, escondido, espiritual,
digno de los gurúes y las sectas, ignorado por el propio inconsciente, en una especie de
anterioridad mítica.
El juego al que se entregó Freud en las barbas de Jones confirma que, en cada crisis de la
historia del movimiento psicoanalítico, la cuestión de la telepatía retornaba al mismo tiempo que la
cuestión de la hipnosis. Siempre se trataba de reivindicar, contra una primacía demasiado
racional, demasiado universalista, incluso demasiado dogmática de la ciencia, un saber
folclórico, mágico y sobre todo liberador, un saber que se sustrae a las coacciones M orden
establecido. Cuando en este punto Freud quiere engañar a las adivinas y videntes del viejo
Imperio Austro-Húngaro, divirtiéndose en fingir que cree en la telepatía mientras la reduce a una
manifestación del inconsciente y la transferencia, demuestra bien el estatuto particular del
psicoanálisis en su relación violenta, contradictoria y ambigua con la ciencia, la locura y la
medicina, así como el carácter recurrente de su interrogación sobre sus orígenes.
La mejor traducción francesa de "Psicoanálisis y telepatía" ha sido publicada en 1983 por
Wladimir Granoff y Jean-Michel Rey. El comentario más notable sobre este texto es el de
Jacques Derrida, quien, en 1981, escribió: "De modo que el psicoanálisis [ ... ] se asemeja a una 
aventura de la racionalidad moderna para absorber y a la vez rechazar el cuerpo extraño
denominado Telepatía, asimilarlo y vomitarlo sin poder resolverse ni a lo uno ni a lo otro [ ... ]. La
«conversión» no es una resolución, ni una solución; es aún la cicatriz hablante del cuerpo
extraño. Un medio siglo conmemora ya el Gran Viraje [ ... ] la Telepatía viene hacia nosotros 


Teoremas de Punto fijo
fuente(9) 
Se conoce con este nombre a diversos teoremas que aseguran, bajo diferentes hipótesis, la
existencia de al menos un punto fijo en cierta función f, es decir, un elemento x tal que f(x) = x.
Estos teoremas tienen aplicaciones en variados campos. Uno de los más conocidos se debe al
holandés L.E.J.Brouwer, que dice que toda función continua de una bola n–dimensional
cerrada en sí misma tiene al menos un punto fijo. Un resultado similar, muy interesante, dice que
toda transformación continua de la esfera usual en sí misma (y en general, de cualquier esfera
de dimensión par) tiene al menos un punto fijo o bien un punto antipodal, es decir, tal que el valor
de f(x) resulta ser el de la antípoda de x. 


Teoría cloacal
Al.: Kloakentheorie. 
Fr.: théorie cloacale. 
Ing.: cloacal (o cloaca) theory.
It.: teoria cloacale. 
Por.: teoria cloacal.
fuente(10) 
Teoría sexual del niño, que ignora la distinción entre la vagina y el ano: la mujer sólo poseería una
cavidad y un orificio, que se confunde con el ano, a través del cual nacerían los niños y se
practicaría el coito. 
En su artículo sobre Teorías sexuales infantiles (Über infantile Sexualtheorien, 1908) Freud
describió, como teoría típica en el niño, la que denomina teoría cloacal, que él relaciona con la
ignorancia de la vagina por parte de los niños de ambos sexos. Esta ignorancia implica la
convicción de que « [...] el bebé debe ser expulsado como un excremento, como una deposición
[...]. La teoría cloacal, que, después de todo, se cumple en muchos animales, es la única que
puede parecer verosímil al niño». La idea de que existe un solo orificio implica también una
representación «cloacal» del coito.
Tal «teoría» es, según Freud, muy precoz. Obsérvese que corresponde a ciertos datos
descubiertos por el psicoanálisis, especialmente en la evolución de la sexualidad femenina: «La
clara separación que se exigirá entre las funciones anal y genital se halla en contradicción con
las estrechas relaciones y analogías existentes entre ellas, tanto anatómica como
funcionalmente. El aparato genital permanece en la inmediata vecindad de la cloaca; "[...] en la
mujer existe incluso una dependencia(11)"». Según Freud, es a partir de esta especie de
indiferenciación que « [...] la vagina, derivada de la cloaca, debe ser llevada al rango de zona
erógena dominante». 


Terapia catártica
o método catártico
Al.: kathartisches Heilverfahren o kathartische Methode.
Fr.: méthode cathartique.
Ing.: cathartic therapy o cathartic method.
It.: metodo catartico. 
Por.: terapéutica o terapia catártica, método catártico.
fuente(12) 
Método de psicoterapia en el que el efecto terapéutico buscado consiste en una «purga»
(catarsis), una descarga adecuada de los afectos patógenos. La cura permite al sujeto evocar e
Incluso revivir los acontecimientos traumáticos a los que se hallan ligados dichos afectos y
lograr la abreacción de éstos.
Históricamente el «método catártico» pertenece al período (1880-1895) en que se va creando
progresivamente la terapéutica psicoanalítica a partir de los tratamientos efectuados bajo
hipnosis.
La palabra catarsis procede del griego y significa purificación, purga. Fue utilizada por
Aristóteles para designar el efecto producido por la tragedia en el espectador: «La tragedia es la
imitación de una acción virtuosa y perfecta que, por medio del temor y de la compasión, suscita
la purificación de tales pasiones».
Breuer y más tarde Freud recogieron este término, que para ellos connota el efecto que se 
espera obtener de una abreacción adecuada del trauma. En efecto, ya es sabido que, según la
teoría desarrollada en los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895), los afectos
que no han logrado encontrar la vía hacia la descarga permanecen «arrinconados»
(eingeklemmt), ejerciendo entonces efectos patógenos. Más tarde, resumiendo la teoría de la
catarsis, Freud escribe: «Se suponía que el síntoma histérico se originaba cuando la energía de
un proceso psíquico no podía llegar a la elaboración consciente y se dirigía hacia la inervación
corporal (conversión) [...]. La curación se obtenía por la liberación del afecto desviado y su
descarga por las vías normales (abreacción)».
En sus comienzos, el método catártico se hallaba íntimamente ligado a la hipnosis. Pero Freud
pronto dejó de utilizar la hipnosis como un método destinado a provocar directamente la
supresión del síntoma sugiriendo al enfermo que éste no existe: le sirve para inducir la
rememoración, reintroduciendo en el campo de la conciencia las experiencias subyacentes a los
síntomas, pero olvidadas, «reprimidas» por el sujeto(13). Estos recuerdos reevocados, o incluso
revividos con intensidad dramática, proporcionan al sujeto ocasión para expresar, descargar los
afectos que, originalmente ligados a la experiencia traumática, en seguida habían sido
suprimidos.
Rápidamente Freud renuncia a la hipnosis propiamente dicha, substituyéndola por la simple
sugestión (ayudada por un artificio técnico: la presión de la mano sobre la frente del paciente)
destinada a convencer al enfermo de que encontrará el recuerdo patógeno. Finalmente, Freud
ya no recurrirá a la sugestión, fiándose simplemente de las asociaciones libres del paciente. En
apariencia, la finalidad de la cura (librar al enfermo de sus síntomas restableciendo la vía normal
de descarga de los afectos) sigue siendo la misma en el curso de esta evolución de los
procedimientos técnicos. Pero de hecho, como lo atestigua el capítulo de Freud sobre la
Psicoterapia de la histeria (Estudios sobre la histeria), esta evolución técnica va acompañada
de un cambio de perspectiva en la teoría de la cura: se toman en consideración las resistencias,
la transferencia, se hace especial hincapié sobre la eficacia de la elaboración psíquica y del
trabajo elaborativo. De acuerdo con ese enfoque, el efecto catártico ligado a la abreacción deja
de constituir el principal recurso del tratamiento.
Pero no por ello la catarsis deja de ser una de las dimensiones de toda psicoterapia analítica. Por
una parte, y en forma variable según las estructuras psicopatológicas, se produce en muchas
curas una intensa reviviscencia de ciertos recuerdos, que va acompañada de una descarga
emocional más o menos tempestuosa; por otra parte, es fácil mostrar que el efecto catártico
vuelve a encontrarse en las distintas modalidades de la repetición en el curso de la cura, y
especialmente en la actualización transferencial. Asimismo, el trabajo elaborativo y la
simbolización por el lenguaje se hallaban ya prefigurados en el valor catártico que Breuer y
Freud atribuyeron a la expresión verbal: «[...] en el lenguaje el hombre encuentra un substitutivo
de la acción, substitutivo mediante el cual el afecto puede ser derivado por abreacción casi en
igual forma. En otros casos, la propia palabra constituye el reflejo adecuado, en forma de
lamento o como expresión de un secreto atormentador (confesión)». 
Aparte de los efectos catárticos que se encuentran también en todo psicoanálisis, conviene
señalar que existen algunos tipos de psicoterapia que persiguen ante todo la catarsis: el
narcoanálisis, utilizado principalmente en los casos de neurosis traumática, provoca, mediante la
administración de fármacos, efectos parecidos a los que Breuer y Freud obtenían mediante la
hipnosis. El psicodrama, según Moreno, se define como una liberación de los conflictos internos
mediante la representación dramática. 


Terapia familiar
Alemán: Familie Therapie. 
Francés: Thérapie familiale. 
Inglés: Family therapy.
fuente(14) 
La terapia familiar es un método de psicoterapia colectiva que apunta a atender la patología
psíquica de un sujeto a partir de su historia familiar y de la inclusión de los miembros de la familia
en el tratamiento; según las distintas escuelas, la familia es una estructura normativa en la que
se elabora la identidad del sujeto, o bien un medio patógeno dominado por un double bind (o
doble vínculo), o un sistema (sistemismo) en el que el sujeto es considerado el producto
biológico, social y psíquico de un conjunto de elementos en interacción que se rige por sus
propias reglas.
En la historia de la psiquiatría dinámica, la terapia familiar surgió de la transformación del modelo
de la familia patriarcal a fines del siglo XIX, de la generalización ulterior del tratamiento de la
esquizofrenia, y finalmente del desarrollo de la antropología y el etnopsicoanálisis. En este
sentido, tiene que ver con la antipsiquiatría, el neofreudismo, el culturalismo, las diversas
psicoterapias de grupo y la psicoterapia institucional, estén o no estos métodos atravesados por
los principios del psicoanálisis. 



Terapia guestáltica
Terapia guestáltica
Terapia guestáltica
Alemán: Gestalttherapie. 
Francés: Gestaltthérapie. 
Inglés: Gestalt Therapy.
fuente(15) 
Nombre derivado de Gestalttheorie (teoría de la forma), e introducido por el psicoanalista
norteamericano Frederick Perls (1893-1970) para designar una psicoterapia de grupo en la cual
el paciente debe vivir sus conflictos a través de la expresión corporal para recobrar la unidad de
su personalidad.
Esta forma de psicoterapia, cercana al análisis existencial (por su dimensión fenomenológica), al
psicodrama de Jacob Levy Moreno (por su técnica), y a la vegetoterapia de Wilhelm Reich (por
su lado biologista y libertario), fue creada por un personaje singular. Esta práctica desapareció
pronto, y después resurgió en diversas escuelas, con formas más o menos alejadas del 
dispositivo de su creador.
De origen berlinés, Perls se formó en psiquiatría y psicoanálisis en contacto con Paul Schilder, en
Viena, donde, por otra parte, conoció a Sigmund Freud en 1930. Pero fue en Francfort donde
adoptó la teoría de la Gestalt al convertirse en asistente del gran neurólogo Kurt Goldstein
(1878-1965), cuyas tesis sobre la unidad del organismo humano y el funcionamiento cerebral
marcaron a toda la filosofía siglo XX, sobre todo en los trabajos de Maurice Merleau-Ponty
(1908-1961) y Georges Canguilhem (1904-1995).
Analizado primero por Wilhelm Reich y después por Karen Horney, Perls se ubicó de entrada en
disidencia respecto del freudismo clásico. Huyendo del nazismo emigró a Holanda, y más tarde,
en 1940, a Sudáfrica, donde escribió su primer libro. En él revisó la concepción freudiana,
proponiendo que en el curso de la cura se apelara más al cuerpo. En Nueva York, en 1946, y
después en California, desarrolló sus tesis guestálticas animando diversos grupos ligados a la
contracultura norteamericana. Después de una estada en Japón asoció la terapia guestáltica con
la práctica del budismo zen, convirtiéndose en un gran gurú californiano que preconizaba a la
vez el naturismo, el orientalismo y la apertura a todas las formas de psicoterapia corporal que se
desarrollaron en la década de 1970 en la Costa Oeste de los Estados Unidos. Antes de morir
fundó una comunidad terapéutica en Canadá.
Lo mismo que muchas psicoterapias disidentes del freudismo y orientadas hacia el sí-mismo
(self), la terapia guestáltica rechaza a la vez las nociones de ello y superyó: la primera porque
desviaría al sujeto de la plena conciencia de sí mismo, y la segunda porque sería una instancia
opresora del yo. A la segunda tópica, la terapia guestáltica opone entonces una teoría de la
personalidad, y al psicoanálisis propiamente dicho, una terapia de grupo orientada hacia la
"desintelectualización" del sujeto, en beneficio de sus afectos o sus emociones. De allí que,
después de la muerte de Perls, en casi todas partes se mezcló la terapia guestáltica con las
técnicas llamadas bioenergéticas, herederas de la vegetoterapia de Reich y basadas en la idea
de que "la comunicación no verbal" (el grito, la gimnasia, el masaje, la expresión corporal,
etcétera) permite un mejor acceso a la curación que el tratamiento por la palabra. 


Ternura
Al.: Zärtlichkeit.
Fr.: tendresse.
Ing.: tenderness.
It.: tenerezza.
Por.: ternura.
fuente(16) 
En el empleo específico que le da Freud, este término designa, en contraposición al de
«sensualidad» (Sinnlichkeit), una actitud hacia otro que perpetúa o reproduce el primer modo de
relación amorosa del niño, en el cual el placer sexual no se da Independientemente, sino siempre
apoyándose en la satisfacción de las pulsiones de autoconservación. 
Analizando un tipo especial de comportamiento amoroso (Sobre una degradación general de la
vida erótica [Über die allgemeinste Erniedrigung des Liebeslebens, 1912]), Freud se vio
inducido, en la medida en que estos dos elementos se hallaban separados en clínica, a 'distinguir
una «corriente sensual» y una «corriente de ternura» (véase: Amor genital).
Freud se dedica, más que a describir las manifestaciones de la ternura, a buscar su origen. Lo
encuentra en la elección objetal primaria del niño, el amor hacia la persona que lo cuida y lo
alimenta. Desde el comienzo, este amor incluye componentes eróticos, pero éstos, en un primer
tiempo, son inseparables de la satisfacción hallada en la alimentación y los cuidados corporales
(véase: Apoyo).
En contraposición, la corriente «sensual» o, hablando propiamente, sexual, se podría definir, en
la infancia, por el hecho de que el placer erótico se desvía pronto del camino hacia el objeto que
le viene indicado por las necesidades vitales y se vuelve autoerótico (véase: Sexualidad).
Durante el período de latencia, los fines sexuales experimentan, por efecto de la represión, una
especie de mitigación, lo que refuerza la corriente de la ternura. Con el empuje pulsional de la
pubertad, «[...] la potente corriente sensual vuelve a dirigirse hacia sus fines». Pero sólo
paulatinamente los objetos sexuales podrán «[...] atraer hacia sí la ternura dirigida hacia los
objetos anteriores». 


Tiempo
fuente(17) 
La afirmación de Freud según la cual «los procesos del sistema les son intemporales» ha sido
una fuente de equívocos. Ha alentado la concepción falaz de la unidimensionalidad del tiempo,
mensurable en duración, que justifica la práctica de sesiones de duración determinada de
antemano e impide el acceso a la captación sincrónica del inconsciente que se manifiesta como
corte del sujeto, en la pulsación de una escansión, el eclipse de la conciencia, el trazo en
relámpago de lo no-sabido (Un-bewusste).
Con esta afirmación Freud significa que los procesos inconscientes no sufren el desgaste del
tiempo, que el deseo es indestructible (conclusión de la Traumdeutung). Pero ¿cómo se puede
decir que algo es indestructible y al mismo tiempo, en nombre de esta indestructibilidad, que
escapa al tiempo de la duración? Para responder a este interrogante y definir la estructura
temporal de la indestructibilidad del deseo, cabe distinguir, junto a la duración, otras dimensiones
del tiempo. Nadie ha abierto esta vía como Lacan.
Estructura temporal de los síntomas
Para apreciar el valor de la senda abierta por Lacan no hay que partir de una fenomenología del
tiempo vivido (Minkovski), sino precisar en qué el síntoma como tal exterioriza más o menos 
directamente una relación del sujeto con varias coordenadas temporales objetivables.
Piénsese por ejemplo en los síntomas del «déjá vu» [«ya visto»] y el «déjá dit» [«ya dicho»J: el
«déjá» [«ya»] recuerda que el problema proviene de no haber dicho en el momento en que el
sujeto tenía que haberlo hecho. En toda toma de palabra que implica al sujeto hay una dimensión
temporal muy importante por considerar; esta dimensión temporal es inherente a la acción de lo
simbólico.
El caso de fetichismo del brillo en la nariz (Glanz auf der Nase), referido por Freud, representa a
su manera un fracaso del cumplimiento de la función temporal. El «auf der Nase» ([puesto] sobre
la nariz) es la transformación espacial coagulada de un dato temporal del orden del instante de
ver, puesto que proviene de un «glance auf die Nase» (ojeada sobre [al la nariz).
El desmentido más explícito al enunciado de que los procesos les «no tienen absolutamente
ninguna relación con el tiempo» es proporcionado por el propio Freud con la noción de
«posterioridad» (aprés-coup, Nachträglichkeit), que le sirve para explicar la formación de los
síntomas histéricos. No son los acontecimientos en sí los que tienen una acción traumática, sino
el segundo tiempo que constituye su reviviscencia en forma de fantasma después que el sujeto
ha alcanzado la madurez sexual.
Lacan retomó y generalizó el esquema freudiano de la posterioridad. En primer lugar,
homogeneizó en términos de significantes los dos tiempos de Freud. En efecto, en Freud había
una disparidad entre el primer tiempo designado como experiencia, huella mnémica, impresión,
percepción, y el segundo tiempo, denominado representación. Al formalizar el esquema de la
posterioridad con el grafo, Lacan hace de la posterioridad un tiempo de retroacción de un
significante sobre otro. Este paso es decisivo, puesto que separa el orden lógico del lenguaje, en
el cual se sitúa la retroacción, respecto del orden de las cosas. Por otra parte, esto descarta la
prevalencia de la función diacrónica de la filogénesis, de la que se sabe que fue la inclinación de
Freud, que hizo remontar el primer tiempo del trauma a la linde de la historia de la humanidad,
consagrando así de derecho una prioridad al primer tiempo del a posteriori. Por el contrario, el
planteo en términos de significantes permite a la posterioridad conservar su originalidad, es
decir, la sincronía de su funcionamiento en la retroacción del tiempo dos, que hace existir el
tiempo uno (lo cual es una definición de la repetición). Por último, al generalizar este esquema
temporal, Lacan ya no lo reserva para la formación del síntoma histérico, sino que lo convierte en
esquema explicativo de la significación. El inicio de una frase sólo encuentra su significación
cuando la frase ha concluido.
Los fundamentos de la estructuración temporal de la experiencia subjetiva no se limitan en Lacan
a retomar el esquema de la posterioridad. También ha trazado el plano de las coordenadas
temporales del campo del Otro, en las cuales funciona ese esquema, y que son el instante de
ver, el tiempo para comprender y el momento de concluir. 
El Hombre de los Lobos es un caso que Lacan ha tomado a menudo como ejemplo para mostrar
de qué modo han sido distorsionadas estas tres dimensiones. El Hombre de los Lobos, que al
final de su vida todavía pintaba tarjetas postales con la escena del sueño que le había dado el
nombre con el que se lo conoce en la literatura, de alguna manera quedó fijado en el instante de
ver que no encontró su tiempo para comprender, por el hecho de que el momento de concluir fue
anticipado por el analista, y él permaneció en «la alienación de su verdad» (Escritos). Si el
síntoma tiene la significación de un retorno de la verdad del sujeto, es porque hay una hora de la
verdad para el sujeto. Hamlet está suspendido de la hora de la verdad del otro. No mata a Claudio
porque no es su hora.
El tiempo lógico
Puesto que la lógica se ocupa de los valores de verdad, esta relación de la verdad con el tiempo
justifica que Lacan haya intentado anudar lógica y tiempo. Lo hizo desde 1945, en «El tiempo
lógico y el aserto de certidumbre anticipada», donde le otorga un lugar decisivo a una dimensión
temporal nueva, la prisa, que se añade a las ya inventariadas de la sucesión y la sincronía.
La conclusión del sofisma tiene el rigor de una solución lógica, con la condición -dice Lacan- de
que se integre en ella el valor de dos escansiones suspensivas en las que los prisioneros ponen
en duda la validez de la solución y cada vez repiten la conclusión. Estas escansiones tienen
valor de significantes (Lacan, 1966); ellas verifican la precipitación del sujeto para concluir en la
prisa, en un momento de eclipse en el que, realizando un tiempo de retardo de su razonamiento
con relación al de los otros, él tiene miedo, si no concluye de inmediato, si se deja aventajar por
los otros, de no poder estar seguro de que no es un negro. La certidumbre del sujeto -que allí se
confunde con el sujeto de la certidumbre- le llega con un acto de aserción de certidumbre
anticipada. Es en la posterioridad de las escansiones donde el sujeto sabrá que su aserto fue el
correcto. La verificación a posteriori confirma la justeza de algo que se alcanza como verdad
antes de que sea posible verificarla: es la verificación de la anticipación de la verdad. Existe una
distancia irreductible entre la verdad y su verificación, distancia que se reduce a la dimensión
temporal de la prisa.
El tiempo se modula según tres formas de subjetivación (sujeto impersonal en el instante de ver,
sujeto indefinido recíproco en el tiempo para comprender, sujeto del aserto en el momento de
concluir) que representan otras tantas transformaciones de los datos espaciales, visibles (pero
no vistos) simultáneamente, sobre el estado de combinación de los círculos (2 negros, 1 blanco
= instante de ver; 1 negro, 2 blancos = tiempo para comprender; 3 blancos = momento de
concluir). Sólo una topología de objetos no visibles simultáneamente, como la de la botella de
Klein, puede dar un soporte imaginario a la falta en ver de esos tiempos, que hacen agujero
(Kojève) en la representación. El objeto topológico sirve de soporte a la nominación de la falta en 
la que desemboca la lógica de estos tiempos, puesto que el sujeto no se declara blanco por
verse blanco (ni siquiera porque otro lo vea blanco).
«El tiempo lógico» acompañó a Lacan durante toda su enseñanza («mi pequeño sofisma
personal» lo llama él) y tiene un valor paradigmático con aplicaciones múltiples. No constituye
una lógica del tiempo (cuyos impases han sido denunciados, por ejemplo, por Gardiès) sino una
lógica de la acción y de la deliberación (ligada al tiempo desde el ejemplo de la batalla naval
según Aristóteles) que se basa en tres tiempos. Esta lógica le otorga a la repetición de dos
escansiones un valor que no es el de situar al sujeto en el tiempo, sino el de engendrar al sujeto
del aserto por el tiempo de esas escansiones, aislando simultáneamente la función específica de
la prisa. En el momento de concluir, el tiempo de adelanto posible del otro se constituye como
objeto de una concurrencia temporal; el sujeto se precipita a concluir para «recuperar» su
eventual retardo, arrebatar ese objeto temporal de competencia, ese objeto (a)presurado
[h(a)té], como dice Lacan. En ese momento, ese objeto (a)presurado ocupa el lugar del objeto a
mirada, de que dependía el sujeto («en esta tema, justamente, cada uno interviene sólo, a título
de ese objeto a que él es bajo la mirada de los otros»; Lacan, Aun, 1973), y que cae en la falla
entre lo que es supuestamente visto por el otro y lo que el sujeto afirma al desprenderse de esa
suposición.
La función de la prisa es también decisiva en la identificación por la imagen en el espejo, donde
el sujeto anticipa aquello que él designa como yo, y en el fondo de la respuesta fantasmática,
donde hay una relación del sujeto con el tiempo que se enuncia en futuro anterior («él lo habrá
querido»), del lugar de Otro.
La escansión de las sesiones
Entre las múltiples consecuencias de este texto capital retendremos sólo las que atañen a la
maniobra de la transferencia, y en especial a la práctica de las sesiones escandidas, que aún
hoy escandalizan.
En «Posición del inconsciente», Lacan dice que «la transferencia es una relación esencialmente
ligada al tiempo y a su manejo» (Escritos). En tal sentido, la sesión escandida representa «el
modo más eficaz de la intervención y de la interpretación analítica» (Seminario del 1 de julio de
1959). Lacan prescribe que el deseo del analista debe limitarse al vacío, al corte, a ese lugar que
le dejamos al deseo para que allí se sitúe. Lo que se produce al final de cada sesión escandida
es inmanente a toda la situación en sí. La escansión no tiene obligatoriamente lugar al final de
una sesión; puede sobrevenir al inicio o al final de varias sesiones. Por este acto, el analista se
compromete físicamente en una operación que presentifica el corte como tal y como dimensión
temporal de pleno derecho (no hay más que un tiempo), para él y para el analizante. Se niega a 
resguardarse detrás de un llamado contrato de duración, que engaña [leurre] al analizante en
cuanto a la obtención de algo que se le debe. Con este modo de intervención, el analista muestra
su disponibilidad a la palabra y apuesta a la enunciación; se regula según la distancia entre el
decir y el dicho. La escansión de la sesión, como la del tiempo lógico, toma el tiempo como
acontecimiento significante y no como lugar de duración mensurable que contiene los
enunciados. Este manejo del tiempo de la sesión anuda la repetición con la rememoración; lo
actual de la palabra que reinscribe en el lugar del Otro la no-identidad consigo mismas de las
palabras de la historia del sujeto permite acceder a lo que hace la indestructibilidad del deseo.
Si es cierto que existe una estructuración temporal de la verdad del síntoma, el analista debe
tener medios para actuar sobre los tiempos según la lógica que gobierna esta estructuración. De
tal modo le da al analizante una oportunidad de atravesar el plano de la identificación con el
sujeto supuesto saber. Pues al escandir las sesiones, el analista se pone en posición de
rechazo de todo saber, se priva él mismo del ideal de la acumulación del saber. Hace funcionar
su deseo de analista en la distancia entre el ideal del yo y el objeto a, según la operación llamada
«separación» por Lacan. Induce al analizante a emprender el camino de la declinación de su
fantasma. La escansión de sesión es como un acto fallido que libera significantes. Habrá sido
preciso que alguien olvide las llaves de su casa para que descubra que «casa» lo remite a
«caza». La anulación de la cosa, la llave (por el acto de olvido), ha hecho surgir su naturaleza
significante y la de la palabra «casa». En el corte de sesión hay esta dimensión de acto fallido
que, cortando el vinculo del lenguaje con la cosa, conecta las palabras con otras palabras para
producir un efecto de sujeto. Por eso el hallazgo, latente durante la sesión, se produce a menudo
en la posterioridad de ésta, y el sujeto experimenta prisa por volver a su sesión para realizar allí
la conexión con los significantes de la procedente. 


Tópica
Al.: Topik, topisch.
Fr.: topique (s. f. y adj.).
Ing.: topography, topographical.
It.: punto di vista topico.
Por.: tópica, tópico.
fuente(18) 
Teoría o punto de vista que supone una diferenciación del aparato psíquico en cierto número de
sistemas dotados de características o funciones diferentes y dispuestos en un determinado
orden entre sí, lo que permite considerarlos metafóricamente como lugares psíquicos de los que
es posible dar una representación espacial figurada.
Corrientemente se habla de dos tópicas freudianas, la primera en la que se establece una
distinción fundamental entre Inconsciente, preconsciente y consciente, y la segunda que
distingue tres Instancias: el ello, el yo, el superyó.
El término «tópico», que significa teoría de los lugares, forma parte, desde la Antigüedad griega,
del lenguaje filosófico. Para los antiguos, especialmente para Aristóteles, los lugares constituyen 
categorías, de valor lógico o retórico, de las cuales se extraen las premisas de la argumentación.
Resulta interesante señalar que, en la filosofía alemana, Kant utilizó el término «tópica». Entiende
por tópica trascendental « [...] la determinación por el juicio del lugar que corresponde a cada
concepto [...]; ella distinguiría siempre a qué facultad de conocimiento pertenecen propiamente
los conceptos(19)».
I. La hipótesis freudiana de una tópica psíquica surge dentro de un contexto científico
(neurología, psicofisiología, psicopatología), del cual nos limitaremos a indicar los elementos más
inmediatamente determinantes.
1.° La teoría anatomo-fisiológica de las localizaciones cerebrales, que predomina durante la
segunda mitad del siglo xix, tiende a hacer depender de soportes neurológicos rigurosamente
localizados, funciones muy especializadas o tipos específicos de representaciones o de
imágenes, que estarían como almacenadas en una determinada parte del córtex cerebral. En la
pequeña obra que Freud dedicó, en 1891, al tema, que a la sazón era de gran actualidad, de la
afasia, critica dicha teoría, que califica de tópica; muestra los límites y contradicciones
inherentes a los complicados esquemas anatómicos que entonces propusieron autores como
Wernicke y Lichtheim, y sostiene que la consideración de los datos tópicos de la localización
debe completarse con una explicación de tipo funcional.
2.° En el campo de la psicología patológica, toda una serie de observaciones induce a relacionar
con grupos psíquicos diferentes, de un modo casi realista, comportamientos, representaciones y
recuerdos que no se hallan constantemente y en conjunto a disposición del sujeto, pero que, a
pesar de ello, pueden mostrar su eficacia: fenómenos hipnóticos, casos de «doble
personalidad», etc. (véase: Escisión del yo).
Si bien sobre este terreno surge el descubrimiento freudiano del inconsciente, éste no se limita a
reconocer la existencia de lugares psíquicos diferentes, sino que asigna a cada uno de ellos una
naturaleza y un modo de funcionamiento distintos. Desde los Estudios sobre la histeria (Studien
über Hysterie, 1895), la concepción del inconsciente implica una diferenciación tópica del
aparato psíquico: el propio inconsciente comporta una organización en estratos, y la
investigación analítica se efectúa necesariamente por ciertas vías que suponen la existencia de
un determinado orden entre los grupos de representaciones. La organización de los recuerdos,
dispuestos en forma de verdaderos «archivos» en torno a un «núcleo patógeno», no es sólo
cronológica; tiene también un sentido lógico, efectuándose de diversos modos las asociaciones
entre las diversas representaciones. Por otra parte, la toma de conciencia, la reintegración de
los recuerdos inconscientes en el yo, se describe sobre un modelo espacialmente representado
definiéndose la conciencia como un «desfiladero» que no deja pasar más de un recuerdo a la
vez al «espacio del yo». 
3.° Se sabe que Freud siempre atribuyó a Breuer el mérito de haber establecido una hipótesis
que es esencial para una teoría tópica del psiquismo: en la medida en que el aparato psíquico
está formado por sistemas diferentes, esta diferenciación debe poseer una significación
funcional. Especialmente es por esta razón que una misma parte del aparato no puede
desempeñar las dos funciones contradictorias que son la recepción de las excitaciones y la
conservación de sus huellas.
4.° Finalmente, el estudio del sueño, reforzando la idea de un territorio inconsciente con sus
propias leyes de funcionamiento, fortifica la hipótesis de una separación entre los sistemas
psíquicos. Acerca de este punto, Freud señaló el valor de la intuición de Fechner, cuando éste
reconoció que la escena de acción de los sueños no constituía la prolongación atenuada de la
actividad representativa vigil, sino verdaderamente «otra escena».
II. La primera concepción tópica del aparato psíquico se presenta en el capítulo VII de La
interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900), pero puede seguirse su evolución a
partir del Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologie, 1895), donde es
expuesta todavía dentro del marco neurológico de un aparato neuronal, y a continuación a
través de las cartas a Fliess, especialmente las del 1-I-1896 y del 6-XII-1896(20). Ya es sabido
que esta primera tópica (que será desarrollada todavía en los textos metapsicológicos de 1915)
distingue tres sistemas, inconsciente, preconsciente y consciente, cada uno de los cuales
posee su función, su tipo de proceso, su energía de catexis, especificándose por contenidos
representativos. Entré estos sistemas Freud sitúa las censuras, que inhiben y controlan el paso
del uno al otro. El término «censura», al igual que otras imágenes de Freud («antesala»,
«fronteras» entre sistemas) indica el aspecto espacial de la teoría del aparato psíquico.
Pero el punto de vista tópico va más allá de esta diferenciación fundamental. Por una parte,
Freud, en los esquemas del capítulo VII de La interpretación de los sueños, así como en la carta
del 6-XII-1896, postula la existencia de una sucesión de sistemas mnémicos constituidos por
grupos de representaciones caracterizados por leyes de asociación distintas. Por otra parte, la
diferencia entre los sistemas es correlativa de una cierta ordenación, de tal forma que el paso de
la energía de uno a otro punto debe seguir un orden de sucesión determinado: los sistemas
pueden ser recorridos en una dirección normal, «progresiva», o en un sentido regresivo; lo que
Freud designa con el térinino «regresión tópica» viene ilustrado por el fenómeno del sueño, en el
que los pensamientos pueden adquirir un carácter visual que llegue hasta la alucinación,
regresando así a los tipos de imágenes más próximos a la percepción, situada en el origen del
recorrido de la excitación.
¿Cómo debe entenderse el concepto de lugares psíquicos, que implica la teoría freudiana? Como
insistió Freud, sería un error ver en ello una nueva tentativa de localización anatómica de las
funciones: «Dejaré de lado totalmente el hecho de que el aparato psíquico, del que aquí nos
ocupamos, nos es conocido igualmente en forma de preparación anatómica, y evitaremos 
cuidadosamente la tentación de determinar anatómicamente en alguna forma los lugares
psíquicos». Con todo, se observará que, de hecho, la referencia a la anatomía dista de estar
ausente; en La interpretación de los sueños todo el proceso psíquico se sitúa entre una
extremidad perceptiva y una extremidad motriz del aparato: el esquema del arco reflejo, al cual
recurre Freud aquí, al mismo tiempo que posee función de «modelo», conserva todo su valor
facial(21). En lo sucesivo, en más de una ocasión, Freud continuará buscando, si no
correspondencias precisas, por lo menos analogías, o quizá metáforas, en la estructura espacial
del sistema nervioso. Así, por ejemplo, sostiene que existe una relación entre la situación
periférica del córtex cerebral y el hecho de que el sistema Percepción-Conciencia recibe las
excitaciones extremas.
No obstante, Freud se muestra firmemente aferrado a lo que él considera como la originalidad de
su tentativa: «[...] hacer comprensible la complicación del funcionamiento psíquico
descomponiendo este funcionamiento y asignando cada función particular a las diversas partes
del aparato». El concepto de «lugares psíquicos» implica, como es obvio, que cada parte es
exterior a las demás y posee una especialización propia. Además, ofrece la posibilidad de fijar
un determinado orden de sucesión a un proceso que se desarrolla en el tiempo. ver nota(22)
Por último, la comparación que Freud establece entre el aparato psíquico y un aparato óptico (por
ejemplo, un microscopio compuesto) aclara lo que él entiende por lugar psíquico: los sistemas
psíquicos corresponderían a los puntos virtuales del aparato, situados entre dos lentes, más que
a sus piezas materiales.
III. La tesis principal de una distinción entre sistemas, y especialmente de la separación entre
Inconsciente y Preconsciente-Consciente, es inseparable de la concepción dinámica, igualmente
importante en psicoanálisis, según la cual los sistemas se hallan en conflicto entre sí (véase:
Dinámico; Conflicto psíquico). La articulación entre estos dos puntos de vista plantea el problema
del origen de la distinción tópica. De un modo muy esquemático, hallaríamos en la obra de Freud
dos clases muy distintas de respuesta: una, de matiz genético, que será reforzada por la
segunda teoría del aparato psíquico (véase especialmente: Ello), consiste en suponer la
aparición y diferenciación progresiva de las instancias a partir de un sistema inconsciente,
cuyas raíces se hunden en lo biológico («todo lo que es consciente ha sido primeramente
inconsciente»); la otra intenta explicar la constitución de un inconsciente por el proceso de la
represión, solución que conduce a Freud a postular, en un primer tiempo, una represión
originaria.
IV. A partir de 1920, Freud elaboró otra concepción de la personalidad (que a menudo se
designa abreviadamente con el término «segunda tópica»). El principal motivo que clásicamente
se invoca para explicar este cambio es la consideración creciente de las defensas
inconscientes, lo que impide hacer coincidir los polos del conflicto defensivo con los sistemas
anteriormente establecidos: lo reprimido con el Inconsciente, y el yo con el sistema 
Preconsciente-Consciente.
De hecho, el sentido del cambio a que nos referimos no puede limitarse a esta idea, que por lo
demás se hallaba presente en Freud, en forma más o menos explícita, desde hacía mucho tiempo
(véase: Yo). Uno de los principales descubrimientos que lo hizo necesario fue el del papel
desempeñado por las diversas identificaciones en la constitución de la persona y de las
formaciones permanentes que aquéllas depositan en el seno de ésta (ideales, instancias
críticas, imágenes de sí mismo). En su forma esquemática, esta segunda teoría hace intervenir
tres «instancias»: el ello, polo pulsional de la personalidad; el yo, instancia que se erige en
representante de los intereses de la totalidad de la persona y, como tal, es catectizada con libido
narcisista, y por último el superyó, instancia que juzga y critica, constituida por la interiorización
de las exigencias y prohibiciones parentales. Esta concepción no se limita a hacer intervenir las
relaciones entre las tres instancias citadas, sino que, por una parte, diferencia en ellas
formaciones más específicas (por ejemplo, yo ideal, ideal del yo) y, por consiguiente, considera,
además de las relaciones «intersistémicas», relaciones «intrasistérnicas»; por otra parte, lleva a
atribuir singular importancia a las «relaciones de dependencia» existentes entre los diversos
sistemas, y de un modo especial a encontrar en el yo, incluso en sus actividades llamadas
adaptativas, la satisfacción de reivindicaciones pulsionales.
¿Qué sentido posee, dentro de esta nueva «tópica», la idea de lugares psíquicos? Ya en la
elección de los términos que designan las instancias se aprecia que aquí el modelo no se ha
tomado de las ciencias físicas, sino que es antropomórfico: el campo intrasubjetivo tiende a
concebirse según el modelo de las relaciones intersubjetivas y los sistemas se representan
como personas relativamente autónomas dentro de la persona (así, por ejemplo, se dice que el
superyó se comporta sádicamente con respecto al yo). En la misma medida, la teoría científica
del aparato psíquico tiende a acercarse a la forma fantasmática en que el sujeto se concibe a sí
mismo y quizá incluso se constituye.
Freud no renunció a armonizar sus dos tópicas. En varios lugares de su obra da una
representación sobre un modelo espacialmente representado del conjunto del aparato psíquico,
en la cual coexisten las divisiones yo-ello-superyó y las divisiones
inconsciente-preconsciente-consciente. La exposición más precisa de esta tentativa se
encuentra en el capítulo IV del Esquema del psicoanálisis (Abriss der Psychoanalyse, 1938). 
Tópica
Tópica
fuente(23) 
s. f. (fr. topique; ingl. topography; al. Topik). Modo teórico de representación del funcionamiento
psíquico como un aparato con una disposición espacial.
Ante la necesidad de representar el psiquismo como una interacción dinámica de instancias, a
menudo fuertemente conflictiva, S. Freud propone representarlas por medio de un aparato
psíquico repartido en el espacio. En 1900 introduce una primera tópica, en la que las instancias
son el inconciente, la percepción-conciencía, el preconciente. En 1920, en una segunda tópica,
Freud corrige la precedente, agregándole el ello, el superyó y el yo. Estas dos tópicas no se
superponen. 
Tópica
Tópica
fuente(24) 
La representación «tópica» presentada en el capítulo VII de La interpretación de los sueños
determina el orden de coexistencia de las diferentes regiones del aparato psíquico entre las
cuales se despliegan los procesos, desde su extremo sensorial hasta su extremo motor.
No obstante, en una nota introducida en una edición posterior, Freud subraya la insuficiencia del
esquema construido antes. «El desarrollo posterior de este esquema desplegado linealmente 
-escribe Freud entonces- deberá tener en cuenta el supuesto de que el sistema que sucede al
preconsciente es aquel al que debemos atribuir la conciencia [cursivas de Freud], y que
entonces P = C.»
«Le daremos el nombre de inconsciente -escribió en 1900- al sistema ubicado más atrás; dicho
sistema no puede acceder a la conciencia sino pasando por el preconsciente, y durante ese
pasaje el proceso de excitación debe plegarse a ciertas modificaciones. »
Sea como fuere, el principio de representación constitutivo de la tópica sigue siendo el que
enunciaba el texto original de La interpretación de los sueños.
En el punto de partida, una sugerencia de Fechner: «El gran G.T. Fechner, en su Psicofísica, a
propósito de algunas consideraciones sobre el sueño, formula la hipótesis de que la escena en
la que se mueve el sueño es quizás muy distinta de la de la vida de representación en la vigilia;
ningún otro supuesto permite comprender las peculiaridades del sueño».
La construcción tópica se efectúa entonces a partir de la desaprobación de la localización
anatómica: «Descartemos de inmediato la noción de localización anatómica. Permanezcamos en
el terreno psicológico y tratemos sólo de representarnos el instrumento que sirve para las
producciones psíquicas como una especie de microscopio complicado, de aparato fotográfico o
algo semejante. El lugar psíquico corresponderá a un punto de ese aparato en el que se forma la
imagen.
«Desde el punto de vista epistemológico, la construcción tópica tendrá entonces el estatuto de
una "construcción auxiliar". Me parece inútil excusarme por lo que mi comparación puede tener
de imperfecto. Sólo la empleo para hacer comprender la disposición del mecanismo psíquico,
descomponiéndolo y determinando la función de cada una de sus partes. No creo que nadie
haya aún intentado reconstruir de este modo el aparato psíquico. El intento no es riesgoso.
Quiero decir que podemos dar libre curso a nuestras hipótesis, siempre y cuando nos
reservemos el juicio crítico y no tomemos el andamiaje por el edificio en sí. Sólo necesitamos
representaciones auxiliares para aproximamos a un hecho desconocido; las más simples y
tangibles serán las mejores.»
En síntesis, lo esencial de la construcción tópica consistirá en figurar esa característica del
aparato psíquico de estar dotado de una dirección.
«En primer lugar nos sorprende el hecho de que el aparato compuesto por estos sistemas tiene
una dirección. Toda nuestra actividad psíquica parte de estímulos (internos o externos) y termina
en inervaciones. El aparato tendrá entonces un extremo sensorial y un extremo motor; en el
extremo sensorial se encuentra un sistema que recibe las percepciones, y en el extremo motor,
hay otro que abre las esclusas de la motricidad. El proceso psíquico va en general del extremo
perceptivo al extremo motor.» 
A esta primera tópica, inspirada en el análisis del sueño y de la histeria, le sucederá después de
1920 una segunda tópica, elaborada como respuesta a los problemas de la psicosis, que abarca
el ello, el yo y el superyó. De la primera, Freud dirá que tiene un valor descriptivo, mientras que a
la segunda se le reconocerá un valor sistemático. 
Tópica
Tópica
Alemán: Topik. 
Francés: Topique. 
Inglés: Topic.
fuente(25) 
Término derivado del griego topos ("lugar") que en filosofía, desde Aristóteles (384-322 a. C.)
hasta Irmnanuel Kant (1724-1804), designa la teoría de los lugares, es decir, de las clases
generales en las cuales pueden ubicarse todos los argumentos o desarrollos.
Sigmund Freud utilizó el término como adjetivo y sustantivo, para definir el aparato psíquico en
dos etapas esenciales de su elaboración teórica.
En la primera concepción tópica, denominada primera tópica freudiana (1900-1920), Freud
distinguió el inconsciente, el preconsciente y el consciente; en la segunda concepción, o
segunda tópica (1920-1939), hizo intervenir tres instancias o lugares: el ello, el yo y el superyó.
En la historia del movimiento psicoanalítico encontramos por lo menos dos lecturas de la segunda
tópica freudiana. Una de ellas acentúa la importancia del yo en detrimento del ello y dio origen a
la Ego Psychology, mientras que la otra privilegia al ello, para repensar el estatuto del yo y
añadirle un sí-mismo (self) o un sujeto, como en el kleinismo, la Self Psychology y el lacanismo.
También se designa con el nombre de tópica la trilogía lacaniana de simbólico, imaginario y real.
Esta tópica fue presentada en dos organizaciones sucesivas: en la primera (1953-1970) lo
simbólico prevalece sobre las otras dos instancias (S.l.R.); en la segunda (1970-1978), aparece
lo real en posición dominante (R.S.l.). 


Topología
fuente(26) 
s. f. (fr. topologie; ingl. topology; al. Topologie). Geometría flexible [también llamada de «los
cuerpos de gorna»] que trata en matemáticas cuestiones de vecindad, de trasformación
continua, de frontera y de superficie sin hacer intervenir necesariamente la distancia métrica.
En psicoanálisis, el término topología se refiere esencialmente a las elaboraciones de J. Lacan
(véase matema). A partir de 1962, Lacan desarrolló en el seminario La identificación la topología
del toro, de la banda de Moebius y del cross-cap. Esta es resumida en el texto «L’étourdit» [«El
aturdicho») de 1972, El toro, que es comparable con la superficie de una cámara de aire,
representa el encadenamiento del deseo con el deseo del Otro.
Efectivamente, el significante de la demanda se repite describiendo un corte sobre el toro que
gira a la vez alrededor del «agujero circular» y del agujero central.
Esto quiere decir que la demanda parece girar alrededor de un objeto pero le pifia al verdadero
objeto del deseo, que se sitúa en otra parte, en el agujero central. Hay que representarse
entonces el toro del gran Otro encadenado con el primero de tal modo que demanda y deseo se 
sitúen allí de manera invertida. El deseo del sujeto neurótico representado así en estos toros
tiene como objeto la demanda del Otro e, inversamente, lo que el sujeto demanda es el objeto del
Otro. En la banda de Moebius, por el contrario, el corte representado por el borde único de la
banda cierne un objeto a.
La banda de Moebius se puede ilustrar por medio de un cinturón abrochado después de haber
hecho una semitorsión. Esta curiosa superficie tiene la propiedad de poseer una sola cara y un
solo borde. Esta banda, en la que el derecho se reúne con el revés, representa la relación del
inconciente con el discurso conciente. Esto significa que el inconciente está del reverso pero
puede surgir en lo conciente en todo punto del discurso. Se puede representar la interpretación
como un corte mediano de esta banda, que la trasformaría entonces en otra banda provista de
dos caras y dos bordes. Vale decir que la interpretación analítica pondría en evidencia al
inconciente como reverso del discurso en el mismo momento en que este inconciente desistiría
como tal.
Lacan muestra en L’étourdit» la trasformación del toro neurótico en banda de Moebius a través
del corte interpretativo. El borde único de la banda de Moebius es el equivalente de un círculo, de
tal modo que este borde puede servir de frontera a un disco que vendría así a cerrar la banda de
Moebius. Esta operación no puede imaginarse en el espacio de tres dimensiones si no se admite
un artificio: que las superficies puedan atravesarse. La superficie así formada ya no tiene borde.
Se parece a una esfera pero, como la banda de Moebius, sólo tiene una cara, es decir, el interior
comunica con el exterior. Se trata del cross-cap, un modelo del plano proyectivo.
El disco, el redondel que cierra la banda de Moebius, constituye el objeto a. Este objeto a, que
se escapa, por lo tanto, en el nivel del toro, se recorta sobre el cross-cap. Esta topología
sostiene el materna del fantasma ($ ? a), donde el corte del sujeto está representado por la
banda de Moebius mientras que el objeto a esta representado por el redondel.
El esquema R. Armados con esta topología, abordemos la descripción del esquema R y el
esquema I de «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis» [Escritos,
1966].
El esquema R contiene el trayecto Saa’A ya encontrado en el esquema L del seminario sobre La
carta robada (véase matema), donde la relación simbólica del sujeto S con el otro A se duplica
en la relación imaginaria del yo [moi] a' con sus objetos a.
Gracias al seminario La relación de objeto, contemporáneo de la redacción del escrito citado,
podemos volver a trazar las líneas de construcción del campo de la realidad en este esquema R.
Es la relación simbólica madre-hijo la que constituye el primer eje de esta realidad. Pero esta
relación simbólica, desde el principio, no se reduce a la dependencia de la satisfacción o la no
satisfacción de las necesidades; el niño es dependiente del deseo de su deseo. 
El estadio del espejo permite introducir cierta dialéctica en este sistema primitivo, ofreciéndole al
niño una percepción a la vez real e irreal, una imagen cautivante y alienante (i). A causa de la
prematurez de esta imagen, se abre una falla en lo imaginario que responde a otra hiancia en lo
simbólico del lado de la relación con este Otro que está allí, testigo de la escena. M designa a
este Otro real, este objeto primordial materno, soporte de «la Cosa». La imagen l constituye
entonces un punto de apoyo, un límite de la realidad. Este registro le permite al sujeto la
posibilidad de entrar en sentido contrario, a través de las identificaciones del yo [moi] (m), en otro
campo constituido por el triángulo mIM, homólogo e inverso del triángulo miM. Estas
identificaciones sucesivas se hacen en la dirección de lo simbólico, donde el yo toma la función
de una serie de significantes que tienen como límite al ideal del yo I, en el nivel paterno. De este
modo, el campo miMI de la realidad se constituye en dirección a lo simbólico y está sembrado de
significantes. La identificación con el ideal del yo del lado paterno permite, dice Lacan,
«despegarse de la relación imaginaria más de lo que es posible en el nivel de la relación con la
madre». La identificación del sujeto con el falo imaginario, en el vértice del triángulo imaginario
ijm, en tanto objeto del deseo de la madre, debe ser «destruida» en correlación con el
develamiento en A, el lugar del Otro, del Nombre-del-Padre, en el vértice del triángulo simbólico
IPM destinado a recubrir el triángulo imaginario.
La nota de 1966 del texto de los Escritos permite identificar el esquema R con un plano
proyectivo desplegado, es decir, un cross-cap; efectivamente, es posible unir los puntos de las
antípodas pegando [en forma cruzada, en torsión] los bordes de este cuadrado. Es lo que
sugieren la línea punteada y la disposición de las letras mM, iI. (Podemos imaginar que localmente
m viene a colocarse en el anverso de M, e i en el anverso de I, pero estando, de hecho, este
anverso sobre la misma cara que el derecho [ya que es una banda de Moebius].)
En esta operación, el cuadrángulo miMI se trasforma en banda de Moebius y los triángulos S e I
ya no forman más que un solo disco, o redondel, apoyándose sobre la banda de Moebius
gracias a la frontera común. Esta frontera común, constituida por el corte único mi,MI, es
efectivamente el único corte verdadero de la superficie, ya que el borde del cuadrado está
representado artificialmente, puesto que está destinado a repegarse sobre sí mismo,
correspondiendo cada trazo pleno al trazo punteado de su antípoda.
Este corte aísla una banda de Moebius que recubre el campo de la realidad. Existe una identidad
paradójica entre este corte y la banda de Moebius desde el punto de vista topológico. Por eso,
sobre esta banda, «nada medible vale para su estructura», es decir que el ancho de la banda no
tiene valor estructural [esto remite al «poco de realidad» accesible al hombre]. A través de este
corte, lo real constituye la frontera entre lo imaginario y lo simbólico, que sin embargo se
encuentran en el mismo borde. Si la pantalla del fantasma viene a obturar el campo de la realidad,
no borra el corte de lo real, que permanece marginal. Este corte, electivamente, es el que da el
marco, la estructura del fantasma; el corte del plano proyectivo está simbolizado tanto en la
barra del sujeto $ como en el losange à que articula, en la fórmula del fantasma, al sujeto dividido 
con el objeto: $ à a. El objeto a corresponde aquí a los campos I y S, al redondel, y $
corresponde a la banda, es decir, al corte.
El esquema I. En el seminario sobre Las formaciones del inconciente, Lacan nos da elementos
para explicar el pasaje del esquema R al esquema I.
En la psicosis, el campo de la realidad resulta modificado. Se trata ante todo de una regresión
tópica, estructural.
A partir de los triángulos iMm y mMI, hay que concebir, en el sentido inverso al señalado
anteriormente en el esquema R, el movimiento de intrusión en el nivel del límite i de la imagen del
cuerpo propio en el campo R, y, en el nivel del yo [moi], un desencadenamiento de significantes.
Estos dos movimientos vienen a distorsionar el campo de la realidad siempre limitado por las
líneas mi y MI. La forclusión del significante paterno forma como un abismo del lado simbólico, al
que responde otro abismo del lado imaginario. Estos dos agujeros curvan las líneas mi y MI y
remiten al infinito los cuatro jalones fundamentales del sujeto, m, i, M e I. Este último, el I creado,
viene al lugar de P como atraído por el vacío, siguiendo un movimiento acelerado sobre una
trayectoria infinita hiperbólica. Es fácil recuperar la forma general del esquema I por medio de
esta trasformación del campo R, al que se concibe formado por dos triángulos homólogos e
inversos.
Esta trasformación implica una modificación radical de la relación topológica de los lugares de m
y de M. M y m vienen a ubicarse a uno y otro lado, simbólico e imaginario, de la línea principal, del
eje de este esquema, que constituye su asíntota común en su carrera al infinito en el espacio y
el tiempo. Lacan cita aquí a Freud y su término asymptotisch para calificar la conjunción deseada
del yo delirante y de su Dios. Contrariamente al esquema R, que tiene la topología del plano
proyectivo, es posible, para el esquema I, evocar el plano hiperbólico.
Nudo borromeo. La distinción de lo real, de lo simbólico y de lo imaginario es esencial en los
primeros seminarios de Lacan. Al mostrar que lo inconciente está estructurado como un
lenguaje, queda destacado el papel determinante de lo simbólico, en particular, su primacía sobre
lo imaginario. Lo imaginario está ligado a la imagen del cuerpo y a la relación especular del yo
[moil con el pequeño otro. En cuanto a lo real, se distingue de la realidad, que no es sino un real
domesticado por lo simbólico y lo imaginario. Sólo puede definirse a través del choque con lo
imposible, justamente como lo que escapa a lo simbólico y a lo imaginario. En el nudo borromeo,
utilizado por Lacan desde 1972, real, simbólico e imaginario consisten en tres anillos
absolutamente distintos, en el sentido de que son libres de a dos. No hacen cadena el uno con el
otro. El nudo efectiviza el lazo de estas tres dimensiones sin que ninguna de ellas se encadene
con ninguna otra. El corte de uno de los tres libera a los otros dos.
El nudo borromeo permite entonces una nueva escritura de los matemas del nudo. Lacan sitúa
así el sentido en el nivel en que lo simbólico recubre lo imaginario; el sentido es por cierto un 
efecto de lo simbólico en lo imaginario, pero el nudo muestra que además interviene lo real, de tal
modo que el efecto de sentido de la interpretación analítica puede ser también real. El objeto a
encuentra su lugar en el nivel central; quedan situados en el nudo, además, el goce fálico (G(D)
y el goce del Otro (GA). A partir de allí, la clínica ilustra los diferentes modos de anudamiento del
nudo, es decir, la manera singular para cada sujeto de mantener unidas estas diferentes
dimensiones, eventualmente gracias a un cuarto círculo, el del síntoma. 
Topología
Topología 

fuente(27) 
1) Rama de la matemática que estudia las propiedades del espacio que son invariantes por
homeomorfismos. Se trata de propiedades no métricas, es decir, de propiedades cualitativas, y
no cuantitativas, lo que la distingue de la geometría común. Se la suele denominar geometría débil
o geometría del caucho. Por ejemplo, una circunferencia es topológicamente equivalente a un
cuadrado, por más que sus propiedades métricas sean diferentes 

2) Una topología en un conjunto X es una familia de subconjuntos de X que satisface ciertos
axiomas (ver espacio topológico). 


Topología combinatoria
fuente(28) 
Rama de la topología que reduce el estudio de curvas y superficies a ciertos esquemas 
determinados por polígonos curvilíneos, evitando de esta forma pensarlas como conjuntos de
puntos, como lo hace la topología conjuntista. El tratamiento combinatorio es más cercano al
álgebra, y reduce el concepto de homeomorfismo a unas pocas reglas que permiten decidir
cuándo dos esquemas combinatorios son equivalentes. 


Topología inducida
fuente(29) 
Dado un subconjunto A de un espacio topológico X, se llama topología inducida a la topología
definida en A que toma como abiertos a todos los conjuntos de la forma U Ç A, en donde U es un
abierto de X. En estas condiciones, se dice que A es un subespacio de X. 


Topología usual 

fuente(30) 
La topología usual del espacio n–dimensional (Rn) tiene como abiertos básicos a las bolas
n–dimensionales (abiertas). Es decir, un conjunto de Rn es abierto si y sólo si es unión de cierto
número de bolas abiertas. Equivalentemente, diremos que A es abierto si y sólo si para todo
punto x Î A existe una bola B contenida en A tal que x Î B (A es entorno de x). 


Törngren Pehr Henrik
(1908-1965) Médico y psicoanalista sueco
fuente(31) 
Hijo de un médico, Pehr Henrik Törngren, que fue miembro del comité de redacción de la revista
sueca Spektrum, se apasionó muy pronto por el psicoanálisis. Formado en el diván de Ludwig
Jekels mientras éste residió en Estocolmo, después se peleó con él.
En 1936 publicó Striden om Freud (Querella a propósito de Freud), que constituye uno de los 
documentos más antiguos de la historia del psicoanálisis en Suecia. Allí respondió a los ataques
clásicos de los adversarios de la doctrina vienesa, mostrando de qué manera, en los países
escandinavos, se utilizaba el nacionalismo para enfrentar al freudismo. Lo mismo que muchos
freudianos del primer círculo vienés, le interesó la aplicación del psicoanálisis a cuestiones
sociales. En 1938 se incorporo como miembro a la Sociedad Fino-Sueca. Tradujo además Moisés
y la religión monoteísta.
Nietzscheano durante mucho tiempo, después se apasionó por la obra de Max Stirner
(1806-1856), criticó ciertos aspectos de la doctrina freudiana, y se volvió hacia la reflexología.
Espíritu original e independiente, no era bien considerado en el seno de su sociedad
psicoanalítica, muy conformista, de la que sin embargo siguió siendo miembro. Murió en
Estocolmo, solo y olvidado. 


Toro 
fuente(32) 
Se llama así a la superficie de revolución engendrada por la rotación de una circunferencia en
torno a un eje que no la toque en ninguno de sus puntos. Si bien esta definición es geométrica,
las propiedades topológicas del toro son de gran importancia. En especial, la propiedad de tener
un asa, o agujero, que determina que existan en el toro lazos no reducibles. Un importante
teorema de la topología combinatoria asegura que toda superficie cerrada y orientable es un
toro con n agujeros. El caso n = 0 corresponde obviamente a la esfera, si se la piensa como un
toro sin agujeros, y el caso n = 1 es el toro usual. Si bien la definición habitual del toro lo
presenta como una superficie sumergida en el espacio tridimensional, es fácil ver que es
homeomorfo al producto cartesiano de dos circunferencias, sumergido en R4 (espacio
cuatridimensional). Es decir, la definición topológica del toro es: T2 = S1 ´ S1. Esto permite
generalizar, y definir al toro n–dimensional como el producto cartesiano de n circunferencias, es
decir: Tn = S1 ´ ... ´ S1.
En la topología combinatoria, el toro bidimensional se define identificando dos a dos los lados
opuestos de un rectángulo, como muestra la figura(33):
b
a             a
b 


Tótem y tabú
fuente(34) 
Obra de Sigmund Freud publicada por primera vez en cuatro partes en la revista Imago (entre
1912 y 1913) con el titulo de "Über einige Übereinstimmungen im Seelenleben des Wilden und der
Neurotiker", y después, en 1913, con ei título de Totem und Tabu: Einige Übereinstimmungen im
Seelenleben des Wilden und der Neurotiker. Traducida por primera vez al francés por Samuel
Jankélévitch en 1924, con el titulo de Totem et Tabou, y en 1993 por Marielène Weber, con el
titulo de Totem et Tabou. Quelques concordances entre la vie psychique des sauvages et celle
des névrosés. Traducida al ingés por primera vez en 1918 por Abraham Arden Brill, con el título
de Totem and Taboo, y más tarde por James Strachey con el mismo título, primero en 1950 y
después en 1953, con algunas modificaciones.
Junto con Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci y Moisés y la religión monoteísta, Tótem y,
tabú se cuenta entre los libros más criticados de Freud. Los tres, en efecto, encierran errores
manifiestos e interpretaciones erróneas que no escaparon a la mirada vigilante de los
especialistas en arte, antropología e historia de las religiones. Sin embargo, estos tres libros son
verdaderas obras maestras, tanto por su escritura, digna de la mejor literatura novelesca del
siglo XIX, como por el desafío que lanzan al razonamiento científico.
Es en la correspondencia con Sandor Ferenczi, su discípulo predilecto, donde se capta mejor la
exaltación que se apoderaba de Freud al abordar el dominio de la antropología para ocuparlo a la
manera de un general. Con esta historia de Tótem y tabú él creía haber realizado su mejor
trabajo desde La interpretación de los sueños, y lo regocijaba la idea de provocar una nueva
tempestad de indignación. Hay que decir que la apuesta era considerable. 
En 1911, un año después de la creación de la International Psychoanalytical Association (IPA),
Freud no era ya el padre primitivo de una horda salvaje, sino el maestro reconocido de una
doctrina que acababa de darse un aparato político independiente del poder de él. Al
descentrarse de Viena, el movimiento psicoanalítico pasó del estado de tribu primitiva al de
sociedad moderna. De allí un doble distanciamiento: del padre respecto de los hijos, y de éstos
respecto del padre. El primero corría el riesgo de padecer abandono, infidelidad, herejía,
humillación y derrota, cuando los otros sintieran alguna vez la tentación de rebelarse y destronar
al déspota. Ya Wilhelm Stekel y Alfred Adler habían abandonado la nave; pronto lo haría Carl
Gustav Jung.
¿Cómo evitar ese tipo de disidencias? ¿Cómo promulgar leyes que preservaran la libertad de
cada uno sin poner trabas a la de los otros? ¿Cómo inventar para el psicoanálisis reglas
técnicas y ética valiosas en todos los países, pero respetuosas de las diferencias culturales?
Finalmente, ¿cómo darle una significación universal al complejo de Edipo, pivote conceptual del
edificio freudiano? Tales eran entonces las cuestiones debatidas entre Freud y sus dos
principales lugartenientes: Jung y Ferenczi.
Mientras que Jung sostenía que el padre era siempre el que prohibía el incesto, a juicio de
Ferenczi el hombre primitivo, desde la noche de los tiempos, se había desarrollado en simbiosis
con el destino geológico de la madre tierra. Freud, por su parte, deseaba aportar una explicación
global del origen de las sociedades y la religión a partir de los datos del psicoanálisis: en otras
palabras, dándole un fundamento histórico al mito de Edipo y a la prohibición del incesto, y
demostrando que la historia individual de cada sujeto era sólo la repetición de la historia de la
humanidad.
De los cuatro ensayos que componen la obra, los tres primeros fueron redactados durante el
segundo semestre de 1911 y en 1912; el último, en la primavera de 1913. Aparecieron en la
revista Imago y después se los reunió en un libro compuesto de cuatro partes: 1) El horror del
incesto; 2) El tabú y la ambivalencia de los sentimientos; 3) Animismo, magia y omnipotencia del
pensamiento, y 4) El retorno infantil al totemismo. Freud no introdujo ninguna modificación en las
ediciones posteriores.
El título del libro reflejaba la ambición teórica e inscribía la obra en la tradición de la antropología
evolucionista de fines del siglo XIX. El término tótem había sido introducido en 1791, tomado de la
lengua algonquina que se hablaba en la zona de los Grandes Lagos norteamericanos. A través
de la obra de John Fergusson McLerman (18271881), dio más tarde origen a la teoría del
totemismo, que apasionó a la primera generación de antropólogos, así como la histeria fascinaba
a los médicos: "La moda de la histeria y la del totemismo fueron contemporáneas -escribió
Claude Lévi-Strauss-; se originaron en el mismo ambiente de la civilización y se explican en
primer lugar por la tendencia común de varias ramas de la ciencia, hacia fines del siglo XIX, a
constituir separadamente [. ..] ciertos fenómenos humanos que los científicos preferían 
considerar exteriores a su universo moral [ ... ]". El totemismo consistía en establecer una
conexión entre una especie natural (un animal) y un clan exogámico, para dar cuenta de una
hipotética "unidad" original de los diversos hechos etnográficos.
Proveniente de la Polinesia e introducida por el capitán Cook en 1777, la palabra tabú (taboo o
Tabu) se había difundido con dos acepciones: por una parte, como específica de sus culturas
de origen, y por la otra designando la prohibición en general. En cuanto a la palabra salvaje
(Wilden), utilizada por Freud, remitía a la historia misma de la antropología evolucionista y a uno
de sus fundadores, Lewis Morgan (1818-1881), quien había dividido la historia de la humanidad
en tres estadios: el salvajismo (caracterizado por la caza), la barbarie (alfarería y útiles de
hierro), y la civilización (escritura). En sus Tres ensayos de teoría sexual Freud había ya
retomado la noción de estadio para describir la evolución del sujeto en función de la libido.
En el prefacio de 1913 presentó Tótem -Y tabú como una aplicación del psicoanálisis a
"problemas no esclarecidos de la psicología de los pueblos", pretendiendo oponerse a Wilhelm
Wundt (1833-1920) por un lado, y a Jung por el otro. El primero, a juicio de Freud, perseguía "el
mismo objetivo [con] las hipótesis y los modos de trabajo de la psicología no analítica"; el
segundo, a la inversa, trataba de "resolver problemas de psicología individual recurriendo a
material de la psicología de los pueblos". "No tengo inconvenientes en reconocer -admite Freud-
que de estos dos lados ha emanado la instigación más inmediata para mis propios trabajos." De
hecho, redactó este prefacio en septiembre de 1913, un mes antes del Congreso de la IPA en
Múnich, en el que se produjo el alejamiento definitivo de Jung del movimiento psicoanalítico.
En primer lugar, la obra se presenta a la vez como una fantasía darwiniana sobre el origen de la
humanidad, una digresión sobre los mitos fundadores de la religión monoteísta, una reflexión
sobre la tragedia del poder, desde Sófocles hasta Shakespeare, y un largo viaje iniciático por la
literatura etnológica de fines del siglo XIX y principios del XX.
Resumimos lo esencial. En un tiempo primitivo, los hombres vivían en pequeñas hordas, cada una
de ellas sometida al poder despótico de un macho que se apropiaba de las hembras. Un día, los
hijos de la tribu, en rebelión contra el padre, pusieron fin al reino de la horda salvaje. En un acto
de violencia colectiva, mataron al padre y comieron su cadáver. Pero después del asesinato se
arrepintieron, renegaron del crimen y crearon un nuevo orden social, instaurando
simultáneamente la exogamia (o renuncia a la posesión de las mujeres del clan del tótem) y el
totemismo, basado en prohibir el asesinato del sustituto del padre (el tótem). Totemismo,
exogamia, prohibición del incesto: tal había sido el modelo común de todas las religiones, y en
particular del monoteísmo.
Desde esta perspectiva, el complejo de Edipo, sacado a luz por el psicoanálisis, según Freud no
era nada más que la expresión de dos deseos reprimidos (deseo de incesto, deseo de asesinar
al padre) contenidos en los dos tabúes propios del totemismo: la prohibición del incesto, la
prohibición de matar al padre tótem. Era por lo tanto universal, puesto que traducía las dos 
grandes prohibiciones fundantes de todas las sociedades humanas.
Para describir el modo en que en la sociedad primitiva se transfería a un animal (el tótem) la
representación del padre muerto, Freud apeló a su teoría de la sexualidad infantil, a la historia de
Herbert Graf (Juanito), y sobre todo a una observación paradigmática proporcionada por
Ferenczi: el caso de "Arpad, el Niño Gallo". Mordido en el pene a los 2 años y medio cuando
orinaba en un gallinero, Arpad había renunciado al lenguaje humano y se había transformado él
mismo en gallo para cacarear y lanzar quiquiriquíes. A los 5 años comenzó a hablar de nuevo,
pero sólo se interesaba por historias de aves de corral. A veces asistía con deleite al degüello
de los pollos, y a continuación acariciaba voluptuosamente el cadáver del animal; en otros
momentos afirmaba que su padre era un gallo, y él mismo un pollito que se convertiría en pollo y
después en gallo. En este ejemplo Freud constató dos analogías con el totemismo: la
identificación total con el animal tótem, y la ambivalencia de los sentimientos respecto de él. Llegó
a la conclusión de que el complejo de Edipo era la condición del totemismo, puesto que las dos
prohibiciones de este último (no matar al tótem ni usar sexualmente a una mujer pertenenciente al
clan del tótem) coincidían con los dos crímenes de Edipo (que mató al padre y desposó a la
madre).
Al postular de este modo la existencia primera de un complejo universal propio de todas las
sociedades humanas y ubicado en el origen de todas las religiones, Freud pretendía aportar una
solución psicoanalítica a la antropología evolucionista, que veía en la instauración del tótem la
prefiguración de la religión, y en la del tabú, el pasaje de la horda salvaje a la organización del
clan.
Para construir esta fábula se basó en la literatura evolucionista. En primer lugar, tomó de Charles
Darwin la célebre historia de la horda salvaje, narrada en El origen del hombre, y después la
teoría de la recapitulación, según la cual el individuo repite los principales estadios de la
evolución de la especie (la ontogénesis resume la filogénesis), y finalmente la tesis de la
Inerencia de los caracteres adquiridos. Popularizada por Jean Baptiste Lamarck (1744-1829) y
retomada por Darwin y Ernst Haeckel, esta tesis "neolamarckiana" fue cuestionada en 1883 por
August Weismann (1834-1914) y definitivamente abandonada en 1930.
De James George Frazer (1854-1941) -el autor de la famosa epopeya La rama dorada, historia
del rey asesino de la Antigüedad latina muerto por su sucesor, siendo que él mismo había
obtenido su poder por el asesinato de quien lo había precedido-, Freud aceptó la concepción del
totemismo como modo del pensamiento arcaico de las sociedades llamadas "primitivas". De
William Robertson Smith (1846-1894) retomó la tesis de la comida totémica y de la sustitución de
la horda por el clan. En James Jasper Atkinson encontró la idea de que el sistema patriarcal
encontró su fin en la rebelión de los hijos y el devoramiento del padre. Y de la obra de Edward
Westermark (1862-1939) extrajo consideraciones sobre el horror M incesto y el carácter nocivo
de los matrimonios entre consanguíneos. 
Así como en 1905 Freud había utilizado los trabajos de la sexología para construir una doctrina
de la sexualidad muy alejada de la de los sexólogos, en 1911-1913 se inspiró en la antropología
evolucionista, mientras la ponía en contradicción con ella misma, dando finalmente una nueva
definición de la universalidad de la prohibición del incesto y de la génesis de las sociedades
humanas.
Por un lado, consideró al salvaje como un equivalente del niño, y conservó los estadios
evolutivos, pero en cambio abandonó toda la teoría antropológica de la "superioridad" de la
civilización y la "inferioridad" del estado primitivo, coincidiendo en esto con la etnología moderna
(desde Bronislaw Malinowski hasta Marcel Mauss), para la cual no hay una jerarquía de
culturas. En consecuencia, Freud no hizo del totemismo un modo de pensamiento mágico menos
elaborado que el espiritualismo o el monoteísmo: por el contrario, lo consideró una supervivencia
interna en todas las religiones. Y, por la misma razón, sólo comparó al salvaje con el niño para
demostrar la adecuación entre la neurosis infantil y la condición humana en general, y erigir de
este modo el complejo de Edipo como modelo universal.
Finalmente, en cuanto a la prohibición del incesto y el origen de las sociedades, Freud aportó un
nuevo esclarecimiento. Por una parte, renunciaba a la idea misma de origen, afirmando que la
famosa horda no había existido en ninguna parte: el estado original era de hecho la forma
interiorizada en cada sujeto (la ontogénesis) de una historia colectiva (la filogénesis) que se
repetía a lo largo de las generaciones; por otra parte, subrayó que la prohibición del incesto no
provenía, como pensaba Westermarck, de un sentimiento natural de repulsión de ¡os hombres
respecto de esta práctica, sino que, por el contrario, existía un deseo de incesto, y este deseo
tenía por corolario la prohibición instaurada en forma de ley y de imperativo categórico. ¿Por qué,
en efecto. se habría prohibido un acto, si era cierto que causaba tal horror a la colectividad?
En otras palabras, Freud le aportó dos temas a la antropología: el de la ley moral y el de la culpa.
En lugar del origen, un acto real: el asesinato necesario; en lugar del horror al incesto, un acto
simbólico: la interiorización de la prohibición. Desde esta perspectiva, todas las sociedades se
basaban en el magnicidio, pero sólo salían de la anarquía asesina si ese magnicidio era seguido
por la sanción y una reconciliación con la imagen del padre, la única que daba autoridad a la
conciencia.
Tótem y tabú es más un libro político de inspiración kantiana que una obra de antropología
propiamente dicha. En ese carácter, propone una teoría del poder democrático centrada en tres
necesidades: necesidad de un acto fundador, necesidad de la ley, necesidad de la renuncia al
despotismo. Sin duda Freud pensaba en este punto en Cromwell (su héroe), en la democracia
inglesa, tan admirada, y en el Imperio Austro-Húngaro, cuya declinación advertía. Mientras se
inspiraba en el gran fresco de Johann Jakob Bachofen (1815-1887) sobre el reinado de la
madre, no oponía el patriarcado al matriarcado, ni valorizaba uno de los sistemas en detrimento
del otro. Sin embargo, como en su teoría de la libido, renunció al dualismo evolucionista,
asociando la génesis de la institución social con un principio masculino: ese principio era la 
razón, pero el "macho" no era ya el único que la poseía, puesto que la instauración de la
sociedad de los hijos había permitido la abolición del despotismo del padre y su revalorización en
forma de la ley.
Tótem y tabú no fue recibido como un libro político, sino por lo que pretendía ser: una
contribución del psicoanálisis a la antropología, que intentaba otorgarle a esta última un
fundamento psicoanalítico. No suscitó la indignación esperada, pero sí severas críticas, a
menudo justificadas. En efecto, Freud no sólo seguía atado a los marcos de un evolucionismo del
que la etnología de principio de siglo estaba emancipándose al renunciar a las fábulas y mitos
para estudiar minuciosamente las sociedades reales, sino que además tenía la pretensión de
regir en un dominio del que no sabía nada, sin tener en cuenta los trabajos modernos. Lo mismo
que James Frazer, Freud pareció entonces un científico de otra época, encerrado en su
consultorio y dialogando con los adeptos del folclore totémico, en el momento en que los
investigadores abandonaban los recintos cerrados de las universidades para viajar a la
Melanesia.
La crítica desarrollada en 1920 por el antropólogo norteamericano Alfred Kroeber (1876-1960),
estudioso de los indios de Norteamérica, tenía esta misma dirección y fue retomada por
numerosos representantes de la disciplina. Sonó como un tiro de gracia, aunque Kroeber le
había atribuido al conjunto de la obra freudiana una importancia considerable para la elucidación
del psiquismo humano.
Finalmente, en virtud de las resistencias que suscitó, Tótem y tabú fue el punto de partida de los
vivos debates entre Malinowski, Ernest Jones y Geza Roheim, los cuales dieron origen a una
escuela de antropología psicoanalítica de lengua inglesa. 


Toxicomanías
fuente(35) 
La influencia del psicoanálisis sobre la comprensión de las manifestaciones toxicomaníacas ha
demostrado ser totalmente equívoca. En efecto, en razón de circunstancias históricas o
ideológicas, pudo contribuir a coagular como entidad autónoma una «toxicomanía» heredada del
modelo médico del pensamiento del tóxico y de un imperativo social de representación del
«drogadicto». Pero, al mismo tiempo, el poder de derivación de los conceptos analíticos y la
inteligencia interna de los modelos metapsicológicos permitieron renovar el enfoque de las
toxicomanías y desbaratar las trampas de un pensamiento normativo y comportamentalista. Los
primeros discípulos de Freud (sobre todo Gross, Glover y Ferenczi) habían elaborado hipótesis
originales acerca del abordaje psicoanalítico de las toxicomanías. No obstante, estos trabajos
cayeron en el olvido con el nacimiento de la psicofarmacología moderna en la década de 1950.
Las propiedades químicas de las sustancias tóxicas suscitaron una verdadera fascinación, y en
adelante se les pudo conferir a las toxicomanías una nueva racionalidad. Este aislamiento y esta
consagración de «la toxicomanía» fueron además reforzados en la década de 1970 por la
aparición de un discurso sobre «el flagelo social» de la droga, que venía a alimentar la figura
escandalosa y espectacular del «toxicómano».
En la estela de esta doble empresa de medicalización e ideologización de las toxicomanías, 
discursos de inspiración psicoanalítica se injertaron entonces en estos discursos nuevos,
amplificándolos. Condenándose de este modo a ilustrar estereotipos, ciertas reflexiones no
dejaron de confundir los clichés sobre la droga (la «abstinencia», el «flash», etcétera) con datos
clínicos, y de algún modo entregaron retratos de toxicómanos. La «toxicomanía» representa de
hecho un tema muy sensible para medir el empleo dogmático que se puede hacer de los
conceptos analíticos, empleo que entraña una instrumentalización y una psicologización
secundaria de estos últimos cuando se aplican directamente a comportamientos.
Además, en el curso de estas décadas, el rostro de las toxicomanías nunca dejo de
transformarse en virtud de los cambios sociales, tanto más cuanto que la «toxicomanía» se
constituye en las huellas de los discursos que esbozan su racionalidad. Desde que existen
leyes y saberes que definen un margen, no se puede desconocer la relación privilegiada que los
«marginales» de los que se trata mantienen con su propio concepto médico-legal, y es preciso
interrogar la manera en que los discursos y las prácticas de inspiración seudopsicoanalítica se
insinúan en esta operación.
Entonces, hay que precisar de entrada que en rigor el psicoanálisis no puede proporcionar una
explicación de la «toxicomanía»; en cambio, la potencia ficcional de la teoría analítica permite
abordar las realidades singulares atravesadas por la lógica del tóxico. Si bien Freud dijo muy
poco de las toxicomanías, nosotros, no obstante, podemos dejar que resuene la experiencia
clínica al contacto de sus proposiciones sobre el narcisismo y sus consideraciones más
generales sobre lo sexual y lo tóxico. Los prejuicios relativos a la «toxicomanía» se revierten
entonces de diversas maneras. Y en compensación, las toxicomanías interrogan al psicoanálisis
al llevarlo a los límites de su práctica.
Uno de los primeros prejuicios que hacen fracasar la escucha analítica tiene que ver con la meta
autodestructiva. Pues conforme a la ambigüedad y reversibilidad puestas en juego por el
pharmakon (este otro nombre del tóxico en la «farmacia de Platón»), el «veneno» se vuelve
contra sí mismo y se asimila a un «remedio». La aparente autodestrucción puesta en acto a
través de las toxicomanías se entiende también como una forma de automedicación, incluso
como un intento de autoconservación paradójica. Aquí es preciso diferenciar los usos simples
de estupefacientes (esos «quebradores de preocupaciones», según la expresión freudiana) por
un lado, y por el otro el imperativo de tratamiento del organismo por un tóxico, cuando éste es el
único medio para conservar día tras día el cuerpo a salvo de un dolor intolerable. Y hay que
interrogar la función de esta condición dolorosa del cuerpo, sobre todo cuando se sabe que la
acción de las drogas no siempre obedece a un principio racional de causalidad: la incorporación
de simples placebos puede engendrar un estado de dependencia toxicomaníaca y,
paralelamente, la detención de la toma de drogas «duras» no produce en ciertas condiciones
ningún «síndrome de abstinencia».
Así como «el alma se encierra en el agujero estrecho del molar» cuando la muela duele (según la
fórmula que Freud toma del poeta), estas dependencias parecen coagular el cuerpo en un 
tratamiento del dolor que realiza una forma de «repliegue narcisista». Pero imaginemos aquí un
dolor de muelas generalizado, un «dolor del cuerpo» que a la vez provoque y anestesie su
propio dolor con el tóxico. Entonces el mundo se estrecha en torno a esta hemorragia, mientras
que el individuo se convierte en el relojero de su propio cuerpo y de esta manera garantiza las
condiciones de su normalidad. Este cuerpo parece entonces entregado a un imperativo de
autoengendramiento cotidiano, que implica la creación y la acción de una nueva «función de
órgano». Tal reorganización del mundo, correlativa de la invención de ese montaje del cuerpo,
debe tener sus ocultas razones. Y desde un punto de vista psicoanalítico, se puede, de manera
general, situar estas formaciones en el marco de las «sobreinvestiduras narcisistas» de
funciones de órgano que permiten, en la urgencia, ligar las cantidades de excitación. Freud
indica, por otra parte, que esta orientación de la libido (cuyos prototipos serían la aparición de
afecciones orgánicas y la hipocondría) neutraliza momentáneamente los sufrimientos neuróticos,
incluso los síntomas melancólicos. Y, más exactamente, la sobre¡ nvestidura narcisista de una
función de órgano puede, según Freud, proteger de la acción de un trauma sexual. Una
observación de Lacan procura además un eco interesante a esas proposiciones freudianas:
«Todo lo que sabemos es que hay lesiones del cuerpo llamado viviente que nosotros causamos,
y que suspenden la memoria, o por lo menos no permiten contar con las huellas que uno le
atribuye cuando se trata de la memoria del discurso» («Hacia un significante nuevo», seminario
del 19 de abril de 1977, en Ornicar?).
La experiencia clínica con pacientes toxicómanos no desmiente estas hipótesis: en efecto, se
encuentra que en muchos casos la angustia y las formaciones de síntoma desaparecen cuando
el montaje de la toxicomanía cumple sus funciones, y reaparecen cuando ese montaje fracasa.
Se consuma en este caso una forma de suspensión de la dinámica de los conflictos psíquicos
en el contexto de una organización neurótica de la realidad psíquica. Pero esta «supresión
tóxica» de la memoria y la angustia mediante la invención de una formación narcisista puede
también actuar de una manera más radical, como un último intento de reunir y conservar un
cuerpo amenazado de invasión. El montaje de la toxicomanía constituye en estas condiciones
una verdadera suplencia narcisista. De manera más general, surge que estos dispositivos de
autoconservación paradójica pueden injertarse en organizaciones psíquicas muy diferentes, No
obstante, todas estas configuraciones demuestran de alguna manera que la droga no es el
verdadero tóxico. Éste sería el segundo prejuicio que hace fracasar la escucha analítica.
Los primeros trabajos de Freud ya permitían presentir esta realidad: poco tiempo después de sus
estudios sobre la cocaína, situó la dependencia, el acostumbramiento o la adicción, no en la
relación con una sustancia, sino ¡en el marco del vínculo entre un hipnotizador y un hipnotizado!
Y en 1921 precisó que una relación hipnótica se entiende como una «formación colectiva de dos
personas», en la que el yo se abandona ante un objeto único. Este bosquejo freudiano de un
nuevo pensamiento del tóxico demuestra ser tanto más notable cuanto que hace eco a la
condición de numerosos toxicómanos cuyo cuerpo parece haberse elaborado en una tal
«formación colectiva de dos»; la toxicomanía en sí sólo interviene entonces en un tiempo
segundo, como para prolongar y limitar simultáneamente esta dependencia. De hecho, en la 
adicción a drogas el repliegue narcisista que ella habilita intentaría muchas veces organizar un
circuito autoerótico que arranque el cuerpo a una dependencia mucho más radical. En estos
casos el verdadero tóxico no es la droga, sino más bien un exceso que coloca el cuerpo «bajo
influencia».
Y, en la perspectiva freudiana, este exceso se entiende como una manifestación particular de lo
sexual.
Es preciso recordar que Freud incluía las intoxicaciones en la categoría de las «neurosis
actuales», es decir, manifestaciones que no se dejan descomponer analíticamente como
formaciones del inconsciente, pues lo sexual se encuentra en ellas reducido a un tóxico, o se
comporta como un puro tóxico. Desde luego, esta idea puede parecer descabellada, pero las
propuestas freudianas acerca de las neurosis actuales son de hecho ricas en paradojas y hay
que confrontarlas con la clínica. Más en particular, el acto toxicomaníaco se vuelve en parte
inteligible -a posteriori- cuando ex adictos a la heroína evocan la amenaza y el horror de una
relación sexual que sólo es encarada bajo la forma de una «descarga» radical, total, en la cual
se engolfaría la totalidad del ser. Lo sexual en sí aparece entonces como el verdadero tóxico,
que tendría el poder de disolver los cuerpos colmados o vaciados. En consecuencia, el acto
sexual sólo es encarable «bajo anestesia», o con la condición de que el cuerpo pueda
permanecer extraño gracias al poder de un filtro. Sólo la «cobertura» de la droga (según el decir
de un paciente) permitiría que la «descarga» no sea completa. Así, el acto toxicomaníaco parece
realizar una forma de autoconservación paradójica frente a lo sexual reducido a tóxico, como si
esta «cobertura» pudiera garantizar que tener o dar una satisfacción no aspirará al ser entero
en el goce, al punto de que se convierta en pura y simplemente el goce. Como si lo sexual ya no
estuviera tomado en las redes del lenguaje, sino que se manifestara en la forma de una pura
invitación a desaparecer, habría entonces que realizar un tratamiento real del cuerpo para limitar
el goce.
Este impase hace eco a la paradoja del narcisismo: de una manera totalmente primitiva, el yo
representa bien esa superficie modelada con amor que se elabora entre otras como el objeto de
la satisfacción de un otro, y que no puede significar su existencia en su propio terreno. En
efecto, el yo se convierte en ese cuerpo que, tragando, expulsando, escuchando, responde a la
demanda de otra persona y colma su espera. Sin cesar se convierte en lo que se transforma en
satisfacción y en saber del otro, aunque no puede hincharse más que expropiándose. Cuanto
más quiere afirmarse (como idéntico a esa imagen de él mismo), más se hace paradójicamente
desaparecer, pues ninguna subjetivación podría producirse en esa captura narcisista y pulsional
de un cuerpo que continuamente satisface y colma al otro mientras quiere su propio «bien» y
satisface sus necesidades. Por una operación lógica que supera a los actores, esta superficie
no puede manifestarse más que renunciando: cuanto más es (en tanto que amada) más se
encuentra saqueada, reducida a objeto del otro y entregada al movimiento de un «puro devenir».
Ahora bien, sólo un símbolo podría fijar la existencia de lo que al devenir se desvanece. Y ese
cuerpo sólo podría salvar su apuesta anudando en el conflicto ese goce con su propio interdicto. 
En ese lugar puede cristalizarse la figura de un impase: el de un cuerpo abierto a toda
instrumentación por la demanda de un otro. Así como, desde el punto de vista de una
construcción analítica retroactiva, la «anoréxica» intenta decirle «no» a esa instrumentación de
su cuerpo por quien «quiere su bien» (ese bien que, siempre engullido en la lógica narcisista,
sigue siendo el del otro mientras se dice el mío), las toxicomanías se entienden a menudo como
intentos de hacerse un cuerpo extraño gracias a una operación autoerótica. La «anoréxica»
manifiesta su negativa a tragar a fin de preservar su propia existencia pulsional y resistir a su
desaparición en ese flujo de amor alimentario; análogamente las toxicomanías bosquejan el
autoengendramiento de un cuerpo que querría recomponer sus propios bordes. El carácter
transgresivo de las toxicomanías muestra sobre todo hasta qué punto estos sujetos necesitan
afirmar un deseo propio en la forma de una aspiración a lo negativo, para resistir a la
servidumbre del «bien» de tipo materno. «Volverse el bien del otro», en el doble sentido del
término, se entiende en efecto como una amenaza de desaparición que la toxicomanía podría
tratar de reducir habilitando una suplencia narcisista. Es notable que pacientes que han
interrumpido toda toma de droga «recaen» en la toxicomanía en el momento en que se manifiesta,
en formas diversas, un llamado a satisfacer al otro, Por otra parte, hay que precisar que estas
prácticas toxicomaníacas surgen con frecuencia a partir de la adolescencia, cuando reemplazan
a otras manifestaciones que también ponen en juego trastornos corporales que constituyen
«respuestas» extrañas (bulimias, accidentes reiterados o enfermedades peligrosas ... ).
No obstante, el giro de las toxicomanías es particularmente insólito, puesto que ellas inventan un
método para hacerse un cuerpo extraño mediante la incorporación de un tóxico: quien en la
urgencia de cada día incorpora ese cuerpo extraño parece realizar de tal modo un curioso
intento de «ser» un cuerpo extraño. Esta identificación apuntaría entonces a la elaboración de un
cuerpo circular: convertirse sin descanso en lo que se incorpora, para que el yo tenga por fin la
ilusión de encerrarse en sus propios bordes y resistir a una abertura mortal. Sin embargo, esta
operación fracasa casi siempre, pues de hecho reconduce a la alienación a la que querría
oponerse: al continuar invistiendo directamente la superficie corporal para tratar de circunscribir
el goce, actualiza aún más un abrazo imposible con el yo, poniendo en obra una nueva
coincidencia entre el cuerpo y lo que trata de significarlo. La invención toxicomaníaca se
desgasta con el transcurso del tiempo y no logra separar verdaderamente los cuerpos; por eso
a menudo se conjuga bien con el ejercicio de una violencia que lleva a muchos toxicómanos al
hospital o la cárcel. ¿Psicopatía? ¿Delincuencia? ¿Tendencias suicidas? Ninguna de estas
expresiones tiene el poder de restituir la lógica de estos actos. Más bien importa entender de qué
manera ellos se constituyen como respuestas masivas e inmediatas a un interrogante
informulable, a la cuestión misma del «puro devenir»: «¿Debo desaparecer para que se
conserve mi lugar? ¿Cómo dar lo que me borra? Robar un automóvil y correr con los ojos
cerrados por la carretera de circunvalación, hundirse en comas repetitivos, fracturarse... Estos
actos son algunas de las diferentes respuestas posibles a la urgencia de la cuestión evocada, y
cada una de ellas atestigua el impase en el cual se lastima a un cuerpo que es intimado a hacer
don de lo imposible y que sólo puede subsistir desapareciendo. 
Estas inversiones de perspectivas que el aporte freudiano permite operar tienen, evidentemente,
consecuencias considerables para la práctica clínica. Si no se confunde la droga con el tóxico,
el estilo de las intervenciones con los pacientes resulta totalmente modificado. A partir de las
demandas singulares que se les dirigen, los profesionales se ven llevados a construir la relación
analítica como el lugar donde se descompone el estereotipo de la droga, mientras las dudas, los
interrogantes y los nuevos decires abren otro lugar del sujeto. Finalmente, en el espacio analítico
y también en los otros espacios, una toxicomanía está estructurada como una respuesta que
varía según la pregunta que se le dirige. Sobre todo si el terapeuta manifiesta de alguna manera
que él quiere «el bien» de su paciente (pretende curarlo de la droga), el paciente no podrá más
que negarse y desafiar esa nueva seducción de un amor materno alienante que ya lo ha llevado
a parapetarse en la transgresión. Puesto que la posición del terapeuta redobla un ofrecimiento
de tipo materno, muy a menudo se repite una misma escenificación, en la cual el terapeuta se
encuentra finalmente como el que demanda hacia el lugar del paciente, mientras que este último
vuelve a hacerse objeto del otro antes de desaparecer. En otras palabras, en este caso es
eficaz «la abstinencia» del terapeuta antes que la del paciente, pues ella es la que funda en
primer lugar la posibilidad de un espacio de palabra, impidiendo que el terapeuta se constituya
como el rival de la droga o como el destinatario de esa práctica.
Por eso el psicoanálisis no está «indicado» para el tratamiento de las toxicomanías. Pues, como
se ha visto, la cuestión no es simplemente «tratar» con psicoanálisis la «toxicomanía». Por otro
lado, una demanda de análisis supone una elección singular y una posición subjetiva que deben
entenderse por sí mismos y no en función de un consumo de sustancias. Es cierto que, cuando
puede tener lugar, esta experiencia obliga a la práctica analítica a reinterrogar sus propios
fundamentos, pues toda mirada dogmática o ideológica (que no obtendría su resorte de la
atención prestada a la dinámica de los procesos psíquicos) se ve en este caso rápidamente
desestimada.
Una de las primeras dificultades consiste aquí en llevar al analizante a elaborar un nuevo motivo
de consulta, una fuente enigmática de sufrimiento que sería la suya y no la del «toxicómano».
Por otra parte, son la puesta en perspectiva de lo desconocido y la puesta en obra de un enigma
los factores que abren otra temporalidad, allí donde la inmediatez de las respuestas del cuerpo
anulaba siempre el tiempo articulado de la pregunta. Parece igualmente esencial interrogar a ese
momento en el que se ha detenido la elaboración fantasmática para dejar lugar a un «repliegue
narcisista» (a menudo muy anterior a toda toma de droga), pues esa demarcación más lógica
que histórica permite despertar todos los «¿por qué?» del niño que hay en el adulto, es decir,
todas las preguntas fundamentales que han quedado en suspenso. Esta experiencia no significa
de ningún modo que «los toxicómanos no fantasmatizan», según la fórmula simplista que a
veces se ha propuesto, sino que, al contrario, el trabajo del fantasma está muy a menudo
sedimentado, y ya no relanza la elaboración de un cuestionamiento y de un saber que acomoden
la pérdida del objeto. Y es más precisamente el enigma del deseo del Otro lo que hay que
encontrar despierto y puesto en movimiento en la cura a través de la reactivación de las 
preguntas y las construcciones, mientras que este enigma parecía antes obturado por una
certidumbre que llamaba siempre a la misma respuesta del cuerpo. El lazo transferencial se
organizará necesariamente en tomo a la reanudación de esa interrogación fundamental que le da
su lugar al sujeto: «¿Qué me quiere el Otro?», o bien «¿Qué soy para el Otro?». Las
provocaciones o las puestas en acto durante la cura podrán a menudo entenderse como nuevas
maneras de plantear esta pregunta, sobre todo en la forma de un «¿Puede usted perderme?»,
que se traduce faltando a las sesiones.
En lugar de tratar de «curar la toxicomanía», nos vemos entonces llevados a hacer surgir
nuevas formaciones que figuren las preguntas fundamentales del sujeto. En un primer tiempo, se
trata de suscitar la transformación de un montaje narcisista en formaciones de síntomas en la
cura. En efecto, es la constitución de síntomas aunque sólo sea en forma de una queja lo que
engendra una distancia entre el sujeto y el goce, al instaurar el lugar del enigma y de un tercer
saber. La creación del síntoma en la cura supone que el sufrimiento del analizante se organiza o
se elabora simbólicamente como una interpretación del deseo del Otro, reactivando la fabricación
de «teorías» y «novelas». Es esta nueva configuración la que hace practicable el análisis,
puesto que el analizante suscita el lugar del Otro en la cura como el sitio desde donde su
sufrimiento va a recibir un sentido.
Precisamente, antes de entrar en el campo de la transferencia, lo más frecuente es que la
toxicomanía no esté estructurada como un síntoma; ella realiza más bien un tratamiento del
cuerpo que no posee sentido en sí mismo, pero que suspende el tiempo y el deseo. ¿Hay que
prestarle a este exceso la figura de una transferencia? Sí, pero antes... a menudo nadie se
presenta a la cita, en todos los sentidos del término, puesto que estar allí equivale a no estar allí.
O bien la palabra «bajo cobertura» se hace absolutamente «no particular», y no puede resolver
entre lo verdadero y lo falso, entre lo que es propio del otro o de sí mismo. Paralelamente, se
ejerce la coacción de no ser hombre ni mujer, de no realizar una elección particular ni ocupar un
lugar social determinado, como sí esto tuviera que traicionar cierto vínculo de pertenencia, un
pacto de no-existencia particular... Contra toda identidad, en el encuentro con el analista, se
pone sin cesar en juego un principio de reversibilidad, hasta que... hasta que «poco a poco
aunque en seguida» un acto de palabra hace a veces detención y abisma al cuerpo en una
pregunta sin respuesta. Una detención que no corresponde siempre de modo inmediato a la
detención de la droga, sino más esencialmente a la interrupción parcial de una hipnosis -el lugar
mismo del tóxico, según Freud- cuyo montaje de toxicomanía no es más que una forma de
sustituto. En efecto, este sustituto sólo puede fijar o circunscribir la escena de un rapto, un
embotamiento o una disolución que ya tuvo lugar y que ha hecho imposible una identidad sexual.
Imaginemos un cuerpo que permaneció durante años caído en el abismo temporal de una
formación hipnótica, propia de una relación «de masa» narcisista. Se trata, en efecto, de una
«neurosis actual», pues las condiciones de la transferencia están precisamente abolidas,
cuando «todo es puesto a la cuenta de Otra persona» cuyo deseo no es interpretado sino
proyectado en la dimensión de una demanda imperativa. La práctica clínica con pacientes
toxicómanos invita por cierto a una ficción de este tipo, en la cual una certidumbre desencadena 
sin cesar en actos una respuesta masiva del cuerpo, sonámbulo y sin mediación. La cura
analítica se entiende entonces como trabajo de (re)puesta en obra de una represión que
finalmente hace inaccesible ese lugar enigmático del saber inconsciente en que se convierte el
cuerpo cuando se altera en la transferencia: trabajo de trenzado del goce con su propio
interdicto gracias a la construcción de «teorías» y «novelas» en las que lo sexual encuentra su
lugar de elaboración fantasmática. 


Trabajo del duelo
Al.: Trauerarbeit. 
Fr.: travail du deuil. 
Ing.: work of mourning. 
It.: lavoro del lutto (o del cordoglio). 
Por.: trabalho o labor do luto.
fuente(36) 
Proceso intrapsíquico, consecutivo a la pérdida de un objeto de fijación, y por medio del cual el
sujeto logra desprenderse progresivamente de dicho objeto.
La expresión, que se ha vuelto clásica, «trabajo del duelo», fue introducida por Freud en Duelo y
melancolía (Trauer und Melancholie, 1915). Señala por sí sola la renovación que aporta la
perspectiva psicoanalítica a la comprensión de un fenómeno psíquico en el que tradicionalmente
sólo se veía una atenuación progresiva y espontánea del dolor que provoca la muerte de un ser
querido. Para Freud, este resultado final es la última etapa de todo un proceso interior que implica
una actividad del sujeto, actividad que, por lo demás, puede fracasar, como muestra la clínica de
los duelos patológicos.
El concepto de trabajo del duelo debe relacionarse con el concepto, más general, de elaboración
psíquica, concebida como una necesidad del aparato psíquico de ligar las impresiones
traumatizantes. Desde los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895) Freud había
señalado la forma especial que adopta esta elaboración en el caso del duelo: «Poco después de
la muerte del enfermo, comienza en ella [una histérica observada por Freud] el trabajo de
reproducción que le trae de nuevo ante sus ojos las escenas de la enfermedad y de la muerte.
Cada día pasa de nuevo por cada una de sus impresiones, llora por ellas, se consuela, por así
decirlo, a satisfacción».
La existencia de un trabajo intrapsíquico de duelo viene atestiguada, según Freud, por la falta de
interés por el mundo exterior que aparece con la pérdida del objeto: toda la energía del sujeto
parece acaparada por su dolor y sus recuerdos, hasta que « [...] el yo, obligado, por así decirlo,
a decidir si quiere compartir este destino [del objeto perdido], al considerar el conjunto de las
satisfacciones narcisistas que comporta el permanecer con vida, se determina a romper su lazo
con el objeto desaparecido». Para que tenga lugar este desprendimiento, que hará finalmente
posibles nuevas catexis, es necesaria una tarea psíquica: «Cada uno de los recuerdos, cada
una de las esperanzas mediante las cuales la libido se hallaba ligada al objeto, son
presentificadas, sobrecatectizadas, y sobre cada una de ellas se realiza el desprendimiento de 
la libido». En este sentido se ha dicho que el trabajo del duelo consistía en «matar al muerto».
Freud mostró la gradación existente entre el duelo normal, los duelos patológicos (el sujeto se
considera culpable de la muerte ocurrida, la niega, se cree influido o poseído por el difunto, cree
padecer la misma enfermedad que produjo la muerte de éste, etc.) y la melancolía. De un modo
muy esquemático podría decirse que, según Freud, en el duelo patológico pasa a primer plano el
conflicto ambivalente; en la melancolía se pasa a una etapa suplementaria: el yo se identifica con
el objeto perdido.
Después de Freud, los psicoanalistas han intentado explicar el fenómeno del duelo normal a
partir de sus formas patológicas, depresiva y melancólica, pero también maníaca, insistiendo
especialmente en el papel desempeñado por la ambivalencia y la función de la agresividad hacia
el muerto, en la medida en que aquélla permitiría el desprendimiento con respecto a éste.
Estos datos psicopatológicos se han relacionado fructíferamente con los datos proporcionados
por la antropología cultural acerca del duelo en algunas sociedades primitivas, las creencias
colectivas y los ritos que lo acompañan. 
Trabajo del duelo
Trabajo del duelo
fuente(37) 
(fr. travail du deuil; ingl. work of mourning; al. Trauerarbeit). Proceso por el cual el sujeto lucha
contra la reacción depresiva, suscitada en él por la pérdida de un ser querido. 


Trabajo elaborativo
Al.: Durcharbeitung o Durcharbeiten.
Fr.: perlaboration.
Ing.: working-through.
It.: elaborazione.
Por.: perlaboração.
fuente(38) 
Proceso en virtud del cual el analizado integra una interpretación y supera las resistencias que
ésta suscita. Se trataría de una especie de trabajo psíquico que permite al sujeto aceptar ciertos
elementos reprimidos y librarse del dominio de los mecanismos repetitivos. El trabajo elaborativo
es constante en la cura, pero actúa especialmente en ciertas fases en que el tratamiento parece
estancado y en las que una resistencia, aunque interpretada, persiste.
Correlativamente, desde el punto de vista técnico, el trabajo elaborativo resulta favorecido por
interpretaciones del analista consistentes especialmente en mostrar cómo las significaciones de
que se trata se vuelven a encontrar en diferentes contextos.
El verbo substantivado durcharbeiten ha hallado un equivalente satisfactorio en el término inglés
working-through, al que recurren a menudo los autores franceses. En efecto, el idioma corriente
no permite una traducción exacta. Esto obliga, ya sea a admitir términos como «elaboración
interpretativa», que constituyen un comentario del concepto, ya sea a proponer neologismos:
esta es la solución que adoptan los autores con perlaboration. En cuanto al término elaboration,
que se encuentra en algunos traductores, lo consideramos inadecuado; en efecto, corresponde
mejor a los términos alemanes bearbeiten o verarbeiten, que se encuentran también en los
textos freudianos; por otra parte, implica un matiz de «dar forma», que ofrece el peligro de
alterar el sentido de durcharbeiten (véase: Elaboración psíquica). 
¿No guarda relación esta dificultad terminológica con la imprecisión del concepto?
Desde los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895), se encuentra expuesta la
idea de que el analizado realiza durante la cura cierto trabajo; los propios términos durcharbeiten
y Durcharbeitung los utiliza Freud sin conferirles una significación bien específica.
Esta significación sólo la adquirirán en el artículo Recuerdo, repetición y elaboración (1914),
cuyo título induce a pensar que el trabajo elaborativo constituye un recurso de la cura
comparable a la evocación de los recuerdos reprimidos y a la repetición en la transferencia. De
hecho, el sentido que Freud le atribuye permanece bastante oscuro. Resaltan en este texto los
siguientes rasgos:
a) el trabajo elaborativo actúa sobre las resistencias;
b) generalmente sigue a la interpretación de una resistencia, que parece no producir efecto; en
este sentido, un período de relativo estancamiento puede ocultar este trabajo eminentemente
positivo, que Freud considera como el principal factor de la eficacia terapéutica;
c) permite pasar del rechazo o de la aceptación puramente intelectuales a una convicción
basada en la experiencia vivida (Erleben) de las pulsiones reprimidas que «alimentan la
resistencia». En este sentido, el sujeto realiza el trabajo elaborativo «internándose en la
resistencia».
Freud apenas articula el concepto de trabajo elaborativo con los de rememoración y de
repetición. Con todo, parece tratarse, en su opinión, de un tercer término en los que vendrían a
juntarse los otros dos; en efecto, el trabajo elaborativo es ciertamente una repetición, pero
modificada por la interpretación y, por ello, susceptible de favorecer el trabajo elaborativo del
sujeto frente a sus mecanismos repetitivos. Freud, sin duda porque considera el carácter vívido
y resolutivo del trabajo elaborativo, ve en él un homólogo de lo que representaba la abreacción
en el tratamiento hipnótico.
La distinción tópica que introduce Freud en Inhibición, síntoma y angustia (Henimung, Symptom
und Angst, 1926) entre resistencia del ello y resistencia del yo le permite disipar ciertas
ambigüedades del texto anterior: la represión no desaparece una vez superada la resistencia del
yo; hace falta además «[...] vencer la fuerza de la compulsión a la repetición, la atracción que
ejercen los prototipos inconscientes sobre el proceso pulsional reprimido»; en esto basa la
necesidad del trabajo elaborativo. Éste podría definirse, desde este punto de vista, como el
proceso capaz de suprimir la insistencia repetitiva propia de las formaciones inconscientes,
poniéndolas en relación con el conjunto de la personalidad del sujeto. 
En los citados textos de Freud, el trabajo elaborativo se describe indiscutiblemente como un
trabajo efectuado por el analizado. Los autores que, después de Freud, han insistido sobre la
necesidad del trabajo elaborativo, no han dejado de subrayar la parte que en él cumple siempre
el analista. Citemos, a título de ejemplo, las siguientes líneas de Melanie Klein: «Nuestra
experiencia cotidiana confirma sin cesar la necesidad del trabajo elaborativo: así, vemos
pacientes que, en una cierta fase, han adquirido insight, negar este mismo insight en las
sesiones siguientes; en ocasiones parecen incluso haber olvidado que alguna vez lo habían
hecho suyo. Sólo extrayendo nuestras conclusiones del material, tal como reaparece en
diferentes contextos, e interpretándolo gradualmente, ayudamos de un modo progresivo al
paciente a adquirir el insight en forma más duradera». 


Trabajo del sueño
Al.: Traumarbeit.
Fr.: travail du réve.
Ing.: drearn-work. 
It.: lavoro del sogno.
Por.: trabalho o labor do sonho.
fuente(39) 
Conjunto de las operaciones que transforman los materiales del sueño (estímulos corporales,
restos diurnos, pensamientos del sueño) en un producto: el sueño manifiesto. El efecto de este
trabajo es la deformación.
Al final del capítulo IV de La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900) Freud
escribe: «El trabajo psíquico en la formación del sueño se divide en dos operaciones: la
producción de los pensamientos del sueño y su transformación en contenido [manifiesto] del
sueño». Esta segunda operación es la que, en sentido estricto, constituye el trabajo del sueño,
cuyos cuatro mecanismos analiza Freud: Verdictung (condensación), Verschiebung
(desplazamiento), Rücksicht auf Darstellbarkeit (consideración de la representabilidad) y
sekundáre Bearbeitung (elaboración secundaria).
En cuanto a la naturaleza de este trabajo, Freud sostiene dos proposiciones complementarias:
1) no es un trabajo creador, sino que se contenta con transformar los materiales;
2) sin embargo, es este trabajo, y no el contenido latente, lo que constituye la esencia del sueño.
La tesis del carácter no creativo del sueño implica, por ejemplo, que «[... ] todo lo que se
encuentra en los sueños como actividad aparente de la función del juicio [cálculos,
razonamiento] debe considerarse, no como una operación intelectual del trabajo del sueño, 
sino como perteneciente al material de los pensamientos del sueño» . Estos se ofrecen como
material al trabajo del sueño, el cual obedece a «[...] una especie de necesidad imperiosa de
combinar en una sola unidad todas las fuentes que han actuado como estímulos del sueño».
En cuanto al segundo punto (el sueño es esencialmente el trabajo que en él se realiza), Freud
insiste en él en sus Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los
sueños (Bemerkungen zur Theorie und Praxis der Traumdeutung, 1923), donde previene a los
analistas contra un respeto excesivo hacia un «misterioso inconsciente». La misma idea se
patentiza en diversas notas añadidas a La interpretación de los sueños y que constituyen una
especie de llamada al orden. Por ejemplo: «Durante mucho tiempo se han confundido los sueños
con su contenido manifiesto. Es preciso no confundirlos ahora con los pensamientos latentes». 


Traducción
(de las obras de Sigmund Freud)
fuente(40) 
Las obras de Sigmund Freud han sido traducidas a una treintena de lenguas, con variaciones
importantes según los títulos (artículos o libros). Están vertidas totalmente al francés, en sus tres
cuartas partes al ruso y al sueco, en la mitad al rumano, al danés y al noruego.
No obstante, el establecimiento sistemático de una obra integral, organizada de manera
coherente y en orden cronológico, sólo se ha efectuado en cuatro idiomas: el inglés, el
castellano, el italiano y el japonés; estas diferentes Obras completas no incluyen los veintidós
artículos de Freud llamados "pre-analíticos" (cocaína, anguilas, sífilis, etcétera), publicados entre
1877 y 1886, ni su primer libro de 1891, Sobre la concepción de las afasias.
Fue José Ortega y Gasset el iniciador de la primera traducción íntegra de la obra freudiana,
cuando ésta aún no estaba completa. En 1921 confió su realización a Luis López Ballesteros,
quien recibió pronto la aprobación de Freud: hasta 1934 aparecieron diecisiete volúmenes.
Esta empresa, única en su género por su calidad literaria y su precocidad, no hizo sin embargo
posible que el freudismo floreciera en España. La Guerra Civil, y sobre todo la victoria del
franquismo, interrumpieron la implantación del psicoanálisis en ese país, y el trabajo iniciado por
Ortega y Gasset continuó en la Argentina.
En 1942, en el momento de la creación de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), se inició
en Buenos Aires un nuevo proyecto de veintidós volúmenes, que incluía los diecisiete ya
traducidos por López Ballesteros. La traducción de los cinco nuevos tomos le fue confiada a
Ludovico Rosenthal. Nacido en Buenos Aires de madre alemana, Rosenthal se había analizado
en Viena con Heinz Hartmann. Cumplió admirablemente su tarea, realizando una edición completa
de gran calidad. Introdujo algunas modificaciones en la terminología de López Ballesteros, se
inspiró en James Strachey sin imitarlo servilmente, y participó en la búsqueda de textos perdidos
u olvidados de Freud: "Proyectaba un volumen suplementario -escribe Hugo Vezzetti-, que
nunca se publicó y que iba a incluir un diccionario de psicoanálisis y una bibliografía sucinta 
agregada al índice temático de los veintidós tomos". Esta traducción inconclusa fue primero
"plagiada" por otros autores, y después abandonada, cuando los terapeutas kleinianos, que en
su mayoría hablaban inglés, comenzaron a utilizar la Standard Edition.
En 1975 Horacio Amorrortu emprendió la realización una nueva versión de la obra completa, que
confió a José Etcheverry, con la colaboración de Santiago Dubrovsky y Fernando Ulloa. Aunque
conservando el ordenamiento de la Standard Edition, los traductores se basaron en el
Vocabulaire de la psychanalyse de Jean Laplanche y JeanBertrand Pontalis, que acababa de
aparecer en castellano y permitía contrapesar la omnipotencia de la traducción de Strachey. Al
mismo tiempo reconocían su deuda con López Ballesteros y Rosenthal. Fruto de una renovación
y de la aceptación de varias herencias, esta traducción, realizada en parte durante la dictadura
militar, reflejaba bien las modalidades de transmisión y filiación del psicoanálisis en la Argentina.
A James Strachey se le debe la mejor traducción crítica integral, coherente y unificada: la
Standard Edition. Su principal defecto es la desaparición del estilo literario de Freud, en beneficio
de un vocabulario técnico y científico. Los conceptos fueron latinizados: ego (yo), superego
(superyó), id (ello), parapraxis (acto fallido), cathexis (investidura). Se cometieron algunos
errores obvios, que ahora son bien conocidos: la palabra Trieb fue volcada como instinto
(instinct), en lugar de pulsión (drive); Verdrángung (lo mismo que después en castellano)
aparece como represión (repression), en lugar de, por ejemplo, rechazo o desalojo (en francés
refoulement), etcétera.
En lengua alemana, entre 1924 y 1952, se publicaron dos ediciones completas de la obra
freudiana, en dos ciudades diferentes: los Gesammelte Schriften en Viena, entre 1924 y 1934
(en vida de Freud), y las Gesammelte Werke en Londres, entre 1940 y 1952. Estas fechas
demuestran el éxito del nazismo (entre 1933 y 1939) en la destrucción de todas las editoriales
psicoanalíticas de lengua alemana. En efecto, fue en Londres, durante la Segunda Guerra
Mundial, donde se realizó la nueva versión de la obra completa de Freud en alemán, que sigue
siendo utilizada a fines del siglo XX: "Hoy en día, cuarenta y cinco años después del final de la
guerra -subrayó llse Grubrich-Simitis en 1991 -, cuesta imaginar hasta qué punto el régimen nazi
logró hacer desaparecer del mercado alemán del libro los escritos de Freud, y proscribir de la
conciencia colectiva el universo conceptual que había revelado su prosa soberbia".
Después de la Segunda Guerra Mundial, por impulso de Alexander Mitscherlich y el Sigmund
Freud Institut de Francfort, la obra de Freud en su lengua original fue reintroducida en Alemania y
publicada por la Fischer Verlag. Mitscherlich inició asimismo una edición de textos escogidos
(Studienausgabe) destinados a estudiantes, en la cual colaboró James Strachey, que era
entonces el mejor especialista en la obra freudiana, en inglés y en alemán.
A principios de la década de 1960, llse Grubrich-Simitis comenzó a ocuparse en la editorial
Fischer de la actualización de las Gesammelte Werke. Realizó entonces una confrontación
minuciosa de la edición alemana (GW) y la Standard Edition, y llegó a la conclusión de que la 
edición de Strachey era con mucho superior a la otra. De allí surgió el proyecto de una nueva
edición "crífica" de las Obras completas de Freud en alemán. Con todo derecho, llse
Grubrich-Simitis quería incluir los artículos preanalíticos y la correspondencia, pero los herederos
(Ernst Freud, Anna Freud) se negaron, con el pretexto de que Freud no estimaba esos trabajos
neurológicos ni valoraba su propio talento epistolar. De modo que no existe ninguna edición
crítica completa en Alemania. A fines del siglo XX, sólo hay en alemán una edición crítica de los
textos escogidos, los Studienausgabe, y una edición integral pero no crítica, las Gesammelte
Werke, enriquecidas con un índice general y un volumen de suplementos (Nachtragsband), que
incluye un aparato crítico, por otra parte incorporado a la nueva edición revisada de la Standard
Edition.
En razón de sus cualidades, del lugar preponderante de la lengua inglesa en el movimiento
psicoanalítico internacional a partir de fines de la década de 1930, y de la implantación del
movimiento en varios países de lengua inglesa (Canadá, Australia, India, Estados Unidos), la
Standard Edition se ha convertido en la edición de referencia en todo el mundo. Inevitablemente,
ha contribuido a dar forma a la mirada que se ha posado sobre el freudismo.
El aparato crítico de Strachey fue retomado, en parte o en su totalidad, en las otras ediciones de
las obras completas. Este dominio de la lengua inglesa desembocó en algunas aberraciones. Por
ejemplo, las Obras completas publicadas en Brasil entre 1970 y 1977 fueron traducidas
directamente del inglés, es decir de la Standard Edition. De allí una cierta cantidad de
divagaciones lingüísticas: "La versión brasileña de Freud -escribe Marilene Carone- se
encuentra totalmente cargada de términos extravagantes, cuya elección sólo se explica por su
proximidad con el sonido del término inglés correspondiente; aunque figuran en el diccionario,
estos términos suenan artificiales a nuestros oídos. Por ejemplo, encontramos relaçoes mutuais
(mutuel relationships) en lugar de relaçoes reciprocas; possessúo (possession) en lugar de
posse, absurdidade (absurdity) en lugar de absurdo."
En Italia, la edición de las Opere de Freud fue iniciada en 1960 por Cesare Musatti, con la
colaboración de varios traductores, entre ellos Elvio Fachinelli. Esta edición retomó el aparato
crítico de Strachey, pero corrigiendo los errores evidentes del traductor inglés, y sobre todo
restableció el estilo literario de Freud. Cuidadosamente realizada por finos conocedores de la
lengua alemana, igualmente preocupados por el idioma italiano y convencidos de la inutilidad de
volcar los conceptos freudianos en jerga, la ha valorizado el paso del tiempo. Es tan lograda
como las Obras de López Ballesteros-Rosenthal.
La situación en Francia (y por extensión en los países de lengua francesa) es única en el
mundo. Las obras de Freud (libros y artículos) se pueden encontrar en su totalidad y en varias
versiones, pero los ocho volúmenes (del total de veinte) de las (Euvres complétes (OC) que
comenzó a elaborar en 1980 un equipo de aproximadamente quince personas, bajo la dirección
de Jean Laplanche, Pierre Cotet, André Bourguignon (1920-1996) y François Robert, tienen el
inconveniente principal de que, a pesar de la buena voluntad y la competencia de los 
traductores, son difícilmente legibles en francés. Esto se debe a la vez a la historia muy
particular de la Francia freudiana, y al lugar soberano atribuido al estatuto de la lengua en ese
país.
En Francia, las empresas de traducción son casi siempre el fruto de batallas conceptuales y
disputas de escuela sobre el arte y la manera de traducir.
Los primeros traductores de Freud, Samuel Jarikélévitch, Ignace Meyerson (18881983), Blanche
Reverchon-Jouve (1897-1974), Paul Jury (1878-1953) y sobre todo Marie Bonaparte,
desplegaron mucha energía y talento, pero no se preocuparon en absoluto por unificar los
conceptos. En consecuencia, los términos freudianos fueron traducidos de manera diferente
según los autores. Édouard Pichon, por su lado, creó en el seno de la Société psychanalytique
de Paris (SPP) una comisión para la unificación del vocabulario psicoanalítico francés, la cual se
reunió cuatro veces entre mayo de 1927 y julio de 1928. Su objetivo era liberar al psicoanálisis
de su supuesto carácter germánico (la Kultur), filtrándolo por el tamiz de la civilisation francesa.
Aunque sin ser chovinista ni adoptar la tesis del genius loci que consideraba al freudismo la
expresión de un pansexualismo germánico, Pichon pensaba que la diferencia de mentalidades
debía reflejarse en la lengua. Por lo tanto, creó toda una terminología: aimance en lugar de libido,
actoritun para Ich (yo), pulsorium para Es (ello), etcétera; finalmente, introdujo el pronombre
neutro (a) para traducir el concepto alemán. De tal modo se creó una situación paradójica en el
seno de la SPP: Pichon pensaba en una verdadera constelación conceptual y no traducía ningún
texto, mientras que Marie Bonaparte traducía los textos sin proponer ninguna reflexión
conceptual.
Durante la década de 1950 se produjo el clivaje. Jacques Lacan, en efecto, incitó a la tercera
generación analítica francesa a leer en alemán la obra freudiana, actualizando al mismo tiempo la
traducción de los conceptos freudianos al idioma francés, trabajo del que se encuentran las
huellas en el Vocabulaire de la psychanalyse de Laplanche y Pontalis. Esta renovación teórica
no impulsó mucho las actividades de traducción. Por el contrario: entre 1945 y 1963, fueron
menos importantes que en la época de los pioneros. Sin embargo, Daniel Lagache, iniciador del
Vocabulaire, lanzó en Presses universitaires de France (PUF) un proyecto de Opus magnum del
que iban a ser responsables Laplanche y Pontalis.
Las dos escisiones, y después los desacuerdos entre los tres protagonistas, impidieron que ese
proyecto se realizara. Instalado en la editorial Gallimard, Pontalis, que era un excelente traductor,
renunció a publicar las obras completas, pero hizo traducir, retraducir o revisar una gran
cantidad de textos de Freud, que fueron publicados en su colección "Connaissance de Fin
consciente": Tres ensayos de teoría sexual, Moisés y la religión monoteísta, Pueden los legos
ejercer el análisis?, etcétera. Todas estas traducciones son notables, han sido en general
realizadas por buenos profesionales, conocedores del alemán, de los conceptos freudianos y
de la lengua francesa. 
Editadas en PUF por Bourguignon, Laplanche y Cotet, las (Euvres complétes (OC) están lejos de
alcanzar la calidad de las versiones de Gallimard. En completa contradicción con el Vocabulaire
de la psychanalyse (del que Laplanche había sido coautor), son el fruto de un trabajo en equipo,
lo que tiende a deshumanizar el manejo de las palabras y de la escritura, en beneficio de una
especie de anonimato del léxico.
Además los responsables adoptaron una ideología opuesta a la de Pichon, con la idea de
retranscribir la supuesta germanidad original del texto freudiano. En consecuencia, se han
asignado el título de "freudólogos", convencidos de que la lengua freudiana no es el alemán sino
el "Freudiano", es decir, una Iengua freudiana", un "dialecto del alemán que no es el alemán" sino
una lengua "inventada" por Freud (en el mismo sentido en que los espiritistas hablaban de la
Iengua marciana" a principios de siglo). Esta teoría los ha llevado a algunas aberraciones, y
sobre todo a crear ellos mismos una lengua imaginaria, que ya no es el francés, sino un idioma
de freudólogos que se supone representa a esa Iengua freudiana".
De allí la eliminación de ciertos términos que sin embargo se habían impuesto en el vocabulario
francés desde hacía cincuenta años, y que ahora aparecen reemplazados: para traducir
Wunsch emplean souhait en lugar de désir (deseo), fantaisie para Mantasie en lugar
defantasme (fantasma), trait d'esprit para Witz en lugar de mot d'esprit, négation para
Verneinung en lugar de dénégation (denegación), souvenir-couverture en lugar de
souvenir-écran (recuerdo encubridor), y mise ú mort du pére en lugar de parricide. El nuevo
equipo también suprimió lapsus (Versprechen), sustituido por défaillance, con el argumento de
que Freud no había utilizado aquella palabra; finalmente, han reactivado o fabricado neologismos:
désirance (désir), animique (áme), frustrané (vain, futile), désaide (détresse), retirement
(retrait), vicarier (remplacer), refusement (frustration ), surmontement (action de surmonter,
dépasser), e incluso rétrofantasier fantaste, fantasier, para todas las actividades ligadas al
fantasma.
Observemos que el adjetivo sustantivado Unhe¡m1¡ch (uncann - y en inglés, acuñado como "lo
ominoso" o "lo siniestro" en castellano), utilizado por Freud en un célebre artículo de 1919, que
quiere decir a la vez "inquietante", "familiar" y "no familiar", ha sido traducido como "inquietante
extrañeza", después como "lo inquietante", mientras que François Roustang propuso "lo
extrañamente familiar". De hecho, "inquietante extrañeza" (inquiétante étrangeté) ha terminado
por imponerse como un sintagma freudiano en lengua francesa, al punto de que resulta delicado
pretender modificarlo. 


Trama identificatoria familiar
fuente(41) 
Definición
Tejido de identificaciones que se entrecruzan y superponen entre las personas que comparten
una estructura de parentesco. Se sostiene en la existencia de un espejo familiar, campo
imaginario que vincula a los miembros de la familia, en la matriz simbólica del parentesco y en el 
fluir pulsional. De este modo se diferencian los personajes reales de las posiciones que ocupan
y de las funciones que efectivamente ejercen, jugándose asimismo las lógicas del placer o del
goce.
Origen e historia del término
Precediendo al nacimiento comienzan a entrar en vigencia supuestos identificatorios en los que
el niño habrá de reconocerse. Freud (1919) define la identificación originaria como la
transformación producida en el individuo al asumir una imagen, operación que tiene un efecto
apaciguador de la angustia inherente a la vivencia de incoordinación y fragmentación.
La conceptualización acerca del estadio del espejo (Lacan, 1936) ilumina este momento
primordial. En dicha fase, la imagen anticipada de sí se recorta sobre la fragmentación correlativa
a la prematuridad; el yo se constituye siendo otro, puesto que esta imagen completa es en
realidad una introyección en espejo de ideales identificatorios que vienen desde fuera del infans.
Siguiendo esta línea, la representación de sí se conforma como una exterioridad, esencialmente
a través de los vínculos entre el sujeto y los personajes significativos de su historia.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
La familia ofrece a sus miembros un determinado conjunto de posibilidades identificatorias y no
otras-, el número de alternativas no es infinito y responde al modo peculiar en que cada familia
mediatice -a través del intercambio constitutivo- la legalidad que se desprende del
funcionamiento del sistema del parentesco.
La regulación de las alternativas identificatorias se realiza a la manera de las posibilidades de
construcción en una lengua, donde la variedad de alternativas es fija. Las variaciones
individuales indican los diferentes grados de permutación posibles, pero ello no implica la
presencia de un sujeto que determine libremente el campo el cual, por el contrario, tiene un
marco prefijado (Maci, 1979).
Pero existe además un punto de azar posibilitador de la apertura a nuevas opciones
identificatorias, un lugar no nominado por la estructura. El azar surge cuando, dada una serie de
hechos, el que antecede no permite prever al que sucede. Surge de este modo la posibilidad del
acontecimiento que no entra en serie continua con sus antecedentes e irrumpe en la estructura 
produciendo cortes y fisuras por los cuales se desliza lo aleatorio (Foucault, 1981).
En consecuencia, la trama identificatoria familiar no marca un destino inexorable sino que se
encuentra abierta a diferentes vías de determinación. Introduzco aquí el concepto de espejo
familiar, campo imaginario que se tensa entre los miembros de un mismo grupo de parentesco y
presenta una especificidad que le es propia. Concepto intermediario, delinea un espacio
articulador entre la marca simbólica de la alianza y la fuente imaginaria constituida por la ¡mago
que el ser humano tiene de su corporeidad, a partir de la cual surgirá el yo. Enlaza así el orden
de las imágenes del cuerpo propio -siempre anticipada a la noción de unidad yoica- a los
modelos identificatorios compuestos desde un texto familiar mítico e ignorado. El espejo familiar
arrastra también un margen de negatividad, de lo no especularizable sustentado en aquello del
Otro primordial que desborda al narcisismo y refiere a lo pulsional en cuanto impacto erótico
sobre el infans.
La especularidad es siempre recíproca y, por lo tanto, el espejo no permanece estático: la
presencia del hijo aporta modificaciones y genera también nuevos supuestos identificatorios en
la pareja parental.
La trama imaginaria se encuadra a partir de la nominación simbólica: es el sistema de parentesco
de una cultura el que garantiza una designación por la cual cada sujeto pertenece a una clase y
posee una función. Identificación simbólica a los lugares del parentesco (hijo, hermano, padre),
permite al individuo encontrar su lugar en una cadena generacional, reconociendo un antecesor
y un sucesor (Aulagnier, 1971)
El espejo familiar responde a una lógica transgeneracional: va circulando a través de las
distintas generaciones de una familia, elaborando un nexo entre pasado y futuro. A través de la
trama se corporiza una historia, que muchas veces no ha logrado acabadamente el acceso a la
representación y encuentra por esta vía un canal de emergencia. (Gomel, 1993). Se promueve
un relato sustentado en un lenguaje que da cuerpo y evoca a los objetos familiares engarzados
en una cadena generacional, creando las condiciones que reproducen y perpetúan modelos
vinculares. De tal manera se hace factible diferenciar las vertientes de la repetición y de la
compulsión repetitiva a nivel del campo identificatorio.
En la primera, la trama se apoya en la interfantasmatización -la Otra escena familiar-, que
promueve la repetición como camino de descubrimiento de una verdad inconsciente.
En la segunda, en cambio, se desliza otro modo de transmisión identificatoria: situaciones en que
lo no advenido psíquico en una generación, a través de mecanismos de desmentida y repudio,
retorna en las generaciones siguientes no por vía de las formaciones del inconsciente sino a
través de la actuación, las adicciones, la psicosomatosis o el delirio. Vemos así emerger la
fuerza ciega de la repetición compulsiva que abre al tema central de la desidentificación en el
proceso analítico vincular. 
Problemáticas conexas
Contrato narcisista. Pacto denegativo 


Transexualismo
Alemán: Trans-Sexualismus. 
Francés: Transsexualisme. 
Inglés: Transsexualism.
fuente(42) 
Término introducido en 1953 por el psiquiatra norteamericano Harry Benjamin para designar un
trastorno puramente psíquico de la identidad sexual, caracterizado por la convicción
inquebrantable del sujeto de que pertenece al sexo opuesto.
El deseo de cambiar de sexo existió desde mucho antes de la creación del término
"transexualismo", como lo demuestra la historia del abate Choisy (1644-1734), quien vestía ropa
de mujer y se hacía llamar condesa des Barres, o incluso el caso del caballero Éon de Beaumont
(1728-1810), que sirvió en la diplomacia secreta de Luis XV vistiéndose de hombre o mujer
según las circunstancias. La célebre enfermedad de los escitas descrita por Herodoto sirvió
también de punto de partida a las reflexiones de la etnopsiquiatría (etnopsicoanálisis).
En la mitología griega, tres personajes reflejan el fenómeno: Cibeles, Atis y Hermafrodita. Gran
diosa madre de Frigia, Cibeles fue honrada en todo el mundo antiguo al punto de ser confundida
con Deméter, la madre de todos los dioses. Su amante Atis era a la vez su hijo y su compañero.
Cuando quiso casarse, ella lo volvió loco: él se castró y después se dio muerte. Ésta es la razón
de que los sacerdotes de la diosa fueran eunucos. En conmemoración del acto de Atis, los
adeptos del culto de esta diosa madre tomaron la costumbre de mutilarse en la ebriedad y el
éxtasis durante fiestas rituales. En cuanto a Hermafrodita, hijo de Hermes y Afrodita, fue amado
por una ninfa que rogó a los dioses que los reuniera en un solo cuerpo. El joven quedó entonces
provisto de un pene y dos senos.
El tema del hermafroditismo, la leyenda de Cibeles y Atis y el mito de la androginia se vuelven a
encontrar en las descripciones de las diferentes patologías sexuales observadas por la
psiquiatría de fines del siglo XIX. No obstante, en los estudios de casos, la doble anatomía
(hermafroditismo) y la pérdida violenta de la madre o del sexo de origen aparecen vividas como
tragedias que desembocan en la muerte, la locura o el suicidio, mientras que la doble actividad
sexual (bisexualidad) parece mejor tolerada, en cuanto no pone en juego una transformación del
cuerpo.
En el siglo XIX se reunieron múltiples registros de casos de transformación de la identidad
sexual, a los cuales se dio el nombre de transvestismo (o travestismo), o bien hermafroditismo (o 
intersexualidad). Al alienista francés Jean-Étienne Esquirol (1772-1840) se le atribuye por lo
general la primera descripción de un caso de transexualismo, y es a Richard von Krafft-Ebing a
quien se le debe el establecimiento de una escala de inversiones sexuales que van desde el
"hermafroditismo psicosexual" hasta la "metamorfosis sexual paranoica".
Como lo subrayó Michel Foucault en 1978, en la presentación de "la vida paralela" del
hermafrodita Herculine Barbin (1838-1868), sobre este tema se produjo una abundante literatura
médico-libertina a fines del siglo XIX. El caso de Herculine atrajo la atención de Ambroise Tardieu
(1818-1879), quien se había especializado en el estudio del maltrato a los niños. Herculine Barbin
fue llamada Alexina por sus padres, y después educada en un convento de niñas, pero ella se
sentía varón y su sexo era a la vez masculino y femenino (un pequeño pene, una uretra con
abertura, labios de tipo vaginal). Después de conseguir que un tribunal modificara su sexo legal,
no pudo soportar su nuevo estado, y se suicidó asfixiándose con la emanaciones de un hornillo
de carbón.
Se necesitaron los progresos de la cirugía y la medicina, y sobre todo las innovaciones de la
genética, que en 1956 permitieron identificar definitivamente la forma cromosómica del hombre
(XY) y la de la mujer (XX) -o "sexo genético"-, para que quedaran claramente establecidas las
distinciones entre el hermafroditismo, el transvestismo, las anomalías genéticas y el verdadero
transexualismo, que apareció entonces como un fascinante enigma del cual resurgían todos los
grandes mitos fundadores de las diosas madres. De allí la necesidad de crear una palabra para
designar un fenómeno que no coincidía con el deseo de transvestirse ni con una anomalía
anatómica. El transvestismo (o eonismo), muy bien descrito por Havelock Ellis y los
representantes de la sexología, es un disfraz que puede llevar a una perversión o a un
fetichismo, y el hermafroditismo es un accidente de las gónadas cuyo tratamiento corresponde a
la cirugía, pero sólo el transexualismo conduce al sujeto a cambiar de sexo legal y también a
transformar, mediante una intervención quirúrgica, su órgano sexual normal en un órgano
artificial del sexo opuesto. El transexual varón está convencido de ser una mujer, mientras que
anatómicamente es un hombre normal. Análogamente, la mujer transexual está convencida de
ser un hombre, aunque anatómicamente es una mujer.
Estos casos comenzaron a estudiarse en los Estados Unidos, en la década de 1950. El médico
Harry Benjamin creó el término y, para aliviar el sufrimiento moral de los pacientes, propuso un
tratamiento con hormonas y un ensayo de vida social, con el sexo deseado, por lo menos
durante seis meses. La cirugía se encaraba solamente en la última etapa, si subsistía el deseo
de cambiar de sexo. Más tarde, el psicoanalista Robert Stoller, en su obra Sex and Gender,
publicada en 1968 y traducida al francés con el título de Recherches sur l'identité sexuelle, fue
el primero en proponer una clasificación y un estudio sistemático de este trastorno, revisando la
teoría freudiana de la sexualidad infantil y de la diferencia de los sexos. En primer lugar, él trazó
distinciones radicales entre el transexualismo, el transvestismo, la homosexualidad y el
hermafroditismo. Después, influido a la vez por la Self Psychology y el kleinismo, consideró el
transexualismo como un trastorno de la identidad (y no de la sexualidad), diferente en los 
hombres y las mujeres, ligado a la relación particular y siempre idéntica del niño con la madre. De
allí la idea de diferenciar el género como sentimiento social de la identidad (masculina o
femenina), respecto del sexo como organización anatómica de varón o mujer. (En el
transexualismo, el desfase entre sexo y género es total.) La palabra género fue más tarde
retomada en los Estados Unidos en múltiples trabajos históricos y literarios.
A partir del estudio de numerosos casos, Stoller trazó el retrato tipo y casi estructura¡ de la
"madre del transexual": una mujer depresiva, pasiva, bisexual o sexualmente neutra, e incluso
sin interés real por la sexualidad ni apego particular al padre. Esta madre busca una simbiosis
perfecta con su hijo, que le sirve a la vez de objeto transicional y sustituto fálico. En cuanto al
padre, está siempre ausente, pero su actitud difiere según sea el sexo del niño. Tanto se
muestra indiferente al cambio de indumentaria del hijo varón cuando se viste de niña, como
favorece las actividades masculinas de la hija, encontrando en ella un cómplice en su soledad. A
veces, cuando este padre tiene dos hijos de sexo opuesto, incita al varón a feminizarse, y a la
niña a masculinizarse. Para Stoller, el transexualismo masculino, que es mucho más frecuente y
paradigmático, está cerca de la psicosis. El cambio de sexo mediante la cirugía no tiene ningún
efecto benéfico, puesto que el transexual no acepta nunca su anatomía real, la cual no
corresponde al género al que siente pertenecer. El tratamiento psicoanalítico sólo es posible en
la infancia, a título preventivo, o después de la intervención quirúrgica: permite entonces que el
paciente enfrente la tragedia nunca resuelta de su identidad imposible. Pues lo más sorprendente
es que el transexual hombre, a pesar de sus alegatos, sus denegaciones, sus renegaciones,
nunca está satisfecho con su cambio de sexo, aunque le haya sido imposible renunciar a él.
Con el desarrollo espectacular de la cirugía plástica y la extraordinaria publicidad televisiva que
rodeó a los grandes casos de emasculación voluntaria, de cambio de órgano y sexo legal, el
transexualismo ha suscitado un vasto debate a partir de 1970. En un libro vengador, la feminista
norteamericana Janice Raymond acusa a los hombres de recurrir a este medio para someter aún
más a las mujeres, sustrayéndoles sus sexo, su identidad, su anatomía.
En Francia fue Jean-Marc Alby quien en 1956 introdujo el término en la nosografía psiquiátrica.
Después se publicaron diversos trabajos que comentan la obra magistral de Stoller, en particular
los de Élisabeth Badinter. Desde una perspectiva lacaniana, Catherine Millot denominó horsexe
("exsexo") al transexualismo, sosteniendo que en la mujer el deseo de ser amada como "un-
hombre corresponde más bien a un proceso histérico, mientras que en el hombre la voluntad de
erradicación del órgano peneano deriva de una identificación psicótica con "La Mujer", es decir,
con una totalidad imposible. Esta tesis confirmaba lo que ya surgía de todos los casos
observados, sobre todo en las historias de incesto: el trastorno de la identidad sexual es a la
vez más frecuente y más psicotizante en el hombre que en la mujer, en cuanto la simbiosis
original se produjo con una persona del sexo opuesto, la madre.
Los estudios sobre el transexualismo concuerdan con la leyenda de Atis y la tragedia de
Herculine Barbin, pero además han permitido establecer un paralelismo entre los trabajos 
embriológicos que muestran la primacía del embrión femenino sobre el masculino y derivan a este
último del primero, y las tesis kleinianas según las cuales el ejercicio patológico de la
omnipotencia materna está en el origen de la psicosis y de las formas más destructivas de la
relación de objeto.
Sin embargo, la teoría freudiana de la libido única y del falocentrismo conserva toda su validez,
puesto que el estudio de los casos de transexualismo femenino demuestra que las mujeres
soportan mejor que los hombres la transformación anatómica que las convierte en varones. En
síntesis, el transexualismo femenino parece corresponder a un trastorno de la identidad de
naturaleza histérica o perversa, que pone de manifiesto el modo en que toda mujer usa su
"protesta masculina", mientras que el transexualismo masculino atestigua más bien una salvaje
voluntad de emasculacion, que no es mas que la traducción de una elección de anonadamiento
que convierte en irrisoria cualquier feminidad: de allí la fetichización, en los hombres convertidos
en mujeres, de los símbolos que más subrayan la diferencia de los géneros (ropa y zapatos de
lujo, pelucas, maquillaje exagerado, etcétera). 


Transferencia
Al.: Übertragung.
Fr.: transfert. 
Ing.: transference.
It.: traslazione o transfert. 
Por.: transferência.
fuente(43) 
Designa, en psicoanálisis, el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan
sobre ciertos objetos, dentro de un determinado tipo de relación establecida con ellos y, de un
modo especial, dentro de la relación analítica.
Se trata de una repetición de prototipos infantiles, vivida con un marcado sentimiento de
actualidad.
Casi siempre lo que los psicoanalistas denominan transferencia, sin otro calificativo, es la
transferencia en la cura.
La transferencia se reconoce clásicamente como el terreno en el que se desarrolla la
problemática de una cura psicoanalítica, caracterizándose ésta por la Instauración, modalidades,
interpretación y resolución de la transferencia.
La palabra transferencia no pertenece exclusivamente al vocabulario psicoanalítico. En efecto,
posee un sentido muy general, parecido al de transporte, pero que implica un desplazamiento de
valores, de derechos, de entidades, más que un desplazamiento material de objetos (ejemplos:
transferencia de fondos, transferencia de propiedad, etc.). En psicología, se utiliza en varias
acepciones: transferencia sensorial (traducción de una percepción de un campo sensorial a 
otro); transferencia de sentimientos; y, sobre todo, en la psicología experimental moderna,
transferencia de aprendizaje y de hábitos (los progresos obtenidos en el aprendizaje de una
determinada forma de actividad implican una mejora en el ejercicio de una actividad distinta). Esta
transferencia de aprendizaje se denomina, en ocasiones, positiva, y se Contrapone a una
transferencia llamada negativa, que designa la interferencia negativa de un primer aprendizaje
sobre un segundo aprendizaje(44).
Si se encuentra una especial dificultad en proponer una definición de transferencia, se debe a
que este término ha adquirido, para muchos autores, una extensión muy amplia, llegando a
designar el conjunto de los fenómenos que constituyen la relación del paciente con el
psicoanalista, por lo cual comporta, mucho más que cualquier otro término, el conjunto de las
concepciones de cada analista acerca de la cura, su objeto, su dinámica, su táctica, sus metas,
etc. Así, en este concepto se hallan implicados una serie de problemas que son objeto de
clásicas discusiones:
a) Referentes a la especificidad de la transferencia en la cura: ¿la situación analítica no haría
más que proporcionar, merced al rigor y a la constancia de sus coordenadas, una ocasión
privilegiada de manifestación y observación de fenómenos que se encuentran también en otras
circunstancias?
b) Referentes a la relación entre la transferencia y la realidad: ¿qué apoyo puede encontrarse
en una noción tan problemática como la de «arreal» o tan difícil de determinar como la de realidad
de la situación analítica, para apreciar el carácter adaptado o no adaptado a esta realidad,
transferencial o no, de una determinada manifestación aparecida durante la cura?
c) Respecto de la función de la transferencia en la cura: ¿cuál es el valor terapéutico respectivo
del recurso y de la repetición vivida?
d) Respecto de la naturaleza de lo que se transfiere: ¿se trata de pautas de comportamiento,
tipos de relación de objeto, sentimientos positivos o negativos, afectos, carga libidinal,
fantasmas, conjunto de una imago o rasgo particular de ésta, o incluso instancia en el sentido de
la última teoría del aparato psíquico?
El hallazgo de las manifestaciones de transferencia en psicoanálisis, fenómeno acerca del cual
Freud nunca dejó de subrayar hasta qué punto su aparición resultaba extraña, permitió
reconocer en otras situaciones la acción de la transferencia, ya sea porque ésta se encuentre
en el fundamento mismo de la relación en juego (hipnosis, sugestión), ya sea porque
desempeñe, dentro de ciertos límites a valorar, un papel importante (médico-enfermo, y también
maestro-alumno, director espiritual-penitente, etc.). Asimismo, en los antecedentes inmediatos
del análisis, la transferencia mostró la amplitud de sus efectos, en el Caso Ana O... tratado por 
Breuer según el «método catártico», mucho antes de que el terapeuta supiera identificarla como
tal y, sobre todo, utilizarla(45). También en la historia del concepto, en Freud, existe una
separación cronológica entre las concepciones explícitas y la experiencia efectiva, separación
que comprobó a sus expensas, como él mismo observó en el Caso Dora. De ello se deduce que,
si se intenta seguir la evolución de la transferencia en el pensamiento de Freud, se debe ir más
allá de sus enunciados y descubrir su intervención en las curas cuya descripción ha llegado
hasta nosotros.
Cuando Freud, refiriéndose al sueño, habla de «transferencia», de «pensamientos de
transferencia», designa con estos términos un tipo de desplazamiento en el que el deseo
inconsciente se expresa y se disfraza a través del material proporcionado por los restos
preconscientes de la vigilia. Pero sería erróneo ver aquí un mecanismo distinto del invocado para
explicar lo que Freud encontró en la cura: «[...] la representación inconsciente es, como tal,
incapaz de penetrar en el preconsciente, y sólo puede ejercer su efecto entrando en conexión
con una representación anodina que pertenezca ya al preconsciente, transfiriendo su intensidad
sobre ella y ocultándose en ella. Tal es el hecho de la transferencia, que explica tantos
fenómenos sorprendentes de la vida mental de los neuróticos». De igual forma, en los Estudios
sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895), Freud explicaba los casos en que una
determinada paciente transfería sobre la persona del médico las representaciones
inconscientes: «El contenido del deseo aparecía primeramente en la conciencia de la enferma sin
ningún recuerdo de las circunstancias ambientales que hubieran hecho referirlo al pasado.
Entonces el deseo presente, en función de la compulsión a asociar que dominaba en la
conciencia, se ligaba a una persona que ocupaba legítimamente los pensamientos de la enferma;
y, como resultado de esta unión inadecuada que yo denomino falsa conexión, se despertaba el
mismo afecto que en otra época había impulsado a la paciente a rechazar este deseo prohibido».
En un principio, la transferencia, para Freud, por lo menos desde un punto de vista teórico, no es
más que un caso particular de desplazamiento del afecto de una representación a otra. Si es
elegida preferentemente la representación del analista, ello se debe a la vez a que constituye
una especie de «resto diurno» siempre a disposición del sujeto, y a que este tipo de
transferencia favorece la resistencia, por cuanto la declaración del deseo reprimido se vuelve
particularmente difícil cuando debe hacerse a la misma persona a la que apunta. También puede
apreciarse que, en aquella época, la transferencia se consideraba como un fenómeno muy
localizado. Cada transferencia se debía tratar como cualquier otro síntoma, a fin de mantener o
restablecer una relación terapéutica basada en una cooperación confiada, en la que Freud hace
intervenir, entre otros factores, la influencia personal del médico, sin relacionarla para nada con
la transferencia.
Parece, pues, que en un principio Freud consideró que la transferencia no formaba parte de la
esencia de la relación terapéutica. Esta idea vuelve a encontrarse incluso en el Caso Dora, en el
cual, sin embargo, el papel de la transferencia aparece como fundamental, hasta el punto de que
Freud, en el comentario crítico que añade al relato del caso, atribuye la interrupción prematura de 
la cura a un defecto de interpretación de la transferencia. Numerosas expresiones ponen de
manifiesto que Freud no asimila el conjunto de la cura, en su estructura y dinámica, a una
relación de transferencia: «¿Qué son las transferencias? Son reimpresiones, reproducciones de
las mociones y de los fantasmas, que deben ser develados y hechos conscientes a medida que
progresa el análisis; lo característico de ellas es la substitución de una persona anteriormente
conocida por la persona del médico». Acerca de estas transferencias (obsérvese el plural)
Freud indica que no son diferentes por naturaleza, tanto si se dirigen al analista como a alguna
otra persona, y, por otra parte, sólo pueden convertirse en aliados de la cura a condición de ser
explicadas y «destruidas» una por una.
La integración progresiva del descubrimiento del complejo de Edipo no podía dejar de repercutir
en la forma en que entiende Freud la transferencia. Ferenczi había mostrado, desde 1909, cómo
en el análisis, pero también en las técnicas de sugestión y de hipnosis, el paciente hacía
inconscientemente desempeñar al médico el papel de las figuras parentales amadas o temidas.
Freud, en la primera exposición de conjunto dedicada a la transferencia (1912), subraya que
ésta va ligada a «prototipos», imagos (principalmente la imago del padre, pero también la de la
madre, del hermano, etc.): «[...] el médico será insertado en una de las "series" psíquicas que el
paciente tiene ya formadas».
Freud descubre que lo que se revive en la transferencia es la relación del sujeto con las figuras
parentales, y especialmente la ambivalencia pulsional que caracteriza dicha relación: «Era
necesario que [el paciente de Análisis de un caso de neurosis obsesiva] se convenciese, por el
doloroso camino de la transferencia, de que su relación con el padre implicaba realmente este
complemento inconsciente». En este sentido, Freud distingue dos transferencias: una positiva,
otra negativa, una transferencia de sentimientos de ternura y otra de sentimientos hostiles(46).
Se observará la similitud entre estos términos y los de componentes positivo y negativo del
complejo de Edipo.
Esta extensión del concepto de transferencia, que hace de ésta un proceso que estructura el
conjunto de la cura según el prototipo de los conflictos infantiles, conduce a Freud a establecer
una noción nueva, la de neurosis de transferencia: «[...] constantemente llegamos a atribuir a
todos los síntomas de la enfermedad una nueva significación transferencial, a reemplazar la
neurosis corriente por una neurosis de transferencia, de la cual [el enfermo] puede ser curado
mediante el trabajo terapéutico».
Desde el punto de vista de su función en la cura, Freud primeramente clasifica la transferencia,
de forma más o menos explícita, entre los «obstáculos» fundamentales que se oponen al
recuerdo del material reprimido. Pero, también desde un principio, señala su aparición como
frecuente o incluso general: «[...] podemos estar seguros de encontrarla en todo análisis
relativamente serio». Asimismo, en este momento de su pensamiento, Freud constata que el
mecanismo de la transferencia sobre la persona del médico se desencadena en el mismo
momento en que están a punto de ser develados algunos contenidos reprimidos especialmente 
importantes. En este sentido, la transferencia aparece como una forma de resistencia y señala al
mismo tiempo la proximidad del conflicto inconsciente. Así, Freud descubre desde un principio lo
que produce la contradicción misma de la transferencia y explica las formulaciones tan dispares
que se han dado acerca de su función: en un sentido es, en comparación con el recuerdo
verbalizado, «resistencia de transferencia» (Ubertragungswiderstand): en otro sentido, en la
medida en que constituye, tanto para el sujeto como para el analista, un modo privilegiado de
captar «en caliente» e in statu nascendi los elementos del conflicto infantil, es el terreno en el
que se realiza, dentro de una actualidad irrecusable, la problemática singular del paciente, donde
éste se ve confrontado a la existencia, a la permanencia, a la fuerza de sus deseos y
fantasmas inconscientes: «Es el terreno en el que debe obtenerse la victoria [...]. Es innegable
que la tarea de domar los fenómenos de transferencia plantea al psicoanalista las máximas
dificultades; pero no debe olvidarse que tales fenómenos son precisamente los que nos
proporcionan el inestimable servicio de actualizar y manifestar las mociones amorosas, ocultas y
olvidadas; ya que, a fin de cuentas, no es posible dar muerte a algo in absentia o in effigie».
Sin duda, esta segunda dimensión adquiere una importancia progresivamente creciente a los
ojos de Freud: «La transferencia, tanto en su forma positiva como negativa, se pone al servicio
de la resistencia; pero, en manos del médico, se convierte en el más potente de los instrumentos
terapéuticos y desempeña un papel difícil de sobrevalorar en la dinámica del proceso de
curación».
Pero también se apreciará, a la inversa, que, incluso cuando Freud va más lejos en reconocer el
carácter privilegiado de la repetición en la transferencia («el enfermo no puede acordarse de
todo lo que está reprimido en él y quizá precisamente no puede recordar lo esencial [...]. Más
bien se ve obligado a repetir lo reprimido, como experiencia vivida en el presente», no deja de
subrayar inmediatamente la necesidad que tiene el analista « [...] de limitar al máximo el ámbito de
esta neurosis de transferencia, de presionar la mayor cantidad posible de contenido hacia el
camino del recuerdo y abandonar lo menos posible a la repetición».
Freud sostuvo siempre que el ideal de la cura era el recuerdo completo y, cuando éste se
muestra imposible, se confía a las «construcciones» para llenar las lagunas del pasado infantil.
En contrapartida, no valora jamás por sí misma la relación transferencial, ni desde la perspectiva
de una abreacción de las experiencias infantiles, ni desde la de una corrección de un modo
«arreal» de relación de objeto.
Refiriéndose a las manifestaciones de la transferencia, en los Estudios sobre la histeria, Freud
escribe: «[...] este nuevo síntoma que ha aparecido sobre el antiguo modelo [debe ser tratado] de
igual modo que los anteriores síntomas». Asimismo, más tarde, cuando describe la neurosis de
transferencia como una «enfermedad artificial» que ha venido a substituir a la neurosis clínica,
¿no admite una equivalencia, tanto económica como estructural, entre las reacciones
transferenciales y los síntomas propiamente dichos? 
En efecto, en ocasiones Freud explica la aparición de la transferencia como un « [...]compromiso
entre las exigencias [de la resistencia] y las del trabajo de investigación». Pero desde un
principio reconoce que las manifestaciones transferenciales son tanto más imperiosas cuanto
más próximo se encuentra el «complejo patógeno», y cuando las relaciona con una compulsión a
la repetición indica que esta compulsión no puede manifestarse en la transferencia «[...] antes de
que el trabajo de la cura haya venido a su encuentro relajando la represión». Desde el Caso
Dora, en el que compara las transferencias a verdaderas «reimpresiones» que a menudo no
implican deformación alguna respecto a las fantasías inconscientes, hasta Más allá del principio
del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), donde dice que la reproducción en la
transferencia « [...] se presenta con una fidelidad no deseada [y que] tiene siempre como
contenido un fragmento de la vida sexual infantil, y por tanto del complejo de Edipo y sus
ramificaciones [...]», cada vez se destacará más la idea de que en la transferencia se actualiza
lo esencial del conflicto infantil.
Ya es sabido que, en Más allá del principio del placer, la repetición en la transferencia
constituye uno de los datos invocados por Freud para justificar el hecho de situar en primer
plano la compulsión a la repetición: en la cura se repiten situaciones y emociones, en las que
finalmente se expresa la indestructibilidad de la fantasía inconsciente.
Cabe preguntarse entonces qué sentido debe darse a lo que Freud denomina resistencia de
transferencia. En Inhibición, síntoma y angustia (Heinmung, Symptom und Angst, 1926), la
relaciona con las resistencias del yo, en la medida en que, oponiéndose al recuerdo, renueva en
lo actual la acción de la represión. Pero conviene observar que, en el mismo texto, la compulsión
a la repetición se califica, en el fondo, de resistencia del ello (véase: Compulsión a la repetición).
Por último, cuando Freud habla de repetición, en la transferencia, de las experiencias del
pasado, de las actitudes hacia los padres, etc., esta repetición no debe tomarse en un sentido
realista que limitaría la actualización a relaciones efectivamente vividas; por una parte, lo que se
transfiere es, en esencia, la realidad psíquica, es decir, en el fondo, el deseo inconsciente y las
fantasías con él relacionadas; por otra parte, las manifestaciones transferenciales no son
repeticiones literales, sino equivalentes simbólicos, de lo que es transferido.
Una de las críticas que clásicamente se ha dirigido contra el autoanálisis, en cuanto a su eficacia
terapéutica, es el hecho de que suprime, por definición, la existencia y la intervención de una
relación interpersonal.
Freud había indicado ya el carácter limitado del autoanálisis; además subrayó el hecho de que, a
menudo, la interpretación sólo es aceptada en la medida en que la transferencia, actuando como
sugestión, confiere al analista una autoridad privilegiada. Pero puede decirse que fueron los
sucesores de Freud los que hicieron resaltar plenamente el papel del analista como otro en la
cura, y esto en varios sentidos: 
1.° En la prolongación de la segunda teoría freudiana del aparato psíquico, la cura psicoanalítica
puede entenderse como el lugar en que los conflictos intrasubjetivos, ellos mismos secuelas de
las relaciones intersubjetivas de la infancia, reales o fantasmáticas, van a manifestarse de
nuevo en una relación abierta a la comunicación. Como el propio Freud hizo notar, el analista
puede encontrarse, por ejemplo, en la posición del superyó; de un modo más general puede
decirse que todo el juego de identificaciones tendrá ocasión de desplegarse y de «desatarse».
2.° En la línea de pensamiento que ha conducido a valorar el concepto de relación de objeto, los
autores se han dedicado a ver intervenir, en la relación de transferencia(47), las modalidades
privilegiadas de las relaciones del sujeto con sus diferentes tipos de objetos (parciales o
totales). Como ha hecho observar M. Balint, se llega entonces a «[...] interpretar cada detalle de
la transferencia del paciente en términos de relación objetal». Este enfoque puede conducir
incluso a intentar hallar en la evolución de la cura la sucesión genética de las fases.
3.° Desde otra perspectiva, se puede hacer hincapié en el singular valor que adquiere la palabra
en la cura, y por consiguiente en la relación transferencial. Esta dimensión se encuentra ya
presente en los mismos orígenes del psicoanálisis, ya que, en la catarsis, se resaltaba tanto o
más la verbalización de los recuerdos reprimidos (talking cure) que la abreacción de los
afectos. Sin embargo, cuando Freud describe las manifestaciones más irrecusables de
transferencia, sorprende ver que las clasifica bajo el epígrafe del «actuar» (Agieren), y opone al
recuerdo la repetición como experiencia vivida. Cabe preguntarse si tal oposición es
verdaderamente esclarecedora para reconocer la transferencia en su doble dimensión de
actualización del pasado y de desplazamiento sobre la persona del analista.
En efecto, no se ve por qué el analista se hallaría menos implicado cuando el sujeto le refiere un
determinado acontecimiento de su pasado o le narra un determinado sueño(48), que cuando lo
involucra en una conducta.
Al igual que el «actuar», el decir del paciente es una forma de relación que puede tener por
finalidad, por ejemplo, complacer al analista, mantenerlo a distancia, etc.; al igual que el decir, el
actuar es una forma de vehiculizar una comunicación (por ejemplo, acto fallido).
4.° Por último, como reacción frente a una tesis extrema que consideraría la transferencia como
un fenómeno puramente espontáneo, una proyección sobre la pantalla constituida por el analista,
algunos autores han intentado completar la teoría según la cual la transferencia dependería,
fundamentalmente, de un elemento propio del sujeto, la disposición a la transferencia, señalando
lo que, en la situación analítica, favorecería la aparición de aquélla.
Se ha insistido, ora, como lo ha hecho Ida Macalpine, sobre los factores reales del ambiente
analítico (constancia de las condiciones, frustración, posición infantil del paciente), ora sobre la 
relación de demanda que el análisis instaura desde un principio y por medio de la cual « [...] todo
el pasado se entreabre, hasta el fondo de la primera infancia. Demandar, es lo único que el
sujeto ha hecho siempre, sólo por ello ha podido vivir, y nosotros acogemos la continuación de
esta demanda [...]. La regresión muestra únicamente el retorno al presente de significantes
usados en demandas para las cuales hay prescripción».
No escapó a Freud la existencia de una correlación entre la situación analítica como tal y la
transferencia. Indicó incluso que, si bien podían encontrarse diversos tipos de transferencia,
materna, fraterna, etc.
« [...]las relaciones reales con los médicos hacen que sea la imago del padre [...] la determinante
[...]». 
Transferencia
Transferencia
fuente(49) 
Freud utilizo- por primera vez el término francés «transfert» [transferencia] en 1888, en su
artículo sobre la histeria para el diccionario médico de Villaret: designó de ese modo el
desplazamiento del síntoma histérico en el cuerpo. Pero es en Estudios sobre la histeria (1895)
donde la transferencia (Übertragung), comparada a un falso enlace, adquiere la acepción que
conserva hasta hoy: la de implicación del analista en el psicoanálisis de un sujeto. Freud
reconoce de entrada el carácter perturbador de la transferencia, es decir, el surgimiento en el
análisis del amor que se transporta (tragen) al analista, con un papel a la vez revelador del
pasado (catalizador, dirá Ferenczi) y también de resistencia al relato de ese pasado.
En «Puntualizaciones sobre el amor de transferencia» (1915), Freud se traba en lucha con el
interrogante que surge a continuación: el amor de transferencia, ¿no es más que la copia de un
amor antiguo? Pero hay que convenir que lo propio de todo enamoramiento es repetir modelos
infantiles. Y también llega a la conclusión de que «... no hay ningún derecho a cuestionar que el
enamoramiento que aparece en el tratamiento psicoanalítico tiene el carácter de un amor
"auténtico"». Entonces, ¿qué es lo que le pondrá término, sobre todo si el analista se caracteriza,
como dice Freud en «Análisis terminable e interminable», por amar la verdad?
Aunque la respuesta de Freud queda como en suspenso, su orientación es decisiva cuando
señala que el analista no es una simple efigie -nadie puede ser matado in absentia o in effigie- y
que no puede contentarse con remitir al pasado del analizante las manifestaciones de la
transferencia que lo toman como objeto. Pero, ¿el analista está interesado en el asunto con su
propia persona? ¿Qué hay aquí de una disparidad entre analista y analizante? ¿De qué modo el
amor actual se articula con una repetición?
Lo imaginario y lo simbólico de la
transferencia 
En su primera publicación consagrada explícitamente a la transferencia, «Intervención sobre la
transferencia» (1951), Lacan desarrolla un análisis de la transferencia de Dora en términos de
inversiones dialécticas. «La transferencia no es nada real en el sujeto, sino la aparición, en un
momento de estancamiento de la dialéctica analítica, de los modos permanentes según los cuales
él constituye sus objetos» (Escritos). La relación con el tiempo seguirá siendo un dato discreto
pero efectivo de la teoría lacaniana de la transferencia; así, en 1964, Lacan continúa afirmando
que «la transferencia es una relación esencialmente ligada al tiempo y a su manejo» (Escritos).
En sus seminarios prosigue el estudio de la transferencia en función de los tres registros (real,
simbólico, imaginario) de los que hace la piedra angular de su teoría a partir de 1953. En Los
escritos técnicos de Freud insiste en la dimensión simbólica de la transferencia, recordando
sobre todo que Freud, en La interpretación de los sueños, llama «transferencia» al
desplazamiento sobre los restos diurnos de los elementos de los pensamientos inconscientes de
sueño que forma parte del «elemento central de la realización de deseo». Lacan compara estos
restos diurnos, en sí mismos desinvestidos de deseo, con un alfabeto, con «formas despojadas
de su sentido propio y retomadas en una organización nueva a través de la cual puede
expresarse un sentido», y por primera vez habla, refiriéndose a ellos, de «material significante».
A partir de El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalitica, Lacan pone cada vez más el
acento en la importancia del Otro, garantía de la buena fe de la palabra, más allá del yo y del otro,
y al que se dirige también el sujeto cuando le habla a un otro. Es en el lugar de ese Otro donde
existen agujeros (represión, forclusión) en el encadenamiento significante de los términos de la
historia del sujeto. En el análisis se trata de que el sujeto descubra a qué Otro se dirige, aunque
sin saberlo, y de que asuma progresivamente las relaciones de transferencia en las que está y
en las que antes no sabía que estaba (Wo Es war. soll Ich werden). La transferencia se
produce entre el Otro y el yo, según Lacan los sitúa en el esquema L, y por lo tanto el yo del
analista, en a, falta. El yo del sujeto se dirige a ponerse de acuerdo con el discurso fundamental
del Otro. El analista revela al sujeto una significación que es función de la palabra que viene del
Otro simbólico. Sobre la línea S-A, lo imaginario a-a' desempeña a la vez un rol de filtro, de
obstáculo, pero también constitutivo, puesto que de la equivocación y el engaño puede surgir la
verdad.
La distinción de los planos imaginario y simbólico de la transferencia demuestra ser decisiva
para la conducción de la cura. Tomemos por ejemplo el caso llamado de homosexualidad
femenina que trató Freud. En un momento dado, la joven produjo una serie de sueños que, según
Freud, anticipaban la curación de la inversión y expresaban el deseo de ser amada por un
hombre y tener hijos. Freud pone de manifiesto la dimensión transferencial de esos sueños:
están destinados a agradarle. Pero en lugar de denunciar esto como una mentira y por lo tanto
reforzar su consistencia imaginaria, es preciso reconocer que la dimensión de engaño (que se
abre paso en ellos y les da valor transferencial) pone al analista como lugar de articulación
simbólica, y esto incluso antes de que el sujeto la haya asumido como propia.
A la inversa, en el caso de Dora, Freud asigna un lugar simbólico a la relación con el señor K., 
cuando de hecho se confirma que él representa al yo de Dora y que el objeto del deseo de ella
es la señora K.
En el seminario Les Formations de l’inconscient (1957), Lacan distingue entre transferencia y
sugestión por la vía de diferenciar el deseo de la demanda, que se articulan en función de la
topología del grafo. El deseo se inserta entre la dimensión de la demanda, en el horizonte de la
sugestión, y la dimensión de la transferencia. Al año siguiente, en el seminario Le Désir et son
interprétation (1958), Lacan descarta la referencia vaga a los sentimientos positivos o negativos
y plantea la cuestión de la transferencia en su relación con el deseo, que, deseo de deseo, se
abre al enigma del Otro como tal, y más precisamente al enigma del deseo del analista.
La transferencia se regula sobre el deseo del
analista
En «Le Transfert dans sa disparité subjective, sa prétendue situation, ses excursions
techniques» (1960), Lacan no vacila en presentar El banquete como «una especie de acta de
sesiones analíticas», en la que Sócrates encarna el lugar del analista. Sócrates encarna lo que
debe ser el deseo del analista para que se pueda esclarecer la verdad del amor de
transferencia.
La transferencia está en la frontera entre el deseo y el amor. Esto permite comprender mejor en
qué la complejidad del amor de transferencia en un sujeto no se limita a lo que sucede en su
nivel, sino que se encuentra articulado con lo que sucede en el analista, y más precisamente con
el deseo del analista. Amor y deseo se articulan a partir de lo que Lacan llama la metáfora del
amor, escrita eromenon (amante, deseante) - eromenos (amado, deseado). El que está en
posición de amado, sustituye esa posición por la de amante. Entonces se produce la
significación del amor si, deseante, quiero creer que el otro, deseante, ha pasado a desearme, si
en los leños que se inflaman por mi deseo yo percibo una mano que se tiende hacia mí. Esto es
desde luego lo que se produce en el análisis, puesto que el analista, amado, es virtualmente
amante, aunque más no sea porque escucha al analizante. Pero como la posición del sujeto
descante es fundamentalmente la de la falta, el momento de eclosión del amor de transferencia
puede conducir al analizante a la verdad de su deseo, que no es un bien, que, por definición, es
aquello que le falta, puesto que el analista colocado en ese lugar de deseante podrá hacer valer
allí su falta fundamental.
Sócrates, según Lacan, efectúa la tensión de la metáfora del amor que conduce a la función de
la falta (ouden) inherente al deseo, pues en lo que le atañe él significa que es deseante en
cuanto no puede decir nada de él mismo como deseante allí donde es deseado, pues se aboliría
como deseante y pasaría al registro de la demanda. Sosteniendo una posición de deseante, 
Sócrates dirige a Alcibíades, más allá de su demanda de amor, hacia una encarnación del objeto
de su deseo, Agatón, poniéndolo así en la vía de la verdad de su transferencia, aunque ésta
siga aún tomada en un imaginario especular, puesto que en el primer plano se trata de una
persona.
Al tomar a Sócrates como figura ejemplar, Lacan invierte de manera definitiva el sentido de la
transferencia. Hace depender la transferencia y la salida de la transferencia (es decir, la
revelación al sujeto del objeto del deseo a partir de su demanda de amor), del deseo del analista.
La transferencia sólo puede interrogarse desde el lugar del deseo del analista, pues sólo desde
ese lugar le llegará un sentido verídico o no a la transferencia del sujeto.
El término «deseo del analista» -observémoslo al pasar- surge de una disparidad subjetiva que
hace obstáculo a la intersubjetividad (en el sentido de que un sujeto supondría a otro sujeto) a la
que apela la noción de contratransferencia.
El deseo de Sócrates se articula en función de una posición subjetiva ante el saber que anticipa
la del analista. El se presenta como no sabiendo nada fuera de las cosas del amor, pero cuando
es su turno de hablar, cita a Diótima, manifestando así su división de sujeto y demostrando que
sólo puede hablar de lo que sabe permaneciendo en la zona del «él no sabía». Desde Le
Transfert se ve no solamente surgir como esencial la referencia al saber, sino más aún la
referencia a la suposición de saber. Como Sócrates, el analista es interrogado en tanto que
sabiendo, y «... es en el lugar mismo donde somos supuesto saber donde somos llamados a ser
y a no ser nada más, nada distinto de la presencia real, y justamente en tanto que ella es
inconsciente».
El sujeto supuesto saber
Lacan introduce la fórmula del sujeto supuesto saber en los dos primeros seminarios de
l’Identification (1961), que siguen a Le Transfert. La figura del sujeto supuesto saber se habría
desarrollado como prejuicio filosófico después del cógito de Descartes. De manera notable,
Lacan utiliza esta fórmula con «ironía» y para desmarcarse de ella: «Es preciso que aprendamos
a prescindir de ella en todo momento», «es una suposición indebida».
Al denunciar el sujeto supuesto saber, Lacan renuncia al mismo tiempo, a su propia concepción
del Otro como sujeto: «el Otro no es un sujeto, es un lugar al que uno se esfuerza, dice
Aristóteles, por transferir el saber del sujeto» (15 de noviembre de 1961). El sujeto supuesto
saber ocupa el lugar de lo que antes Lacan llamaba el Otro en tanto que sujeto. Al mismo tiempo
que el Otro se convierte en un lugar de significantes, que no es sujeto, Lacan enuncia por
primera vez su definición del significante que representa al sujeto para otro significante, 
definición que permanecerá corno axiomática: «El significante, a la inversa del signo, no es lo
que representa algo para alguien, es lo que representa precisamente al sujeto para otro
significante» (6 de diciembre de 1961).
En estos primeros seminarios de L’Identification, la transferencia no es vinculada al sujeto
supuesto saber. Sólo lo será dos años más tarde, en 1964 (entre tanto había transcurrido el
seminario sobre l’Angoisse), al final de Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis,
en un vuelco que de nuevo se apoya en Descartes. Después de haber designado al Dios de
Descartes como sujeto supuesto saber, Lacan dice que, en el análisis, el sujeto supuesto saber
(que no es forzosamente como Dios) es el analista, y que desde que hay en alguna parte el
sujeto supuesto saber, hay transferencia, incluso aunque el analizante esté a menudo lejos de
asignar este lugar al analista cuando entra en análisis. El vínculo entre transferencia y sujeto
supuesto saber se había anunciado ya cuando Lacan dijo (en l’Identification) que el Otro es un
lugar al que se transfiere el saber del sujeto. Esto permite suponer que el eslabón intermedio -no
confesado por Lacan- para vincular la transferencia con el sujeto supuesto saber sería la idea
de una transferencia de Descartes a Dios, Otro, garante de las verdades eternas.
La afirmación de que el Otro no es un sujeto (al que se dirigiría el sujeto), sino un lugar,
constituye un paso decisivo en la propuesta lacaniana. Si las relaciones del sujeto con el Otro
deben tratarse en términos de lugar, esto exige una topología. L’Identification es el primer
seminario en el que Lacan, efectivamente y de manera concreta, vincula los términos de su
discurso (deseo, demanda...) con una práctica de los objetos topológicos -en este caso, para
comenzar, el toro y el cross-cap- Los términos Otro, deseo, demanda, vaciados de referencia a
una sustancia, se convierten en términos operatorios lógicos. Se identifican con las operaciones
de conteo y de corte que engendran la superficie.
Transferencia y repetición
La relación entre transferencia y repetición ha sido objeto de múltiples debates desde Freud.
Casi siempre estos debates quedan atrapados en la idea de una repetición más o menos
sinónimo de la reproducción de algo pasado. Desde luego, esta idea se desprende de algunos
textos de Freud. No obstante, él admite que puede tratarse de ediciones revisadas y corregidas,
y no de simples reimpresiones. Pero incluso allí donde Freud subraya la especificidad de la
repetición, en «Recordar, repetir y reelaborar», sigue siendo cierto que ésta aparece
subordinada a la rememoración de lo que es repetido en el actuar de la transferencia. Hay que
esperar a Más allá del principio de placer para que Freud encare una coacción de repetición
independiente del principio de placer, y se sabe que Lacan la interpreta precisamente como la
coacción de lo simbólico. Pero incluso en ese punto, en Freud, ello no basta para desprender el
concepto de repetición del concepto de rememoración, y de tal modo se valoriza más en el 
análisis el punto de vista diacrónico. Por otra parte, se vuelve tentador asimilar repetición y
transferencia, algo que no han dejado de hacer numerosos analistas.
No es ésta la posición de Lacan, quien, a partir del período que consideramos, distingue
repetición y transferencia, e introduce la sincronía como dimensión totalmente legítima. El sujeto
supuesto saber es correlativo de una nueva definición de la repetición, que subraya su valor
sincrónico y actual, de donde el pasado sólo se funda retroactivamente [aprés-coupl. La
temporalidad del a posteriori, retomada de Freud por Lacan, invierte el sentido pasado-presente
en que se desplaza la repetición, y con ella la transferencia.
Este resultado deriva de una verificación simple: el pasado del sujeto es un pasado hablado en el
presente con palabras que, por sus equívocos, sus conexiones imprevistas, o sencillamente por
ser palabras del pasado repetidas en el presente y dirigidas a algún otro, inscriben el discurso
sobre el pasado en el lugar del Otro. Esta reinscripción es la repetición. En el Otro se inscribe lo
que Freud llama la contraseña o palabra de pase (Passwort) de la repetición. El Hombre de las
Ratas lo hace todo por adelgazar, para no ser gordo, dick, como su primo de América, Dick, que
él odia. Este «dick», que Freud llama «palabra de pase», es exactamente lo que Lacan llama un
significante.
La naturaleza significante de la repetición se desnuda en la repetición de un mismo término
cuando revela que éste no es idéntico a sí mismo. Un trazo, que Lacan llama trazo unario, fija
esta «esencia» de no-identidad consigo mismo del significante. El trazo unario es a la vez uno y
dos; esto, que hace paradoja para el lenguaje, ya no es allí uno, puesto que encuentra su
soporte, si así puede decirse, en la estructura topológica del doble bucle (en ocho interior) del
corte moebiusiano: se trata de un mismo corte (que se re-corta) pero que engendra otra
superficie de propiedades diferenciadas (se vuelve bilátera). El segundo giro de corte no
completa el uno para hacer dos, sino que debe repetir el uno para hacerlo existir. La repetición
no repite uno para hacer dos, sino que repite uno para hacer existir uno. El segundo giro es
idéntico al primero y, al repetirse, por el hecho de que modifica la superficie, es soporte de la
diferencia de lo idéntico. En este sentido, la repetición es entonces una propiedad intrínseca del
significante en su relación con el sujeto. Al introducir en el principio de la transferencia al sujeto
supuesto saber, Lacan inscribe la transferencia en una dependencia del significante.
No obstante, si bien la definición del significante implica al sujeto, el sujeto no es completamente
determinado por esta definición. En la determinación del sujeto también debe tenerse en cuenta lo
imaginario (lo que se imaginariza del objeto a, el fantasma $àa) y lo real (el sujeto como corte).
Pero, sea cual fuere la dimensión (imaginaria, real, simbólica) a la que se refiera la transferencia
-incluso, entonces, en su articulación con el sujeto supuesto saber---, no se la puede vincular
con la repetición a menos que se tome en cuenta la sincronía de esta última. En la transferencia,
la repetición no tiene el sentido de un retorno del pasado que disolvería la efectividad de las
dimensiones presentes. En la repetición, el pasado es una realidad topológica. 
En el lapso intermedio (el del seminario L'Angoisse) entre Le Transfert y Los cuatro conceptos....
que precede al retorno del sujeto supuesto saber, Lacan formula una notable proposición sobre
la cuestión del objeto a que también contribuirá a esclarecer el problema de la transferencia.
LIdentification consagra el pasaje de una metaforización del objeto a por el ágalma, a su
formalización topológica. Con el objeto a en el bolsillo, Lacan está en condiciones de interpretar
lo que para Freud, en «Análisis terminable e interminable», hace punto de impase al final del
análisis: «El límite de Freud ha sido la no-apercepción de lo que había propiamente que analizar
en la relación sincrónica [de transferencia] del analizado con el analista, concerniente a esta
función del objeto parcial» (9 de enero de 1963). Freud señala la angustia de castración como
límite del análisis; según Lacan, en la medida en que Freud seguía siendo para su analizado la
sede de ese objeto parcial, aquél no es un límite absoluto.
Los objetos a adquieren una función normativa -del deseo- al venir retroactivamente al lugar
ocupado por la falta fálica. La importancia de la propuesta de Lacan sobre el objeto a en el curso
de esos años intermedios lo lleva incluso a enunciar que el objeto a es el único objeto que hay
que proponer a la transferencia (12 de junio de 1963). Este enunciado, ¿es compatible con la
función del sujeto supuesto saber, que Lacan introduce inmediatamente después? Verernos
este punto más adelante, puesto que Lacan lo resuelve en seminarios ulteriores.
Transferencia y amor
Sean cuales fueren las formulaciones más o menos felices acerca de las relaciones entre
transferencia y amor, se llega a que la transferencia pone al amor en el banquillo.
Lacan destaca la paradoja que consiste en decir que la transferencia es una resistencia que
interrumpe la comunicación del inconsciente (las asociaciones cesan, para fijarse en la persona
del analista) y al mismo tiempo que es el momento en el que la interpretación del analista, que
apunta al inconsciente, adquiere todo su alcance. Por esto la transferencia es un nudo (Los
cuatro conceptos...). Lacan presenta el amor como un modo de captación, de engaño del deseo
del analista. Al persuadir al analista de que él tiene lo que puede completarlo, el analizante
desconoce lo que le falta. Pero en la medida en que el analista es la presencia que sirve de
soporte a un deseo velado, es un che vuoi? encarnado. El sujeto, en tanto que sometido al
deseo del analista, desea engañarlo acerca de su sujetamiento proponiéndole «esa falsedad
esencial que es el amor». La transferencia no es la sombra de algo vivido antes, ni los antiguos
engaños del amor; es aislamiento en lo actual de su funcionamiento puro de engaño. No es tanto
un amor verdadero como la verdad del amor. El engaño pone la verdad en el lugar del Otro, y «...
detrás del amor de transferencia hay una afirmación del lazo del deseo del analista con el deseo
del paciente» (Los cuatro conceptos...) en el lugar del Otro. Al querer hacerse digno de amor,
amable, el sujeto presentifica al analista en el lugar del Otro como ideal del yo, según un trazo 
distintivo desde el que el sujeto se posiciona para verse amable. En este punto, el silencio del
analista hace surgir la dimensión de la falta (la dimensión del objeto faltante del deseo, de lo que
le falta al sujeto y con lo cual ama al otro, lo que está dispuesto a dar al otro), pero también la
dimensión de la falta del Otro, que el sujeto intenta llenar mediante el objeto de su deseo, por su
demanda.
El objeto a es el primer soporte de la subjetivación en la relación con el otro. La maniobra de la
transferencia debe regularse de una manera que mantenga la distancia entre el punto en que el
sujeto se ve amable y ese otro punto desde el que el sujeto se ve sin verse, causado como falta
por a, que viene a taponar la hiancia constitutiva de la división inaugural del sujeto.
En tanto que demanda de amor, la transferencia reduce la demanda a la identificación (lazo
primordial de amor) y al poder de la sugestión, pero en tanto que esta demanda se articula con el
deseo del analista (enigmático) -y no con la contratransferencia- resulta posible atravesar el
plano de la identificación con el analista.
De modo que la paradoja de la transferencia, como resistencia y condición de la interpretación,
pone de manifiesto su función nodal, que es suplir mediante una identificación el problema de la
ligazón del deseo del sujeto con el deseo del Otro. Lo que se desea no es el Otro sino el deseo
del Otro. Alcibíades quiere hacerse amable ante Sócrates para arrebatarle su deseo. Y el deseo
es la falta.
El Otro es un lugar en el que se despliega el engaño, pero la transferencia no se detiene allí. En
el horizonte de la demanda (de amor), y por la reversibilidad de esta última (comer-ser
comido-hacerse comer; ver-ser visto-hacerse ver), a la que Lacan da como soporte el círculo de
reversión en la botella de Klein, está la estructura del deseo del Otro. Encontrando su asiento en
el Otro y queriendo captar su deseo, el sujeto encuentra la falta donde habita ese deseo, o sea
el objeto a. En el engaño del amor de transferencia se trata entonces de algo que, sin que el
sujeto lo sepa, intenta captar de alguna manera, imaginaria o actuada, ese objeto a en el deseo
del analista.
No obstante, a pesar de toda su importancia y su constancia, esto que dice Lacan sobre el amor
sólo expresa parcialmente el lugar del amor en su enseñanza. Les non-dupes errent (1973)
sostiene que si el psicoanálisis es un medio, ocupa el mismo lugar que lo imaginario de lo bello
como medio, en el nudo borromeo, entre real (la muerte) y simbólico (la palabra de amor que
soporta el goce). El amor, y más precisamente el amor cortés, viene a este lugar de lo imaginario
como «medio». Parecería que, en el ejercicio mismo del psicoanálisis, según Lacan hay que
distinguir diversos tipos de amor, por lo menos dos. Por una parte está lo que Lacan,
precisamente al final de Les non dupes errent, llama «el amor corriente», «el amor en el sentido
ordinario», «el amor tal como uno se lo imagina», y que es la transferencia. Este amor revela su
verdad de engaño y se dirige al sujeto supuesto saber. Pero hay otro amor, el amor «cortés»,
que excedería a la transferencia, con una función de anudamiento entre real y simbólico. 
Excedería a la transferencia porque excedería al sujeto supuesto saber, en cuanto surgiría
precisamente allí donde hay encuentro con la imposibilidad de un saber inscribible sobre la
relación sexual.
¿Acaso marca esto el momento de emergencia del deseo del analista? «El deseo del analista no
es un deseo puro, es un deseo de alcanzar la diferencia absoluta» (Los cuatro conceptos ... ).
Por «diferencia absoluta» habría entonces que entender «diferencia sexual». «Absoluta», pues
no instaura ninguna relación entre los sexos.
Los equívocos gramaticales de la fórmula
«sujeto supuesto saber»
A partir de 1964, esta fórmula constituye el eje en torno al cual gira la noción de transferencia, y
esto hasta el último seminario de Lacan (La Dissolution). No obstante, se trata de una fórmula lo
bastante flexible como para recibir interpretaciones que la modulan, principalmente en función del
cambio de la relación de Lacan con el saber del analista. Su equivocidad gramatical se presta a
las inversiones de sentido y autoriza por ello una inversión de la posición del sujeto en la
transferencia, con lo cual desde el punto de partida resulta «pensable» un final para esta última.
El verbo «saber» puede entenderse como transitivo, activo, con un sujeto agente, lo que dota al
saber de un complemento de objeto: el sujeto es supuesto saber algo, y la atención se dirige
entonces hacia ese algo que es a saber. A la inversa, «saber» puede también entenderse como
verbo intransitivo, sin complemento de objeto; se entiende entonces más bien la puesta en
cuestión de la existencia de un sujeto supuesto al saber: si es supuesto (¿qué lo supone?),
¿cómo podría éI saber?
Esta doble polaridad de la fórmula implica la existencia de un sujeto dividido, latente en ese
estado, pero que a término puede ser engendrado por el acto analítico. Ésta es una fórmula
doble que pone en cuestión lo mismo que autoriza. En la continuación de sus seminarios, Lacan
procede a variar su interpretación en función de esta equivocidad. Después de 1969, es decir,
después de haber llamado saber al significante S2, Lacan privilegia la interpretación intransitiva
de la fórmula.
En 1972 (el 10 de mayo) Lacan dice que «sujeto supuesto saber» es un pleonasmo, pues un
sujeto nunca es más que supuesto, por debajo, hypokeimenon, término éste de Aristóteles que el
propio Lacan retoma por primera vez, En Aun se puede leer una frase que resume la vertiente
«intransitiva» de la fórmula del sujeto supuesto saber: «Decir que hay sujeto no es sino decir
que hay hipótesis». En 1978, en Le Moment de Conclure (10 de enero), Lacan precisa lo que
sería el saber que hay que esperar del analista en posición de sujeto supuesto saber: un
supuesto saber leer «de Otro modo» [Autrement]. «De Otro modo [Autrement] designa una falta.
Es de faltar de Otro modo que se trata. » 
La emergencia de este saber leer de Otro modo, ¿no corresponde justamente a un cambio total
de la fórmula, a una desuposición de un sujeto agente de un (supuesto) saber que tiene un
complemento de objeto directo? Es decir, ¿no corresponde a la emergencia, a partir incluso del
sujeto supuesto saber, y por lo tanto no sin él, del sujeto del inconsciente? Es posible deducirlo
de ciertos pasajes de Aun: «En el discurso analítico de ustedes -dice Lacan-, el sujeto del
inconsciente, ustedes lo suponen saber leer».
Por otra parte, si sujeto y supuesto son pleonásticos, ¿qué es lo supuesto en el sujeto supuesto
saber? Un saber es supuesto a un sujeto él mismo supuesto. Esto era ya legible en el algoritmo
de la transferencia que figura (y solamente allí) en la «Proposición del 9 de octubre de 1967», en
la que tanto el sujeto como el saber aparecen debajo de la barra. El sujeto supuesto al saber y el
sujeto del inconsciente son ambos atribuciones, suposiciones, cosas que están debajo. Se
asemejan uno al otro como conciencia e inconsciente en una equivocación ([une bévuel
Unbewusste): «Equivocación es el único sentido que nos queda para esta conciencia. Esto es
muy inquietante, porque esta conciencia se asemeja mucho al inconsciente» (10 de mayo de
1977).
El recubrimiento del sujeto supuesto saber por el sujeto del inconsciente es evocado por las
palabras de Lacan en 1978, en oportunidad de las jornadas de estudio sobre el pase: «Para
constituirse como analista hay que estar tremendamente chiflado; chiflado por Freud,
principalmente. Es decir, creer en esta cosa absolutamente loca que se llama el inconsciente y
que he tratado de traducir como sujeto supuesto saber» (Lettres de l’ÉFP, nº 23).
El equívoco gramatical de la fórmula «sujeto supuesto saber», de la cual hemos partido,
corresponde aparentemente al recubrimiento del sujeto supuesto saber por el sujeto del
inconsciente. Existe un momento, asociado a un lugar lógico, en el que son indiscernibles,
indiferenciados. Si el inconsciente es un saber, si un saber es una conexión de significantes, si
el significante representa a un sujeto (del inconsciente) para otro significante, y si el sujeto es
por definición supuesto, entonces ya no se distingue lógicamente el sujeto del inconsciente del
sujeto supuesto saber. El problema que plantea esta indiferenciación es nada menos que la
salida de la transferencia. El encuentro de un nivel de indiferenciación del sujeto supuesto saber
y el sujeto del inconsciente, ¿no entraña el riesgo de que el sujeto prolongue el amor corriente de
transferencia en un amor a su inconsciente? ¿No hace esto imposible el fin del análisis? Ahora
bien, que por primera vez en la historia nos sea posible rehusarnos a amar nuestro inconsciente:
precisamente en estos términos sostiene Lacan la apuesta de lo real [reel, I'R, l'erre] al final de
Les non-dupes errent.
Para superar la indiferenciación de estos dos sujetos se necesita un tercer término. Después de
haber relacionado la transferencia con el sujeto supuesto saber, en 1964, Lacan advierte que
hay un problema vinculado a la indeterminación del sujeto, y habla de él en Les problémes
cruciaux (1965). Desea, dice, que el análisis desemboque en otra cosa que en una identificación 
del sujeto indeterminado (el sujeto del inconsciente) «con el sujeto supuesto saber, es decir, con
el sujeto del engaño» (19 de mayo de 1965). ¿En qué medida es esto posible? En la medida en
que hay un «tercer jugador que se llama la realidad de la diferencia sexual». De allí «toma el
sujeto su nueva certidumbre, la de albergarse en la pura falta del sexo». En ese tercer polo, el
de la realidad de la diferencia sexual, no hay una falta en saber sino un interdicto de saber,
«todo resulta de un "no se quiere saber nada de ello"» (en 1965 no estamos aún en el «no hay
relación sexual»). A esto se añade que la verdad de ese tercer polo hace retorno en el síntoma.
En este sentido, desde 1965 Lacan se ve llevado a hablar de otra división que la del sujeto y el
saber: la división entre sujeto y síntoma: «La división de sujeto y síntoma es la encarnación del
nivel en que la verdad retoma sus derechos y bajo la forma de ese real no sabido, de ese real
imposible de agotar que es ese real del sexo» (9 de junio de 1965). En la perspectiva que hemos
desarrollado, lo real, como imposible saber de la relación sexual, sería lo que le permite a la
transferencia conducir a otra cosa que la identificación con el sujeto supuesto saber, aunque
enmascarado como sujeto del inconsciente.
Sujeto supuesto saber y objeto a
Teniendo en cuenta que Lacan hace girar la cuestión de la transferencia en tomo al objeto a (en
Le Transfert y en LAngoisse), uno puede preguntarse cómo se articulan sujeto supuesto saber
y objeto a en la transferencia. Según Lacan, objeto a y sujeto supuesto saber pueden
considerarse dos modalidades lógicas de acceso a la transferencia. El objeto a se situaría en el
plano de lo posible («Este objeto a está situado por cada uno y todos en el campo del Otro, y
esto es lo que se llama la posibilidad de la transferencia», 3 de julio de 1963) y el sujeto supuesto
saber en el plano de lo necesario («La transferencia es impensable a menos que se tome su
punto de partida en el sujeto supuesto saber», Los cuatro conceptos ... ). Con estos términos
(sujeto supuesto saber y objeto a) Lacan intenta articular el plano de la determinación científica,
significante, del sujeto, y el de la realización efectiva, contingente, con un analista.
La maniobra de la transferencia está sometida a los gajes de la práctica; depende del deseo del
analista y de su saber-hacer. «El sujeto supuesto saber, eso es alguien que sabe; él sabe el
truco, la manera de curar una neurosis» (julio de 1978, Lettres de l’EFP, nº 25). La salida del
análisis no se presenta según la modalidad de lo necesario y no es determinable de antemano.
Esta operación no es necesaria, es posible si uno le da su oportunidad al objeto a.
El sujeto supuesto saber permite situar la transferencia con respecto al sujeto de la ciencia,
sobre el que operamos en psicoanálisis, y cuyo origen lógico deriva del acto significante del
cogito. Con él se relaciona la transferencia en las diferentes estructuras clínicas, incluso en las
psicosis. Como en el caso de las neurosis y las perversiones, existe lo que Lacan llama una
«coalescencia» (D'un Autre à l'autre, 1969) de la estructura clínica con una modulación del 
sujeto supuesto saber.
Hay sujeto supuesto saber al principio y al final del análisis. «Esta suposición es muy útil para
emprender la tarea analítica» (7 de febrero de 1968), pero también, dice Lacan en l’Acte
psychanalytique, el sujeto supuesto saber es objeto de una cita fijada para más tarde: «Al
comienzo, el psicoanalizante toma su bastón y carga su alforja para acudir a la cita con el sujeto
supuesto saber» (24 de enero de 1968). Sólo llegará a esa cita de una cierta manera al final,
cuando justamente vacila la ilusión del sujeto supuesto saber: «La operación del acto analítico
debe reducir este sujeto supuesto saber a la función del objeto a; en esto se ha convertido, en
un análisis, aquel que lo ha fundado en un acto, a saber, el propio psicoanalista» (24 de enero
de 1968).
Se encuentra al sujeto supuesto saber cuando el analista, al término del análisis, se convierte en
él «por hipótesis». Se convierte en él por hipótesis en el momento en que el sujeto supuesto
saber es «eliminado», en que «cae». El analista habrá sido el sujeto supuesto saber cuando su
función se reduce a la del objeto a, desecho, residuo del saber. La operación de des-ser que
sufre el sujeto supuesto saber -y que representa el acto analítico- consiste en el reparto entre
los dos partenaires, analista y analizante, de los dos términos del fantasma, 1 y a; el analizante
no es todo-sujeto pues, dividido, es «no-todo», y es no-sin ese objeto rechazado al lugar
preparado por la presencia del psicoanalista para que él se sitúe en esa relación de causa de su
división de sujeto; toda la verdad del síntoma no se ha convertido en saber, queda un resto que
se llama objeto a. El saber obtenido es una «realización significante juntada a una revelación del
fantasma» (20 de marzo de 1968).
Al final del análisis está por un lado el S, «simbolizado por ese momento fulminante del, entre-dos
mundos del despertar de un sueño hipnótico» (21 de febrero de 1968), y por el otro el a en tomo
al cual se han instaurado los revestimientos narcisistas que dan soporte al amor. El sujeto que
adviene no es el sujeto del saber sino el sujeto de la certidumbre, una certidumbre anticipada (cf.
«El tiempo lógico») en la prisa por concluir y verificada retroactivamente por las escansiones. No
es sujeto supuesto saber, puesto que no es todo saber, pero tampoco no sin saber.
Para cada uno, el fracaso en totalizar un saber del final del análisis cuando uno se encuentra en
ese momento, es una de las razones que justifican el testimonio indirecto del procedimiento del
pase, en el que se pone en el banquillo el deseo del analista, ese deseo que no es otro que
«llevar al paciente a su fantasma original; no es nada a enseñarle, es aprender de él cômo
hacer» 
Transferencia
Transferencia
Alemán: Übertragung. 
Francés: Transfert. 
Inglés: Transference.
fuente(50) 
Término introducido progresivamente por Sigmund Freud y Sandor Ferenczi (entre 1900 y 1909)
para designar un proceso constitutivo de la cura psicoanalítica, en virtud del cual los deseos
inconscientes del analizante concernientes a objetos exteriores se repiten, en el marco de la
relación analítica, con la persona del analista, colocado en la posición de esos diversos objetos. 
Históricamente, la noción de transferencia adquirió toda su significación con el abandono por el
psicoanálisis de la hipnosis, la sugestión y la catarsis.
El término transferencia no es exclusivo del vocabulario psicoanalítico. Utilizado en numerosos
ámbitos, implica siempre la idea de desplazamiento, transporte, sustitución de un lugar por otro,
sin que la operación afecte la integridad del objeto.
Todas las corrientes del freudismo consideran que la transferencia es esencial para el proceso
psicoanalítico. Pero son múltiples las divergencias entre las diferentes escuelas; se refieren a su
lugar en la cura, a su manejo por el analista, al momento y los medios de su disolución. Un siglo
después del nacimiento del psicoanálisis, el concepto de transferencia es aún objeto de un
debate contradictorio, cuyo origen se encuentra en la historia de su reconocimiento, de su
evaluación teórica y de su utilización por Freud después del abandono de la hipnosis y la
catarsis.
En primer lugar, siguiendo a Henri F. Ellenberger, observaremos que la existencia de la
transferencia quedó atestiguada, antes de Freud, por una copiosa terminología: rapport,
influencia sonambúlica, necesidad de dirección, traslado afectivo, etcétera.
De hecho, la innovación freudiana consistió en reconocer en ese fenómeno un componente
esencial del psicoanálisis, al punto de que este nuevo método se distingue de todas las otras
psicoterapias por poner en juego la transferencia como instrumento de curación. Pero este
reconocimiento no fue espontáneo y, hasta el final de su vida, Freud siguió sorprendiéndose
ante la recurrencia del fenómeno (Esquema del psicoanálisis).
Al principio, en los Estudios sobre la histeria y en La interpretación de los sueños, aprehendió
la transferencia como un desplazamiento de investidura en el nivel de las representaciones
psíquicas, más bien que como componente de una relación terapéutica.
Retrospectivamente, se puede reconocer la función esencial de la transferencia en el relato del
caso "Anna O." (Bertha Pappenheim) por Josef Breuer, aunque, si se considera el punto con
más atención, el comentario que acompaña a este historial es aún muy poco teórico.
En la oportunidad del análisis de Dora (Ida Bauer), en 1905, Freud hizo verdaderamente su
primera experiencia, negativa, de la materialidad de la transferencia. A pesar suyo, atestiguó que
el analista desempeña por cierto un papel en la transferencia del analizante. Al negarse a ser el
objeto del transporte amoroso de su paciente, Freud opuso una resistencia que desencadenó a
su vez una transferencia negativa de aquélla. Unos años más tarde, Freud denominó
contratransferencia a este fenómeno.
En 1909 Sandor Ferenczi observó que hay transferencia en todas las relaciones humanas: entre 
maestro y discípulo, entre médico y enfermo, etcétera. Pero vio también que en el análisis, así
como en la hipnosis y la sugestión, el paciente ubica inconscientemente al terapeuta en una
posición parental.
En la misma fecha, en su informe sobre el análisis de un caso de neurosis obsesiva (Ernst
Lanzer), Freud comenzó a ceñir el hecho de que los sentimientos inconscientes del paciente
respecto del analista son manifestaciones de una relación reprimida con las imagos parentales.
En 1912, en "Sobre la dinámica de la transferencia", primer texto exclusivamente dedicado a la
cuestión, distinguió la transferencia positiva, hecha de ternura y amor, y la transferencia
negativa, vector de sentimientos hostiles y agresivos. A ellas se añadían las transferencias
mixtas, que reproducían los sentimientos ambivalentes del niño respecto de los padres. En 1920,
en Más allá del principio de placer, Freud aún se sorprendía ante el carácter repetitivo de la
transferencia. Constatando que esa repetición se refería siempre a fragmentos de la vida sexual
infantil, vinculó la transferencia con el complejo de Edipo, concluyendo que la neurosis original
era reemplazada en la cura por una neurosis artificial o "neurosis de transferencia". En el
proceso analítico esta última debía llevar al paciente a un reconocimiento de la neurosis infantil.
Según la teoría de la seducción, abandonada en 1897 pero cuyas huellas no se borraron nunca
totalmente, la transferencia es un obstáculo al trabajo de rememoración, y una forma
particularmente tenaz de resistencia, indicio de la proximidad del retorno de los elementos
reprimidos más cruciales.
Con el desarrollo de la teoría del fantasma, Freud se alejó de la noción de rememoración. Aunque
seguía ligando la resistencia a la transferencia, puso el acento en la importancia de la utilización
de esta última como vía de acceso al deseo inconsciente.
En 1923, en "Dos artículos de enciclopedia", Freud concibe la transferencia como un terreno en
el que hay que lograr una victoria. En efecto, si el analista la utiliza es "el más poderoso medio
auxiliar del tratamiento". Desde entonces, lo que retiene toda la atención de Freud es el amor de
transferencia. Con esa expresión designa los casos en que la paciente (por lo general es una
mujer) declara estar enamorada de su analista. Después de haber observado que por cierto se
trataba de un proceso transferencial, puesto que el sentimiento se repetía al cambiar de analista,
Freud subrayó la absoluta necesidad de que el terapeuta respetara la regla de abstinencia: no
sólo por razones éticas, sino sobre todo para que pudiera perseguirse el objetivo del análisis. En
este caso, en efecto, la resistencia al análisis toma la forma de un amor: el trabajo apuntará a
recobrar los orígenes inconscientes de esa manifestación que invade la transferencia.
Después de Freud, a la cuestión de la transferencia se han dedicado una multitud de trabajos,
cada uno de los cuales trató de repensar el concepto en armonía con las inflexiones o las
modificaciones sucesivamente introducidas en la teoría original.
Melanie Klein concibe la transferencia como una nueva puesta en juego (reenactment), durante 
la sesión, de la totalidad de los fantasmas inconscientes (o phantasmes) del paciente. Desde la
perspectiva kleiniana, en efecto, el fantasma no es sólo la expresión de defensas mentales
contra la realidad, sino la manifestación de las pulsiones. En consecuencia, el yo se constituye
de manera más compleja que en la concepción de Freud, y sobre todo en un período anterior:
"Sostengo -escribió Melanie Kleinque la transferencia se origina en los mismos procesos [de
amor y odio, agresión y culpa] que en los estadios más precoces' determinan las relaciones
objetales [.. . ]. Durante años, y en cierta medida todavía hoy, la transferencia ha sido entendida
en los términos de una referencia directa al analista. Mi concepción de una transferencia
enraizada en los estadios más precoces del desarrollo, y en las capas profundas del
inconsciente, es mucho más amplia, y supone una técnica mediante la cual se deducen los
elementos inconscientes de la transferencia en la totalidad del material presentado. Por ejemplo,
lo que dicen los pacientes sobre su vida cotidiana, sus relaciones y sus actividades no sólo
permite comprender el funcionamiento del yo; si exploramos su contenido inconsciente, también
revela las defensas contra las angustias suscitadas en la situación de transferencia."
Más tarde, los kleinianos y los poskleinianos, en particular Wilfred Ruprecht Bion, construyeron
un nuevo marco de la cura, muy diferente del de los freudianos, con reglas precisas, y sobre
todo con un manejo de la transferencia que tiende a excluir de la situación analítica cualquier
forma de realidad material, en beneficio exclusivo de la realidad psíquica, conforme a la imagen
que el psicótico se forma del mundo y de sí mismo. Para los kleinianos, todo acto (gesto o
palabra) que se produce en la cura debe interpretarse como la esencia misma de una
manifestación contratransferencial, sin relacionarlo con una realidad externa. De allí la creación
de la expresión acting in, junto a acting out. Si un paciente se rasca la mano en el diván, si tiene
dolor de cabeza, esto no será observado solamente en función de la posible realidad somática
de su irritación cutánea o su migraña, sino que en primer lugar será relacionado, mediante una
interpretación, con el universo fantasmático del analista, convencido de que ha "inducido" ese
acto sin advertirlo. Esta concepción kleiniana y poskleiniana de la transferencia, que consiste en
volcar del lado del analista una modalidad de la relación de objeto propia de la psicosis a fin de
comprender mejor la naturaleza de la transferencia psicótica, se aproxima a la sugestión y la
telepatía o, más exactamente, como dice Freud, a la "transferencia de pensamiento".
Fuera de la orientación kleiniana, los desarrollos de la reflexión posfreudiana se han
caracterizado por tomar en cuenta cada vez con mayor insistencia la eficiencia y la participación
inconsciente del analista en la instauración de la transferencia.
A partir de la primacía atribuida a la relación con la madre en la evolución del sujeto, Donald
Woods Winnicott ha desarrollado una concepción de la transferencia como repetición del vínculo
materno. De allí el abandono de la neutralidad estricta, lo que no deja de recordar la técnica
activa de Ferenczi. El management (gestión, dirección) de Winnicott consiste en dejar que el
paciente aproveche las fallas y los desfallecimientos del analista. Es particularmente eficaz en
los casos de pacientes frágiles, en los cuales la sugestionabilidad se pone de manifiesto por un
falso self. 
En la década de 1970, Heinz Kohut, con la intención de transformar el marco de la cura, que
consideraba demasiado ortodoxo, elaboró el concepto de una transferencia narcisista o
-transferencia en espejo". Para Kohut, el paciente vive al analista como una prolongación de sí
mismo, y el analista debe aceptar esta relación transferencia] en la medida en que ella permite
una restauración del self (o "sí-mismo profundo" del paciente), cuya herida, verdadera patología
narcisista, está relacionada con las dificultades vividas en la relación arcaica con la madre.
Jacques Lacan abordó primeramente la transferencia en su lectura del caso "Dora", en 195 1:
"Intervención sobre la transferencia". Ese año definió la relación transferencia¡ como una serie
de inversiones dialécticas, y subrayó que los momentos "fuertes" de la transferencia se
inscriben en los tiempos "débiles" del análisis. En cada inversión, el analizante avanza en el
descubrimiento de la verdad.
Más tarde, en su seminario de 1954-1955, dedicado al yo y a los escritos técnicos de Freud,
Lacan inscribió la transferencia en una relación entre el yo del paciente y la posición del gran
Otro. Su problemática no había roto aún totalmente con las lecturas psicologizantes del texto
freudiano: el Otro sigue siendo concebido como sujeto, y si el analista obstaculiza el
establecimiento o la terminación de la transferencia, ello se debe a que pone por delante su
propio yo.
En el marco de su seminario de 1960-1961, dedicado a la transferencia, Lacan introdujo el
concepto de deseo del analista para aclarar la verdad del amor de transferencia. En su
demostración, una de las más luminosas sobre el tema, se basó en el Banquete de Platón. El
diálogo pone en escena a seis personajes que rodean a Sócrates; cada uno de ellos expresa
una concepción diferente del amor. Están allí un discípulo de Gorgias, el poeta Agatón, cuyo
triunfo se celebra, y Alcibíades, un joven político de gran belleza, de quien Sócrates ha
renunciado a ser amante por preferir el amor al Bien Supremo y el deseo de inmortalidad, es
decir, la filosofía.
Desde la Antigüedad, los comentadores habían subrayado el modo en que Platón utilizó el arte
del diálogo para hacer que los personajes enunciaran las tesis sobre el amor, concerniente
siempre a un deseo conscientemente nombrado. Ahora bien, la originalidad de Lacan consistió
en ubicar a Sócrates en el lugar de intérprete del deseo de sus discípulos. Convertido en
analista, Sócrates no escoge la temperancia por amor a la filosofía, sino porque tiene el poder de
significarle a Alcibíades que el verdadero objeto de su deseo no es él mismo (Sócrates), sino
Agatón. Ésa es precisamente la transferencia. Está hecha de la misma materia que el amor
común, pero es artificio, puesto que se dirige inconscientemente hacia un objeto reflejado en
otro: Alcibíades cree desear a Sócrates, pero en realidad desea a Agatón.
Después de este desarrollo, Lacan introdujo una nueva perspectiva en su seminario de
1961-1962, dedicado a la identificación. La transferencia aparece allí como la materialización de 
una operación del ámbito del engaño, que consiste en que el analizante instale al analista en la
posición de "sujeto supuesto saber", es decir, que le atribuya el saber absoluto.
Finalmente, en su seminario de 1964, Lacan postuló la transferencia como uno de los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis, junto al inconsciente, la repetición y la pulsión. La
definió como la puesta en acto, por la experiencia analítica, de la realidad del inconsciente. Esta
perspectiva lo llevó a anudar la transferencia con la pulsión. 
Transferencia
Transferencia 

fuente(51) 
s. f. (fr. transfert; ingl. transference; al. Übertragung). Lazo del paciente con el analista, que se
instaura de manera automática y actual y reactualiza los significantes que han soportado sus
demandas de amor en la infancia, y que da testimonio de que la organización subjetiva del
individuo está comandada por un objeto, llamado por Lacan objeto a.
Fue con ocasión del fracaso del tratamiento catártico de Anna O. con J, Breuer cuando S. Freud
se vio llevado a descubrir y a tener en cuenta el fenómeno de la trasferencía, lo que lo hizo
renunciar a la hipnosis.
Características de la transferencia. El establecimiento de este lazo afectivo intenso es
automático, inevitable e independiente de todo contexto de realidad. Puede suceder que ciertas
personas sean «ineptas» para la trasferencia, pero, si es así, no producen demanda de análisis,
demanda que, en sí, implica de entrada una dimensión trasferencial: el paciente se dirige a
alguien al que supone un saber. Fuera del marco del análisis, el fenómeno de la trasferencia es
constante, omnipresente en todas las relaciones, sean estas profesionales, jerárquicas,
amorosas, etc. En ese caso, la diferencia con lo que pasa en el marco de un análisis consiste en
que los participantes son presa cada uno por su lado de su propia trasferencia, de lo que la
mayor parte de las veces no tienen conciencia. De este modo, no se instituye el lugar de un
intérprete tal como lo encarna el analista en el marco de la cura analítica. A través de su análisis
personal, en efecto, el analista se supone que está en condiciones de conocer lo que teje sus
relaciones personales con los otros, de modo de no venir a interferir en lo que sucede del lado
del analizante. Esta es además una condición sine qua non para que el analista esté disponible y
a la escucha del inconciente.
Importa, y ya desde el primer momento, que el analista pueda registrar las diversas figuras que
encarna para su paciente. Por ejemplo, es la insistencia misma de Freud en querer llevar a Dora
a reconocer un deseo inconfesado hacia el Sr. K. la que lo extravía y provoca la detención del
tratamiento. ¿Qué ha ocurrido? Freud, sin saberlo, ha sido colocado por Dora en este lugar del
Sr. K. Ya la insistencia de Freud da testimonio de que no se había dado cuenta de ello y de que
no hizo sino retomar la insistencia del Sr. K. Por tal causa, Freud ya no ocupaba más el lugar de
intérprete, que le hubiera permitido interpretar lo que allí estaba puesto en acto.
¿Qué son los fenómenos de trasferencia? En el análisis del caso Dora (Fragmento de análisis
de un caso de histeria, 1905), Freud dice: «Son nuevas ediciones, copias de tendencias y
fantasmas que deben ser despertados y hechos concientes por el progreso del análisis, y cuyo
rasgo característico es remplazar una persona anteriormente conocida por la persona del
analista». El carácter inevitable y automático de la trasferencia se acompaña en el paciente, en el
momento de la revivencia de tal o cual afecto, de una total ceguera. El paciente olvida 
completamente que la realidad del encuadre analítico no tiene nada que ver con la situación
vivida antiguamente, que suscitó entonces ese afecto. En este punto resulta decisiva la
intervención del analista, aun cuando a veces esté limitada a un silencio atento, pero que, de un
modo u otro, da cuenta de que el analista ha comprendido en qué lugar lo ubica el paciente
(padre, madre, etc.). Por otra parte, el analista sabe que no hace más que prestarse a ese papel.
Esta discriminación mantenida por el analista le permite al paciente, en el après-coup, analizar
esta trasferencia y con ello progresar.
Transferencia positiva y transferencia negativa. Al hablar de la trasferencia, Freud distingue la
trasferencia positiva y la trasferencia negativa. Se vio llevado a hacer esta distinción cuando
comprobó que la trasferencia podía llegar a ser la resistencia más fuerte opuesta al tratamiento,
y se preguntó por las razones de ello. Esta distinción responde a la necesidad, según Freud, de
tratar diferentemente estas dos clases de trasferencia. La trasferencia positiva se compone de
sentimientos amistosos y tiernos concientes, y de otros cuyas prolongaciones se encuentran en
el inconciente y que manifiestan tener, todos ellos, un fondo erótico. En oposición, la trasferencia
negativa concierne a la agresividad hacia el analista, a la desconfianza, etc. Para Freud (Sobre
la dinámica de la trasferencia, 1912), «la trasferencia sobre la persona del analista no
desempeña el papel de una resistencia sino en la medida en que se trata de una trasferencia
negativa, o de una trasferencia positiva compuesta de elementos eróticos reprimidos».
Por el contrario, la trasferencia positiva, á través del establecimiento de la confianza por parte
del paciente, le permite hablar con más facilidad de cosas difícilmente abordables en otro
contexto. Es evidente, por supuesto, que toda trasferencia está constituida simultáneamente por
elementos positivos y negativos.
Transferencia y resistencia. La trasferencia se presenta por lo tanto como un arma de doble filo:
por una parte, es lo que le permite al paciente sentirse en confianza y tener ganas de hablar, de
intentar descubrir y comprender lo que le pasa; por otra parte, puede ser el lugar de las
resistencias más obstinadas al progreso del análisis. Efectivamente, de la misma manera que en
los sueños, el paciente en análisis da a los afectos que se ve llevado a revivir un carácter de
actualidad y de realidad, contra toda razón y sin tener en cuenta lo que realmente son. En Sobre
la dinámica de la trasferencia, Freud dice: «Nada es más difícil en el análisis que vencer las
resistencias, pero no olvidemos que estos fenómenos, justamente, nos brindan el servicio más
precioso al permitirnos traer a la luz las mociones amorosas secretas y olvidadas de los
pacientes, y al conferirles a estas mociones un carácter de actualidad, ya que, en definitiva,
nadie puede ser muerto in absentía o in effigie».
En tanto la trasferencia es el lugar y la ocasión de la reproducción de estas tendencias, de estos
fantasmas, Freud dice que la trasferencia no es sino un fragmento de repetición, y que «la
repetición es la trasferencia del pasado olvidado no sólo sobre la persona del médico, sino
también sobre todos los otros aspectos de la situación presente» (Recordar repetir y reelaborar,
1914). Es aquí donde interviene el papel de la resistencia: cuanto más grande es la resistencia a 
recordar, más se impone la puesta en actos, es decir, la compulsión a la repetición. A través del
manejo de la trasferencia, esta compulsión a la repetición va a trasformarse poco a poco en una
razón para acordarse, y así permitirá progresivamente al paciente reapropiarse de su historia.
La contratransferencia. El acompañamiento obligado de la trasferencia es la contratrasferencia
del analista, entendida como la suma de los afectos suscitados en él por su analizante. Conviene
que el analista esté en condiciones de analizarla para evitar que llegue a impedir el
funcionamiento del análisis, desviando al analista de una posición correcta. Lacan, sin embargo,
pone en guardia contra la tendencia a concebir la relación analítica de un modo dual y simétrico,
y no alienta el análisis de la contratrasferencia, que él redefiniría más adecuadamente como lo
que el analista reprime de los significantes del analizante. Nos invita más bien a tomar en cuenta
el hecho de que, cuando un paciente se dirige a un analista, le supone, por adelantado, un saber
sobre lo que busca en sí mismo. El analista, por el simple hecho de que se le habla, es utilizado
por el analizante como soporte de una figura del Otro, de un sujeto supuesto al saber
inconciente. Lacan nos recuerda que no puede haber palabra proferida ni tampoco pensamiento
elaborado sin esta referencia a un gran Otro al que implícitamente nos dirigimos y que sería el
garante de un buen orden de las cosas. De ello resulta que la trasferencia sólo existe como
fenómeno que acompaña el ejercicio de la palabra. Sin ejercicio de la palabra, no habría
trasferencia posible.
Resolución de la transferencia. La resolución de la trasferencia corresponde al desarrollo de
ese lugar de la falta del analizante, que no es otra cosa que el punto en el que se origina su
deseo, punto que corresponde a la ausencia de respuesta última del Otro, que no es rechazo de
respuesta sino ineptitud radical, fundante, para responder a la demanda del sujeto. La
persistencia de la trasferencia da testimonio de que el sujeto continúa esperando que este Otro
termine por decidirse a responderle. Mientras el sujeto permanezca captado por esta esperanza,
o si, por el contrario, esta esperanza se trasforma en decepción, la trasferencia no se resuelve.
Se trata de que el sujeto, a través de la experiencia de la trasferencia, descifre cuáles son los
términos de esta demanda que le dirige al Otro, y que luego consienta en que esta demanda
permanezca sin respuesta, no por causa de un desfallecimiento o de una mala voluntad de este
Otro, sino por el hecho estricto de su relación con el lenguaje en tanto sujeto hablante, relación
que lo confronta irreductiblemente con la falta de significante en el Otro. 


Transferencia de las predominancias estructurales
fuente(52) 
Definición
Entendemos que la pareja transfiere en el análisis aquellos procesos que, constituyendo ejes
centrales, son preponderantes en su estructura. En el Psicoanálisis de Pareja nos interesamos
por la transferencia en sentido amplio y en sentido restringido. En sentido amplio, como parte
constituyente del vínculo: fueron movimientos transferenciales los que lo fundaron y dieron lugar
al armado de una estructura vincular. Ahora bien: dicha estructura vincular no es fija, en tanto lo
producido por su intercambio con el medio (estructura vincular, estructura abierta) no es 
reversible, esto es, no puede volver al mismo estado previo a que el intercambio ocurriera. La
idea de estructura vincular sujeta al impacto de los nuevos acontecimientos, nos llevó a hablar
de "predominancias estructurales". Las mismas se pondrían en juego en la transferencia en
sentido restringido, esto es, la puesta en escena con el analista y para él.
Origen e historia del término
No cabe duda de que Freud se formó con los fundamentos científicos de su época y fue fiel a
ellos. ¿Qué ha cambiado desde entonces? ¿Cómo se interroga la ciencia los fundamentos
freudianos?
La ciencia newtoniana hacía una descripción unitaria de la realidad. Es una descripción racional,
sujeta a una ley única de la cual se deducen todas las situaciones reales que describía.
Es una mecánica descrita en términos eternos: los fenómenos son sensibles, tienen movimientos
perpetuos que anulan la flecha del tiempo. El ejemplo clásico es el del movimiento del péndulo:
uno podría filmar ese movimiento y vería que no hay diferencias si pasara la película invertida : el
tiempo, entonces, no existe. Es una ilusión.
En el mundo idealizado de la ciencia clásica newtoniana, el rendimiento de las máquinas no daba
lugar a pérdidas. La máquina se limita a trasmitir íntegramente el movimiento que recibe: si los
movimientos se invierten, se le restituye a la máquina la totalidad de la energía utilizada para
producir el movimiento.
Ciencia, entonces, de los procesos reversibles, de la racionalidad y de la coherencia. Sin
embargo, hacia el siglo XIX surge un nuevo fenómeno: el descubrimiento de la termodinárnica.
La (hoy) sencilla máquina de vapor interroga los paradigmas científicos. Veámoslo.
La idea es que las diferencias de temperatura permiten flujos energéticos que hacen trabajar a
las máquinas. Pero estas máquinas están movidas por algo que desaparece sin retornar: el
combustible. ¿Dónde queda el ideal del viejo paradigma? Aquí, en la termodinámica, los procesos
no son reversibles sino (todo lo contrario) irreversibles.
La descripción de las estructuras disipativas marca la aparición de la flecha del tiempo en el
seno de la ciencia.
La diferencia entre los flujos "útiles" y los "disipados", perdidos para siempre, se conoce como 
"entropía".
El gran hallazgo, la verdadera revolución científica, es que los intercambios con el medio
provocan transformaciones que no son reversibles. Podrá ser útil para un sistema idealmente
aislado (un péndulo) la no producción de entropía (no hay diferencia entre los flujos útiles y
disipados porque no hay pérdida). Sin embargo, en todo sistema que interactúa con el medio
habrá producción de entropía, habrá cambio irreversible, habrá pérdida.
De manera que hoy la ciencia define de un modo diferente las cosas del mundo que en el
momento en que Freud concibe la estructura del aparato psíquico.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
Tomemos algunas definiciones del término transferencia: "proceso en el cual los deseos
inconscientes se actualizan en una relación, y más específicamente, en la relación con el
analista" o "repetición de prototipos infantiles vivida con marcado sentimiento de actualidad".
Si hemos elegido éstas dentro de las múltiples definiciones del concepto, es porque subrayan
que algo de los vínculos infantiles se revive en los presentes. Lo cual va abriendo un camino en
la necesaria reformulación de esta noción que no puede trasladarse al Psicoanálisis vincular, tal
como fuera planteada para el Psicoanálisis individual.
Ya en referencia al caso Dora, Freud había postulado que la transferencia no consiste sólo en el
reemplazo de una persona con la que existió un vínculo previo, sino que también se reemplaza la
relación entre los personajes.
La repetición del pasado es parte del bagaje con que se va al hallazgo de nuevos encuentros.
Pero es, a la vez, condición de conflicto dado que puede ser "falso enlace", "matrimonio
desigual", "pieza de repetición" u "obsesión demoníaca" bajo el imperio de la compulsión a la
repetición.
Aclaremos que el vínculo no es sólo una suma de transferencias recíprocas. Se le adscribe una
mayor complejidad otorgada por la existencia de dos polos y un conector que funciona como
sustrato y le confiere especificidad.
Cada uno de los polos debe tener algo que recuerde al objeto que se intenta reemplazar y al
mismo tiempo debe tener alguna razón para aceptar formar parte de la escena que el otro le
propone (Puget, J. 1992) 
El hecho de que las parejas presenten en forma privilegiada un funcionamiento dado al cual
ambos aportan, es lo que nos lleva a definir las predominancias estructurales.
La pareja escenificará en la transferencia los avatares de la constitución del vínculo y el tipo de
funcionamiento que se ha establecido en preponderancia.
Problemáticas conexas
Creemos que uno de los problemas importantes que se plantean alrededor de este tema tiene
que ver con la concepción del psiquismo que manejamos.
¿Pensamos en un aparato psíquico cerrado, predeterminado, o en un aparato psíquico abierto, y
por ende, con lugar al cambio, a los procesos de historización que permitan articular las
predominancias estructurales con las mutaciones azarosas que la presencia de la realidad
impone?
Lo que intentamos plantear, dentro del psicoanálisis de pareja, es que la oposición entre
estructura y acontecimiento pierde fuerza desde las nuevas concepciones. Es que una
fluctuación menor puede tener un rol esencial tanto en la creación de una estructura como en su
quiebre.
Por ello es que preferimos hablar de las "predominancias estructurales". Cuando hablamos de
transferencia, no lo hacemos solamente para referimos al vínculo con el analista y al lugar que
ocupa para la pareja.
Si bien toda mención de los integrantes del vínculo en sesión es transferencia, no lo es porque
se refiera al analista, sino porque lo que se pone en juego es la estructura que opera en
predominancia y que marcará un modo relacional de la pareja entre sí y con el mundo. La
presencia del analista convoca fuertemente a la escenificación de estos funcionamientos o
modos relacionales. 


Transferencia familiar
fuente(53) 
Definición
Transferencia familiar designa la disposición a actualizar la dimensión inconsciente de los 
vínculos familiares en la trama de transferencias radiales -con el analista- y laterales -de los
miembros entre sí-, emergente como producción en el contexto del dispositivo analítico familiar.
Dicha trama incluye y posiciona al analista -que es a la vez su condición de producción- en los
modos de la repetición/ creación propios de cada familia.
Origen e historia del término
En el corpus del Psicoanálisis, la transferencia es inicialmente presentada por Freud como un
peculiar desplazamiento, en el cual el deseo inconsciente disfrazado se expresa a través de su
enlace con una representación preconsciente, el resto diurno. A partir de los Escritos Técnicos,
transferencia designará la actualización de los deseos inconscientes sobre ciertos objetos,
dentro de una relación, y en particular en la relación analítica; repetición de prototipos infantiles,
vivida con un marcado sentimiento de actualidad. No obstante, destaco, la transferencia se abre
a su vez a la emergencia de lo nuevo. Se trata del despliegue de la realidad psíquica del paciente
-dimensión intrasubjetiva- en el vínculo paciente-analista. En relación con este concepto, la
sesión denominada individual es siempre bipersonal, y el proceso analítico no es posible, de
acuerdo con la enunciación freudiana, por fuera de tal relación. Es necesaria la presencia del
otro-analista para que el inconsciente se presentifique en esta sesión de dos. En tal sentido,
todo Psicoanálisis puede ser pensado como vincular, aun cuando la relación analítica posee
reconocidas peculiaridades entre otros vínculos humanos.
La consideración de la transferencia como eje del proceso terapéutico caracteriza y define
como tal a la situación clínica psicoanalítica. Dicho eje supone tres conceptos, íntimamente
articulados en la escena clínica: eje transferencia-resistencia-repetición, condición de
producción del proceso psicoanalítico. Por otra parte, la interpretación psicoanalítica se produce
en el campo mismo de la transferencia.
Freud señala, además, dos dimensiones que se confrontan en el seno mismo de la
transferencia, vastamente consideradas a lo largo de la historia del Psicoanálisis: una, en que
ésta se pone al servicio de la resistencia, y en tal sentido deviene obstáculo en el curso del
proceso analítico; otra, por la cual "es el terreno en el que debe obtenerse la victoria..."; y se
convierte a la vez, a partir de la maniobra del analista, en el más potente instrumento terapéutico,
motor del proceso.
Desarrollo desde la perspectiva vincular 
Poner a trabajar el concepto de transferencia en la clínica de las configuraciones vinculares, es
acorde con la definición de dicho ámbito como psicoanalítico. Es preciso señalar las
especificidades que la transferencia adquiere al desplegarse en el campo familiar. Existen, por
cierto, cualidades diferenciales entre la escena bipersonal de la transferencia con el analista y la
situación clínica familiar, en la que sus miembros repiten, recuerdan y a la vez generan
producciones novedosas entre sí, al mismo tiempo que con el analista. Es en relación con ello
que la transferencia se complejiza, y se organiza una red que incluye a todos: las denominadas
y recíprocas transferencias radiales, de cada miembro con el analista, y las laterales, de los
integrantes de la familia entre sí. Tomo en cuenta, en este caso, la definición de transferencia
tanto en su significación estricta, referida a la relación con el analista, como en su sentido
amplio. En conexión con éste, la transferencia es una dimensión propia e ineludible de todo lazo
humano, particularmente operante en los vínculos significativos. Dicha red transferencial implica
también un entrecruzamiento de fantasías, enhebradas en la trama fantasmática que define y
dibuja la "otra escena" familiar.
Aun cuando la transferencia, en su definición original, ya citada, lo es del sujeto, el dispositivo
analítico familiar precipita aquellas transferencias articulables con las de los otros familiares
sometidos a un mismo contexto e influyéndose recíprocamente. He caracterizado así una
"situación transferencial familiar": "...si bien es posible en las sesiones familiares recortar
diferentes transferencias singulares, todas ellas cobran sentido por su posición relativa
respecto de las transferencias de los otros sujetos incluido el analista".
Refiere entonces a la articulación de transferencias singulares, pero emergentes en el marco de
un dispositivo multipersonal que da ocasión a la articulación de un conjunto. Dicha trama
transferencial, única, es producida en ese contexto específico; sería pues inabordable en
cualquier otro ámbito terapéutico.
Por la eficacia del dispositivo, que abre al reconocimiento de vertientes inconscientes de la
escena clínica, se produce el relato conjunto familiar, en el cual asoman producciones que
permiten la aproximación a dicho nivel; y se despliegan a la par singulares configuraciones
transferenciales. A través de éstas se ponen en juego, a su vez, por fuera del discurso,
dimensiones ligadas al acto y la pulsión, emergentes más allá de la palabra.
En este contexto analítico puede manifestarse la discrepancia entre el otro-familiar, personaje
presente en la sesión en ejercicio de una función del parentesco, y las ¡magos internas sobre él
transferidas por los otros sujetos; la clínica familiar da así la oportunidad de confrontación entre
el "otro" del fantasma intrasubjetivo y el personaje familiar correspondiente a dicha
transferencia. Se revela de este modo, a veces abruptamente, la distorsión fantasmática propia
del vínculo. El otro-familiar, aquí y ahora, y el del pasado -relación de objeto- nunca coinciden. 
Cierta confrontación con una dimensión encubierta del otro y de sí mismo, es propia de los
encuadres vinculares y se despliega en la red transferencia], que constituye una producción
específica de cada dispositivo. Por otra parte, la escena transferencia¡ ampliada asigna al
psicoanálisis familiar, con cierta frecuencia, una crudeza más próxima a la del conflicto original,
sin la intermediación que implica el desplazamiento al "falso enlace" con el analista.
Una incipiente transferencia se juega en la demanda primera, que lleva al paciente-familia a la
consulta. Durante las entrevistas preliminares, se da un proceso de reformulación de dicha
demanda inicial, o una construcción de demanda, correlativas a la fundación propiamente dicha
de la transferencia y a la instauración del dispositivo. En tal sentido, el proceso de la consulta
familiar dará -o no- fundamento a un posterior psicoanálisis de familia.
De tal manera, la transferencia, sólo esbozada en la consulta y fundada en algún instante
impredictible de los primeros encuentros, se instala, se reformula y va constituyendo diversas
configuraciones, adecuadas a los distintos momentos del proceso terapéutico y específicas, en
la singularidad de cada análisis familiar.
En la escena propia de la sesión familiar, el analista es condición. Su presencia sostiene el
dispositivo y sustenta la transferencia, posibilitando el despliegue de la dimensión inconsciente
de los vínculos familiares. En tal configuración, será demandado como padre, madre, hijo, o aun,
en tanto figura significativa, a veces propia de las familias de origen; ligada a atribuciones
narcisistas de saber y poder total. Pienso así al analista, en tanto inmerso de modo insoslayable
en la dimensión imaginaria de la transferencia, como un personaje más, requerido para ocupar
lugares y desempeñar funciones.
La investidura, en los comienzos del proceso, del analista como representante del saber y la
contención, favorece el establecimiento de la transferencia familiar. Esto, en relación con la
demanda de un poder y conocimiento que anulen todo padecer. Pero ésta es sólo una de las
vicisitudes transferenciales posibles en esa aventura que constituye cada análisis familiar, con
sus momentos impredictibles.
La familia demanda también al analista en tanto "padre". éste es quien ordena, legisla, establece
diferenciaciones y acota los desbordes de la pulsión.. Es preciso, no obstante, diferenciar al
analista imaginariamente investido como padre, que censura, controla o exige, del analista en
tanto representante de la Función Paterna simbólica: referencia ésta que es eje de la función
analítica; aun cuando reciban una misma denominación.
En relación con dicha función en tanto simbólica, el analista se ve habilitado para sostener su
palabra dentro de los lineamientos de la ley. Se halla así no sólo "incluido", como antes señalara,
sino a la vez "excluido" respecto del entramado fantasmático explicitado en la sesión familiar.
Posicionamiento éste que le permite, más allá de las particulares atribuciones propias de cada
situación transferencial familiar, sostenerse también como el otro, "el extranjero", respecto de lo 
familiar compartido; es decir, en una dimensión de alteridad y diferencia.
Al mismo tiempo, el analista familiar es también apelado en el nivel materno de la transferencia.
Nivel sin el cual el proceso psicoanalítico no se haría viable, por su propuesta de contención, que
opera como tal en tanto se halla regulada por la referencia simbólica paterna. Inseparables, lo
paterno y lo materno coexisten y se alternan en sus predominancias a través de las vicisitudes,
no eludibles e indeterminables, impuestas al proceso analítico por aquella reformulación de la
regla fundamental que tiende a la construcción de un paciente-familia. En cambio, en el caso de
una transferencia de cualidad predominante filial, por encontrarse el hijo en una posición de
máxima dependencia, la permanencia de dicha investidura transferencia] puede resultar poco
favorecedora de la fertilidad interpretativa y la eficacia de la operación analítica.
Problemáticas conexas
El concepto de contratransferencia resulta de consideración insoslayable en relación con la
cuestión de la transferencia, dado que corresponde a otra vertiente de un mismo campo clínico y
conceptual. En tanto conjunto de sentimientos y reacciones inconscientes frente al
paciente-familia y en particular ante sus investimentos transferenciales, supone los modos de
inclusión/exclusión del analista en la transferencia familiar; su propia "recíproca transferencia",
que constituye uno de los factores condicionantes de su intervención, e implica al analista como
uno de los polos del proceso transferencial.
A nivel de su "inclusión" en el entramado fantasmático propio del proceso analítico familiar, la
contratransferencia contiene como posibilidad una correspondencia complementaria del analista
con lo transferido. El haber cursado análisis individuales y vinculares, y además oficiar de
analista, no puede disolver el inconsciente, convirtiendo al sujeto escindido en total. Es en
relación con ello que en el analista emergen tales reacciones frente al paciente y sus
transferencias; dado que, de modo inevitable y en tanto humanos, paciente y analista se
"afectan" recíprocamente. Aun cuando, como sabemos, el analista, a partir de su específica
formación, tiende no sólo a superar la respuesta emocional sino a desdibujarse como sujeto
pulsional y deseante, permitiendo el despliegue de los modos del funcionamiento inconciente
propios del paciente-familia; operación parcial habilitada por la vigencia del dispositivo analítico y,
especialmente, de la fundante regla de abstinencia.
Si las respuestas contratransferenciales del analista devienen a menudo obstáculo, y conllevan
una singular exigencia de trabajo, su inmersión en el proceso transferencial puede, en cambio,
operar a su vez como motor del proceso, cuando dadas las condiciones habilitantes ligadas a la
dimensión simbólica de la función analítica, y la operancia abstinente del dispositivo, genera en el
analista ocurrencias e intervenciones articuladas en el eje transferencial y conectadas con su 
peculiar posicionamiento en la cadena asociativa familiar. 


Transformación (de una pulsión) en lo contrario
Al: Verkehrung ins Gegenteil. 
Fr.: renversement dans le contraire. 
Ing.: reversal into the oposite.
It.: conversione nell'opposto.
Por.: interversão do impulso o da pulsão.
fuente(54) 
Proceso en virtud del cual el fin de una pulsión se transforma en su contrario, al pasar de la
actividad a la pasividad.
En Las pulsiones y sus destinos (Triebe und Triebschicksale, 1915), Freud, considerando los
«destinos pulsionales», incluye entre ellos, además de la represión y la sublimación, la
transformación en lo contrario y la vuelta hacia la propia persona. Inmediatamente indica que
estos dos procesos (el primero de los cuales afecta al fin, el segundo al objeto) se hallan, en
realidad, tan íntimamente ligados entre sí (como se observa en los dos principales ejemplos, el
del sadismo-masoquismo y el del voyeurismo-exhibicionismo) que resulta imposible describirlos
por separado.
La vuelta del sadismo en masoquismo implica, a la vez, el paso de la actividad a la pasividad y
una inversión de papeles entre el que inflige los sufrimientos y el que los soporta. Este proceso
puede detenerse en una fase intermedia, en la cual existe ciertamente una vuelta hacia la propia
persona (cambio de objeto), pero el fin no se ha vuelto pasivo sino simplemente reflexivo
(hacerse sufrir a sí mismo). En su forma completa, en la que se ha realizado el paso a la
pasividad, el masoquismo implica « [...] que se busca a una persona ajena como nuevo objeto
que, en virtud de la transformación del fin, debe asumir el papel del sujeto». Tal transformación
no puede concebirse sin hacer intervenir una ordenación fantaseada, en el cual el otro individuo
se convierte imaginariamente en el sujeto al cual se atribuye la actividad pulsional.
Los dos procesos pueden evidentemente funcionar en el sentido opuesto: transformación de la
pasividad en actividad, vuelta desde la propia persona hacia otro: «[...]que la pulsión se vuelva
desde el objeto hacia el yo o que se vuelva desde el yo hacia el objeto esto no es, en principio,
diferente».
Cabe preguntarse si el retorno de la libido, a partir de un objeto exterior, sobre el yo (libido del yo
o narcisista) no podría designarse también como «vuelta hacia la propia persona». Se observará
que, en este caso, Freud prefirió utilizar expresiones como la de «retirada de la libido sobre o en
el yo».
Además de la transformación de la actividad en pasividad, que afecta al modo, a la «forma» de la
actividad, Freud considera una transformación «del contenido», o transformación «material»: el 
del amor en odio. Pero hablar aquí de transformación sólo le pareció válido en un plano
puramente descriptivo; en efecto, amor y odio no pueden comprenderse como destinos de una
misma pulsión. Tanto en la primera como en la segunda teoría de las pulsiones, Freud les
atribuye un origen diferente.
Anna Freud clasificó entre los mecanismos de defensa la transformación en lo contrario y la
vuelta hacia la propia persona, y se preguntó si no debían considerarse como los procesos
defensivos más primitivos. (Véase: Identificación con el agresor). Algunos pasajes de Freud
hablan en igual sentido. 


Transmisión transgeneracional de las significaciones
fuente(55) 
Definición
Refiere a la cadena de transmisión de significaciones que se lega de generación en generación
y que abarca ideales, mitos, modelos identificatorios y enunciados discursivos que involucran lo
dicho pero también lo que se omite por efecto de represión, de manera que tales enunciados
adquieren la fuerza de mandatos cuya determinación es inconsciente. Lo inconsciente aspira a
irrumpir y por lo tanto guarda una eficacia potencia¡ a través de la transmisión generacional.
Otra vertiente que participa en esta cadena de transmisión refiere a las huellas que no alcanzan
representación simbólica, a aquellas impresiones que superan las posibilidades de tramitación
psíquica y circulan en calidad de energía no ligada que se lega como herencia en su capacidad
traumática.
Origen e historia del término
La temática de la transmisión transgeneracional de significaciones ha sido introducida por el Dr. I.
Berenstein quien plantea que el medio social y familiar condiciona para el sujeto la forma de
percibir, pensar y comunicarse. A partir de dos autores: Litz y Stierling, que escribieron acerca
del tema "transmisión de la irracionalidad", va a profundizar esta cuestión desde su propia
perspectiva, incorporando para la misma un importante desarrollo.
De por sí el discurso cultural de cada época da cuenta de una cosmovisión predominante en un
momento histórico dado, que va a favorecer ciertas formas de subjetividad y no otras y que
otorga un abanico de ideales limitado, una visión peculiar de lo prescripto y de lo prohibido.
También las familias producen su cultura de grupo y en compleja articulación con el medio social
ésta participa de manera determinante para la constitución subjetiva. 
Desarrollo desde la perspectiva vincular
Se transmiten significaciones en un proceso que involucra aceptaciones y rechazos, un
particular recorte que se organiza alrededor de ideales, mitos, modelos identificatorios,
creencias familiares, permisos y prohibiciones y que como tal al tiempo que provee una red
simbólica, angosta las posibilidades de deslizamiento significante en la capacidad de semantizar.
Por lo tanto el sujeto se haya apresado en entrecruzamientos simbólicos y pactos, red de
sentido que al mismo tiempo le asigna un lugar; puede observarse que esto mismo sucede de
igual forma con toda una trama vincular en su conjunto. El mundo subjetivo se halla habitado por
enunciados transgeneracionales que organizan el discurso del circuito al cual se está integrado
y el sujeto participa de él como una pieza más de todo un engranaje. El discurso
transgeneracional se constituye como cadena de transmisión que involucra lo dicho, lo omitido y
las condiciones de producción del discurso -lo cual refiere a la vehiculización implícita de la
ideología.
I. Berenstein también ha postulado que quienes han experimentado situaciones traumáticas en la
infancia pueden sufrir una conmoción de la función del lenguaje como sistema de significación,
que quedaría así dañado irreparablemente. Amplía esta perturbación al plano familiar, en términos
de la constitución de pactos de silencio facilitadores de la represión y más aún del repudio de un
sector de la realidad que determina que aquello repudiado retorne disrruptivamente, dado que se
ve imposibilitada la reincorporación de la significación disociada, fragmentada y arrojada al
mundo exterior. Puede ocurrir también que en el contexto familiar se tienda a distorsionar o a
descalificar la percepción individual o que la familia se cohesione alrededor de la transmisión de
significados congelados de generación en generación, instalando un código idiosincrático
contrastante con el contexto social y provocando por lo tanto un efecto de descontextualización.
Así una significación adecuada a la generación de los abuelos se toma perturbadora si se
fuerzan las condiciones para que permanezca congelada e inmodificable en contraposición al
movimiento irreductible de sucesión de las generaciones. Las familias con un funcionamiento que
tiende al encierro endogámico propician un universo de sentido empobrecido y restrictivo.
En la clínica psicoanalítica con parejas y familias es posible observar la eficacia de ciertas
huellas adscriptas a historias inenarrables de los antepasados, restos de acontecimientos que
por la intensidad de su impacto traumático, no han logrado asimilación psíquica. Estas huellas
discurren por los canales transgeneracionales traspasando los límites de la singularidad. Las vía
del acting y de la compulsión repetitiva se manifiestan como la tendencia a procurar algún nivel
de procesamiento para aquello que ha superado las posibilidades del aparato psíquico en la
constitución de ligaduras e investiduras por la mediatización de los recursos propios del
simbolismo. De tal manera toda una trama vincular puede resultar atrapada en mecanismos
repetitivos y como consecuencia, la cadena significante que de dicha trama deriva, quedar
afectada por la fuerza de lo traumático bajo la forma de un efecto potencia], disponible a entrar 
en juego conforme a ciertas combinatorias posibles inherentes a los vínculos.
De este modo distinguimos el retomo de lo reprimido -recuerdos capaces de llenar las lagunas
mnésicas- como funcionamiento propio del principio del placer, de aquello que funciona más allá
del principio del placer y que retorna como compulsión de repetición, actualizando tanto el efecto
traumático de impresiones tempranas como el de las inscripciones que no han alcanzado
ligadura merced a mecanismos de repudio y renegación y que se transmiten como herencia en
su potencialidad traumática. Considerar por lo tanto, la irrupción de lo pulsional en el marco del
análisis de los vínculos permite una ampliación del concepto de potencialidad traumática
transgeneracional, como trasfondo de lo que no pudo ser representado y que se halla adscripto
a la prehistoria familiar. Freud designa a la construcción como el recurso capaz de presentar
una "pieza de prehistoria olvidada"; también en la clínica vincular será la vía para dar lugar a
nuevos escenarios, a "historias por hacer", en las que se teja la urdimbre relacional que
constituyó el vínculo, para fundar el espacio donde pueda advenir la significación.
Problemáticas conexas
Estructura familiar inconsciente y transmisión de significaciones; diferentes formas de retorno
según se trate de lo reprimido, de lo renegado o de lo repudiado; historia y significación;
construcciones en psicoanálisis. 


Transicional
(objeto)
fuente(56) 
(fr. objet transittonnel; ingl. transitional object; al. Übergangsobjekt). Según Winnicott, primer
objeto material tomado como propio por el lactante, al que no obstante este no reconoce como
perteneciente a la realidad externa, aunque no forme parte de su cuerpo propio.
La hipótesis de base de esta proposición teórica fue formulada por Winnicott en una exposición
presentada ante la Sociedad Psicoanalítica Británica el 30 de mayo de 1951. Se trata de un
estudio de la primera posesión no-yo y parece necesario subrayar con Winnicott este término
posesión, que no es posesión de objeto, siendo el seno el primer objeto no-yo. La secuencia que
permite estudiar la naturaleza de esta posesión es la que comienza para el recién nacido con el
hecho de utilizar su boca metiéndose los dedos en ella, y que termina con el muy intenso apego
del niño por un oso o una muñeca, un objeto duro o un objeto blando. Se trata de la capacidad
del niño para reconocer como no-yo a un objeto, de poder colocarlo afuera, adentro o en el límite
entre el adentro y el afuera. Es también la capacidad que tiene un niño de crear, imaginar,
inventar, concebir un objeto e instituir con él una relación de carácter afectuoso. 
Objetos y fenómenos transicionales designan entonces el área intermediaria de experiencia que
permite esta secuencia; se sitúa esa área entre lo subjetivo y lo que es percibido objetivamente.
Fue su interés por la experiencia cultural lo que llevó a Winnicott a ocuparse en esta área,
espacio potencial, área de ilusión. En su prefacio de Juego y realidad (1971), recuerda la
controversia sobre la transustanciación, es decir, el uso en teología de la trasformación de toda
la sustancia del pan y del vino en toda la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo; Winnicott la
estudia como la relación entre el objeto transicional y el simbolismo. Hay para él una paradoja en
el uso que hace el niño de este objeto; si se acepta esta paradoja, si se la tolera, también hay
que admitir que no se resuelva. Es decir, admitir la idea de que el niño no recurre tanto al objeto
mismo como a su utilización. Se trata de la capacidad de una persona de vivir en una esfera que
sería intermedia entre el sueño y la realidad, área intermedia de experiencia entre el pulgar y el
oso de peluche, entre el erotismo oral y la relación de objeto, entre la actividad creativa primaria
y la proyección de lo que ha sido introyectado, entre la ignorancia primaria de la deuda y su
reconocimiento.
Puede tratarse para el niño de un fenómeno o de algo en particular: un bollito de lana, extraído de
la pelusa de una manta, una punta de esta misma manta o de un edredón, una palabra, una
melodía o un gesto habitual. Es lo que el niño utilizará en el momento de dormirse, como defensa
frente a la angustia de tipo depresivo, insiste Winnicott. Puede ser también algo que se pondrá
sucio, olerá mal, pero que el niño llevará a todos lados con él.
Estos primeros estadios de la utilización de la ilusión operan a caballo entre el aporte de la madre
y lo que el niño puede concebir: entre madre e hijo no hay intercambio, destaca Winnicott. El niño
toma de un seno lo que es parte de él mismo y la madre le da la leche a una parte de ella misma,
su hijo. Estamos así de entrada en lo que Lacan llama «falta de objeto», no en el sentido negativo
sino en el sentido de lo que concierne a la relación del sujeto con el mundo, esencial en toda la
práctica psicoanalítica. Todos estos objetos del juego del niño pueden entonces ser
denominados «transiciones de objeto». Estos objetos, que intervienen en el campo del deseo
humano, no son pensables por lo tanto en una dialéctica encarnada en dos actores reales,
madre e hijo. Es el carácter de cesión del objeto el que se traduce en la fabricación de los
objetos humanos, el objeto transicional soporta esta posición del sujeto en su confrontación
significante: a saber, que un significante representa a un sujeto para otro significante. El objeto,
en este caso, suple al sujeto. Se trata del sujeto mítico primitivo, al que nunca captamos. El sujeto
queda marcado por esta sustitución primitiva y su reemergencia se da más allá de este objeto.
Winnicott indica que no es el objeto el transicional, sino que representa la transición. Es lo que
demuestra la pérdida progresiva de toda significación de estos fenómenos, asociada al
desinvestimiento del objeto. En la clínica, Winnicott recurre al juego del squiggle [garabato], que
implica un trazado libre que hace el terapeuta (n° 1), que el niño retoma (n° 2); el terapeuta hace
otro (n° 3), etc., dentro de una serie de intercambios lúdicos. Winnicott trabaja así la relación
terapéutica frente a la separación y la pérdida. 


Trans-subjetividad - trans-subjetivo
fuente(57) 
Definición
Janine Puget concibe el espacio trans-subjetivo como el conjunto de representaciones del mundo
real (social y físico) que el yo adquiere desde lo originario directamente, así como por la
mediatización del super-yo de los padres. El sujeto es tanto sujeto del mundo como de la
estructura familiar.
"La representación originaria de este espacio es la de una continuidad oceánica entre el yo y el
otro incluido en una dimensión de infinito. El vínculo entre el mundo externo y el yo se establece
sobre la base de un acuerdo inconsciente vivido como las raíces que lo insertan en una zona
geográfica y social determinada". (1989)
Reconoce una forma originaria basada en el pensamiento místico y religioso traducido en
creencias y convicciones ilusoriamente compartidas y, una forma secundaria donde la
continuidad y la falta organizan el espacio según reglas y un código, de tal forma que el
sentimiento de comunidad es la base del vínculo.
René Kaës llama trans-subjetividad a los lazos de continuidad entre cada sujeto y el conjunto y,
a la inversa, entre el conjunto y cada sujeto que lo constituye estos vínculos de comunidad, de
pertenencia, de interpretación, de creencia, de certeza, están sostenidos por las investiduras
psíquicas requeridas a sus sujetos que, a cambio, encuentran en ellos sus referencias
identificatorias, y sobre todo, las funciones de identificación con lo humano, con la comunidad de
pertenencia a la especie, fundamento del apuntalamiento narcisista originario".
Distingue en el espacio trans-subjetivo dos polos: un polo estructurante y un polo regresivo o
degradado hacia formas y procesos psíquicos indiferenciados. (1993)
Origen e historia del término
Comienza en 1987 Con el trabajo "En la búsqueda de una hipótesis. El contexto social",
presentado por J. Puget en el 35º Congreso Internacional de Psicoanálisis, Montreal, Canadá.
Se reconoce un antecedente de este término en Argentina, si bien no está mencionado como tal
en Pichon Riviére y en Bleger.
Pichon Riviére, partiendo entre otras fuentes, de Psicología de las masas y análisis del yo"
formula que toda psicología es en un sentido estricto, social e introduce la dimensión ecológica
como presente y determinante del psiquismo a través de la concepción de un sujeto emergente, 
portavoz, producido y productor, un hombre en situación, imposible de ser abordado sin el
contexto geográfico y social en el que surge y vive; estando este contexto físico y social
presente desde su gestación a través del protovínculo madre hijo, sustituyendo la noción de
instinto por la de estructura vincular, entendiendo al vínculo como un protoaprendizaje, como el
vehículo de las primeras experiencias sociales constitutivas del sujeto como tal.
Enfrentándose con la ortodoxia de la Asociación Psicoanalítica Argentina de la década del 40,
construye un ECRO (esquema conceptual referencial y operativo) en apoyo y en ruptura con el
psicoanálisis, tomando aportes de la filosofía -Sartre, Hegel, Marx- de la psicología social -Mead-
de la dinámica de grupo -Lewin-, dimensionando la realidad externa como configuracional del
psiquismo y no meramente como resto diurno.
Bleger por su lado divide las áreas de la conducta en tres: mente, cuerpo y mundo externo. A su
vez desarrolla el concepto de sociabilidad en dos modalidades presentes en todo vínculo:
sociabilidad por interacción y sociabilidad sincrética. Este último concepto será insoslayable de
ser evocado --cuando no puesto a trabajar- en las indagaciones acerca de la trans-subjetividad.
Posteriormente a los años de la dictadura militar, Janine Puget y por su lado R. Kaës empiezan a
trabajar acerca de los efectos del contexto social sobre el psiquismo.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
Desde la perspectiva psicoanalítica vincular, J. Puget e I. Berenstein desarrollan la hipótesis de la
existencia de tres espacios psíquicos. Se trata de un modelo de aparato psíquico donde se
organizan zonas diferenciales llamadas "espacios psíquicos", que metaforizan tres tipos de
representaciones mentales y vinculares establecidas por el yo con: su propio cuerpo, con cada
uno o varios otros, y con el mundo circundante. Estos espacios demarcarían bordes, algún tipo
de organización y zonas intersticiales. Son originarios, fundantes y simultáneos, apareciendo en
escena según el estímulo recibido tanto desde el interior de la mente, como del mundo externo.
Cada uno de estos espacios tiene vida propia y todos constituyen los pilares del sentimiento de
pertenencia.
Se observa una homología y una diferencia de este desarrollo con el de Piera Aulgnier en
relación a los espacios al que el yo debe advenir. Esta autora también reconoce la base
fundacional del psiquismo en relación al cuerpo, los otros y el mundo sociocultural; la diferencia
consiste en la posición psicogenética: para P. Aulagnier el modelo de lo originario estaría en el
pictograma (objeto -zona complementaria- investidura), la relación con los otros y con la
sociedad serían adquisiciones segundas sostenidas en lo originario ya que no lo anulan como
modo de funcionamiento mental, pero el psiquismo va trabajando sobre la presencia-ausencia del
objeto, los restos no representados y el lenguaje en el que está inmerso, adquiriendo modos de 
funcionamiento más complejos (primario y secundario). Para Puget y Berenstein el psiquismo
trabaja desde el inicio -directamente y conforme a los estímulos- en los tres espacios.
El modelo de los tres espacios habilita especialmente, para indagar los estados emocionales que
se configuran en la zona de encuentro entre un sujeto y un otro privilegiado o entre un sujeto y
"su público". J. Puget designa a este otro cualificado como reconocedor privilegiado y su
presencia se revela necesaria en cada zona de encuentro.
El concepto de pertenencia a una estructura vincular, inaugura un sendero fructífero para el
psicoanálisis. Si el tener/ ser/ poseer sostienen la construcción de la identidad sexual, el
sentimiento de pertenencia se relaciona con el apropiarse/ poseer y ser propiedad de/ ser
poseído. En este sentido, ocupar un lugar y ser aceptado por quien lo ofrece, tiene que ver con
un doble mecanismo activo y pasivo y presenta en su menor nivel de complejidad la activación
de métodos primitivos de los que se obtiene identidad y pertenencia a un conjunto a predominio
de mecanismos imitativos, mientras que en niveles de mayor complejidad cada yo puede dar su
impronta al lugar que ocupa desde la puesta en actividad de una disposición primitiva: la opción
de elección. La pertenencia tiene que ver con una apropiación por el sujeto, de un espacio
virtual y teóricamente existente, de un lugar, y es dada o confirmada por un otro o por un
conjunto. Si el reconocedor es un otro conocido y valorado, se te exige que repita el acto de
reconocimiento a lo largo del vínculo. En el espacio intrasubjetivo, la construcción del sentimiento
de pertenencia al propio cuerpo no depende de la presencia actual de un otro. Predomina un
procesamiento ligado al mundo pulsional y a las demandas propias. En el espacio inter y
trans-subjetivo el reconocedor privilegiado es un otro, u otros, elegidos, no transferibles y
también lo es el conjunto.
René Kaës coincide con J. Puget en la existencia de tres espacios psíquicos, aunque, si bien no
se pronuncia en relación a la psicogénesis, por sus escritos se deduce que en este punto
coincidiría con P. Aulagnier: es a través del otro de la represión -el portavoz- como el aparato
psíquico toma inicialmente contacto con el conjunto trans-subjetivo. Si bien Kaës asigna al
espacio trans-subjetivo su especificidad, lo considera en el mismo nivel de análisis que al
espacio intersubjetivo.
El interés de este autor es el de situar al sujeto del inconsciente en referencia a los espacios
inter y trans-subjetivos. Para ello define tres niveles lógicos del problema: el primero concierne al
sujeto singular y su espacio intrapsíquico. Este nivel requiere de dos conceptos: el de grupalidad
psíquica y el de sujeto del grupo. El segundo corresponde a la especificidad de la realidad
psíquica movilizada y producida por los vínculos intersubjetivos y trans-subjetivos, en arreglo
tanto a su positividad, como a su negatividad. El tercer nivel lógico trata de las formaciones
intermediarias (que incluye objetos y procesos intermediarios) situadas en los puntos de
anudamiento, pasaje y transformación de la realidad psíquica trabajada en los espacios y niveles
anteriores. 
Propone el modelo del aparato psíquico grupal para la "comprensión del funcionamiento psíquico
a partir de la hipótesis del inconsciente y de sus efectos en los espacios intra, inter y
trans-subjetivos que el grupo moviliza. Este modelo describe un sistema complejo (multiplicidad
de elementos diferentes y multiplicidad de relaciones) no inteligible desde la noción lineal de
causa efecto que supone encadenamientos simples La actividad psíquica se regula por el
principio del placer/displacer y por el principio de realidad. Esta regulación puramente "egoísta"
ya no puede funcionar de un modo relativamente simple cuando se toma en consideración lo que
se agrega al valor de otro para el otro... Los intereses de¡ yo ya no son los únicos en juego
desde el momento en que el objeto psíquico adquiere el estatuto de sujeto para otro sujeto. La
toma en consideración de la realidad psíquica en tanto es la del otro introduce los principios del
funcionamiento psíquico en un nivel de complejidad superior».
El espacio trans-subjetivo es el mundo en el cual estamos inmersos y al mismo tiempo es el que
construimos: es el espacio del lenguaje común a un conjunto, el de la organización social en la
cual se nace, es aquel en el cual se organizan los grupos en torno a una creencia o idea
compartida, el de los acontecimientos históricos, las tradiciones, los mitos y los sistemas
explicativos de la vida cotidiana. Es el que se pierde en el transcurso de una migración que
despierta sentimiento de extranjería y marginalidad. La migración revela el sufrimiento debido a la
pérdida de un vínculo social estable que mientras no se moviliza, transcurre parcialmente mudo.
Es también la ocasión para trabajar sobre este aspecto de la identidad y poder construir
pertenencias que impliquen mayores grados de libertad.
Problemáticas conexas
Este concepto, si bien se desarrolla en el contexto del pensamiento psicoanalítico acerca de los
vínculos, afecta al psicoanálisis en general en tanto retorna como preocupación aquello que
fuera planteado como un borde: la realidad externa.
Es importante distinguir en la obra de Freud dos categorías de escritos: los propiamente
psicoanalíticos, relacionados con la psique como tal que hacen al descubrimiento del
inconsciente y de la represión, de la interpretación de los sueños, de las teorías pulsionales, del
narcisismo, de la transferencia, etcétera; y una segunda categoría de escritos que tratan sobre
la sociedad -1913 "Tótem y tabú" y "El múltiple interés por el psicoanálisis"; 1915
"Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte"; 1921 "Psicología de las masas y análisis
del yo"; 1927" El porvenir de una ilusión"; 1930 "El malestar en la cultura"; 1933 "¿Por qué la
guerra?"; 1939 "Moisés y la religión monoteísta" y la "XXXV de las Nuevas conferencias
introductorias al psicoanálisis"- que constituyeron para el mismo Freud preocupaciones
relativamente distantes de su campo central de trabajo. 
De unos y otros escritos se desprende que la impronta de lo social admitiría dos derivaciones: la
formación del superyó y la herencia filogenética. Si bien estas conclusiones, basadas en la
repetición, obturaron la posibilidad de otros desarrollos, el trabajo del pensamiento freudiano
para arribar a ellas fue dejando planteadas cuestiones fértiles para seguir indagando.
Se advierte en Freud el predominio de una lógica basada en la inminencia de un factor de
progresión, pero también hay mención a acontecimientos fundadores, como en "Tótem y tabú" y
en "Moisés y la religión monoteísta", que implicarían momentos de ruptura.
Las producciones post-freudianas se centraron en la preocupación por la relación del yo y sus
objetos, hasta el punto de reconocerse una teoría de las relaciones objetales.
Los desarrollos que indagaron la relación del yo con los otros yoes externos a él, quedaron del
lado de la psicología social y en la perspectiva interaccional.
Será Lacan quien reenvíe esta problemática al psicoanálisis con la noción de sujeto-sujetado,
con la hipótesis del inconsciente como discurso del otro, el estadio del espejo, el modelo de la
banda de Moebius.
De una figura de bordes netos entre un adentro y un afuera, se va construyendo otra de nudos,
pliegues y atravesamientos.
Se empieza a concebir una nueva psicogénesis: un sujeto construido en la alteridad, trabajado
desde la represión de un otro, inmerso en un mundo de significaciones, parentales y sociales.
El concepto de trans-subjetividad ancla en el cruce de la noción de subjetividad -más abarcativa
que la de "yo" o de "aparato psíquico"- y el prefijo "trans" que remite a "del otro lado", "más allá",
o "a través de".
Problemáticas teóricas,- entender lo trans-subjetivo como polo isomórfico (fusional) del
funcionamiento psíquico en tanto implica borramiento relativo de los límites entre los sujetos y un
funcionamiento a predominio de la sociabilidad sincrética (M. Bernard).
Concebirlo como un espacio que admite el trabajo psíquico en ambos polos (isomórfico y
homomórfico). Podemos articular este último modo de entender el concepto con la noción de
apuntalamiento en sus diferentes modalidades: apoyo y modelo en el polo isomórfico y
desprendimiento-transcripción en el polo homomórfico.
Un eje central para pensar la constitución del aparato psíquico es la noción de ausencia, que la
corriente lacaniana designa como falta. Puget y Berenstein añaden la imposición de presencia,
de tal manera que el trabajo psíquico consiste tanto en la aceptación de la falta fundante, como
en la elaboración de la imposición de presencia del otro, en sus aspectos semantizables y no 
semantizables.
Problemáticas clínico - técnicas: tener en cuenta estos conceptos modifica la concepción:
- de lo que es material para el analista, desde el momento que los pacientes producen
significantes procedentes de los tres espacios (J. Puget-1. Berenstein).
- en cuanto a la manera de abordarlo, una modalidad será deconstruir las significaciones
coaguladas. Complementariamente se analizará también la relación del sujeto con dichas
significaciones articuladas con las producciones en los otros espacios (A. Zadunaisky).
- no se trata sólo de hacer consciente lo inconsciente, sino también de promover el trabajo
psíquico en su actividad interpretante e historizante (G. Bianchi).
- en lo atinente a la transferencia, cuestiona los límites de la misma en la medida que los
contenidos de este espacio, ligados a la "ideología" y a los referentes identificatorios, movilizan
aspectos clivados de la relación terapéutica y convocan a la persona del analista obligándola a
revisar su propia implicación (G. Ventrici). 


Trauma
fuente(58) 
Una observación inicial importante: en Freud, siempre se trata de trauma, no de traumatismo. Por
lo tanto, se podría admitir una distinción: traumatismo se aplica al hecho exterior que golpea al
sujeto, y trauma al efecto producido por ese hecho en el sujeto, y más específicamente en el
dominio psíquico.
Desde el punto de vista histórico, el trauma ocupa un lugar fundamental en el psicoanálisis, en
particular el trauma de orden sexual, tal como surge de los Estudios sobre la histeria: agresión
de las hijas por los padres (o sustitutos) incestuosos. Sobre lo que entonces le parecen hechos
reales, Freud basa su primera teoría de la seducción (su «neurótica»), abandonada en 1897,
cuando advierte la importancia del fantasma incestuoso en las pacientes histéricas. Están
vinculadas al trauma las nociones capitales de amnesia y represión, de a-posteriori
[aprés-coup], de lo latente y lo manifiesto. Se pone el acento en el aspecto energético,
económico, del proceso: las experiencias traumatizantes deben su fuerza patógena al hecho de
que producen cantidades de excitación demasiado grandes como para que las asimile el aparato
psíquico. El conjunto se basa en el principio de constancia.
La terapéutica utiliza primero la idea de una «evacuación» posible del trauma, recordado y
revivido en sesiones de hipnosis: la catarsis. Ante las insuficiencias y fracasos de este método,
Freud inaugura un nuevo modo de tratamiento: el psicoanálisis.
Más tarde, al aumentar la importancia atribuida a la actividad fantasmática, los traumas
identificados se diversifican. Así, por ejemplo, se los volverá a encontrar en las neurosis de
guerra que el conflicto mundial de 1914-1918 dio la oportunidad de observar, o en las 
situaciones de peligro inevitable que vive el ser humano, entre otras la inmadurez neonatal. Sea
como fuere, en Inhibición, síntoma y angustia, Freud continúa subrayando el hecho de que el
trauma está ligado al estado de impotencia o de desamparo del organismo receptor. El factor
individual o subjetivo aparece por lo tanto en el primer plano, y explica la diferencia de reacción
de los sujetos ante una misma situación catastrófica.
No es menos cierto que, en lo concerniente al trauma y a medida que el psicoanálisis se
desarrollaba, la atención se fue dirigiendo de manera preferencial, según las épocas y los
autores, hacia los acontecimientos particulares de la historia personal, o bien hacia sus
acontecimientos universales, o incluso hacia acontecimientos colectivos de la historia con sus
repercusiones individuales y su transmisión a través de las generaciones; para el estudio
psicoanalítico lo importante es ubicar en su justo lugar el abordaje eventual del efecto trauma,
con las consideraciones terapéuticas implícitas.
Así, si bien actualmente es impensable encarar la patología psicoanalítica del trauma sin evocar,
entre otros hechos, el genocidio judío y sus repercusiones en los sobrevivientes y sus
descendientes, también se tiende a subrayar el trauma, inevitable y de un orden totalmente
diferente, que constituye para cada ser humano su separación respecto de la madre: trauma
«archi originario» -sobre el que Ferenczi ya había llamado la atención- de huellas imborrables y
que no es extraño al desarrollo del pensamiento.
El trauma no ha dejado de atraer la atención de los autores a lo largo de la historia del
psicoanálisis (desde Freud, y después Rank y Ferenczi) y la noción fue retomada desde
diferentes ángulos. Se pueden identificar en estas investigaciones dos grandes tendencias: una
atención concentrada en el acontecimiento traumatizante, en su «realidad» y su reconocimiento
por el terapeuta, por un lado, y por el otro, la preferencia asignada a la actividad fantasmática,
en el orden de la realidad psíquica, en tomo al hecho del que se trata.
Consideraciones de naturaleza terapéutica deberían permitir hallar un término medio entre estas
dos actitudes: en efecto, la repetición desempeña un papel principal en el trabajo psíquico del
trauma; incluso cuando en la personalidad se producen escisiones que preservan sectores
sanos, persisten fijaciones que hacen volver al sujeto al acontecimiento traumatizante y traban
su desarrollo o determinan síntomas. Por lo tanto, el objetivo consistirá, no sólo en recordar y
repetir para llevar a la conciencia un hecho reprimido patógeno, sino también en reelaborar
(durcharbeiten) el recuerdo así reconstituido (cf. el artículo de Freud que lleva estas tres
palabras como título). La situación psicoanalítica, con la transferencia que en ella se desarrolla,
parece uno de los marcos en los que puede efectuarse este proceso, si se considera la
transferencia como una relación que no sólo repite vínculos antiguos sino que también introduce,
gracias al análisis de la contratransferencia, el indicio de algo nuevo con lo que tropezará el
trayecto neurótico. Así puede realizarse la subjetivación mediante la cual, en la actividad de su
relato, el sujeto se apropia de su historia. 
Trauma
Trauma
fuente(59) 
s. m. (fr. traumatisme; ingl. trauma; al. Trauma). Acontecimiento inasimilable para el sujeto,
generalmente de naturaleza sexual, y que puede parecer constitutivo de una condición
determinante de la neurosis. 
Para el lector que intenta introducirse en el conocimiento del psicoanálisis con la ayuda de las
obras más accesibles, más populares, el trauma constituye una de las primeras nociones
explicativas más fáciles de recibir. Si un sujeto sufre trastornos neuróticos más o menos
importantes, puede parecernos concebible que esto sea porque ha sido «traumatizado». Aquí,
las explicaciones que ofrece S. Freud, al menos las de sus primeras obras, parecen fácilmente
acordes con el buen sentido ordinario. A menos que el psicoanálisis no haya influido ya sobre
numerosas representaciones que hoy tomamos como evidentes.
Remitámonos por ejemplo a una de las exposiciones del tratamiento de Anna O. por J. Breuer:
bajo hipnosis, esta joven mujer histérica, que sufre en especial de una imposibilidad para beber
de origen psíquico, recuerda haber visto a un perro, perteneciente a una gobernanta que ella no
quería, beber de un vaso. Freud, extrayendo sus conclusiones de ejemplos de este tipo, dará
entonces una teoría general del síntoma histérico: «Los síntomas eran, por así decirlo, como
residuos de experiencias emotivas que, por esa razón, hemos llamado después traumas
psíquicos: su carácter particular se relacionaba con la escena traumática que los había
provocado» (Cinco conferencias sobre psicoanálisis, 1910).
Esta hipótesis, sin embargo, trae más problemas de los que probablemente resuelve. ¿Qué hace
que un acontecimiento determinado tenga valor de trauma para un sujeto determinado? Mas
precisarnente, en los Estudios sobre la histeria (1895), Freud y Breuer dicen que la causa del
síntoma debe buscarse más bien en la ausencia de una reacción al trauma, sea de una reacción
afectiva, sea de una reacción por medio de la palabra (Anna O. no había dicho nada, por
cortesía), sea de una rectificación del alcance del trauma ligada a su integración «en el gran
complejo de las asociaciones». Hay que preguntarse entonces qué impide que haya una
reacción adecuada al trauma, qué lo vuelve inasimilable, pregunta esta última que abre el camino
a una teoría de la represión.
Agreguemos que muy pronto Freud se da cuenta de que raramente nos encontramos con un
trauma aislado. El trabajo analítico, o la hipnosis, hace aparecer una serie de traumas semejantes
en la historia del sujeto. Pero entonces, ¿un trauma que se repite es todavía un trauma? Ya no
puede concebirse más como una ruptura brutal, inesperada, del curso de la existencia. Se
inscribe, precisamente, en lo que el psicoanálisis llama «repetición», es decir, en un orden
constrictivo sin duda, pero en el cual el sujeto ciertamente pone algo propio.
Sexualidad y pulsión de muerte. En las primeras obras de Freud, y especialmente en las cartas a
Fliess (1887-1902) [Los orígenes del psicoanálisis], la teoría del trauma está ligada a la de la
seducción precoz. También allí la explicación tiene forma de evidencia: el sujeto neurótico evoca
fácilmente, para explicar los trastornos que sufre, una confrontación brutal con la sexualidad,
que habría ocurrido demasiado temprano, provocada por la coerción o, en todo caso, la
perversidad de un adulto. Eso era, en especial, lo que las mujeres histéricas tratadas por Freud
le contaban: habían sido objeto de violencias sexuales ejercidas por alguien cercano, a veces el
mismo padre. En cuanto a los obsesivos, Freud piensa que un episodio sexual precoz pudo 
haberles sucedido, acompañado de placer y no de disgusto o de espanto, mas no por ello deja
de suponer, antes de esta experiencia activa de placer, una «escena de pasividad sexual».
Observemos, por otra parte, que la teoría de la seducción precoz supone una acción traumática
en dos tiempos: el episodio displacentero habría ocurrido generalmente en la infancia, aun en la
primera infancia. Pero sólo cuando es reactivado en el après-coup, en la pubertad, se muestra
realmente patógeno.
Freud abandonaría, sin embargo, la teoría de la seducción precoz. Ante los relatos demasiado
sistemáticos de sus pacientes, especialmente las histéricas, entró a tener dudas, y poco a poco
se le impuso la idea de que el episodio sexual invocado no había ocurrido realmente, que de
hecho pertenecía a la esfera del fantasma. La teoría de la sexualidad infantil, a la que se vio
entonces llevado, volvió caduca la idea de un niño introducido a la sexualidad desde el exterior,
víctima únicamente de la perversidad de los adultos.
Pero si el trauma en tanto episodio sexual precoz pierde muy pronto su papel explicativo en la
teoría freudiana, volverá a encontrar, bajo otra forma muy distinta, un lugar nada desdeñable en
la década de 1920. La Primera Guerra Mundial, efectivamente, multiplica los casos en los que el
sujeto parece afectado por una «neurosis traumática», es decir, ligada esencialmente a un
acontecimiento violento. Se observa, por lo general, el retorno repetitivo de una escena
insoportable en sujetos que se han visto confrontados con incidentes terribles u horribles,
incluso en la edad adulta. El sujeto puede por ejemplo revivirla regularmente en sueños, lo que
por otra parte obliga a completar la definición del sueño como una realización de deseos. La
neurosis traumática constituye uno de los puntos de partida de la teoría freudiana de la pulsión
de muerte.
Sin embargo, en conclusión, parece difícil, en el marco de la elaboración psicoanalítica, darle un
valor demasiado grande a lo que es sólo del orden del acontecimiento. Los acontecimientos,
sexuales o no, son siempre reelaborados por el sujeto, integrados al saber inconciente. Si
queremos conservar verdaderamente la idea de un trauma, sería más justo decir que el sujeto,
en tanto tal, sufre en efecto un trauma: un trauma constitutivo, que es la existencia misma del
lenguaje, puesto que, desde que habla, no tiene un acceso directo al objeto de su deseo, debe
comprometerse en la demanda y se ve reducido finalmente a hacer pasar su goce a través del
lenguaje mismo. 


Trauma,
traumatismo (psíquico)
Trauma, traumatismo (psíquico)
Trauma, traumatismo (psíquico)
Al.: Trauma.
Fr.: trauma o traumatisme.
Ing.: trauma.
It.: trauma.
Por.: trauma, traumatismo.
fuente(60) 
Acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la Incapacidad del sujeto de
responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca 
en la organización psíquica.
En términos económicos, el traumatismo se caracteriza por un aflujo de excitaciones excesivo,
en relación con la tolerancia del sujeto y su capacidad de controlar y elaborar psíquicamente
dichas excitaciones.
Trauma y traumatismo son términos utilizados ya antiguamente, en medicina y cirugía. Trauma,
que viene del griego "herida", y deriva de "perforar", designa una herida con efracción;
traumatismo se reservaría más bien para designar las consecuencias sobre el conjunto del
organismo de una lesión resultante de una violencia externa. Pero no siempre se halla implícita la
noción de efracción del revestimiento cutáneo; así, por ejemplo, se habla de «traumatismos
cráneo cerebrales cerrados». Se observa también que en medicina los dos términos «trauma» y
«traumatismo» tienden a utilizarse como sinónimos.
El psicoanálisis ha recogido estos términos (en Freud sólo se encuentra Trauma) transponiendo
al plano psíquico las tres significaciones inherentes a los mismos: la de un choque violento, la de
una efracción y la de consecuencias sobre el conjunto de la organización.
El concepto de traumatismo remite, ante todo, como el propio Freud indicó, a una concepción
económica: «Llamamos así a una experiencia vivida que aporta, en poco tiempo, un aumento tan
grande de excitación a la vida psíquica, que fracasa su liquidación o su elaboración por los
medios normales y habituales, lo que inevitablemente da lugar a trastornos duraderos en el
funcionamiento energético». El aflujo de excitaciones es excesivo en relación a la tolerancia del
aparato psíquico, tanto si se trata de un único acontecimiento muy violento (emoción intensa)
como de una acumulación de excitaciones, cada una de las cuales, tomada aisladamente, sería
tolerable; falla ante todo el principio de constancia, al ser incapaz el aparato de descargar la
excitación.
Freud dio, en Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), una
representación figurada de este estado de cosas, considerándolo al nivel de una relación
elemental entre un organismo y su medio ambiente: la «vesícula viva» se mantiene resguardada
de las excitaciones externas por medio de una capa protectora o protector contra las
excitaciones, que sólo deja pasar cantidades de excitación tolerables. Cuando esta capa
experimenta una efracción extensa, nos hallamos ante el trauma: la tarea del aparato consiste
entonces en movilizar todas las fuerzas disponibles, a fin de establecer contracatexis, fijar
sobre el terreno las cantidades de excitación aferentes y restablecer así las condiciones de
funcionamiento del principio de placer.
Es clásico definir los comienzos del psicoanálisis (entre 1890 y 1897) del siguiente modo: en el
terreno teórico, la etiología de la neurosis se atribuye a experiencias traumáticas pasadas, 
haciendo retroceder cada vez más la época de estas experiencias, a medida que profundizan
las investigaciones analíticas, desde la edad adulta a la infancia;. en cuanto a la técnica, la
eficacia de la cura se busca en la abreacción y la elaboración psíquica de las experiencias
traumáticas. Asimismo es clásico señalar que tal concepción pasó paulatinamente a segundo
plano.
Durante este período de creación del psicoanálisis, el trauma designa, ante todo, un
acontecimiento personal de la historia del sujeto, cuya fecha puede establecerse con exactitud,
y que resulta subjetivamente importante por los afectos penosos que puede desencadenar. No
puede hablarse de acontecimientos traumáticos de un modo absoluto, sin tener en cuenta la
«susceptibilidad» (Empfünglichkeit) propia del sujeto. Para que exista trauma en sentido estricto,
es decir, falta de abreacción de la experiencia, la cual persiste en el psiquismo a modo de un
«cuerpo extraño», deben darse determinadas condiciones objetivas. Ciertamente, el
acontecimiento, por su «misma naturaleza», puede excluir la posibilidad de una abreacción
completa (por ejemplo, «pérdida de un ser querido y aparentemente insubstituible»); pero, aparte
de este caso extremo, lo que confiere al acontecimiento su valor traumático son determinadas
circunstancias específicas: condiciones psicológicas en las que se encuentra el sujeto en el
momento del acontecimiento («estado hipnoide» de Breuer), situación efectiva (circunstancias
sociales, exigencias de la tarea que se está efectuando) que dificulta o impide una reacción
adecuada («retención») y finalmente, sobre todo, según Freud, el conflicto psíquico que impide al
sujeto integrar en su personalidad consciente la experiencia que le ha sobrevenido (defensa).
Además, Breuer y Freud observan que una serie de acontecimientos, cada uno de los cuales no
actuaría como trauma, pueden sumar sus efectos («sumación»).
Se aprecia que, bajo la diversidad de condiciones establecidas en los Estudios sobre la histeria
(Studien über Hysterie, 1895), existe un denominador común, el factor económico, siendo las
consecuencias del trauma la incapacidad del aparato psíquico de liquidar las excitaciones según
el principio de constancia. Asimismo se concibe la posibilidad de establecer una serie que se
extendería desde el acontecimiento cuya eficacia patógena se debe a su violencia y a lo
inopinado de su aparición (por ejemplo, un accidente), hasta el acontecimiento cuyo poder
patógeno obedece a su inserción en una organización psíquica que comporta ya sus puntos de
ruptura muy particulares.
El valor concedido por Freud al conflicto defensivo en la génesis de la histeria y, en general, de
las «psiconeurosis de defensa», no disminuye la función del traumatismo, aunque complica la
teoría del mismo. Señalemos, ante todo, que, durante los años 1895-1897, se afirma cada vez
más la tesis según la cual el trauma es esencialmente sexual y que, durante el mismo período, el
traumatismo originario se descubre en la vida prepuberal.
No es éste el lugar adecuado para presentar en forma sistemática la concepción de Freud en
aquella época acerca de la articulación entre el trauma y la defensa, tanto más cuanto que sus
puntos de vista acerca de la etiología de las psiconeurosis se hallaban en constante evolución. 
Con todo, varios textos del citado período exponen o suponen una tesis muy precisa, que tiende
a explicar cómo el acontecimiento traumático desencadena, por parte del yo, en lugar de las
defensas normales habitualmente utilizadas frente a un acontecimiento penoso (por ejemplo,
desviación de la atención), una «defensa patológica» (cuyo modelo es, entonces, para Freud la
represión), la cual actúa según el proceso primario.
La acción del trauma se descompone en varios elementos y supone siempre la existencia de,
por lo menos, dos acontecimientos: en una primera escena, llamada de seducción, el niño sufre
una tentativa sexual por parte de un adulto, sin que ésta despierte en él excitación sexual; una
segunda escena, a menudo de apariencia anodina, y ocurrida después de la pubertad, evoca,
por algún rasgo asociativo, la primera. Es el recuerdo de la primera el que desencadena un aflujo
de excitaciones sexuales que desbordan las defensas del yo. Si bien Freud denomina traumática
la primera escena, se observa que, desde un punto de vista estrictamente económico, este
carácter sólo le es conferido con posterioridad; o incluso: solamente como recuerdo la primera
escena se vuelve posteriormente patógena, en la medida en que provoca un aflujo de excitación
interna. Esta teoría otorga su pleno sentido a la célebre fórmula de los Estudios sobre la
histeria: «[...] los histéricos sufren sobre todo de reminiscencias» (der Hysterische leide[t]
grösstenlei1s an Reminiszenzen).
Al mismo tiempo, vemos modificarse la apreciación del papel desempeñado por el acontecimiento
exterior. La idea del traumatismo psíquico deja de ser una copia del traumatismo físico, por
cuanto la segunda escena no actúa por su propia energía, sino solamente en la medida en que
despierta una excitación de origen endógeno. En este sentido, la concepción de Freud, que
resumimos aquí, prepara ya el camino hacia la idea según la cual la eficacia de los
acontecimientos externos proviene de las fantasías que activan, y del aflujo de excitación
pulsional que desencadenan. Pero, por otra parte, se aprecia que Freud no se contenta, en
aquella época, con describir el trauma como el despertar de una excitación interna por efecto de
un acontecimiento exterior que es solamente su causa desencadenante; siente la necesidad de
relacionar a su vez este acontecimiento con un acontecimiento anterior que sitúa en el origen de
todo el proceso (véase: Seducción).
En los años siguientes, el alcance etiológico del trauma fue disminuyendo en favor de la vida
fantasmática y de las fijaciones a las diversas fases libidinales. El «punto de vista traumático»,
aun cuando no resulta «abandonado», como subraya el propio Freud, se integra en una
concepción que hace intervenir otros factores, como la constitución y la historia infantil. El
traumatismo, que desencadena la neurosis en el adulto, constituye una serie complementaria
junto con la predisposición que a su vez incluye dos factores complementarios, endógeno y
exógeno: 

«Etiología de la neurosis =             Disposición por fijación de la
libido
+ Acontecimiento accidental
Traumático)

      Constitución sexual (acontecimiento prehistórico) Acontecimiento infantil»
Se observará que, en este cuadro dado por Freud en las Lecciones de introducción al
psicoanálisis (Vorlesungen zur EinfíJhrung in die Psychoanalyse, 1915-1917), el término
«traumatismo» designa un acontecimiento que sobreviene en un segundo tiempo y no las
experiencias infantiles que se hallan en el origen de las fijaciones. El alcance del trauma se
reduce y su originalidad disminuye: en efecto, se tiende a asimilar, en el desencadenamiento de
la neurosis, a lo que Freud, en otras formulaciones, denominó Versagung (frustración).
Pero, mientras la teoría traumática de la neurosis adquiere una importancia más relativa, la
existencia de las neurosis de accidente y, sobre todo, de las neurosis de guerra, vuelve a situar
en el primer plano de las preocupaciones de Freud el problema del trauma, bajo la forma clínica
de las neurosis traumáticas.
Este interés lo atestigua, desde un punto de vista teórico, el trabajo Más allá del principio del
placer. Se vuelve a utilizar la definición económica del trauma como efracción, lo cual conduce a
Freud a hacer la hipótesis de que un aflujo excesivo de excitación anula inmediatamente el
principio de placer, obligando al aparato psíquico a realizar una tarea más urgente «más allá del
principio del placer», tarea que consiste en ligar las excitaciones de tal forma que se posibilite su
descarga ulterior.
La repetición de los sueños en los que el sujeto revive intensamente el accidente y se coloca de
nuevo en la situación traumática, como para controlarla, es atribuida a una compulsión a la
repetición. De un modo más general, puede decirse que el conjunto de fenómenos clínicos en los
que Freud ve actuar esta compulsión, pone en evidencia que el principio de placer, para poder
funcionar, exige que se cumplan determinadas condiciones, que son abolidas por la acción del
traumatismo, en la medida en que éste no es una simple perturbación de la economía libidinal,
sino que viene a amenazar más radicalmente la integridad del sujeto (véase: Ligazón).
Por último, en la teoría de la angustia, renovada en Inhibición, síntoma y angustia (Heinmung,
Symptom und Angst, 1926), y, de un modo más general, en la segunda tópica, el concepto de
trauma adquirirá un valor creciente, aparte de toda referencia a la neurosis traumática
propiamente dicha. El yo, al desencadenar la señal de angustia, intenta evitar ser desbordado
por la aparición de la angustia automática que caracteriza la situación traumática, en la cual el yo
se halla indefenso (véase: Desamparo). Esta concepción lleva a establecer una especie de
simetría entre el peligro externo y el peligro interno: el yo es atacado desde dentro, es decir, por
las excitaciones pulsionales, como lo es desde fuera. El modelo simplificado de la vesícula viva, 
tal como Freud lo presentó en Más allá del principio del placer (véase supra), deja de ser
válido.
Finalmente se observará que, buscando el núcleo del peligro, Freud lo encuentra en un aumento,
más allá de lo tolerable, de la tensión resultante de un aflujo de excitaciones internas que exigen
ser liquidadas. Esto es lo que, en último término, explicaría, según Freud, el «traumatismo del
nacimiento». 


Tres ensayos de teoría sexual
fuente(61) 
Obra de Sigmund Freud publicada por primera vez en 1905 con el título de Drei Abhandlungen
zur Sexualtheorie. Traducida por primera vez al francés por
Blanche Reverchon-Jouve (1897-1974) en 1923 con el título de Trois Essais sur la théorie de la
sexualité, y en 1987 por Milippe Koeppel con el título de Trois Essais sur la théorie sexuelle.
Traducida al inglés por primera vez en 1910 por Abraham Arden Brill y James Jackson Putnam
con el título de Three Contributions in the Sexual Theory, y en 1949 por James Strachey con el
título de Three Essays on the Theory of Sexuality, retomado sin modificaciones en 1953.
Contrariamente a lo que dice Sigmund Freud en su autobiografía de 1925, y a la leyenda forjada
más tarde por Ernest Jones, los Tres ensayos de teoría sexual no fueron recibidos con una
andanada de injurias, ni hicieron "universalmente impopular" al autor. Publicado después de los
múltiples trabajos de los sexólogos, en los que por otra parte se inspiraba, y también después
del célebre Sexo y carácter de Otto Weininger, el excelente ensayo de Freud fue acogido
elogiosamente por todos los especialistas en la cuestión sexual. Como lo han establecido Henri E
Ellenberger y después de él Norman Kiell, la edición fue saludada por una mayoría de artículos
favorables, entre ellos los del criminólogo Paul Naecke (1851-1913), la escritora feminista Rosa
Mayreder (1858-1938), el neurólogo Albert Eulenberg (1840-1917), el periodista Otto Soyka
(1882-1945) y también Magnus Hirschfeld y Adolf Meyer.
Freud y los representantes de la historiografía oficial hablaron de una reacción de rechazo
porque la obra del maestro, en el momento de su publicación, no fue reconocido como el libro
inaugural de una teoría totalmente nueva de la sexualidad humana. Tuvo sencillamente una
difusión normal para la época (mil ejemplares vendidos en el primer año, y doscientos por año en
los cuatro años siguientes); los especialistas la consideraron una obra científica entre otras.
Ahora bien, desde 1886 aparecía todos los años, en particular en Alemania, Austria e Inglaterra,
una multitud de libros dedicados a la sexualidad en general, y a la sexualidad infantil en
particular. De allí la amargura de Freud y sus discípulos, puesto que el maestro tenía conciencia,
con justicia, de haber producido una teoría revolucionaria de la sexualidad.
La leyenda fabricada por Jones ha seguido tan sólidamente implantada en el ambiente
psicoanalítico, que en 1987 el prefacio de la nueva traducción francesa no vacila en presentar a
Freud como el héroe de una cruzada de la verdad contra el oscurantismo, capaz de sacrificarlo
todo (honor, vida social, clientela, reputación), a los 49 años, para lanzar al rostro de la 
comunidad científica ignorante y estúpida el gran desafío de la "verdadera" sexualidad.
No fue la aparición de los Tres ensayos lo que desencadenó la cruzada antifreudiana que
apuntaba a asimilar el psicoanálisis a un pansexualismo-, lo hicieron acontecimientos
posteriores. Fue necesario que se publicara el análisis de Juanito (Herbert Graf), donde la teoría
freudiana se aplicaba de modo directo a un niño, y después Un recuerdo infantil de Leonardo da
Vinci, donde concernía a la infancia de un pintor universalmente sacralizado-, debió
desarrollarse más tarde el movimiento psicoanalítico, con la creación de la International
Psychoanalytical Association (IPA) y la implantación progresiva del psicoanálisis en numerosos
países y, finalmente, tuvo que producirse la ruptura con Carl Gustav Jung a propósito de la libido.
Fue entonces, entre 1910 y 1913, cuando el freudismo comenzó a ser visto en todo el mundo
como una "obscenidad", una "pornografía", una "cosa sexual", incluso una "ciencia boche"
(alemana). Fue en el momento en que la doctrina freudiana accedía al reconocimiento
internacional cuando estallaron contra ella las acusaciones de pansexualismo. La resistencia a
la teoría de la sexualidad fue entonces el síntoma evidente de su progreso activo. Por ello,
retroactivamente, los Tres ensayos fueron considerados el libro inaugural del "escándalo
freudiano- de la sexualidad, en particular por sus pasajes sobre las teorías sexuales infantiles y
acerca de la disposición perversa polimorfa. En consecuencia, esta obra no tiene el mismo
estatuto que los otros libros de Freud: el suyo está de alguna manera determinado por la historia
de las sucesivas acogidas, por la historia de los comentarios, de las interpretaciones y de las
violencias que suscitó.
Esta historia, que se despliega en varias versiones, está inscrita por otra parte en el núcleo
mismo del libro. En efecto, Freud nunca reescribió, corrigió y rectificó una obra tanto como ésta,
al punto de que ya no se puede distinguir el original de sus versiones sucesivas. Entre 1905 y
1920 hubo cuatro ediciones de los Tres ensayos, y en cada una de ellas el autor introdujo
modificaciones considerables, a medida que afinaba su teoría de la libido en función de la
evolución general de su propia doctrina, ajustaba el "dualismo pulsional" y desarrollaba su
concepción del narcisismo.
El escándalo de los Tres ensayos consiste en el abandono de la concepción sexológica de la
sexualidad (con una descripción infinita de las anomalías y las aberraciones), reemplazada por
un enfoque psíquico de lo sexual. Lo que provocó la perturbación y la acusación de
pansexualismo fue su manera de "sexualizar" el conjunto de la vida individual y colectiva. Al
sustraer la libido sexualis al usufructo de los médicos, Freud hizo de ella la determinante
principal de la psique humana. Pero también la restituyó al hombre mismo (enfermo, paciente,
niño). De allí el empleo de la expresión "teoría sexual" (Sexualtheorie) para designar a la vez las
hipótesis del científico y las "teorías" inventadas por los niños, o incluso los adultos, para
resolver el enigma de la copulación, el nacimiento y la diferencia de los sexos.
La obra está dividida en tres partes. En la primera, dedicada a las aberraciones sexuales, Freud
introduce por primera vez la palabra pulsión para describir las "desviaciones respecto del objeto 
sexual", entre las cuales incluye la "inversión" en los casos en que los objetos sexuales son
"inmaduros sexuales y animales". A través de esta terminología proveniente del vocabulario
común, designa tres formas de comportamiento sexual consideradas "taras" por los médicos de
fines de siglo: la homosexualidad, la paidofilia (relación sexual entre un adulto y un niño
prepúber), la zoofilia (relación sexual entre un ser humano y un animal). El rechazo de las
palabras eruditas derivadas del latín y del griego adquiere en su pluma una significación precisa:
para él se trata de señalar que esas "aberraciones", tan diferentes entre sí, no pueden ser
consideradas en ningún caso la expresión de una degeneración, y la homosexualidad menos
aún que las otras.
Freud no sólo diversifica las formas posibles de homosexualidad, sino que hace de ella un
componente "adquirido- y no "innato" de la sexualidad humana. Es posible entonces que la vean
de distinto modo las diversas culturas y estados de la civilización. Para ampliar aún más su
definición, en el capítulo siguiente caracteriza la homosexualidad como una tendencia
inconsciente y universal presente en todos los neuróticos, es decir, en todo sujeto. De allí la
célebre fórmula en la que ya había pensado en 1896:
"La neurosis es, por así decirlo, el negativo de la perversión". Por otra parte, es a tal punto ese
negativo, que en la recapitulación final Freud subraya de qué manera, mediante la represión, una
misma persona puede pasar de la perversión a la neurosis: después de una inmensa actividad
sexual perversa en la infancia, se produce a menudo una inversión, y la neurosis reemplaza a la
perversión según el proverbio: "Joven buscona, vieja devota".
Con el mismo enfoque, considera que la paidofilia y la zoofilia son comportamientos ocultos bajo
la apariencia de la mayor "normalidad". Estas dos aberraciones no estaban ligadas según él a
una enfermedad mental, sino a un estado infantil de la sexualidad en sí. De allí que los paidófilos
y los zoófilos aparecieran como individuos ruines pero perfectamente adaptados a la vida social
burguesa o campesina.
La continuación de esta parte está dedicada a un vasto análisis de las otras perversiones
(fetichismo y sadomasoquismo), así como a las formas particulares de práctica erótica ligadas a
la boca (fellatio, cunnilingus). Freud las incorpora a todas al marco general de un funcionamiento
pulsional organizado en torno a un conjunto de zonas erógenas.
La segunda parte del libro, la más importante, consiste en una exposición, a la vez simple y
franca, de las variantes de la sexualidad infantil. Verdadera matriz de la teoría de la libido, esta
disertación magistral, que sería ampliada con varios pasajes, sirvió también para la elucidación
del complejo de castración, la envidia del pene, y finalmente la noción de estadio (oral, anal,
fálico, genital), tomada de la biología evolucionista. Quedaba como componente central de la
sexualidad infantil lo que Freud denominó la "disposición perversa polimorfa".
Al demostrar que las actividades infantiles (chupeteo, masturbación, juego con el cuerpo o los 
excrementos, alimentación, defecación, etcétera) son fuentes de placer y autoerotismo, Freud
destruía el viejo mito del "paraíso de los amores infantiles". Antes de los 4 años, el niño es un ser
de goce, cruel, inteligente y bárbaro, que se entrega a todo tipo de experiencias sexuales, a las
cuales renunciará al convertirse en adulto. En este sentido, la sexualidad infantil no conoce ley ni
prohibición, y para satisfacerse emplea todos los objetos y los fines posibles, como lo atestiguan
las "teorías" fabricadas por los niños acerca de su origen: la teoría cloacal, según la cual los
bebés vienen al mundo por el recto y son equivalentes a materia fecal, con su variante, el parto
por el ombligo, y la teoría del carácter sádico-anal del coito parental, para la cual el acoplamiento
es un acto de sodomía acompañado de una violencia primordial, semejante a una violación. En
1908, en "Teorías sexuales infantiles", Freud agregará algunas "teorías" más: por ejemplo, la
idea de que los niños se conciben con la orina, o por el beso, o que nacen inmediatamente
después del coito, o incluso que los hombres, lo mismo que las mujeres, pueden tener bebés.
Ese mismo año, en "Carácter y erotismo anal", Freud asoció la actividad sexual con el desarrollo
ulterior en el sujeto de mejores cualidades espirituales.
El tercer ensayo es un estudio de la pubertad, y por lo tanto del pasaje desde la sexualidad
infantil a la sexualidad adulta, a través del complejo de Edipo y la instauración de una elección de
objeto basada en general en la diferencia de los sexos. A este texto se le sumó un capítulo
sobre la libido, redactado en varias etapas, entre 1905 y 1924. Allí expone Freud la tesis del
monismo sexual, subrayando que la libido es de naturaleza y esencia masculina. Esta tesis,
propuesta en 1905 y desarrollada sobre todo en 1915, sería impugnada por los representantes
de la escuela inglesa, en el marco del gran debate de la década de 1920 sobre la sexualidad
femenina. A estas tres partes Freud añade una "recapitulación", en la cual expone los efectos
sobre la sexualidad de la represión, la herencia, la sublimación y la fijación.
Con esta obra principal, Freud abrió el camino para el desarrollo del psicoanálisis de niños y la
reflexión sobre la educación sexual: por ejemplo, insistió en que los adultos no les mintieran
nunca a los niños sobre su origen, y en que la sociedad se mostrara tolerante con la sexualidad
en general. 


Tres espacios psíquicos
fuente(62) 
Definición
La triple espacialidad psíquica es un término original y novedoso de la teorización vincular.
Supone una tópica conformada por la inscripción representacional y la investidura de lo
intrasubjetivo, lo intersubjetivo y lo transubjetivo. Junto con la noción de configuración vincular
(Ver) constituye uno de los núcleos duros de esta teoría, distinguible de las tópicas freudiana y
lacaniana.
En su último libro "Lo Vincular", Isidoro Berenstein y Janine Puget definen los tres espacios como
"...un modelo de aparato psíquico en el cual se organizan zonas diferenciables que hemos
llamado espacios psíquicos, metáfora de un tipo de representación mental y vincular que el yo
establece con su propio cuerpo, con cada uno o varios otros y con el mundo circundante". 
Origen e historia del término
El término surge como tal a raíz de varios trabajos de la Dra. Janine Puget que tendían a darle un
lugar en lo psíquico a la realidad externa y a los vínculos. El primero fue "Violencia social y
Psicoanálisis: lo impensable y lo impensado", publicado en la Revista Psicoanálisis, vol. VIII, nros.
2 y 3, de 1986; reflexión acerca de las secuelas traumáticas dejadas por la dictadura militar en
nuestro país. Otro fue "E] contexto social. En busca de una hipótesis", presentado en 1987 en el
Congreso Internacional de Psicoanálisis, en Montreal. Un tercer trabajo fue "¿Qué es material
clínico para el psicoanalista? Los espacios psíquicos" publicado en la revista Psicoanálisis, vol.
X, nro. 3 (1987), 1988 . Finalmente la "Formación psicoanalítica de grupo. Un espacio psíquico o
tres espacios ¿son superpuestos? publicado en la Revista de Psicología y Psicoterapia de
Grupo, XII, nro. 1 en 1988. Los tres últimos correspondieron a una elaboración teórica posterior a
los debates de la década de¡ 70 en la Asociación Psicoanalítica Argentina, acerca de la tensión
existente entre realidad externa y realidad psíquica y del carácter representacional de lo
colectivo. Para ese período histórico la realidad externa era construida a expensas de la
externalización o proyección de la realidad interna o en su defecto era objeto de estudio de
disciplinas alternativas al psicoanálisis como la política, la sociología o la historia. Tanto lo
vincular como la realidad externa no tenían un status metapsicológico propio y caían por fuera de
nuestra disciplina.
A nivel mundial, las corrientes analíticas que tomaron ese sector de la teoría, como K. Horney y
E. From, fueron considerados "culturalistas" y terminaron autoexcluyéndose del psicoanálisis.
Como correlato, en nuestro país, se asignó la denominación de "Escritos sociales" a un sector de
la Obra de Freud representado por El Moisés, Totem y tabú , Psicología de las Masas y Malestar
en la cultura.
Va de suyo que construir una tópica metapsicológica que incluyera a lo social (la
transubjetividad) y a los otros (intersubjetividad) ponía en riesgo la pertenencia institucional de
quien lo intentara.
Respecto de lo intersubjetivo es a partir de Lacan, quien formó su propia escuela en 1964, que
se marca la impronta del otro en la constitución del psiquismo. En ese tiempo existía una polémica
teórica con la escuela inglesa acerca del origen de la pulsión. ¿Era ésta endógena o exógena?
Desarrollos postlacanianos, como los de Laplanche con su teoría de la seducción originaria,
fijaron una clara postura en el sentido de que la génesis de la pulsión era intersubjetiva y el
objeto fuente estaba en el campo del otro. Estos conceptos provenían de la idea de alienación 
estructural lacaniana que partía del estadio del espejo.
En relación a lo transubjetivo (ver Transubjetivo) P. Aulagnier, con la noción de contrato
narcisista, y R. Kaës, con el concepto de apuntalamiento, van desarrollando esta noción aunque
sin mencionarla de ese modo.
Es Janine Puget, con los trabajos mencionados, quien postula la inscripción de lo transubjetivo
como un espacio de la mente, cuyas representaciones sociales están relacionadas con
ideología, religión, poder y pertenencia.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
Con la idea de Triple espacialidad se dieron bases metapsicológica para desarrollar la teoría
vincular. En términos generales el planteo era pasar de lo que Freud describió dentro del aparato
psíquico a lo ocurrido entre los sujetos. Comenzaba a pensarse también en un sector
representacional tanto para los otros significativos como para los otros, en su condición de
conjunto.
De allí que algunos críticos evaluaran la terapia vincular como una psicoterapia interaccional
pues ignoran la representación inconsciente del vínculo. Al no diferenciar los tres espacios
psíquicos se confunde el objeto interno con el otro. Por consiguiente los únicos destinos posibles
del otro del vínculo son: ser una mera réplica de los objetos arcaicos o caer hacia lo externo
como un yo función que interactúa con otro yo función.
Si bien Janine Puget sistematizó en sus trabajos iniciales los tres espacios las ideas fueron
evolucionando por desarrollos de la propia autora, aportes de Kaës y Bernard y de la segunda
generación de analistas vinculares de la AAPPG.
Actualmente podríamos definir los tres espacios como lógicas o sistemas de inscripciones
representacionales que implican dinámicas diferentes y que tienen vigencia desde el comienzo
de la vida como un triple registro.
El espacio Intrasubjetivo esta caracterizado por la unidireccionalidad. Es importante aquí no
confundir el origen del psiquismo (producto del triple registro mencionado) con la organización
específica del deseo y la defensa. Este espacio es el equivalente para la teoría clásica de lo que
está definido como intrapsíquico.
Es unidireccional porque el sentido se irradia predominantemente desde el yo hacia lo externo. 
Estaría conformado por representaciones del yo corporal, productos de funcionamientos
autoeróticos y de fantasmas de autoengendrarniento. Sus componentes son pulsión, deseo,
fantasía y relaciones de objeto. Representa lo que algunos autores de la segunda generación
han definido globalmente como "sujeto de deseo".
El espacio Intersubjetivo se caracteriza por ser bidireccional, dado que el sentido ya no
provendría desde mundo interno hacia los otros sino que devendría de la relación con los otros.
[Esto conlleva a diferentes concepciones acerca la simetría y la asimetría, que desarrollaremos
en el punto siguiente].
En sus comienzos se tomaba como modelo de lo intersubjetivo a la estructura familiar
inconsciente (ver EFI), que determinaba diferencias de sexos y generaciones.
Luego se complejizó adquiriendo importancia la relación del sujeto con los otros-nuevos
significativos.
Implica el pasaje conceptual del objeto interno al otro. Esto supone la inscripción de pactos y
acuerdos inconscientes, relacionados tanto con la positividad como la negatividad (ver Pacto
denegativo), de alianzas inconscientes Y de interfantasmatización.
La representación inconsciente del vínculo es el campo de los otros dentro del psiquismo. Es
aquí donde adquiere precisión la noción de sujeto del vínculo, con su correlato: el otro del
vínculo. Esto daría cuenta de la posibilidad del encuentro, subsidiaria de la teoría del
acontecimiento.
En el espacio Transubjetivo (Ver Transubjetivo) la Dra. Puget ubica "las representaciones del
mundo externo real (social y físico) que el Yo adquiere desde lo originario directamente así como
por la mediatización del Super Yo de los objetos parentales (Puget 1987). El Sujeto es tanto
Sujeto del mundo como de la estructura familiar". Como vemos esta autora le da una doble
entrada a lo Transubjetivo en el psiquismo del infans: a través de la madre, como portavoz, y de
modo directo desde la cultura. Se diferencia así de la postura de Kaës quien propone la
inscripción de la transubjetividad a través del portador materno. Para él lo transubjetivo, en una
de sus versiones, son aquellas inscripciones que comparten los sujetos en tanto forman parte
de un determinado conjunto. Lo diferencia así de lo transindividual que estaría representado por
las fantasías originarias, la estructura del lenguaje y el Edipo, condición que atraviesa a todo
sujeto para constituirse como tal y formar parte de la especie humana.
Para Janine Puget en los componentes de la transubjetividad predomina la imposición. Lo
transubjetivo sería aquel espacio del psiquismo de mayor nivel de apertura. 
Problemáticas conexas
Los tres espacios psíquicos han generado una fuerte polémica, dentro y fuera de la teoría
vincular. En la AAPPG hay líneas que sostienen que existirían solo dos espacios: adentro y
afuera del psiquismo, que representarían lo intrasubjetivo y extrasubjetivo respectivamente. En el
adentro ubican un nivel intersubjetivo, que tiene que ver con la discriminación (parte neurótica de
la personalidad) y un nivel transubjetivo (pensado como lo sincrético blegeriano). En el afuera
quedaría ubicado, por un lado el espacio de los vínculos y por otro el macrocontexto. Para esta
postura más que de espacios se hablaría de formas de vincularse con los objetos. Algunas
serían más narcisistas y fusionales y otras estructuralmente neuróticas, en el sentido del
reconocimiento de la alteridad. Esto en la teoría grupal es equivalente a homorfismo
(discriminación) e isomorfismo (fusión). Se podría pensar toda la teoría vincular desde estos dos
ejes.
A su vez desde fuera del campo vincular se critica la idea de los Tres espacios por considerarla
demasiado esquemática y con un cierto riesgo a ser sustancializada.
Autores de la segunda generación de analistas vinculares pensaron diferentes niveles de
intercambio entre los espacios, a través de fenómenos como los de cambios de estado, clivajes
y barreras. Así ubicaron, por ejemplo, zonas interno-externas del psiquismo en los espacios
inter y transubjetivo, con niveles de apertura graduales, cuyo máximo estaría en el espacio
transubjetivo y su mínimo en la intrasubjetividad, Los espacios tendrían diferentes niveles de
significación y de investimiento. Desde esta perspectiva lo pulsional quedaría ubicado en el
espacio intrasubjetivo.
Otras temáticas en discusión tienen que ver con las nociones de bidireccionalidad y de
asimetría- simetría. Janine Puget plantea que hay bidireccionalidad y vínculo desde el nacimiento
mismo, conceptos estos resistidos por aquellos que sostienen el desamparo originario y la
inermidad. Sin embargo Laplanche de algún modo concuerda con esta autora porque plantea que
en el campo de la sexualidad la relación es asimétrica. El infans es colonizado por la madre, pero
en el terreno de la autoconservación hay una simetría en el intercambio, porque los llantos del
bebé van marcando una cadencia que determina a su vez la conducta de la madre.
Una salida posible a este dilema es pensar la triple inscripción simultánea desde el inicio de la
vida, con asimetría para lo intra-subjetivo y simetría para la intersubjetividad.
Para concluir, desde la teoría de los tres espacios es posible que sea necesario repensar
conceptos claves del psicoanálisis como transferencia, repetición y narcisismo. 


Triandafilidis Manofis
(1883-1959) Pedagogo griego
fuente(63) 
Docente y gramático, fundador en 1910 de un círculo pedagógico que reunía a partidos activos 
de la creación de una lengua "demótica" (o lengua del pueblo) y una nueva educación para los
niños, Manolis Triandafilidis fue el primer autor griego que, en 1915, publicó un artículo sobre el
psicoanálisis que hizo época: "El principio de la lengua y la psicología freudiana". Allí expuso de
qué modo la teoría del inconsciente, al iluminar el alma y el psiquismo, podía contribuir al progreso
de una nueva pedagogía neohelénica. Tan interesado por las teorías socializantes de Alfred
Adler como por las de Sigmund Freud, mantuvo con ambos algún intercambio epistolar. 


Unario
(trazo)
fuente(64) 
Para Freud, la identificación es el más precoz vínculo afectivo con el prójimo; la expresión «trazo
unario» (einziger Zug, que en traducción literal significa «trazo único») constituye la relación
mínima entre el yo y su objeto. En Psicología de las masas y análisis del yo (1921), Freud
demuestra que, en la formación del síntoma, «la identificación constituye la forma más primitiva
del apego afectivo a un objeto»; por ejemplo, cuando Dora imita la tos del padre, «el yo absorbe,
por así decirlo, las propiedades del objeto». Freud añade que «el yo copia a veces a la persona
amada, y otras a la persona no amada»; en ambos casos la identificación es sólo «parcial,
totalmente limitada; el yo se limita a tomar del objeto uno solo de sus rasgos». Se siente que ese
rasgo o trazo «único» vale como la rúbrica en la que el sujeto puede leer algo de su identidad; la
cual está tan necesariamente articulada con un objeto que, en virtud de su borramiento por la
marca del trazo, cuenta a través de su ausencia.
Lacan aprovecha este proceso para elevar la noción de trazo unario a una pertinencia
estructural; traducirá einzig (unicidad en Freud) por la palabra «unario» pues, para él, esta
identificación basada en un solo rasgo tiene menos una función unificante que una función
distintiva. Si bien en el origen hay identificación del yo con un objeto por mediación de un rasgo,
este movimiento no se limita a rubricar una operación refleja con relación a un objeto. Es cierto
que este proceso «originario» es ineludible, puesto que muestra que el sujeto está obligado a
pasar por otro sujeto para singularizarse, pero las consecuencias teóricas son de la mayor
importancia, pues lo que está en juego es el advenimiento del objeto, en la medida en que la
diferencia consigo mismo inscrita por el trazo engendra por sí un posible con relación a la noción
de identidad. Así, por ejemplo, el nombre propio funciona como trazo, pues cuenta una diferencia
pura; se transmite, pero no se traduce. En el advenimiento del sujeto hay también marcación de
una función numérica, en cuanto el sujeto encuentra por su subjetividad un objeto imposible por
definición: el trazo unario es entonces el «significante, no de una presencia, sino de una
ausencia borrada», dice Lacan en L’Identification (Seminario IX, 1961-1962); se trata por lo tanto
de una marca que, al pasar obligatoriamente por ese punto de borramiento, subraya la diferencia
en cada reiteración. De hecho, el trazo unario estará en el centro de la repetición. Ésta, según la
expresión de Lacan en el mismo seminario, se basa en un «error de cuenta». Al considerar la
serie de los números enteros naturales, es evidente que el cero corresponde a cero, pero sólo
puede ser contado como uno; en caso contrario, la sucesión es imposible. Se trata entonces de
comprender la marcación de un «uno» con respecto a la subjetivación de manera que él pueda
contar(se): lo que el sujeto busca en la repetición «es su unicidad significante, en tanto que uno
de los giros de la repetición, si así puede decirse, ha marcado al sujeto que se pone a repetir lo 
que desde luego él no podría sino repetir, puesto que ello no será nunca más que una repetición,
pero con la meta de hacer resurgir lo unario primitivo de uno de sus giros» (L'Identification). La
repetición presupone el fundamento de un Uno primordial constituido en el lugar de una falta, de
un borramiento originario; esto es lo que Lacan, en otros lugares, llama «la cosa» o «lo real
imposible». El trazo unario introduce una relación de exclusión en una relación de inclusión: es
partiendo del trazo unario en tanto que excluido como el zoólogo puede decretar que hay una
clase «en la que universalmente no puede haber ausencia de mamá: menos menos 1 ... ¿sería
posible que no haya mamá?» En esta medida, afirma Lacan, el sujeto como tal es menos uno. Por
ello la cadena significante recubre para él «la estructura de la estructura». El pasaje de lo real
imposible a lo simbólico se funda necesariamente en la negatividad. La conceptualización por
Lacan M trazo unario freudiano pasa de una identificación imaginaria a una identificación
propiamente simbólica, pues la relación de la falta con el trazo instituye la lógica del significante,
cuyo papel es signar una diferencia en cada uno de sus giros. La cuestión de la existencia
surge de esta alternancia entre repetición y ausencia, y sólo así puede plantearse la noción de
representación del sujeto en el tiempo: el trazo unario, a tal título, es una «escansión en la que se
manifiesta la presencia en el mundo», y presupone necesariamente la presencia de otros Uno.
En resumen, algo es contado por el sujeto antes de que él se ponga a contar; más aún, la
cuestión del sujeto hablante se basa en el origen en un error de cuenta. Esto permite
comprender por qué el inconsciente freudiano demuele toda esperanza de acorralar la verdad
en cualquier discurso positivista. 


Unión - desunión
(de las pulsiones)
Al.: Triebrnischung - Triebentmischung.
Fr.: union - désunion (des pulsions).
Ing.: fusion - defusion (of instincts).
It.: fusione - defusione (delle pi1sioni).
Por.: fusão - defusão (dos impulsos o das pulsões).
fuente(65) 
Términos utilizados por Freud, dentro de su última teoría de las pulsiones, para describir las
relaciones entre las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte, tal como se traducen en una
determinada manifestación concreta.
La unión de las pulsiones constituye una verdadera mezcla, en la que cada uno de los dos
componentes puede entrar en proporciones variables; la desunión designa un proceso que, en
el caso extremo, conduciría a un funcionamiento Independiente de las dos clases de pulsiones,
persiguiendo cada una por separado su propio fin.
La última teoría de las pulsiones, con su oposición radical entre pulsiones de vida o pulsiones de
muerte hace que se plantee la pregunta: ¿Cuáles son, en un determinado comportamiento, en un
determinado síntoma, la parte respectiva y el modo de asociación de los dos grandes tipos de
pulsiones? ¿Cuál es su interacción, su dialéctica, a través de las etapas evolutivas del sujeto? 
Se comprende que este nuevo dualismo pulsional indujera a Freud a considerar las relaciones de
fuerza entre las pulsiones antagónicas(66).
En efecto, en lo sucesivo se reconocerá a las fuerzas destructivas el mismo poder que a la
sexualidad; se enfrentan en el mismo terreno y se encuentran en comportamientos
(sadomasoquismo), instancias (superyó), tipos de relación de objeto, que se ofrecen a la
investigación psicoanalítica.
Con todo, se observará que el problema de la unión de las dos grandes pulsiones no fue
abordada por Freud en forma simétrica en cuanto a los dos términos presentes. Cuando Freud
habla de desunión, intenta designar, explícita o implícitamente, el hecho de que la agresividad
habría logrado romper todo nexo con la sexualidad.
¿Cómo concebir la unión de las dos pulsiones? Freud no se mostró muy preocupado por
precisarla. Entre las diferentes nociones que entran en la definición de la pulsión, hace intervenir
sobre todo las de objeto y fin. Pero la convergencia de las dos pulsiones, aisladas en su
dinámica, sobre un solo y mismo objeto, no parece por sí sola poder definir la intrincación; en
efecto, la ambivalencia, que corresponde a esta definición, es para Freud el ejemplo más
llamativo de una desunión o de una «unión que no se ha realizado». Además de una
armonización de los fines, es necesaria una especie de síntesis cuyo matiz específico
corresponde a la sexualidad: «Creemos que el sadismo y el masoquismo nos ofrecen dos
ejemplos excelentes de la unión de dos clases de pulsiones, Eros y agresividad, y establecemos
la hipótesis de que esta relación constituye un prototipo, que todas las mociones pulsionales que
podemos estudiar son también uniones o alianzas similares de las dos clases de pulsiones;
uniones, naturalmente, en las que las proporciones son muy diversas. Las pulsiones eróticas
son las que, en la desunión, introducirían la diversidad de sus fines sexuales, mientras que, para
el otro tipo de pulsiones, sólo existirían atenuaciones y grados decrecientes dentro de su
tendencia, que es siempre la misma». En la misma línea de pensamiento, Freud, al describir la
evolución de la sexualidad, muestra cómo en ella la agresividad entra al servicio de la Pulsión
sexual.
Al ser la unión de las pulsiones una mezcla, Freud insiste, en varias ocasiones, en que pueden
darse todas las proporciones imaginables entre Eros y agresividad, pudiendo decirse que existe
aquí una especie de serie complementaria: «Las modificaciones en la proporción de las
pulsiones que están unidas pueden tener las mayores consecuencias. Un exceso de
agresividad sexual hace de un enamorado un sádico asesino, una gran disminución del factor
agresivo le vuelve tímido o impotente».
La desunión, por el contrario, podría definirse como el resultado de un proceso que otorgaría a
cada una de las pulsiones la autonomía de su fin. Postulada por Freud en los orígenes míticos del
ser vivo, esta autonomía de las dos grandes clases de pulsiones sólo puede concebirse como 
un estado límite, del cual la experiencia clínica sólo puede proporcionar aproximaciones,
concibiéndose éstas, en general, como regresiones en relación con un movimiento ideal que
integraría cada vez más la agresividad a la función sexual. Uno de los mejores ejemplos de
desunión de las pulsiones lo constituye, según Freud, la ambivalencia de la neurosis obsesiva.
Así, pues, in abstracto, Podría concebirse la existencia de dos series complementarias: una,
cuantitativa, dependería de la proporción de libido y de agresividad, unidas entre sí, en cada
caso; en la otra, variaría el estado de unión o desunión relativa de las dos pulsiones entre sí. De
hecho, se trata aquí, según Freud, de dos formas. poco coherentes entre sí, de expresar el
mismo pensamiento. En efecto, libido y agresividad no deben concebirse como dos ingredientes
simétricos. La libido, como es sabido, constituye para Freud factor de ligazón (Bindung), de
unión; por el contrario, la agresividad tiende por sí misma a «disolver las relaciones». Esto
equivale a decir que, cuanto más predomine la agresividad, más tenderá a desintegrarse la unión
pulsional; y a la inversa, cuanto más prevalezca la libido, más se realizará la unión: «[...] la
esencia de una regresión de la libido, por ejemplo, de la fase genital a la fase anal-sádica, estriba
en una desunión de las pulsiones, mientras que, a la inversa, el progreso de la fase anterior a la
fase genital definitiva presupone la adición de componentes eróticos».
Para explicar la idea según la cual las pulsiones de muerte y pulsiones de vida se combinan
entre sí, Freud utilizó distintos términos: Verschmelzung, «fusión»; Legierung, «alianza»; sich
kombinieren, «combinarse». Pero el par que él adoptó y entró a formar parte de la terminología
psicoanalítica fue Mischung (o Vermischung) - Entmischung. Mischung significa mezcla (por
ejemplo, de dos líquidos en tal o cual proporción); Entmischung = separación de los elementos
de la mezcla.
En francés los equivalentes más generalmente admitidos, siguiendo la propuesta efectuada por
la Comisión lingüística de la Sociedad psicoanalítica de París (24 de julio de 1927), fueron:
intrication-désintrication. Si bien estos términos tienen la ventaja de patentizar la
complementariedad de los dos procesos inversos, presentan, a nuestro modo, de ver, varios
inconvenientes:
1.° intriquer viene del latín intricare: «intrincar, enredar», que a su vez deriva de la palabra
griega «cabello», y sugiere un enmarañamiento de elementos accidentalmente «inextricables»,
pero que persisten por naturaleza distintos;
2.° se presta mal a la idea, que es esencial en el concepto freudiano, de una mezcla íntima que
puede producirse en proporciones variables;
3.° en el par intrication-désintrication, el primer término es el que implica el matiz desfavorable
de un estado de complicación, mientras que désintrication sugiere, por el contrario, la idea de
que se ha logrado desenredar una madeja enmarañada. En este sentido, ¿no podría compararse 
el proceso de la cura analítica a una désintrication?
En inglés ha sido generalmente adoptado el par fusion-defusion. Traducido al francés,
presentaría el inconveniente de prestarse a equívocos, dada la pluralidad de significados de la
palabra «fusión» («fusión» en física significa no solamente mezcla, sino también el paso del
estado sólido al estado líquido; metafóricamente se habla de état fusionnel, etc.) y el carácter
poco evocador del neologismo défusion.
En ausencia de un término simétrico al de mezcla, nos hemos decidido por el par
unión-desunión. 


Universitario
(discurso del)
fuente(67) 
La fórmula del Discurso Universitario (o Discurso «de» la Universidad) aparece en el seminario
XVII de Lacan (El reverso del psicoanálisis, 1969-1970), en contrapunto con el discurso de la
ciencia, en cuanto se considera que manifiesta aquello de lo que éste último se asegura.
El saber S2 ocupa en él el lugar dominante -el del semblante-, lugar del orden, del mandamiento,
lugar ocupado primeramente por el amo.
S2             a
S1             $
«¿Por qué -pregunta Lacan- en el nivel de su verdad sólo se encuentra el significante amo SI en
tanto que opera para llevar el orden del amo?»
La razón es que ha llegado como dominante -en lugar del semblante- «un saber desnaturalizado
de su localización primitiva en el nivel del esclavo, por haberse convertido en puro saber del
amo, y regido por su mandato».
En la segunda parte del diagrama, en el lugar que ocupa el esclavo en el Discurso del Amo, en el
discurso de la ciencia se sitúa la causa del deseo, a, el estudiante; en cuanto a la producción de
ese Discurso de la Universidad, Lacan le asigna como determinación (en las circunstancias de la
época, en 1969) las «unidades de valor» entonces concedidas a los estudiantes. 


Varendonck Juliaan
(1879-1924) Psicoanalista belga
fuente(68) 
Miembro de la Nederlandse Vereniging voor Psychoanalyse (NVP), este pionero del psicoanálisis
en Bélgica era doctor en filosofía, letras y pedagogía. Analizado por Theodor Reik en Viena, en
1922, Juliaan (o Julien) Varendonck participó en el Congreso de la International Psychoanalytical 
Association (IPA) de Berlín, pero murió prematuramente en el curso de una intervención
quirúrgica trivial. Sigmund Freud redactó en inglés el prefacio de su obra The Psychology of
Day-Dreams, publicada en 1921, y Anna Freud la tradujo al alemán. 


Verdad 

fuente(69) 
s. f. (fr. vérité; ingl. truth; al. Wahrheit). Dimensión esencial de la experiencia psicoanalítica en
tanto, en el sentido que le da J. Lacan, no tiene otro fundamento que la palabra.
En uno de sus grandes textos conclusivos (Análisis terminable e interminable, 1937), Freud
escribe que «la relación psicoanalítica está basada en el amor a la verdad, es decir, el
reconocimiento de la realidad». He aquí algo que parece fácilmente aceptable, y sin embargo:
¿de qué verdad y de qué realidad se trata?, ¿qué relación hay entre verdad y realidad y qué
significa el amor por la verdad? Son cuestiones que Lacan retomará a menudo; él siempre
considera el punto de vista de los filósofos y de los lógicos, pero parte de la idea de que la
verdad no puede tener otro fundamento que la palabra, y se esfuerza por extraer las
consecuencias de ello. Heidegger ya había mostrado que la verdad, en su origen aletheia
(develamiento), había devenido, después de Platón, adequatio rei et intellectus [adecuación de
la cosa y el intelecto], y había señalado la importancia que así adquirió la mirada porque ella
comprueba la adecuación, y por el ideal que la garantiza. También Lacan rechaza esta definición
clásica de la filosofía occidental; escribe que «la palabra aparece tanto más como palabra
cuanto menos fundada está la verdad en lo que se llama la adecuación a la cosa» (Escritos). El
significante, en efecto, no designa la cosa, representa al sujeto: sólo puede haber adecuación a
la cosa fuera del registro del significante y del sujeto. «Está claro que la palabra sólo comienza
con el paso de la finta [del gesto] al orden del significante, y que el significante exige otro lugar
-el lugar del Otro, el Otro testigo, el testigo Otro distinto de cualquier participante- para que la
Palabra que soporta pueda mentir, es decir, plantearse como Verdad. De este modo, es de otra
parte -no de la Realidad a la que concierne- de donde la Verdad extrae su garantía: de la
Palabra. Y de esta, además, recibe esa marca que la instituye en una estructura de ficción»
(«Subversión del sujeto y dialéctica del deseo», en Escritos).
Para mostrar cómo el sujeto se manifiesta en el engaño, Lacan recurre de buen grado a la
historia judía tomada de Freud: «¿Para qué me mientes diciéndome que vas a Lemberg, para que
crea que vas a Cracovia, cuando en verdad vas a Lemberg?». El interlocutor, como se ve, no
tiene simplemente que vérselas con un enunciado -«voy a Lemberg»- cuyo carácter verdadero o
falso debe decidir. Siente que hay engaño con un enunciado verdadero (o más bien, exacto). El
engaño se sitúa por consiguiente en un registro distinto al del enunciado: el de la enunciación y
del sujeto, registro que implica al Otro. Cuando el interlocutor exclama «¿Por qué me mientes...?»,
es al Otro como testigo de la verdad a quien apela. Es en el Otro donde se inscribe la dimensión
de la verdad, pero sin que por ello se encuentre allí a ningún garante último de esta verdad.
Un punto esencial es que el engaño y la mentira no se oponen a la verdad como contrarios.
Supongamos a un analizante que dice: «Yo miento». Para los lógicos, «yo miento» es una
paradoja que algunos, con Russell, resuelven distinguiendo dos niveles de lenguaje: mentir y 
decir que se miente se situarían en dos niveles diferentes de lenguaje, de tal modo que el que
dice que miente dice efectivamente la verdad. Si el psicoanalista adopta esta posición -como lo
hacen los que postulan una parte sana del yo con la cual debaten sobre la verdad-, dispensa al
sujeto de su división, cuando justamente por esta división hay verdad. La distinción pertinente es
la del enunciado y la enunciación (seminario 1964, Los cuatro conceptos...,1973). La
intervención del analista no se dirige al «yo» «je»] que se afirma en el enunciado -eso sería
entonces una relación dual-, sino que debe interesarse en el sujeto de la enunciación, de tal
modo que el analizante pueda oír de retorno su mensaje como un «te engaño» y la puntuación
del analista como un «dices la ver -dad». Es la revelación, en la trasferencia, del engaño
inconciente la que produce aquí un efecto de verdad. Este se obtiene porque el analista, por el
hecho de la ambigüedad de toda aserción, no se siente engañado, a diferencia del interlocutor
de la historia judía.
El analista hace oír al analizante la verdad de su decir, no se pone en la postura de «decir la
verdad de la verdad», lo que equivaldría a enmascarar lo imposible (cosa que Lacan enuncia
diciendo que «no hay metalenguaje» y que escribe con el matema S(A)). Del lado del analizante,
el efecto de verdad, fundamental para el progreso de la cura, «culmina en un velo irreductible».
Aquí Lacan invoca otra vez a Heidegger, mas, para él, si la verdad devela y esconde
simultáneamente, esto no obedece a lo que sería del orden del ser, sino a la falta en ser que el
significante determina, a lo real que el significante establece. Porque existe esto real, el que se
esfuerza en decir la verdad no hace más que «mediodecirla», y esta tiene «estructura de
ficción». Pero el psicoanálisis no puede detenerse en esta comprobación y la verdad deviene
entonces el reconocimiento de eso real. En este sentido, justamente, Lacan dice que la verdad
es extraña, inhumana, que es el destino de todos rechazar lo horrible de ella. En consecuencia,
es ella la que habla (cf. famoso «yo, la verdad, hablo», en «La cosa freudiana», Escritos). Ella
habla en las formaciones del inconciente y en los síntomas. La verdad de los síntomas
neuróticos, dice Lacan, es tener la verdad como causa.
¿Se puede amar entonces la verdad? Lacan ironiza sobre el amor a la verdad y pone en guardia
contra un amor que sólo recaería en las manifestaciones sintomáticas de la verdad, no
renunciaría al goce que estas procuran y anclaría con ello en la impotencia (seminario
1969-1970, El revés del psicoanálisis). El imperativo freudiano (Wo Es war soll Ich werden, «allí
donde ello era, yo debo advenir») prescribe, dice Lacan, el camino a la verdad. A su término, la
cura debería desembocar en una verdad «incurable», una verdad «no sin saber», que no implica
ninguna exhaustivación del saber inconciente, sino un saber sobre la estructura, sobre lo
imposible que ella establece, saber que está en el lugar de la verdad en el discurso analítico.
Véase discurso. 


Verdad histórica
fuente(70) 
Si bien la noción de verdad histórica sólo fue precisada por Freud al término de su carrera -en
particular, aparece como título, en 1938, en una de las secciones de la segunda parte de Moisés
y la religión monoteista-, esta idea fue discernida por etapas, en función de las orientaciones
directrices de la doctrina. En su elaboración final, en efecto, apuntará a una interpretación de la
personalidad histórica de Moisés sobre la base de una analogía entre el desarrollo individual y la 
evolución religiosa. En esta perspectiva, se pone el acento, por un lado, en el período de
latencia, y por el otro, en la tradición oral a través de la cual se transmite la huella de un trauma
colectivo, en este caso el asesinato de Moisés, depositario ante los judíos de la religión
monoteísta de Akhenatón. Habrá además que señalar en qué terreno el psicoanálisis contribuyó
a sugerir esta analogía.
En efecto, un vuelco decisivo se produjo después de los primeros trabajos sobre el narcisismo,
en cuanto ellos promovieron, con la investigación de la psicosis, la exploración psicoanalítica del
desarrollo del yo. Gracias a esta ampliación del dominio de investigación, se pudo calibrar la
distancia entre la investidura libidinal del yo y la exigencia de verdad del sujeto, cuyo modelo
pudo a continuación transponerse al orden social. Antes, y desde el comentario analítico del
caso de Juanito (1905), Freud había reconocido la analogía entre las «teorías» infantiles y los
mitos relativos a la generación. De ahí la hipótesis de trabajo de una puesta en paralelo de la
serie de las organizaciones ontogenéticas y la serie de las figuras de pensamiento que emergen
en las diferentes épocas del desarrollo filogenético. Ahora bien, hubo una contribución esencial
a este trayecto: la aportada por la investigación de la psicosis, en la medida en que lleva la
indagación al corazón de la estructura de los delirios, permitiéndonos así asistir a la construcción
de equivalentes subjetivos de los mitos y de otras creaciones colectivas.
No obstante, ¿era preciso recurrir, como lo hizo Jung, a la hipótesis de un inconsciente
colectivo? Sin duda es significativo que Freud se haya referido a ella en el Moisés para
desactivarla: esto demuestra que, si bien rechazaba esa solución, no por ello asumía menos el
problema entrevisto por Jung. Freud simplemente piensa que facilita la reconstrucción histórica
con las enseñanzas que efectivamente le aporta el psicoanálisis del sujeto individual acerca de
la estructura del tiempo humano, y sobre todo acerca de la importancia del período de latencia en
el proceso de la represión. De este modo, la modelización concebida por Jung se encuentra
invertida; la ontogénesis, que es la única susceptible de verificación empírica, nos sirve de guía
en el nivel filogenético, mientras que en Jung se imponía de entrada el modelo filogenético bajo la
cubierta del inconsciente colectivo. 


Viena
fuente(71) 
La idea de que el psicoanálisis no era más que un producto del espíritu vienés (y por añadidura
del espíritu "judío vienés") era uno de los clichés que exasperaban a Sigmund Freud y lo llevaron
a querer "desjudaizar" su movimiento, y ubicar a un no-judío (Carl Gustav Jung) a la cabeza de la
International Psychoanalytical Association (IPA), para que nadie pudiese caracterizar al
psicoanálisis como una "ciencia judía". La tesis del genius loci o el Zeitgeist (genio de los
lugares, espíritu del tiempo) sirvió primero para desacreditar el descubrimiento freudiano y
reducirlo a un pansexualismo, es decir, a una doctrina "obscena" surgida de un cerebro
degenerado, en el corazón de una ciudad "corrompida" por los demonios del sexo. Popularizada
por Adolf Albrecht Friedländer (1870-1949) en un congreso internacional de medicina realizado
en Budapest en 1909, e ingenuamente retomada por Pierre Janet, esa tesis reducía los
conceptos freudianos a una moda, una epidemia psíquica, o incluso un episodio cultural
desprovisto de racionalidad científica. A estos críticos Freud solía responderles que el
inconsciente era universal, lo mismo que la histeria y las otras entidades clínicas. 
En cuanto a la ciudad de Viena, le dijo un día a Ernest Jones que sentía por ella una aversión
profunda. "Al principio de mis relaciones con él -escribió Jones-, y antes de conocer su
aversión, en una oportunidad le dije inocentemente que a mi juicio debía de ser muy interesante
habitar en una ciudad tan llena de ideas nuevas. Para mi sorpresa, se levantó de un salto y me
dijo con un tono seco: «¡Hace cincuenta años que estoy aquí, y nunca he encontrado una idea
nueva!»" Esta observación demuestra que a Freud no le interesaba el art nouveau, y sabemos
que, por ejemplo, no sentía ninguna atracción por los pintores y los artistas de la Secesión;
prefería a los "clásicos": el siglo XIX, la Grecia antigua, los grandes escritores (Goethe,
Shakespeare, Cervantes). Del mismo modo, siguió resultándole ajeno el modo en que los
surrealistas apreciaban su obra y su teoría.
Hubo que aguardar los trabajos de los historiadores de la década de 1960 para superar esa
problemática y llegar a captar las verdaderas relaciones de Freud con la cultura vienesa. Carl
Schorske, en un artículo de 1961, y después en un libro admirable, Viena a fin de siglo,
publicado en 1981, fue el primero en demostrar que los contragolpes de la desintegración
progresiva del Imperio Austro-Húngaro habían convertido a esa ciudad en "uno de los caldos de
cultivo más fértiles de la cultura a-histórica de nuestro siglo. Los grandes creadores en música,
filosofía, economía, arquitectura y, evidentemente, en psicoanálisis, rompieron de modo más o
menos deliberado todos los vínculos con la perspectiva histórica que estaba en los fundamentos
de la cultura liberal del siglo XIX en la que habían sido educados."
Schorske constató que en la sociedad vienesa de la década de 1880 el liberalismo era una
promesa sin futuro, que apartaba al pueblo del poder y lo abandonaba a los demagogos
antisemitas. Frente al nihilismo social y a la marejada de odio, los hijos de la burguesía
rechazaban las ilusiones de sus padres y expresaban otras aspiraciones: fascinación por la
muerte y la intemporalidad en Freud, sueño con una tierra prometida (Estado judío) en Theodor
Herzl (1860-1904), desconstrucción del yo en la célebre Carta a Lord Chandos (1902) de Hugo
von Hofmannsthal (1874-1929), suicidio, abjuración o conversión entre los intelectuales
poseídos por el "auto-odio judío" (Karl Kraus, Otto Weininger), invención de nuevas formas
literarias en Joseph Roth (1894-1939) y Arthur Schnitzler. Robert Musil (1880-1942) la llamó
Cacanie, palabra creada a partir de kaiserlich-königlich (imperial-real), y Hofmannsthal la veía
como la "monstruosa residencia de un rey ya muerto y de un dios aún no nacido". Stefan Zweig,
por su parte, la describiría con nostalgia en El mundo de ayer, en vísperas de darse muerte.
Después de Schorske, otros trabajos, desde William Johnston hasta Jacques Le Rider, aportaron
nuevas miradas sobre la modernidad vienesa, permitiendo esclarecer uno de los fundamentos
de la invención del psicoanálisis: la sensación de la declinación de la función paterna y la
preocupación por reevaluar la posición simbólica del padre. En 1986 Jean Clair organizó en París
una importante exposición con el tema "Viena, el apocalipsis alegre", muestra que obtuvo un
gran éxito y dirigió la atención hacia los trabajos históricos sobre la cuestión. 
Fue en Viena, capital del Imperio Austro-Húngaro, y no en Austria, donde se formó el grupo
freudiano de los orígenes, esa Sociedad Psicológica de los Miércoles, casi exclusivamente
compuesta por judíos nacidos en la ciudad, pero hijos de los descendientes de las comunidades
distribuidas en el bajo territorio de la Mitteleuropa. Transformada en la Wiener Psychoanalytische
Vereinigung (WPV) en septiembre de 1908, la Sociedad perdió su posición central después de la
Primera Guerra Mundial, cuando Berlín se convirtió en la capital europea del psicoanálisis con la
creación del Berliner Psychoanalytisches Institut (BPI). De todos modos, la presencia de Freud y
la autoridad de los grandes vieneses de la primera generación (Paul Federn, Siegfried Bernfeld,
August Aichhorn, y otros) le aseguraron durante veinte años más un lugar importante en el seno
de la International Psychoanalytical Association (IPA).
En 1938, dos meses después de la invasión de Austria por los tropas alemanas, Carl
Müller-Braunschweig le envió una carta a Richard Sterba en la cual le propuso que colaborara
con el Instituto Göring para "salvar" al psicoanálisis en Austria. Como todas las misivas oficiales
del Instituto, esa carta terminaba con un "Heil Hitler". Freud y sus compañeros se reunieron
entonces para poner fin a la actividad de la WPV, y Anna Freud le preguntó a Sterba qué
pensaba hacer él. Como único no judío del grupo, Sterba podía asumir la dirección de la política
de "salvamento" (y éste era el deseo de Ernest Jones y Müller-Braunschweig). Freud pronunció
las siguientes palabras: "Después de la destrucción de Jerusalén por Tito, el rabino lojanán ben
Sakai solicitó autorización para abrirle a Yahvé una escuela dedicada al estudio de la Torah.
Nosotros haremos lo mismo. Estamos acostumbrados a ser perseguidos, por nuestra historia,
nuestras tradiciones." Después se volvió hacia Sterba y añadió: "Con una excepción".
El 3 de junio de 1938 Freud abandonó Viena en el Expreso de Oriente, para no volver nunca.
Dejaba atrás a sus cuatro hermanas (Rosa Graf, Maria Freud, Adolfine Freud, Pauline
Winternitz), que desaparecieron en las tinieblas de la solución final. Freud se llevó con él su
biblioteca, sus objetos, sus muebles, sus cartas, sus manuscritos: las huellas y los recuerdos
de toda la vida. El departamento de 19 Berggasse quedó totalmente vacío, y todo lo que había
contenido se transfirió a Londres, a la nueva casa de 20, Maresfield Gardens. Diez días antes
de la partida, por pedido de Aichhorn, que anhelaba poder abrir algún día un museo en el
departamento de la Berggasse, Edmund Engelman, un joven fotógrafo vienés, tomó una serie de
vistas de los rincones todavía intactos. Obligado también él a salir de Viena, entregó los
negativos a Aichhorn, quien los hizo llegar a Londres: "Volví a Viena -escribió Engelman-
después de la partida del último inquilino. He visto hasta qué punto han estropeado el lugar:
quedan pocas huellas de su antigua dignidad; las hermosas chimeneas azulejadas habían
desaparecido, reemplazadas por horribles estufas." Reunidas en un álbum titulado La casa de
Freud. Berggasse 19, las fotografías de Engelman se vendieron en todo el mundo: eran el
testímonio vivo de cuarenta y siete años (entre 1891 y 1938) de una existencia consagrada a la
ciencia, el arte, la cultura.
Cuando Henri F. Ellenberger llegó a la Berggasse el 24 de agosto de 1957 comprobó que la
Federación Mundial de la Salud Mental había hecho colocar una placa en recuerdo de Freud. Sin 
embargo, el inquilino le dijo: "En efecto, es aquí, pero yo no tengo nada que ver. Todo ha
cambiado. No puedo enseñarle nada. Constantemente viene gente a visitar el departamento. Es
muy irritante. Me he quejado varias veces a las autoridades, pidiéndoles que compren el
departamento y me procuren otro. Pero me contestan que no tienen dinero."
En 1969 se fundó la Sigmund Freud Gesellschaft con el objetivo de restaurar el departamento y
crear allí un museo, que sólo contendría las fotografías y los muebles de la antigua sala de
espera de Freud.
En vida, Freud había rechazado la propuesta del consejo municipal de Viena, que quiso darle su
nombre a la Berggasse. Después de la Segunda Guerra Mundial, Viena olvidó a Freud a tal punto
que los guías turísticos no mencionaban siquiera su nombre: "La indiferencia del público y su
hostilidad latente dan que pensar -escribió Peter Gay-. Freud, que fue el primero en describir el
mecanismo de la ambivalencia, en esta ciudad, que él detestaba pero que no podía dejar, habría
encontrado por cierto materia para estudiar los sentimientos equívocos: aparentemente Viena ha
reprimido a Freud."
Sin embargo, el psicoanálisis recobró la vida en Viena al día siguiente de la Liberación, gracias a
tres aristócratas: el conde Igor Caruso, el barón Alfred von Winterstein y el conde Wilhelm
Solms-Rödelheim (último médico de Serguei Constantinovich Pankejeff). Junto con Aichhorn, ellos
reconstituyeron la WPV, que sería presidida por Winterstein hasta 1958.
Con todo, en 1947 Caruso se separó con violencia de la WPV, cuya orientación le parecía
demasiado médica, demasiado materialista: en una palabra, demasiado "norteamericana". Pronto
creó el Círculo de Trabajo Vienés sobre la Psicología de las Profundidades, que sería el primer
eslabón de una internacional: la Internationale Föderation der Arbeitskreise für Tiefenpsychologie
(IFAT). Sin dejar de ser freudiano, Caruso no aceptaba las normas de formación de la IPA.
A fines del siglo XX, dominada por la fuerte personalidad de Harald Leupold-Löwenthal, que
encarna el antiguo espíritu vienés, la WPV cuenta en sus filas con sesenta miembros, es decir,
siete profesionales y medio por millón de habitantes. Los otros terapeutas freudianos están
repartidos entre Viena y varias ciudades de Austria (Linz, Salzburgo, Innsbruck, Graz) y forman
parte de los Círculos de Caruso, algunos de cuyos miembros, como August Ruhs por ejemplo, se
interesan por la obra de Jacques Lacan. 


Vínculo
fuente(72) 
Definición
Del latín: "vinculum" de "vincire" que significa atar, unión o atadura de una persona o cosa con
otra. Antiguamente expresaba una unión sujetada firmemente que se hacía juntando un haz de
ramas atada con una cuerda de nudos, sugiriendo una atadura lo más duradera posible
(Corominas, 1973).
El vínculo constituye una noción central de la ampliación metapsicológica de Berenstein y Puget, 
que lo conciben como una construcción básica para la construcción de la subjetividad que se da
simultáneamente en tres espacios psíquicos, cada uno de ellos con sus representaciones
específicas e independientes entre sí. Es una ligadura estable entre yoes deseantes con
características de extraterritorialidad. Se diferencia de la relación de objeto, que es
intrasubjetiva. Es una organización inconsciente constituida por dos polos (dos yoes, descripto
desde un observador virtual, o un yo y un otro, visto desde sí mismo) y un conector o
intermediario que los liga.
Se representa en configuraciones y se realiza en un entramado fantasmático que se produce
entre los yoes, en una zona de contacto entre la investidura narcisista y lo incompartible del otro.
El vínculo es registrado por los yoes como un sentimiento de pertenencia. Se rige más por la
suplementación que aporta el "exceso" del otro en cada yo, por los nuevos sentidos que se
ofrecen los yoes entre sí, que por la complementariedad. Se sostiene en una serie de
estipulaciones inconscientes tales como acuerdos, pactos y reglas que contienen una cualidad
afectiva. Dicho entramado fantasmático es de orden representacional y está regido por las leyes
de condensación y desplazamiento, a las cuales Berenstein le añade la ley de oposición,
determinante de las semejanzas y diferencias entre los yoes. (1995)
Origen e historia del término
La complejidad, la polisemia y la ubicuidad de la noción de vínculo se enmarcan en una
diversidad que incluye desde planteos que desestiman su importancia para la práctica del
psicoanálisis, pensado fundamentalmente desde la intrasubjetividad, hasta orientaciones
teóricas como las de que lo consideran un concepto fundante del mundo intersubjetivo. Los
primeros conciben el vínculo como relaciones de objeto, los últimos como producto de la
intersubjetividad constituyente a su vez de los sujetos del vínculo. Los vínculos han sido
teorizados desde múltiples perspectivas que engloban diferentes planteos metapsicológicos, a
menudo inconciliables. La diversidad también abarca posturas que toman la vinculación como un
comportamiento biológico interindividual, que depende de una motivación innata, hasta el vínculo
pensado psicoanalíticamente como una organización inconsciente.
Existe una multiplicidad de referencias e intuiciones en la obra de Freud, que pueden ser
consideradas como antecedentes de una concepción intersubjetiva. Losso (1990) señala que la
postulación freudiana (1921) de un descentramiento del sujeto respecto del yo producido a
través de la identificación originaria con la o las figuras parentales pone sobre el tapete la
ajenidad del sujeto con respecto a su propio yo. Si bien las concepciones relacionales del
desarrollo del individuo datan desde larga data, es sobre todo a partir de la década del 50 que
las teorizaciones sobre los vínculos adquieren un mayor desarrollo. Dentro de las últimas 
orientaciones hay matices y diferencias entre los autores. Resulta imposible mencionar aquí
todos los aportes existentes en el desarrollo de este término.
En 1956 Bateson y sus colaboradores formulan la hipótesis del "doble vínculo" basándose en la
teoría de los tipos lógicos de Whitehead, y Russell y señalan sus implicaciones psicopatológicas.
El doble vínculo es aquel que se establece entre personas atrapadas en un sistema estable,
productor de definiciones conflictivas de dicha relación. La definición de doble vínculo sufre
varias modificaciones durante el desarrollo de la obra de Bateson, pasando del campo de la
patología al de la creación, convirtiéndose finalmente en un principio abstracto que define un
proceso de creación fundado en la inversión de los diferentes niveles de mensajes .
Entre las nociones de sistema y de estructura, surgen distintas corrientes teóricas. Pichon
Riviére (1956-57), así como Bion, W. (1959) se refiere al vínculo en términos intra e
intersubjetivos. Visualiza el mundo interno como reconstrucción de la trama vincular en la que
emerge el sujeto. La noción de instinto cede paso a la de estructura vincular. El sujeto pichoniano
es un sujeto activo, creativo, transformador de su contexto sociocultural y el vínculo constituye
la manera particular con que un sujeto se conecta o relaciona con otro creando una estructura
particular para cada caso y cada momento. Existen distintos tipos de vínculos: depresivo,
hipocondríaco, paranoico, etcétera. Esta teoría se centra en el vínculo como una estructura que
incluye un sistema de transmisión - receptor, mensaje, canal, signo, símbolos y ruido. Los
vínculos "internos" serían relaciones externas que han sido internalizadas, el conjunto de dos
representaciones de objeto y la relación entre ambas. Las relaciones intersubjetivas se
establecen sobre la base de necesidades en las que interviene la fantasía inconsciente,
fundamento motivacional del vínculo. El vínculo para Pichon incluye al sujeto y al objeto, su
interacción, sus modos de comunicación y aprendizaje, configurando un proceso en forma de
espiral dialéctica.
Para Bion (1965) el vínculo describe una experiencia emocional en la que dos personas (vínculo
interpersonal) o dos partes de una personalidad (vínculo intrapsíquico entre distintas
representaciones, entre pulsión y representación o entre pensamiento y afecto) están
relacionadas unas con otras, con la presencia de emociones básicas. La investidura libidinal
entre la madre y el lactante sería la base de todo vínculo. Selecciona tres grandes grupos de
emociones: amor (L), odio (H) y conocimiento (K) intrínsecas al vínculo entre dos objetos que se
afectan mutuamente. Considera que ninguna experiencia emocional puede ser concebida fuera
de una relación. Sus postulaciones abarcan principalmente los aspectos más fusionales,
regresivos y narcisistas que se ponen en juego en la vincularidad.
Desde una concepción relacional del individuo Winnicott (1952) afirma que "el centro de
gravedad de ser no tiene su comienzo en un individuo sino en una organización total".
El planteo bioniano del efecto estructurante de los fantasmas originarios en el proceso grupal, es
retomado por Kaës, R. (1972) quien formula nuevas precisiones sobre las características de 
dichos fantasmas referidas, por ejemplo, a la noción de permutación o de circularidad de los
lugares y posiciones estructurales. Para este autor la estructura de relación básica que sustenta
el vínculo está constituida por los fantasmas originarios. Habría en la base de todo vínculo un
intento de superación de la discontinuidad con el otro, una tentativa de retorno a un nivel primario
de funcionamiento en que el psiquismo materno y el del infans se confunden entre sí. Postula
además tres modalidades de lo negativo (de obligación, relativa y radical) necesarias para la
constitución, organización y mantenimiento del vínculo que implican el sacrificio de ciertas zonas
del sí-mismo y del otro en aquello que debe ser objeto de una renuncia pulsional, de la represión
de una representación o del rechazo de un afecto. En 1989 descarta la hipótesis de un
inconsciente del conjunto, proponiendo que "ciertas formaciones del inconsciente acaso deban
algunos de sus contenidos y una parte de sus destinos al hecho de estar constituidas dentro del
conjunto y de ser constitutivas de éste".
Con una concepción esencialmente vincular del psiquismo, Aulagnier, P. (1975) señala la
arbitrariedad de todo intento de separación entre los espacios psíquicos del infans y de la madre
en los que se inscribe una misma experiencia de encuentro. Resalta el carácter vital del
encuentro con un portavoz sujeto al sistema de parentesco y a la estructura lingüística. Para
esta autora, un vínculo estable se construye en base a una compleja interacción de diferentes
niveles de representaciones vinculares: originario, interfantasmático e ideico. (ver
Representación vincular) La subjetivación y desprendimiento del infans dependen del deseo de
la madre de que este acceda a cierta autonomía. Su reconocimiento del carácter plural de la
subjetividad abarca distintas posibilidades de resolución del enigma de la escena primaria, en
tanto organizadora de la inclusión del tercero para la madre y el infans.
Existen otros desarrollos teóricos contemporáneos más o menos afines a la Teoría de las
Configuraciones Vinculares, con variadas diferencias teóricas según los autores.
Con una perspectiva estructuralista, Liberman, D. y Labos, E. (1982) toman la idea de una trama
inconsciente comunicacional que participa en la constitución de las fantasías inconscientes del
sujeto y desarrollan el concepto de "organización de la fantasía vincular circunstancial". Los
elementos interpersonales, apoyados en una determinada fantasía inconsciente, son los que
marcan la dirección del sentido de la significación.
Refiriéndose a los vínculos inconscientes intrafamiliares, Eiguer, A. (1983-1984) habla de "haces
de investiduras recíprocas entre sus miembros". Diferencia dos tipos de vínculos que se
articulan entre sí simultánea y complementariamente: los narcisistas y los objetales.
Para Maldavsky (1991) el vínculo es una formación inconsciente compleja, promovida por el
empuje pulsional y desiderativo acotado por las tradiciones, las exigencias contextuales y las
restricciones de cada individuo. Es el resultado de transacciones que distribuyen posiciones
interindividuales creando una red defensiva que hace a la determinación de cada organización
particular. 
¿Qué estabilidad mínima se requiere para la existencia de un vínculo? Seiger y Moguillansky
(1991) hacen una precisión por la cual distinguen el vínculo, como organización estable, del
estado vincular, que tiene un carácter provisorio, fluctuante o puntual.
Algunos autores subrayan el descentramiento del sujeto presente en la vincularidad. Merea, E.
C. (1994) (20) piensa el inconsciente como situado en el espacio intermedio de la vida relacional.
Concibe un aparato psíquico extenso, homeoerético, interpenetrado con el semejante, con
tendencia a mantener cierto nivel conflictividad intersubjetiva.
Para Puget, J. y Berenstein, I. (1988) todo vínculo se origina en un intento de resolver una falta,
una condición de desamparo originario. Ser sujeto y objeto simultáneamente y elegir a un otro
como objeto propone una alternancia entre actividad y pasividad indispensable en la constitución
del vínculo. El dominio del vínculo requiere de una relación entre un yo y un otro cuya presencia
es imprescindible para la construcción de la realidad (realidad psíquica vincular). Siguiendo las
conceptualizaciones de Aulagnier, afirman que en la intersubjetividad se reviste de fantasía el
componente real e irreductible del otro en un intento de conocerlo. Esto hace que el yo lo pierda
y posea a la vez, intentando ilusoriamente tener lo que nunca tuvo.
Bernard, M (1997) considera que en el hay dos polos: uno adaptativo que da cuenta de la
realidad externa y otro imaginario o fantasmático que constituye una membrana de
para-excitación que envuelve el vínculo. Plantea que en el dispositivo psicoanalítico bipersonal
hay un vínculo, pero advierte que la presencia del otro en la escena analítica, puede darle un
viso de realidad a los despliegues transferenciales que allí se producen.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
La noción de vínculo es una idea fundante del movimiento psicoanalítico de las Configuraciones
Vinculares, implicando ampliaciones metapsicológicas. El vínculo es considerado como
constitutivo y constituyente de los sujetos. Lo social y lo familiar los precede.
Para Puget, J. (1988) "el vínculo con el cuerpo social es un compuesto de elementos
inconscientes, activos pero mudos y otros conscientes", del cual depende la inscripción en la
continuidad histórica, la cultura y las leyes de parentesco. Berenstein, I., en cambio, reserva la
denominación de vínculo para el espacio intersubjetivo. Estas ligaduras estables socioculturales
están directamente relacionadas con el sentimiento de pertenencia y refieren a representaciones
inconscientes socioculturales inscriptas muy tempranamente en el psiquismo, difícilmente
accesibles a las palabras. Los vínculos pueden tener modos más primitivos de funcionamiento
(con prevalencia de fusión) o más complejos (con prevalencia de la alteridad o discontinuidad). 
Berenstein, I. (1991) realiza tres precisiones en esta noción referidas a los siguientes aspectos:
los territorios donde se establecen las ligaduras estables, su cualidad (duradera o transitoria,
pasible de ser expresada con palabras o no, etc.) y la direccionalidad del significado
inconsciente.
Con relación a los territorios, diferencia tres espacios: el de la intrasubjetividad caracterizado por
relaciones de objeto, por leyes de condensación y desplazamiento, el de la intersubjetividad
caracterizada por vínculos y el espacio transubjetivo caracterizado por las representaciones
inconscientes socioculturales. El área de la intersubjetividad presupone una configuración de
sujetos reales externos con una producción interfantasmática que depende de las leyes del
conjunto, entre las que se destacan las de correspondencia y correlatividad. Se caracteriza por
la presencia de vínculos que engloban a los sujetos, con características de extraterritorialidad.
La transubjetividad refiere a los significantes y significados socioculturales inconscientes que
atraviesan las subjetividades y los vínculos, cuyo prototipo serían los procesos ideológicos.
La segunda precisión alude a la reformulación de la cualidad de estabilidad en la noción de
vínculo, planteada actualmente como una tendencia a la estabilidad, incluyendo bajo la
denominación de vínculo no solamente los intercambios estables sino también aquellos contactos
únicos, efímeros o derivados del azar.
La tercera precisión refiere a la direccionalidad del significado inconsciente. En el mundo
intersubjetivo ésta proviene del vínculo, considerado como algo propio que excede la suma de
los yoes relacionados, irradiándose a las otras áreas (mundo interno y sociocultural).
Los vínculos se sostienen en la capacidad de transferir, en el intento ilusorio de recuperar la
sensación oceanica propia de la vivencia de unicidad. La presencia de un otro real externo,
sería una condición necesaria para constituirse en soporte y garante de la bidireccionalidad del
vínculo, entendida como una ligadura estable entre dos seres deseantes. Berenstein le asigna a
la vivencia de separatividad entre los yoes un carácter defensivo frente a la vivencia de fusión.
(Berenstein, 1995).
Rojas y Sternbach (1994), aludiendo a los tres registros lacanianos, admiten niveles conscientes
e inconscientes en el vínculo. Es posible discriminar en el vínculo distintas dimensiones: "una,
narcisística, marcada por la fusión y la ilusión de plenitud, ineludible en el encuentro con el otro
por la marca del desamparo primordial. Otra, simbólica, campo del deseo y del lenguaje, marcada
por la castración y el reconocimiento de la alteridad; y la tercera dimensión, el orden de la
satisfacción pulsional, fuertemente enraizada en la corporeidad.
En cuanto a la naturaleza de la cualidad vinculante Berenstein, I. (1991) distingue lugares activos
y pasivos del vínculo. Afirma que los vínculos tienen una tendencia a estabilizarse constituyendo
ligaduras estables. Dicho autor apoya la idea de la existencia en el ser humano de una 
capacidad innata para crear vínculos de complejidad creciente, que relaciona con el
conocimiento ligado a la semantización de la primera ausencia que se instala como símbolo de la
finitud de la experiencia de placer. Los vínculos de la estructura de parentesco tienen
denominaciones específicas siendo estructurados y a su vez estructurantes de los yoes
intervinientes. Los intercambios entre los yoes que componen una familia están atravesados por
varios encadenamientos de sentido que resultan invisibles para esos mismos yoes. La
Estructura Familiar Inconsciente es el espacio al cual advienen los yoes para constituirse como
sujetos y continuar el proceso identificatorio.
Problemáticas conexas
¿Qué factores socio-históricos intervienen en el ensanchamiento del foco de interés
psicoanalítico del sujeto al vínculo? Notamos que el interés creciente del psicoanálisis por la
vincularidad coincide con un momento histórico de debilitamiento o disolución de los sentidos de
la modernidad. La episteme occidental de fin de siglo marca desterritorializaciones, contenidos,
funcionamientos intersubjetivos y transculturales que sitúan al vínculo como una dimensión
privilegiada para restituir ciertos niveles de apoyatura social.
La "explosión" de la intersubjetividad acentúa el papel de la realidad externa, en una ineludible
dislocación vincular. Los sujetos descentrados en otros están incluidos en lazos que a su vez
los trasciende, redefiniendo sus posiciones. Las subjetividades no están solamente arrojadas en
el lenguaje, sino también en las tramas vinculares. Esta visión replantea toda la cuestión del
método psicoanalítico, la teoría y la praxis. Dentro del vuelco filosófico hacia lo histórico-finito, los
lazos sociales aparecen como retículos de conexiones y al mismo tiempo, como modos
singulares de experiencia donde cristalizan actos de palabra que a su vez remontan, en forma
simultánea o sucesiva, hacia otros.
Resolver la afirmación de la vincularidad desde un pensamiento estructuralista a ultranza
conlleva un riesgo de pérdida de historicidad dentro de un logicismo que supone una cantidad
finita de variaciones posibles dentro de un sistema reglado y preestablecido . En los últimos años
ha habido un viraje teórico en el movimiento de las configuraciones vinculares hacia una
concepción de estructuras abiertas a las transformaciones, donde el azar obtiene un mayor
protagonismo. La asunción de la condición de malentendido en que se mueven las
intersubjetividades nos parece una contraposición fértil al supuesto de un estado normal de
continuidad y transparencia entre los sujetos "curables" o "modificables", que habría que lograr.
La vincularidad que se propone pensar como nuevo paradigma se encuentra en un diálogo muy
estrecho con una crítica del sujeto llevada a cabo por la filosofía contemporánea y reabre un
debate histórico en el campo teórico del psicoanálisis de los fenómenos multipersonales. Se trata 
de un más allá del sujeto que pone en relieve un arduo proceso de reconocimiento Y
transformación de la realidad externa. La realidad externa, que en Freud era un universo de
masas en movimiento generadoras de energía que irrumpían en la intrasubjetividad, en una
subversión del dualismo subjetividad-realidad externa, adquiere otro estatuto teórico: se
redimensiona la importancia el otro como realidad externa, lo que ha obligado a un replanteo
epistemológico de la importancia de la dialéctica sujeto-objeto dentro del campo psicoanalítico.
Dentro de ese replanteo, la tendencia a la abducción, en el afán de rescate de la riqueza del
legado freudiano, puede convertirse en un obstáculo epistemológico, al "estirar" ciertos
conceptos más de lo que estos admiten y obturar la creación de nuevas nociones.
¿Hasta qué punto lo "nuevo" paradigmático no sería una cuestión ilusoria impulsada por los
efectos de obsolescencia y el ansia de renovación acelerada que promueven las estrategias del
capitalismo tardío? Es posible que el debilitamiento o disolución de la noción intrasubjetiva de
sujeto construida a partir del comienzo de este siglo, desde el psicoanálisis, junto a la
reivindicación de la noción de vínculo, no remitan necesariamente a un nuevo paradigma. Pueden
indicar las tendencias denegadoras o excluyentes de lo social, de otros saberes y prácticas
psicoterapéuticas sobre los vínculos, desde los atravesamientos institucionales que han
marcado dicho campo. En este sentido, consideramos que no es posible acceder a cierta
intelección de la intersubjetividad sin una deconstrucción histórica, una desnaturalización de los
significados y un análisis metateórico capaz de explicitar las suposiciones ontológicas y
epistemológicas que subyacen a nuestras formulaciones .
Desde distintas concepciones recientes sobre vínculo los autores coinciden en que los
desarrollos epistemológicos del carácter plural de la subjetividad requieren de un orden de mayor
complejidad. La noción de vínculo permite volver sobre variados recorridos teóricos que ofrecen
zonas más o menos amplias de continuidad y discontinuidad. A modo de invitación a una
contrastación y/o articulación entre las diversas concepciones teóricas psicoanalíticas sobre la
noción de vínculo encontramos que Berenstein, a diferencia de otros autores tales como Pichon
Riviére, reserva la denominación de vínculo para el área intersubjetiva. A diferencia de Kaës,
que acota o relativiza la heterogeneidad entre los distintos espacios psíquicos, desde una
metapsicología doble ("doble estatuto del sujeto"), a través de las formaciones intermediarias y
fóricas, Berenstein y Puget enfatizan más la discontinuidad y heterogeneidad entre los distintos
espacios, desde una metapsicología triple.
¿Cómo cercar en términos metapsicológicos la especificidad de las formaciones del inconsciente
en los conjuntos y en el cuerpo social? ¿Cómo incide el punto de partida (por ejemplo, el
dispositivo psicoanalítico de grupo en el caso de Kaës o el dispositivo psicoanalítico de familia en
el caso de Berenstein), a la hora de inteligir la vincularidad con el supuesto de un inconsciente?
Finalmente, en el conjunto de las obras recorridas, encontramos más desplegada la cuestión de
la capacidad constituyente y la condición precedente del vínculo con relación al sujeto singular,
el a priori vincular, que su aporte transformacional, reparatorio y gratificante. 


Violencia familiar
fuente(73) 
Definición 
Dentro de la investigación de la violencia en el Psicoanálisis vincular, y más específicamente en
el ámbito familiar, hemos caracterizado como violencia "... al ejercicio absoluto del poder de uno o
más sujetos sobre otro, que queda ubicado en un lugar de desconocimiento; esto es, no
reconocido como sujeto de deseo y reducido, en su forma extrema, a un puro objeto. Dicho de
otro modo, consideramos a la violencia por su eficacia, la de anular al otro como sujeto
diferenciado, sumiéndolo en una pérdida de identidad y singularidad que señala el lugar de la
angustia."
Origen e historia del término
El término violencia, de intensa connotación afectiva y usos coloquiales múltiples, requiere ser
situado en el cuerpo del Psicoanálisis a través de su precisión conceptual.
Es Piera Aulagnier quien realiza un aporte fundamental, al definir violencia primaria y secundaria.
Violencia primaria: radical y necesaria, que la psique del infans vivirá en el momento de su
encuentro con la voz materna..." "designa lo que en el campo psíquico se impone desde el
exterior a expensas de una primera violación de un espacio..." Violencia secundaria; "se abre
camino apoyándose en su predecesora, de la que representa un exceso por lo general
perjudicial y nunca necesario para el funcionamiento del Yo..."
El concepto de violencia propuesto por la definición enunciada, se conecta, de tal modo, con la
idea de violencia secundaria, ya que la primaria, en tanto constructiva, expresa la pulsión de
vida, y se contrapone, por ende, a la idea de un poder extremo que conlleva la destrucción de la
subjetividad, constituyendo ésta la expresión misma de la pulsión de muerte.
Por otra parte, diversas formas de violencia sellan, de modo insoslayable, los distintos tiempos
de la historia del hombre. Tanto a nivel de la red social como en los conglomerados familiares
enlazados en dicha trama emergen en cada momento histórico, formas graves o atenuadas de la
tendencia al dominio o la aniquilación del otro. La violencia, tributaria del malestar en la cultura y
del propio narcisismo, resulta así tan irreductible como éste.
La complejidad del funcionamiento violento implica distintas vertientes en su determinación. A la
consideración del mundo intrapsíquico de violentadores y violentados, se agrega el análisis de la
dimensión vincular y el reconocimiento de las determinaciones socioculturales y
transgeneracionales que inciden en su producción. Las diversas formas de la violencia familiar
han de ponerse, pues, en conexión con vertientes perverso-transgresoras propias de la red 
social, tales como impunidad, violencia legitimada como recurso y corrupción.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
En cuanto a la Violencia en la familia, se manifiesta a través del maltrato corporal o el abuso
sexual; y/o se expresa en la palabra y el afecto, bajo diferentes modalidades discursivas. La
violencia del discurso, no por sutil y aun a veces casi inadvertida, resulta de menor eficacia y
poder de devastación que el maltrato corporal. El efecto violento no se halla tanto en el contenido
semántico del discurso como en su organización misma, y en aquello implícito que conllevan las
denunciaciones manifiestas. Si el golpe lesiona a veces en forma irreparable, el abuso sexual y
la violencia discursiva, que a su vez cosifican al otro al desconocerlo como deseante, producen
un daño psíquico que en su extremo, adquiere las formas de la psicosis, la enfermedad
psicosomática grave, el accidente-suicidio, o las patologías del acto y la pulsión. La palabra y el
acto violentos pueden ser rastreados como modo de relación privilegiado en las familias a veces
a través de varias generaciones. Podemos hablar así de una transmisión intergeneracional del
maltrato, físico y mental.
El eje de la escena violenta en lo observable es el vínculo entre violentador y violentado/s, que
se formula como golpeador-golpeado/s, abusador-abusado/s, abandonante-abandonado/s,
enloquecedor-enloquecidols; no obstante, ella compromete a todos los miembros del grupo,
expandiéndose en la red familiar. Configura así una verdadera enfermedad del grupo y el
abordaje terapéutico conjunto se jerarquiza; aun cuando hubiere casos -corno algunos de
extrema violencia corporal, entre otros- en los que la sesión conjunta podría estar
contraindicada. Tanto violentadores como violentados se encuentran a su vez sometidos a
déficits y excesos, sentidos y sin sentidos que operan transgeneracionalmente, actualizados
con frecuencia a partir de condiciones violentas del presente que obstaculizan la resignificación
de lo recibido y la apertura a lo nuevo. Así, el victimario se halla a su vez atrapado en hilos
invisibles; si bien su deseo suele aparecer en lo manifiesto como único y realizado, en la "otra
escena familiar", en cambio, un texto ignorado y fatal lo posiciona.
Podemos así pensar a la violencia familiar tanto en términos de vinculaciones actuales como
conectada con fenómenos de descontextualización y transmisión de aconteceres
transgeneracionales. Es decir, enfocando a los personajes violentos en tanto expresivos de
determinaciones concernientes también a otros tiempos y otros contextos. A la vez, es posible
considerar, complejizando lo anterior, las formas de violencia propias de la época, cuyas
particularidades, en diálogo con otras determinaciones, proponen modos de expresión para
violencias ineludibles y favorecen o desestiman la elaboración y contextualización de lo
transmitido. 
En relación con la definición de violencia inicialmente enunciada, las diferentes modalidades de la
violencia familiar que aquí mencionaré -las cuales de ninguna manera pretenden agotar la
amplitud del tema- afectan, de distintas maneras, a la subjetivación. La familia, por la cualidad y
función de sus vínculos, en los que se enfatizan la dimensión constitutiva y el sostén, conforma
un espacio privilegiado para expresar una tendencia narcisista a la homogeneización, que
pretende moldear en el otro la imagen especular del propio yo. De tal manera, algunas familias
pueden definirse como violentas en tanto portadoras de un discurso presentado como sagrado e
incuestionable; ellas ejercen la intromisión en la psique de sus miembros, no reconocidos como
mediatizadores singulares aptos de la propuesta social y familiar. Así sometidos a distintos
grados de desubjetivación, algunos de sus integrantes se ven condenados a perturbaciones
severas del pensamiento y la palabra propios.
Dichos grupos manejan creencias e ideales rígidos y absolutos, violentos en tanto eliminan la
posibilidad de opción singular; el proyecto vital es fijado para cada uno por el entramado familiar,
y todo aquello no abarcado por el ideal compartido es denigrado. Aun el deseo, ese "extranjero"
singular y difícilmente dominable, ha de ser descalificado y controlado, en casos severos. Quien
se atreva a conjugarlo, será expulsado quizá del paraíso del texto familiar, poseedor supuesto
de todas las respuestas; aislante ilusorio, por ende, de la finitud y el dolor. Estos vínculos suelen
ofrecer, a la par que indiscriminación, aislamiento y soledad, desplegados en un contexto
encerrante. Cuando la indiscriminación se acentúa en estos grupos familiares con
perturbaciones en la simbolización, es factible considerar al otro, y al cuerpo del otro, como
partes propias a ser rechazadas, castigadas o apresadas. Al mismo tiempo, a pesar del maltrato
y el padecimiento, esta índole de vínculo familiar es de difícil disolución, ya que la separación es
experimentada como muerte, desgarro o mutilación.
Ciertas familias, a su vez, a la manera de los regímenes totalitarios, instalan el terror, y la
vigencia de legalidades arbitrarias y sometedoras. La transformación de la modalidad protectora
esperada del lazo familiar en vínculos violentos ocurre, muchas veces, dentro de un contexto
semántico de justificación, que mistifica las claves por las cuales es posible detectar y
reconocer la violencia. Operan mecanismos propios del funcionamiento perverso, como la
renegación, tendientes al velamiento de las verdades y la distorsión de las determinaciones, lo
cual contribuye a oscurecer el sentido posible de las violencias explícitas e implícitas. En estos
grupos familiares, parcialmente fracasados en la tramitación de las exigencias de la pulsión, se
consigue a menudo desculpabilizar el acto violento, y quizá toda expresión mortífera, a través de
justificaciones que, como a nivel social, definen lo "bueno" y presentan lo "malo" en tanto
debidamente exterminable. Al mismo tiempo, las ideologías convalidantes tienden a "normalizar" el
desafío y la burla de las leyes propias de la red social. En dicha trama se entretejen con
frecuencia formas diversas de maltrato y abuso, tras sistemas de encubrimiento que implican
escisiones y complicidades; sólo cuando esto se devela ante un testigo -por lo general,
extrafamiliar-, se abre la posibilidad de abordaje terapéutico; en los casos más severos,
mediatizado por la intervención judicial. 
Un tipo particular de violencia discursiva familiar, a su vez incuestionable, es el paradojal "te
ordeno que seas independiente". Este, encierra al destinatario en un doble mensaje sin salida.
Ejecutada en forma reiterada dentro de un vínculo asimétrico, como el de filiación, la paradoja
resulta violenta en tanto ella no ofrece más salida que la denuncia, y ésta se halla vedada para el
hijo, ya que puede ser castigada con un equivalente de la muerte: el abandono, la pérdida del
amor. El efecto, pues, de la constancia de la paradoja, puede ser la descalificación y distorsión
del propio pensamiento, a condición de conservar los vínculos familiares sentidos como
indispensables. Para Anzieu, de tal modo, la paradoja lógica constituye una representación
psíquica de la pulsión de muerte. 
Otras formas de violencia familiar, se corresponden con una desinvestidura de los vínculos y en
particular de la parentalidad y la filiación, que da lugar al abandono de los descendientes en sus
distintos grados y modalidades. Se producen así fallas en las ligaduras contenedoras y
constitutivas que durante la crianza una familia ha de ofrecer a los hijos, a modo de zócalo de su
pensamiento y de su posterior autonomía afectiva y deseante. Cuando el lazo familiar
insuficiente no propicia ligaduras pulsionales eróticas ni metaboliza de algún modo el
conglomerado de estímulos que el mundo ofrece al niño, habilitando los procesos elaborativos,
éste, sin bordes ni referentes, queda sometido a las exigencias pulsionales, a la sensación sin
cauce. Esto puede a su vez dar lugar a expresiones violentas contra sí mismo o los otros en el
sujeto en conformación. Constituiría así una de las modalidades facilitadoras de la mencionada
transmisión intergeneracional de la violencia.
Problemáticas conexas
En cuanto a las cuestiones ligadas al concepto, es necesario, para su precisión, diferenciar el
discurso violento de aquél considerado como "agresivo", por ejemplo gritos o palabras hirientes,
en cuanto no produzcan el efecto señalado en la definición arriba mencionada.
Por otra parte, es del mayor interés y especificidad la consideración clínica del abordaje de las
familias afectadas por estas problemáticas. Sus rasgos peculiares, la utilización de mecanismos
que determinan fisuras en el sostén, configuran a menudo situaciones de verdadero riesgo,
constituyendo el niño y el adolescente los grupos más expuestos. Por otra parte, los
descendientes, por su dependencia y su indefensión, han sido destinatarios favoritos de¡ acto y
la palabra violentos a través de los tiempos; junto a ellos, las mujeres y hoy también los ancianos
constituyen los grupos de mayor riesgo. En la clínica de estos grupos familiares es preciso
atenuar tal riesgo, lo cual enfrenta en ocasiones al terapeuta con situaciones de emergencia, no
solamente en lo que se refiere al maltrato corporal sino en cuanto a las ya mencionadas fisuras 
de la parentalidad por las cuales los hijos suelen confrontarse con accidentes, suicidio, adicción,
o actuaciones auto o heteroagresivas de mayor o menor grado de peligrosidad. 


Viscosidad de la libido 
Al.: Klebrigkeit der Libido.
Fr.: viscosité de la libido.
Ing.: adhesiveness of the libido.
It.: vischiositá della libido.
Por.: viscosidade da libido.
fuente(74) 
Cualidad postulada por Freud para explicar la mayor o menor capacidad de la libido para fijarse a
un objeto o a una fase y su mayor o menor dificultad en cambiar sus catexis una vez éstas se
han producido. La viscosidad variaría según los individuos.
En los textos de Freud se encontrarán varios términos afines para designar esta cualidad de la
libido: Haftbarkeit (adherencia) o Fähigkeit zur Fixierung (fijabilidad o capacidad de fijación),
Zähigkeit (tenacidad), Klebrigkeit (viscosidad), Trägheit (inercia).
Estos dos últimos términos son los que Freud utiliza de preferencia. Observemos que el término
«viscosidad» evoca la representación freudiana de la libido como una corriente líquida. Cuando
Freud, en los Tres ensayos sobre la teoría (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905),
introduce el concepto de fijación de la libido, supone la existencia de un factor que, junto con lo
vivido accidental, explicaría la intensidad de la fijación (véase: Serie complementaria): «[...] factor
psíquico de origen desconocido [...] una adherencia o una fijabilidad elevada de estos
acontecimientos de la vida sexual».
Esta concepción la mantedrá Freud a todo lo largo de su obra. Insiste en ella especialmente en
dos contextos:
a) A nivel teórico, cuando trata de reconstruir la evolución de la sexualidad infantil y sus
fijaciones, especialmente en Historia de una neurosis infantil (Aus der Geschichte einer
infantilen Neurose, 1918): «[El paciente] defendía cada posición libidinosa, una vez alcanzada,
por la angustia de salir perdiendo al abandonarla, y por temor a no encontrar, en la posición
siguiente, un substitutivo plenamente satisfactorio. Se trata de una particularidad psicológica
importante y fundamental, que describí en los Tres ensayos sobre la teoría sexual,
designándola como capacidad de fijación».
b) En la teoría de la cura, para indicar uno de los límites de la acción terapéutica. En algunos
individuos, «[...] los procesos provocados por la cura se desarrollan mucho más lentamente que
en otros, porque, según parece [estos pacientes] no pueden decidirse a desprender de un
objeto las catexis libidinales y a desplazarlas hacia un nuevo objeto, aun cuando no podamos 
descubrir la razón específica de tal fidelidad de catexis».
Por lo demás, Freud hace observar que una movilidad excesiva de la libido puede constituir un
obstáculo inverso, ya que los resultados del análisis son entonces extremadamente frágiles.
¿Cómo concibe Freud, en último análisis, esta viscosidad, esta fijabilidad, que puede constituir un
gran obstáculo terapéutico? Ve en ella algo de irreductible, «un número primo», elemento no
analizable e imposible de modificar, que define, la mayoría de las veces, como un factor
constitucional que se acentúa con el envejecimiento.
La viscosidad de la libido parece testimoniar una especie de inercia psíquica comparable a la
entropía en un sistema físico: en las transformaciones de energía psíquica, jamás habría medio
de movilizar toda la cantidad de energía que se ha fijado en un determinado momento. En este
sentido Freud utiliza a veces la expresión junguiana inercia psíquica, a pesar de las reservas
que formula en contra del valor explicativo, demasiado amplio, que Jung concede a esta noción
en la etiología de las neurosis. 


Vitalismo
fuente(75) 
Doctrina médica de Paul Joseph Barthez y de la Escuela de Montpellier, según la cual en cada
individuo existe un principio vital, distinto a la vez del alma y el pensamiento y de las propiedades
físico-químicas de los organismos vivos. 


Vlad Constantin
(1892-1971) Psiquiatra y psicoanalista rumano
fuente(76) 
Originario de Bucovina, provincia oriental del Imperio Austro-Húngaro, Constantin Vlad fue el
pionero del psicoanálisis en Rumania. Estudió medicina en Viena, y se inició en el psicoanálisis
con lecturas personales. En 1923 presentó su tesis de doctorado en Bucarest con seis casos
de análisis. Psiquiatra del servicio sanitario del ejército, mejoró el tratamiento de los soldados
mediante la aplicación del método freudiano.
A partir de 1925 publicó varias obras, y en particular, en 1932, un célebre estudio
psicobiográfico sobre el poeta Mihail Eminescu (1850-1889). En 1935 creó la Revista romana de
psihanaliza, de la que apareció un solo número. En 1946 fue el primer presidente de la Sociedad
Rumana de Psicopatología y Psicoterapia. En los períodos de dictadura nunca renegó del
psicoanálisis. 


Wagner - Jauregg
Julius, nacido Wagner Ritter von Jauregg (1857-1940). Psiquiatra austríaco
Wagner - Jauregg Julius, nacido Wagner Ritter von Jauregg (1857-1940). Psiquiatra
austríaco
Wagner - Jauregg Julius
Nacido Wagner Ritter von Jauregg (1857-1940)
Psiquiatra austríaco
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Contemporáneo y amigo de Sigmund Freud, a pesar de su oposición radical al psicoanálisis en
nombre de una concepción organicista, Julius Wagner-Jauregg fue sin embargo un reformador
del asilo en Viena. Creó la malarioterapia, que permitía curar la parálisis general, lo que le valió el
Premio Nobel de Medicina en 1927.
En 1920, atacado y acusado de prevaricación por haber tratado de simuladores a los afectados
de neurosis de guerra, a quienes había sometido a tratamientos con electricidad, debió
comparecer ante una comisión investigadora que incluía a Freud en carácter de experto. A
través de esos debates se relanzó la cuestión de la neurosis traumática y la simulación. Furioso 
por haber sido criticado (aunque muy moderadamente) por Freud, Wagner-Jauregg lo acusó más
tarde de haber aprovechado esa ocasión para atacarlo y promover su propia doctrina.
Conservador y desesperado por el derrumbe de la monarquía, abrazó la causa del nacionalismo
alemán y, al final de su vida, adhirió al Partido Nacionalsocialista, aunque nunca fue antisemita. 


Watermann August
(1880-1944) Médico y psicoanalista alemán 

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August Watermann, médico recibido en Gotinga, se formó en el Instituto de Berlín, y después, en
1927, se incorporó como miembro a la Deutsche Psychoanalytische GeselIschaft (DPG). En 1930
fundó en Hamburgo, con Clara Happel, un grupo de estudios psicoanalíticos. Después de la toma
de poder por los nazis emigró a Holanda, donde tropezó con dificultades para incorporarse a la
Nederlandse Vereniging voor Psychoanalyse (NVP). Finalmente se instaló en La Haya. Se casó
con una holandesa, Deena Vecht, con la que tuvo un hijo. Después de la invasión a Holanda por
las tropas alemanas, trató vanamente de emigrar a los Estados Unidos, y fue arrestado y
enviado al campo de tránsito de Wrenidelingen, Westerbork. El 18 de enero de 1944 lo
deportaron con su familia al campo de Theresienstadt, y después a Auschwitz. Los tres fueron
exterminados. 


Weininger Otto
(1880-1903) Escritor austríaco
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Como el de Wilhelm Fliess, el nombre de Otto Weininger está ligado a la elaboración por Sigmund
Freud de la noción de bisexualidad. Su destino fue sintomático de la potencia creciente de
algunos de los grandes fantasmas de fines del siglo XIX: el antisemitismo, el antifeminismo, el
culto a la pureza racial.
Nacido en Viena, era hijo de un artesano judío fabricante de baratijas decorativas, antisemita y
brutal, casado con una mujer depresiva, enferma y sometida a su férula. Polígloto y alumno
brillante, pero taciturno y melancólico, el joven Otto admiraba a August Strindberg (1849-1912) y
había hecho suyas las tesis antisemitas de Houston Stewart Chamberlain (1855-1927), yerno de
Richard Wagner (1813-1883) y teórico de la superioridad de la "raza alemana".
En 1902, por odio a su propia judeidad se convirtió al protestantismo y, un año más tarde, publicó
su única obra, Sexo y carácter, verdadero manifiesto de la bisexualidad y del odio a las mujeres
y los judíos. En octubre de ese mismo año puso en escena su suicidio. Alquiló una habitación en
la que había sido la casa de Ludwig van Beethoven (1770-1827), y allí se disparó un balazo en
el corazón. Traducido a diez idiomas, su libro fue un fantástico best-seller, y hasta 1947, antes
de caer en el olvido, llegó a tener veintiocho reimpresiones.
Freud quedó mezclado con la vida de Weininger a causa de Hermann Swoboda. En una nota de
1909 a propósito del análisis de Herbert Graf (Juanito), Freud emitió un juicio severo sobre
Weininger: "El complejo de castración es la raíz inconsciente del antisemitismo. El desprecio a las
mujeres jóvenes no tiene otra raíz. Weininger, ese joven filósofo eminentemente dotado y
sexualmente perturbado, que se suicidó después de haber escrito su curioso libro Sexo y
carácter, en un capítulo impresionante trató a los judíos y a las mujeres con la misma hostilidad,
abrumándolos a unos y otras con los mismos insultos. Weininger era un neurótico totalmente
dominado por complejos infantiles; en él el complejo de castración estableció el vínculo entre el
judío y la mujer." 


Weiss Edoardo
(1889-1970) Psiquiatra y psicoanalista norteamericano
fuente(80) 
Nacido en Trieste, Edoardo Weiss era hijo de un empresario judío de Bohemia. Realizó sus
estudios secundarios en su ciudad natal, de la que era originaria la madre.
En 1908, como muchos de sus contemporáneos triestinos, Weiss optó por estudiar medicina en
Viena.
En cuanto llegó a la capital austríaca solicitó una entrevista con Sigmund Freud, a quien vio por
primera vez el 7 de octubre de 1908. En esa ocasión se cruzó en la sala de espera con un niño
de 5 años: mucho más tarde iba a enterarse de que se trataba de Juanito (Herbert Graf), que
había ido a visitar a Freud algún tiempo después de su tratamiento. Freud parece haber
manifestado de entrada una gran simpatía por ese joven italiano que anunciaba querer dedicarse
al psicoanálisis. ¿Fue acaso porque el muchacho comparó con humor a Wilma Federn con
Mussolini, y a su marido con el rey de Italia, Víctor Manuel, por lo que Freud envió al joven Weiss
a ver a Paul Federn, para que emprendiera su análisis sin tardanza? La historia no lo dice...
Fuera como fuere, Weiss se hizo amigo de Federn después de haber sido analizado por él, y
adoptó una gran parte de sus concepciones teóricas, en particular en lo concerniente a la
psicología del yo.
Weiss había comenzado a interesarse por el psicoanálisis muy pronto. Aún liceísta en Trieste,
leyó La interpretación de los sueños, y en sus "Recuerdos de Sigmund Freud", publicados con
las cartas que le dirigió el maestro vienes, narra que desde esa época tuvo noticias de "la
enemistad que los dirigentes de la psiquiatría y la neurología abrigaban respecto del
psicoanálisis".
En 1913, sin haber terminado aún sus estudios de medicina, Weiss se incorporó como miembro a
la Wiener Psychoanalytische Vereinigung (WPV). Al estallar la guerra fue movilizado en el
ejército austríaco como médico militar: esto no le impidió publicar sus primeros trabajos en el
Internationale Ärztlische Zeitschrift für Psychoanalyse (IZP), ni casarse en 1917 con Wanda
Shrenger, a quien había conocido mientras estudiaba.
De nuevo en Trieste en 1919, Weiss fue contratado como médico psiquiatra por el hospital
psiquiátrico de la provincia, y comenzó a tomar pacientes en análisis, convirtiéndose así en el
primer psicoanalista en ejercicio en Italia. Bien insertado en los ambientes intelectuales de
Trieste, muy abiertos a la influencia austríaca (Giorgio Vogliera ha comparado lo que fue la
pasión de la intelligentsia triestina por el psicoanálisis con un verdadero "ciclón"), Weiss se
relacionó en particular con el escritor Italo Svevo (1861-1928) y el poeta Umberto Saba
(1883-1957). Criticaría severamente al primero por el empleo incorrecto del psicoanálisis en su
célebre novela La conciencia de Zeno, y se convertiría en analista del segundo en 1929.
La intensidad de esta vida intelectual no debe sin embargo hacer olvidar las dificultades con las
que tropezó Weiss en su ciudad y, más allá de ella, en toda Italia. Al final de la Primera Guerra
Mundial, el país se sentía humillado y, lejos de interesarse por la doctrina freudiana, la clase 
dirigente italiana y los ambientes intelectuales se volvieron hacia las ideologías nacionalistas y la
concepción positivista de la ciencia. Weiss trató de vincularse con unos pocos y raros
defensores del psicoanálisis, en particular Mario Levi-Bianchini.
Al mismo tiempo, Enrico Morselli (1852-1929), eminente representante de la psiquiatría
organicista en Trieste, recurrió a él para que lo iniciara en la teoría freudiana. Servicialmente,
Weiss respondió a su pedido, y Morselli, por su parte, lo invitó a presentar una comunicación en
el marco del XVIII Congreso Nacional de Psiquiatría, que se reunió en Trieste en 1925. Pero la
decepción de Weiss fue grande: después de una recepción muy fría, sufrió los ataques tan
virulentos como inesperados del propio Morselli.
Unos meses más tarde, éste publicó una obra en dos volúmenes titulada La Psicanalisi, en la
cual caricaturizaba abiertamente al psicoanálisis y a su fundador. Weiss experimentó una gran
amargura. A esto se sumaba la tristeza por la actitud ambivalente de Freud respecto de Italia.
Con la esperanza de implantar sus ideas en el país, Freud estaba dispuesto a realizar
concesiones, a fingir que ignoraba agresividades o estupideces, por poco que creyera
descubrir un posible interés por el psicoanálisis. Por ejemplo, a propósito del libro de Morselli,
Freud pareció compartir la cólera de Weiss. En efecto, le pidió que hiciera una crítica implacable
de esa obra "miserable y aviesa", cuyo autor no era a sus ojos más que un "asno". Pero al
mismo tiempo le escribía a Morselli una carta cuyo tono no dejaba de ser el de los más amables.
En dos oportunidades, Freud adoptó la misma actitud con Levi-Bianchini. A las advertencias de
Weiss acerca del turbulento fundador de los Archivi di Neurologia, Psichiatria e Psicanalisi, a
quien él consideraba poco fiable, Freud respondió de manera bondadosa, e insistiendo en que
Weiss le confiara al propio Levi-Bianchini el cuidado de editar su traducción al italiano de las
Conferencias de introducción al psicoanálisis (lo que Levi-Bianchini hizo muy mal). De estos
diversos incidentes, de las dificultades que Freud ponía de manifiesto más o menos
explícitamente cuando enfrentaba las consecuencias de la transferencia de sus discípulos con
él, Weiss fue uno de los pocos que hablaron más tarde sin ceder al rencor ni a la adulación.
A partir de 1927, Weiss encontró cada vez más obstáculos en su camino: al negarse a italianizar
su apellido y adherir al Partido Fascista, lo obligaron a renunciar a su puesto en el hospital.
Pensó entonces en emigrar, y se lo comentó a Freud, quien el 10 de abril de 1927 le respondió
desaconsejándoselo: "Sé que hay épocas particularmente desfavorables y otras en las que uno
se inclina al desaliento, pero espero que esas épocas pasen para usted y que se siga
encontrando bien en Italia, donde es el único representante legítimo del psicoanálisis".
En 1930 un tal Silvio Tissi, a quien Weiss, en una carta a Paul Federn del 16 de junio de 1930,
calificó de "charlatán---, dio en Trieste una conferencia sobre el psicoanálisis que tuvo algunas
repercusiones, a pesar de su mediocridad. Una sociedad médica local le pidió entonces a Weiss
que, como respuesta, impartiera un curso de psicoanálisis. Ante un público numeroso y
apasionado, Weiss dio cinco lecciones que fueron pronto publicadas con el título de Elementi di
psicanalisi, acompañadas de un cálido prefacio de Freud. El libro obtuvo de inmediato un cierto 
éxito. Se trataba de una presentación rigurosa y exhaustiva de la doctrina freudiana, a la cual
Weiss agregó elaboraciones sobre los trabajos de Federn, así como algunas notas sobre sus
propias investigaciones. Como anexo, se encontraba un glosario de términos psicoanalíticos que
durante mucho tiempo fue único en Italia.
Ese mismo año, 1931, aprovechando una propuesta del psiquiatra Sante De Sanctis
(1862-1935), Weiss dejó Trieste por Roma, donde muy pronto se hizo amigo de Emilio Servadio y
Nicola Perrotti, quienes serían con él los pioneros del psicoanálisis en Italia. Cesare Musatti se
unió a ellos un poco más tarde.
En 1932 Weiss refundó sobre bases serias la Sociedad Psicoanalítica Italiana (SPI), creada en
1925 por Levi-Bianchini. La sede de la Sociedad se trasladó a Roma, al domicilio de Weiss, en la
via dei Gracchi, y la International Psychoanalytical Association (IPA) la reconoció oficialmente en
1936. También en 1932 Weiss fundó la Rivista italiana di psicanalisi, que publicó artículos de
Ernest Jones, Marie Bonaparte, Paul Federn, traducciones de trabajos de Freud debidas a Weiss
y a Servadio, así como los puntos importantes de una violenta controversia con algunos
representantes de la nueva generación croceana (Benedetto Croce, 1866-1952).
En 1933 se produjo un acontecimiento cuya interpretación aún sigue siendo problemática. Ese
año, Weiss, como lo hacía de tanto en tanto, viajó a Viena para presentarle a Freud un paciente
que tenía en tratamiento y que le planteaba algunos problemas. Weiss y su paciente fueron
acompañados por el padre de este último, Gioacchino Forzano, autor de comedias y amigo de
Benito Mussolini (1883-1945). Al término de la consulta, el padre le pidió a Freud que dedicara
uno de sus libros al Duce. Por consideración a Weiss, Freud consintió, escogiendo para el
obsequio "¿Por qué la guerra", escrito en colaboración con Albert Einstein (1879-1955). Más
tarde Weiss le narró este episodio a Ernest Jones, rogándole insistentemente que no publicara
nada al respecto. Pero en el tercer volumen de su biografía de Freud, Jones no le hizo caso,
presentando además una versión que contribuiría a confundir el sentido del incidente. Tradujo al
inglés la dedicatoria de Freud, y le atribuyó a Weiss, además de un contacto estrecho con el
dictador italiano, el consejo de que se hiciera intervenir a Mussolini ante Hitler para asegurar la
protección de Freud. Con moderación, Weiss quiso entonces puntualizar los hechos, recordando
su oposición feroz y precoz al fascismo, la prohibición en 1934 de la Rivista italiana di
psicanalisi, y las persecuciones que iban a llevarlo, como a muchos de sus amigos, a
abandonar el país. Por otra parte, con la ayuda de Kurt Eissler, entonces secretario de los
Archivos Freud, Weiss encontró el ejemplar del libro dedicado por Freud, y puso de manifiesto el
carácter aproximativo de la traducción realizada por Jones. Si bien la sinceridad y la autenticidad
de los sentimientos antifascistas de Weiss no pueden ponerse en duda, el ruego dirigido a Jones
demuestra su incomodidad en el momento del encuentro.
Paul-Laurent Assoun ha tratado de interpretar la intención del maestro, comparando la
traducción de Jones con la verdadera dedicatoria de Freud en alemán. Subrayó que Freud había
elegido deliberadamente ese libro sobre la guerra para inscribir en él las palabras siguientes: "A 
Benito Mussolini, con el saludo respetuoso de un anciano que reconoce en la persona del
dirigente a un héroe de la cultura". Paul-Laurent Assoun destaca que en esta frase no cabe
encontrar nada ambiguo; a lo sumo, una cierta ingenuidad en el deseo de que "el dirigente"
(Machthaber) demostrara heroísmo poniendo las fuerzas de que disponía al servicio del
derecho, única arma capaz de asegurar el encaminamiento de la cultura hacia la razón.
En 1936, en ocasión del octogésimo cumpleaños de Freud, los psicoanalistas italianos, siempre
bajo la conducción de Weiss, se manifestaron colectivamente por primera y única vez antes del
exilio, dedicando un número de su revista prohibida a la obra del fundador. Freud respondió con
un agradecimiento caluroso, añadiendo en términos más personales unas palabras dirigidas a
Weiss: "Los psicoanalistas de Italia bajo su dirección han atestiguado en esta oportunidad de
una manera particularmente impresionante su pertenencia a la comunidad de los psicoanalistas.
El nombre Edoardo Weiss es garante de un rico futuro." Se sabe que la historia se iba a
encargar muy pronto de invalidar esta declaración. Las persecuciones racistas se multiplicaron,
hasta llegar al decreto de 1938 que les prohibía a los judíos el ejercicio de cualquier profesión,
Weiss se vio obligado a exiliarse: en enero de 1939 se embarcó en Nápoles hacia América.
Como ha escrito Anna Maria Accerboni, "había caído definitivamente el telón sobre el final del
primer acto de la historia del psicoanálisis en Italia".
En los Estados Unidos, Weiss comenzó trabajando algún tiempo en la clínica de Karl Menninger
en Topeka, Kansas. Rehizo sus estudios de medicina para poder ejercer oficialmente el
psicoanálisis, y se unió al equipo de Franz Alexander en Chicago, donde permaneció hasta su
muerte. Pero la guerra y el fascismo siguieron presentes en su espíritu y en su corazón: su
cuñado, su hermana y la familia de su mujer desaparecieron en los campos de exterminio nazis,
y a Paul Federn, que más que nunca seguía siendo su amigo, que le expresaba su simpatía,
Weiss le respondió con una carta del 17 de noviembre de 1942 en la cual volcó a la vez su odio,
su deseo de venganza y su abatimiento.
Con más de sesenta publicaciones, libros y artículos, Weiss ha dejado el bosquejo de una obra
organizada en torno a una concepción de la teoría del yo que tomó de Paul Federn y elaboró a
propósito de temas tan variados como la clínica de la paranoia, el amor heterosexual, la
problemática de la identificación o la agorafobia, a la cual dedicó una obra que apareció en los
Estados Unidos en 1964. Al morir Federn, en 1950, Weiss se preocupó de que no se olvidaran
las ideas de su amigo, quien se había alejado progresivamente de las concepciones freudianas
derivadas de la segunda tópica, aunque sin adoptar las tesis de la Ego Psychology entonces
dominante en Norteamérica: con el título de Ego Psychology and the Psychoses publicó el
conjunto de sus escritos, y después, en el marco de una obra colectiva dirigida sobre todo por
Alexander, redactó un capítulo sobre la teoría de la psicosis según Federn.
En 1970, no sin tropezar con la feroz oposición de Anna Freud, Weiss, con un cuidado
particular, publicó las cartas que Freud le había dirigido, reubicándolas en su contexto original, y
confiriendo de tal modo a esa pequeña compilación un rigor histórico ejemplar. 


White Alanson
(1870-1937) Psiquiatra norteamericano
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En 1903, William Alanson White fue designado por Theodore Roosevelt (1858-1919) director del 
Government Hospital for the Insane de Washington. Muy pronto se interesó por el psicoanálisis,
cuyas principales tesis introdujo en el saber psiquiátrico norteamericano. En tal carácter
desempeñó un papel considerable como maestro, traductor, escritor y clínico, con los jóvenes
psiquiatras de la generación siguiente, interesados por el freudismo y después por una
extensión social de la psiquiatría en el dominio de la esquizofrenia. Fue sobre todo el inspirador
de Harry Stack Sullivan. Con Ely Smith Jelliffe creó la Psychoanalytic Review, primera publicación
en lengua inglesa dedicada al freudismo en el suelo norteamericano. Durante toda su vida se
preocupó por conservar la distancia respecto de Sigmund Freud (a quien llamaba "el papa de
Viena"), y realizó un breve análisis con Otto Rank. 


Winnicott Donald Woods
(1896-1971) Médico y psicoanalista inglés
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Dotado de un excepcional genio clínico, este gran pediatra, considerado por sus colegas un niño
terrible, y a menudo comparado en Francia con Françoise Dolto, fue el padre fundador del
psicoanálisis de niños en Gran Bretaña, antes de la llegada de Melanie Klein a Londres. Posición
paradójica, puesto que por lo común son mujeres las que ocupan este tipo de lugar en la historia
del freudismo. Por su obra y sus modos de ver en el grupo de los Independientes, frente a los
kleinianos por una parte y a los annafreudianos por la otra, ha dejado una herencia conceptual
fundamental, aunque nunca fundó una corriente o una escuela.
Donald Woods Winnicott nació en Plymouth el 7 de abril de 1896, en un ambiente inconformista
de la Costa Oeste de Inglaterra. Era el tercer vástago y único hijo varón de sir Frederick
Winnicott, un rico comerciante ennoblecido que en dos oportunidades se desempeñó como
alcalde de su ciudad. Niño mimado, rodeado de cinco jóvenes primas que habitaban en la casa
vecina a la suya y fueron sus mejores compañeras de juegos, creció en un universo signado
por la presencia de mujeres. La madre, la abuela, la nodriza, una institutriz y sus dos hermanas
mayores desempeñaron un papel principal en su educación, mientras el lugar del padre quedaba
vacío. Ocupado en sus asuntos y sus diversas funciones administrativas, sir Frederick, en
efecto, no tenía mucho tiempo para dedicar a sus hijos: "Mi padre -ha narrado Winnicott- tenía
una fe religiosa simple. Un día, cuando le hice una pregunta que habría podido arrastrarnos a
una discusión interminable, se contentó con decirme: «Lee la Biblia, y allí encontrarás una buena
respuesta». De este modo, Dios sea loado, dejó que me desenredara por mí mismo."
A los 13 años el joven Donald fue enviado a Cambridge como alumno pensionista en la Leys
School. En sus recuerdos ha evocado la nostalgia que sentía por su ciudad natal después de la
separación, pero también la despreocupación que le permitió adaptarse a su nueva vida. Muy
pronto se apasionó por la biología darwiniana y, después de una fractura de clavícula, decidió
estudiar medicina. Entró en el Jesus College de Cambridge para formarse en biología. Durante la
Primera Guerra Mundial fue incorporado a un destructor como cirujano pasante.
En 1923 se orientó hacia la psiquiatría y el psicoanálisis. Ese año fue designado médico asistente
en el Padington Green Children's Hospital, puesto que ocuparía durante cuarenta años, tratando
a más de sesenta mil casos. También en 1923 inició una cura con James Strachey que iba a
durar seis años. Se casó con Alice Taylor, una joven artista que logró una modesta reputación
como alfarera y ceramista. De las cartas intercambiadas entre James y Alix Strachey en los 
años 1924 y 1925 surge con claridad que "Winnie" padecía problemas sexuales, al punto de no
haber llegado a consumar su matrimonio. El lugar de Alice Taylor en la vida complicada de
Winnicott ha sido más bien desdibujado por la historia oficial, pero se sabe que la joven fue
internada en varias oportunidades en hospitales psiquiátricos.
En 1951, dos años después de su divorcio, Winnicott se casó con Clare Britton, una asistente
social que había conocido durante la Segunda Guerra Mundial al ocuparse de la ubicación en el
campo de los niños evacuados de las ciudades. Ella misma se convirtió en psicoanalista con el
nombre de Clare Winnicott, mientras realizaba una brillante carrera docente en la London School
of Economics y en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Winnicott no tuvo hijos.
En el momento en que Winnicott comenzó su formación psicoanalítica, la British Psychoanalytical
Society (BPS), fundada por Ernest Jones en 1913, estaba en crisis. Violentos conflictos oponían
a los partidarios de Anna Freud con los de Melanie Klein a propósito del psicoanálisis de niños.
En 1926, por pedido de Jones, Melanie se instaló en Londres. Contra Anna Freud, que seguía
apegada a una concepción pedagógica de la cura de niños, Melanie Klein desarrolló una
enseñanza centrada en la técnica del juego y la observación de las psicosis infantiles. Hacia
1930 el conflicto teórico desembocó en un conflicto institucional. Melanie Klein se volvió tiránica y
su práctica fue denunciada por su propia hija, Melitta Schrnideberg, analizada por Edward
Glover.
En el núcleo de este terrible enredo familiar, Winnicott afirmó su independencia. Aunque
admiraba a Melanie Klein, con la cual, por consejo de Strachey, realizó un control entre 1935 y
1941, se negó a plegarse a sus exigencias. Cuando ella quiso obligarlo a tomar en análisis a su
hijo Erich, a fin de supervisar la cura, él lo hizo, pero sin aceptar ningún tipo de control. No
obstante, continuó su formación en el núcleo kleiniano, analizándose una vez más con Joan
Riviere -entre 1933 y 1938-. Clare Winnicott, por su lado, sería analizada por Melanie Klein.
Durante el período de las Grandes Controversias eligió el camino de los Independientes, lo que
se adecuaba muy bien a su posición doctrinaria, consistente en tratar de elaborar una
concepción personal y original de la relación de objeto, del self (sí-mismo) y del juego.
En su obra De la pediatría al psicoanálisis, publicada en 1958, presentó el conjunto de sus
ideas sobre el tema. A diferencia de Melanie Klein, a él le interesaban menos los fenómenos de
estructuración interna de la subjetividad que la dependencia del sujeto respecto del ambiente. No
aceptaba la explicación freudiana de la agresividad en términos de pulsión de muerte, y definió la
psicosis como un fracaso de la relación con la madre. De allí su creencia en una cierta
normalidad basada en los valores de un humanismo creativo. Según él, es el "buen
funcionamiento" del vínculo con la madre lo que le permite al niño organizar su yo de manera
sana y estable. Se advierte en este punto que Winnicott estaba menos influido por la tradición de
la psiquiatría que por la de la pediatría. Como más tarde en el caso de Françoise Dolto, más que
la fascinación por la locura fue la medicina educativa lo que marcó su itinerario. 
Después, su trabajo durante la guerra con los niños desplazados, y por lo tanto privados de la
presencia de la madre, llevó a Winnicott a desarrollar un conjunto de ideas nuevas. A sus ojos,
la dependencia psíquica y biológica del niño respecto de la madre tiene una importancia
considerable. De allí el célebre aforismo de 1964: "El bebé no existe". Winnicott quería decir que
el lactante no existe jamás por sí mismo, sino siempre y esencialmente como parte integrante de
una relación. Si la madre desfallece, está ausente, o es por el contrario demasiado invasora, el
niño corre el riesgo de caer en una depresión o en conductas antisociales, como el robo o la
mentira, que son maneras de reencontrar, por compensación, una "madre suficientemente
buena".
Todos los grandes conceptos de Winnicott construidos a partir de 1945 forman parte de un
sistema de pensamiento basado en la noción de relación: la madre devota común (ordinary
devoted mother), la madre suficientemente buena (good-enough mother), el juego del garabato
(spatula game, squiggle game), o incluso el falso y el verdadero self y el objeto transicional.
Por la importancia que atribuye a la madre, Winnicott se inscribe en la lógica de ese freudismo de
entreguerras en el que el interés por el padre, el patriarcado y el Edipo clásico había sido
abandonado en favor de una redefinición de lo maternal y lo femenino. Desde esta perspectiva,
la good-enough mother es una madre ideal: atenta a todas las formas de diálogo y de juego
creativo, debe ser capaz de hacer experimentar al niño una necesaria frustración a fin de
desarrollar su deseo y su capacidad de individuación. Esta relación, que reduce el lugar del
padre a una dimensión mínima, aparece como exclusiva y no erotizada.
A partir de 1945, la obra de Winnicott adquirió importancia en el mundo de lengua inglesa a
medida que las mujeres eran alentadas a reintegrarse al hogar después del esfuerzo de guerra
y el retorno de los hombres a la vida civil. En cuanto al propio Winnicott, se convirtió en una
figura popular en su país, después de que, entre 1939 y 1962, aceptó dar unas cincuenta
conferencias radiofónicas por la BBC, casi todas dirigidas a los padres. El famoso Benjamin
Spock, renovador norteamericano de la ideología famillarista, también se manifestaba partidario
de sus teorías, y escribió el prefacio de una de las obras póstumas de Winnicott.
Winnicott tenía una verdadera pasión por la infancia, como lo demuestra el historial de la
"pequeña PiggIe" publicado después de su muerte. Esta niña tenía 2 años cuando Winnicott se
ocupó de ella. La vio durante tres años, siempre por pedidos específicos, y realizó con ella
dieciséis sesiones memorables. A Winnicott le gustaba jugar con los niños, con sus palabras,
con sus muñecos de felpa, pero sin ninguna complacencia. Comparaba al bebé con una "carga
llevada por los padres", y cuando albergó en su casa a un chico de 9 años que se escapaba
patológicamente, escribió las siguientes palabras: "Tres meses de infierno [ ... ] Me parece que lo
que importa es el modo en que la evolución de la personalidad del chico generó odio en mí, y lo
que yo hice con ese odio." 
Su técnica psicoanalítica siempre estuvo en contradicción con las normas de la International
Psychoanalytical Association (IPA). Winnicott no respetaba la neutralidad ni la duración de las
sesiones y, como heredero directo de Ferenczi, no vacilaba en mantener relaciones de cálida
amistad con sus pacientes, encontrando siempre al niño que había en ellos y en él mismo.
Consideraba la transferencia una réplica del vínculo con la madre. También le ofrecía a sus
analizantes un "ambiente" particular. A veces los tomaba en los brazos, o prolongaba la sesión
durante tres horas. Dedicó su última obra, Juego -Y realidad, a los pacientes que "le habían
pagado por enseñarle". Este inconformismo, esta falta de ortodoxia, nunca le fueron realmente
reprochados por sus colegas de la BPS.
En sus Cartas vivas, publicadas después de su muerte, se descubre hasta qué punto supo
describir la esclerosis que afectaba a esa BPS a la que él pertenecía. A lo largo de una rica
correspondencia, Winnicott se muestra capaz de comentar tanto las costumbres y los hábitos de
su país como los acontecimientos cotidianos de la institución freudiana de la que era miembro y
que estaba sometida a la tiranía de dos mujeres: Anna Freud y Melanie Klein. Despiadado,
describe con ferocidad los defectos tan característicos de los grupos psicoanalíticos (la jerga, la
idolatría, etcétera). Por ejemplo, en una carta que se ha vuelto célebre, del 3 de junio de 1954,
denunció la hipocresía de las dos "jefas" de la escuela inglesa: "Considero -escribió- que tiene
una importancia vital para la Sociedad [BPSI que ustedes dos destruyan sus grupos en lo que
tienen de oficial [ ... ]. No tengo razones para pensar que viviré más que usted, pero tener que
ver con agrupamientos rígidos, que cuando usted muera se convertirán automáticamente en
instituciones de Estado, es una perspectiva que me espanta."
A partir de su experiencia terapéutica, Winnicott transmitió un ideal de "no-ruptura" que
repercutió en sus actitudes institucionales. Desde su óptica, ninguna institución es mejor o peor
que otra, puesto que todas dependen de las apariencias, y sólo el justo medio puede favorecer
la expresión de lo verdadero. Cuidar las apariencias, una posición "transicional", distanciamiento
crítico, escepticismo apasionado: tales fueron las opciones de Winnicott, que prefirió criticar la
institución psicoanalítica desde el interior, y no separarse de ella. Ante Ernest Jones, y a menudo
contra él, fue la encarnación misma de la situación inglesa del psicoanálisis. En este sentido su
posición sólo en apariencia era opuesta a la de Jacques Lacan, quien, por su lado, no cesó de
poner en obra, a veces sin quererlo, una práctica de ruptura, escisión y refundición, como si el
arte de la revolución permanente fuera la única vía posible en la situación francesa.
Contrariamente a la mayoría de los psicoanalistas ingleses, y como Masud Khan, que fue su
alumno y amigo, Winnicott no ignoró la doctrina lacaniana. Tuvo con Lacan una relación epistolar
fluida, y se inspiró en la noción de estadio del espejo para escribir su artículo de 1967 titulado "El
rol de espejo de la madre y la familia en el desarrollo del niño". Pero en el momento de las
escisiones del movimiento francés adoptó una actitud prudente, incluso con posiciones
"ortodoxas", sobre todo a propósito de la práctica de Françoise Dolto, a la cual le reprochó en
1953 una actitud demasiado "carismática", que corría el riesgo de favorecer a los discípulos
idólatras. Independiente sin ser por ello solitario, no le gustaban las sectas, los discípulos, los 
imitadores. Mientras se mostraba a la vez transgresor en su práctica y riguroso en su doctrina,
no vaciló en apoyar a los rebeldes y los disidentes -en particular a Ronald Laing, uno de los
artífices de la antipsiquiatría.
Con problemas cardíacos desde 1948, Winnicott murió súbitamente en 1971. En Francia, la
revista L'Arc y la Nouvelle Revue de psychanalyse le rindieron un brillante homenaje: "Es posible
que no tenga ningún sucesor -escribió Jean-Bertrand Pontalis-, nadie que pueda invocarlo como
su maestro. Y está muy bien así. Con maestros, el psicoanálisis puede sobrevivir algún tiempo.
Sin amo ni maestro, tiene la posibilidad de vivir indefinidamente." 


Winnicott Donald Woods
Pediatra y psicoanalista británico
fuente(83) 
(Plymouth 1896 - Londres 1971).
Trabajó durante cuarenta años, a partir de 1923, en el Paddington Green Children's Hospital
como médico pediatra, y comenzó su análisis personal en la década de 1930. En 1935 se hizo
miembro de la Sociedad Británica de Psicoanálisis, de la que fue presidente de 1956 a 1959, y
luego de 1965 a 1968.
Escribió Through Paediatrics to Psychoanalysis [Por la pediatría al psicoanálisis] (1957), The
Child and the Family [El niño y la familia] (1957), The Child and the Outside World [El niño y el
mundo externo] (1957), The Maturadonal Processes and the Facilitating Environment ¡Los
procesos de maduración y el ambiente facilitador] (1965), Playing and Reality [Juego y realidad]
(1971), Therapeutíc Consultations in Child Psychiatry [Consultas terapéuticas en psiquiatría
infantil] (1971) y Fragment of an Analysis [Fragmento de análisis] (1975).
El interés de Winnicott por la convulsión utilizada como tratamiento (electroshock), que aborda en
el British Medical Journal, es menos conocido. En 1947 publicó una conferencia que había dado
en la sección médica de la British Psychological Society. Era muy reticente, por así decirlo
opuesto, a esos tratamientos. Sus objeciones eran que no aceptaría sufrir él mismo tal
tratamiento, que este atrae en psiquiatría a médicos que no tienen la formación adecuada, que
perjudica al espíritu científico médico y que puede llegar a ser usado en el tratamiento de la
depresión, afectando con ello a menudo a gente de gran valor. Sus numerosas intervenciones
en el British Medical Journal, en 1943, 1944, 1945 y 1947, dieron argumentos a su posición.
Esta era la de un psicoanalista que quería aportar una nueva contribución a la posición
psiquiátrica.
En el estudio de lo que el psicoanálisis podía aportar a la clasificación, se apoyó mucho en la
obra de S. Freud: relación del paciente con la realidad, síntoma, etiología. De este modo, para él,
la anamnesis deriva del material revelado en el curso de la psicoterapia. Los trastornos de las
psiconeurosis, en cuyo centro se encuentran la angustia de castración y el complejo de Edipo,
se inscriben entonces en lo que él llama en Freud «la hipótesis estructural de la personalidad». 
Conceptos como los de yo, ello, censura, superyó, cualidad y cantidad de los procesos, la idea
de regresión a puntos de fijación, son citados por él, e invoca además lo que llama organización
de defensas de una intensidad o de una naturaleza patológicas. Habla también de la idea de
dependencia, de debilidad y fuerza de¡ yo, de las posibilidades de describir los casos límites (o
fronterizos] y los trastornos de carácter. Para el estudio de las psicosis, se basa primero en S.
Ferenczi, y luego en M. Klein.
Su preocupación por una adaptación particular de la técnica psicoanalítica aparece entonces. El
yo del lactante, dependiente de un sostén, de una adaptación provista por la madre o la figura
materna, permite a Winnicott estudiar el proceso concerniente a la absorción de los elementos de
los cuidados maternos, lo que (en su artículo sobre la distorsión del yo en función del verdadero
y el falso self) también estudiará bajo el aspecto de la madre que es suficientemente buena y la
que no es suficientemente buena. La interesante idea que allí desarrolla, y que por otro lado
señala como una par -te muy importante de su teoría, es que el verdadero self sólo se constituye
a consecuencia de un éxito repetido de las respuestas de la madre, ya sea al gesto espontáneo
del lactante, ya sea a su alucinación sensorial, lo que se puede llamar realización simbólica,
siguiendo una expresión que Winnicott indica perteneciente a la Sra. Sechehaye [de quien es el
famoso relato del «Diario de una esquizofrénica», referido a la elaboración simbólica en una niña
esquizofrénica que lleva a su cura]. Según él, al haberse vuelto reales el gesto o la alucinación,
hacen posible, en consecuencia, la capacidad de usar un símbolo. El niño puede gozar así de su
capacidad de ilusión: ha podido creer que la realidad exterior se comportaba mágicamente, de un
modo que no contradecía su omnipotencia, a la que, por ello, puede renunciar, Puede jugar e
imaginar. Es el primer caso: se constituyen los fundamentos de la formación simbólica. Si, en
cambio, entre el objeto parcial materno y el lactante, ese algo, actividad o sensación, separa en
lugar de ligar, la formación simbólica se bloquea. Este segundo caso desemboca en un cuadro
clínico que presenta una inestabilidad generalizada y diversos trastornos, entre ellos los de la
alimentación; se instala un falso self, que se somete por necesidad a las exigencias del medio, y
cuya especialidad son la sumisión y la imitación. Puede ocurrir que se construya una vida
personal a través de la imitación, que el niño juegue un papel, el de un self verdadero, como si lo
fuera. De este modo este falso self es una defensa, una defensa frente a un defecto en la
identificación de la madre con su bebé. Según Winnicott, el verdadero self está estrechamente
ligado a la idea del proceso primario: es, simplemente, primario-. También dice que el verdadero
self aparece desde que existe alguna organización mental del individuo y que no es mucho más
que la suma de la vida sensoriomotriz. Serán posibles a continuación rupturas en la existencia
de este verdadero self, experiencias reactivas de falso self, y también podrán presentarse
dudas en cuanto al self, a lo que Winnicott le da importancia en el niño. El falso self traerá
también posibilidades de compromiso en la conducta social. Estos compromisos serán
cuestionados por el adolescente. Esta noción de falso self tiene consecuencias importantes en
la práctica psicoanalítica: el análisis se vuelve interminable porque el trabajo se hace a partir del
falso self, y porque, al tomar contacto con el verdadero self del paciente, la dependencia
extrema que lleva al entorno a querer curar a este paciente pone al analista en la posición de
funcionar como falso self. Si, por el contrario, el terapeuta comprende inmediatamente lo que es 
necesario, hay repliegue, amparo del self, regresión. El psicoanalista mantiene (ingl. ho1ds)
[referencia al análisis como holding, contención de la regresión] y juega un papel en una relación
en la que el paciente es regresivo y dependiente. Cuanto más acepta y hace frente a esta
regresión el analista, menos probable es que el paciente recurra a una enfermedad de corte
regresivo.
«Agresión» es el término empleado por Winnicott para el estudio de lo que nosotros llamamos
agresividad. Algo pasa en el individuo, que no necesariamente acarrea cambios de
comportamiento, algo de la índole de una función parcial, de la expresión primitiva de la libido. El
cuerpo y las ideas se enriquecen y cumplen con la ideación, la realización simbólica de la que ya
hablamos a propósito del self De este modo, hay diversas etapas de la agresividad, en
diferentes estadios del desarrollo: el cuidado, y lo que lo precede, la cólera. Estas etapas
preceden al estadio de la personalidad total; tienen sus fuentes en momentos muy precoces de
crueldad anteriores a la integración de la personalidad, en los que la pulsión encuentra su
satisfacción en la destrucción. La raíz del elemento destructivo se encuentra en la pulsión
libidinal primitiva (el ello); este elemento está ligado a la motricidad. Cualquiera que sea sin
embargo la calidad de un entorno suficientemente bueno, Winnicott destaca que los elementos
agresivos y los elementos libidinales no se fusionan necesariamente. De ahí la idea de una
agresividad que precede a la integración del yo, integración que hace posible la cólera ante una
frustración instintual y por la cual la experiencia erótica puede constituirse como experiencia
vivida. La tesis de Winnicott es que la impulsividad y la agresividad llevan al niño a buscar un
objeto externo.
Winnicott introduce también la noción de objetos transicionales, de fenómenos transicionales
para indicar este punto de primera posesión de un objeto, en un sitio particular, ni adentro ni
afuera, en el límite entre el adentro y el afuera, que él distingue claramente del objeto interno de
Melanie Klein; son todos esos sonidos, esos objetos que no forman parte del cuerpo del niño y
que sin embargo no reconoce como parte de la realidad exterior. El pensar y el fantasear pueden
vincularse a estas experiencias. El origen del simbolismo podría encontrarse, según Winnicott,
en ese camino que pasa de lo subjetivo a lo objetivo y que se manifiesta en el objeto transicional.
Estos objetos y estos fenómenos pertenecen al dominio de la ilusión, posibilidad ulterior del arte,
de lo religioso, de la vida imaginativa, de las creaciones. Estas tesis son defendidas en Juego y
realidad.
Esto equivale a decir, como lo escribe en Comunicación y no comunicación, que el objeto es
creado, no encontrado. Cuando este objeto se trasforma, lo subjetivo es percibido objetivamente.
Madre ambiente, humana, y madre objetal, cosa, ponen en evidencia para el niño la experiencia
de una inconstancia, por una parte, y de una constancia, por la otra. Es decir que el objeto
puede ser capaz de satisfacer aun si él reconoce que no ha logrado hacerlo de manera
satisfactoria. Cuando llega a su desarrollo, el niño dispone entonces de tres modos de
comunicación: uno que no dejará jamás de ser silencioso, self central que no comunica,
inaccesible al principio de realidad, silencioso para siempre; otro explícito, indirecto, el empleo del 
lenguaje; y, por último, otro, intermediario, que pasa del juego a la vida cultural.
Por último, otra contribución de Winnicott a lo que es para él el desarrollo del niño en la
perspectiva del psicoanálisis son las categorías de dependencia absoluta, de dependencia
relativa y de camino que lleva a la independencia. Estas categorías retoman sus posiciones con
respecto a la evolución del yo, del self, a la posición materna, que él llama preocupación materna
primaria, al holding, en fin, a la posibilidad para el niño de ser un creador potencial del mundo,
donde vida exterior y vida interior pueden tomar la forma de un intercambio continuo.
Una de las últimas contribuciones de Winnicott fue Fear of Breakdown, el temor al colapso [o
hundimiento]; retoma allí su tesis de los primeros estadios del desarrollo afectivo; holding (véase
holding), handling (véase handling), presentación de objeto (ingl. object presenting) permiten un
desarrollo que va de la integración, de la colusión somática, a la relación de objeto. La angustia,
el desamparo, la lucha, frente a lo que no permite a este desarrollo construirse salvo como una
organización defensiva, suscitan este temor a un colapso que sin embargo ya ha ocurrido,
causado por esa agonía original que el yo no puede hacer entrar en su propia experiencia del
tiempo presente, que así no logra todavía ser experimentada. 


Winternitz Pauline,
llamada Paula, nacida Freud (1864-1942), hermana de Sigmund Freud
Winternitz Pauline, llamada Paula, nacida Freud (1864-1942), hermana de Sigmund
Freud
Winternitz Pauline
Llamada Paula, nacida Freud (1864-1942)
Hermana de Sigmund Freud
fuente(84) 
Nacida en Viena, Paula era el séptimo vástago de Jacob y Amalia Freud, y la quinta hermana de
Sigmund Freud. Casada con Valentin Winternitz, tuvo una hija, Rose Beatrice, de sobrenombre
Ros¡, y enviudó muy pronto. Afectada de esquizofrenia desde la juventud, Ros¡ se casó no
obstante con un joven poeta, Ernst Waldinger, y la hija de ambos emigró a Nueva York y sería
analizada por Paul Federn.
El 29 de junio de 1942 Paula Winternitz fue deportada con sus hermanas Adolfine Freud, llamada
Dolfi, y Marie Freud, llamada Mitzi, al campo de Theresienstadt. Desde allí fue transferida el 23 de
septiembre al campo de exterminio de Maly Trostinec, donde desapareció, sin duda asesinada en
la cámara de gas, al mismo tiempo que Mitzi. 


Winterstein Alfred
Freiherr, barón von (1885-1958). Psicoanalista austríaco
Winterstein Alfred Freiherr, barón von (1885-1958). Psicoanalista austríaco
Winterstein Alfred Freiherr, barón von
(1885-1958) Psicoanalista austríaco
fuente(85) 
Nacido en Viena, Alfred von Winterstein provenía de una vieja familia de la nobleza católica.
Estudió derecho y filosofía, y desde 1910 participó en las reuniones de la Wiener
Psychoanalytische Vereinigung (WPV). Al año siguiente se formó en medicina y psicología en
Leipzig, y después en Zurich, en la Clínica del Burghölzli, donde comenzó un análisis con Carl
Gustav Jung. De retorno en Viena fue movilizado en el ejército imperial; después de la Primera
Guerra Mundial continuó su formación didáctica con Eduard Hitschmann.
En 1938, lo mismo que Richard Sterba y el conde Wilhelm Solms-Rödelheim, rechazó la política de
"salvamento" del psicoanálisis sostenida en Alemania por Ernest Jones. Durante toda la guerra
permaneció en Viena. Redujo su clientela, pero fue de todos modos molestado y vigilado por la 
Gestapo, que le confiscó sus libros de psicoanálisis.
Con la Liberación, junto a August Aichhorn, reconstituyó la Wiener Psychoanalytische
Vereinigung (WPV), de la que fue presidente hasta su muerte. 


Wittels Fritz Fritz
(1880-1950) Médico y psicoanalista norteamericano 

fuente(86) 
Como su tío Isidor Sadger, este médico vienes, proveniente de una familia de financieros judíos,
adoptó las tesis freudianas con un fanatismo que exasperaba al propio Sigmund Freud. En 1906
se incorporó a la Sociedad Psicológica de los Miércoles, donde se hizo notar con múltiples
exposiciones en las que "aplicaba" los principios del psicoanálisis de modo incoherente,
husmeando en todas partes "causas sexuales".
Profundamente misógino, en 1907, en la revista de Karl Kraus, Die Facke1, publicó un artículo
firmado con seudónimo, en el que declaraba que las mujeres que querían convertirse en médicas
(es decir, ejercer una profesión) se desviaban de su verdadera naturaleza. A sus ojos eran
neuróticas, histéricas, incluso prostitutas, incapaces en todo caso de asumir su papel de
madres. Wittels estaba obsesionado por el movimiento feminista, y fascinado por las
representaciones de la feminidad derivadas de las teorías de Otto Weininger sobre la inferioridad
del sexo femenino y la bisexualidad. Nunca perdía la oportunidad de atacar a las que, pensaba
él, querían "convertirse en hombres". Freud lo criticó muchas veces, aunque aceptando algunas
de sus tesis, y sobre todo le pidió que fuera cortés con las mujeres y prudente sobre el futuro
de la condición femenina,
Adepto a las patografías, Wittels tomó pronto por objeto de estudio al mismo hombre que había
publicado su artículo en la revista: Karl Kraus. Acerca de este "caso" se entregó a
interpretaciones caricaturescas. El 12 de enero de 1910, en el curso de una conferencia
pronunciada en la Sociedad de los Miércoles, explicó en particular que el célebre periódico
vienés Neue Freie Press era "el órgano del padre", es decir el pene paterno de la comunidad
judía vienesa. De allí su éxito. A ese gran pene se oponía, según él, el "pequeño pene" impotente
de Karl Kraus, representado por la revista Die Fackel, precisamente apto para rivalizar de
manera neurótica con el "gran órgano" del padre.
Ese mismo año publicó una novela en clave sobre Karl Kraus. La obra escandalizó, y Kraus
aprovechó la oportunidad para denunciar una vez más los peligros del psicoanálisis. Con su
talento habitual, escribió la frase terrible que se volvería célebre en Viena: "El psicoanálisis es la
enfermedad del espíritu de la que se considera remedio". Descontento con este episodio, Freud
se enojó con Wittels, quien renunció pronto a la Wiener Psychoanalytische Vereinigung (WPV).
En 1924 publicó la primera biografía del maestro, al que continuaba admirando de manera
ambivalente. La obra fue traducida a varios idiomas y logró para el autor una notoriedad sólida.
Wittels se entregó en ella a una crítica feroz, y en algunos casos exacta, al funcionamiento del
círculo freudiano. Denunció la tiranía del padre fundador y la ridiculez de los epígonos, uno de los
cuales era él mismo, desde su participación en la Sociedad de los Miércoles: "Freud -escribió- se
ha convertido en un emperador, en torno al cual se forma ya una leyenda. Gobierna, reconocido 
y absoluto [ ... ]. Se ha convertido en un tirano que no admite ninguna desviación respecto de lo
que enseña, mantiene reuniones a puertas cerradas y quiere conseguir, mediante una especie
de sanción pragmática, que las doctrinas del psicoanálisis sigan siendo un todo indivisible."
Freud se sintió muy irritado por ese libro, que contenía muchos errores, y le envió una lista de
rectificaciones: esto demuestra que en todos los casos a él le preocupaba la exactitud de los
hechos. A propósito de la génesis del concepto de pulsión de muerte, que Wittels atribuyó a la
desaparición de Sophie Halberstadt, Freud escribió lo siguiente: "Por cierto, en un estudio
analítico sobre otra persona yo abogaría por la misma correlación entre la muerte de mi hija y los
itinerarios del pensamiento en Más allá. Sin embargo, esa correlación es falsa. Más allá fue
escrito en 1919, mientras mi hija disfrutaba de una salud floreciente. Ella murió en enero de 1920.
En septiembre de 1919 yo hice llegar el manuscrito del libro a varios amigos de Berlín, para que lo
leyeran. Sólo faltaba la parte sobre la mortalidad o la inmortalidad de los protozoarios. Lo
verosímil no es siempre lo verdadero."
En 1925 Wittels fue reincorporado a la WPV con el respaldo de Freud. Pero sus relaciones con el
grupo vienés se habían deteriorado terriblemente, y en 1928 emigró a los Estados Unidos, donde
continuó su carrera en la New York Psychoanalytie Society (NYPS). En víspera de su muerte
dedicó un libro a las mujeres norteamericanas. 


Wortis Joseph
(1906-1995) Psiquiatra norteamericano
fuente(87) 
Nacido en Nueva York en el barrio de Brooklyn, Joseph Wortis provenía de un ambiente de
intelectuales judíos y socialistas. Su padre era un inmigrante ruso y su madre, de origen francés.
Muy pronto comprometido con la izquierda, y durante algún tiempo miembro del Partido Comunista
de los Estados Unidos, en 1927 realizó su primer viaje a Europa, visitando en esa ocasión a
Havelock Ellis, quien desempeñaría un papel importante en su vida. En 1932, fascinado por la
personalidad de Sigmund Freud, le envió una carta en la que manifestaba vivos deseos de
conocerlo, añadiendo no obstante que no quería abusar de su tiempo. Con humor, el anciano
maestro le respondió: "Gracias por sus palabras amistosas y por la buena voluntad con que
renuncia a su visita".
Un año después, mientras realizaba una pasantía como interno en el Bellevue Psychiatric
Hospital, bajo la dirección de Paul Schilder, recibió una carta de Ellis, quien le ofrecía una beca
para trabajar en una investigación sobre la homosexualidad. El proyecto era respaldado por
Adolf Meyer, y Wortis decidió viajar a Viena. Ellis le había desaconsejado que se psicoanalizara,
recomendándole que, si a pesar de todo quería hacerlo, realizara la experiencia con el propio
Freud: "En cuanto a ser psicoanalizado, lo que yo siento, personal y decididamente, es que sería
mejor seguir su ejemplo [el ejemplo de Freud] que sus preceptos. Él no comenzó haciéndose
psicoanalizar (¡y nunca fue psicoanalizado!), ni uniéndose a una secta, a una escuela, sino que
siguió su propio camino libremente, estudiando los trabajos de otros pero conservando siempre
su independencia."
Con el respaldo de ese consejo, y rebelde a toda forma de sumisión transferencial, Wortis entró
en análisis con Freud durante cuatro meses. La experiencia se tradujo en un cuerpo a cuerpo 
intelectual, en cuyo transcurso Freud se reveló a veces feroz con sus adversarios o sus ex
discípulos (como Wilhelm Stekel, por ejemplo), y otras exasperado por las resistencias del joven,
por su compromiso comunista, por su fanatismo, pero también por el papel insidioso que
desempeñaba en este asunto su viejo cómplice Havelock Ellis. La cura terminó en que Wortis
decidió apartarse del psicoanálisis. En 1935 introdujo en los Estados Unidos el método del "shock
hipoglicémico" (o insulinoterapia) en el tratamiento de la esquizofrenia, método que el médico
austríaco Manfred Sakel (1900-1957) acababa de poner a punto, y que sería utilizado durante
veinte años, antes de la aparición de los neurolépticos.
Siempre comprometido con la extrema izquierda, Wortis aportó su ayuda a los republicanos
durante la guerra civil en España y, en su país, adhirió a la Benjamin Rush Society, una
asociación de psiquiatras marxistas creada en 1944. En tal carácter participó en la campaña
antifreudiana organizada por el conjunto de los partidos del movimiento comunista internacional,
y denunció al psicoanálisis como "ciencia burguesa".
En 1950, después de un viaje a Rusia, publicó el primer estudio serio y documentado sobre la
psiquiatría llamada "soviética". Cuatro años más tarde redactó el relato de su análisis con Freud,
y la obra tuvo un gran éxito.
En vísperas de su muerte, en una entrevista con Todd Dufresne, una vez más puso de
manifiesto un antifreudismo fanático, demostrando de tal modo que el maestro de Viena había
terminado por ser la figura obsesiva de su larga existencia. 


Wuliff Moshe
(1878-1971) Psiquiatra y psicoanalista israelí
fuente(88) 
Nacido en Odessa, Moshe WuIff (o Woolf) fue el primer médico que practicó el psicoanálisis en
Rusia. Había estudiado psiquiatría en Berlín, y en el Hospital de la Caridad fue asistente de
Theodor Ziehen (1862-1950), creador del concepto de complejo. Se orientó hacia el psicoanálisis
después de haber sido deslumbrado por la lectura de los Estudios sobre la histeria, y entró en
contacto con Otto Juliusburger, y después con Karl Abraham, quien fue su iniciador más bien
que su analista. Más tarde se aplicó a su autoanálisis. Entre 1911 y 1921 participó regularmente,
en Viena, en los trabajos de la Wiener Psychoanalytische Vereinigung (WPV), de la que era
miembro, y en 1909 creó con Nicolas Vyrubov (1869-?) la revista Psychotherapia.
De nuevo en Rusia en 1911, comenzó a introducir los principios del psicoanálisis en el ambiente
psiquiátrico, primero en Odessa y después en Moscú. Paralelamente emprendió la traducción de
las obras de Freud al ruso.
Partidario de la Revolución de Octubre, permaneció en su país y continuó desarrollando sus
actividades; en particular, abrió en Moscú, en una gran clínica psiquiátrica, un departamento
especializado en el tratamiento de los enfermos mediante el psicoanálisis. Designado profesor en
la universidad, en 1921, junto con Otto Schmidt (18911956) e Ivan Dimitrievich Ermakov, fundó la
Asociación Psicoanalítica de Investigaciones sobre la Creación Artística, que fue la primera
sociedad freudiana rusa. Tenía ocho miembros, de los cuales tres eran médicos psiquiatras. 
Al año siguiente WuIff participó en la creación de la Sociedad Psicoanalítica de Rusia, con siete
miembros más, entre ellos Vera Schmidt, el psicólogo Pavel Petrovich Blonski (1884-1941) y el
psiquiatra Yuri Kannabikh. Más tarde se unió al grupo el psicólogo Stanislas Theophilovich
Chatski (1878-1948). Muy pronto se produjeron conflictos entre la sociedad rusa, instalada en
Moscú, y la de Kazán, fundada por Aleksandr Romanovich Luria. Finalmente se llegó a un
compromiso, creándose en Moscú una Asociación Psicoanalítica Rusa que reunía a todos los
grupos (Moscú, Kazán, Kiev, Rostov).
En 1927, cuando la radicalización del régimen comunista llevó a la extinción del movimiento
psicoanalítico, Moshe WuIff se vio obligado a emigrar y abandonar sus bienes. Se dirigió a Berlín,
donde permaneció hasta 1933, cuando el advenimiento del nazismo lo obligó a un nuevo exilio.
Eligió entonces instalarse en Palestina, y en 1934, junto con Max Eitingon (también exiliado), creó
en Jerusalén la primera sociedad psicoanalítica del futuro Estado de Israel, que se convertiría en
la Hachevra Hapsychoanalytit Be-Israel (HHBI). Después de la muerte de Eitingon, WuIff asumió
la presidencia de la sociedad y formó a la primera generación psicoanalítica israelí. Responsable
de la traducción de las obras de Freud al hebreo, docente en la Universidad de Tel Aviv y clínico
especialista en la fobia y el fetichismo, tuvo el destino típico de los pioneros judíos del freudismo
europeo, que debieron enfrentar, a través de emigraciones sucesivas, los grandes
acontecimientos de la historia del siglo: el sionismo, el comunismo, el nazismo. 


Yo
Al.: lch.
Fr.: moi 
Ing.: ego.
It.: io. 
Por.: ego.
fuente(89) 
Instancia que Freud distingue del ello y del superyó en su segunda teoría del aparato psíquico.
Desde el punto de vista tópico, el yo se encuentra en una relación de dependencia, tanto
respecto a las reivindicaciones del ello como a los imperativos del superyó y a las exigencias de
la realidad. Aunque se presenta como mediador, encargado de los Intereses de la totalidad de la
persona, su autonomía es puramente relativa.
Desde el punto de vista dinámico, el yo representa eminentemente, en el conflicto neurótico, el
polo defensivo de la personalidad; pone en marcha una serie de mecanismos de defensa,
motivados por la percepción de un afecto displacentero (señal de angustia).
Desde el punto de vista económico, el yo aparece como un factor de ligazón de los procesos
psíquicos; pero, en las operaciones defensivas, las tentativas de ligar la energía pulsional se
contaminan de los caracteres que definen el proceso primario: adquieren un matiz compulsivo,
repetitivo, arreal 
La teoría psicoanalítica intenta explicar la génesis del yo dentro de dos registros relativamente
heterogéneos, ya sea considerándolo como un aparato adaptativo diferenciado a partir del ello
en virtud del contacto con la realidad exterior, ya sea definiéndolo como el resultado de
identificaciones que conducen a la formación, dentro de la persona, de un objeto de amor
catectizado por el ello.
En relación con la primera teoría del aparato psíquico, el yo es más extenso que el sistema
preconsciente-consciente, dado que sus operaciones defensivas son en gran parte
Inconscientes.
Desde un punto de vista histórico, el concepto tópico del yo es el resultado de una noción que se
halla constantemente presente en Freud desde los orígenes de su pensamiento.
En la medida en que existen en Freud dos teorías tópicas del aparato psíquico, la primera de las
cuales hace intervenir los sistemas inconsciente, preconsciente-consciente, y la segunda las
tres instancias ello, yo y superyó, es corriente en psicoanálisis admitir que el concepto de yo no
adquiere un sentido estrictamente psicoanalítico, técnico, hasta después de lo que se ha llamado
la «vuelta» de 1920. Por lo demás, este profundo cambio de la teoría habría correspondido, en la
práctica, a una nueva orientación, dirigida hacia el análisis del yo y de sus mecanismos de
defensa, más que a sacar a luz los contenidos inconscientes. Ciertamente, nadie ignora que
Freud hablaba de «yo» (Ich) desde sus primeros escritos, pero generalmente lo haría, según se
sostiene, de forma poco especificada, designando entonces este término la personalidad en
conjunto. Las concepciones más detalladas en las cuales se atribuyen al yo funciones bien
determinadas dentro del aparato psíquico (por ejemplo, en el Proyecto de psicología científica
[Entwurf einer Psychologie, 1895]), se considera que prefiguran de un modo aislado los
conceptos de la segunda tópica. De hecho, corno veremos, la historia del pensamiento freudiano
es mucho más compleja: por una parte, el estudio del conjunto de textos freudianos no permite
localizar dos acepciones del yo correspondientes a dos períodos distintos: la noción de yo
siempre ha estado presente, aun cuando se haya renovado por aportaciones sucesivas
(narcisismo, establecimiento del concepto de identificación, etc.). Por otra parte, la «vuelta» de
1920 no puede limitarse a la definición del yo como instancia central de la personalidad: como es
sabido, implica otras muchas aportaciones esenciales que modifican la estructura de conjunto de
la teoría y sólo pueden ser debidamente apreciadas en sus correlaciones. Por último, no
creemos deseable intentar establecer desde un principio una neta distinción entre el yo como
persona y el yo como instancia, puesto que la articulación de estas dos acepciones forma
precisamente el núcleo de la problemática del yo. En Freud este problema se halla implícitamente
presente muy pronto y persiste incluso después de 1920. La ambigüedad terminológica que se
pretendería denunciar y eliminar oculta un problema de fondo.
Independientemente de las preocupaciones relativas a la historia del pensamiento freudiano,
algunos autores, llevados de un deseo de clarificación, han intentado señalar una diferencia 
conceptual entre el yo como instancia, como subestructura de la personalidad, y el yo en tanto
que se presenta como objeto de amor para el propio individuo-el yo del amor propio según La
Rochefoucauld, el yo catectizado de libido narcisista según Freud- Así, por ejemplo, Hartmann ha
propuesto disipar el equívoco que existiría en el concepto de narcisismo y en un término como el
de catexis del yo (Ich-Besetzung, ego-cathexis): «Cuando se utiliza el término narcisismo, a
menudo parecen confundirse dos pares antitéticos: el primero se refiere al sí mismo [self], la
propia persona en oposición al objeto; el segundo alude al yo (como sistema psíquico) en
oposición a las otras subestructuras de la personalidad. Sin embargo, lo contrario de catexis del
objeto no es catexis del yo [ego-cathexis], sino catexis de la propia persona, es decir, catexis
de sí mismo [self-cathexis]; cuando hablamos de catexis de sí mismo, ello no presupone que la
catexis esté situada en el ello, en el yo o en el superyó [...]. Por consiguiente, se aclararían las
cosas definiendo el narcisismo como la catexis libidinal, no del yo, sino del sí mismo».
A nuestro juicio, esta posición anticipa, en virtud de una distinción meramente conceptual, la
respuesta a algunos problemas esenciales. De un modo general, lo que aporta el psicoanálisis
con su concepción del yo corre el peligro de pasar parcialmente ignorado si se yuxtapone
simplemente una acepción del término considerada como específicamente psicoanalítica a otras
acepciones juzgadas tradicionales y, a fortiori, si se intenta desde un principio representar
diferentes sentidos por medio de otros tantos vocablos distintos. Freud no solamente encuentra
y utiliza las acepciones clásicas, oponiendo, por ejemplo, el organismo al ambiente, el sujeto al
objeto, el interior al exterior, sino que utiliza el propio término de Ich a estos distintos niveles, e
incluso aprovecha la ambigüedad de este empleo, lo que indica que no excluye de su campo
ninguna de las significaciones adscritas al término yo (moi et je) (Ich).
I. El concepto de yo Freud lo utiliza desde sus primeros trabajos, y resulta interesante ver cómo
se desprenden de los textos del período 1894-1900 cierto número de temas y de problemas que
se volverán a encontrar más tarde.
Lo que condujo a Freud a transformar radicalmente la concepción tradicional del yo fue la
experiencia clínica de las neurosis. La psicología y, sobre todo, la psicopatología de las
proximidades de 1880 conducen, en virtud del estudio de las «alteraciones y desdoblamientos de
la personalidad», de los «estados segundos», etc., a desmantelar la noción de un yo que es uno
y permanente. Es más, un autor como P. Janet pone en evidencia la existencia, en la histeria, de
un desdoblamiento simultáneo de la personalidad: tiene lugar la «[...] formación, en el espíritu, de
dos grupos de fenómenos: uno que constituye la personalidad ordinaria; el otro, que por lo
demás es susceptible de subdividirse, forma una personalidad anormal distinta de la primera y
completamente ignorada por ella». En este desdoblamiento de la personalidad Janet ve una
consecuencia del «estrechamiento del campo de la conciencia», de una «debilidad de la síntesis
psicológica», que produce en el histérico una «autotomía». «La personalidad no puede percibir
todos los fenómenos, y sacrifica definitivamente algunos de ellos; es una especie de autotomía,
y estos fenómenos abandonados se desarrollan aisladamente, sin que el sujeto tenga 
conocimiento de su actividad». Ya es sabido que la aportación de Freud en la interpretación de
tales fenómenos consiste en ver en ellos la expresión de un conflicto psíquico: ciertas
representaciones son el objeto de una defensa, debido a que son inconciliables (unverträglich)
con el yo.
En el período 1895-1900 la palabra yo es utilizada a menudo por Freud en diversos contextos.
Puede resultar cómodo ver cómo opera esta noción según el registro en que es utilizada: teoría
de la cura, modelo del conflicto defensivo, metapsicología del aparato psíquico.
1.° En el capítulo de los Estudios sobre la histeria titulado «Psicoterapia de la histeria», Freud
describe cómo el material patógeno inconsciente, cuyo carácter altamente organizado subraya,
sólo puede ser conquistado de un modo paulatino. La conciencia o «conciencia del yo» es
considerada como un desfiladero que no deja pasar más de un recuerdo patógeno a la vez y
que puede ser bloqueado mientras el trabajo elaborativo (Durcharbeitung) no haya vencido las
resistencias: «Uno de los recuerdos que se halla en vías de surgir en la conciencia permanece
allí ante el enfermo hasta que éste lo ha recibido en el espacio del yo». Se señala aquí la íntima
conexión existente entre la conciencia y el yo (atestiguada por el término: conciencia del yo), y
también la idea de que el yo es más extenso que la conciencia actual; aquél es un verdadero
dominio (que Freud pronto asimilará al «Preconsciente»).
Las resistencias manifestadas por el paciente se describen en un primer análisis, en los
Estudios sobre la histeria, como viniendo del yo «que encuentra placer en la defensa». Si una
determinada técnica permite burlar momentáneamente su vigilancia, «en todas las ocasiones
realmente serias, se recupera, vuelve a encontrar sus fines y prosigue su resistencia». Pero,
por otra parte, el yo está infiltrado por el «núcleo patógeno» inconsciente, de forma que el límite
entre ambos aparece en ocasiones como puramente convencional. Es más, «de esta misma
infiltración emanaría la resistencia». Aquí se encuentra ya bosquejado el problema de una
resistencia propiamente inconsciente, problema que, más tarde, suscitará dos distintas
respuestas en Freud: el recurrir a la noción de un yo inconsciente, y también la noción de una
resistencia propia del ello.
2.° La noción de yo se halla constantemente presente en las primeras elaboraciones que
propone Freud del conflicto neurótico. Se dedica a especificar la defensa en distintos «modos»,
«mecanismos», «procedimientos», «dispositivos» correspondientes a las diversas
psiconeurosis: histeria, neurosis obsesiva, paranoia, confusión alucinatoria, etc. En el origen de
estas diversas modalidades del conflicto se sitúa la incompatibilidad de una representación con
el yo.
Así, por ejemplo, en la histeria el yo interviene como instancia defensiva, pero de un modo
complejo. El decir que el yo se defiende no se halla exento de ambigüedad. Esta fórmula puede
comprenderse del siguiente modo: el yo, como campo de conciencia, situado ante una situación 
conflictiva (conflicto de intereses, de deseos, o incluso de deseos y prohibiciones) e incapaz de
dominarla, se defiende evitándola, no queriendo saber nada de ella; en este sentido, el yo sería
el campo que debe ser preservado del conflicto por la actividad defensiva. Pero el conflicto
psíquico que Freud ve actuar presenta otra dimensión: es el yo como «masa dominante de
representaciones » lo que se ve amenazado por una representación considerada como
inconciliable con él: tiene lugar una represión por el yo. El Caso Lucy R..., uno de los primeros
en que Freud establece la noción de conflicto y la parte que en él desempeña el yo, ilustra de un
modo especial esta ambigüedad: Freud no se satisface con la sola explicación según la cual el
yo, por carecer del «valor moral» necesario, no quiere saber nada del «conflicto de afectos»
que le perturba; la cura sólo progresa en la medida en que se ocupa de esclarecer «símbolos
mnémicos» sucesivos, símbolos de escenas en las que aparece un deseo inconsciente bien
preciso, en lo que ofrece de inconciliable con la imagen de sí misma que la paciente intenta
mantener.
Precisamente porque el yo toma parte en el conflicto, el motivo de la acción defensiva o, como
dice a veces Freud a partir de esta época, su señal, es el sentimiento de displacer que le afecta
y que, para Freud, se halla directamente ligado a esta inconciliabilidad.
Por último, si bien la operación defensiva de la histeria se atribuye al yo, esto no implica que se
conciba únicamente como consciente y voluntaria. En el Proyecto de psicología científica, en el
que Freud da un esquema de la defensa histérica, uno de los puntos importantes que intenta
explicar es «[...] por qué un proceso del yo se acompaña de efectos que habitualmente sólo
encontramos en los procesos primarios»: en la formación del «símbolo mnémico» que es el
síntoma histérico, todo el quantum de afecto, toda la significación, se hallan desplazados de lo
simbolizado al símbolo, lo que no ocurre en el pensamiento normal. Esta utilización del proceso
primario por el yo sólo interviene cuando éste se ve incapaz de hacer funcionar sus defensas
normales (por ejemplo, atención, evitación). En el caso del recuerdo de un trauma sexual (véase:
Posterioridad; Seducción), el yo se ve sorprendido por un ataque interno y no puede hacer más
que «dejar que intervenga un proceso primario». La situación de la «defensa patológica» con
respecto al yo no se halla, pues, determinada en forma unívoca: en un sentido, el yo es
ciertamente el agente de la defensa, pero, en la medida en que sólo puede defenderse
separándose de lo que le amenaza, abandona la representación inconciliable a un tipo de
proceso que escapa a su control.
3.° En la primera elaboración metapsicológica dada por Freud del funcionamiento psíquico, se
atribuye a la noción de yo un papel de primer orden. En el Proyecto de psicología científica, la
función del yo es fundamentalmente inhibidora. En lo que Freud describe como «experiencia de
satisfacción» (véase este término), el yo interviene para impedir que la catexis de la imagen
mnémica del primer objeto satisfactorio adquiera una fuerza tal que desencadene un «indicio de
realidad» a igual título que la percepción de un objeto real. Para que el indicio de realidad
adquiera valor de criterio para el sujeto, es decir, para que se evite la alucinación y para evitar
que la descarga se produzca tanto en la ausencia como en la presencia del objeto real, es 
necesario que se inhiba el proceso primario, que consiste en una libre propagación de la
excitación hasta la imagen. Se ve, pues, que, si bien el yo es lo que permite al sujeto no
confundir sus procesos internos con la realidad, no es debido a que posea un acceso
privilegiado a lo real, un patrón con el cual compararía las representaciones. Este acceso directo
a la realidad Freud lo reserva a un sistema autónomo llamado «sistema percepción» (designado
por las letras W o w), muy distinto del sistema y del cual forma parte el yo que funciona de un
modo totalmente diferente.
Freud describe el yo como una «organización» de neuronas (o, traducido al lenguaje menos
«fisiológico» utilizado por Freud en otros textos, una organización de representaciones)
caracterizada por varios rasgos: facilitación de las vías asociativas interiores de este grupo de
neuronas, catexis constante por una energía de origen endógeno, es decir, pulsional, distinción
entre una parte permanente y una parte variable. La permanencia en él de un nivel de catexis es
lo que permite al yo inhibir los procesos primarios, no sólo los que conducen a la alucinación,
sino también aquellos capaces de provocar displacer («defensa primaria»). La catexis del deseo
hasta la alucinación, el desarrollo total de displacer que comporta un gasto total de la defensa,
todo esto lo designamos con el término procesos psíquicos primarios; por el contrario, los
procesos que sólo son posibles en virtud de una buena catexis del yo y que representan una
moderación de los anteriores son los procesos psíquicos secundarios».
Vemos, pues, que el yo no es definido por Freud como el conjunto del individuo, ni siquiera como
el conjunto del aparato psíquico; es sólo una parte de éste. Con todo, esta tesis debe
completarse, en la medida en que la relación del yo con el individuo, tanto en la dimensión
biológica de éste (organismo) como en su dimensión psíquica, es de una importancia privilegiada.
Esta ambigüedad constitutiva del yo se encuentra en la dificultad de dar un sentido unívoco a la
noción de interior, de excitación interna. La excitación endógena se concibe sucesivamente
como viniendo del interior del cuerpo, más tarde del interior del aparato psíquico, y por último
como almacenada en el yo definitivo como reserva de energía (Vorratsträger): hay aquí una
serie de encajamientos sucesivos, que, si se prescinde de los esquemas explicativos
mecanicistas que Freud da de ellos, inducen a concebir la idea de un yo como una especie de
metáfora realizada del organismo.
II. El capítulo metapsicológico de La interpretación de los sueños (exposición de la «primera»
teoría del aparato psíquico, que, de hecho, se nos aparece más bien, a la luz de los trabajos
póstumos de Freud, como una segunda metapsicología) muestra diferencias manifiestas en
relación con las concepciones anteriores. Se establece la diferenciación sistemática entre los
sistemas Inconsciente, Preconsciente, Consciente, dentro del marco de un «aparato» en el que
no interviene la noción de yo.
A raíz de su descubrimiento del sueño como «vía real hacia el inconsciente», Freud hace recaer
el acento especialmente sobre los mecanismos primarios del «trabajo del sueño» y sobre la 
forma como imponen su ley al material preconsciente. El paso de un sistema a otro se concibe
como traducción o, según una comparación óptica, como paso de un medio a otro dotado de un
índice de refracción distinto. No falta en el sueño la acción defensiva, pero ésta no es englobada
en modo alguno por Freud bajo el término «yo». Diversos aspectos que podían reconocérsele en
los trabajos anteriores se encuentran aquí repartidos en distintos niveles:
l.° el yo como agente defensivo lo encontramos, por una parte, en la censura; conviene señalar,
además, que ésta posee una función esencialmente prohibitiva, que impide asimilarla a una
organización compleja capaz de hacer intervenir mecanismos diferenciados como los que Freud
reconoce en los conflictos neuróticos;
2.° la función moderadora e inhibidora ejercida por el yo sobre el proceso primario se vuelve a
encontrar en el sistema Pcs, tal como funciona en el pensamiento durante la vigilia. Con todo, se
observará la diferencia existente a este respecto entre la concepción del Proyecto y la de La
interpretación de los sueños. El sistema Pcs es el lugar mismo del funcionamiento del proceso
secundario, mientras que el yo, en el Proyecto, era lo que inducía el proceso secundario, en
función de su propia organización;
3.° el yo como organización libidinalmente catectizada se encuentra explícitamente como
portador del deseo de dormir, en el que Freud ve el motivo de la formación del sueño.
III. El período 1900-1915 puede definirse como un período de tanteos en lo que respecta a la
noción de yo. Esquemáticamente puede decirse que la investigación freudiana opera en cuatro
direcciones:
1.ª En los trabajos más teóricos de Freud acerca del funcionamiento del aparato psíquico, alude
al modelo establecido en 1900 basándose en el ejemplo del sueño, llevándolo hasta sus últimas
consecuencias, sin hacer intervenir el concepto de yo en las diferenciaciones tópicas ni el de
pulsiones del yo en las consideraciones energéticas.
2.ª Respecto a las relaciones entre el yo y la realidad, no puede hablarse de un verdadero
cambio en la solución del problema sino de un desplazamiento del acento. La referencia
fundamental sigue siendo la de la experiencia de satisfacción y de la alucinación primitiva: 
a) se valoriza el papel de «la experiencia de la vida»: «Solamente la falta persistente de la
satisfacción esperada, la decepción, es lo que ha dado lugar al abandono de esta tentativa de
satisfacción por medio de la alucinación. En su lugar, el aparato psíquico hubo de decidirse a
representar el estado real del mundo exterior y a intentar una modificación real»; 
b) el establecimiento de dos grandes principios del funcionamiento psíquico añade algo a la
distinción entre proceso primario y proceso secundario. El principio de realidad aparece como
una ley que viene a imponer desde el exterior sus exigencias al aparato psíquico, el cual tiende
progresivamente a hacerlas suyas;
c) Freud concede a las exigencias del principio de realidad un soporte privilegiado. Se trata de
las pulsiones de autoconservación, que abandonan más rápidamente el funcionamiento según el
principio de placer y que, susceptibles de ser educados más aprisa por la realidad, proporcionan
el substrato energético de un «yo-realidad» que «[...] no tiene que hacer más que tender hacia lo
útil y asegurarse contra los daños». Bajo esta perspectiva, el acceso del yo a la realidad
escaparía a toda problemática: la forma como el yo pone fin a la satisfacción alucinatoria del
deseo cambia de sentido; el yo efectúa la prueba de la realidad por intermedio de las pulsiones
de autoconservación e intenta a continuación imponer las normas de la realidad a las pulsiones
sexuales (para la discusión de esta concepción, véase: Prueba de realidad y Yo-placer,
Yo-realidad);
d) la relación del yo con el sistema Preconsciente-Consciencia, y especialmente con la
percepción y la motilidad, se vuelve muy estrecha.
3.° En la descripción del conflicto defensivo, y más especialmente en la clínica de la neurosis
obsesiva, el yo se afirma como la instancia que se opone al deseo. Oposición que viene
señalada por el afecto displacentero y que adquiere desde un principio la forma de una lucha
entre dos fuerzas en las que se reconoce igualmente la marca de la pulsión; al querer poner en
evidencia la existencia de una neurosis infantil «completa» en Análisis de un caso de neurosis
obsesiva, Freud descubre: «una pulsión erótica y una rebeldía contra la misma, un deseo (aun
no compulsivo) y un temor (ya compulsivo) que lucha contra él, un afecto penoso y un impulso a
realizar acciones defensivas». Preocupado por dar al yo, simétricamente a la sexualidad, un
soporte pulsional, Freud se ve inducido a describir el conflicto como la oposición entre las
pulsiones sexuales y las pulsiones del yo.
En el mismo orden de ideas, Freud se pregunta sobre el desarrollo de las pulsiones del yo,
desarrollo que debería tomarse en consideración a igual título que el desarrollo libidinal, y sugiere
que, en el caso de la neurosis obsesiva, el desarrollo de las pulsiones del yo podría ir adelantado
sobre el desarrollo libidinal.
4.ª Durante este período aparece una nueva concepción, la del yo como objeto de amor, basada
especialmente en los ejemplos de la homosexualidad y de las psicosis; esta concepción
predominará en cierto número de textos de los años 1914-1915, que marcan un verdadero giro
del pensamiento freudiano. 
IV. En este período de cambio (1914-1915) se elaboran tres nociones íntimamente ligadas entre
sí: el narcisismo, la identificación como constitutiva del yo, y la diferenciación, dentro del yo, de
ciertos componentes «ideales».
1.° Lo que la introducción del narcisismo implica en cuanto a la definición del yo puede resumirse
del siguiente modo:
a) el yo no existe desde un principio ni tampoco aparece como el resultado de una diferenciación
progresiva. Para constituirse requiere «una nueva acción psíquica»;
b) se define como unidad en relación con el funcionamiento anárquico y fragmentado de la
sexualidad que caracteriza al autoerotismo;
c) se ofrece como objeto de amor a la sexualidad, a igual título que un objeto exterior. Bajo la
perspectiva de una génesis de la elección objetal, Freud se ve inducido incluso a establecer la
secuencia: autoerotismo, narcisismo, elección objetal homosexual, elección objetal heterosexual;
d) esta definición del yo como objeto impide que sea confundido con el conjunto del mundo
interior del sujeto. Así, Freud tiende a mantener, en contraposición a Jung, una distinción entre la
introversión de la libido sobre las fantasías y una «vuelta de aquélla sobre el yo»;
e) desde el punto de vista económico, «el yo debe considerarse como un gran reservorio de
libido, de donde ésta es enviada hacia los objetos y que se halla siempre dispuesto a absorber la
libido que refluye a partir de los objetos». Esta imagen del reservorio implica que el yo no es
simplemente un lugar de paso para la energía de catexis, sino el lugar de un estancamiento
permanente de ésta, e incluso que es constituido como forma por esta carga energética. De ahí
la imagen de un organismo, de un «pequeño animal protoplasmático» que se emplea para
caracterizarlo;
f) por último, Freud describe como típica una «elección objetal narcisista», en la que el objeto de
amor viene definido por su semejanza con el propio yo del individuo. Pero, aparte de un tipo
particular de elección objetal, que viene ilustrada, por ejemplo, por ciertos casos de
homosexualidad masculina, lo que Freud se ve inducido a modificar para situar el yo del sujeto
es el conjunto de la noción de elección objetal, incluido el tipo denominado apoyo.
2.° Durante el mismo período se enriquece considerablemente el concepto de identificación: junto
a aquellas formas, reconocidas desde un principio en la histeria, en las que la identificación
aparece como transitoria, como una forma de significar, en un auténtico síntoma, una similitud
inconsciente entre la persona y otro, Freud distingue otras formas fundamentales de 
identificación; ésta ya no es sólo la expresión de una relación entre yo y otra persona: el yo
puede experimentar una profunda modificación por la identificación, convirtiéndose en el residuo
intrasubjetivo de una relación intersubjetiva. Así, en la homosexualidad masculina, «el joven no
abandona a su madre, sino que se identifica con ella y se transforma en ella [...]. Lo que
sorprende es el alcance de tal identificación: modifica el yo en una de sus partes más
importantes, el carácter sexual, según el prototipo de lo que anteriormente era objeto».
3.° Como resultado del análisis de la melancolía y de los procesos que ésta pone de manifiesto,
se transforma profundamente la noción de yo.
a) la identificación con el objeto perdido, manifiesta en el melancólico, se interpreta como una
regresión, a una identificación más arcaica, concebida como una fase preliminar de la elección
objetal «[...] en la cual el yo quiere incorporarse este objeto». Esta idea prepara el camino para
una concepción de un yo que no sólo sería remodelado por identificaciones secundarias, sino
que desde el principio se constituiría por una identificación que tendría como prototipo la
incorporación oral;
b) el objeto introyectado en el yo es descrito por Freud en términos antropomórficos; es
sometido a los peores tratos, sufre, el suicida aspira a matarlo, etc.;
c) con la introyección del objeto, de hecho es toda una relación la que puede interiorizarse al
mismo tiempo. En la melancolía, el conflicto ambivalente hacia el objeto será transpuesto a la
relación con el yo;
d) el yo no es concebido ya como la única instancia personificada dentro del psiquismo. Algunas
partes pueden separarse por escisión, especialmente la instancia crítica o conciencia moral: una
parte del yo se sitúa frente a otra, la juzga críticamente, la toma, por así decirlo, como objeto.
Se afirma así la idea, que ya se encuentra en Introducción al narcisismo, según la cual la gran
oposición existente entre la libido del yo y la libido de objeto no basta para explicar todas las
modalidades del retiro narcisista de la libido. La libido «narcisista» puede tener como objetos toda
una serie de instancias que forman un sistema complejo y cuya pertenencia al sistema del yo es
connotada, por lo demás, por los nombres con que Freud las designa: yo ideal, ideal del yo,
superyó.
V. La «vuelta» de 1920: como puede verse, esta fórmula sólo puede aceptarse con reservas,
por lo menos en lo que respecta a la introducción de la noción de yo. Con todo, no es posible
negar el propio testimonio de Freud sobre el cambio esencial que entonces se produjo. Parece
que, si la segunda teoría tópica hace del yo un sistema o una instancia, ello se debería ante todo
a que tiende a amoldarse a las modalidades del conflicto psíquico mejor que la primera teoría, de 
la cual puede decirse esquemáticamente que tomaba como eje principal los diversos tipos de
funcionamiento mental (proceso primario y proceso secundario). Ahora se elevan a la categoría
de instancias del aparato psíquico las partes que intervienen en el conflicto, el yo como agente
de la defensa, el superyó como sistema de prohibiciones, el ello como polo pulsional. El paso de
la primera tópica a la segunda no implica que las nuevas «provincias» invaliden las delimitaciones
anteriores entre Inconsciente, Preconsciente y Consciente. Pero, en la instancia del yo, vienen a
agruparse funciones y procesos que, dentro del marco de la primera tópica, se hallaban
repartidos entre varios sistemas:
1.° La conciencia, en el primer modelo metapsicológico, constituía un auténtico sistema autónomo
(sistema w del Proyecto de psicología científica), para inmediatamente ser asociada por Freud,
en forma no exenta de dificultades, al sistema Pcs (véase: Conciencia); ahora se precisa su
situación tópica: ella es el «núcleo del yo»;
2.° las funciones reconocidas al sistema Preconsciente se incluyen, en su mayor parte, en el yo;
3.° el yo, y éste es el punto sobre el que insiste especialmente Freud, es en gran parte
inconsciente. Así lo demuestra la clínica y, sobre todo, las resistencias inconscientes halladas
en la cura: «Hemos encontrado en el propio yo algo que también es inconsciente, que se
comporta exactamente igual que lo reprimido, es decir, que produce poderosos efectos sin
volverse consciente y que, para ser hecho consciente, exige un trabajo particular». Con esto
Freud abría un camino que fue ampliamente explorado por sus sucesores: se han descrito
técnicas defensivas del yo que no sólo son inconscientes en el sentido de que el sujeto ignora
sus motivos y el mecanismo, sino además porque presentan un matiz compulsivo, repetitivo,
«arreal», que las asemeja a lo reprimido, contra lo cual luchan.
Esta ampliación del concepto de yo implica que se atribuye a éste, en la segunda tópica, las más
diversas funciones: control de la motilidad y de la percepción, prueba de la realidad, anticipación,
ordenación temporal de los procesos mentales, pensamiento racional, etc., pero también
desconocimiento, racionalización, defensa compulsiva contra las exigencias pulsionales. Como
se ha señalado, estas funciones pueden agruparse en pares antinómicos (oposición a las
pulsiones y satisfacción de las pulsiones, insight y racionalización, conocimiento objetivo y
deformación sistemática, resistencia y levantamiento de resistencias, etc.), antinomias que no
hacen más que reflejar la situación asignada al yo en relación con las otras dos instancias y la
realidad. Según el punto de vista en que se sitúa, Freud resalta, unas veces la heteronomía del
yo, otras sus posibilidades de una relativa autonomía. El yo aparece esencialmente como un
mediador que se esfuerza en atender exigencias contradictorias; « [...] se halla sometido a una
triple servidumbre, por lo cual se encuentra amenazado por tres tipos de peligros: el proveniente
del mundo exterior, el de la libido del ello y el de la severidad del superyó [...]. Como ser-limítrofe,
el yo intenta actuar de intermediario entre el mundo y el ello, hacer que el ello obedezca al mundo
y hacer que el mundo, gracias a la acción muscular, se adapte al deseo del ello». 
VI. La extensión adquirida por la noción de yo en la teoría psicoanalítica lo demuestra tanto la
atención que le han prestado numerosos autores como la diversidad de sus modos de abordaje.
Así, toda una escuela se ha propuesto como objetivo relacionar las adquisiciones psicoanalíticas
con las de otras disciplinas: psicofisiología, psicología del aprendizaje, psicología infantil,
psicología social, con vistas a constituir una verdadera psicología general del yo. Un intento de
este tipo hace intervenir nociones como la de energía desexualizada y neutralizada a disposición
del yo, la de función llamada «sintética» y la de una esfera no conflictual del yo. El yo se
concibe, ante todo, como un aparato de regulación y de adaptación a la realidad, y cuya génesis
se intenta explicar por medio de procesos de maduración y de aprendizaje, a partir de la
dotación sensorio-motriz del lactante. Incluso aunque puedan encontrarse, en el origen de estos
conceptos, algunos puntos de apoyo en el pensamiento freudiano, parece más difícil admitir que
la última teoría del aparato psíquico encuentre allí su expresión más adecuada. Ciertamente no se
trata de oponer a esta orientación de la ego psychology una exposición de lo que sería la
«verdadera» teoría freudiana del yo: más bien sorprende la dificultad de situar en una misma
línea de pensamiento el conjunto de las aportaciones psicoanalíticas al concepto de yo,
Esquemáticamente puede intentarse agrupar las concepciones freudianas en dos orientaciones,
considerando los tres grandes problemas que plantean la génesis del yo, su situación tópica
(principalmente su relación con el ello) y, por último, lo que se entiende por energía del yo desde
un punto de vista dinámico y económico.
A) En una primera perspectiva, el yo aparece como el resultado de una diferenciación
progresiva del ello por influencia de la realidad exterior; esta diferenciación parte del sistema
Percepción-Conciencia, que se compara con la capa cortical de una vesícula de substancia viva:
el yo «[...] se ha desarrollado a partir de la capa cortical del ello, que, dispuesta para recibir y
apartar las excitaciones, se halla en contacto directo con el exterior (la realidad). Tomando como
punto de partida la percepción consciente, el yo somete a su influencia territorios
progresivamente más amplios, capas cada vez más profundas del ello».
El yo puede entonces definirse como un verdadero órgano que, cualesquiera que sean los
fracasos efectivos que sufra, está destinado por principio, como representante de la realidad, a
asegurar un control progresivo de las pulsiones: «Se esfuerza en lograr que impere la influencia
del mundo exterior sobre el ello y sus tendencias, intenta reemplazar el principio de placer, que
reina sin restricción en el ello, por el principio de realidad. La percepción cumple, respecto al yo,
una función análoga a la que posee la pulsión dentro del ello». Como el propio Freud indica, la
distinción entre el yo y el ello reasume entonces la oposición entre la razón y las pasiones.
En esta concepción, el problema de la energía de que dispondría el yo no deja de plantear
dificultades. En efecto, en la medida en que el yo es el producto directo de la acción del mundo
exterior, ¿cómo podría tomar de éste una energía capaz de actuar dentro de un aparato psíquico 
que funciona, por definición, con su propia energía? En ocasiones Freud se ve inducido a hacer
intervenir la realidad, ya no solamente como un dato exterior que el individuo ha de tener en
cuenta para regular su funcionamiento, sino con todo el peso de una verdadera instancia (a igual
título que las instancias de la personalidad psíquica que son el yo y el superyó) actuando en la
dinámica del conflicto. Pero, si la única energía de la que dispone el aparato psíquico es la
energía interna procedente de las pulsiones, la que se encuentra a disposición del yo sólo puede
ser secundaria, derivada del ello. Esta solución, que es la que por lo general suele admitir Freud,
tenía forzosamente que conducir a la hipótesis de una «desexualización» de la libido, hipótesis
de la que cabe pensar que no hace más que localizar en una noción, a su vez problemática, una
dificultad doctrinal.
La concepción que acabamos de recordar aquí plantea, en conjunto, dos grandes problemas:
por una parte, ¿cómo comprender la tesis, en la que se basa, de una diferenciación del yo
dentro de una entidad psíquica cuyas características se hallan mal definidas?, y, por otra, ¿no
resulta difícil integrar en esta génesis casi ideal del aparato psíquico toda una serie de
aportaciones fundamentales y propiamente psicoanalíticas a la noción de yo?
La idea de una génesis del yo está cargada de ambigüedades, que, por lo demás, fueron
mantenidas por Freud a todo lo largo de su obra y que no hacen más que agravarse con el
modelo propuesto en Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920). En
efecto, la evolución de la «vesícula viva» invocada en este texto puede concebirse a distintos
niveles: filogenia de la especie humana, o incluso de la vida en general, evolución del organismo
humano, y también diferenciación del aparato psíquico a partir de un estado indiferenciado. Así,
pues, ¿qué valor debe concederse a esta hipótesis de un organismo simplificado que construiría
sus propios límites, su aparato receptor y su protector contra las excitaciones bajo el impacto de
las excitaciones externas? ¿Se trata de una simple comparación que ilustra mediante una
imagen, tomada, más o menos válidamente, de la biología (el protozoo), la relación del individuo
psíquico con lo que es exterior al mismo? En tal caso, el cuerpo debería, en rigor, considerarse
como formando parte del «exterior» en relación con lo que sería una vesícula psíquica, pero esta
idea sería contraria al pensamiento de Freud: él jamás consideró equivalentes las excitaciones
externas y las internas, o pulsiones, que atacan constantemente, desde dentro, al aparato
psíquico e incluso al yo, sin posibilidad de huida. Nos vemos, pues, inducidos a buscar una
relación más íntima entre esta representación biológica y su transposición psíquica. En
ocasiones Freud se apoya en una analogía real existente, por ejemplo, entre las funciones del yo
y los aparatos perceptivos y protectores del organismo: de igual modo que el tegumento
constituye la superficie del cuerpo, el sistema Percepción-Conciencia se halla en la «superficie»
del psiquismo. Un enfoque de este tipo induce a concebir el aparato psíquico como el resultado
de una especialización de las funciones corporales, y el yo como el producto final de una larga
evolución del aparato de adaptación.
Por último, a otro nivel, cabe preguntarse si la insistencia de Freud en utilizar esta imagen de una
forma viviente caracterizada por su diferencia de nivel energético con respecto al exterior, 
poseyendo un límite sometido a efracciones, que constantemente debe defenderse y
reconstituirse, no se basa en una relación real entre la génesis del yo y la imagen del organismo,
relación que Freud sólo en raras ocasiones formuló explícitamente: «El yo es, ante todo, un yo
corporal, no es solamente un ser de superficie, sino que él mismo es la proyección de una
superficie». «El yo deriva, en último término, de sensaciones corporales, principalmente de las
que se originan en la superficie del cuerpo. Puede así considerarse como una proyección mental
de la superficie del cuerpo, junto al hecho [...]de que representa la superficie del aparato
mental». Esta indicación invita a definir la instancia del yo como basada en una operación
psíquica real consistente en una «proyección» del organismo en el psiquismo.
B) Esta última observación invitaría, por sí sola, a agrupar toda una serie de ideas, centrales en
psicoanálisis, que permiten definir otra perspectiva. Esta no elude el problema de la génesis del
yo; busca la solución, no recurriendo a la idea de una diferenciación funcional, sino haciendo
intervenir operaciones psíquicas particulares, verdaderas precipitaciones en el psiquismo de
rasgos, imágenes, formas tomadas del otro humano (véase especialmente: Identificación;
Introyección; Narcisismo; Fase del espejo; Objeto «bueno», objeto «malo»). Los psicoanalistas
se han dedicado a investigar los momentos electivos y las etapas de estas identificaciones, y a
definir las que son específicas a las diversas instancias: yo, yo ideal, ideal del yo, superyó. Se
observará que, entonces, la relación del yo con la percepción y con el mundo exterior adquiere
un nuevo sentido, sin quedar suprimida: el yo no es tanto un aparato que se desarrollaría a partir
del sistema Percepción-Conciencía como una formación interna que tendría su origen en ciertas
percepciones privilegiadas, provenientes, no del mundo exterior en general, sino del mundo
interhumano.
Desde el punto de vista tópico, el yo se define entonces, más que como una emanación del ello,
como un objeto al que apunta éste: la teoría del narcisismo y el concepto correlativo de una libido
orientada hacia el yo o hacia un objeto exterior, según un verdadero equilibrio energético, lejos
de ser abandonada por Freud con el advenimiento de la segunda tópica, será reafirmada hasta
en sus últimos trabajos. La clínica psicoanalítica, especialmente la de las psicosis, habla también
en favor de esta concepción: menosprecio y odio del yo en el melancólico, ampliación del yo
hasta fusionarlo con el yo ideal en el maníaco, pérdida de los «límites» del yo, por retiro de la
catexis de éstas en los estados de despersonalización (como ha hecho resaltar P. Federn), etc.
Finalmente, el difícil problema del soporte energético que sería preciso atribuir a las actividades
del yo se presta a ser mejor examinado cuando se relaciona con el concepto de catexis
narcisista. Entonces el problema estriba menos en saber lo que significa el hipotético cambio
cualitativo denominado desexualización o neutralización, que en comprender cómo el yo, objeto
libidinal, puede constituir no sólo un «reservorio», sino también el sujeto de las catexis libidinales
que de él emanan.
Esta segunda línea de pensamiento, de la que hemos dado aquí algunos elementos, se nos
aparece, en la medida en que permanece más próxima a la experiencia y a los descubrimientos 
analíticos, como menos sintética que la primera; deja pendiente, sobre todo, la necesaria tarea de
articular a una teoría propiamente psicoanalítica del aparato psíquico, toda una serie de
operaciones y de actividades que, con la preocupación de edificar una psicología general, una
escuela psicoanalítica ha clasificado, como cosa obvia, entre las funciones del yo. 
Yo
Yo
fuente(90) 
s.m. (fr. moi; ingl. ego; al. Ich). Según Freud, sede de la conciencia y también lugar de
manifestaciones inconcientes. El yo, elaborado por Freud en su segunda tópica (yo, ello y
superyó), es una diferenciación del ello; es la instancia del registro imaginario por excelencia,
por lo tanto de las identificaciones y del narcisismo.
Hablar del yo en la teoría freudiana equivale a trazar la historia de la técnica analítica, con sus
vacilaciones, sus impasses, sus descubrimientos. Parecería que, antes de 1920, la
interpretación, tal como la practicaba Freud con sus histéricas, daba resultados satisfactorios.
Para intentar explicar los fenómenos psíquicos, Freud elabora por entonces lo que llama la
primera tópica: el inconciente, el preconciente, el conciente, con los dos principios que rigen la
vida psíquica: el principio de placer y el principio de realidad. Pero este recorte se revelará
inoperante para explicar el fenómeno que Freud descubre a propósito de las neurosis
traumáticas: la compulsión de repetición, que aborda en Más allá del principio de placer (1920).
Este es un texto que hace de bisagra porque después de él Freud elabora la segunda tópica: el
ello, el yo y el superyó, al que también llamará ideal del yo.
Este nuevo recorte no recubre al primero: el yo engloba lo conciente y lo preconciente, y también
una parte inconciente. Allí Freud está bien lejos de la teoría clásica del yo de los filósofos, por
-que si el hombre ha deseado siempre ser sujeto del conocimiento y lugar de la totalización de un
saber, el descubrimiento freudiano hará que todas las certidumbres se batan en retirada, al
mostrar con el inconciente la paradoja de un sujeto constituido por algo que no puede saber y
literalmente excéntrico respecto de su yo.
Génesis del Yo. Freud describe al yo como una parte del ello que se habría diferenciado bajo la
influencia del mundo exterior. ¿Cuáles son los mecanismos intervinientes en este proceso?
En el ello reina el principio de placer. Pero el ser humano es un animal sociable y, si quiere vivir
con sus congéneres, no puede instalarse en este principio de placer, que tiende a la menor
tensión, así como le es imposible dejar que las pulsiones se expresen en estado puro. El mundo
exterior, en efecto, impone al niño pequeño prohibiciones que provocan la represión y la
trasformación de las pulsiones orientándolas a una satisfacción sustitutiva que provocará a su
vez un sentimiento de displacer en el yo. El principio de realidad ha relevado al principio de
placer. El yo se presenta como una especie de tapón entre los conflictos y escisiones del
aparato psíquico, así como trata de desempeñar el papel de una especie de para-excitaciones
frente a las agresiones del mundo exterior.
A partir de J. Lacan, se puede agregar que sólo porque el ser humano es un ser hablante se
instaura la represión y, con ella, la división del sujeto. La barra que viene así a golpearlo [frapper:
también «impresionar», «marcar»] le prohibe [inter-dice] el acceso a la verdad de su deseo. 
Descripción del aparato psíquico, o tópica freudiana. En su artículo El yo y el ello (1923), Freud
escribe: «Un individuo por lo tanto es, para nosotros, un ello psíquico incógnito e inconciente, en
cuya superficie está ubicado el yo, que se ha desarrollado a partir del sistema preconciente
como su núcleo (...) el yo no envuelve por completo al ello sino sólo en los límites en los que el
preconciente forma su superficie, un poco como el disco germinativo se asienta sobre el huevo.
El yo no está netamente separado del ello, se fusiona con él en su parte inferior».
Freud agrega que el yo tiene un «casquete acústico», por lo que la importancia de las palabras
no reside simplemente en el nivel de la significación, sino en el nivel de los «restos mnémicos de
la palabra oída». Ya se encuentra aquí, en germen, lo que la lingüística desarrollará más tarde
con la relación significante- significado que Lacan aplicará al psicoanálisis.
Freud insiste en otro aspecto esencial del yo: es ante todo un yo-cuerpo: «puede ser
considerado como una proyección mental de la superficie del cuerpo y representa la superficie
del aparato mental».
Es interesante notar que el único acceso que el hombre tiene a su cuerpo pasa por el yo. Esta
aserción se revelará particularmente pertinente cuando Lacan desarrolle los aspectos de
espejismo y engaño del yo. Esto podría explicar el poco acceso a la realidad de su cuerpo que
manifiesta el ser humano. Siempre es sorprendente oír a alguien hablar de la manera en que «se
ve».
¿Cuáles son las funciones del Yo? El yo es descrito por Freud como una instancia móvil en
perpetua reelaboración, pero también lo describe como pasivo y accionado por fuerzas que no
es posible dominar, haciéndose víctima del ello.
Las funciones del yo son múltiples:
es capaz de operar una represión;
es la sede de las resistencias;
trata de manejar la relación «principio de placer» - «principio de realidad»;
participa en la censura, ayudado en esto por el superyó, que sólo es una diferenciación del ello.
En El yo y el ello, igualmente, Freud escribe: «La percepción desempeña para el yo el papel que
en el ello recae en la pulsión. El yo representa lo que se puede llamar razón y buen sentido, en
oposición al ello, que tiene por contenido las pasiones»;
es capaz de construir medios de protección; 
verdadero lugar de pasaje de la libido, parece conducir los investimientos de objeto hacia la
idealización, y los desinvestimientos de objeto, hacia el retorno de la libido al yo, llamada
entonces libido narcisista,
toda sublimación se produce por intermedio del yo, que trasforma la libido de objeto sexual en
libido narcisista;
es la sede de las identificaciones imaginarias.
La identificación y el Yo. La identificación es un mecanismo que tiende a volver al propio yo
parecido al otro que se ha tomado como modelo. «El yo copia [a la persona amada u odiada]»,
escribe Freud en el capítulo «La identificación» [de Psicología de las masas y análisis del yo
(1921)]. Lacan, con el estadio del espejo (Escritos, 1966), muestra que el niño pequeño anticipa
imaginariamente la forma total de su cuerpo por medio de una identificación, estableciendo así el
primer esbozo del yo, tronco de las identificaciones secundarias. Pero, en ese momento
esencial, hay que subrayar que el niño es sostenido por una madre cuya mirada lo mira. Allí
reside todo el campo de la narcisización como fundadora de la imagen del cuerpo del niño y de
su estatuto narcisista a partir de lo que es primero el amor de la madre y el orden de la mirada
dirigida al niño. Pero, al mismo tiempo que reconoce su imagen en el espejo, el niño la ve y la
capta ante todo como la de otro. «El yo es el otro» [paráfrasis de una frase de Rimbaud citada
por Lacan l. Su ilustración es el fenómeno del transitivismo.
Paralelamente al reconocimiento de sí mismo en el espejo, se observa en el pequeño puesto en
presencia de otro niño, cercano en edad, un comportamiento particular: lo observa con
curiosidad, lo imita, intenta seducirlo o agredirlo. El niño que ve caer a otro llora, el que pega dice
haber sido golpeado. Más que una mentira infantil se reconoce aquí al yo, instancia de lo
imaginario en el sentido de la imagen, al yo de la relación dual, de la confusión entre sí mismo y el
otro, puesto que el sujeto se vive y se registra ante todo en el otro.
Se puede decir entonces que el yo es la imagen del espejo en su estructura invertida. El sujeto
se confunde con esta imagen que lo «forma» y lo aliena primordialmente.
El yo conservará de este origen el gusto por el espectáculo, por la seducción, por la parada,
pero el gusto también por las pulsiones sadomasoquistas y escoptofílicas (o voyeuristas),
destructoras del otro en su esencia: «Yo o el otro». Se trata de la agresividad constitutiva del
ser humano, que debe ganar su lugar por sobre el otro e imponérsele bajo pena de ser a su vez
aniquilado.
Lacan, como Freud, pondrá el acento en la multiplicidad de las identificaciones y, por lo tanto, de
los yoes. El yo está formado por la serie de las identificaciones que han representado para el
sujeto una referencia esencial en cada momento histórico de su vida. Pero Lacan insistirá más
en el aspecto de engaño, de apariencia, de flusión que reviste al yo de una «ex-centricidad» 
radical respecto del sujeto, comparando al yo con una superposición de las diferentes capas
tomadas de lo que llama «el baratillo de su tienda de accesorios».
¿Qué sucede en esta perspectiva con la conciencia? El hombre puede decir: «yo soy el que
sabe que soy», pero no sabe quién es «Yo» [aquí «je», forma vacía del pronombre personal,
distinta del «moi»]. La conciencia en el hombre es una especie de tensión entre el yo [moi]l
alienado del sujeto y una percepción que fundamentalmente se le escapa. Como toda percepción
pasa por el filtro del fantasma, toda percepción objetiva es imposible.
El Yo y el objeto. El establecimiento del objeto depende del yo, es su correlato. La libido narcisista
que reside en el yo se extiende hacia el objeto, pero también el yo se puede tomar a sí mismo
como objeto. Las características del yo resultan de la sedimentación de los investimientos de
objeto abandonados que se inscriben en la historia de sus elecciones de objeto. En el caso de la
melancolía, hay introyección del objeto perdido. Los amargos reproches que el melancólico se
dirige conciernen en realidad al objeto que ha tomado el lugar de una parte del yo. De este modo,
el yo es partido, cortado en dos, y una parte se encona con la otra.
Pero este sentimiento de duplicidad del yo no siempre es patológico; podemos reconocer
operante aquí la instancia del superyó, diferenciada del yo. En lo cotidiano, esto se manifiesta en
la autoobservación, la conciencia moral, la censura onírica, y en su participación en la represión.
Produce así la sensación de ser vigilado por una parte de sí mismo, lo que da al yo sus
características paranoides. En la identificación, cuando el yo adopta los rasgos del objeto, se
impone, por así decirlo, al ello como objeto de amor. Se puede entonces decir que el yo se
enriquece con las cualidades del objeto, mientras que en el enamoramiento se empobrece. Todo
pasa como si la libido narcisista se hubiera vaciado en el objeto.
La elección de objeto es siempre una elección de objeto narcisista, se ama lo que se quisiera
ser. Lacan, releyendo a Freud, introduce un elemento suplementario: en el plano imaginario, el
objeto siempre se le presenta al hombre como un espejismo inasible. Por eso toda relación objetal
estará siempre marcada por una incertidumbre fundamental.
El Yo y el sueño. Una de las emergencias del yo en el sueño es por supuesto la necesidad
manifiesta de dormir, ¡o más bien de no despertarse! Pero se podría decir que también en la vida
diurna no es cosa de despertarse y que de eso se trata en el «no quiero saber nada» que cada
cual ostenta, conformándose con creer que su ver -dad está en la instancia vigil del yo.
Por otra parte, en el sueño, toda tentativa de expresión del sujeto del inconciente está
sabiamente disfrazada. Quizás sea en este nivel donde el juego de las escondidas con el yo es
más fuerte.
También en el nivel del yo aparece la función del ensueño. Es la satisfacción imaginaria, ilusoria,
del deseo. A través de ese sesgo, por otra parte, se puede registrar la existencia de una 
actividad fantasmática inconciente.
El Yo y el instinto de muerte. Con la compulsión a la repetición, Freud entrevé que más allá del
«principio de placer» existe lo que llama instinto de muerte. [Todestrteb o Todestriebe: pulsión o
pulsiones de muerte.] En un primer momento, hace una distinción tajante entre pulsiones del
yo-pulsiones de muerte, y pulsiones sexuales-pulsiones de vida, para llegar luego a la oposición
pulsiones de vida-pulsiones de muerte. El yo está ligado a la hiancia primaria del sujeto, como lo
muestra el estadio del espejo, y en esto es el más cercano a la muerte, como lo sugiere por otra
parte el mito de Narciso. En el caso de la neurosis obsesiva, se puede registrar la incidencia
mortal del yo llevada a su punto extremo. Con Lacan, se puede decir que «el yo es un otro». El
obsesivo, justamente, es siempre un otro. Diga lo que diga, siempre se expresa haciendo hablar
a algún otro. En el Seminario II, «El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica»
(1954-55), Lacan escribe: «En la medida en que evita su propio deseo, a todo deseo en el que
se comprometa aun aparentemente lo presentará como el deseo de ese otro sí-mismo que es su
yo (...) Hay que hacerle comprender cuál es la función de esta relación mortal que mantiene
consigo mismo y que lo lleva, desde que un sentimiento es propio de él, a empezar por anularlo».
El estudio del yo ha ocupado un lugar central en el trabajo de investigación que los sucesores de
Freud han podido realizar. La psicología del yo llegará a confundir al sujeto y al yo, conduciendo
el trabajo analítico esencialmente sobre el análisis del yo y apuntando a una identificación con el
«yo fuerte» del analista, redoblando así el engaño y el desconocimiento del deseo, y buscando
sólo la adaptación. Lacan responde a esto con una sola frase: «La intuición del yo, en tanto está
centrada en una experiencia de la conciencia, conserva un carácter cautivante del que hay que
desprenderse para acceder a nuestra concepción del sujeto. Trato de apartarlos de su
atracción a fin de permitirles captar finalmente dónde está para Freud la realidad del sujeto. En el
inconciente excluido del sistema del yo, el sujeto habla» (J. Lacan, Seminario II). El analista, por
lo tanto, no tiene otro instrumento de trabajo que el lenguaje, y su mira sólo puede ser el discurso
inconciente del sujeto, discurso que corre por debajo del discurso corriente conciente. 
Yo
Yo
fuente(91) 
El testimonio de Freud en 1916 acerca de la insuficiencia, en esa época, del análisis del yo,
subraya también el origen de los problemas que han gobernado su profundización.
«No es exacto que el psicoanálisis no se interese por el lado no sexual de la personalidad.
Precisamente la separación entre el yo y la sexualidad ha mostrado con una claridad particular
que las tendencias del yo también sufren un desarrollo significativo, que no es totalmente
independiente de la libido, ni está por completo exento de reacción contra ella. En realidad, hay
que decir que conocemos el desarrollo del yo mucho menos bien que el de la libido, y la razón
está en el hecho de que sólo después del estudio de las neurosis narcisistas podemos esperar
penetrar en la estructura del yo. Ya existe, no obstante, un intento muy interesante relacionado
con esta cuestión. Es el de Ferenczi, que trató de establecer teóricamente las fases del
desarrollo del yo, y contamos por lo menos con dos puntos de apoyo sólidos para un juicio
concerniente a ese desarrollo. No se trata de que los intereses libidinales de una persona estén
desde el principio y necesariamente en oposición a los intereses de autoconservación; se puede
decir más bien que el yo, en cada etapa de su desarrollo, busca armonizarse con la
organización sexual, adaptársela.» 
En otros términos, este impulso doctrinario, llamado a desplegarse unos años más tarde en la
segunda tópica, traduce la primacía adquirida por el tipo de afecciones en las que se basó la
crítica de Jung a partir de 1910, y que en 1914 ilustrará la «Introducción del narcisismo». Vuelco
decisivo en una investigación de la que convendrá tener en cuenta los orígenes, sobre todo
porque el propio Freud volverá a ellos incluso después de la segunda tópica, con la restauración
de la noción de defensa.
El yo en el análisis del conflicto
En efecto, la función teórica del yo está inscrita, desde los primeros desarrollos de la
investigación freudiana, en el contexto del análisis del conflicto.
Habrá además que subrayar que Freud da testimonio entonces de su insatisfacción respecto de
los términos tomados del lenguaje tradicional: «En cuanto al camino que lleva desde el esfuerzo
de voluntad del paciente hasta la aparición del síntoma neurótico», escribe en 1894, en «Las
neuropsicosis de defensa», «me he formado una opinión que quizá pueda expresarse como
sigue, utilizando las abstracciones psicológicas corrientes: el yo que se defiende se propone
tratar como "no acontecida" la representación inconciliable, pero esta tarea es insoluble de
manera directa; tanto la huella mnémica como el afecto ligado a la representación quedan allí
para siempre y ya no pueden borrarse. Pero se tiene una solución aproximada si se llega a
transformar esta representación fuerte en representación débil, a arrancarle el afecto, la suma
de excitación con la que estaba cargada. La representación débil, por así decirlo, ya no emitirá
ninguna pretensión de participar en el trabajo asociativo, pero la suma de excitación separada de
ella debe ser conducida hacia otra utilización».
La noción conserva también un valor operatorio. Así, en el caso de la obsesión, «al emprender,
para la defensa, el camino de la transposición del afecto, el yo se procura una ventaja mucho
más pobre que en la conversión histérica de la excitación psíquica en inervación somática. El
afecto que el yo ha padecido subsiste sin cambio ni atenuación, igual que antes, con la única
diferencia de que la representación inconciliable es mantenida en el fondo y excluida del
recordar. También en este caso las representaciones reprimidas forman el núcleo de un
segundo grupo psíquico que, me parece, es accesible incluso sin la ayuda de la hipnosis. Si en
las fobias y obsesiones no se encuentran los síntomas que acompañan en la histeria a la
formación de un grupo psíquico independiente, esto se debe probablemente al hecho de que en
el primer caso el conjunto de la modificación ha permanecido en el dominio psíquico, y que la
relación entre excitación psíquica e inervación somática no ha sufrido ningún cambio».
En términos más generales, una carta del 24 de enero de 1895 bosqueja una sistematización de 
los trastornos psíquicos según el criterio de la variabilidad de su relación conflictual con el Yo.
1) Histeria. «La representación intolerable no puede llegar a asociarse con el yo. Su contenido
sigue separado, fuera de la conciencia; su afecto se encuentra desplazado, trasladado a lo
somático, por conversión.»
2) Ideas obsesivas. «También en este caso la representación intolerable es mantenida fuera de
la asociación con el yo. El afecto subsiste, pero el contenido se encuentra sustituido.»
3) Confusión alucinatoria. «Todo el conjunto de la representación intolerable (afecto y contenido)
es mantenido apartado del yo, lo que sólo resulta posible mediante un desasimiento parcial
respecto del mundo exterior. Sobrevienen alucinaciones agradables al yo, que favorecen la
defensa.»
4) Paranoia. «Contrariamente a lo que sucede en el caso 3, se mantienen el contenido y el afecto
de la idea intolerable, pero proyectados en el mundo exterior. Las alucinaciones, que se
producen en cierta forma de esta enfermedad, son desagradables al yo, pero favorecen la
defensa.»
Bosquejo y repudio de una representación
mecanicista
En los términos del «Proyecto de psicología», un primer ensayo de interpretación teórica de
estos datos clínicos será llevado al terreno de la fisiología: «Al formular la idea de una atracción
provocada por el deseo, y de una tendencia a la represión, hemos abordado una cuestión
nueva, la de un cierto estado de T. En efecto, los dos procesos nos muestran que se ha
formado en T una instancia cuya presencia traba el pasaje (de cantidad) cuando el mencionado
pasaje se ha realizado la primera vez de una manera particular (es decir, cuando se acompañó
de satisfacción o de dolor). Esta instancia se llama "yo". Se la describe fácilmente haciendo
resaltar que la recepción, constantemente repetida, de cantidades endógenas (Q) en ciertas
neuronas (del núcleo) y la facilitación que esta repetición provoca, producen un grupo de
neuronas cargadas de manera permanente, que así se convierten en el portador de la reserva
de cantidades requeridas por la función secundaria. De modo que describiremos al yo diciendo
que constituye en un momento dado la totalidad de las investiduras Y existentes». De manera
general, «la inhibición proveniente del yo tiende, en el momento del deseo, a atenuar la
investidura del objeto».
No obstante, la representación del yo en este registro fisiológico fue muy pronto traducida al
registro psicológico. 
En 1896, el artículo «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa» retorna a tal
título los grandes lineamientos de la lectura de 1895 en lo que concierne a la histeria, la obsesión
y la paranoia. En 1897 se atraviesa una nueva etapa, y la función del yo se relaciona con el
preconsciente. «Cronológicamente -escribe Freud, en una carta del 31 de mayo de 1897-, la
primera fuerza motivante en la formación de los síntomas es la libido. Todo parece suceder como
si, por una parte, en los estadios ulteriores, se produjeran estructuras complejas (pulsiones,
fantasmas, motivaciones) a partir de los recuerdos, mientras que, por otro lado, en el
inconsciente se insinuara una defensa proveniente desde lo preconsciente (el yo), convirtiendo
la defensa en multilocular.»
Yo e identificación
¿En qué medida esta insistencia en la función defensiva del yo fue afectada por la interpretación
de los sueños? Sin duda, no siempre aparece con este carácter evidente. En primer lugar, en
cuanto a la identificación es todavía implícita.
«Cuando veo surgir en el sueño, no mi yo, sino una persona extraña, debo suponer que mi yo
está oculto detrás de esa persona, gracias a la identificación. Está sobrentendido. Otras veces
mi yo aparece en el sueño y la situación en la que se encuentra me muestra que otra persona se
oculta detrás de él, también en virtud de una identificación. Es necesario entonces descubrir
mediante la interpretación lo que es común a esa persona y a mí, y transferirlo al yo. Hay también
sueños en los que el yo aparece en compañía de otras personas que, cuando uno resuelve la
identificación, se revelan como mi yo. Entonces es necesario, sobre la base de esta
identificación, unir representaciones diversas que la censura había interdicto. Por tanto puedo
representar mi yo varias veces en un mismo sueño, primero de una manera directa, después por
identificación con otras personas. Con varias identificaciones de este tipo, se puede condensar
un material de pensamientos extraordinariamente rico.»
Según este texto, la imagen onírica designada como la del yo está relacionada con un polo de
atracción o de rechazo que interesa a un conjunto de representaciones, y por lo tanto se
presenta como vehículo de una defensa.
Examinemos, sin embargo, la interpretación del yo en el dormir. También se tratará de cierta
especie de defensa pero, paradójicamente, inversa a la defensa neurótica, puesto que se ejerce
contra la eventualidad del despertar. Es decir, a favor de la descarga libidinal. Freud escribe: «O
bien el alma pasa por alto las sensaciones que recibe durante el dormir (cuando su intensidad y
su sentido, que ella comprende, se lo permiten), o bien el sueño le sirve para rechazarlas,
despojarlas de su valor o, finalmente, si tiene que reconocerlas, se esfuerza en interpretarlas de
manera tal que formen parte de una situación anhelada y compatible con el dormir. La sensación 
actual se mezcla en el sueño para que pierda toda realidad. Napoleón puede seguir durmiendo,
sólo se trata del recuerdo del cañón de Arcole».
Así, continúa la edición de 1900, «el deseo de dormir debe contarse en todos los casos entre los
motivos que han contribuido a formar el sueño, y todo sueño logrado es una realización de
deseo».
Sin duda, esta primera edición no hace referencia al yo. No obstante, el texto de 1901 titulado
Sobre el sueño -sistematización condensada de La interpretación de los sueños insiste en el
punto: «Mientras la instancia en la que reconocemos nuestro yo normal se orienta hacia el deseo
de dormir, parece que las condiciones psicofisiológicas de ese estado la obligan a relajar la
energía con la que acostumbraba a mantener sometido lo reprimido durante el día. Este
relajamiento es por cierto anodino en sí mismo; aunque las excitaciones del alma infantil oprimida
puedan tener curso libre, como consecuencia de ese mismo estado del dormir encuentran más
difícil el acceso a la conciencia, y su acceso a la motilidad está obstruido. Pero es preciso
rechazar el peligro de que el dormir sea perturbado por esas excitaciones. El sueño crea una
especie de liquidación psíquica del deseo sofocado, o formado con ayuda de lo reprimido,
presentándolo como realizado; pero también satisface a la otra instancia, al permitir la
continuación del dormir. En este caso nuestro yo se comporta un poco como un niño; presta
creencia a las imágenes del sueño, como si quisiera decir: "Sí, sí, tienes razón, pero déjame
dormir". El desdén en que tenemos al sueño al despertar, desdén que se funda en la confusión y
la aparente falta de lógica del sueño, probablemente no sea más que el juicio de nuestro yo
durmiente acerca de las mociones que llegan de lo reprimido, juicio que se basa con todo
derecho en la impotencia motriz de esos perturbadores del dormir».
Estas indicaciones conducen a la idea de una multiplicidad de posiciones del yo: «El niño es
absolutamente egoísta, siente con intensidad sus necesidades y lucha sin contemplaciones por
satisfacerlas; lucha en particular contra los hermanos y las hermanas. No decimos que por esto
sea «malvado», sino «díscolo»; no podemos juzgarlo responsable de sus malas acciones, y
tampoco lo es ante la ley. Esto es justo; en efecto, cabe esperar que, desde la infancia, el
pequeño egoísta comience a experimentar inclinaciones altruistas y despierte a la vida moral;
para hablar como Meynert, podemos esperar que un yo secundario recubra al yo primario y lo
inhiba. Sin duda, la moral no aparece simultáneamente en todos los puntos, y la duración del
período amoral de la infancia difiere en los distintos individuos».
Estas sugerencias contienen el embrión de las vicisitudes que aparecerán en las investigaciones
sobre las que se informa en las ediciones ulteriores de La interpretación de los sueños.
En lo que concierne al deseo de dormir, el texto de 1900 será completado en tres puntos. En
1911, se dice de este deseo que el yo lo ha tomado por lugar (eingestellt en la acepción tópica)
y, por otra parte, entre las funciones del yo se subraya la referencia a la censura. En 1914 se
añade a esta enumeración de las funciones del yo, la elaboración secundaria. 
Estos agregados desarrollan la indicación que aparece en la carta a Fliess del 31 de mayo de
1897, en cuanto a la dependencia del yo respecto del preconsciente, sin que se niegue su
dependencia de la conciencia. Además, la defensa es calificada, Por estas diversas razones,
como «multilocal».
Yo-placer y yo-realidad
De modo que, antes de que los problemas suscitados por las «psicosis narcisistas» lleven a
considerar el desarrollo del yo, dos líneas de investigación habrán ya conducido a la
determinación de esta instancia: con respecto a la psicopatología, el yo es definido por el
ejercicio de una función de defensa contra las excitaciones libidinales; en la investigación sobre
el sueño, se hace cargo del deseo de dormir, en oposición a las excitaciones exteriores, es
decir, a la realidad. Le corresponderá a la teoría de las psiconeurosis narcisistas unificar estas
dos exigencias. Al definir en tanto que yo-placer el polo de la regresión narcisista, dicha teoría
invita a oponerle como yo-realidad el polo del desarrollo: el que tiene por función principal
distinguir un interior de un exterior. Más precisamente, si seguimos el artículo «Pulsiones y
destinos de pulsión», vemos distinguir una fase originaria autoerótica, una fase de introyección y
una fase de transformación del yo. a) «Originariamente, al principio de la vida psíquica, el yo se
encuentra investido por las pulsiones y es en parte capaz de satisfacer sus pulsiones sobre sí
mismo. A este estado lo llamamos narcisismo, y calificamos de autoerótica esta posibilidad de
satisfacción. En ese momento, el mundo exterior no está investido por el interés (en el sentido
general del término), es indiferente en lo que concierne a la satisfacción. En esa época, el
yo-sujeto coincide con lo placentero; el mundo exterior, con lo indiferente (eventualmente con lo
que, como fuente de excitación, es displacentero). b) El yo no tiene necesidad del mundo
exterior, puesto que es autoerótico, pero recibe de ese mundo objetos, como consecuencia de
las experiencias que derivan de las pulsiones de conservación yoicas, y no puede evitar sentir
durante cierto tiempo como displacenteras las excitaciones pulsionales internas. Entonces, bajo
la dominación del principio de placer, se produce en el yo un nuevo desarrollo. Toma en sí los
objetos que se presentan en cuanto son fuentes de placer, los introyecta (según la expresión de
Ferenczi); por otro lado, expulsa fuera de sí lo que, en su interior le provoca displacer. c) El
yo-realidad del principio, que ha distinguido lo interior y lo exterior con la ayuda de un buen
criterio objetivo, se transforma así en un yo-placer purificado, que pone el carácter del placer
por encima de todos los otros. El mundo exterior se descompone para el yo en una parte
"placer", que es incorporada, y en un resto que le es extraño. El yo extrae de sí mismo una parte
que lo integra, la arroja al mundo exterior y la experimenta como hostil. Después de esa
redistribución, las dos polaridades se restablecen de nuevo:
Yo-sujeto, con placer. 
Mundo exterior, con displacer (la indiferencia de antes).»
Resta aún comprender en qué medida este primer esbozo del desarrollo del yo fue el preludio de
una renovación aportada por la segunda tópica.
Aparición del ideal del yo
En esta perspectiva, remitámonos al capítulo X del ensayo de 1929 titulado Psicología de las
masas y análisis del yo. «La masa se nos aparece como una resurrección de la horda primitiva.
Así como el hombre primitivo sobrevive de modo virtual en cada individuo, toda masa humana es
capaz de reconstituir la horda primitiva. De ello debemos extraer la conclusión de que la
psicología de las masas es la más antigua psicología humana; los elementos que, aislados de lo
que se relaciona con la masa, nos han servido para constituir la psicología individual, sólo se
diferenciaron de la antigua psicología de las masas bastante tarde, gradualmente y de una
manera que, aun en nuestros días, es muy parcial. Trataremos de indicar el punto de partida de
esta evolución.»
Retroactivamente, esa indicación aclara la sucesión de las etapas atravesadas por la
concepción del yo en dirección al ideal del yo y al superyó; en efecto, justificará la
convergencia, en la elaboración de estas nociones, de un análisis psicopatológico centrado en el
psiquismo «individual» y una reconstrucción del registro psicosocial.
Al principio, la reestructuración de la noción del yo parece realizarse desde el punto de vista
exclusivo del psiquismo individual. Si nos remitimos a «Introducción del narcisismo», el ideal del
yo empieza siendo un ideal que se forma el yo: «La represión, hemos dicho, proviene del yo;
podemos precisar: de la estima del yo por sí mismo. Las mismas impresiones, experiencias,
impulsos, mociones de deseo a las cuales un determinado hombre da libre curso, o que por lo
menos elabora conscientemente, son rechazadas por otro hombre con la mayor indignación, o
sofocadas antes de que puedan volverse conscientes. Pero la diferencia entre estos dos
sujetos, que contiene la condición de la represión, se puede expresar fácilmente en los términos
de la teoría de la libido. Podemos decir que uno ha establecido en sí un ideal con el que mide su
yo actual, mientras que esa formación de ideal está ausente en el otro. La formación del ideal
sería del lado del yo, la condición de la represión». Se designará a este ideal como yo ideal (ideal
ich) y se lo comprenderá como una prolongación del narcisismo en tanto que objeto de amor. No
obstante, en cuanto este ideal es el objeto de la búsqueda del yo, la designación que le
corresponde es «ideal del yo». «A este yo ideal (ideal ich) se dirige ahora el amor ególatra del
que en la infancia gozaba el yo real.» 
«Parece que el narcisismo es desplazado sobre ese nuevo yo ideal que, como el yo infantil, se
encuentra en posesión de todas las perfecciones. Como siempre es el caso en el dominio de la
libido, el hombre se muestra incapaz de renunciar a la satisfacción de la que alguna vez ha
gozado. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia. Si no pudo mantenerla
porque durante su desarrollo las reprimendas de los otros lo perturbaron y despertó su propio
juicio, trata de recobrarla bajo la nueva forma del ideal del yo. Lo que proyecta ante sí como su
ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia; en aquel tiempo, él era su propio
ideal.»
De esto se pasa a asimilar ese ideal a la conciencia moral. En efecto, «no sería sorprendente
que encontremos una instancia psíquica particular que realiza la tarea de velar para asegurar la
satisfacción narcisista procedente del ideal del yo, y que, con esta intención, observe sin cesar
al yo actual y lo mida con el ideal. Si existe una instancia tal, es imposible que sea objeto de un
descubrimiento inopinado; sólo cabe que la reconozcamos como tal, y podemos decir que lo que
llamamos nuestra conciencia moral posee esta característica. El reconocimiento de esta
instancia nos permite comprender las ideas delirantes en las que el sujeto se cree el centro de la
atención de los otros o, mejor dicho, el delirio de observación, tan claro en la sintomatología de
las afecciones paranoides, pero que también puede producirse como afección aislada o bien de
manera esporádica en una neurosis de transferencia».
En la confirmación de esta hipótesis, le cupo un rol sin duda esencial a las investigaciones de
Silberer: «Será sin duda importante poder reconocer también en otros dominios los indicios de la
actividad de esta instancia que observa, critica y se ha elevado a la dignidad de conciencia
moral e introspección filosófica. Me refiero aquí a lo que H. Silberer ha descrito como "fenómeno
funcional", una de las pocas adiciones a la doctrina de los sueños que tiene un valor
incontestable. Se sabe que Silberer ha demostrado la posibilidad de observar directamente, en
los estados ubicados entre el dormir y la vigilia, la transposición de los pensamientos en
imágenes visuales, pero que en tales circunstancias la imagen que aparece no representa en
general el contenido del pensamiento, sino el estado (buena disposición, fatiga, etc.) en que se
encuentra la persona que lucha contra el sueño».
Tenemos aquí un equivalente de la autocrítica que acabamos de designar como patrimonio del
ideal del yo, y que se une a la noción presupuesta en el origen mismo del psicoanálisis, es decir,
la noción de censura: «Nosotros hemos descubierto, recordémoslo, que la formación del sueño
se produce bajo el dominio de una censura que obliga a los pensamientos del sueño a sufrir una
deformación. Bajo esta censura no nos representamos sin embargo un poder especial, sino que
escogemos esta expresión para designar un aspecto particular de las tendencias represoras
que dominan al yo; un aspecto vuelto, orientado hacia los pensamientos del sueño. Si
penetramos más en la estructura del yo, podemos reconocer al censor del sueño en el ideal del
yo y en las manifestaciones dinámicas de la conciencia moral. Si este censor está un poco en
estado de alerta, incluso durante el dormir, comprendemos que la autoobservación y la
autocrítica que su actividad presupone aportan su contribución al contenido del sueño en 
contenidos tales como «ahora está demasiado dormido para pensar», «ahora se despierta».
«A partir de aquí, podemos tratar de discutir el problema del sentimiento de sí en el normal y el
neurótico.»
Ahora bien, desde ese momento se impone el doble aspecto del ideal del yo: el aspecto individual
y el aspecto social. «Del ideal del yo se desprende una vía importante que conduce a la
comprensión de la psicología de las masas. Además de su lado individual, este ideal tiene un lado
social; es también el ideal común de una familia, de una clase, de una nación. Además de la libido
narcisista, él tiene ligado un gran quántum de la libido homosexual de una persona, libido que, por
esta vía, es devuelta al yo. La insatisfacción que resulta del incumplimiento de este ideal libera
libido homosexual que se transforma en conciencia de culpa (angustia social).»
De este modo, la observación del fenómeno funcional se unirá, a través de la interpretación del
caso Schreber, y menos directamente, a través de la concepción de la paranoia en la
correspondencia con Fliess, a la configuración dual, solidariamente narcisista y social, de la
comunicación.
Pero además permite comprender la metodología adoptada por Freud en la construcción
sistemática del ideal del yo, según la desarrolla El yo y el ello.
El problema de la socialización en la
segunda tópica
Si es cierto que la psicología originaria es una psicología colectiva -tema incorporado al
psicoanálisis desde Tótem y tabú-, la noción de ideal del yo se elaborará sobre la base de la
génesis social, y no ya del análisis del psiquismo individual, patológico o normal: Psicología de las
masas y análisis del yo, publicado en 1921, fue dos años anterior a El yo y el ello (1923). El
primero de estos ensayos, dedicado al alma colectiva, continúa a Tótem y tabú (1912), al que por
otra parte el texto nos remite, en el inicio del capítulo «Un grado en el interior del yo»; el segundo
ensayo aportará a la concepción del ideal del yo la contribución de la segunda tópica, en cuanto
ésta hace del ello la matriz de la socialización de ese ideal.
«Creo que nos resultaría ventajoso seguir las sugerencias de un autor que, por motivos
personales, querría persuadimos, sin lograrlo, de que no tiene nada que ver con la ciencia
rigurosa y elevada. Este autor es G. Groddeck, quien no cesa de repetir que lo que llamamos
nuestro yo se comporta en la vida de una manera totalmente pasiva; que, para servirnos de su
expresión, somos "vividos" por fuerzas desconocidas que escapan a nuestro dominio. Todos
hemos experimentado impresiones de este tipo, aunque no siempre hayamos sufrido su 
influencia al punto de volvemos inaccesibles con toda otra impresión, y no vacilamos en acordar
a la manera de ver de Groddeck el lugar que le corresponde en la ciencia. Yo propongo que se
la tenga en cuenta llamando yo a la entidad que tiene su punto de partida en el sistema P y que
es, en primer lugar, preconsciente, y reservando la denominación de ello (Es) a todos los otros
elementos psíquicos en los cuales el yo se prolonga comportándose de una manera
inconsciente.»
El interés de esta referencia es claramente explicitado por una nota ulterior de Freud: «Ahora
que hemos logrado separar el yo del ello, debemos reconocer que es este último el que
constituye el gran reservorio de la libido, en el sentido primario de la palabra. En cuanto a la libido
que el yo recibe como consecuencia de las identificaciones que describimos, ella es la fuente del
"narcisisino secundario"».
En efecto, la disociación del yo y el ello conduce a una reinterpretación del ideal en la
perspectiva de una génesis de la socialización -no ya en la indeterminación de la sociedad
global, sino en la asignación de las relaciones originarias de socialización, al amparo de la
identificación-.
«El ideal del yo -escribe Freud- representa la herencia del complejo de Edipo y, en consecuencia,
la expresión de las tendencias y destinos libidinales más importantes del ello. Por medio de su
creación el yo se volvió amo del complejo de Edipo y al mismo tiempo se sometió al ello. Mientras
que el yo representa esencialmente al mundo exterior, la realidad, el superyó se le opone en
tanto representante de los poderes del mundo interior, o sea, del ello. Y debemos esperar que,
en último análisis, los conflictos entre el yo y el ideal reflejen la oposición que existe entre el
mundo exterior y el mundo psíquico.»
Con respecto al desarrollo general del pensamiento freudiano, la base que aporta de tal modo la
segunda tópica a la concepción de la idealización, contribuye de manera decisiva a la refutación
de Jung. Este pretendía desexualizar la libido, a fin de constituirla en un poder de sublimación.
Freud, por el contrario, presenta bajo la forma del ello una fuente de sexualización, de una
sexualización que toma por objeto al padre y la madre en las condiciones fijadas en el momento
del ocaso del complejo de Edipo.
«En efecto, es fácil mostrar -escribe Freud que el ideal del yo satisface todas las condiciones a
las cuales debe satisfacer la esencia superior del hombre. En tanto que formación sustitutiva de
la pasión por el padre, contiene el germen del que han nacido todas las religiones. Al medir la
distancia que separa su yo del yo ideal, el hombre experimenta ese sentimiento de humildad
religiosa que es parte integrante de toda fe ardiente y apasionada. En el curso del desarrollo
ulterior, el rol del padre habría sido asumido por maestros y autoridades cuyos mandamientos y
prohibiciones han conservado toda su fuerza en el ideal del yo y ejercen, bajo la forma de
escrúpulos de conciencia, la censura moral. » 
Como resultado, así se encontrarán también decantadas las etapas de la génesis del yo.
Se subrayará de entrada que «el yo es una parte del ello que ha sufrido modificaciones bajo la
influencia directa del mundo exterior, y por intermedio de la conciencia-percepción. En cierta
medida, representa una prolongación de la diferenciación de las superficies. También se
esfuerza por transmitir al ello la influencia del mundo exterior, intenta reemplazar por el principio
de realidad el principio de placer que reina sin restricciones en el ello». Más precisamente, «lo
vemos formarse a partir del sistema P (percepción), que constituye como su núcleo, y abarcar
de entrada el preconsciente, que se basa en las huellas mnémicas». De este modo se amplía,
para abarcar al yo, la tesis desarrollada en el artículo «Lo inconciente», según la cual «la
diferencia real entre una representación inconsciente y una representación preconsciente (idea)
consistiría en que la primera se relaciona con materiales que siguen desconocidos, mientras que
la preconsciente estaría asociada a una representación verbal».
Primer intento de caracterizar lo inconsciente y lo preconsciente sin recurrir a sus relaciones
con la conciencia. El interrogante de «cómo algo se convierte en consciente» puede
reemplazarse con ventaja por el de «cómo algo se convierte en preconsciente». Respuesta:
«gracias a la asociación con las representaciones verbales correspondientes».
Al «término de su desarrollo», «la importancia funcional del yo consiste en que, en una situación
moral, es él quien controla los accesos a la motilidad. En sus relaciones con el ello, se lo puede
comparar con el jinete encargado de dominar la fuerza superior del caballo, salvo que el jinete
domina al caballo con sus propias fuerzas, mientras que el yo lo hace con fuerzas que no son
suyas. Esta comparación puede llevarse un poco más lejos. Así como al jinete, si no quiere
separarse del caballo, a menudo no le queda más posibilidad que conducirlo a donde el animal
quiere ir, también el yo traduce por lo general en acción la voluntad del ello, como si fuera su
propia voluntad».
Sin duda, parece entonces «plausible admitir que esta energía que anima al yo y al ello, energía
indiferente y capaz de desplazamientos, proviene de la reserva de libido narcisista, es decir que
representa una libido (Eros) desexualizada. Las tendencias eróticas, en efecto, nos parecen de
una manera general más plásticas, más capaces de derivación y desplazamiento que las
tendencias destructivas. Se puede prolongar esta hipótesis suponiendo que esta libido, capaz
de desplazamiento, trabaja al servicio del principio de placer, al prevenir las detenciones y
estancamientos y facilitar las descargas».
No obstante, «si es cierto que esta energía capaz de desplazamiento representa una libido
desexualizada, también puede decirse que es energía sublimada, en el sentido de que ha hecho
suya la principal intención de Eros, que consiste en reunir y ligar, en realizar la unidad que
constituye el rasgo distintivo o, por lo menos, la principal aspiración del yo. Al vincular, con esta
energía capaz de desplazamiento, los procesos intelectuales en el sentido amplio de la palabra,
se puede decir que el trabajo intelectual es a su vez alimentado por impulsos eróticos 
sublimados».
Así se confirma, en la construcción de la segunda tópica, la primacía dada a la perspectiva
social en el abordaje de los problemas.
Sin embargo, «el nacimiento del yo y su separación del ello depende también de otro factor,
además de la influencia del sistema P. El cuerpo propio del individuo, y sobre todo su superficie,
constituyen una fuente de la que pueden emanar a la vez percepciones externas y
percepciones internas. Se lo considera como un objeto extraño, pero proporciona al tacto dos
variedades de sensaciones, una de las cuales puede asimilarse a una percepción interna. Por
otra parte, la psicofisiología ha demostrado, suficientemente, de qué modo nuestro propio cuerpo
se destaca a partir del mundo de las percepciones. El dolor también parece desempeñar un
papel importante en estos procesos, y la manera en que adquirimos un nuevo conocimiento de
nuestros órganos en las enfermedades. dolorosas quizá nos permita hacemos una idea de cómo
llegamos a la representación de nuestro cuerpo en general».
En síntesis, concluirá Freud, si se puede vincular con el inconsciente un sentimiento de culpa, «el
yo consciente representa nuestro cuerpo». Más precisamente, «el yo es ante todo una entidad
corporal, no sólo una entidad que está toda en superficie, sino una entidad que corresponde a la
proyección de una superficie. Para servirnos de una analogía anatómica, lo compararíamos de
buena gana con el "homúnculo cerebral" de los anatomistas, ubicado en la corteza cerebral, con
la cabeza abajo, los pies arriba, los ojos mirando hacia atrás y la zona del lenguaje a la
izquierda».
Como última etapa, si el examen de la regresión del yo demostró ser decisivo para la elaboración
de la noción del ello, la introducción de la concepción energética del ello ejerció su influencia -en
la perspectiva de la nueva teoría de la angustia- sobre la concepción freudiana de las funciones
del yo, para desembocar, en Inhibición, síntoma y angustia, no ya en la noción de defensa, sino
en una considerable ampliación de la misma.
«En el curso de mis explicaciones acerca del problema de la angustia, he retomado un concepto
-o, para hablar más modestamente, un término- del que sólo me había servido al principio de mis
trabajos, hace treinta años, y que más tarde abandoné. Me refiero a la expresión "proceso de
defensa". Después lo reemplacé por el de represión, sin que fuera precisada la relación entre
ambos conceptos. Pienso ahora que hay una ventaja cierta en volver al viejo concepto de
defensa, pero postulando que debe designar de manera general todas las técnicas de que se
sirve el yo en sus conflictos, que pueden eventualmente llevar a la neurosis, mientras que
reservamos el término represión para uno de esos métodos de defensa en particular, que la
orientación de nuestras investigaciones nos permitió al principio conocer mejor que los otros.
Primero, aprendimos a conocer la represión y la formación sintomática en el caso de la histeria;
observamos que el contenido perceptivo de experiencias generadoras de excitación, el
contenido representativo de formaciones ideativas patógenas, es olvidado, excluido del proceso 
de reproducción en el recordar, y por ello reconocimos en el mantenimiento fuera de la
conciencia una característica principal de la represión histérica. Más tarde, estudiamos la
neurosis obsesiva y descubrimos que en esta afección los acontecimientos patógenos no están
olvidados». «La continuación de nuestras investigaciones nos ha enseñado que, en el caso de
la neurosis obsesiva, por el hecho de que el yo se rebela contra las mociones pulsionales, se
llega a la regresión de estas mociones a una fase anterior de la libido, regresión que, sin hacer
superflua una represión, obra manifiestamente en el mismo sentido que ella. Hemos visto además
que la contrainvestidura, cuya existencia también hay que admitir en la histeria, desempeña en el
caso de la neurosis obsesiva un papel particularmente grande en la protección del yo, con la
forma de modificación reactiva del yo.»
«Lo que hemos aprendido basta para justificar la reintroducción del viejo concepto de defensa,
que permite englobar todos estos procesos que ponen de manifiesto una misma tendencia -la
protección del yo contra las exigencias pulsionales-, y subsumir la represión, como caso
particular, en este concepto. El interés que adquiere la elección de esta denominación se
acrecienta si uno considera que la profundización de nuestros estudios podría revelar la
existencia de una correspondencia íntima entre determinadas formas de defensa y determinadas
afecciones -por ejemplo, entre la represión y la histeria-. Yendo más lejos, esperamos descubrir
otra correlación importante. Es muy posible que antes de que el yo y el ello sean diferenciados
con nitidez, antes de la formación de un superyó, el aparato psíquico utilice métodos de defensa
distintos de los que emplea una vez alcanzados esos estadios de organización.»
En definitiva, la investigación freudiana conservaba un dualismo en la construcción del yo,
dividido entre el anonimato pulsional y su organización con el concurso de las «huellas
verbales». Su elaboración en Lacan consistió en un doble trayecto, cuya operación se aplicó
simétricamente a los dos registros para poner de manifiesto un vaciamiento común. En la esfera
pulsional, entendida a partir de la castración, la pulsión freudiana, «concepto fronterizo entre lo
orgánico y lo psíquico», encontraba su equivalente en las «demandas» de Lacan, obligadas a
satisfacer la exigencia de la necesidad por los desfiladeros del significante y, en consecuencia,
a hacer que la satisfacción dependiera del «Otro»; en efecto, el falo se definirá como
significante de esta relación, y la castración, como la carencia de ese significante en el lugar
donde se articula el sujeto: vaciamiento de lo simbólico. Lacan no dejará de subrayar su analogía
con el vaciamiento constitutivo del yo en el estadio del espejo.
Si uno se interroga sobre las condiciones en las que quedan conjugados estos dos aspectos del
yo, se ve remitido a la teoría general de las relaciones entre lo imaginario y lo simbólico -y en
particular, a la representación de los nudos borromeos- 
Yo
Yo
Alemán: Ich. 
Francés: Moi. 
Inglés: Ego.
fuente(92) 
Término empleado en filosofía y en psicología para designar a la persona humana en tanto que
ella es consciente de sí misma y objeto del pensamiento.
Retomado por Sigmund Freud, el vocablo designó en un primer momento la sede de la 
conciencia. El yo estaba entonces delimitado en un sistema denominado primera tópica, que
comprendía el consciente, el preconsciente y el inconsciente.
A partir de 1920, el término cambió de estatuto, conceptualizado por Freud como una instancia
psíquica en el marco de una segunda tópica, con otras dos instancias: el superyó y el ello. El yo
aparecía entonces como en gran parte inconsciente.
Esta segunda tópica (yo/ello/superyó) dio origen a tres lecturas divergentes de la doctrina
freudiana. La primera subraya el yo, concebido como un polo de defensa o adaptación a la
realidad (Ego Psychology, annafreudismo); la segunda sumerge al yo en el ello, lo escinde en un
moi y un je (sujeto), a su vez determinado por un significante (lacanismo); la tercera incluye al yo
en una fenomenología del sí-mismo y de la relación de objeto (Self Psychology, kleinismo).
Henri F. Ellenberger puso de manifiesto una severidad excesiva, al escribir, a propósito de la
segunda tópica freudiana, que "el yo no es más que un antiguo concepto filosófico con un nuevo
ropaje psicológico". Por cierto, Freud no inventó el término, así como tampoco creó los de
inconsciente y consciente. La idea del yo, a menudo sinónimo de conciencia, está en efecto
presente en las obras de la mayoría de los grandes filósofos, sobre todo alemanes, desde
mediados del siglo XVIII. Y, ante las experiencias de Mesmer, Wilhelm von Schelling (1775-1854)
y Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) relativizaron la importancia del yo en sus concepciones del
funcionamiento mental. Estas referencias filosóficas constituyeron el telón de fondo contra el
cual se desplegaron las primeras etapas de una psiquiatría dinámica que intentaba desprenderse
de las concepciones organicistas del funcionamiento del espíritu humano.
Se puede entonces considerar a Wilhelm Griesinger (1817-1869), inspirador de Theodor
Meynert, como uno de los precursores de Freud. Designado en 1860 director del novísimo
hospital psiquiátrico de Zurich, el Burghölzli, Griesinger se contó entre los primeros psiquiatras
para los que la mayor parte de los procesos psicológicos correspondían a una actividad
inconsciente. Elaboró una psicología del yo, considerando que las distorsiones de éste
resultaban del conflicto con las representaciones que no podía asimilar.
Meynert, cuyos cursos siguió Freud en 1883, formuló por su parte una concepción dual del yo,
distinguiendo entre el yo primario, parte inconsciente de la vida mental originada en la infancia, y
el yo secundario, ligado a la percepción consciente.
La huella de esta enseñanza se encuentra en la primera gran elaboración teórica de Freud, su
"Proyecto de psicología". Desde ese momento (y allí se sitúa el aporte freudiano), el yo aparece
inscrito en la trama del análisis del conflicto psíquico. De modo que, en esa primera síntesis
teórica, que evoca el conflicto entre la "atracción provocada por el deseo" y la tendencia a la
represión, cuyo teatro es el sistema neuronal afectado por las excitaciones endógenas, Freud
detecta la existencia de una "instancia" cuya presencia obstaculiza el paso de las cantidades
energéticas cuando ese flujo es acompañado de sufrimiento o satisfacción. "Esta instancia -dice 
Freud- se denomina el «yo» [ ... ]. Describimos [ ... ] el yo diciendo que constituye en todo
momento la totalidad de las investiduras de ese sistema neuronal." Este yo tiene un modo doble
de funcionamiento: trata de liberarse de las investiduras de la que es objeto buscando la
satisfacción y, por medio de un procedimiento que Freud denomina inhibición, procura evitar la
repetición de experiencias dolorosas.
Incluso antes de la redacción del "Proyecto", Freud abordó el papel del yo en esas elaboraciones
preliminares que eran los manuscritos enviados a Wilhelm Fliess. Por ejemplo, el 24 de enero de
1895, en el manuscrito H, habla de la naturaleza de las relaciones conflictivas con el yo. Las
formas que adquiere ese conflicto permiten distinguir las diferentes afecciones psíquicas, la
histeria, las ideas obsesivas, las confusiones alucinatorias y la paranoia. En una carta a Fliess el
16 de diciembre de 1896, en la cual, por primera vez, aparece la idea de aparato psíquico, el yo,
calificado de "oficial", es asimilado al preconsciente. Pero esta característica no es retomada en
el capítulo VII de La interpretación de los sueños, donde aparece completamente teorizada la
primera tópica.
Más tarde, en los Tres ensayos de teoría sexual, el yo es pensado como el lugar de un sistema
pulsional del que se diferenciarán por apuntalamiento las pulsiones sexuales, llamadas a
convertirse en completamente distintas. Las pulsiones del yo están entonces al servicio de la
autoconservación del individuo, e incluyen el conjunto de las necesidades primarias orgánicas
no sexuales.
La refundición que comienza con la introducción, en 1914, del concepto de narcisismo,
contribuye a darle al yo un lugar de primer plano. En la estela de los trabajos de Karl Abraham, el
estudio de la psicosis permitió establecer que el yo podía ser la sede de una investidura libidinal,
lo mismo que cualquier objeto exterior. Aparecía así una libido del yo, opuesta a la libido de
objeto; Freud postulaba la hipótesis de un balanceo entre una y otra. En adelante, el yo no tenía
sólo el rol de mediador con la realidad exterior, sino que era también objeto de amor y, en virtud
de la distinción entre el narcisismo primario (que supone la existencia de una libido en el yo) y el
narcisismo secundario, se convertía en un depósito de libido.
Con el artículo "Duelo y melancolía", publicado en 1917, Freud introdujo otras modificaciones
importantes, en particular la idea de una diferenciación funcional que se produce a partir del yo.
Una parte del yo, instancia de orden moral, se instala en posición crítica ante la parte restante.
Esta diferenciación, ya bosquejada en el texto sobre el narcisismo, constituyó la primera versión
de lo que se convertiría en el ideal del yo y después en el superyó.
Finalmente, el yo es afectado en su constitución misma por el proceso de la identificación: en
ciertos casos puede llevar la huella, el rasgo único, de la relación con un otro. La identificación
con ese rasgo puede desembocar en la transformación del yo siguiendo "el modelo" de ese otro.
En Psicología de las masas y análisis del yo, son las identificaciones de los individuos en su yo
las que, regidas por la instalación de un solo y mismo objeto en el ideal del yo de cada uno, van a 
permitir la constitución de una multitud organizada.
En 1923, en El yo y el ello, el yo pasa a ser una de las instancias de esa segunda tópica
caracterizada por un dualismo pulsional que opone las pulsiones de vida a las pulsiones de
muerte.
El yo sigue siendo el punto de anclaje defensivo ante las excitaciones internas y externas; su
papel consiste en poner freno a los desencadenamientos pasionales del ello y reemplazar el
principio de placer por el principio de realidad; provisto de lo que Freud denomina una "calota
acústica", lugar de recepción de las huellas mnémicas dejadas por las palabras, el yo está en el
núcleo del sistema de percepción; finalmente, ayudado por el superyó, participa en la censura.
Ahora bien, la novedad consiste en primer lugar en que una parte del yo ("y Dios sabe qué parte
importante del yo", insiste Freud) es inconsciente. No en el sentido latente del preconsciente
(continúa Freud), sino más bien en el sentido pleno del término inconsciente, puesto que la
experiencia psicoanalítica demuestra justamente hasta qué punto es difícil, o incluso imposible,
llevar hacia el consciente esas resistencias arraigadas en el yo que se comportan "exactamente
como lo reprimido".
En esta segunda tópica, el yo "es la parte del ello que ha sido modificada bajo la influencia
directa del mundo externo por intermedio del Pc-Cs [el sistema percepción-conciencia] [ ... ] es
de alguna manera una continuación de la diferenciación superficial". Freud añade que "el yo es
ante todo un yo corporal". En consecuencia, hay que concebirlo como una proyección mental de
la superficie del cuerpo.
Una vez inventariadas las funciones respectivas del superyó y el ello, Freud vuelve a su
concepción del yo, presentándola en un cuadro trágico, concordante con su idea de la condición
humana. Contrariamente a la imagen que se da en la ciencia, en realidad "el yo no es el amo en
su propia casa": "Vemos ahora al yo con su fuerza y sus debilidades. Está encargado de
funciones importantes; en virtud de su relación con su sistema de percepción, establece el
ordenamiento temporal de los procesos psíquicos y los somete a la prueba de realidad. Al
intercalar los procesos de pensamiento, logra diferir las descargas motrices y domina el acceso
a la motilidad. Este último dominio es sin embargo más formal que fáctico, pues el yo, en la
relación con la acción, tiene por así decirlo la posición de un monarca constitucional sin cuya
sanción nada puede convertirse en ley, pero que mira mucho antes de oponer su veto a una
proposición del parlamento.
[ ... ] vemos a este mismo yo como una pobre criatura, que debe servir a tres amos y sufre en
consecuencia la amenaza de tres peligros: el mundo externo, la libido del ello y la severidad del
superyó.-
Después de Freud, el yo, su concepción y las funciones de las que se supone es la sede
constituirían un punto de disputa teórico y político a partir del cual se instituyeron corrientes
contradictorias en el movimiento psicoanalítico. 
Dos de ellas, llamadas a volverse dominantes en el psicoanálisis norteamericano -el
annafreudismo y la Ego Psychology-, se formaron, precisamente, en torno de Anna Freud y
Heinz Hartmann, para privilegiar al yo y sus mecanismos de defensa, en detrimento del ello, el
inconsciente y el sujeto. De esta manera contribuyeron a hacer del psicoanálisis una terapia de
adaptación del yo a la realidad.
Como reacción a esta normalización, Heinz Kohut retomó el concepto de self (sí-mismo),
introducido en 1950 por Hartmann, para trazar una distinción con el ego, y elaboró una teoría del
aparato psíquico en la cual el self aparece como una instancia particular que permite dar cuenta
de las afecciones narcisistas.
Otras dos corrientes, el kleinismo y el lacanismo, han adoptado una orientación radicalmente
opuesta, con un enfoque de "retorno al inconsciente", pero por caminos muy distintos.
Melanie Klein pone el acento en la fase preedípica del desarrollo psíquico, y dirige su atención al
estudio de las relaciones arcaicas madre-hijo y a su contenido pulsional negativo; Jacques
Lacan se volvió en primer término hacia el análisis de las condiciones de emergencia de un
sujeto del inconsciente, tomado en su origen en la trampa del yo, constitutivo de ese registro de
lo imaginario llamado a convertirse en 1953 en una de las instancias de su tópica, junto con lo
real y lo simbólico.
Para Lacan, el yo, como núcleo de la instancia imaginaria, se distingue en la fase llamada del
estadio del espejo. El niño se reconoce en su propia imagen; en ese movimiento tiene la garantía
de la presencia y la mirada del otro (la madre o un sustituto) que lo identifica, lo reconoce al
mismo tiempo en esa imagen. Pero en ese instante el yo (¡e) es por así decirlo captado por ese
yo (moi) imaginario: en efecto, el sujeto, que no sabe lo que es, cree que es ese yo (moi) que ve
en el espejo. Se trata de un señuelo, puesto que el discurso de ese yo (moi) es un discurso
consciente que hace "semblante", simula ser el único discurso posible del individuo, pero en
realidad, como en filigrana, está también el discurso no manejable del sujeto del inconsciente.
Sobre esta base se puede comprender la interpretación lacaniana de la célebre frase de Freud
en las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis: " Wo Es war, soll Ich werden".
Lacan traduce esta frase como sigue: "Allí donde estaba eso [ello], debo advenir yo (je)". Para él
se trata de mostrar que el yo (moi) no puede venir en lugar del ello, sino que el sujeto (je) debe
estar allí donde se encuentra el ello, determinado por él, por el significante. 


Yo horror
fuente(93) 
Definición
Negativo del Yo Ideal. Instancia constituida a partir de representaciones que remiten al cuerpo
desmembrado, a la inermidad y/o a la angustia catastrófica de desmoronamiento de las primeras
etapas de vida, amenazantes para la cohesión del Yo, que son dejadas de lado, reprimidas,
renegadas o forcluidas, para establecer el Yo Ideal. Su presencia converge con vacilaciones de
la negatividad radical que recae sobre el único real: la muerte. Se instala así la conciencia de 
finitud. Esta posición subjetiva depende de un tiempo lógico, no cronológico.
Origen e historia del término
Este concepto tuvo como fuentes bibliográficas: El estadio del espejo de Jacques Lacan; los
desarrollos de Hugo Bleichmar en La depresión: un estudio psicoanalítico; los trabajos
compilados en la obra Lo Negativo de A. Missenard y otros, y las ideas vertidas por Jacques
Messy en su libro La personne agée n'existe pas.
El término Yo Horror fue presentado por primera vez en el año 1992, en un trabajo escrito por D.
Singer y O. Beliveau, titulado "Tiempo de Vivir".
En este ensayo, plantean fenómenos de orden inter, intra y transubjetivos, que determinan al
hombre desde su origen.
En un ítem que denominaron Tiempo de la Imagen, explicaban una fantasmática inconsciente
propia del momento donde se percibían los primeros signos de envejecimiento.
Decían: "La realidad devuelta por el espejo ubica al sujeto en un punto de no retorno. A partir de
allí acechará con ansiedad cualquier cambio que modifique su aspecto corporal y altere la
imagen que de sí mismo tiene. Podríamos decir que el envejecimiento se anuncia en términos de
estética. El culto al cuerpo y a la belleza, hoy, en nuestra cultura occidental, constituyen un
mandato, una exigencia a la que hay que responder so pena de ser marginado. Y para ello
contamos con todos los recursos de la tecnología médica. Si nos sometemos a la cirugía
plástica, si disciplinadamente logramos mantener una dieta balanceada, si con rigor militar
realizamos la actividad física indicada, el espejismo de la eterna-juventud se hará realidad.
Pero el cuerpo no sabe de mandatos sociales y lentamente, a pesar del maquillaje y a despecho
de la tecno-cosmetología, su aspecto exterior se modifica. Ese cuerpo, marcado por las canas,
arrugas y calvicie, se convierte en una realidad insoslayable. Lugar de sufrimiento que enfrenta
al sujeto con el paso del tiempo.
Se asiste impotente al cambio de la imagen aunque no se sientan aún los efectos del
envejecimiento. La ayuda de la presbicia no es suficiente para negarlo. El psiquismo se verá
entonces ante la necesidad de poner en marcha tina serie de mecanismos elaborativos para
incluir este cuerpo extraño, que golpea rudamente los ideales narcisistas.
Lacan, en numerosos trabajos sobre el estadio del espejo, señala con precisión de qué manera 
el niño, al identificarse con la gestalt del cuerpo del otro, conforma una imagen que unifica,
anticipadamente, su cuerpo desmembrado. Así, a partir de la relación inmediata con el semejante
se establece el Yo Ideal, núcleo constitutivo del Yo. Yo Ideal para quien se vuelve insoportable la
afrenta de la edad.
Hoy el espejo no devuelve la imagen esperada, en su lugar aparece otra que provoca una
"inquietante extrañeza". Es una imagen que izo coincide con las impresiones que de sí se tienen
y al mismo tiempo sobrecoge por la semejanza con la de un progenitor generalmente fallecido.
El fugitivo registro de la incompletitud que emerge en una arruga o unas canas, genera una
irritante tensión psíquica derivada de la confrontación entre Yo Ideal Y realidad corporal.
Se inicia así el movimiento que, a la manera de un alud, arrastra en su caída todas las imágenes
narcisistas que fueron constituyendo el Yo. Porque, si bien es la fantasía de eterna juventud la
que al ser cuestionada desencadena este proceso, quedan involucradas en él todas aquellas de
omnipotencia, sabiduría y perfección. Caído el Yo Ideal aparece su negativo: el "Yo Horror", lugar
donde cristalizan la castración, el despedazamiento y la aniquilación. Estas fantasías
inconscientes se filtran en el Yo ocasionando reacciones que oscilan entre lo desagradable que
consterna y lo horroroso que desespera. Podemos decir entonces que, en plena madurez, el
envejecimiento se anticipa en la imagen. El paso del tiempo ha generado desajustes en la
identidad que parece fugarse por el espejo.
Probablemente haya sido esta experiencia la que llevó a Oscar Wilde a escribir su célebre
"Retrato de Dorian Gray", poniendo el cuadro en el lugar del espejo para ilustrar el drama del
envejecimiento. "El drama no es envejecer sino permanecer joven", hace decir a uno de sus
personajes, marcando las incongruencias entre lo percibido y lo vivido. El personaje mantiene
tina perfección intemporal mientras el retrato envejece con los estigmas de sus actos. Sólo la
muerte lo libera del sortilegio y en ese instante muda su aspecto. Su rostro se surca de terribles
marcas mientras el retrato recupera su belleza original.
La mirada que tan duramente juzga la imagen ya avejentada izo sólo la dirige aquel joven de 25
años que ya no es; la impone también el entorno. Esa mirada que, apoyada en los modelos
propuestos por los mass-media, sólo valora el cuerpo esbelto y elástico, la potencia para los
deportes y la lozanía del rostro adolescente. Dura tarea la de sustraerse a la presión social,
hacer caso omiso de la publicidad y permanecer indiferente a aquellos mensajes que indican que
ya se está quedando fuera de la circulación. Evidentemente esas representaciones sociales no
contribuyen en nada a elaborar la crisis de la edad media de la vida.
Rabia e impotencia ante la injuria narcisista, temor ante lo que el futuro depara, dolor ante la
juventud perdida. A esta ganta de sentimientos debemos sumar circunstancias vitales
particularmente complejas: padres viejos que requieren cuidados, hijos adolescentes que aún
reclaman atención, necesidad de prever el futuro económico, cercan los últimos años de vida 
productiva. Ante este panorama pocas parecieran ser las posibilidades de evitar el colapso. Sin
embargo, la observación cotidiana y el trabajo clínico indican lo contrario. Con mayor o menor
éxito esta crisis se supera y, pasado un período depresivo de diferente intensidad en cada uno,
el sujeto se moviliza en la búsqueda de nuevos espacios donde encontrar coincidencias y
obtener placer,
¿Cómo salir de la tensión generada entre el Yo y el Yo Ideal? La organización simbólica es lo que
impide quedar atrapado en esa trampa óptica inconsciente ya que es este orden el que mediatiza
la especularidad originada en la relación dual imaginaria con el semejante.
El Ideal del Yo instaurado a partir de su introyección, limita los efectos aniquilantes de la
desilusión narcisista. Esta instancia simbólica que propuso y desplazó metas a lo largo de la
vida, capacitará al Yo para resistir los embates del tiempo, de la imagen y también de los
mandatos sociales. Además el sujeto no ha perdido su lugar en el mundo; las satisfacciones
desiderativas que experimenta, las actividades que realiza y el reconocimiento de los otros,
impiden que el "Yo Horror" se imponga sumiéndolo en la desesperación. Freud en su
Autobiografía dice:
"... yo tenía entonces 53 años, la corta estadía en el nuevo mundo hizo ciertamente bien al
sentimiento de mi propio valor. Allá me vi recibido por los mejores como un igual".
Por la mediación simbólica y los apuntalamientos narcisistas, el deseo sigue su curso y el sujeto
está nuevamente capacitado para cumplir con el compromiso humano pactado con Eros, el
compromiso de vivir.
Si por el contrario hubo falencias en la estructuración del aparato psíquico y por ende del Ideal
del Yo, el individuo sucumbe ante la herida narcisista. El desplazamiento del Ideal del Yo por el
horror desata una violencia indominable que revierte el Yo de distintas maneras. Señalaremos
dos respuestas posibles, una de matices grotescos y la otra trágicos. Incluimos en la primera a
aquellas personas que parecen una caricatura del joven que fueron. Intentan detener el tiempo
inmovilizando rasgos que sienten como baluartes de juventud. Y entre las segundas, el estallido
cardíaco de un hombre desgarrado por la tensión o el accidente automovilístico que hace real
aquel despedazamiento del cuerpo del infans. Otra alternativa no menos radical la ofrece el
suicidio. Cartas y discursos póstumos no dejan dudas en ese sentido.
Al matarse, Ernest Hemingway mató al "Yo Horror" que lo torturaba. No toleró los avatares a que
lo sometió el paso del tiempo.
"Qué es lo que crees que ocurre a un hombre -decía Hemingway cuando se da cuenta que
nunca podrá escribir los libros y cuentos que se proponía escribir? No hacer en la buena época?
... Si no puedo existir en mi propio estilo, entonces la existencia es imposible para mí,
¿comprendes? Así es como he vivido y así es como debo vivir -o morir ". 
Desarrollo desde la perspectiva vincular
En trabajos posteriores D. Singer fue ampliando el significado del término. Observó que la tensión
entre Yo Ideal y su negativo, el Yo Horror, va a marcar las vicisitudes de los reposicionamientos
subjetivos que acompañan todo el decurso temporal. Esta tensión se pone en juego en los
momentos en que los apoyos en la subjetividad y en la cultura se resquebrajan, desdibujando el
lugar a ser ocupado dentro de un conjunto al que se siente pertenecer. Al desaparecer la
interpelación deseante de los otros, el contrato narcisista vacila y emerge aquello que fue
negativizado para hacer posible la constitución del sí mismo insertado en su conjunto. Se rompe
el pacto de negación y emerge la fantasía de muerte corporizada en el Yo Horror, que hasta
entonces parecía radicalmente excluida del campo del posible saber.
La cultura intentó siempre tramitar las situaciones extremas a las que se ve sometida la
existencia humana. Los grandes literatos ayudan con su narrativa a simbolizarlas. Algunas de
sus obras, ya clásicos, testimonian la relación entre el sentirse deseado, la imagen, el espejo y
su relación con la muerte.
Cuando a la madrastra de Blanca Nieves el espejo le desmiente su belleza, poniendo en su lugar
la de la niña, surge la violencia contra ella y decide hacerla desaparecer.
Dorian Gray es un producto del dandysmo, época paradigmática de una subjetividad centrada en
la estética. Dorian no sentía piedad ni compasión, y el retrato se marcaba con la crueldad de sus
actos, desoyendo las leyes del conjunto al que pertenecía. Sin embargo, la tradición popular
sostiene que sus marcas eran las del envejecimiento. El cuadro ocupa en la novela el lugar del
espejo.
La fantasía literaria desarrollada por B. Stocker que captura de leyendas populares la figura del
conde Drácula, puede aportamos otro ejemplo interesante. El vampiro no refleja en el espejo. A
partir de su condición vive un estatuto particular de inmortalidad. Es un muerto viviente. Duerme
en un ataúd y se levanta para absorber a través de la sangre, la vida de sus víctimas. El espejo
no lo refleja porque no muere?
J. Cocteau en Orfeo y Eurídice, afirma: "Yo les revelo el secreto de los secretos; los espejos
son las puertas por las cuales la muerte va y viene; no se lo digan a nadie. Sin embargo,
mírense toda vuestra vida en ¿in espejo y verán la muerte trabajar como las abejas dentro de
una colmena de vidrio". 
Sería redundante recordar también aquí el triste fin de Narciso en el espejo de las aguas del lago.
¿Será que el espejo guarda en sí aquel cuerpo desmembrado, aquella angustia de no ser que
algún día reflejó? La mirada de la madre y su imagen en el espejo permitió que en un momento el
sujeto encuentre allí su propia imagen unificada, su cuerpo integrado, que sabrá distinto de los
otros, aunque construido sobre su mismo modelo.
La mirada es siempre mirada social. La mirada del otro nos constituye y no deja de sostenemos y
significamos, independientemente del momento cronológico que atravesemos.
Cuando cae la mirada aprobatoria, la nuestra, el fracaso de la fantasía de inmortalidad se pone
en marcha. El sujeto se siente fuera de lugar en el campo del deseo. Al caer el Yo Ideal, gana
terreno el Horror de¡ Yo.
"... En este nuevo lugar, la muerte está doblemente presente. La reactivación de la tragedia
edípica en doble versión con dos lugares simultáneos, es puesta en marcha por la necesidad
de hacer el duelo por la existencia de ni¡ buen padre eterno que nos permita sostenernos
también en el lugar de niño eterno. Ahora ese duelo se torna inminente. Anuncia la llegada del
envejecimiento propio. La infancia y sus delicias parecen perdidas definitivamente...
"... Esa escasez de lugar nos lleva a plantear entonces un trabajo que es la inversa del
realizado en el complejo de Edipo... La antigua interdicción y la imposición de la ley que
rompían un apego tenaz al objeto, viene esta vez de lo naturo-cultural que hace a la condición
humana. Es una ley que lo sume en la angustia de desamparo por la ausencia de aquellos
padres inexorablemente perdidos en lo imaginario y en la realidad exterior, donde también
pueden haber desaparecido los sustitutos: vínculos con la calidad de objetos únicos como el
trabajo y la mujer amada. Esta vez no puede odiar al prohibidor, fantasear matarlo, pero sí
puede despreciar al hoy que se le escapa y que en el fondo desea. Un hoy significado en la
presencia de los otros y en su relación con ellos. Conoce la presencia del objeto, su
necesidad de él, pero lo inculpa de sus limitaciones. Comparo así el deseo por el objeto y la
intedicción que conlleva siempre la amenaza de castración... " (Singer, D. 1998).
La cuestión que se plantea se centra en saber si la castración simbólica que ha jugado a lo largo
de la vida con dificultades pero también con logros, tanto en el nivel narcisista como en el
edípico, puede nuevemente permitir inscribir aquella omnipotencia (fuente de ilusión) que se
juega en la relación entre el Yo Ideal y el Ideal del Yo, negativizando el Horror del Yo. La relación
con los Ideales del Yo que fueron generados y están sostenidos por el conjunto, tiene un papel
protagónico para regular la autoestima que nunca deviene totalmente independiente de la
intersubjetividad. De esta manera se decide si a la vida nos une el amor o sólo el espanto. 
Problemáticas conexas
Los mecanismos de defensa propios de las perversiones y psicosis, correspondientes a la
segunda tópica de la teoría de S. Freud, constituyen un campo de contenidos psíquicos cuyo
destino da lugar a la comprensión de los trastornos narcisistas y es por allí donde debería seguir
una interrogación sobre los poderes del horror y sus efectos en la intersubjetividad, como
organizador de los pactos de negación.
Al ser la grupalidad un lugar donde se formula y reformula el Ideal, la exploración de los efectos
de esta actividad en las vicisitudes vinculares, es un campo interesante.
Este concepto se está utilizando para entender fenómenos del terrorismo de Estado, de los
trastornos de la alimentación y del suicidio. Estos desarrollos seguramente abrirán nuevas
perspectivas. 


Yo ideal
fuente(94) 
(fr. moi idéal; ingl. ideal ego; al. Ideal-Ich). Formación psíquica perteneciente al registro de lo
imaginario, representativa del primer esbozo del yo investido libidinalmente.
El término, introducido por Freud en 1914 (Introducción del narcisismo), designa al yo real
[Real-Ich] que habría sido objeto de las primeras satisfacciones narcisistas. Ulteriormente, el
sujeto tiende a querer reencontrar este yo ideal, característico del estado llamado «de
omnipotencia» del narcisismo infantil, tiempo en que el niño «era su propio ideal» En El yo y el
ello (1923), Freud acerca al yo ideal y al ideal del yo, atribuyéndoles las mismas funciones de
censura e idealización. Para J. Lacan (El estadio del espejo corno formador de la función del yo
[je] 1949), el yo ideal es elaborado desde la imagen del cuerpo propio en el espejo. Esta imagen
es el soporte de la identificación primaria del niño con su semejante y constituye el punto
inaugural de la alienación del sujeto en la captura imaginaria y la fuente de las identificaciones
secundarias en las que el &ltle» se objetiva en su relación con la cultura y el lenguaje por la
mediación del otro. 
Yo ideal
Yo ideal
Al.: Idealich.
Fr.: moi idéal.
Ing.: ideal ego.
It.: io ideale.
Por.: ego ideal.
fuente(95) 
Formación intrapsíquica que algunos autores, diferenciándola del ideal del yo, definen como un
ideal de omnipotencia narcisista forjado sobre el modelo del narcisismo infantil.
Freud creó el término Idealich, que se encuentra en Introducción al narcisismo (Zur Einführung
des Narzissmus, 1914) y en El yo y el ello (Das Ich und das Es, 1923). Pero no se encuentra
en él una distinción conceptual entre Idealich (yo ideal) e Ichideal (ideal del yo).
Siguiendo a Freud, algunos autores han recogido el par formado por estos dos términos para 
designar dos formaciones intrapsíquicas distintas.
Especialmente Nunberg hace del yo ideal una formación genéticamente anterior al superyó: «El
yo todavía no organizado, que se siente unido al ello, corresponde a una condición ideal [...]». En
el curso de su desarrollo, el sujeto dejará tras de sí este ideal narcisista y aspirará a retornar al
mismo, lo que ocurre, sobre todo, aunque no exclusivamente, en las psicosis.
D. Lagache ha subrayado el interés que existe en distinguir el polo de identificaciones
representado por el yo ideal del constituido por el par ideal del yo-superyó. Según él, se trata de
una formación narcisista inconsciente, pero la concepción de Lagache no coincide con la de
Nunberg: «El yo ideal, concebido como un ideal narcisista de omnipotencia, no se reduce a la
unión del yo con el ello, sino que implica una identificación primaria con otro ser, catectizado con
la omnipotencia, es decir, con la madre». El yo ideal sirve de soporte a lo que Lagache ha
descrito con el nombre de identificación heroica (identificación con personajes excepcionales y
prestigiosos): «El yo ideal se revela también por la admiración apasionada hacia grandes
personajes de la historia o de la vida contemporánea, que se caracterizan por su independencia,
su orgullo, su ascendiente. A medida que progresa la cura, se ve al yo ideal insinuarse, emerger,
como una formación irreductible al Ideal del yo». Según D. Lagache, la formación del yo ideal
tiene implicaciones sadomasoquistas, especialmente la negación del otro correlativa de la
afirmación de sí mismo (véase: Identificación con el agresor). Para J. Lacan, el yo ideal
constituye también una formación esencialmente narcisista, que tiene su origen en la fase del
espejo y que pertenece al registro de lo imaginario.
Aparte de las divergencias de perspectivas, estos diferentes autores coinciden, tanto en la
afirmación de que interesa especificar, en la teoría psicoanalítica, la formación inconsciente del
yo ideal, como en el hecho de subrayar el carácter narcisista de esta formación. Por lo demás,
se observará que el texto en que Freud introduce dicho término sitúa, en el origen de la
formación de las instancias ideales de la personalidad, el proceso de idealización, en virtud del
cual el sujeto se propone como fin reconquistar el estado llamado de omnipotencia del narcisismo
infantil. 


Yo-placer - yo-realidad
Al.: Lust-lch - Real-Ich.
Fr.: moi-plaisir - moi-réalité.
Ing.: pleasure-ego - reality-ego. 
It.: io-piacere - io-realtá.
Por.: ego-prazer - ego-realidade. 
fuente(96) 
Términos utilizados por Freud aludiendo a una génesis de la relación del sujeto con el mundo
exterior y del acceso a la realidad. Ambos términos se oponen siempre entre sí, pero con
acepciones demasiado distintas para que se pueda proponer una definición unívoca de ellos, y
con significaciones que se imbrican demasiado para ser fijadas en múltiples definiciones. 
La oposición entre yo-placer y yo-realidad fue adelantada por Freud principalmente en:
Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento psíquico (Formulierungen über die
zwei Prinzipien des psichischen Geschehens, 1911), Las pulsiones y sus destinos (Triebe
und Triebschicksale, 1915), y La negación (Die Verneinung, 1925). Señalemos, ante todo, que
estos trabajos, que corresponden a distintos momentos del pensamiento de Freud, muestran, sin
embargo, una continuidad entre sí y no tienen absolutamente en cuenta las modificaciones
aportadas a la definición del yo con motivo del paso de la primera a la segunda tópica.
1.° En las Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento psíquico, la oposición
entre yo-placer y yo-realidad se pone en relación con la existente entre principio de placer y
principio de realidad. Freud utiliza aquí los términos de Lust-Ich y Real-Ich para designar la
evolución de las pulsiones del yo. Las pulsiones, que, en un principio, funcionan según el
principio de placer, se someten progresivamente al principio de realidad, pero esta evolución es
menos rápida y menos completa para las pulsiones sexuales, más difíciles de «educar» que las
pulsiones del yo. «Al igual que el yo-placer no puede hacer otra cosa que desear, trabajar para
conseguir el placer y evitar el displacer, el yo-realidad no tiene más misión que tender hacia lo útil
y asegurarse contra los daños». Señalemos que el yo se considera aquí esencialmente desde el
punto de vista de las pulsiones que, según se cree, le proporcionan un soporte energético;
yo-placer y yo-realidad no son dos formas radicalmente distintas del yo, sino que definen dos
modos de funcionamiento de las pulsiones del yo, según el principio de placer y según el
principio de realidad.
2.° En Las pulsiones y sus destinos, el punto de vista es también genético, pero lo que se
considera no es la articulación de un principio con el otro ni la evolución de las pulsiones del yo,
sino la génesis de la oposición sujeto (yo)-objeto (mundo exterior), en cuanto es correlativa de la
oposición placer-displacer.
Dentro de esta perspectiva, Freud distingue dos etapas: en la primera, el sujeto «[...] coincide
con lo que es placentero, y el mundo exterior con lo que es indiferente»; en la segunda, el sujeto
y el mundo exterior se oponen como lo que es placentero a lo que es displacentero. El sujeto, en
la primera etapa, es calificado de yo-realidad; en la segunda, de yo-placer; como puede verse, la
sucesión de los términos es inversa a la del texto anterior, pero estos términos, y especialmente
el de yo-realidad, se toman en un sentido distinto: la oposición entre yo-realidad y yo-placer se
sitúa aquí previamente a la introducción del principio de realidad; el paso del yo-realidad al
yo-placer «se realiza bajo la supremacía del principio de placer».
Este «yo-realidad del principio» es calificado así por Freud debido a «[...] que distingue interior y
exterior según un buen criterio objetivo», afirmación que podría entenderse del siguiente modo:
constituye una posición inicial objetiva la de relacionar con el sujeto las sensaciones de placer y 
de displacer, sin hacer de ellas cualidades del mundo exterior que en sí es indiferente.
¿Cómo se constituye el yo-placer? El sujeto, al igual que el mundo exterior, se halla escindido en
una parte placentera y una parte displacentera; de ello resulta una nueva repartición, de forma
que el sujeto coincide con todo lo placentero y el mundo con todo lo displacentero; esta
repartición se efectúa mediante una introyección de la parte de los objetos del mundo exterior
que es fuente de placer, y una proyección al exterior de lo que, en el interior, es ocasión de
displacer. Esta nueva posición del sujeto permite definirlo como «yo-placer purificado», estando
todo lo displacentero fuera.
Vemos, pues, que en Las pulsiones y sus destinos el término «yo-placer» no significa ya
solamente un yo regido por el principio de displacer-placer, sino un yo identificado con lo
placentero en contraposición a lo displacentero. Dentro de esta nueva acepción, lo que se
contrapone siguen siendo dos etapas del yo, pero esta vez definidas por una modificación de su
límite y de sus contenidos.
3.° En La negación, Freud continúa utilizando la distinción entre yo-placer y yo-realidad, y ello
dentro de la misma perspectiva que en el texto anterior: ¿cómo se constituye la oposición
sujeto-mundo exterior? La expresión de «yo-realidad del principio» no es recogida literalmente;
sin embargo, no parece que Freud haya renunciado a esta idea, puesto que afirma que, desde
un principio, el sujeto dispone de un acceso objetivo a la realidad: «En el origen, la existencia de
la representación es una garantía de la realidad de lo representado».
El segundo tiempo, el del «yo-placer», se describe en los mismos términos que en Las pulsiones
y sus destinos: «El yo-placer originario [...] desea introyectarse todo lo que es bueno y expulsar
de sí todo lo que es malo. Para él, lo malo, lo extraño al yo, lo que está fuera, son al principio
idénticos».
El «yo-realidad definitivo» correspondería a un tercer tiempo, aquel en que el sujeto intenta
encontrar en el exterior un objeto real que corresponda a la representación del objeto
primitivamente satisfactorio y perdido (véase: Experiencia de satisfacción): esto corresponde a
la prueba de realidad.
Este paso del yo-placer al yo-realidad depende, como en las Formulaciones sobre los dos
principios del funcionamiento psíquico, de la instauración del principio de realidad.
La oposición entre yo-placer y yo-realidad jamás fue integrada por Freud en el conjunto de sus
concepciones metapsicológicas, y especialmente en su teoría del yo como instancia del aparato
psíquico. Sin embargo, es evidente el interés de establecer tal articulación; este enfoque
facilitaría la solución de cierto número de dificultades de la teoría psicoanalítica del yo: 
1.ª los puntos de vista freudianos sobre la evolución del yo-placer - yorealidad constituyen una
tentativa de establecer una mediación, una génesis, aunque sea mítica, entre el individuo
biopsicológico (que, a nuestro modo de ver, puede asimilarse el «yo-realidad del principio»
establecido por Freud) y el yo como instancia;
2.ª atribuyen dicha génesis a operaciones psíquicas primitivas de introyección y de proyección,
mediante las cuales se constituye el límite de un yo que comporta un interior y un exterior;
3.ª tienen el mérito de disipar el equívoco (que no ha cesado de gravitar sobre la teoría
psicoanalítica) inherente a términos como el de narcisismo primario, en la medida en que a
menudo se entiende por tal un hipotético estado originario durante el cual el individuo no tendría
acceso alguno, ni siquiera rudimentario, al mundo exterior. 


Yo-vínculo
fuente(97) 
Definición
Si es complejo en psicoanálisis recortar un término, siempre anudado con otros, esta dificultad
cobra especial relieve en el caso del Yo, en tanto se trata de un concepto central y polémico que
se sostiene en la obra freudiana con un importante margen de ambigüedad. Los desarrollos
posfreudianos han intentado despejarla promoviendo importantes divergencias tanto en el plano
teórico como en el clínico.
La definición del Yo se sustenta en dos niveles de conceptualización que son coexistentes en la
teoría.
a) aquella que define al Yo como representación.
b) la que localiza al Yo como una instancia encargada de las funciones adaptativas. Ligada al
preconsciente y al proceso secundario, es responsable de la atención, la percepción, la
memoria, el lenguaje, el pensamiento, etcétera, funciones que posibilitan la adaptación a la
realidad.
Pero también es la instancia encargada de poner en marcha el proceso de la defensa
respondiendo a la señal de angustia. Su meta es recuperar la homeostasis que el conflicto
intersistémico hace vacilar.
Desde este ángulo el yo como instancia está también íntimamente vinculado al inconsciente
soportando en su seno un nivel de conflicto al que se reconoce como intrasistémico. 
Origen e historia del término
El paradigma de la línea conceptual que acentúa la función del Yo como representación se
encuentra en dos textos de 1914: 1ritroducción al narcisismo" y "Las pulsiones y sus
vicisitudes".
En el primero el Yo se define como un nuevo acto psíquico, donde una unidad totalizadora se
sobreimpone a la fragmentación corporal. La noción de unidad se compadece con la idea de
organización, de forma, de un todo. Esta génesis del Yo tiene como condición la presencia de un
otro que opera como soporte identificatorio.
Esta definición es solidaria con la consideración de un dualismo libidinal que puede encontrar
un objeto fuera del Yo (libido objetal) o puede quedar ligada al mismo Yo (libido del Yo también
llamada libido narcisista).
Estas dos orientaciones libidinales adquieren fundamental importancia en la estructuración de
los vínculos.
El segundo texto mencionado pauta tres momentos en la constitución del Yo: un Yo real inicial
que circunscribe un interior de un exterior por la imposibilidad de fuga; un Yo placer que se
sustenta en un juicio atributivo desarrollado bajo la égida del principio del placer: "lo bueno lo
soy , lo malo lo escupo"; un Yo real definitivo apoyado en un juicio de existencia que implicaría
la aceptación de la insuficiencia del Yo, en un pasaje del orden del ser al tener.
Los textos representativos de la segunda línea de pensamiento que considera al Yo como
instancia surgen a partir de 1920 resignificado la formulación del "Proyecto de una psicología
para neurólogos" donde el término Yo era por primera vez abordado dentro del cuerpo
conceptual.
Allí quedaba definido como una organización cuya función central era la inhibición de la
alucinación para permitir el acceso a la realidad.
Esta es una de las ideas que se retorna con la introducción de la Segunda Tópica y la
acentuación de las funciones adaptativas y defensivas, "El Yo y el Ello", 1nhibición, síntoma y
angustia", "Más allá del principio del placer" constituyen los tres textos claves en este abordaje.
La perspectiva se completa con la consideración del Yo como almácigo de la angustia, su
relación con el Super-Yo y la introducción del dualismo Eros-Tanatos, nociones que permitirán
la profundización en el entendimiento de su posición en el aparato psíquico .
Cabe observar que la idea de organización atraviesa ambas formulaciones. 
Sobre este horizonte conceptual localizamos los aportes de diferentes autores posfreudianos
cuyos desarrollos teóricos han contribuido al enriquecimiento del concepto.
La formulación del Yo como representación sustenta la concepción del Yo-Moi en la perspectiva
de Lacan.
La referencia a un Yo-placer y la noción de un Yo como nuevo acto psíquico, unificador de la
fragmentación del autoerotismo son los supuestos sobre los que este autor trabaja en su
conceptualización sobre el estadio del espejo.
Metáfora que conduce a la mirada de un Otro que cristaliza la representación de la mismidad en
una imagen. De esta manera el origen del Yo es definido como una estructura ortopédica que se
instala como prótesis frente a las insuficiencias de la prematuración humana.
El corolario de esta marca de origen nos orienta en la consideración de un Yo alienado, que se
localiza donde no es, ya que se ubica en lo virtual del espacio especular, en una completud
engañosa. Todos estos elementos conducen a una concepción del Yo ligado al
desconocimiento.
Apoyada en los desarrollos de la segunda tópica, Melanie Klein postula la existencia de un Yo
desde el nacimiento, capaz de sentir ansiedad, utilizar mecanismos de defensa y establecer
primitivas relaciones objetales en la fantasía y la realidad.
El Yo inmaduro del bebé está expuesto a la ansiedad provocada por la innata polaridad de los
instintos. Deflexiona el instinto de muerte en una proyección sobre el objeto externo original
(pecho) que será el paradigma del objeto persecutorio, mientras que otra parte se conserva
como agresión para orientarse sobre esos objetos persecutorios. Al mismo tiempo, en una
escisión del mismo objeto original, se instala la relación con un objeto ideal, satisfaciendo el
impulso instintivo del Yo ligado a la vida.
La ansiedad persecutoria, típica de las primeras etapas del desarrollo, a predominancia del
instinto de muerte, aumenta la disociación.
Toda esta constelación remite a la posición esquizo-paranoide que se caracteriza por el hecho
de una vinculación con el objeto parcial en su doble vertiente: parcialidad del cuerpo
(pecho-pene, etc.) y del atributo (bueno-malo).
Si desde el principio hay una marcada tendencia a la escisión, también aparecen algunos indicios
que operan sobre la integración. Cuando ésta se vuelve estable y continua surge la posición
depresiva. El bebé reconoce un objeto total y se relaciona con él. La madre constituida como
objeto total será fuente de lo bueno y de lo malo. 
Este cambio en la percepción del objeto se acompaña de un cambio fundamental en el Yo (Yo
total). La integración del Yo y el objeto prosiguen simultáneamente y la ambivalencia reemplaza
a la disociación.
Las fantasías (consideradas como la expresión mental de los instintos) tienen mucha importancia
en esta conceptualización. Constituyen una importantísima función del yo, especialmente
abocado a la defensa, la construcción de la realidad y los vínculos.
Desde este ángulo la fantasía inconsciente opera como una constante en el interjuego con la
realidad, modificándose mutuamente.
La psicología del Yo que tiene en Hartmann uno de sus más conspicuos representantes
sustenta también sus desarrollos en la segunda tópica freudiana.
El Yo es especialmente considerado como sistema y, si bien reconoce su participación en el
conflicto psíquico, otorga mayor relevancia a las funciones del Yo que permiten al sujeto la
adaptación a la realidad,
En este sentido esta escuela se ocupa preferentemente del trabajo con aquellas funciones
autónomas del conflicto, que dependen del sustrato congénito y hereditario del sujeto y de
aquellas otras que adquieren independencia, aunque se hayan originado en la situación de
conflicto.
A partir de 1970 el Yo y la actividad del pensar se hacen protagonistas en las discusiones
teóricas del psicoanálisis francés en un intento de revisión de algunas de las propuestas de
Lacan sobre esos conceptos.
Piera Aulagnier, representante de esta tendencia intenta construir una metapsicología que dé
cuenta de la duplicidad constitutiva del yo que bascula desde una posición de efecto del vínculo
constituyente que es al mismo tiempo constructor de sus propios enunciados.
El yo se constituye en la relación con el Otro (anticipación materna, sombra hablada). Siempre
en proceso identificatorio, es efecto de la apropiación de los enunciados identificatorios que
formularan sobre él sus objetos investidos.
"Aprendiz de historiador" opone sus precarias construcciones al maestro brujo" (Ello)
metahistoriador mudo, obligándose a escribir-construir su historia propia significando el presente
y anticipando el futuro.
Desde el pictograma y la fantasmatización que lo preceden el yo emergerá con representaciones
ideicas nominando y significando las experiencias que lo determinan. 
El derecho a la duda le permitirá separar el investimiento de la voz que enuncia y someter los
enunciados a la prueba de lo verdadero y lo falso. Como contrapartida, la tendencia a la
alienación será el modo de hallar la certeza en una atribución de omnipoder al juicio de otro.
En esta perspectiva el yo está destinado a plantear una separación entre el ser, el haber y el
ideal.
Identificante e identificado conforman las dos caras yoicas cuyo quiebre determinará el conflicto
psicótico, mientras que el conflicto neurótico quedará ubicado para Aulagnier entre el Yo y sus
ideales.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
La perspectiva del Yo como representación reviste fundamental interés para el abordaje del
concepto desde su posición en las configuraciones vinculares a la vez que nos conduce a
algunas temáticas esenciales en cualquier aproximación a dicho campo .
Entre otras cabe mencionar la problemática de la identificación en la consideración de los
vínculos surgida desde la concepción de una génesis del Yo ligada a la identificación con un
Otro primordial. La constelación Yo Ideal - Ideal del Yo y el dualismo pulsional que opone la
libido del yo a la libido de objeto, sobre la que se inscribe esta línea de pensamiento,
constituyen así mismo operadores teóricos esenciales en el campo vincular.
Con la introducción de la segunda tópica, donde la génesis del Yo se sitúa en una progresiva
diferenciación del Ello a partir de la función de la percepción:
"La percepción es al Yo lo que la pulsión es al Ello", se recontextúa lo anterior en tanto lo
perceptivo también adquiere relieve en relación al mundo humano.
La identificación se sostiene como clave esencial en tanto constitutiva del aparato psíquico, que
cristalizará en esa subestructura tardía del Yo, el Super-yo con sus tres funciones:
autoobservación, conciencia moral e ideal del yo, que retorna desde otro ángulo la constelación
Yo Ideal -Ideal del Yo ya anticipada.
Desde la perspectiva vincular privilegiamos este desarrollo a partir de la relación con un Otro
primordial. El Yo se plasma en una imagen con la que se fascina porque lo devuelve completo. 
Esta alienación constitutiva que precipita en cada uno bajo esta identificación yoica es
estructural y en cada configuración vincular buscará sostenerse repitiendo al infinito la paradojal
búsqueda de completud en el otro, nunca lograda pero tampoco resignada.
El Yo es una ficción irreductible que siempre evocará el fracaso, remitiendo a un intento fallido
pero eficaz de paliar el déficit de nuestra prematuración.
Situación insoslayable del ser humano que es Yo en tanto recibe de sí una imagen completa,
inaccesible desde su propio espacio. La relación especular propia del yo que se instaura y
renueva en cada configuración vincular reedita la agresividad presente siempre en la
enajenación yoica.
En el vínculo de pareja se reactualiza esta búsqueda de unidad imaginaria a partir de "dos Yoes"
que constituyen y se constituyen en esa relación que sostendrá la enajenación primera.
Referimos a "dos Yoes" evoca la función de desconocimiento intrínseca al Yo: Yo soy el otro y
viceversa, acarrea la trampa narcisística que evita la angustia frente a la alteridad amorosa. En
toda configuración vincular se tiende a lograr la homeostasis en una complacencia con el otro .
La propuesta amorosa surge como el intento de hacer de dos uno, que remite al mito de
Aristófanes de un Yo Ideal totalizador y equilibrado, antinómico con el deseo, la falta y la
singularidad. Solo mediante la aceptación de la falta y por lo tanto de la castración, será posible
atravesar lo imaginario de la completud yoica para acceder al deseo.
Tránsito desde el enamoramiento, estructurado sobre el Yo Ideal, al amor, que evoca la función
del Ideal del Yo, en tanto meta inalcanzable.
Desde esta perspectiva pensaremos una dirección de la cura en las configuraciones vinculares
que no se sustente en el aspecto alienante y / o alienado del yo sino en la fractura de esa
supuesta totalidad, para dar lugar a la introducción de la diferencia.
La formulación de Lacan opera sobre estos supuestos donde el Yo es considerado como una
ficción imaginaria, evocadora de la completud narcisista y por lo tanto como un obstáculo en una
dirección de la cura que se orienta hacia la aceptación de la falta y la incompletud.
En la propuesta de Klein el Yo adquiere una importancia fundamental en la cura.
Al considerar que la estructura de la personalidad está determinada en gran parte por las
fantasías mas permanentes del Yo sobre sí mismo y los objetos que contiene, analizar la relación
del Yo con los objetos internos y externos y modificar las fantasías sobre estos objetos conlleva
la posibilidad de un cambio en la estructura del Yo.
En la posición esquizo-paranoide lo temido es la destrucción del yo, mientras que en la 
posición depresiva la preocupación es por el objeto amado de quien se depende.
Si bien estas posiciones son introducidas como etapas evolutivas, Klein pone especial acento en
su consideración como estructura, concepto esencial en la dirección de la cura. El avance
desde una posición centrada en el yo a una preocupación cada vez mayor por el objeto, su
aceptación como dañado, pero también la posibilidad de reparación se constituirá como
orientación en un proceso terapéutico tanto desde la perspectiva individual como vincular.
En este proceso la culpa en la relación con el objeto, concepto esencial en la formulación
kleiniana, basculará desde la cualidad persecutoria a la depresiva.
En cuanto a las propuestas sustentadas por la Psicología del Yo el proceso terapéutico se
orientará a promover las funciones adaptativas, liberando las funciones yoicas comprometidas
en el conflicto intrasistémico o vincular.
En las propuestas de P. Aulagnier el Yo es un concepto esencial en la dirección de la cura.
"Condenado a investir" el cuerpo, los objetos meta de sus deseos y la realidad, así como a
transformar y metabolizar el objeto pulsional deberá oponerse al desinvestimiento propiciado por
el sufrimiento que todo objeto investido conlleva.
Señeros para el campo vincular son también los conceptos de ,,encuentro pensado y encuentro
vivido" correlativos de "otro pensado y otro real" a partir de los cuales se categorizan las
relaciones de simetría con su prototipo: el amor y de asimetría, paradigma de la pasión.
Problemáticas conexas
Entre los temas conexos con estos desarrollos sobre el Yo encontramos:
- relación del yo con el objeto, lo que conduce a
- relación del yo con el otro
- discriminación entre el otro de la realidad, el otro semejante, el otro primordial y el otro como
alteridad radical.
- diferenciación entre Yo y sujeto, que se articula con la formulación de Lacan: -Je-Moi 
- identificación, narcisismo y registro imaginario, conceptos que en la clínica y teoría de las
relaciones vinculares reencontramos en la constitución de los vínculos.
La ilusión grupal implica hacer una proyección del Yo ideal sobre el grupo constituyendo un
"nosotros"; en el vínculo de pareja el enamoramiento remite a una unidad ilusoria que construye
de dos uno. El concepto de espejo familiar nos conduce al análisis de estos fenómenos en
relación a la estructura familiar.
El concepto de Aparato psíquico grupal (Kaës) como construcción común de los miembros del
grupo, eficaz ficción donde el grupo es más que la suma de sus miembros, nos remite también al
estatuto yoico de esos fenómenos. 


Yo y el Ello (El)
fuente(98) 
Obra publicada por Sigmund Freud en 1923 con el título de Das Ich und das Es. Traducida al
francés por primera vez en 1927 por Samuel Jankélévitch con el título de Le Moi et le Soi. Esta
traducción fue revisada por Angelo Hesnard y reeditada en 1966 con el título de Le Moi et le ça.
Nuevas traducciones: en 1981 por Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis con el título de Le
Moi et le ça; en 1991 por Catherine Baliteau, Albert Bloch y Joseph-Marle Rondeau, sin cambio
de título. Traducida al inglés por primera vez en 1927 por Joan Riviere con el título de The Ego
and the Id. Esta traducción fue revisada por James Strachey y reeditada en 1961 sin cambio de
título.
Desde su aparición, El yo y el ello fue recibido con entusiasmo por la comunidad psicoanalítica,
aunque algunas personalidades se mostraron reservadas en cuanto al homenaje que Freud
rindió allí a Georg Groddeck, el autor del Libro del ello, publicado unos meses antes.
Como lo atestiguan las cartas dirigidas a Sandor Ferenczi y Otto Rank en el verano de 1922,
Freud era perfectamente consciente de que con ese tercer ensayo prolongaba la vasta revisión
teórica emprendida con Más allá del principio de placer y continuada con Psicología de las
masas y análisis del yo. Esta continuidad es afirmada desde las primeras líneas del libro, pero
Freud precisa que en este caso "no se tomará ningún nuevo préstamo de la biología", siendo su
objetivo atenerse al máximo al psicoanálisis.
El primer capítulo es una reseña del camino recorrido por el psicoanálisis, que a través del
estudio del sueño y la hipnosis ha llegado a refinar (y después superar) la oposición clásica
entre consciente e inconsciente. Para ello, distinguió el enfoque descriptivo de los procesos
psíquicos, respecto del enfoque dinámico (psicoanalítico en sentido propio) de esos mismos
procesos. Esto vale en particular para el término inconsciente, que, en el sentido descriptivo, se
refiere a los procesos psíquicos latentes capaces de volverse conscientes, a los cuales el
psicoanálisis ha denominado preconscientes, y en el sentido dinámico designa el material
psíquico reprimido que sólo la técnica psicoanalítica puede hacer consciente, al vencer las
resistencias opuestas a esa transformación. De tal modo el psicoanálisis ha propuesto una
representación tópica del psiquismo con tres instancias -el consciente (Cs), el preconsciente
(Pes) y el inconsciente (Ics)-, instancias éstas "cuyo sentido no es simplemente descriptivo". 
La prosecución del trabajo psicoanalítico demostró sin embargo la insuficiencia de esta
elaboración, en virtud del descubrimiento de una organización psíquica- coherente y unitaria a la
cual los psicoanalistas han dado el nombre de yo. En un primer tiempo, este yo fue concebido
como estrechamente ligado a la conciencia y considerado responsable de las relaciones entre la
organización psíquica y las informaciones provenientes del exterior. Después, la experiencia de
las curas psicoanalíticas permitió constatar la existencia de resistencias, inconscientes (fuera
cual fuere la buena voluntad de la que daban prueba los pacientes en sus asociaciones libres),
resistencias opuestas a la remoción de la represión y provenientes del yo. De allí la afirmación
realizada en 1915 en el artículo metapsicológico dedicado al inconsciente: si bien todo lo
reprimido es inconsciente, el inconsciente no coincide totalmente con lo reprimido. La existencia
de una parte inconsciente en el yo, opuesta, por clivaje, al yo coherente, obliga a reconocer la
existencia de tres inconscientes: un inconsciente asimilable a lo reprimido, un inconsciente que
pertenece al yo, distinto de lo reprimido, y un inconsciente latente, el preconsciente. Al mismo
tiempo, ya no resulta posible definir la neurosis como el resultado de un conflicto entre el
consciente y el inconsciente.
La investigación psicoanalítica, en efecto, demuestra que entre estas dos instancias es
imperativamente necesario tener en cuenta al yo, plataforma giratoria de empalme que participa
de la conciencia y de las percepciones externas, que incluye al preconsciente y tiene una parte
inconsciente. ¿Cómo dar cuenta de la complejidad de esta nueva instancia, el yo, cuyo lugar en
la elaboración teórica está convirtiéndose en esencial?
La respuesta a este interrogante constituye el momento clave de la obra. Basándose en el libro
de Groddeck, Freud traza una distinción fundamental entre un yo consciente y el yo "pasivo"
groddeckiano, es decir, un yo inconsciente que en adelante, "a la manera de Groddeck", Freud
denomina "el ello". Desde esta perspectiva, el yo se convierte en una instancia intermedia,
vinculado por una parte al mundo externo por el sistema percepción-conciencia, y por la otra al
ello, con el cual se fusiona pero sobre el cual trata de ejercer una presión apaciguadora: "La
percepción desempeña para el yo el papel que, en el ello, le corresponde a la pulsión. El yo
representa lo que se puede denominar razón y buen sentido, por oposición al ello, cuyo
contenido son las pasiones."
La relación compleja del yo con el ello -dice Freud- se asemeja a la del "jinete que debe refrenar
la fuerza superior del caballo, con una diferencia: que el jinete usa sus propias fuerzas, y el yo,
por su parte, emplea fuerzas prestadas". De hecho, la comparación va más lejos: "Así como el
jinete, si no quiere separarse de su caballo, no puede a veces hacer otra cosa que llevarlo
adonde él quiere ir, también el yo acostumbra transformar en acción la voluntad del ello, como si
fuera la suya propia". Para proteger esta nueva elaboración contra toda forma de interpelación
moral, Freud rechaza la idea de un inconsciente como lugar privilegiado de las pasiones más
bajas, opuesto a una conciencia que sería la sede de las actividades intelectuales más nobles.
Con tal propósito, recuerda que a menudo sucede que un trabajo intelectual delicado encuentra
su solución de manera inconsciente, sobre todo en el sueño. A manera de conclusión, reafirma 
la primacía de la escala de los valores psicoanalíticos, declarando: "No sólo lo más profundo,
sino también lo más elevado en el yo puede ser inconsciente".
Si las cosas pudieran quedar como estaban, la situación, precisa Freud en el inicio del tercer
capítulo, sería simple. Pero el yo no tiene sólo al ello como adversario y rival: también debe
enfrentar otra instancia, la tercera de esa nueva tópica que está tomando forma, el superyó.
Esta entidad había sido objeto de una primera elaboración en 1914, en "Introducción del
narcisismo". Freud había dado entonces el nombre de ideal del yo a una función del yo.
Después, en 1921, en Psicología de las masas y análisis del yo, esa función se convirtió en una
instancia, conservando el mismo nombre. Pero en El yo y el ello aparece un nuevo término,
superyó, considerado equivalente o sinónimo de ideal del yo. De ahí el título de ese capítulo: "El
yo y el superyó (ideal del yo)". En adelante, el ideal del yo ya no sería concebido como heredero
del narcisismo primario. En la perspectiva abierta en 192 1, el acento está en la problemática de
la identificación.
En primer término hay una referencia al texto de la metapsicología "Duelo y melancolía", que
presentaba la hipótesis de una reinscripción en el yo del objeto perdido, causa del afecto
doloroso. Freud explica que el proceso, consistente en el reemplazo de una investidura de objeto
por una identificación, muy pronto apareció como emblemático del desarrollo psicológico. Las
investiduras de objeto parten del ello, concebido como el gran depósito de la libido; son producto
de las pulsiones sexuales ante las cuales el yo trata de defenderse por medio de la represión.
Casi sistemáticamente, cualquier abandono del objeto sexual se traduce en una modificación del
yo que, como en la melancolía, se apropia del objeto por identificación. El proceso, dice Freud, es
suficientemente frecuente como para "concebir que el carácter del yo resulta de la
sedimentación de las investiduras de los objetos abandonados". Las primeras identificaciones,
las de la primera infancia, tendrán un carácter general y duradero, y una de ellas, la primera, es
responsable del nacimiento del ideal del yo: se trata de la identificación con el padre.
En la génesis del ideal del yo/superyó hay que tener en cuenta dos factores: el complejo de
Edipo y la naturaleza bisexual de cada individuo. Freud tiene entonces la oportunidad de realizar
un largo desarrollo que, como lo había anunciado en 1921 en Psicología de las masas y análisis
del yo, desemboca en la exposición de la forma llamada "completa" del complejo de Edipo. La
bisexualidad inherente a todo ser humano interviene de dos maneras en el destino del complejo
de Edipo. Primero, a propósito de la identificación final con el padre o la madre: esto, dice Freud,
dependerá "de la fuerza relativa, en los dos sexos, de las disposiciones sexuales masculina y
femenina". Después, a propósito de las formas, positiva o negativa, que haya tomado esa
estructura relacional cuya extrema complejidad es revelada por primera vez: "El varón no tiene
sólo una posición ambivalente respecto del padre y una elección de objeto tierna que apunta a la
madre, sino que se comporta al mismo tiempo como una niña al poner de manifiesto la posición
femenina tierna respecto del padre y la correspondiente posición de hostilidad celosa contra la
madre". La experiencia analítica, precisa Freud, atestigua que casi siempre se encuentran 
formas intermedias del complejo; el profesional tiene que identificar la forma de arreglo que opera
en tal o cual perfil patológico.
Pero el superyó no es sólo la resultante de las primeras elecciones de objeto del ello, sino
también una formación reactiva contra esos objetos: es a la vez mandato, "tú debes ser así
(como el padre)", e interdicción, "tú no tienes el derecho de ser así (como el padre)". Fuera cual
fuere la forma, positiva, negativa o intermedia, del complejo de Edipo, fuera cual fuere su
resolución final, el superyó conserva el carácter del padre: "Cuanto más fuerte ha sido el
complejo de Edipo y más rápidamente se ha producido su represión (bajo la influencia de la
autoridad, la instrucción religiosa, la enseñanza, la lectura), más severo será más tarde el
dominio del superyó sobre el yo como conciencia moral, incluso como sentimiento de culpa
inconsciente". El ideal del yo/superyó aparece entonces como heredero del complejo de Edipo, y
es por ello la expresión más lograda del desarrollo de la libido del ello. Si el yo es el agente de la
realidad exterior, el superyó se enfrenta a él como representante del mundo interior, del ello. La
oposición consciente/inconsciente ha sido refinada, los conflictos neuróticos tienen en adelante
por protagonistas al yo y el superyó, resultan de una oposición entre lo externo y lo interno,
entre lo real y lo psíquico.
El cuarto capítulo se propone relacionar esta nueva tópica con el dualismo pulsional elaborado en
Más allá del principio de placer, trabajo del que Freud ofrece una breve reseña, insistiendo en
las formas de unión y desunión de los dos tipos de pulsiones (pulsiones de vida y pulsiones de
muerte). El sadismo, en su forma de componente de la pulsión sexual, es un ejemplo de unión
pulsional al servicio de un fin, pero el sadismo convertido en independiente, y con la forma de
una perversión, ejemplifica la desunión pulsional. Otros ejemplos de desunión pulsional son las
diversas formas de regresion, y más en general las neurosis graves que desembocan en el
dominio de la pulsión de muerte. A la inversa, el desarrollo armonioso del psiquismo, el paso de
un estadio a otro, atestiguan la unión pulsional.
Estas consideraciones llevan a formular dos interrogantes centrales, cuyo tratamiento revela ser
también una manera de poner a prueba la validez de la hipótesis de la pulsión de muerte. ¿Es
posible descubrir, se pregunta Freud, "relaciones fecundas entre las formaciones cuya
existencia acabamos de admitir -el yo, el superyó y el ello- y las dos especies de pulsiones"?
¿Qué se puede decir de la posición del principio de placer con relación a la dualidad pulsional y la
nueva tópica que acaba de emplazarse?
Antes de responder, Freud somete una vez más a examen clínico la distinción entre los dos tipos
de pulsiones, llegando incluso a fingir que espera encontrar razones para revocar ese dualismo.
De allí que recurra al análisis atento de las relaciones amor/odio en el marco de la clínica de la
paranoia. Si en esa clínica se observan bien las diversas modalidades de la transformación del
amor en odio, y a la inversa, se advierte que cada modificación corresponde a un cambio
interno, y no a una diferencia de comportamiento del objeto. ¿No se podría hablar entonces de
una transformación directa del amor en odio, cuestionando de hecho el dualismo pulsional? 
De esta discusión surge la hipótesis de la existencia en la vida psíquica de una energía
desplazable, cuya localización inicial es desconocida, pero de la que se sabe que es capaz de
pasar de una pulsión erótica a otra, destructiva, para acrecentar la investidura total de esta
última. De hecho, el examen de las pulsiones sexuales parciales ya había permitido identificar
este proceso, y se puede formular la hipótesis de que esa energía desplazable proviene de la
reserva de libido narcisista, es decir, una forma de libido desexualizada "sublimada", que
participa de la aspiración unitaria del yo.
Freud precisa al respecto que si se incluyen "en esos desplazamientos los procesos de
pensamiento en sentido amplio, el propio trabajo de pensamiento es alimentado por la sublimación
de las fuerzas de la pulsión erótica". Volvemos a encontrar en este caso una observación
realizada inicialmente acerca de la recuperación por el yo de las investiduras objetales del ello, y
podemos captar la maniobra del yo que intenta imponerse como único objeto de amor. El yo,
observa Freud, se pone por lo tanto al servicio de las mociones pulsionales adversas al eros, y
se puede hablar entonces de un narcisismo secundario, narcisismo del yo, con riesgo de volver
a tropezar con el peligro ya amenazante en el texto de 1914: el de un abandono de todo dualismo
pulsional.
En realidad, se trata de un efecto de superficie, consecuencia del activismo y del ruido de las
pulsiones de vida, que interponen una pantalla en torno al silencio, ya observado en Más allá del
principio de placer, de las pulsiones de muerte. Freud ve la prueba en el modo en que el ello se
defiende de las tensiones provocadas por las reivindicaciones de las pulsiones sexuales. Esto
es en efecto lo que sucede en el marco de la satisfacción sexual, cuya finalidad es el rechazo
de las sustancias sexuales portadoras de tensiones eróticas. Freud observa la semejanza
existente entre el estado que sucede a la obtención de esta satisfacción, y el momento de la
muerte. Convencido de aportar de tal modo un argumento complementario favorable a su nueva
teoría de las pulsiones, no vacila en tomar el ejemplo de los "animales inferiores" en los cuales el
acto de procreación coincide con la muerte: "Esos seres vivos mueren a causa de la
reproducción, en la medida en que, estando eros fuera de juego por la satisfacción, la pulsión de
muerte tiene las manos libres para ejecutar sus designios".
El último capítulo está dedicado al sentimiento de culpa y a las formas de dependencia del yo. Se
abre con un recordatorio de las características del superyó, del que Freud subraya la
propensión a oponerse al yo en el curso de toda la evolución psicológica. El superyó, escribe, es
"el memorial de la debilidad y la dependencia antiguas del yo, y perpetúa su dominio, incluso
sobre el yo maduro". Por sus orígenes, el superyó sigue estando muy próximo al ello, lo
representa ante el yo y permanece entonces "más alejado de la conciencia que el yo".
Para ilustrar estas palabras, Freud, fiel a lo que había enunciado, se basa durante la mayor parte
del capítulo en la clínica psicoanalítica. Comienza por volver a ciertas observaciones antiguas
que aguardaban su elaboración teórica. Piensa en ciertos pacientes cuyo estado se agrava 
cuando el analista se arriesga a hacerles conocer la evolución positiva de la cura: "No solamente
[ ... ] estas personas no soportan ser elogiadas ni reconocidas, sino que [... ] reaccionan al
progreso de la cura de manera invertida". Se trata simplemente de una "reacción terapéutica
negativa", es decir, de la manifestación de un factor opuesto a la curación vivida como un
peligro. Más allá de la resistencia clásica, el analista enfrenta entonces una "inaccesibilidad
narcisista", una oposición de carácter moral, un "sentimiento de culpa", signados por la negativa
a renunciar al castigo que representa el sufrimiento. Esta explicación es aún insatisfactoria,
puesto que omite precisar la ausencia de todo sentimiento de culpa en la conciencia del paciente.
El paciente se siente enfermo y sigue inaccesible a la idea de un rechazo suyo a cualquier forma
de curación. Este estado de cosas puede abarcar mucho más que algunos casos graves, y al
realizar esta generalización Freud se ve llevado a proponer que se reconozca en este proceso
un efecto del comportamiento del ideal del yo. El recurso a la clínica de diversas formas de
patología permite distinguir los diversos aspectos de esta relación entre el superyó y el
sentimiento de culpa.
En la melancolía y la neurosis obsesiva, el sentimiento de culpa subsiste y corresponde a lo que
se denomina "conciencia moral". En ambos casos, el ideal del yo obra contra el yo con una rara
ferocidad, pero las formas de esta severidad y las respuestas del yo son diferentes. En la
neurosis obsesiva, el paciente niega su culpa y pide ayuda. Enfrentado a una alianza entre el
superyó y el ello, ignora las razones de la represión de la que es víctima. En la melancolía el yo
se reconoce culpable, y se puede formular la hipótesis de que el objeto de la culpa está ya en el
yo, como producto de la identificación. En otros casos -por ejemplo la neurosis histérica-, el
sentimiento de culpa es totalmente inconsciente. Puesto en peligro por las percepciones penosas
provenientes del superyó, el yo se sirve entonces de la represión contra su amo, cuando por lo
general es este amo el que la pone a su servicio.
En la medida en que la conciencia moral se origina en el complejo de Edipo, el sentimiento de
culpa sigue siendo en lo esencial inconsciente. Si bien se puede afirmar la independencia del
superyó ante el yo, y que sus relaciones con el ello son estrechas, ¿cómo explicar esa
severidad del superyó respecto del yo, que es la responsable del sentimiento de culpa? También
en este caso las respuestas varían en función de la clínica. En el caso de la melancolía, el
superyó se apodera del sadismo para abatir al yo. Pero se trata de la parte del sadismo
irreductible al amor: su instalación en el superyó, sus ataques dirigidos exclusivamente contra el
yo, constituyen el caso único de un dominio absoluto por la pulsión de muerte, capaz de llevar
con mucha frecuencia al yo hacia su fin. En la neurosis obsesiva, el sujeto, incluso si está
expuesto a reproches igualmente duros, nunca llega, por así decirlo, hasta la autodestrucción: a
diferencia del histérico, el neurótico obsesivo mantiene una relación con el objeto contra el cual
pueden volverse las pulsiones destructivas, como pulsiones de agresión.
De modo que la melancolía constituye un caso excepcional en el que las pulsiones de muerte,
debido a una desunión, se vuelven a encontrar solas, en estado puro, reunidas en el superyó.
En los otros casos, las pulsiones de muerte se transforman en pulsiones de agresión vueltas 
hacia el exterior, o bien son refrenadas por su ligazón con elementos pulsionales eróticos.
¿Por qué esta especificidad de la melancolía, cuyo cuadro clínico parece constituir el argumento
decisivo en favor de la existencia de las pulsiones de muerte? Como primer elemento de
respuesta, Freud observa que, en contra del sentido común, cuanto más limita un hombre su
agresividad hacia el exterior, más la aumenta en contra de sí mismo. En este fenómeno se
pueden incluso encontrar -precisa Freud- los fundamentos de la concepción del ser superior
que castiga, del Dios vengador y represivo.
Yendo más lejos, Freud recuerda la génesis del superyó: la identificación con el modelo paterno
se acompaña entonces de una desexualización, incluso de una sublimación y de una desunión
pulsional. La pulsión destructiva queda entonces libre, puesto que eros, por el hecho de la
sublimación, ya no puede ligar entre sí las mociones pulsionales. La crueldad y el sentido del
deber imperativo que caracterizan al ideal pueden pensarse como efectos de esa desunión.
Estas propuestas permiten puntualizar la concepción psicoanalítica del yo convertido en
instancia integral de esta nueva tópica. Freud se muestra entonces vacilante, piensa por
momentos que el yo puede conquistar al ello, y en otros que el yo sigue siendo un servidor
desgarrado, complaciente u obsequioso con el ello, el superyó y la realidad externa. En cuanto al
ello, trata a menudo de someterlo a la dominación muda y poderosa de las pulsiones de muerte,
quizá subestimando el papel de eros.
La naturaleza de estas incertidumbres demuestra en todo caso que la gran revisión de 1920
alcanzó con este ensayo un punto de no retorno. No obstante, subsistían cuestiones en
suspenso que sólo ulteriormente encontraron sus respuestas más o menos definitivas: en 1924,
en "El problema económico del masoquismo"; en 1930, en El malestar en la cultura, y en 1933,
en la trigésima primera de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Se
advertirá que en esta última conferencia, titulada "La disección de la personalidad psíquica",
Freud atribuye un lugar esencial al superyó, mientras que el ideal del yo sólo subsiste como un
aspecto del superyó ligado a la antigua representación parental.
Finalmente, fue en este texto donde apareció la frase célebre que sería traducida diversamente
según las escuelas psicoanalíticas: "Wo Es war, soll Ich werden". Se trataba a su juicio de
asignarle una nueva tarea a la cultura, cuya importancia, dijo, era comparable a la desecación
del Zuiderzee. 


Zalkind Arón Borissovich
(1888-1936) Médico y psicoanalista ruso
fuente(99) 
Alumno del psiquiatra Wladimir Petrovich Serbski (1858-1917), reformador del asilo ruso, Arón
Borissovich Zalkind nació en Jarkov y comenzó a interesarse por las tesis de Alfred Adler antes
de la Primera Guerra Mundial. Después se orientó hacia el freudismo y publicó artículos en la
revista Psychotherapia, creada por Nicolás Vyrubov (1869-?) y Moshe Wulff. Ejerció el
psicoanálisis en Kiev a principios de la década de 1920 y formó a su alrededor a un pequeño
grupo de psicoterapeutas. Después de la Revolución de Octubre se volvió hacia la reflexología, 
y sobre todo hacia la paidología. Más tarde, en el marco del debate que opuso a freudomarxistas
y antifreudianos, adoptó las tesis de los primeros, compartiendo la idea de que la doctrina
vienesa era compatible con el marxismo, siempre y cuando se la amputara de la teoría sexual
(demasiado "bestial"), y de su concepto de pulsión de muerte (demasiado "pesimista").
Zalkind hizo su autocrítica en 1930, en un congreso sobre el comportamiento humano,
"confesando" haber sido "objetivamente" responsable de la difusión del freudismo en su país.
Pero esto no le sirvió de nada. Sus adversarios lo calificaron de "menchevique idealista y
ecléctico", y perdió su puesto de director del Instituto de Psicología, Paidología y Psicotécnica. En
1932 fue violentamente criticado por Wilhelm Reich a propósito de un artículo sobre la sexualidad
infantil. Murió de un infarto después de haber renunciado a toda actividad institucional. 


Zentralblatt für psychoanalyse.
Medizinische Monatschrift für seelenkunde.
(Periódico central de psicoanálisis. Mensuario médico de psicología)
      fuente(100) 
Creado por Sigmund Freud en julio de 1910, el Zentralblatt fue el primer órgano oficial de la
International Psychoanalytical Association (IPA), fundada en marzo del mismo año. Tenía por
redactores en jefe a Carl Gustav Jung y Wilhelm Stekel. Después de que este último se alejara de
la Wiener Psychoanalytische Vereinigung (WPV), en 1912, sólo salió un número más. Para
reemplazarlo, Freud creó en 1913 el Internationale Úrztlische Zeitschriftfür Psychoanalyse
(IZP), que más tarde se fusionó con la revista Imago, para dar origen al Internationale
Zeitschriftfür Psychoanalyse und Imago (IZP-IMAGO), que dejó de aparecer en 1941. Entonces
se convirtió en órgano oficial de la IPA el International Journal of Psycho-Analysis (IJP),
fundado por Ernest Jones en 1920. 


Zilboorg Gregory
(1890-1959) Psiquiatra y psicoanalista norteamericano
fuente(101) 
Gregory Zilboorg provenía de una familia judía ortodoxa de Ucrania. Estudió medicina en San
Petersburgo, e influyó en él la enseñanza de VIadimir Bekhterev (1856-1927), creador de la
palabra "reflexología". Socialista, se mostró favorable al gobierno de Aleksandr Kerenski
(1881-1970), pero violentamente hostil al bolcheviquismo. En 1919 emigró a los Estados Unidos,
y en 1930 se instaló como psiquiatra y psicoanalista en Nueva York. En 1941 publicó, en
colaboración con George W. Henry, la primera gran obra dedicada a la historia de la psiquiatría.
Creó la expresión "psiquiatría dinámica" para definir un dominio de la psiquiatría dinámica o
dialéctica, cuyo objetivo había sido secularizar el fenómeno mental, sustrayéndolo por una parte
a la demonología, y por la otra al organicismo (es decir, a la medicina). El término fue retomado
por Henri F. Ellenberger con una perspectiva un poco distinta.
Zilboorg se distinguía por un comportamiento extravagante con ciertos pacientes, y los
impulsaba a dar "regalos" en especie y a pagar sumas astronómicas. Esto lo desacreditó en el
seno de la New York Psychoanalytic Society (NYPS). 


Zócalo inconsciente de la pareja
fuente(102) 
Definición
Puget-Berenstein llaman "zócalo inconsciente de la pareja" a la estructura profunda reguladora
de la misma, lo subyacente a todas las modalidades de interacción que son los observables. 
Este modelo relacional latente, sostenido por acuerdos y pactos inconscientes, es el que provee
un código de sentidos implícitos; es el que establece el conjunto de leyes que regulará lo
permitido y lo prohibido para esas dos personas a manera de síntesis que se diferencia de los
códigos individuales. Desde este nuevo código específico, cada pareja organiza sus
entendimientos según los cuales selecciona una determinada modalidad de relación.
El zócalo contiene representaciones objetales y con ellas arma una trama fantasmática
(interfantasmatización). Da cuenta de la relación con el Objeto único, contiene deseos infantiles
insatisfechos, la problemática de la diferenciación sexual; incluye también identificaciones
históricas edípicas y representaciones socioculturales inherentes a las normas que dan
pertenencia social. Forma así una estructura relacional estable, aunque no inmutable, y es un
organizador de la relación en sus distintas modalidades de intercambio (sexual, económica y
comunicacional).
Origen e historia del término
Los autores tomaron este término homologándolo al concepto arquitectónico de zócalo, es decir,
entendiendo por él una base profunda sobre la cual se apoyan los elementos sostenidos por
ella. Para la arquitectura "es el cuerpo inferior de un edificio u obra que sirve para elevar los
basamentos a un mismo nivel". (Real Academia Española, 1956).
A diferencia de otros conceptos provenientes del psicoanálisis individual la noción de Zócalo
Inconsciente, desde que se formuló, pertenece al campo vincular, por definición.
No obstante se ha ido ampliando y complejizando durante los últimos años de teorización de los
vínculos.
En su origen, tal corno fue definido, los componentes contenidos en dicha estructura podrían
enunciarse en tres órdenes: 1º) Una representación narcisista, subyacente a toda relación de
pareja, el Objeto Único, vínculo con un otro estable dotado de un carácter de necesariedad y
exclusividad, a quien nadie podría reemplazar.
Este modelo es soporte de las representaciones primarias de ambos miembros de la pareja. (Ver
Objeto único).
2º) Van a formar parte del zócalo inconsciente las identificaciones aportadas por las historias
edípicas y pre-edípicas según los modelos de organización familiar propia de cada uno de los 
sujetos del vínculo. La organización familiar es la que ofrece modelos de constitución de la
pareja en su doble condición de pareja sexuada con exclusión del hijo, y pareja de padres en la
que el acento recae en la relación con el hijo.
De todo lo anterior devendrán las elecciones de cómo ser, a quién tener, y como quién hacer.
Y) También integrarán el zócalo las representaciones sociales inconscientes, dadoras de
pertenencia al conjunto.
Estos tres órdenes de representaciones integrarán una nueva representación que las contiene,
la del Objeto Pareja, que a su vez cada uno de los miembros aportará al encuentro, dando lugar
a través de los acuerdos y pactos que establezcan, a una nueva construcción compartida: el
Objeto Pareja compartido.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
Dentro del seno mismo de la Teoría vincular, esta conceptualización fue ampliada y complejizada
con los sucesivos aportes de los mismos autores, sus discípulos y otros desarrollos tales como
los de P. Aulagnier, R. Kaës, E. Granjon y otros.
En este sentido fueron cobrando cada vez mayor relevancia ciertas representaciones
inconscientes del macrocontexto social, poniendo -en primer plano, antes que a las
identificaciones, a los conceptos de pertenencia, atribución y transmisión.
Así, entró a formar parte del zócalo inconsciente, el contrato narcisista que se celebra entre los
componentes narcisistas del conjunto que busca "inmortalizarse", y los sujetos que encuentran
un reconocimiento narcisista y un lugar en el conjunto, a condición de hacerse eco de los
enunciados que éste proclama (P. Aulagnier).
La noción de pacto denegativo (R. Kaës, 1987) viene a ampliar la conceptualización ya que al
negar lo imposible del vínculo, se torna condición de posibilidad del entramado inconsciente del
zócalo (negatividad radical), haciendo posible tramitar, en la positividad, lo faltante y lo fallido,
lo nunca sido en los intercambios imaginarios de la pareja (negatividad relativa).
También integrarán el pacto denegativo, como negatividad de obligación, las renuncias
pulsionales que habrá de hacer cada uno y el bagaje individual de contenidos traumáticos que
forma parte de la historia transgeneracional que cada uno porta en forma de telescopaje, de
fantasma o de cripta. 
Estos contenidos que habitan a los sujetos, al mismo tiempo que deben quedar excluidos de la
circulación consciente para posibilitar el vínculo, son los que, a su vez, entran en juego en el
momento de la elección de pareja, al modo del "encuentro genealógico" y subtienden los lazos
libidinales y narcisistas, fundando así el zócalo y sellando el "pacto de alianza ". (E. Granjon,
1987).
La pareja pactará el dejar afuera estos contenidos, y lo hará por medio de un acuerdo
inconsciente -pacto denegativo- que integrará, a su vez, el zócalo inconsciente, y en caso que
se produzca algún tipo de fisura o de ruptura del pacto denegativo, sus efectos podrán hacerse
presentes como síntomas, psicosomatosis, accidentes o acting out, situaciones que motivan la
frecuente consulta clínica (Cincunegui-Chebar, 1996).
Problemáticas conexas
Una de las problemáticas conexas podría consistir en plantearnos qué acepción y alcance de la
noción de estructura manejaban los autores cuando crearon el término, y revisar si se sigue
manteniendo sin modificar, o ha ido variando con los desarrollos actuales.
Si bien enuncian que se trata de una estructura estable, también agregan que no es inmutable,
lo que permite pensar en una estructura abierta.
Así como a la luz de las nuevas formulaciones sobre la teoría vincular, el funcionamiento
narcisista a predominio de Objeto único (ver término) quedó ubicado en otro lugar para la
comprensión de la constitución subjetiva, la noción de Zócalo Inconsciente sufre un corrimiento
semejante. La potencialidad vincular antes atribuida a la fuerza determinante del zócalo, deja
paso a los fenómenos nuevos que impactan sobre los acuerdos y pactos inconscientes del
mismo, haciendo relevante la capacidad de determinación de la historia misma del vínculo y
atribuyendo a las historias infantiles de cada uno, cristalizadas en el zócalo, un valor
condicionante, y izo determinante.
Nos cabe interrogar entonces, acerca del grado de determinación que su constitución plantea;
qué lugar habrá para incluir el azar; cuánto de lo radicalmente nuevo podrá inscribirse en ese
entramado preexistente; qué lugar habrá en él para el acontecimiento.
Cada estructura fijará los límites de reorganización posible de los componentes de la misma; si
bien el acontecimiento es algo radicalmente nuevo, el campo de inscripción será siempre la
situación previa.
Por ser algo radicalmente nuevo, le planteará a la estructura cierta necesidad de movimiento 
para hacer lugar a ello, generando cambios en lo ya existente, de lo cual inferimos que ciertas
negatividades podrían llegar a hacer un corrimiento en el sentido de positivizarse, dando lugar a
una reorganización de la estructura.
Según sea el posicionamiento que el analista tome frente a estas cuestiones, en función del
valor que le otorgue a lo nuevo o a la repetición, será también el corolario clínico que devendrá,
marcado por su lugar de transferencia.
A nuestro entender, la Teoría ha ido virando progresivamente hacia la prevalencia de estos
últimos vectores, abandonando cada vez más, la concepción estructuralista más cerrada de los
comienzos y dando cabida a desarrollos que conciben un psiquismo abierto al devenir histórico
y al acontecimiento. 


Zona erógena
Al.: erogene Zone.
Fr.: zone érogène.
Ing.: erotogenic zone.
It.: zona erogena.
Por.: zona erógena.
fuente(103) 
Toda región del revestimiento cutáneo-mucoso susceptible de ser asiento de una excitación de
tipo sexual.
De un modo más específico, ciertas regiones que son funcionalmente el asiento de tal excitación:
zona oral, anal, uretro-genital, pezón.
La teoría de las zonas erógenas, bosquejada por Freud en las cartas a W. Fliess del 6-XII-1896 y
del 14-XI-1897, apenas ha variado desde su publicación en los Tres ensayos sobre la teoría
sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905). Toda región del revestimiento
cutáneo-mucoso puede funcionar como zona erógena, y Freud extiende incluso la propiedad
llamada erogeneidad a todos los órganos internos: «Hablando con propiedad, todo el cuerpo es
una zona erógena». Pero algunas zonas parecen «predestinadas» a esta función. Así, en el
ejemplo de la actividad de succión, la zona oral se halla fisiológicamente determinada a su
función erógena; en la succión del pulgar, este último participa en la excitación sexual como
«una segunda zona erógena, aunque sea de menor valor». Las zonas erógenas son fuentes de
diferentes pulsiones parciales (autoerotismo). Determinan, con mayor o menor especificidad,
cierto tipo de fin sexual.
Si bien la existencia y el predominio de ciertas zonas corporales en la sexualidad humana siguen
siendo un dato fundamental de la experiencia psicoanalítica, no basta para explicarlo una
interpretación puramente anatomo-fisiológica. Conviene considerar que las zonas erógenas
constituyen, en el origen del desarrollo psicosexual, los puntos de elección de los intercambios
con el ambiente, al mismo tiempo que solicitan, por parte de la madre, la máxima atención, 
cuidados y, por consiguiente, excitaciones. 


Zona histerógena
Al.: hysterogene Zone.
Fr.: zone hystérogéne. 
Ing.: hysterogenic zone.
It.: zona isterogena.
Por.: zona histerógena.
fuente(104) 
Aquella región del cuerpo de la cual Charcot, y más tarde Freud, mostraron que era, en ciertos
casos de histeria de conversión, el asiento de fenómenos sensitivos especiales; calificada por el
enfermo de dolorosa, esta región aparece al examen como libidinalmente catectizada, y su
excitación provoca reacciones parecidas a las que acompañan al placer sexual y que pueden
llegar hasta el ataque histérico.
Charcot llamaba zonas histerógenas « [...] aquellas regiones del cuerpo, más o menos
circunscritas, a nivel de las cuales la presión o la simple fricción determina, más o menos
rápidamente, el fenómeno del aura, al cual sigue alguna vez, si se insiste, el ataque histérico.
Estos puntos o, mejor, estas zonas, tienen además la propiedad de constituir el asiento de una
sensibilidad permanente [...]. Una vez desarrollado el ataque, puede ser a menudo interrumpido
mediante una presión enérgica ejercida sobre estos mismos puntos».
Freud toma el término «zona histerógena» de Charcot y enriquece su significación en los
Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895): «[...] algunas zonas las designa el
enfermo como dolorosas; pero cuando el médico, durante la exploración, las comprime o pellizca,
provoca reacciones [...] parecidas a las que suscita un cosquilleo voluptuoso». Freud relaciona
estas reacciones con el ataque histérico, el cual sería un «equivalente del coito».
Así, pues, la zona histerógena es una región del cuerpo que se ha vuelto erógena. Freud, en los
Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), subrayó el
hecho de que «zonas erógenas y zonas histerógenas presentan los mismos caracteres». En
efecto, mostró (véase: Zona erógena) que cualquier región del cuerpo se podía convertir a su
vez en erógena, por desplazamiento a partir de las zonas funcionalmente predispuestas para
procurar el placer sexual. Este proceso de erogeneización actúa especialmente en. el histérico.
Las condiciones para tal desplazamiento se encuentran en la historia del sujeto. Así, por ejemplo,
el Caso de Elisabeth von R..., de los Estudios sobre la histeria, muestra cómo se constituye
una zona histerógena: «La enferma comenzó sorprendiéndome al anunciarme que ella sabía
ahora por qué razón los dolores comenzaban siempre por un punto determinado del muslo
derecho y alcanzaban allí la máxima intensidad. Era precisamente allí donde, cada mañana, su
padre apoyaba su pierna hinchada, cuando ella le cambiaba los vendajes. Esto le había ocurrido
por lo menos un centenar de veces y, cosa notable, hasta este momento no había pensado en
tal relación; de este modo la paciente me ofreció la explicación de la formación de una zona 
histerógena atípica».
Como puede apreciarse, el concepto de zona histerógena se modifica al pasar de Charcot a
Freud: 1) Este considera la zona histerógena como asiento de excitaciones sexuales; 2) No
admite la topografía fija que intentó establecer Charcot, sino que afirma que cualquier región del
cuerpo puede volverse histerógena. 


Zulliger Hans
(1893-1965) Psicoanalista suizo
fuente(105) 
Lo mismo que numerosos médicos o pedagogos suizos influidos por la ética protestante y la
tradición de la "cura de almas", Hans Zulliger se interesó por el freudismo con la intención de
reformar los métodos educativos aplicados a los niños. En tal sentido, se inscribe en el linaje de
los misioneros modernos del psiquismo humano que, desde Oskar Pfister hasta Adolf Meyer,
pasando por Hermann Rorschach e incluso Eugen Bleuler, fueron los iniciadores de una
renovación del tratamiento de la desviación, de la locura o simplemente de la normalidad, cuyos
efectos se hicieron sentir hasta la década de 1970.
Nacido en el cantón de Berna, Zulliger provenía de un ambiente modesto de obreros relojeros.
Para no estar demasiado tiempo a cargo de sus padres, renunció a seguir estudios de medicina,
y pensó en convertirse en docente. En la primavera de 1912 fue designado maestro en el pueblo
de Ittingen, donde durante cerca de cincuenta años formó a generaciones de niños campesinos
con la ayuda de su esposa, también maestra.
Oyó hablar por primera vez de la doctrina freudiana en la escuela normal de HofwilBerna,
dirigida por Ernst Schneider (1878-1957), pedagogo de vanguardia analizado por Carl Gustav
Jung y Oskar Pfister. Su interés por los niños que estaban a su cargo lo llevó entonces al camino
del psicoanálisis. Después de una cura con Pfister emprendió la vía de las "pequeñas
psicoterapias de niños", destinadas a curar síntomas como el tartamudeo, la enuresis, la
compulsión de robar o la masturbación.
Alentado por Sigmund Freud, al que visitó en dos oportunidades, fue invitado en 1921 a
continuar su acción y unirse a la Sociedad Suiza de Psicoanálisis (SSP), que acababa de
fundarse y de la que sería secretario. Con Rorschach se inició en el método del
Psychodiagnostik y, en la línea de Anna Freud, adoptó la técnica del dibujo libre y la terapia por
el juego, pero desprendiéndose del análisis de niños; prefirió seguir siendo más bien educador
que psicoanalista en el sentido clásico. Publicó numerosos libros que fueron traducidos a varios
idiomas. 


Zweig Arnold
(1887-1968) Escritor alemán
fuente(106) 
Como Stefan Zweig o Romain Rolland, Arnold Zweig mantuvo una rica cortespondencia con
Sigmund Freud, en su caso entre 1927 y 1939. Allí podemos encontrar todo tipo de
consideraciones sobre los acontecimientos políticos, el comunismo, la judeidad, el nazismo, la
literatura. Además, los dos hombres abordaban libremente cuestiones concernientes al incesto y
la homosexualidad, así como las dificultades con las que tropezaba el escritor en el curso de la 
cura psicoanalítica que realizaba en Berlín con un cierto doctor K., en razón de sus graves
síntomas depresivos.
En 1968, en el momento de la publicación de esta correspondencia, Ernst Freud y Adam Zweig
(el hijo de Arnold) decidieron suprimir veinticinco cartas consideradas demasiado confidenciales
y no lo bastante "científicas" como para figurar en ese intercambio. Esta censura lleva a pensar
en la que ha mutilado otras dos correspondencias de Freud: con Wilhelm Fliess y con Oskar
Pfister. Como lo ha subrayado Marthe Robert (1914-1996) en el prefacio de la edición francesa,
se trató en este caso de una censura realizada por dos hijos para "proteger" la vida "privada" de
dos padres célebres: "Aquí, como siempre, el objeto del escándalo es evidentemente el análisis
-no por cierto el análisis como bien incorporado desde hace mucho tiempo a la cultura, sino como
experiencia personal, con todo lo que ello implica de indiscreto, efectivamente, y todo lo que
cada vez pone en peligro en cuanto a las conveniencias y los prejuicios".
Arnold Zweig nació en Glogau, Silesia, en una familia judía. Su padre, primero talabartero, había
adquirido una empresa de transporte de cargas, que proveía forraje y carbón al ejército. Una ola
de antisemitismo trastornó su vida, y debió abandonar la ciudad para retomar su antiguo oficio.
Esta experiencia marcó profundamente el destino del joven Arnold. Después de realizar estudios
brillantes, fue movilizado y participó en la carnicería de la Gran Guerra; después se volvió hacia
el sionismo y el pacifismo. En 1925 comenzó a dedicarse a la literatura, tomando como modelo a
Thomas Mann y los grandes autores realistas del siglo XIX. Adquirió notoriedad después de la
publicación, en 1927, de El caso del sargento Grischa, novela en la cual narraba la historia de
un soldado ruso evadido y después condenado a muerte como espía por el estado mayor
alemán, aunque en realidad era inocente. Zweig abordaba la cuestión quemante de los
"fusilados para ejemplo".
Después de la toma del poder por el nacionalsocialismo, emigró a Palestina. Permaneció catorce
años en Haifa, aunque multiplicando sus viajes; en uno de ellos, conoció en Nueva York a las
grandes figuras de la emigración alemana. Esa vida en Palestina no le resultó tan satisfactoria
como esperaba, y pronto sintió nostalgia de Berlín y la nación alemana, con la que se había
identificado. Su novela De Vriendt kehrt heim ("De Vriendt está de vuelta") fue mal recibida por
los ambientes intelectuales sionistas, que la consideraron escandalosa. Zweig realizaba en ella
el relato del asesinato en Jerusalén, por un sionista radical, de Jacob Israel De Haan, escritor
judío holandés, a la vez descreído, ortodoxo y homosexual, que había mantenido una relación
amorosa con un joven árabe: "Para mí -le escribió a Freud- es una vieja historia. La figura de
este ortodoxo que en sus poemas secretos maldecía a «Dios en Jerusalén» ... " esta figura
importante y complicada me fascinó cuando aún era de actualidad [ ... ]. Las tendencias
homosexuales de este libro, que yo indico con un desagrado particular [.. . ] me llevaron en
seguida a hacerme confesiones. Yo era los dos personajes al mismo tiempo, el joven árabe
(semita) y el amante, el escritor a la vez ortodoxo e impío. Me temo que la remoción de estas
cosas reprimidas sea la causa principal de mi depresión. Esto va un poco lejos, ¿no es así?..." 
En 1948 Zweig se instaló en Berlín Este, se convirtió en diputado de la joven república socialista
y sucedió a Heinrich Mann (1871-1950) en la presidencia de la Academia de las Artes. Se volvió
entonces un escritor oficial, compañero de ruta del Partido Comunista, y recibió las más altas
distinciones, entre ellas el premio Lenin, mientras se esforzaba, lo mismo que Anna Seghers
(1900-1983) y Bertolt Brecht (1898-1956) por abrir el camino a una literatura específicamente
germano-oriental. 


Zweig Stefan 
(1881-1942) Escritor austríaco
fuente(107) 
Nacido en Viena en una familia de la burguesía liberal judía, con un padre industrial textil
originario de Moravia y una madre descendiente de judíos alemanes, Stefan Zweig vivió su
infancia y su adolescencia en medio del bienestar material y la despreocupación. De su padre
heredó la discreción y el sentido de las conveniencias sociales. De su madre, la sensibilidad y
una fragilidad psicológica que a menudo lo dejaría inerme y víctima de la depresión, al tener que
enfrentar los trágicos acontecimientos que signaron su vida de hombre.
De sus estudios secundarios en el Maximilian Gymnasium, Zweig sólo retuvo el aburrimiento y la
opresión que, más tarde, inspiraron su crítica a los métodos educativos autoritarios, represivos e
hipócritas, propugnados por la burguesía vienesa. En esa época se apasionó por la música, en
particular por Johannes Bralinis (1833-1897), y por el teatro y la literatura. Emprendió estudios de
filosofía en la universidad, pero con más frecuencia frecuentó los cafés, las salas de
espectáculos y otros lugares de encuentro intelectual. Muy pronto puso de manifiesto su gusto
por la vanguardia, asistió a los primeros conciertos de Arnold Schönberg (1874-195 l), se
convirtió en admirador de Rainer Maria Rilke (1875-1926) y más aún de Hugo von Hofmannsthal
(1874-1929), a quien tomó como modelo. En 1901 Zweig obtuvo su primer éxito con una
compilación de poemas, La cuerda de plata, saludada por toda la crítica de lengua alemana.
Pronto alcanzaría la consagración, con la publicación de uno de sus textos en la primera página
del prestigioso diario Neue Freie Press, en la que su nombre aparecía junto a los de los más
grandes escritores europeos del momento, muchos de los cuales se convertirían en sus amigos.
Temiendo que lo embriagara esa celebridad precoz, sintiendo que Viena lo asfixiaba, Zweig vivió
durante algún tiempo en Berlín, vinculándose con la intelligentsia de la capital alemana y
descubriendo, al azar de sus encuentros con jóvenes poetas y escritores, otro rostro de la vida
bohemia, marcado por el hambre, el alcoholismo y la miseria. Algún tiempo después comenzó a
viajar. Recorrió primero Europa, se apasionó por Italia y las costas del Mediterráneo, y después
partió a Asia, antes de descubrir la América Central, la Costa Este de los Estados Unidos y
Canadá.
Instalado en una hermosa residencia en Salzburgo, durante veinticinco años recibió allí a todos
los artistas e intelectuales de Europa. Zweig se convirtió en un escritor célebre, conocido por su
generosidad. Sin embargo, detrás de ese éxito brillante subsistía su fragilidad psicológica.
En 1908, poco después de haberse hecho amigo de Arthur Schnitzler, Zweig comenzó a
intercambiar cartas con Sigmund Freud. 
Esa correspondencia y esa relación estuvieron impregnadas hasta el final por el entusiasmo y el
afecto filial de Zweig, y una mezcla de distancia, prudencia e incluso a veces irritación por parte
de Freud. En los primeros años las cartas eran anodinas, en particular las de Freud. Pero en
1920, cuando Zweig ya era célebre, Freud le envió una larga misiva. Acababa de recibir y leer
Tres maestros, obra que agrupaba tres ensayos biográficos de Zweig, dedicados a Honoré de
Balzac (1799-1850), Charles Dickens (1812-1870) y Fedor Mijailovich Dostoievski (1821-1881).
Después de algunas líneas elogiosas, Freud tomaba el tono de un profesor no completamente
satisfecho con el trabajo de su brillante alumno: "Si se me permite -escribió- medir su
presentación con la vara más severa, diría que ha tenido un éxito completo con Balzac y
Dickens. Pero esto no era demasiado difícil, éstos son tipos simples, rotundos. En cambio, con
este ruso enredado, eso no se podía hacer de manera igualmente satisfactoria. Se sienten
entonces faltas, así como enigmas que no han sido resueltos. [ ... ] Creo que usted no debería
haber dejado a Dostoievski con su supuesta epilepsia. Es muy improbable que haya sido
epiléptico. Los [ ... ] grandes hombres de quienes se dice que fueron epilépticos han sido
histéricos. Creo que sobre todo Dostoievski se habría podido construir sobre la base de su
histeria." Ocho años más tarde, Freud redactó su propia versión de la historia de Dostoievski,
comparando Los hermanos Karamazov con la tragedia de Edipo.
En 1931 Zweig publicó un ensayo muy audaz, La curación por el espíritu, en el cual trazó la
historia de las psicoterapias desde Franz Anton Mesmer, a su juicio el antepasado del
psicoanálisis. El contraste entre este planteo y el de Freud es sorprendente. Freud, en su
artículo "Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico", omite a sus predecesores. Se
vio entonces llevado a rectificar, en una carta a Zweig, lo que le parecía erróneo en su retrato y
en la presentación de su obra por el escritor: "Yo podría cuestionar -le escribió- el modo en que
usted subraya demasiado exclusivamente la corrección demasiado pequeño-burguesa de mi
carácter; con todo, el muchacho es un poco más complicado".
De hecho, Freud, que conocía ese texto desde antes de su publicación, se había referido a él en
términos poco agradables en una carta a Arnold Zweig del 10 de septiembre de 1930. Evocando
el lapsus que le había hecho atribuir a Arnold el título de doctor, que en realidad quería discernirle
irónicamente a Stefan Zweig, escribió: "El análisis inmediato del acto fallido me condujo
naturalmente a un terreno difícil: el elemento perturbador era el otro Zweig, de quien yo sé que
está incluyéndome en un ensayo que debe hacerme aparecer en público en compañía de
Mesmer y Mary Eddy Baker. En los últimos seis meses, me ha dado una seria razón de
descontento."
En dos oportunidades más, Stefan Zweig le dio a Freud razones para estar descontento.
Primero, al emprender gestiones para hacerle otorgar el Premio Nobel, y después cuando asoció
por error su nombre con el de Carl Gustav Jung, sobre un cartel que anunciaba una conferencia
de Charles Emil Maylan (1886-?). Autor de un libro antisemita sobre Freud, Maylan sostenía que
el psicoanálisis era la expresión de una venganza de los judíos humillados, contra Roma y el
catolicismo... 
Con el correr del tiempo, la relación entre los dos hombres fue mejorando. Zweig continuó
manifestándole a Freud su admiración y su fidelidad. En 1938 lo recibió en Londres con algunas
palabras respetuosas; poco tiempo después lo visitó acompañado de algunos amigos, entre ellos
Salvador Dalí (1904-1989). El pintor bosquejó entonces dos retratos del maestro que Stefan
Zweig no tuvo el valor de mostrarle -a tal punto estaba la muerte presente en ellos-. Después de
esta visita, Freud le escribió a Zweig: "Verdaderamente debo agradecerle que haya traído a mi
casa a los visitantes de ayer. Pues hasta ayer yo me inclinaba a considerar a los surrealistas,
que parecen haberme elegido como santo patrono, unos locos absolutos (digamos al 95 por
ciento, como se dice del alcohol)."
En 1940, exiliado en Nueva York, Zweig inició la redacción de sus memorias, El mundo de ayer.
En ese libro impregnado de una nostalgia y una melancolía que permiten presagiar la tragedia
final, trazó uno de los más bellos retratos de Freud que se hayan escrito: "Fue en Viena, en la
época en que él era calificado de pensador caprichoso, obstinado y difícil, y detestado como tal,
donde conocí a Sigmund Freud, ese espíritu grande y severo, que más que ningún otro en esta
época ha profundizado y ampliado el conocimiento del alma humana. Fanático de la verdad pero
al mismo tiempo perfectamente consciente de los límites de toda verdad [ ... ] se había
aventurado en esas zonas, inexploradas y temerosamente evitadas, del mundo demasiado
terrestre y subterráneo de las pulsiones, es decir, en la esfera que esa época había declarado
solemnemente «tabú» [....]. Por primera vez descubrí a un verdadero sabio, que se había elevado
por encima de su propia situación, que ni siquiera percibía ya el sufrimiento y la muerte como una
experiencia personal, sino como objetos de consideración que superaban a su persona; no
menos que su vida, su muerte fue una hazaña moral."
El 22 de febrero de 1942, seis meses después de haberse instalado en la ciudad brasileña de
Petrópolis, Stefan Zweig se suicidó junto con su joven esposa, Lotte Altmann, tomando
comprimidos de veronal. 
 
Notas finales


Nota 1
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 2
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 3
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 4
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 5
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 6
Para una discusión más amplia acerca de este tema, puede consultarse el libro de Glover, Técnica del
psicoanálisis (The lechnique of Psychoanalysis, 1955), que muestra que las preguntas planteadas por la técnica
activa siguen sin responder.


Nota 7
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon 


Nota 8
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 9
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 10
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 11
Las últimas palabras entrecomilladas han sido tomadas del artículo de Lou Andreas Salomé: «Anal» y «Sexual»
(«Anal» und «Sexual», 1916).


Nota 12
Diccionario de Psicoanálisis
Jean Laplanche
Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 13
Acerca de esta evolución en la utilización de la hipnosis por Freud, consúltese, por ejemplo, Un caso de
curación por la hipnosis (Ein Fall von hypnotischer Heilung, 1892-1893).


Nota 14
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 15
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 16
Diccionario de Psicoanálisis 

      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 17
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 18
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 19
El empleo kantiano de la noción de tópica podría intentar situarse entre una concepción lógica o retórica, que es
la de los antiguos, y la concepción de los lugares psíquicos, que será la de Freud. Para Kant, el buen uso
lógico de los conceptos depende de nuestra capacidad de relacionar correctamente las representaciones de
cosas con una u otra de nuestras facultades (sensibilidad y entendimiento).


Nota 20
En esta última carta, en el preciso momento en que Freud elabora la teoría del aparato psíquico que será la de
La interpretación de los sueños, la palabra tópica está tan cargada de significaciones anatómicas que Freud
precisa que la distinción de los sistemas psíquicos no es «[...] necesariamente tópica».


Nota 21
Es preciso subrayar además que este pretendido esquema del arco reflejo, que devuelve en forma motriz la
misma energía que ha recibido en la extremidad sensitiva, no tiene en cuenta algunos datos establecidos ya en
aquella época por la fisiología nerviosa, y que Freud, neurólogo consumado, conocía perfectamente. Tal
«negligencia» quizá proceda del hecho de que Freud intenta explicar, por medio de un esquema único, la
circulación de la energía pulsional, calificada de «excitación interna», y la de las «excitaciones externas».
Desde este punto de vista, el modelo propuesto debería entenderse fundamentalmente como un modelo del
deseo, que Freud generalizaría convirtiéndolo en modelo global del sistema psicofisiológico, pretendiendo que
en el sistema circularía la energía misma de las excitaciones externas. Pero probablemente existe una verdad
más profunda en esta seudofisiología y en las metáforas que lleva consigo, en la medida en que conduce a 
representarse el deseo como un «cuerpo extraño» que, desde dentro, ataca al sujeto.


Nota 22
Este carácter extenso del aparato psíquico constituye un dato tan fundamental para Freud que éste llega a
invertir la perspectiva kantiana, considerando que dicho carácter es el origen de la forma a priori del espacio:
«Quizá la espacialidad sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico. No es verosímil ninguna
otra deducción. En contraposición a Kant, serían condiciones a priori de nuestro aparato psíquico. La psique es
extensa, sin saberlo».


Nota 23
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 24
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 25
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 26
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 27
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 28
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 29
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 30
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 31
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 32
Diccionario de Topología Lacaniana
de Pablo Amster


Nota 33


Nota 34
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 35
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 36 

Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 37
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 38
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis 
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 39
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 40
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 41
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 42
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 43
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 44
Se observará que los psicólogos de lengua inglesa disponen de dos términos: transfer y transference, y al
parecer han reservado el segundo para designar la transferencia en sentido psicoanalítico (véase English y
English, artículos «Transfer» y «Transference»).


Nota 45 
Acerca de las consecuencias de este episodio, véase Jones E., La vida y obra de Sigmund Freud (Sigmund
Freud, Life and work, 1953-1955-1957) (t.I).


Nota 46
Se advierte que las palabras positivo y negativo califican aquí la naturaleza de los afectos transferidos y no la
repercusión, favorable o desfavorable, de la transferencia sobre la cura. Según Daniel Lagache: «[...] los
términos "efectos positivos" y "negativos" de la transferencia resultarían más comprensivos y más exactos.
Ya es sabido que la transferencia de sentimientos positivos puede tener efectos negativos; y a la inversa, la
expresión de sentimientos negativos puede constituir un progreso decisivo [...]»


Nota 47
Se observará la presencia de este término en Freud.


Nota 48
Por ejemplo los llamados «sueños de complacencia», entendiendo por tales los sueños cuyo análisis muestra
que en ellos se realiza un deseo de satisfacer al analista, de confirmar sus interpretaciones, etc.


Nota 49
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 50
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 51
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 52
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 53
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 54
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche 

      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 55
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 56
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 57
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 58
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 59
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 60
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 61
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 62
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 63
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 64 

Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 65
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 66
Hagamos observar que, desde que apareció en psicoanálisis la hipótesis de una pulsión agresiva
independiente, se dejó sentir la necesidad de un concepto que indicara su alianza con la pulsión sexual: Adler
habla de entrelazamiento pulsional (Triebverschränkung) para designar el hecho de que «el mismo objeto sirve
simultáneamente para satisfacer varias pulsiones» .


Nota 67
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 68
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 69 

Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 70
Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis
      El aporte Freudiano
Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. 


Nota 71
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 72
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 73
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 74
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 75
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 76
Diccionario de Psicoanálisis. 
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 77
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 78
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 79
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 80
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 81
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 82
Diccionario de Psicoanálisis.
Elisabeth Roudinesco
y
Michel Plon


Nota 83
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama



Nota 84
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 85
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 86
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 87
Diccionario de Psicoanálisis. 

      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 88
Diccionario de Psicoanálisis.
      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 89
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 90
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 91
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      El aporte Freudiano
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Nota 92
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      Elisabeth Roudinesco
      y
Michel Plon


Nota 93
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 94
Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama
      


Nota 95
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 96
Diccionario de Psicoanálisis
      Jean Laplanche
      Jean Bertrand Pontalis
bajo la dirección de Daniel Lagache


Nota 97
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 98
Diccionario de Psicoanálisis.
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      y
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Nota 99
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      y
Michel Plon


Nota 100
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      y
Michel Plon


Nota 101
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Nota 102
Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares



Nota 103
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Nota 104
Diccionario de Psicoanálisis
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Jean Bertrand Pontalis
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Nota 105
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Nota 106
Diccionario de Psicoanálisis.
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Nota 107
Diccionario de Psicoanálisis.
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y
Michel Plon

 
 
     

 

 

 

 

 

                                                                                                                     

 

 

 

 

 

   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   

 

 

 

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